Search: en esta colección | en esta obra
Juan Luís Vives - Índice... > Las disensiones de Europa,... > Discurso Areopagítico de Isócrates, o sobre la antigua democracia ateniense. Traducción del griego al Latín por Juan Luis Vives / Isocratis areopagitica oratio sive de vetere Atheniensium Republica, Joanne Ludovico Vive interprete

Datos del fragmento

Pag. Inicio 93 Pag. Fin 111

Text

[Texto latino en imágenes]

[Pg. 93] DISCURSO AREOPAGÍTICO DE ISÓCRATES,

O SOBRE LA ANTIGUA DEMOCRACIA

ATENIENSE. TRADUCCIÓN DEL GRIEGO

AL LATÍN POR LUIS VIVES

Creo que la mayoría de vosotros os preguntaréis con extrañeza con qué propósito he venido a este lugar para hablar de la salvación pública, como si la ciudad estuviese abocada a un peligro o su situación se deslizara a un precipicio, como si, por el contrario, no poseyese más de doscientas trirremes y con la paz en el interior no detentase el dominio del mar; 1 es más, tiene muchísimos aliados que nos ayudarían de inmediato, si la situación lo exigiese, así como numerosísimos mercenarios que ejecutan nuestras órdenes; confiados en estos hechos con razón cualquiera nos ordenaría ser optimistas, como muy alejados de todo peligro, como pensaría, a su vez, que nuestros enemigos tendrían que estar más temerosos y mirar por su salvación.

Por esta razón no dudo de que, reflexionando sobre esto, no daréis ninguna importancia a mi presencia entre vosotros y de que tendréis gran esperanza de apoderaros de toda Grecia con esos recursos. Yo, por el contrario, tengo un enorme miedo por ese mismo estado de cosas, puesto que veo que las ciudades que piensan que se encuentran en la mayor prosperidad toman las peores decisiones sobre sus asuntos, y que las que se apoyan en grado máximo en la confianza de sí mismas se precipitan a graves peligros.

Sin duda, la causa de este hecho es que ni las cosas prósperas ni las adversas les vienen nunca solas a los hombres, sino que siempre [Pg. 94] les sigue algún acompañante. A las riquezas y al poder les sigue la necesidad y el lujo; a la indigencia, por el contrario, y a la humildad les sigue la mesura y la moderación, de tal forma que apenas puede determinarse si es mejor dejar a los hijos riquezas o pobreza. En efecto, puede verse que de ésta, que se considera peor, nace las más de las veces un mejor sistema de vida, mientras de aquéllas, en apariencia mejores, las costumbres se deslizan hacia peor; los ejemplos de esto los tenemos a disposición: ciertamente los de personas particulares son muchísimos, pues entre ellas son frecuentísimas tales alternancias. Pero para los oyentes seria de más impacto y de mayor claridad tomarlos de nuestra historia y de la de los lacedemonios.

Nosotros, en efecto, después de la obstrucción de esta ciudad por los bárbaros, al provocar el miedo nuestra actividad y nuestra preocupación, llegamos a apoderarnos de Grecia. Pero, cuando pensamos que nuestro poder era invencible, ¡qué poco faltó para que fuésemos capturados! Hace mucho tiempo los lacedemonios, atreviéndose a salir de sus míseras y pequeñas ciudades, gracias a su frugalidad y a su disciplina militar sometieron el Peloponeso. Después de esto, sin embargo, por causa de los éxitos se volvieron bastante insolentes y, tras haber conseguido el dominio de la tierra y el mar, llegaron a los mismos peligros que nosotros.

Así, pues, ¿quién si no es un loco, después de conocer estos cambios y de pensar que los más grandes imperios han desaparecido tan de repente, podría confiar en la fortuna del momento? Pero incluso nuestro estado es ahora mucho más pobre que en aquellos tiempos, en parte por el odio de los griegos hacia nosotros, en parte por la renovación de la enemistad del Rey de los persas con nosotros; hace tiempo ya estas dos causas abatieron esta ciudad. Por esta razón, el hecho de que vosotros desconozcáis qué tempestad tan grande se aproxima a nuestra ciudad no puedo ciertamente atribuirlo a ninguna de estas dos posibilidades, si es porque no os preocupa el estado o porque, aún preocupándoos, habéis perdido el sentido de la realidad.

No os dais cuenta de que vosotros sois aquellos que perdisteis las ciudades de Tracia, 2 que gastasteis en vano más de mil talentos para [Pg. 95] reunir un ejército mercenario a causa del odio de los griegos y de la guerra suscitada contra los persas, que además os visteis obligados a salvar a los tebanos, que eran enemigos, al verse sometidos vuestras aliados a los de ellos, y de que por estas actuaciones, con el visto bueno de los dioses como si hubierais recibido noticias de la buena administración del estado, va por dos veces se han hecho rogativas en torno a los templos de los dioses. 3 ¿ Qué se puede decir del hecho de que sobre todo eso consultamos bastante remisamente a los que mayores méritos han contraído con el estado? Por esta razón merecidamente hacemos y padecemos todas esas cosas.

En efecto, ¿qué pueden hacer bien aquellos que han tomado malas decisiones sobre asuntos capitales? Si se han cometido errores en parte de los asuntos, se corrigen por un favor de la fortuna o por el valor de algún hombre y, sin embargo, caen de nuevo en las mismas dificultades; cualquiera comprenderá esto con facilidad a partir de lo que nos ha sucedido a nosotros. Conquistamos toda Grecia tanto después de la batalla naval de Conón, 4 como después de la guerra llevada a cabo por Timoteo, y ni siquiera un momento pudimos mantener la prosperidad adquirida, sin que inmediatamente y por nuestra imprudencia se viniese abajo y desapareciese.

Y ¿cómo no iba a ser así, al no tener y no preocuparnos por tener un sistema de gobierno de la ciudad, por el que podamos servirnos de las cosas como conviene? ¿Hay alguien que ignore que la prosperidad no se consigue ni se mantiene con la construcción de magníficas murallas ni con una población numerosa, sino gracias a la sabiduría y a la moderación de los que gobiernan el estado? En efecto, el alma de la ciudad no es otra cosa que su administración, que no tiene en ella menos influencia que la prudencia en el cuerpo. Evidentemente ésta es la que delibera sobre todos los asuntos, va sea para conservar lo beneficioso va para evitar lo perjudicial. A ella 5 conviene que se parezcan las leyes, los oradores y los hombres privados, [Pg. 96] así como que cada uno actúe en la medida que la consiga. Si ella se echa a perder, no os importa nada ni nos preocupamos por cómo pueda ser reestablecida.

Acusamos ciertamente a los jueces y nos quejamos de que nunca bajo un régimen democrático el estado se ha visto más abatido, pero en los talleres y cada uno en sus pensamientos anteponemos nuestra prudencia a la de nuestros antepasados, para hablar de la cual he salido aquí. Sé ciertamente que los peligros que nos amenazan pueden ser alejados y que las desgracias actuales pueden ser evitadas, si existiera el ánimo de reinstaurar aquella constitución democrática de la ciudad, establecida por Solón, el más demócrata con mucho de todos los hombres, y restablecida por Clístenes, quien expulsó a los tiranos y reincorporó al pueblo. 6 Nadie ha ideado nunca una más democrática o más útil a esta ciudad que aquélla. Sirva de única, pero la más importante, prueba del hecho que los que vivieron bajo ella llevaron a cabo hazañas hermosísimas, gozaron de gran renombre entre todos los pueblos y a ellos fue confiado espontáneamente el mando por consenso de toda Grecia.

En cambio, a los que les gusta la actual situación, odiados por todos y tras haber sufrido con frecuencia graves descalabros, qué poco les faltó para ser llevados a la extrema necesidad. ¿Quién alabaría ahora o amaría este sistema de gobierno, que hace algún tiempo nos proporcionó tantas desgracias y que ahora cada año nos lleva a peor? ¿Acaso no hay que temer que la situación avance hasta un punto en el que, oprimidos por algunos acontecimientos penosos y difíciles, nos veamos despojados por completo de la soberanía y de la ciudad?

Pero, para que, escuchando no sólo cosas generales sino también concretas, podáis juzgar y elegir lo que os parezca útil, vuestro deber será mostraros vosotros y mismos atentos a lo que diga, mientras el mío será hacerlo con la mayor brevedad que pueda. Los que hace [Pg. 97] tiempo gobernaron nuestro estado establecieron un sistema de gobierno tal que a los que vivían bajo él no les pareciese democrático y muy suave sólo de palabra, y en la realidad algo completamente distinto. Y no educaban a sus conciudadanos de forma que creyesen que la democracia era la falta de moderación, que la libertad era no obedecer las leyes, que la igualdad ante la ley era la procacidad de la lengua desenfrenada, que la felicidad era el libertinaje impune para toda clase de delitos.

Por el contrario, la moderación y el buen orden en el estado organizaban de tal forma la vida pública que reprimían con castigos tales delitos y los perseguían con el desprecio, volviendo con facilidad a los ciudadanos buenos y moderados. Entre otras cosas, la ayuda más importante que tenían para gobernar la ciudad lo mejor posible era el hecho de que, existiendo dos clases de igualdad, una que iguala a todos los ciudadanos sin ninguna diferencia y otra que pondera la dignidad de cada uno, no ignoraron que ésta es más útil y despreciaron aquélla como injusta, va que considera dignos de las mismas cosas a los buenos y a los malos, manteniendo la que premia o castiga según los merecimientos; ésta es la que introdujeron en la ciudad, de forma que promovían para las magistraturas no a cualesquiera sin orden y sin selección, sino que ponían al frente de cada uno de los cargos públicos a los mejores y especialmente a los más capacitados. No dudaban, en efecto, de que todos los ciudadanos serían como fuesen los gobernantes mismos.

Después, consideraron que la elección de los magistrados era una de las principales competencias del pueblo, en vez de confiarla a la suerte 7 pues con mucha frecuencia al azar hace que el gobierno de la ciudad vaya a pasar a partidarios de cambios, que desean pasar el poder del pueblo a una oligarquía. Por esta razón es justo que para elegir a los más moderados el poder supremo radique en el pueblo, a fin de que pueda poner a su frente a los que haya averiguado v sepa bien que les gusta el poder democrático. Ahora bien, la causa por la que había un gran consenso en la ciudad y no había disputa [Pg. 98] por los cargos es porque cada uno actuaba atento a su trabajo y al ahorro; nadie, desatendiendo sus asuntos, preparaba trampas a los demás ni derivaba nada del tesoro público para utilidad particular; al contrario, más bien cada uno ayudaba al estado de lo suyo cuando lo erigía la necesidad, y nadie conocía con mayor exactitud lo que producía el cargo público que lo que ganaba con sus propiedades particulares. 8

Hasta tal punto se abstenían del dinero público, que en aquella época era más difícil encontrar ciudadanos que quisiesen ser magistrados que en ésta encontrar los que no lo soliciten. Sin duda, ellos mismos habían establecido que desempeñar un cargo público no era un negocio lucrativo sino un servicio. Desde el momento en que tomaban posesión del cargo no escudriñaban si sus predecesores habían dejado alguna ocasión para enriquecerse, sino si algo había sido hecho de forma más descuidada por los que tenían prisa en dejarlo. Finalmente y como resumen, todos estaban muy convencidos de que el pueblo debía estar como dueño al frente de los propios magistrados, castigar a los que delinquieran, discutir y dictaminar sobre asuntos controvertidos, así como de que aquellos ciudadanos, que tuviesen tiempo libre por sus abundantes riquezas, se dedicasen a los asuntos públicos con el mismo interés que a los suyos; los que habían actuado con justicia eran honrados con alabanzas y se contentaban con este premio; los que habían administrado mal el estado no recibían ningún perdón por culpa tan grande, sino que eran castigados con multas y pérdidas.

¿Qué régimen podría encontrarse más estable o más justo que éste, que encomendaba el gobierno de los ciudadanos a los más poderosos, pero imponían al pueblo como dueño de tales gobernantes? Y ésta era ciertamente la constitución de la ciudad, gracias a la cual es fácil comprender que la vida cotidiana transcurría para ellos con rectitud y de acuerdo con la ley. En efecto, es necesario que, quienes tenían establecido y organizado el conjunto del estado de [Pg. 99] esa forma, estuviesen de acuerdo con la misma en cuanto partes.

En primer lugar, por lo que se refiere a los dioses inmortales, pues es justo empezar por ahí, no de forma insegura y sin orden, ni por una locura o una irreflexión ni cuando les era grato mataban trescientos 9 bueyes en un solo sacrificio ni se apartaban nunca de los sacrificios establecidos desde antiguo, ni celebraban con demasiada magnificencia las fiestas en las que había que hacer un banquete, sino que se hacían los sacrificios en los templos sacratísimos con el dinero reunido entre los asistentes, procurando con escrupulosidad no quitar nada de los ritos ancestrales ni añadir nada a las costumbres de los antepasados. En efecto, pensaban que la piedad no residía en los grandes dispendios, sino en no cambiar nada de lo que habían heredado de sus antepasados.

De esta forma, lo que se refería a la religión y a las fiestas no lo colocaban de forma irreflexiva y sin orden en momentos inoportunos, sino en los más ventajosos tanto para beneficio de la región como para almacenar las cosechas. De forma parecida a lo dicho pasaban la vida relacionados unos con otros, pues no sólo había unidad en los asuntos públicos, sino también en la vida privada manifestaban unos para con otros la prudencia que exigía la justicia, tanto por pensar con rectitud como por tener una patria común.

Y tan lejos estaban de odiar los más humildes a los ricos, que se preocupaban de las grandes fortunas como de las suyas propias, pensando que la prosperidad de aquéllas repercutía en su bien. Los ricos no despreciaban a los pobres, sino que pensaban que la pobreza de sus conciudadanos era una vergüenza para ellos también y socorrían sus necesidades, entregando a unos campos para cultivar por una módica renta, 10 enviando a otros como representantes de sus negocios, y ofreciendo a otros oportunidades de ganar dinero. Y no tenían miedo de caer en ninguno de los dos inconvenientes, esto es, verse privados de todas sus fortunas o ciertamente de alguna parte; es más, no confiaban menos en lo que habían dado que en lo que [Pg. 100] conservaban en su casa. Sabían que los que estaban al frente de los tribunales no solían abusar del justo y del bueno sino obedecer las leyes; sabían también que no se apoyaban en las luchas de los demás para conseguir la posibilidad de hacer una injusticia, sino que por el contrario acostumbraban irritarse más contra los injustos que los que habían perdido los bienes por causa de las injusticias, por no ignorar que los contratos de mala fe suelen perjudicar más a los pobres que a los ricos. Éstos, en efecto, si dejan de ingresar, el perjuicio será de unas pocas rentas, pero aquéllos, si son llevados a dificultades en la alimentación, por necesidad llegan a la extrema escasez.

Como la opinión y el sentir común de todos fuesen así, no se encontraba nadie que ocultase sus riquezas ni nadie que rehusara pedirlas prestadas, ya que no era más desagradable la imagen del acreedor que la del deudor. De esta forma las dos cosas deseadas por las personas más sensatas las conseguían ellos: ser útiles a los ciudadanos y al mismo tiempo poseer fortunas seguras y consolidadas. Finalmente, los ciudadanos vivirían muy a gusto entre ellos, pues las propiedades estaban aseguradas a quienes les habían correspondido legalmente, y al mismo tiempo eran comunes y estaban a disposición de los necesitados. 11

Quizás alguien critique mi discurso por alabar hasta el cielo los hechos de aquellos tiempos, y no exponer, en cambio, las causas de por qué se comportaban tan bien entre sí y gobernaban tan bien su estado. Sin embargo, creo que ya he dicho algo en ese sentido, si bien intentaré aclararlo con mayor amplitud y claridad. Nuestros antepasados no tenían muchos maestros para educar a sus niños y, desde que empezaban a ser contados entre los hombres, les estaba permitido hacer lo que quisieran; sin embargo, en la adolescencia eran tratados con más cuidados que de niños.

Nuestros antepasados, en efecto, amaban de tal forma la moderación que ordenaron que el consejo del Areópago se encargase de velar por la virtud 12 y la moderación; para este consejo no podía [Pg. 101] ser elegido nadie que no fuese libre de nacimiento y hubiese dado grandes pruebas de virtud y de moderación. 13 Por esta razón este consejo nuestro es preferido sin ninguna discusión a los restantes de Grecia. Cualquiera podrá servirse de testimonios tanto de tiempos pasados como de los nuestros, va que todavía se continúa en ese clima de virtud y en ese tenor de vida. Se puede comprobar que algunos, indeseables en lo demás, tan pronto como han sido elegidos para el Areópago y como si se olvidaran de su naturaleza, siguen las leves de esta institución con preferencia a las confirmadas por las costumbres: tan grande es el miedo que se infunde en los malos y tan grande el recuerdo transmitido de su moderación.

Así, pues, según decía, establecieron este consejo como específico para conformar las costumbres. Pero, si alguien piensa que en él los hombres se hacen buenísimos porque se han dado con toda precisión leyes sobre la virtud, en mi opinión se equivoca completamente; en efecto, si fuese así ¿qué impediría que todos los de Grecia fuesen semejantes a éste de inmediato, puesto que nada sería más fácil que intercambiarse entre ellos mismos las tablas de las leyes? Sin embargo, con este intercambio no se comunicaría al instante ni una sola virtud, ya que ésta nace de la práctica cotidiana. 14 Así, es necesario que tengan costumbres parecidas entre sí precisamente los que han tenido la misma educación y los mismos hábitos de vida.

En cuanto a que, por el hecho de haber en una ciudad gran abundancia de leyes sancionadas con precisa escrupulosidad, se saca argumento para probar que los ciudadanos son de mal natural y de mala educación, al verse obligados los magistrados a amontonar leyes sobre leyes, oponiendo las leyes como obstáculo en los vicios que brotan de diversas formas, conviene que los que miran por el bien del estado no llenen los pórticos con tablas de leves, sino que inculquen en los corazones de los hombres la justicia, ya que la ciudad no se gobierna de la mejor forma por medio de decretos sino por las buenas costumbres.

[Pg. 102] En efecto, los que están mal educados y mal enseñados no tienen ningún respeto por las leyes, por más que estén bien prescritas; por el contrario, a los que tienen buena educación les basta lo aceptado en las buenas costumbres. Porque nuestros antepasados entendían estas verdades, no fue su principal preocupación de qué forma castigaban a los que vivían mal, sino más bien por qué medios podían conseguir en definitiva que los ciudadanos no quisiesen cometer algo digno de castigo. Consideraban que ésa era precisamente su misión y lo que en grado máximo convenía a los gobernantes de las ciudades, pues pensar en castigos es actuar como enemigos, no como ciudadanos.

Así, pues, les preocupaban todos los ciudadanos, pero, ante todo, los jóvenes, en los que veían que ejercían gran influencia las tormentas de las pasiones, y que sus espíritus eran domeñados por muchos placeres, así como que por esa razón necesitaban en grado máximo una buena educación, de forma que llegasen a pensar que todos sus deleites radicaban en buscar trabajos honrados y hermosos. Éstas son las apetencias en la edad siguiente de aquellos que, educados como hombres libres, acostumbran buscar puestos elevados y honrosos. Pero todos no pueden ser llevados a las mismas prácticas, por ser tan grande la diferencia en los aspectos que se refieren a la vida. Por esta razón, de acuerdo con las posibilidades de cada uno, le asignaron un sistema y un modo de vida: a los de clase inferior los relegaron a la agricultura y al comercio, 15 sin desconocer que de la pereza se origina la indigencia, y de ésta la mayoría de los vicios. Así, pues, eliminada la causa de los vicios, comprendían que se quitaban también los vicios que de allí podrían originarse.

A aquéllos, en cambio, a los que sobraban recursos los obligaban a practicar la equitación, la lucha, la caza o la filosofía, pues sabían por experiencia que con estas ocupaciones unos llegaban a ser hombres importantes, y que a otros los apartaban de muchos vicios. Y todo esto ciertamente no lo realizaban de forma que, un poco después de promulgar las leves sobre tales asuntos, se desentendían de [Pg. 103] ellos. Antes bien, estando la ciudad dividida en barrios y el campo en demos, les era fácil observar la vida de cada uno; 16 a los que vivían de forma vergonzosa los llamaban al consejo público, que a unos les aconsejaba cosas mejores, a otros los amenazaba y a otros los castigaba, según parecía que era necesario.

Y no se les pasaba por alto que hay dos sistemas, por los que somos incitados a los vicios o somos apartados de ellos, pues entre los que no hay observación de los delitos, ni castigos, ni se practican con severidad los juicios, necesariamente los caracteres, incluso los buenos por naturaleza, degeneran. Pero donde a los delincuentes no les es fácil el engaño, ni para los culpables manifiestos existe ninguna esperanza de perdón, allí las malas costumbres no arraigan con frecuencia; tomando esto en consideración, por doquier reprimían a sus conciudadanos con dos procedimientos: con la vigilancia y con los castigos propuestos. En efecto, tan lejos estaba de escapárseles si alguien había cometido algún mal, que incluso ellos presentían quiénes estaban pensando en cometer un delito.

Así, pues, la juventud no estaba sentada en la plaza del juego, ni en casa de las flautistas, ni en esas reuniones en las que ahora pasa los días, sino en los ejercicios prescritos, admirando y viviendo con los que en aquella disciplina eran los más admirados. Por el contrario, la plaza la evitaban de tal forma que, si alguna vez les era preciso ir allí, se llenaban de vergüenza y mostraban un gran recato; contradecir a un viejo o injuriarle se consideraba entonces como más grave que ahora hacer daño a los padres Es más, ni siquiera el esclavo menos frugal se hubiera atrevido a entrar en una taberna o a beber; todos se preparaban para la seriedad, para el decoro, para la moderación; nadie se rebajaba a hacer el bufón; a los graciosos y mordaces, que en estos tiempos consideramos ingeniosos, ellos los tenían por desgraciados y ruines.

Pero que no crea nadie que yo pienso que los hombres de esta época son malos por completo, pues no creo que ellos sean la causa [Pg. 104] de lo que pasa; conozco a muchos que se lamentan de que las costumbres públicas de la ciudad les hayan permitido, incluso a ellos mismos, una libertad tan grande en los placeres. ¿Quién en su sano juicio los podría reprender? Aquéllos, aquellos que gobernaron la ciudad un poco antes de nuestro recuerdo son los que han de ser acusados. Éstos son los que posibilitaron el inicio del descuido en las antiguas costumbres, los que echaron abajo el poder del consejo público; 17 cuando éste tenía influencia, no había en la ciudad una cantidad tan grande de castigos, de delitos, de impuestos, de escasez y de guerras, sino que en el interior vivían tranquilamente entre ellos, mientras fuera por doquier había una paz firme, como que se mostraban a sí mismos amables con los griegos y temibles con los bárbaros; a aquéllos, en efecto, los habían salvado y a éstos los habían castigado de tal forma que podían fácilmente volver con ellos a la paz, con tal de que no les infringiesen ningún otro daño.

Por estas causas vivían tan seguros, que los campos con su instrumental estaban más bellos y más adornados que las casas de la ciudad. Muchos ciudadanos ni siquiera iban a la ciudad en las fiestas, pues preferían mantenese en sus posesiones particulares que disfrutar en la ciudad de los bienes públicos. Por lo que se refiere a los juegos, por cuya causa iban algunos, no se organizaban de forma libertina e insolente, sino de forma ordenada y razonable; y no pensaban que la prosperidad estuviese en las procesiones, en las rivalidades por conducir un coro o en vanas manifestaciones de ese tipo, sino en un sistema de vida bueno y moderado, así como en no defraudar a nadie en sus intereses.

De todo eso necesariamente se deduce que aquéllos vivían bien de acuerdo con la verdad y la autenticidad, y que gobernaban el estado de forma agradable. Pero en este tiempo, ¿ qué persona sensata no se dolería si viese a algunos ciudadanos, tanto si tienen lo necesario para el sustento como si no, participar en los sorteos para los juicios, solicitar que les sea permitido alimentar a los marinos de las naves griegas y a los aliados en las guerras navales, dirigir coros [Pg. 105] en el verano y esto con mantos de oro, pasar el invierno donde da vergüenza y tristeza decirlo, así como hacerse habituales en este estado otras costumbres que chocan de forma necia contra esa moderación, y que causan enorme vergüenza a la ciudadanía?

Nada de eso ocurría bajo el antiguo Areópago, puesto que alejaba de los pobres la escasez gracias a ingresos y ventajas procedentes de los ricos, de los jóvenes alejaba los excesos gracias a los ejercicios v a su preocupación por ellos, de los que gobernaban el estado alejaba la avaricia por medio de castigos, de los malos alejaba los vicios porque no esperaban que los pudiesen ocultar, y de los viejos alejaba la inacción confiándoles cargos públicos y el cuidado de los jóvenes. ¿Qué democracia podría encontrarse mejor que ésta, que había organizado todos los asuntos por doquier con tanta prudencia?

Ciertamente creo que he explicado lo más posible el funcionamiento de aquella primitiva democracia; lo que he omitido es fácil comprender que fue semejante a lo dicho. Ahora bien, escuchadas las cosas que he expuesto hasta ahora, no dudo de que algunos me alaban sobremanera y piensan que nuestros antepasados fueron muy felices por haber pasado la vida en tal ciudad, a pesar de que no creen que vosotros tengáis que tener las mismas costumbres que ellos, así como que os es mejor vivir dentro de la situación ya establecida, incluso con desventajas, que anhelar una democracia mejor organizada, en la que os desenvolveríais mejor. Es más, hay quienes me han asegurado que existe el peligro de que, mientras os aconsejo lo mejor, doy la impresión de odiar al pueblo y de buscar de qué modo conduzco la ciudad al gobierno oligárquico.

Ahora bien, si yo hablase de cosas desconocidas o nuevas, y de acuerdo con ellas os hubiese ordenado elegir el senado o a aquellos que soléis nombrar con plenos poderes para que expresen sus opiniones sobre los acontecimientos, gracias a los cuales se eliminase el poder del pueblo, con razón sería sospechoso de esta acusación. Pues bien, hasta ahora no he dicho nada así; 18 solamente he hablado de [Pg. 106] cosas no ocultas para ninguno de vosotros, y que todos tenéis bien sabidas desde hace tiempo, sin duda antiguas y heredadas de nuestros antepasados, que con bastante frecuencia han traído riquezas y la salvación a nuestra ciudad y a toda Grecia. Se puede añadir a esto que fueron ideadas y consolidadas por hombres tales que, según confesión unánime de todos, fueron con mucho los más favorecedores del pueblo de cuantos han existido jamás.

Por esta razón, desde que existen los hombres a mí seria el único a quien sucedería algo muy indigno, si por explicar aquel régimen fuese considerado como amante de cambios políticos. Mi actitud puede percibirse incluso por la forma de sentir de mi espíritu, va que en todos los discursos que he pronunciado hasta ahora claramente he atacado el poder y la ambición de la oligarquía; y, sin embargo, no he aprobado cualquier igualdad o mando democrático, sino los establecidos con rectitud, y no de forma irreflexiva o sin elección, sino con prudencia y con cautela. Tenía presente yo que nuestros antepasados preferían con mucho este régimen entre todos los posibles, y que los lacedemonios se comportaron de la mejor forma posible en su ciudad por esta razón, esto es, porque eran enormemente democráticos. En efecto, tanto en la elección de los magistrados, como en las actividades cotidianas y finalmente en toda su vida la igualdad y la paridad tuvieron más fuerza entre ellos que entre todos los demás hombres; estos dos principios, así como son rechazados por los gobiernos oligárquicos, de la misma forma son adoptados muy fuertemente por los auténticamente democráticos.

Por otra parte, a las más ilustres y poderosas de las restantes ciudades, si alguien lo examina con seriedad, descubrirá que les es más útil el poder democrático que el oligárquico, y en nuestra ciudad, si alguien compara el actual gobierno, que todos critican, no digo con aquél que veis explicado por mí sino con el que hubo bajo los Treinta, sin duda pensará que ha sido enviado del cielo. Y, aunque algunos digan que cae fuera de propósito, no puedo evitar el aclarar qué gran diferencia hay, entre ambos, a fin de que nadie piense que indago demasiado en los desaciertos del pueblo y que paso por alto si algo ha sido hecho con prudencia y con rectitud.

Ciertamente hablaré de este asunto de forma que, sin alargarme, de ninguna manera sea inútil a los que me escuchan. Después de perder nuestra flota en el Helesponto y de verse la ciudad abatida [Pg. 107] por aquellas desgracias, ¿quién de los viejos no vio que los más demócratas estuvieron completamente dispuestos a soportar cualquier situación, antes que aceptar las condiciones de paz que imponían los lacedemonios, y que consideraban muy vergonzoso que alguien contemplase como esclava a la ciudad que poco antes era la dueña de Grecia? Y a éstos, por cierto, los vimos excluidos de las alianzas y pactos. En cambio, a los partidarios de la oligarquía, ¿quién no los vio destruyendo las murallas con rapidez y soportando la esclavitud? Sin embargo, cuando el pueblo era dueño del poder, defendíamos incluso las fortalezas de los demás.

Por el contrario, cuando los Treinta 19 tomaron el poder, de inmediato todo lo nuestro cavó en poder de los enemigos y los lacedemonios nos sojuzgaron. Ahora bien, cuando los desterrados volvieron y se atrevieron a tomar las armas por la libertad y Conón venció en el combate naval, 20 le fueron enviados embajadores que ofrecían a nuestra ciudad el dominio del mar. ¿Quién de los de nuestra edad no se acuerda de esto? Así, pues, el gobierno democrático engalanó esta ciudad con templos y ceremonias sagradas, de tal forma que incluso ahora los extranjeros la consideran digna de mandar no sólo sobre Grecia sino sobre todo el mundo. En cambio, los Treinta, juzgando todo esto de ningún valor, saquearon muchos templos y abandonaron por tres talentos las bases navales, en cuya construcción la ciudad gastó no menos de cinco mil. ¿Qué, pues?; ¿serán alabados por su clemencia? Nada es menos conveniente; el pueblo será alabado por su desempeño del poder. Aquéllos, en efecto, tomado el mando de la ciudad por decreto público, mataron mil quinientos ciudadanos sin juicio, y obligaron a huir al Pireo a más de cinco mil. Por el contrario, cuando los demócratas volvieron y recuperaron la patria por medio de las armas, ciertamente eliminaron a los principales responsables de las desgracias, pero a los restantes los aceptaron en el sistema 21 con tanta benevolencia y respeto a las leves, que no [Pg. 108] tuvieron peores condiciones que aquellos que habían sido exiliados por ellos.

La máxima prueba incluso de la justicia y moderación del gobierno democrático fue ésta: como los que habían permanecido en la ciudad hubiesen pedido un préstamo de cien talentos a los lacedemonios para sitiar a los que habían ocupado el Pireo, al celebrarse una asamblea para su devolución y a pesar de que algunos pensaban que era justo que lo devolviesen los que lo habían pedido y no los sitiados, sin embargo el pueblo ordenó que fuese pagado por todos en común; esta decisión del pueblo aglutinó la concordia mutua de los ciudadanos, y aumentó las fuerzas del estado, de tal forma que los lacedemonios, que casi todos los días nos daban órdenes como mantenedores de la oligarquía, vinieron a pedir ayuda a nuestro pueblo, suplicando que no los despreciásemos tras ser derrotados por los tebanos.

Lo esencial de la comparación es esto: Treinta hombres y otros poderosos en aquel momento tenían el pensamiento de querer mandar sobre los ciudadanos y obedecer a los enemigos, mientras los demócratas querían mandar ciertamente sobre los demás y vivir con sus conciudadanos en igualdad de derechos. He expuesto esto por dos causas: la primera para demostrar que no soy defensor de la oligarquía o de la avaricia, sino de una democracia honesta y justa; la segunda para dar a conocer que el gobierno democrático, aunque esté constituido de forma torpe y mala, sin embargo no acarrea desgracias demasiado grandes, mientras, si es administrado de forma correcta, aventaja a los demás regímenes tanto por la justicia como por la vida agradable de los ciudadanos.

Quizás alguien se pregunte con extrañeza qué es lo que pretendo, al aconsejaros adoptar otro régimen en lugar de éste, del que han surgido tan importantes y tan numerosos excelentes resultados, o por qué razón alabo ahora de forma tan extraordinaria la democracia y, sin embargo, acuso y critico a sus representantes cuando de pronto me viene a la mente una opinión completamente distinta. Pero yo a los hombres concretos, cuyos fallos son numerosos y sus aciertos poquísimos, los critico con vehemencia y pienso que son peores de lo que puede soportar la ciudadanía; en grado máximo corrijo a aquellos que, contando con grandes e ilustres hazañas de sus antepasados, son aventajados por sus padres con una gran diferencia en la [Pg. 109] práctica de las virtudes. Y no distan mucho de éstos aquéllos, a los que no les falta nada por hacer para llegar a una vida de la mayor perdición y maldad. A éstos he decidido aconsejarles y persuadirles a que quieran ser distintos de sí mismos.

Éste es el sentir de mi espíritu; ésta mi opinión: que no debemos enorgullecernos ni contentarnos con ser mejores que los hombres desgraciados o necios, sino reprendernos y llevar a mal que nuestros antepasados nos superen con mucho en méritos y en gloria. Conviene, en efecto, que su disciplina y sus costumbres nos sean propuestas para imitación, y no los crímenes de los Treinta, sobre todo, porque es preciso que seamos los mejores entre todos los hombres, lo que no digo por primera vez en este lugar, sino antes con frecuencia y delante de muchos.

Sin duda, pienso que la naturaleza ha establecido que unos lugares sobresalgan sobre otros en determinadas cosas: unos en cereales, otros en árboles, otros en ganado. En cambio, nuestra región produce y cría hombres no sólo activos y diligentes para las artes y los negocios, sino al mismo tiempo ilustres en sumo grado en fortaleza y en las restantes virtudes, como testimonian las antiguas guerras con las Amazonas, 22 con los tracios y con todos los peloponesios, así como los peligros en las guerras contra los persas, en las que en parte solos y en parte con los peloponesios, vencidos por tierra y por mar los bárbaros, trajeron copiosa alabanza por su fortaleza; con seguridad no harían nada de eso, si no dispusiesen de una naturaleza superior a las demás.

Pero que no piense nadie que este honor pertenece también a aquéllos en cuyas manos está ahora el estado; la situación es muy distinta. Este discurso, en efecto, tiende ciertamente a la alabanza de aquellos que no son indignos de la gloria de sus antepasados, pero también a la acusación de los que por su fuerza y sus vicios aportan una deshonra a su nobleza; también nosotros mismos somos culpables, si queremos confesar sinceramente la verdad, pues, a pesar de que tenemos la naturaleza propia de este país, sin embargo no [Pg. 110] nos servimos de ella, sino que nos ocultamos en el desconocimiento del bien, en las revueltas y en las pasiones.

Y si, como conviene al mérito de nuestros antepasados, me lanzo a la crítica de los vicios de esta época, harto me temo que me tendré que salir mucho del tema propuesto. Por lo demás, de estos asuntos he hablado en otras ocasiones y seguiré hablando, a no ser que casualmente os convenciera a que adoptarais alguna vez costumbres mejores.

Ahora bien, si añado unas cortas palabras a lo que me había propuesto decir al principio, terminaré mi discurso y cederé la palabra a los que quieran expresar su opinión sobre estos mismos temas. Nosotros ciertamente, si seguimos gobernando la ciudad como hemos empezado, no veo para qué conviene deliberar; haremos la guerra, seremos derrotados, y aguantaremos y haremos poco más o menos todo lo que ahora nos sucede y nos ha sucedido en los años anteriores. Si, por el contrario, cambiamos la democracia de acuerdo con el sistema vigente entre nuestros antepasados, nuestra situación llegará a la que tuvieron ellos; evidentemente con la misma forma de gobierno los asuntos tienen que desarrollarse de forma similar y muy parecida.

Habrá merecido la pena que, gracias a la comparación de sus importantísimos e ilustres hechos con los nuestros, deliberásemos sobre cuáles nos conviene más desear. Hacedlo, recordad en primer lugar qué disposición tenían los griegos y también los bárbaros con respecto a aquella ciudad primitiva, y cuál es la que tienen para con la nuestra. Todos los griegos se habían formado en su espíritu una opinión tal sobre nuestros antepasados, que la mayor parte de ellos se entregaba espontáneamente a su lealtad. Los bárbaros, por su parte, no se entrometían en los asuntos de Grecia, hasta tal punto que ni en grandes barcos navegaban hasta Faselis en Panfilia ni pasaban el río Halys con la infantería. 23 Así estaban de pacíficos con respecto a lo nuestro.

Ahora, por el contrario, nuestra situación ha llegado a tal extremo[Pg. 111] que los griegos nos odian y los bárbaros nos desprecian; sobre el odio de los griegos habéis oído a los propios generales; y qué animo tiene para con nosotros el Rey de los persas lo ha puesto sobradamente de manifiesto la carta que nos ha enviado. 24

A todo esto se añade que con la recta formación de otros tiempos los ciudadanos eran educados para la virtud, de tal forma que entre sí estaban en paz y, si algún enemigo invadía la región, fácilmente lo vencían en la lucha. Y nosotros ¡cuán al contrario! No amanece ningún día en el que no nos hagamos injusticias y daños unos a otros; servimos en el ejército de tal forma que ni siquiera tenemos ánimo para salir a explorar si no es por la paga. Y lo que es lo más importante de todo, en aquellos tiempos no había ningún ciudadano al que le faltase lo necesario y, si alguno pedía a los transeúntes, no constituía una deshonra para los ciudadanos. Ahora, por el contrario, son más numerosos los pobres que los que tienen recursos, y es muy justo perdonarles si consideran el estado como algo ajeno y que no tiene nada que ver con ellos, y se dedican solamente a cómo sustentar su desgraciada vida cada día.

Ésta es, pues, la causa por la que he pronunciado este discurso ante vosotros, porque pienso que vosotros seréis la salvación no sólo de esta ciudad sino de toda Grecia si emulamos los hechos de nuestros antepasados. Vosotros, por vuestra parte, sopesad con interés todo esto y determinad lo que consideréis que será más útil para la ciudad.

Volver Arriba

1 . En el comienzo de su discurso presenta Isócrates unas breves pinceladas sobre la situación política de Atenas en aquellos momentos, así como sobre acontecimientos importantes en la historia de la ciudad: el gran peligro ante la invasión de los persas, la decisiva victoria sobre ellos y el comienzo de su apogeo, y la gran derrota ante Esparta en la guerra del Peloponeso.

2 . La alusión a la pérdida de estas ciudades, Anfípolis, Pidna, Potidea y Olinto, ha sido utilizada para fechar la composición de este discurso, sin que se haya llegado a una unanimidad de pareceres, ya que se han propuesto los años 356, 355 y 354 a. C.

3 . En Atenas se hicieron sacrificios para celebrar la victoria contra Artajerjes III de Persia, en la que participó el general ateniense Cares ayudando al sátrapa Artabazo.

4 . Isócrates, al repasar la historia de Atenas en la primera mitad del siglo IV a.C., omite lo que no le interesa y se fija solamente en la victoria naval de Conón en Cnido el año 394 a. C. en la de su hijo Timoteo en los años 375-373 a.C.

5 . El autor se refiere aquí a la prudencia.

6 . Isócrates formula con claridad la tesis que va a defender en todo el discurso, esto es, que la solución a los problemas de Atenas está en la vuelta de la democracia antigua, la de Solón (siglo VII a C.) y la de Clístenes ; último tercio del siglo VI a. C.). A pesar de que existieron profundas diferencias entre las constituciones Solón y Clístenes, Isócrates las iguala porque los atenienses estaban acostumbrados a unir ambos nombres.

7 . En la democracia ateniense hubo dos formas para elegir magistrados: por elección y por sorteo, y precisamente ésta última fue la preferida por los partidarios de la democracia.

8 . Isócrates atribuye a la antigua democracia una serie de valores ideales: elección de los ciudadanos más capacitados para los cargos públicos, ausencia de interés lucrativo en los gobernantes, espíritu de servicio a la comunidad, etc.

9 . Los sacrificios de trescientos bueyes debían ser completamente excepcionales. En este caso, como en los demás asuntos concernientes a la religión, Isócrates es partidario de la moderación en los gastos, así como de permanecer fieles a los ritos ancestrales.

10 . Dentro del clima de idealismo en que se mueve Isócrates hay alusiones a hechos concretos, como el que se refiere a los contratos de arrendamiento de tierras por la sexta parte de la cosecha.

11 . No es que las riquezas fuesen de todos, sino que estaban a disposición de los necesitados por los intereses correspondientes.

12 . Lo que aquí atribuye Isócrates al Areópago es la vigilancia de las costumbres; también lo hace Aristóteles en su Constitución de Atenas 3, 6.

13 . Para entrar en el Areópago no bastaba con ser libre y ser virtuoso, ya que se componía de antiguos arcontes; sólo a partir de los años 458 - 457 a.C. pudieron entrar los zeugitas, esto es, la clase media.

14 . La mayor importancia de las costumbres con respecto a las leyes escritas es defendida también por otros autores griegos.

15 . Las ideas de Isócrates sobre la educación no son nada democráticas, ya que para él es la riqueza la que determina la clase de formación que ha de recibir el muchacho.

16 . Aunque se practicara con buena intención, debía de resultar incómoda esta estrecha vigilancia de los ciudadanos. Téngase en cuenta que la división del Ática en demos entró en vigor oficialmente con los Clístenes.

17 . La limitación de los poderes del Areópago tuvo lugar bastante antes, concretamente con las reformas de Pericles de Efialtes.

18 . Isócrates se defiende aquí de las críticas de sus adversarios, que le hacían partidario de la oligarquía; en realidad, y a pesar de su defensa teórica de la democracia, se hace perceptible su simpatía por otras formas de gobierno, ya sea la oligarquía ya la monarquía, como se evidenciará en su discurso Nicocles.

19 . Al ser derrotada Atenas en la guerra del Peloponeso, quedó por completo a merced de Esparta; en el año 404 se estableció un gobierno oligárquico formado por 30 miembros, quienes se dedicaron a eliminar a sus oponentes; de esta forma, en ocho meses mataron a 1.500 y desterraron a 5.000. Por su actuación arbitraria y salvaje se llamó el gobierno de los Treinta Tiranos.

20 . Con anterioridad ha hecho alusión Isócrates a la batalla naval de Cnido (394 a. C.).

21 . Referencia a la amnistía concedida el año 403 a.C.

22 . La guerra con las amazonas pertenece a la leyenda.

23 . En el año 448 a. C. tuvo lugar la paz de Calias, por la que Persia se comprometía a no avanzar al oeste de Faselis (costa de Licia); en cambio, es inverosímil que se estableciera como límite por tierra el río Halys, que sirve de frontera entre Capadocia y Frigia.

24 . Se refiere al ultimátum del Rey de Persia, que exigía la retirada de Cares.

Volver Arriba