Las leyes del juego
Borja 356, Centelles, Cabanilles.
1. Borja.—¿De dónde nos has salido simpatiquísimo, Centelles?
2. Centelles.—De Lutecia.
3. Borja.—Pero di de qué Lutecia.
4. Centelles.—¿De qué Lutecia, preguntas, como si hubiera muchas?
5. Borja.—Aunque haya una sola, no sé cuál es o dónde está.
6. Centelles.—Lutecia 357 de los parisios.
7. Borja.—Había oído nombrar a los parisios, y con frecuencia, por cierto, pero nunca Lutecia. Así, pues, Lutecia es lo que nosotros llamamos París. Ésa es la causa por la que durante tanto tiempo no has sido visto en Valencia, especialmente en el juego de la pelota de la nobleza.
8. Centelles.—He visto otros juegos de pelota en París, otros gimnasios 358 y otros juegos mucho más útiles e importantes que los vuestros.
9. Borja.—¿Cuáles, por favor?
10. Centelles.—Treinta colegios, más o menos, en aquella universidad, llenos de toda clase de erudición, ciencia y sabiduría, doctos maestros y una juventud muy estudiosa y de muy buenas costumbres.
11. Borja.—¿La plebe, sin duda?
12. Centelles.—Pero, ¿por qué los llamas plebe?
13. Borja.—Las heces de la plebe, hijos de zapateros, tejedores, barberos, lavanderos y de semejantes artesanos y obreros.
14. Centelles.—Vosotros, según veo, por vuestra ciudad 359 medís a todo el mundo, y pensáis que en toda Europa existen las mismas costumbres que aquí; afirmo que allí hay una juventud muy numerosa de príncipes, grandes, nobles y hombres muy ricos, no sólo de Francia, sino también de Alemania, Italia, Gran Bretaña, España y Bélgica, entregada de forma admirable al estudio de las diversas disciplinas y que obedece los preceptos y las órdenes de los educadores; sus costumbres se forman no sólo con la simple advertencia, sino también con la dura corrección y, cuando es preciso, incluso [Pg. 119] con el castigo, los golpes y los azotes; todo esto se acepta y se soporta con ánimo muy comedido y con el semblante muy apacible.
15. Cabanilles.—Con mucha frecuencia oí contar cosas así, cuando era embajador del rey Fernando en Francia. Pero deja ahora eso, por favor, o retrásalo para otro momento. Date cuenta de que estamos en el juego del Milagro 360, que está próximo al de los Carroses. Ea, hablemos ya del juego de la pelota para divertirnos.
16. Centelles.—Por favor, no nos sentemos, sino hablemos mientras paseamos de lo que nos pareciere bien; ¿por dónde iremos? ¿Por aquí, por San Esteban 361, o por allá, hacia la Puerta del Real 362 para poder ver en el palacio real a Fernando 363, duque de Calabria?
17. Cabanilles.—No, no sea que interrumpamos los estudios 364 eruditos de este óptimo príncipe.
18. Borja.—Mejor será mandar traer unas mulas para hablar montados.
19. Cabanilles.—Por favor, no dejemos de utilizar los pies y las piernas; el tiempo es bueno y apacible y el aire un poquitín fresco; será mejor ir a pie que a caballo.
20. Borja.—Vayamos, pues, por aquí, por San Juan del Hospital 365, hacia la calle del Mar.
21. Cabanilles.—Veremos de paso hermosas bellezas.
22. Borja.—Ni hablar de ir a pie; será una deshonra.
23. Cabanilles.—En mi opinión mayor deshonra es que unos hombres dependan del juicio de muchachas necias y estúpidas.
24. Borja.—¿Quieres que vayamos todo recto por la plaza de la Higueras 365bis y por Santa Tecla 366?
25. Cabanilles.—No, sino por la calle de la Taberna del Gallo 367, pues en ella quiero ver la casa en la que nació mi amigo Vives 368 según he oído, está al bajar a la izquierda, la última de la calle, y al mismo tiempo visitaré a sus hermanas 369.
26. Borja.—Deja ahora, por favor, las visitas femeninas; si quieres hablar con una mujer, es preferible ir a la casa de Ángela Zabata 369bis con la que tendremos una conversación erudita.
27. Cabanilles.—Si deseáis eso, ojalá estuviese aquí la marquesa de Zenete 370.
28. Centelles.—Si es verdad lo que de ella oí estando en Francia, es un tema demasiado importante como para tratar sobre él a la [Pg. 120] ligera, y para que pueda o deba ser tratado por los que hacen otra cosa
29. Borja.—Subamos hacia San Martín 371, o ¿bajaremos por la calle de Vallés 372 a la plaza de Villarrasa 373
30. Cabanilles.—Por aquí y luego al juego de pelota de Barcia 374 o, si prefieres, al de los Moscones.
31. Borja.—¿Tenéis en Francia juegos públicos como éstos?
32. Centelles.—Sobre otras ciudades de Francia no podría contestarte; en París sé que no hay ninguno, pero privados muchos, como en los suburbios de Saint Jacques, Saint Marcellin y Saint Germain.
33. Cabanilles.—Y en la propia ciudad hay uno famosísimo, que llaman Bracche.
34. Borja.—¿Se juega allí de la misma forma que aquí?
35. Centelles.—Exactamente igual, con la diferencia de que el dueño del juego proporciona allí el calzado y los gorros de juego.
36. Borja.—¿Cómo son?
37. Centelles.—El calzado es de fieltro.
38. Borja.—Aquí no serviría.
39. Cabanilles.—Sin duda, por el suelo de losas; en Francia, en cambio, y en Bélgica se juega sobre un pavimento recubierto de ladrillos, llano y liso.
40. Centelles.—Los gorros en verano son bastante ligeros, pero en invierno son gruesos, bien calados, con una trabilla bajo el mentón, a fin de que con el movimiento no se salgan de la cabeza o caigan sobre los ojos.
41. Borja.—Aquí no usamos trabilla, a no ser cuando el viento es bastante fuerte. Pero, ¿cómo son las pelotas?
42. Centelles.—Casi no hay pelotas de viento como aquí, sino bolitas más pequeñas que las vuestras y mucho más duras, hechas de cuero blanco; el relleno no es como el vuestro de serrín y trapo machacado, sino de pelo canino por lo general, y por esta razón raramente se juega con la mano.
43. Borja.—Entonces, ¿cómo golpean la pelota? ¿Con el puño como las de viento?
44. Centelles.—Ni siquiera así, sino con una raqueta.
45. Borja.—¿Hecha de hilo?
46. Centelles.—De cuerdas algo gruesas, casi como las sextas en la vihuela; tensan una cuerda y el resto como aquí en los juegos de [Pg. 121] nuestra ciudad; lanzar la pelota por debajo de la cuerda es defecto o falta; las señales, o, si prefieres, las rayas, son dos; los números cuatro: 15, 30, 45 o ventaja; igualdad y victoria, que tiene que ser doble, como cuando se dice: hemos ganado la señal y hemos ganado el juego 375. La pelota puede devolverse de volea o tras el primer bote, pues tras el segundo el golpe no es válido, haciéndose una marca donde la pelota fue golpeada.
47. Borja.—¿No hay más juegos que el de pelota?
48. Centelles.—En la ciudad 376 tantos como aquí, o más; pero entre los estudiantes no se practica ningún otro con permiso de los maestros; pero a veces ocultamente se juega a las cartas; los niños a las tabas y los viciosos a los dados. Nosotros teníamos un profesor llamado Anneo, quien en los días malos nos permitía jugar a las cartas; pero para éste y en general para toda clase de juegos había dado seis leyes, que había escrito en una tablilla y colgado en su habitación.
49. Borja.—No seas pesado, y dínoslas, como has hecho con otras cosas.
50. Centelles.—Sigamos paseando, pues me muero del deseo de ver mi patria 377, que durante tanto tiempo no he visto.
51. Borja.—Subamos a las mulas para pasear con más comodidad, y también con más dignidad.
52. Centelles.—No compraría yo esta dignidad ni con un chasquido de dedos.
53. Borja.—Y yo, para decir la verdad, ni siquiera movería una mano por ella; pero no sé por qué me parece que eso es lo que más conviene a nuestras personas.
54. Cabanilles.—Eso está bien, pero somos tres y por la estrechez de las calles o por la cantidad de gente nos separaríamos, por lo que sería preciso o bien interrumpir la conversación, o bien no oír ni entender continuamente muchas palabras de alguno de nosotros.
55. Borja.—Que sea así, en efecto; continuemos a pie; entra por este callejón hacia la plaza de Peñarrocha 378.
56. Centelles.—¡Extraordinario! Luego por la calle de Cerrajeros 379 a la de Confiteros y después al mercado de la fruta.
57. Borja.—¿Por qué no mejor al de las verduras?
58. Centelles.—Lo es de las dos cosas: los que prefieren alimentarse de verduras que lo llamen de verduras, y los que de frutas [Pg. 122] que lo llamen de frutas. ¡Qué mercado más amplio! ¡Qué distribución de vendedores y de mercancías expuestas! ¡Qué olor sale de las frutas! ¡Qué gran variedad, limpieza y brillo! No puede imaginarse huertas semejantes a este mercado. ¡Qué habilidad y diligencia las de nuestro concejal y sus ayudantes para que ningún comprador sea engañado por un vendedor! ¿Es Honorato 380 Juan aquél que va en la mula?
59. Cabanilles.—Creo que no, pues uno de mis sirvientes, que se lo encontró hace un rato, lo dejó retirándose a su biblioteca; si supiera que estamos juntos, sin duda no faltaría a nuestra conversación, posponiendo sus ocupaciones serias a nuestros juegos.
60. Borja.—Expón de una vez las leyes.
61. Centelles.—Librémonos de este gentío por la plaza de Nuestra Señora de la Merced 381 hacia la calle del Funeral 382 y San Agustín 383, donde es menor la aglomeración.
62. Cabanilles.—No nos alejemos tanto del centro de la ciudad: subamos 384 más bien por la calle de la Bolsería hacia el Tossal; después a la calle de Caballeros y a la casa 385 de vuestra familia, Centelles, cuya paredes me parece que llaman todavía a aquel héroe que fue el conde de Oliva. 386
63. Borja.—O más bien, dejado el luto, celebran con gravedad que un joven de tales cualidades haya sucedido a un viejo tan importante.
64. Centelles.—¡Qué deleite contemplar la asamblea 387 y los cuatro tribunales 388: el del gobernador, que parece ya casi hereditario de tu familia, Cabanilles, el civil, el criminal y el de los trescientos sueldos. ¡Qué edificios! ¡Qué aspecto tiene la ciudad!
65. Borja.—En ninguna parte podrías proponer mejor las leyes que en el tribunal y en la asamblea; expónlas de una vez, pues sobre las alabanzas o, mejor, sobre la admiración hacia nuestra ciudad habrá un lugar más idóneo para disertar en otra ocasión.
66. Centelles.—Primera ley: ¿cuándo hay que jugar? El hombre ha sido hecho para cosas serias, no para bagatelas ni para el juego. Ahora bien, los juegos fueron inventados para reponer el espíritu cansado de lo serio. En consecuencia, habrá que jugar cuando el espíritu o el cuerpo estén fatigados, y habrá que tomarlo no de otra, forma que el sueño, el alimento, la bebida y las demás cosas que renuevan y reponen las fuerzas; de lo contrario se cae en el vicio [Pg. 123] como ocurre con otras actividades que no se hacen a su debido tiempo.
Segunda ley: ¿con quién hay que jugar? Igual que, cuando se va a emprender un viaje o se y a ir a un banquete, se examina con atención qué clase de hombres son los futuros compañeros o acompañantes, de la misma forma en el juego hay que considerar con quiénes se juega, a fin de que sean personas conocidas, pues en los desconocidos hay un gran peligro y se cumple el proverbio de Plauto: El hombre es un lobo para el hombre que no sabe cómo es 389. Que sean también graciosos, festivos, afables, con los que no haya peligro de riña, de pelea, o bien de hacer o decir algo vergonzoso o inconveniente; que no sean blasfemos contra Dios o perjuros; que no sean sucios en las palabras, a fin de que no se contagie a tus costumbres nada malo o deshonroso. Finalmente, que sean de tal forma que no lleven al juego otra idea distinta a la tuya, esto es, que el espíritu descanse del trabajo y que se reponga.
Tercera ley: ¿a qué juego? En primer lugar a uno conocido, pues en el desconocimiento no puede haber deleite ni para el que juega, ni para los compañeros de juego, ni para los espectadores. Luego, que al mismo tiempo reponga el espíritu y ejercite el cuerpo, si es que lo permiten la época del año y la salud. Si no es así, que sea un juego en el que no sea sólo la mente la que decida todo, sino que se dé también la destreza que pueda corregir el azar.
Cuarta ley: ¿con qué apuesta? Ni sin ninguna apuesta, lo que resulta soso y enseguida harta, ni con una tan grande que inquiete el espíritu en el desarrollo del juego y que, si se pierde, cause pesadumbre y tormento: eso no es juego, sino tortura.
Quinta ley: ¿cómo? Antes de sentarte a jugar piensa que vas a reponer tu espíritu con el juego, a cuyo azar lanzas unas pocas monedas, esto es, con ellas compras el alivio de la fatiga. Piensa que se trata de la suerte, esto es, variable, incierta, inestable, perteneciente a todos; que no se te hace, por tanto, ninguna injusticia si pierdes: sopórtalo con ecuanimidad, no frunzas el ceño ni lo impregnes de tristeza, no prorrumpas en improperios y maldiciones contra el compañero de juego o algunos de los espectadores. Si ganas, no te burles de forma insolente del compañero de juego. Mientras dure el juego, muéstrate por completo afable, alegre, delicado, bromista sin caer en la chabacanería y en el descaro; no des ninguna señal de [Pg. 124] engaño, de mezquindad o de avaricia; no seas pertinaz en la disputa y por encima de todo no jures; recuerda que toda esta actividad (aunque tu razón sea mejor) no es de tanta importancia como para traer el nombre del Señor como testimonio. Recuerda que los espectadores son como los jueces del juego: si ellos emiten su juicio, acéptalo sin dar ninguna señal de desaprobación. De este modo no sólo el juego se convierte en deleite, sino que la misma educación del muchacho bueno se hace agradable.
Sexta ley: ¿durante cuánto tiempo se juega? Hasta que percibas que tu espíritu se ha renovado ya y se ha repuesto para el trabajo, y que te llama el tiempo de la ocupación seria. El que lo haga de otra manera, parece que ha obrado mal; dignaos querer y ordenar, Quirites 390.
67. Borja y Cabanilles.—Como lo ha propuesto.
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Dicha calle del Milagro se extiende -como entonces- desde la de Avellanas a la del Trinquete de Caballeros. Aún hoy existe frente a la desembocadura de la calle del Milagro, la iglesia de dicha advocación en la calle del Trinquete de Caballeros, así como en esta misma calle subsiste la iglesia gótica de los Caballeros de San Juan del Hospital, a la que más adelante y en este mismo Diálogo Sobre las Reglas del juego alude Juan Luis Vives."
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En 1472 se añadió á esta iglesia lo que ocupa ahora su capilla mayor, que está fuera de dichas bóvedas subterráneas. En 1474 el 9 de Febrero ya se menciona con su nombre la calle donde está situada esta iglesia, en un bando sobre cierta procesión de rogativa que había de hacerse. La iglesia ha tenido varios ensanches y restauraciones, siendo uno de ellos en 1514 y otro en 1610."
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Así decidido, al orientarse hacia la calle del Mar, aún salta la duda de si ir directamente hasta el final de la misma (que entonces se denominaba plaza de la Higuera y también de Santa Tecla, junto a lo que ahora es plaza de la Reina), o bien torcer a la izquierda antes de llegar a la aludida plaza, por una callejuela que hoy lleva el nombre de Luis Vives, y entonces era la famosa de la Taberna del Gallo, la cual en tiempos de Vives salía a una plazuela, que actualmente se denomina de Margarita de Valldaura, y en cuyo ámbito se encontraba la casa natalicia de Juan Luis Vives, si bien no obstante existe todavía un edificio con estructuras góticas, no se puede asegurar si fue este mismo o algún otro circundante ya desaparecido, el que sería la casa donde naciera Juan Luis Vives. Como ya indicamos anteriormente, para llegar a este singular rincón vivista, Centellea, Borja y Cabanilles tuvieron que torcer hacia la izquierda para llegar al mismo. Y aquí hemos de hacer constar que entonces todavía faltaban algunos siglos para que se abriese la actual calle de la Paz, que, como vemos, divide en dos partes la ahora calle de Luis Vives. Por esta misma razón, la calle que protagoniza la mayor parte de la vida social y burguesa de la Valencia de Vives era la del Mar. Hacia ella muestra su interés Centelles en deambular en búsqueda de la calle de la Taberna del Gallo." La historia de la iglesia de S. Juan del Hospital es contada por Cruilles, I, pp. 120-123.
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Esta familia de los "Mascones" tuvo su palacio y trinquete de pelota en la calle que luego recibió el nombre de otro apellido asentado en el reino de Valencia desde la Conquista de don Jaime, cual fue el de los Gascó; y por eso esta calle recibió -y conserva hasta hoy- el título de calle de Gascons. La calle a la que nos estamos refiriendo desembocaba -como hoy sigue haciéndolo- en la misma plaza que ahora se llama de Mariano Benlliure, que antes se denominó de la Pelota y en la época de Vives de los Penyarrotja, por estar sentados en ella los de tal linaje, pero que desde muy antiguo recibió también el rótulo de la Pelota, porque el trinquete al que Vives llama de los Mascones debió formar parte de este ámbito urbano."
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De este gran edificio de la calle de Caballeros cabe resaltar la gran portada con un recercado de piedra y sobre el propio dintel aparece un gran escudo barroco tallado en piedra con las armas de los Centelles. En el año 1448, Alfonso V el Magnánimo concedió el condado de Oliva a Francisco Gilabert de Centelles, en recompensa a servicios prestados en las campañas de Nápoles. Es también importante recordar que los Centelles constituyeron una de las familias nobiliarias de Valencia que protagonizaron los ruidosos altercados en las calles de la ciudad durante el siglo XV, especialmente contra los Vilaragut y cuyos bandos litigantes fueron apaciguados por San Vicente Ferrer."
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