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Juan Luís Vives - Índice... > Las disensiones de Europa,... > Diálogo de Juan Luis Vives sobre las disensiones de Europa y la Guerra contra los turcos / De Europae dissidiis et bello turcico

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 49] DIÁLOGO DE JUAN LUIS VIVES SOBRE

LAS DISENSIONES DE EUROPA Y

LA GUERRA CONTRA LOS TURCOS

(Brujas, octubre de 1526)

MINOS, 1 TIRESISAS, BASILIO COLAX, POLIGRAGMON, ESCIPIÓN

Minos.— ¿ Podrías decirnos, Tiresias, como se encuentran allá arriba 2 las cosas de los hombres?, pues aquí caen las almas tan apretadas como el granizo arrojado por algún fortísimo torbellino, o como las hojas al soplar el Bóreas 3 en otoño.

Tiresias.— ¿Por qué no preguntas mejor a alguno de los que han llegado aquí, algún hombre de negocios o alguno impuesto en la comitiva de los príncipes?

Minos.— No me aconsejas mal, por Plutón. 4 ¡Eh, sombras!, ¿cuál [Pg. 50] de vosotras conoce bien y punto por punto los asuntos de los hombres, que hace poco ha abandonado?

Sombra.— Estas dos, ¡oh Minos!, de las que una hizo negocios en Venecia, Londres, Amberes, Roma, Nápoles, Medina, Quíos y Alejandría, y la otra vivió en las cortes de España, Francia, Inglaterra y Roma, habiendo desempeñado muchas y duraderas embajadas.

Minos.— Acercaos más. Tú, que todavía pareces tener hambre de oro, ¿cómo te llamabas arriba?

Sombra.— Polipragmon.

Minos.— Y a ti, cerdo 5 de la piara de Epicuro, finalmente ¿con qué hermoso nombre te llamaremos?

Sombra.— Con muchos, ¡oh Minos!, e ilustres, pues he nacido de muchos linajes y familias y llevo los nombres de todos, a fin de que no se me quite nada de nobleza, y también porque cada una de las familias no es inferior a ninguna otra en riquezas, dignidad y hazañas.

Minos.— Has tenido muchas distinciones; dilo de una vez.

Sombra.— Basilio, Gnatón, Colax, Fuco, Tineapalatino Demovoro, por la línea materna me remonto al Rey Midas. 6

Minos.— Y éste es tu mayor mérito: es maravilloso que uno solo sea capaz de llevar a cuestas tantos nombres, pero que valga por todos ellos el de Colax, pues así se hará economía de nombres. Dime en qué situación están los asuntos de los hombres.

Colax.— En el de siempre.

Minos.— Entonces, ¿por qué nos llegan tantas almas?

Colax.— Lo ignoro por completo, mueren por las enfermedades y hay algo de guerra.

Minos.— ¿Quiénes hacen la guerra?

Colax.— ¡Qué pregunta, siendo el hombre más prudente! ¿Quiénes la iban a hacer? Los príncipes y los pueblos.

Minos.— Es extraño si no la hacen los perros y los gatos.

Colax.— Sería una guerra de risa.

[Pg. 51] Tiresias.— Sin duda, porque los hombres los superan en malicia y crueldad.

Minos.— ¿Qué príncipes y de qué forma?

Colax.— No me preguntes demasiado, pues no hay que hablar a la ligera de los príncipes: todos son hombres buenos

Minos.— Y que a veces viven muy mal.

Colax.— Pero son los mejores, a pesar de que vivan muy mal.

Minos.— ¿Cómo puede ser eso?

Colax.— Así es, tal como lo oyes.

Minos.— Entonces, ¿a ellos precisamente les está permitido hacer mal, mientras a nadie le está permitido hablar mal?

Colax.— ¿Quieres tú, Minos, que a cualquiera le estuviese permitido lo que al rey a quien se refiere el dicho: «le está permitido lo que le agrada»?

Minos.— ¿Por qué es así?

Colax.— Porque poseen oro.

Minos.— Entonces, muchísimo les estará permitido a los cofres. Pero ¿de qué sirve cuando los reyes no mandan sobre su dinero, sino el dinero sobre ellos mismos? Sin embargo, por lo que veo, necesitas a Esculapio 7 para que te cure el cerebro; por tanto, espera un poquitín, pues te enviaremos a él. Entre tanto, habla tú, Polipragmon. A ti, Tiresias, te pido que no te apesadumbre escuchar lo que dice ése y, corregirlo si se equivoca en algo. Ea, cuenta: ¿qué se hace arriba?

Polipragmon.— Se come, Minos, se bebe copiosamente, muchos fornican, muchos son adúlteros, se juega a los juegos de azar; los ricos comen a placer, los pobres pasan hambre, el que no tiene da, el que tiene recibe, se compra lo más barato posible, se vende lo más caro posible, las mercancías se echan a perder, la lealtad está perturbada, rota.

Minos.— En cambio, nada se nombra más ni se celebra más en estos tiempos que la lealtad.

Polipragmon.— De esta forma, alabándola, esperan consolar a la que están haciendo daño.

[Pg. 52] Minos.— ¿Qué hacen los príncipes?, ¿qué los cristianos? ¿qué los turcos?

Polipragmon.— Más o menos esas mismas cosas, y por doquier la guerra, las discordias, los odios.

Minos.— Seguro que no entre los cristianos, pues a éstos nada recomendó más ni con más claridad aquel celestial maestro de sabiduría que el amor mutuo, y quiso que los suyos se distinguiesen por este atributo.

Polipragmon.— Pero en ninguna época, en ningún lugar hubo odios tan grandes como los de ahora entre ellos. Antiguamente había odios entre los pueblos de Asia y de Europa porque parecían separados por el mar, o entre dos grandes imperios, como los espartanos y los atenienses, los cartagineses y los romanos, o entre los que luchaban por sus fronteras. Ahora entre los países hay un odio general e irreconciliable, que no puede ser apaciguado con ningún deber moral, ni puede ser eliminado ni restañado con ninguna buena acción. El italiano desprecia y odia a todos los transalpinos como a bárbaros, el francés escupe ante la palabra «ingleses», éstos no quieren mucho a los escoceses y a los franceses. Entre los franceses y los españoles en nuestros tiempo se han hecho guerras no sin enormes matanzas, de las que han quedado en sus corazones raíces profundas de enemistades.

Ojalá la discordia se hubiese detenido en estos límites; se desliza hacia lo más interior; ciudades dentro de la misma jurisdicción enemigas entre sí por causa de un regatillo de agua, por un trozo de campo, o porque una ha quitado a otra mucho más rica algunas ventajas. En la misma ciudad hay bandos: Colonnas y Orsinis en Roma, Adornos y Fragosos en Génova, ...Aragoneses y Anjouenses en Nápoles, Velascos y Manriques en España, y sobre ellos se lanzan sin sentimientos y alocadamente. El padre transmite a sus hijos los odios como por herencia; nacen enemigos, no se hacen. También los barrios de la ciudad producen discordias: un hermano nacido en este barrio es enemigo del que ha nacido en otro y, si fuera preciso, estaría contra él en una batalla. Los hombres no religiosos son hostiles a los que lo son, la plebe contra la nobleza, los súbditos contra el que los gobierna, éste contra ellos.

En las escuelas de filosofía, esto es, en el recinto de la moderación y de la mesura, de la paz, del sosiego, de la tranquilidad y de la [Pg. 53] tolerancia, hay rivalidades, y ciertamente de muerte, entre los que se dedican al estudio de la lengua latina y los de la griega, entre los de la dialéctica y los de la filosofía, entre los que disfrutan en los círculos de las polémicas y los que se deleitan más en el estudio reposado. ¿Qué decir tiene entre los que se dedican a la misma disciplina y a los mismos estudios?: golpes, muertes por ciertas diferencias aparentes. Luego vienen las escuelas: 8 unos de Santo Tomás, otros de Duns Escoto, otros de Ockham; me maravilla, en efecto, que entre luteranos y antiluteranos no haya odios tan grandes; lo que más me duele es que unos estén tan ensañados contra los otros que los quisieran ver destruidos y descuartizados antes que corregidos. De seguro combaten entre sí de tal forma que parecen dedicarse a eso sólo.

Tampoco entre los propios luteranos hay amor y concordia, a pesar de que no tienen otra cosa en la boca que fe, evangelio y caridad. Finalmente, entre los que han profesado una caridad extrema y que por eso se llaman hermanos ¡qué desavenencias, qué sangrientas a veces!; los monjes 9 contra los mendicantes, los minoritas contra los dominicos, los minoritas claustrales contra los observantes: ¡qué ataques, qué insultos, qué amenazas, qué persecución!

Minos.— ¿Qué tienen de malo tantas discordias, tantos odios, tantas herejías? Ahora no me extraño de que en estos momentos se lance tan frecuentemente la acusación de herejía, ya que todo está lleno de herejías.

Polipragmon.— No has oído todo.

Minos.— Por favor, no cuentes más.

Tiresias.— Di en dos palabras que cualquiera es enemigo de sí mismo, esto es, el malo del malo, pues la justicia, al irse de la tierra, [Pg. 54]se llevó al cielo consigo el amor y la benevolencia, permaneciendo el odio y la discordia como compañeros de la injusticia.

Minos.— Habla de una vez de las guerras, pues me parece que dominas esa faceta humana.

Polipragmon.— Nada tiene de extraño, pues he vivido entre los hombres y en los lugares en los que no se desconoce qué pasa en todo el universo, como dijo el famoso escritor. Por una pequeña ganancia nosotros indagamos con más precisión que incluso aquéllos cuya vida y fortuna dependen de eso; a veces los propios príncipes nos preguntan si hay algo nuevo.

Tiresias.— Hasta qué punto ha agudizado la inteligencia humana la esperanza de dinero.

Polipragmon. — También he sacado algunos datos de los libros para relajar el espíritu. Así, pues, fue Alfonso, 10 un Rey de Aragón, (pues pienso que hay que empezar por aquí) quien, adoptado por Juana, Reina de Nápoles, con una gran flota y numerosas tropas se dirigió a Nápoles y, tras ser cogido primero por los genoveses y luego soltado con todos los honores y ayudado generosamente por Felipe, duque de Milán, se apoderó de aquel reino, sitiado durante tiempo, expulsando a Renato de Anjou, a quien la misma reina Juana había adoptado poco después por la inconstancia femenina.

Tiresias.— ¿Qué hubiesen hecho los hijos, si los adoptados tenían semejante locura?

Polipragmon.— Perturbada Italia con tal sacudida, y mientras el nuevo Rey mantiene en vilo y angustiados a los pueblos de Italia por verse muchos de ellos incitados a la guerra, los turcos se apoderan de Constantinopla y en seguida en una ocasión propicia de Trebisonda, junto con toda la orilla del Ponto, amenazada ya desde [Pg. 55]hacia tiempo y no se pudo ayudar desde Italia a los cristianos. 11 Y en el resto de occidente la situación no estaba bastante tranquila y apaciguada en aquellos momentos. Los borgoñones 12 y los ingleses ocasionaban dificultades a los franceses. Renato, que sobrevivió a su hijo Juan, nombró heredero a Carlos, hijo de su hermano; al no haber tenido hijos, en el testamento dejó a Luis XI. Rey de los franceses, su patrimonio junto con los derechos al reino de Nápoles. Pero éste por su carácter siempre tuvo aversión a Italia.

Tiresias.— En otros asuntos no sé lo prudente que fué, en éste con seguridad no sólo fue sapientísimo, sino incluso adivino.

Polipragmon.— De esta forma la causa napolitana estuvo algún tiempo en reposo con una enorme felicidad para Francia, pero tal situación no fue duradera. El Rey Carlos VIII, al obtener el gobierno, consideró que lo más importante y más hermoso era volver a atacar 13 aquel reino con la fuerza de las armas, y agregarlo a su jurisdicción, amplísima por lo demás. Reunió una enorme cantidad de tropas, y con la alarma de preparativos tan grandes sembró el pánico en Francia, Italia y España.

Minos.— Me acuerdo de él: ¡una fierecilla tan pequeña y tan fea provocaba conmociones tan grandes y, por cierto, para morir tan pronto!

Polipragmon.— Esto él ni lo sabía ni lo presentía. Había llegado joven a un reino muy floreciente, querido y deseado por los suyos, sobre todo, por la nobleza, cansada de sufrir la maldad y el odio de su padre, 14 y por doquier se había atraído soldados tanto por su largueza como por la esperanza de un rico botín.

[Pg. 56] Tiresias.— Esto es en verdad reinar: echar a perder el reino de sus antepasados para buscar uno nuevo; de esta forma el pueblo se da cuenta de que tiene rey.

Polipragmon. Entre tanto los turcos, poderosos por nuestras disensiones se extendieron más y se apoderaron de la parte más hermosa y conocida de Eubea, de Grecia, de Macedoma, de Eubea, 15 de las islas del mar Egeo. Mientras los cristianos luchaban entre sí por un puñado de tierra, ellos arrebataron un dominio amplísimo a los nuestros, que estaban maquinando muchos planes y después se reunían en consejo para hacer frente a los turcos, pero todo fue en vano.

Tiresias.— Antes deliberarían y dictaminarían sobre la salvación común los corderos y los lobos que los cristianos. ¿Cómo ocurrirá alguna vez de otra manera si, cuando se delibera de un asunto público, nadie atiende a él sino cada cual al suyo particular?

Polipragmon.— Carlos abrió los Alpes.

Tiresias.— Esto es, abrió una puerta a las rapiñas, a las matanzas, a la miseria de Francia.

Polipragmon.— Pasó a Italia con los más grandes recursos, pero todos los agotó. Aterrorizó a Italia y a Roma; conquistó el reino y volvió a Francia no sin riesgo, pues tuvo que luchar en Insubria. ¡Qué preparativos tan grandes para una comedia tan breve! Unos días después separa aquel reino de Francia y el propio Rey muere. 16

Tiresias.— Es el final de cualquier tragedia, y nadie aprende con el ejemplo de otros, nadie se vuelve más cauto.

Polipragmon.— Le sucedió Luis, que no sólo iba a reclamar el derecho sobre Nápoles sino también el de Milán.

Tiresias.— Sin duda para, como un jugador animoso que dobla la apuesta, acercar a sí mismo y sus intereses a un peligro más claro.

Polipragmon. — El turco Bayacetos, 17 al morir su hermano en territorio cristiano por causa del veneno según los rumores, se alegraba de la gravísima locura de los que lo llevaron a cabo, y hacía lo que [Pg. 57]dicen que enseñaba a sus hijos aquel campesino en sus apólogos: romper de una en una las varas que no podían romper juntas. 18 Se apoderaba de la presa que quería y descansaba un poco, mientras la fortificaba y la consolidaba según sus fuerzas para que no le pudiese ser arrebatada fácilmente.

Minos.— Pero yo había oído que vosotros erais hombres astutos.

Polipragmon.— Lo éramos, pero los odios, los placeres, las malas pasiones nos han enloquecido. El Rey Luis recibe Milán de Luis Sforza, 19 y muestra a éste como prisionero a los franceses.

Tiresias.— ¡Empresa grande es llevar a un hombre vencido y atado a donde quieras y mostrarlo a quienes quieras!

Polipragmon.— Dirigió su espíritu hacia Nápoles y la suerte no le fue adversa: la tomó. Pero al ver Fernando, 20 Rey de España e hijo de Juan el hermano de Alfonso, que el riquísimo reino había sido dejado en medio a la suerte de la guerra como un botín, envió allí una gran flota, primero con el pretexto de llevar auxilio a su hermana y a la hija de ésta, que se habían casado con los dos Reyes napolitanos Alfonso y Federico. Hubo algunos combates 21. El francés, cuando se dio cuenta de que luchaba con un igual, trató de repartir la presa y Fernando no rehusó por el momento el pacto.

Tiresias.— Astuto, prefirió coger la mitad que quedarse sin nada.

Polipragmon.— Pero no hubo ninguna fidelidad entre los dueños del reino; los soldados de ambos se hostigaban mutuamente, tanto por ser hombres insolentes como por odio a la quietud y al ocio, que no soportan por considerarlos estériles e improductivos, hasta que rompieron los pactos y en una dura guerra se combatió por la [Pg. 58]posesión total por parte de uno con gran matanza en ambos bandos pero, según el resultado, mayor en el de los franceses. Fueron expulsados del reino. Los pocos supervivientes de los combates se retiraron a Milán, que todavía estaba bajo mando francés.

Tiresias.— ¡Ay! comida pésima adquirida a gran precio. La guerra es una nave incómoda, obliga a remover lo que ha comido el navegante.

Minos.— Abrevia.

Polipragmon.— No puedo contarlo con mayor brevedad. Entra en liza el Papa Julio II. 22

Tiresias.— Aceite al fuego. 23

Minos.— ¿A quién favorecía?

Tiresias.— A Cayo César. 24

Polipragmon.— Se le ocurrió la idea de reivindicar el patrimonio de San Pedro; por tanto, después de hacer un acuerdo con los franceses, los españoles y los alemanes atacó a los venecianos, a los que arrancó no pocas plumas. Después le pareció bien limpiar Italia de transalpinos, esto es, bárbaros, pues así los llaman ellos precisamente. Le agradó empezar por los franceses y servirse para ello del ejército español y después la emprendería también con los españoles.

Tiresias.— Francia ha sido separada tantas veces y tan cruelmente que me extraña que les quede algo común. 25

Polipragmon.— Se luchó junto a Rávena en una enorme y sangrienta batalla. Ciertamente vencieron los franceses, pero tan mal parados que se vieron obligados a salir de Italia.

Tiresias.— Para que se cumpla por completo el antiguo proverbio: «perecieron los vencedores, lloraron los vencidos».

Polipragmon.— Con la muerte de Julio los españoles se libraron [Pg. 59] de la guerra, que sin duda les esperaba, si a aquel valiente defensor del patrimonio de San Pedro le hubiese correspondido una vida más larga por favor de San Pedro.

Tiresias.— Nunca hará patrimonio San Pedro; de otra forma hubiese procurado dejar vivo a éste.

Polipragmon.— Sin embargo, la guerra se la dejó como herencia a su sucesor León. 26 Éste con grandes promesas se ganó a los reyes de España y de Inglaterra para la guerra, en la que Navarra fue el botín de Fernando, y el Rey de los escoceses Jacobo fue matado por los ingleses en el campo de batalla.

Tiresias.— No todos los que cazan matan la pieza, muchos también mueren; al bueno de Fernando, ya viejo, era justo que se le diera alguna recompensa por su esfuerzo.

Polipragmon.— Pero Julio, así como a los franceses les había enviado naves llenas de maldiciones y de imprecaciones, a Fernando le envió tantas indulgencias y rogativas de prosperidad cuantas podrían anhelarse.

Tiresias.— Por cierto, ésas para el alma, y Navarra para el cuerpo. Si ambos trabajan, no es injusto que ambos se lleven su recompensa.

Polipragmon.— De la disensión entre confederados nace la paz. Luis murió y un poco después Fernando.

Tiresias.— Sin duda los dos viejos querían huir de forma juvenil de las bestias salvajes, y Luis en primer lugar consiguió un campo hermosísimo, pero demasiado cenagoso para su pezuña.

Polipragmon.— A él le sucedió su yerno Francisco, 27 y a Fernando Carlos, el nieto tenido de su hija. Nada más empezar su reinado, Francisco con enorme cantidad de tropas se dispone a echar unos grilletes a aquella Italia que se le escapaba.

Tiresias.— Grilletes de oro, pienso, que incitarían más a la huida. 28

[Pg. 60] Polipragmon.— Se apodera de Milán en una batalla encarnizada y de resultado incierto dirigida por él.

Tiresias.— Pero con gastos tan grandes que se queda uno admirado de la fecundidad de Francia, que esquilmada tantas veces reverdece y de la misma siembra produce frutos como un campo que se renueva; se diría que produce alfalfa en lugar de dinero, sobre todo porque utilizan infantería extranjera y porque la nobleza, exhausta y disminuida, sirve en la caballería en tantas guerras seguidas por encima de lo creíble.

Minos.— Me duele, por Prosérpina, 29 que Francia se encuentre tan afligida, pues no podrías creer cuántas almas buenas e inocentes llegan a este tribunal todos los años.

Tiresias.— Me parece, Minos, que eres un filocelta. 30

Minos.— No tanto, filocelta, Tiresias, como filobuenos de cualquier raza.

Polipragmon.— A Francisco le parecía que había empezado su reinado de forma ilustre al haber añadido a su soberanía una jurisdicción tan grande. Por tanto, decidió descansar un poco, reponer fuerzas y volverse a preparar para una nueva guerra. Entre tanto el Emperador Maximiliano 31 muere. Por la elección de emperador lucharon Carlos y Francisco con sobornos y enormes sumas para ganarse a los electores, como si estuviesen comprando una mercancía en vez de un reino.

Tiresias.— Neciamente; éstas son sus mercaderías, éstos sus tejemanejes.

Polipragmon.— Francisco ganaba por sus larguezas, pero Carlos [Pg. 61] por el prestigio tanto de su linaje, en el que haría cinco emperadores seguidos, como de su país, ya que por línea paterna se relacionaba con Alemania. Por tanto, es nombrado Emperador. Las raíces del gran odio que habían surgido ya hacía tiempo, crecieron a partir de entonces entre los dos jóvenes más importantes del orbe cristiano, iguales en nobleza, en recursos, en mando y en poder.

Tiresias.— Añade también felices, tanto para su bien como el de su reino, si hubiesen sabido poner moderación en su felicidad, si se hubiesen contentado con sus muy dilatados imperios, no adquiridos por las armas o la fuerza sino dejados en herencia por sus antepasados.

Polipragmon.— Mientras Carlos vuelve desde España a Alemania para tomar posesión del imperio, se produjeron levantamientos en España, de la plebe 32 contra la nobleza, de unas ciudades contra otras.

Tiresias.— Eso fue locura y no disensión, pues la multitud no sabía qué quería, por qué habían tomado las armas ni en favor de quién luchaba; los nobles no ignoraban cuál era su recompensa en la guerra.

Polipragmon.— Francisco aprovechó esta ocasión, y envió un ejército a España para apoderarse por sorpresa de Navarra. 33 A partir de eso surgió una guerra que en aquel momento produjo increíbles desgracias. Navarra fue tomada por los franceses, y antes de la sexta semana la perdieron con una matanza de ellos mismos, pues los españoles, al ver a un enemigo extranjero, lanzaron contra él su cólera y sus armas. No faltó mucho para que Carlos en Valencennes 34 de Bélgica fuese cogido o con seguridad rodeado.

Tiresias.— El que crea el peligro lo sufre también, y nadie es tan poderoso que esté seguro si tiene un enemigo.

[Pg. 62] Polipragmon.— Los ingleses se juntaron al partido del Emperador y los escoceses al de Francia. Marcharon a Italia. El Papa se declaró partidario del Emperador. Tras una gran batalla se arrebató Milán a los franceses y Turnai en Bélgica. Pero al Emperador se le quitó Fuenterrabía, en los Pirineos, siendo después recuperada. Apremiados los franceses por todas partes, con todas sus fuerzas atacaron a los imperiales que habían rodeado Marsella con un asedio; habiéndolos puesto en fuga desde allí hacia Italia, los persiguieron con gran rapidez; y si los imperiales no hubiesen empleado la misma rapidez en la huida y no hubiesen ido por atajos, habrían recibido, encerrados y fugitivos, una gran derrota, o bien la habrían causado ellos en su desesperación. Pero cerca de Pavía 35 se luchó en lugar cerrado, siendo matados allí los soldados franceses y suizos, que en parte cayeron al río al intentar su salvación en la fuga. El Rey junto con numerosos nobles cayó en manos de los imperiales. 36

Tiresias.— Quien llama hacia sí la guerra, una perra rabiosa, no puede evitar el ser mordido. Y hay quienes a la carrera se dirigen a su perdición.

Minos.— ¿Qué hacían entre tanto los turcos?; ¿acaso dormir?

Polipragmon.— De ninguna manera. Su nuevo príncipe sometió con la mayor de nuestras ignominias la isla de Rodas y Belgrado, verdadera entrada a Hungría y a la cristiandad, que habían sido inexpugnables para sus antecesores.

Minos.— ¿Que habéis perdido Rodas?

Tiresias.— ¡Qué olvidadizo eres, Minos! ¿No recuerdas hace tres años qué cantidad de almas llegaba a vuestro tribunal, ciertamente a millares, unas heridas, otras enfermas, unas adornadas con cruces blancas, otras con señales propias de los bárbaros?

Minos.— Me acuerdo ciertamente. ¿Venían de allí?

Tiresias.— De allí.

[Pg. 63] Minos.— Pero. ¿se acercaron tanto?

Tiresias.— Lejos les parece a los que no se dan cuenta de nada, a no ser de lo que les toque el bolsillo.

Polipragmon.— Francisco es llevado a España ante el Emperador; allí se produce un acuerdo entre ellos sobre la paz. Pero entre tanto al Papa y a Venecia les pareció bien lo que antes ya al Papa Julio, esto es, liberar Italia de la dominación extranjera, y a no permitir que las fuerzas del Emperador, siempre temibles para ellos, se consolidaran en Italia; se esfuerzan en unir por juramento a las ciudades de Italia en una liga que llamaron «santa».

Tiresias.— Hacen bien; el nombre y el presagio no tienen precio.

Polipragmon.— Francisco es enviado a Francia, entregando como rehenes a sus dos pequeños hijos, que recuperaría tan pronto como hubiese cumplido lo pactado entre él y el Emperador. Pero el Rey, instigado por los italianos, se unió a la liga.

Tiresias.— Pensó que había que esperar el final del juego.

Polipragmon.— Por tanto, retrasó 37 la entrega de lo que había prometido. Las condiciones de la paz a los imperiales les parecen justísimas, a los franceses y a sus aliados injustísimas.

Tiresias.— Así les solía acontecer a mis hijos cuando jugaban: nunca ninguno hacía una injusticia, siempre la recibía.

Polipragmon.— Los italianos dicen que la dura y cruel insolencia de los soldados españoles no se puede soportar ya más en Italia.

Tiresias.— ¡Qué clase de hombres, por los dioses! ¡Has nombrado al soldado español! Ciertamente todos los soldados son muy impulsivos, arrogantes y de costumbres muy desarregladas. 38 ¿Acaso puede soportar a un soldado incluso su propio padre? Ahora bien, los soldados españoles aventajan a los demás en maldad, en dureza de expresión, en crueldad en palabras y en acciones, no sé si por esa serie tan continuada de victorias. Por tanto, no dudo de que se han portado violenta y desenfrenadamente, y de que han hecho muchas acciones [Pg. 64] feas y abominables, sobre todo cuando la paga se les retrasaba tanto tiempo y al final la cobraban con dificultad, pues no había de dónde; ellos interpretaban esto, sin duda no completamente obligados, como que se les ordenaba robar a los vencidos y a veces incluso a los aliados. Por estas razones provocaron un enorme odio tanto de Italia como de otros países contra ellos, contra su príncipe y en general contra la palabra «español». Si bien es verdad que bajo generales españoles militan algunos italianos, que maquinan contra los suyos crueldades mayores que las de algunos españoles; éstos son llamados también españoles porque están bajo las mismas banderas y bajo general español. Pero no puedo determinar si la queja de los italianos es suficientemente justa como para que hayan suscitado una guerra en el momento más inoportuno. Y por lo demás a ellos siempre el vencedor les resulta odioso; esto les es común con los restantes países que, vencidos y sometidos, son gobernados por mando extranjero, como lo lamentó Marco Tulio en la defensa de Flaco. 39

Polipragmon.— En este mes los turcos, habiendo pasado el Danubio, atacaron Hungría con un potentísimo ejército, y en una gran batalla 40 vencieron a los nuestros, entre los que se encontraba también el Rey todavía muy joven, con grandes perdidas de su parte, pues los bohemios y los restantes alemanes defendieron con valentía el lugar que ocuparon al principio de la batalla. Pero el grandísimo número de enemigos casi los aplastó, y la huida del campo de batalla emprendida por algunos abrió las filas, las desbarató y las ofreció al enemigo para ser destruidas. Desde allí los turcos se extendieron por Hungría, saqueando e inmediatamente después incendiando las ciudades, matando a muchos hombres y robando los ganados; por doquier llevaron la muerte y la ruina, y realizaron muchas acciones abominables, muchas horrendas. En Italia se lucha con tremendos esfuerzos entre imperiales y confederados por la posesión de Insubria. Me duele mucho que no me haya tocado un destino un poco [Pg. 65] más largo, 41 para poder contemplar el fin de esta tragedia, a pesar de ser tan enormemente atroz y funesta.

Tiresias.— Mal deseo, Polipragmon: deseabas una vida demasiado larga; en efecto, el fin de las desgracias no se producirá en breve tiempo, pues me parece ver los asuntos de la cristiandad embrollados, como una madeja de hilo llena de nudos y enredada, de tal forma que apenas puede ser desenredada, si Dios mismo con su sabiduría y su favor no aporta ayuda y socorro a una situación tan abatida, y si no la apuntala al deslizarse y precipitarse.

Minos.— Espléndidamente has cumplido tu función, Polipragmon; me has instruido sobre la causa de una caída tan grande de almas. Me parece que has recorrido con imparcialidad y punto por punto esos pillajes, pues qué otra cosa son las guerras entre cristianos que puros pillajes? Me has contado locuras, no guerras. Ahora bien, después de tantos gastos, peligros y situaciones críticas ¿cuál de las dos partes se ha hecho más rica o ha mejorado su situación?

Polipragmon.— Una y otra, así como todos sus aliados, están exhaustos, los reinos saqueados, la nobleza quebrantada y arruinada, las ciudades antes florecientes están igualadas con el suelo, los campos esquilmados y desiertos. Esto es lo que se ha buscado con tantos esfuerzos y tantos males producidos recibidos de una y otra parte.

Minos.— ¿Qué hay más parecido a la locura?

Tiresias.— Ella misma, si es que algo puede ser semejante a sí mismo. ¿Nunca has oído aquel verso: «Detiene el furor de reyes y pueblos necios»?

Minos.— Lo he oído con frecuencia.

Tiresias.— Ahora lo oyes expresado en realidad.

Minos.— Pero, ¿todo esto es verdadero, Tiresias?

Tiresias.— Más verdadero que lo de Sagra 42 y más sangriento. ¡Ay, cuánta tierra y cuánto mar pudieron conquistarse con la sangre [Pg. 66] que se bebieron las guerras civiles! No sólo pudieron ser destruidos los turcos, sino que también pudo someterse toda la tierra y el mar que se extiende entre oriente y occidente.

Minos.— Entonces, por lo que veo, Italia es la que nutre todas las guerras; allí han nacido todas vuestras guerras en ésta época, aquellos hombres las han hecho crecer y las han reavivado, allí se han llevado a cabo en su mayor parte. ¿Por qué no las pasan a los italianos y dejan que un patrimonio tan dañino tome fuerza para su dueño?

Tiresias.— Ciertamente nada sería más útil para España y Francia, Minos. Ojalá los transalpinos llegaran a la determinación de hacerlo. Esos dos reinos, es más, la cristiandad entera estaría muy tranquila, muy alegre, muy floreciente en hombres y en riquezas y amiga entre sí. Entonces los recursos del mundo cristiano, sus tropas y sus fuerzas serían más sólidos y muy temibles para los turcos. Pero a parte de que a ellos mismos les parece un premio digno de la guerra y de la victoria, los propios italianos, que habían querido expulsar a los extranjeros que habían puesto su esfuerzo, que habían tomado las armas, que había combatido en el campo de batalla, habiéndose marchado éstos, al día siguiente cruzarían los Alpes para llamar a alguien, español o francés, que los gobernase.

Minos.— ¡Qué desgracia!; ¿no sabrían gobernarse ellos mismos?

Tiresias.— Sabrían, y también gobernar otros países, pues están dotados de inteligencia, son vigorosos en la determinación, en la prudencia, en la práctica y experiencia de la vida, y no son los últimos en fuerzas o ejércitos, pero están separados en banderías y padecen un odio increíble entre ellos. Esta discordia ha destruido todas las ciudades y todos los imperios poderosos y bien establecidos y consolidados, y los ha arrancado de raíz. Por tanto, con tal de vengar su cólera aceptarían a cualquier perro, 43 cuánto más a cualquier hombre, como príncipe y señor. Prefieren ser esclavos de un español, francés o alemán que obedecer a un conciudadano. Con sabiduría lo cantó uno de sus poetas: «así es: amargo destino persigue a los [Pg. 67] romanos y la impiedad de fratricidio, desde que la sangre del inocente Remo regó la tierra para maldición de sus descendientes». 44

Polipragmon.— Al conflicto de Italia se añadieron otros dos: el de Borgoña, quitada a María, hija de Carlos, 45 por Luis XI, y que Carlos en esos momentos vuelve a atacar como herencia suya por medio de las armas, que es el único derecho entre los poderosos, y el de Navarra, que el Papa Julio expuso a la conquista y Fernando de Aragón la tomó en guerra contra los franceses.

Minos.— ¿Qué significa que los reinos son del Papa, de forma que los quita a quien quiere y los otorga a quien le da la gana?

Polipragmon.— Se dice que el derecho ciertamente es del Papa, pero la posesión pertenece a la espada y a las fuerzas.

Minos.— Yo las prefiero.

Polipragmon.— Sin duda, incluso el derecho del Papa les es inferior. Pero la de Navarra es una desgracia más pequeña, ya que el que la perdió no tiene grandes recursos. Tampoco la de Borgoña es grave, porque sus habitantes no llaman ni incitan a venir a su país a otros príncipes, haciéndoles enormes promesas.

Minos.— Es preciso que sea Italia, que todos tratan de conseguir con facilidad, y por la que, como se dice de Helena, no es vergonzoso que tantos países lleguen al peligro de la guerra. 46

Polipragmon.— Ciertamente es un país muy delicioso y de una tierra fertilísima, lleno de ciudades y de gentes, completamente igual que lo describió Virgilio. 47 Creo que lo has leído, a pesar de ser un poeta latino. Pero Italia es útil solamente a los que la poseen en paz y sin ninguna disputa, como en otro tiempo poseyeron los reyes de Aragón Sicilia. A otros, en efecto, las rentas anuales no les bastan para alimentar a los soldados, antes bien tienen que poner mucho [Pg. 68] de lo suyo. Por cierto, he oído decir por parte de los que conocen esto muy bien, según se creía, que a la caja del Rey Fernando no volvió ni siquiera un sextercio 48 del reino de Nápoles, es más, que solía enviar allí de las rentas de Castilla para soportar los gastos militares. Sírvate de máxima prueba el hecho de que Francia y España desde que empezaron a gobernar en Italia están agotadas y arruinadas. Italia no se ha hecho más pobre ni en una dracma, a no ser en lo que asoló la locura de los soldados.

Minos.— Entonces, ¿por qué razón lo hacen?

Tiresias.— Necia ambición por una fama sin consistencia. Por su parte, los italianos siguen lo mismo a pesar del conflicto.

Minos.— Pero, Tiresias, ¿qué medicina crees que hay que emplear de una vez para males tan grandes?

Tiresias.— ¿Qué importa deliberar sobre eso, cuando no han de obedecer los buenos consejos? Hasta tal punto están todos ciegos y prisioneros de la pasión, pésima consejera.

Minos.— Pero ¿qué te impide exponer tu opinión, con tal de que sea en pocas palabras, antes de que se llene la plaza de sombras 49 que reclamen que se les dicte sentencia?

Tiresias.— No sé qué se puede esperar, Minos, en una disensión tan difícil y tan enconada, en la que cada uno, desentendiéndose de sí mismo, quisiera la ruina del vecino. Todos piensan que no sólo estarán seguros y a salvo, sino que se verán engrandecidos y ricos, si al vecino le va lo peor posible. Pero, si arde la casa del vecino, la de al lado no está en el mejor lugar. Sin duda tendrá el peor de los vecinos el que tenga a los turcos. Yo preferiría a los lobos o un campo pantanoso y pestilente.

Polipragmon.— Y entre los de arriba persiste el rumor de que los turcos fueron introducidos en Hungría por aquéllos a quienes menos les estaba permitido, y de quienes nadie hubiese sospechado jamás. 50

Tiresias.— Yo, por mi parte, temo que han llamado una mala peste [Pg. 69] y bien desarrollada, tanto ésos mismos como cuantos no se han opuesto a su entrada con sus medios.

Minos.— ¿Por qué pacto se han unido finalmente?, ¿por qué dioses han jurado cuando hay una diferencia tan grande entre ellos por lo que se refiere a las creencias y al culto de sus dioses? ¿Quién prometió a los turcos en nombre de los cristianos que, cuando hubiesen entrado en Hungría, no se unirían todos contra ellos y, tomadas las armas, correrían a su destrucción como para apagar un fuego?

Tiresias.— No hay ninguna necesidad de juramento; la utilidad del momento es entre ellos el pacto más grande y el vínculo de su alianza. Las enormes e irreconciliables discordias entre los cristianos son suficiente garantía para los turcos de que todo estará seguro. ¿Por qué no preguntas mejor qué garantía se da a los cristianos de que los turcos no atacarán a aquéllos por quienes fueron llamados a Europa? De esto hubieran tenido que preocuparse más y preverlo, sobre todo, porque habían dado muchos ejemplos contra aquéllos mismos que les habían entregado ciudades y pueblos.

Minos.— Es preciso que se odien a muerte entre sí quienes nunca ponen fin o medida a la guerra. Nada hay suficientemente jurado, sancionado, seguro, pactado; no hay ninguna paz consistente, ninguna tregua; todo lo hecho se deshace; lo que estaba firme se debilita.

Tiresias.— Peor es si vieras cómo hacen la guerra entre ellos, no con espadas, lanzas, catapultas o arcos de forma que con un golpe, cuando es mortal, se elimina a un solo hombre; han inventado una clase de máquina con cuyo disparo es uno derribado de forma más violenta que cuando truena Júpiter, y con uno solo son abatidos veinte, cuarenta o cien. 51

Escipión.— ¡Dioses inmortales, qué locura es ésa? ¿Entonces no hay ya ninguna ocasión, ningún honor para los hombres valientes?

Tiresias.— El azar es el que hace ya a los hombres valientes, si sobreviven a muchos combates, y no el espíritu o la fuerza.

Escipión.— Pero me acuerdo que se me dijo en Grecia que hubo allí un soldado espartano con experiencia que, al ver la catapulta que [Pg. 70] había sido llevada hacía poco desde Sicilia, exclamó: «ha desaparecido el valor del soldado»; ¿qué exclamaría ahora si viera aquel invento?

Tiresias.— ¿Qué? Ha desaparecido lo más propio del hombre, pues de hombres han degenerado en animales salvajísimos. Y los cristianos no se sirven de este invento en ninguna parte con mayor diligencia que para la destrucción de cristianos. Los turcos han recurrido a estas armas a la fuerza y obligados, para no ser vencidos fácilmente por los cristianos si no las tuvieran en sus campamentos.

Escipión.— Me extraña enormemente que tenga espíritus tan enemigos entre sí y que, al intervenir un enemigo de fuera, no se unan y se pongan de acuerdo para la defensa de la salvación común, como hacen los perros a la vista del lobo o de otra fiera. En efecto, yo he visto, he leído y he oído en conversaciones que se practicó en cualquier ciudad, y de ahí nació el famoso sincretismo 52 celebrado en el proverbio griego. Hay muchos ejemplos en nuestra ciudad, muchos en Grecia y lo contó hace un momento Polipragmon acerca de España, esto es, que sus pueblos o gentes dejaban sus enemistades particulares algún tiempo, mientras apremiaba un temor procedente de fuera, y que, una vez desaparecido, volvían a las anteriores rencillas. Suele decirse, en efecto, que las desgracias unen a los hombres, así como que no hay amigos más auténticos que los que tienen un enemigo común.

Tiresias.— Se sirven ciertamente de esta treta, pero contra los cristianos; por el contrario, para formar una alianza entre sí contra el enemigo de su religión y de Cristo no hay nada suficientemente fuerte y eficaz: no basta la consideración para un príncipe cristiano y quizás consanguíneo, ya que todos están emparentados entre sí por la sangre o por afinidad. Prefieren que su domino esté bajo los turcos que bajo un pariente; preferirían que fuese ocupado por los turcos que por los cristianos, lo que indudablemente ocurrirá si continúan así. ¡Qué locura tan grande! Con los cristianos siempre se podrá tratar por medio de embajadas, por medio del derecho, de [Pg. 71] la discusión, de amigos comunes, de súplicas, de intercesores; de los turcos, en cambio, nunca se conseguirá nada justo y bueno. No tienen nada en común, ni por lo que se refiere a las creencias ni por lo que respecta a las personas o a Dios. ¿Acaso no vivirán los pueblos con más ventajas bajo un príncipe cristiano que bajo uno turco? En esas circunstancias, ¡cómo se enfriará la piedad bajo un rey que se declara enemigo de la misma! Estuve presente un día en los Campos Elíseos, cuando Lucano contaba muchos episodios sobre la guerra civil con Pompeyo a algunos compañeros suyos: ¡cómo demostraba conocer con toda exactitud lo ocurrido en aquellos momentos! Entre otras cosas contaba que un tal Léntulo, un hombre de gran espíritu perteneciente a la antigua nobleza romana, después de la batalla de Farsalia, en la que el poderío de Pompeyo fue destruido por César, dijo: un solo consuelo le queda a la ciudad de Roma de las desgracias tan grandes de aquella guerra, el que va estar bajo un ciudadano suyo, esto es, Julio César. 53 Así, para Europa, mientras no tiene ninguna amenaza de los turcos, el único consuelo es que, venza quien venza, será cristiano. Pero, si vencen los turcos, ¿qué consuelo le quedará?, ¿qué esperanza de bien para el futuro? Esta situación la contemplan tranquilos y despreocupados, y lejos del enemigo común luchan entre sí. Mucho me temo que en estos momentos en Italia solamente se está combatiendo por una cosa, por saber de quién recibirán lo turcos Italia, de los imperiales o de los confederados. Cada uno piensa que está a salvo, y ciertamente solo, como si, una vez vencidos los demás, los turcos fueran a consentir que reinase él solo sin estar sometido, sin ser uno de sus gobernadores. En vano advierto de estos peligros y los expongo gritando. Este incendio, que devora poco a poco lo más cercano, arruinará también lo más alejado. Pero los de arriba están pendientes de otras cosas y no escuchan lo que gritamos desde abajo.

Basilio.— ¿Se me permite, Minos, decir unas palabras?

Minos.— Dilas, con tal de que sean sensatas.

Basilio.— Son muy sensatas y muy juiciosas. ¿No entiendes, Tiresias, que, si un príncipe o un pueblo hacen un pacto con los turcos, [Pg. 72] a ese príncipe se le ha jurado de forma solemne y muy segura que estarán a salvo los intereses de sus amigos?

Tiresias.— Ciertamente atribuyes mucho valor al juramento de los demás tú que no acostumbras atribuirlo al tuyo. Quisiera que de ti mismo conjeturases sobre los demás.

Basilio.— No te ofendas con lo que voy a decir, Tiresias, pero resulta claro que, a pesar de que se dice que has reinado en Tebas, 54 sin embargo no saliste nunca de tu choza ni viste los palacios de los reyes, ya que me igualas a mí con los príncipes.

Tiresias.— ¿Acaso no es preciso que tú cumplas lo que has jurado igual que los príncipes mismos? Pero, puesto que a ti te consideras hombre y a ellos dioses, o bien a ellos hombres y a ti animal, dime qué paz, qué pacto, qué palabra dada en público o en privado han sido respetadas y mantenidas en esta época. Así que el cristiano no respeta lo que juró al cristiano, y ¿va a respetar el turco lo que prometió al cristiano? A no ser que pienses que los turcos practican con más escrupulosidad los sueños de Mahoma que vosotros la sagrada religión del Dios verdadero e inmortal, sobre todo porque vosotros sabéis que está prohibido romper un pacto y ellos, por el contrario, creen que es legal y que está permitido engañaros, haceros mal, eliminar enemigos de su falsa religión, y que todo esto les ha sido mandado por sus revelaciones. Y ciertamente no pocos casos en Constantinopla, en Trebisonda, en Hungría y en Eubea ponen de manifiesto que no tenían el menor aprecio de la fidelidad, del juramento, de su dios, de la misericordia, de la bondad.

Minos.— Ardientemente deseo oír de ti, Basilio, qué causa en definitiva ha impulsado a los príncipes cristianos a unas guerras tan grandes y tan continuadas.

Basilio.— Muchas en verdad y profundas.

Tiresias.— Yo no las veo.

Basilio.— No es de extrañar pues eres ciego.

Tiresias.— Pero puedes ver que aquí abajo tengo más ojos que tú.

Basilio.— Aquí en verdad tienes ojos penetrantes, orejas largas y lengua larga también; pero arriba no ves nada.

[Pg. 73] Tiresias.— Tú, en cambio, veías aquellas cosas de tal forma que nunca te interesabas por ellas.

Basilio.— Date cuenta, Tiresias, y no quisiera que pienses que lo digo sin irritación, de que tú desde hace tiempo en las chanzas populares juegas a las guerras de los príncipes y te ríes de las cosas más serias.

Tiresias.— Pero yo pienso que todos los príncipes han de ser respetados, que hay que obedecerlos sean quienes sean, y que además a los buenos se les debe el afecto y el apoyo a manos llenas. Pero ¿qué piensas que hay que hacer, educadísimo Colacito 55 y, lo que escuchas con mayor placer, el primero de los cortesanos?, ¿quieres que yo oiga los asuntos pueriles con seriedad, que alabe los necios y descabellados y que dé mi aprobación a la crueldad? Pero resulta novedoso e insólito que te enfurezcas con un hombre, tú que incluso con los que odiabas eras suave. No puedo negar, en efecto, que tienes mal humor, pues debido a él has realizado, sufrido, dicho y oído muchísimas indignidades. Pero saca de tus conocimientos cortesanos las escondidas y admirables razones y causas de la beligerancia.

Basilio.— La primera es para evitar el ocio. Dime: ¿qué va a hacer un príncipe joven con los jóvenes nobles? ¿Jugar a los dados, sentarse en casa, beber, bailar, fornicar? ¿Es tal tu sistema educativo que prefieres que los jóvenes príncipes se ejerciten en esos pasatiempos? Así, pues, buscan la mejor y más ilustre actividad en la que ocuparse: la guerra.

Tiresias.— Habéis escuchado una razón mídica, 56 como si no hubiera una tercera posibilidad: o hacer aquello o hacer la guerra. ¿No es preferible que participen en las deliberaciones, que escuchen a las personas prudentes, que se esfuercen en los preceptos de la sabiduría, que aprendan a gobernar al pueblo con rectitud y con prudencia, y, que finalmente piensen en los medios con los que puedan ser regidos en paz y con prosperidad las ciudades y los reinos cuya tutela [Pg. 74] asumieron? De la guerra, en efecto, nacen las matanzas, los robos, los incendios y, a causa de la impunidad en que quedan, todas las iniquidades; por el contrario, en la paz las bellas artes toman fuerza y pujanza. Ésta es la función dé los príncipes y de la nobleza, útil a los pueblos y a sus gentes, agradable a Dios; esto lo sé yo que soy pagano y ¿lo ignoras tú que eres cristiano?

Basilio.— ¿Eso es cristiano? ¿Oyes, Tiresias? Sírvete con animales así de las palabras de la Sagrada Escritura o de la autoridad de Cristo. ¿Entiendes que ellos se mueven por las ventajas del momento y no por reverencia alguna hacia Dios o por consideración a la virtud y a la rectitud?

Minos.— Ahora no me extraño en absoluto de que haya entre vosotros personas que no aborrezcan a los turcos, puesto que con nombres de cristianos en el corazón y en el pensamiento estáis tan alejados de Cristo, que no os da vergüenza decir tales cosas nacidas del desenfreno de la pasión, y por cierto delante de este tribunal. Espera el final del diálogo y comprenderás qué importancia tienen estas ideas cristianas y cuánta debía asignárseles en la vida.

Tiresias.— Eso no me atañe, Minos; lo mío es lo del campo y estas cosas son de cierta educación y refinamiento.

Basilio. — Si no te enfadas, Minos; diré que Cristo no se encarga de que los príncipes sean príncipes y los nobles nobles.

Tiresias.— Ciertamente Cristo quiere que un príncipe sea un príncipe pero no un hombre malo, que los nobles sean nobles pero no hombres impíos, como lo eres tú, que has abusado de tal palabra.

Minos.— Expón otras causas, si es que las tienes.

Basilio.— ¿Qué quieres que diga, desgraciado de mí? No puedo a causa del abatimiento, asustado por tus amenazas y por un prejuicio tan grande del propio juez.

Minos.— Se te permitirá defenderte; entre tanto dediquémonos a esto: di otras cosas en mi favor, a fin de que tú mismo conozcas más claramente tu locura.

Basilio.— Vas a escuchar ya, Minos, una defensa que Tiresias no podrá refutar, y no salida de mi locura, como quieres tú, sino de ciertos viejos, que los príncipes tienen en sus consejos y a los que respetan muchísimo por la autoridad de su sabiduría. Con la guerra se busca la gloria, se conserva también la grandeza del imperio e incluso se aumenta; a los príncipes se les manda mirar a sus [Pg. 75] antepasados para saber cuál era su renombre, qué gloria inmortal recibieron los que dejaron aumentado su dominio, qué desprecio o vilipendio los que lo dejaron disminuido. Al mismo tiempo para demostrarlo se traen a colación grandes celebridades consagradas por su antigüedad: los Alejandros, Julios, Pompeyos, y a ti también te nombran entre otros, Escipión. También se les manda que tanto más deben esforzarse en recuperar lo suyo si tienen algún derecho. ¿Tienes algo que oponer a esto también, Tiresias?

Tiresias.— Lo que se lee en los libros de los Misterios: «de los viejos ha partido la iniquidad», aunque no creo que todos los viejos aconsejen lo mismo, sino solamente aquellos que tienen alguna ganancia en la guerra, o bien de los que con razón se dice que son dos veces niños. Todos tus Alejandros, Julios, Filipos y Pompeyos son unos ladrones valientes, cosa que no hemos ignorado ni disimulado los paganos. ¡Cuánto mejor sería pensar en el modo de gobernar bien lo adquirido que en el de conseguir nuevas posesiones! Se dice que César Augusto, al leer las hazañas de Alejandro en oriente, se extrañó de que no reflexionase sobre el sistema y la forma de conservar y gobernar sus conquistas, sino solamente sobre cómo añadir otras a las adquiridas. Escipión, el nieto de éste, siendo censor 57 no quiso en una plegaria solemne como era costumbre suplicar: «dioses, engrandeced la república», sino «conservadla; bastante grande la tenemos, si es que la mantenemos así». Incluso, ¿qué gloria es haberla mantenido con una calamidad tan grande? Y a veces a un joven, tan inexperto en el mando que no serviría ni para una casa mediana, no le basta un reino solo sino que intenta anexionarse otros, no para gobernarlos sino para poseerlos, cuando debería ceder a los demás parte del suyo si tuviese la inteligencia suficiente para comprender qué carga está sosteniendo. En efecto, esos antiguos derechos no son otra cosa que raíces vivas de donde surgen unas guerras enlazadas con otras, si al mismo tiempo no se mata la raíz sepultada en el olvido. ¡Qué caros cuestan a los reyes y a los pueblos! A fe mía, dos reinos iguales al que se ataca podrían comprarse con esos [Pg. 76] mismos gastos, y eso prescindiendo de las víctimas que cayeron por tal motivo, de las ciudades destruidas y de la enorme extensión de campo inmejorable y fertilísimo devastado. Si tú no te negares a reinar en medio de tantas desgracias humanas, no me extraño de que pienses así de Cristo. Y no me detengo en examinar cuán inútiles resultan esos derechos a cualquier título antiguo.

Escipión.— ¿Qué pasaría si ahora resucitasen aquellos antiguos romanos y reclamasen por medio de la guerra 58 todo el mundo, desde Cádiz hasta los ríos Tigris y Éufrates?

Basilio.— Vuestra razón es muy distinta, pues lo que conquistasteis con las armas, con las armas lo perdisteis.

Escipión— ¡Como si en estos tiempos hubiese otro derecho sobre todos los dominios y reinos! Pero sobre la guerra quiero expresar unas breves palabras yo mismo, que viví y me eduqué desde niño en medio de las armas, casi nací justo en el campamento y aprendí la milicia por mí mismo y por mi voluntad, y hablaré de aquellos países en los que hice mis campañas, esto es, de Asia, a donde marché teóricamente por cierto como legado 59 de mi hermano Lucio, pero en realidad y por la función desempeñada como general. Si los príncipes de Europa, ciegos por el odio entre ellos y enloquecidos por la discordia, quisiesen trasladar sus ejércitos desde las tierras cristianas a las de los turcos, conseguirían todo lo que desean de forma más abundante y copiosa, y no se ejercitarían menos sino con mayor grado puesto que sería contra hombres muy distintos, muy alejados, enemigos de su religión y del nombre cristiano, a quienes les parecería perseguir como a fieras en una cacería. En cuanto al ejército, tendrían un botín más rico y cuantiosos sueldos, por tratarse del extenso dominio turco y de la rica Asia. Además los príncipes tendrían ocasión y pretexto de extender su imperio en extensiones tan grandes de mar y tierra.

[Pg. 77] Si entre ellos hay alguno uno ávido de oro y de riquezas, yo le mostraré aquellos ricos botines de Grecia, Tracia, Macedonia, el Ponto, Mesia, Panonia, Egipto. Siria y finalmente de todos los pueblos conquistados por los turcos en tantas victorias seguidas; además, aquellas riquezas de Asia, incontables, increíbles: ¿queréis oír cuán numerosas son? Con ellas solas se mantenían los enormes y desmedidos ejércitos de nuestra ciudad. Si no me creéis a mí, traeré aquí el testimonio de Cicerón, hombre bien conocido de vosotros. Yo no lo vi allá arriba, por cierto, pero aquí nos conocemos todos: «sin embargo, cualquiera prefiere el mando, el dominio, un reino; esto espera y trata de conseguir». ¿Qué desgracia es esta locura de luchar entre sí doscientos o trescientos años por diez o doce mil pasos? Producen y reciben daños muy atroces, hasta que quebrantados y desesperados tienen que hacer la paz. No hay nadie que en poco tiempo no pudiese conquistar en Grecia y Asia un reino mayor y más rico que aquél del que había partido para la guerra, de tal forma que habría peligro de no cambiar fácilmente el nuevo por el antiguo. En un dominio tan dilatado y tan extenso todos podrían ocupar una parte amplia, y les estaría permitido tomar en abundancia y a manos

llenas. En cuanto a la forma de hacer la guerra alguien podrá tener dudas; yo la explicaré no sólo a partir de lo que yo hice allí, sino de lo que he visto, he oído y he leído.

Los turcos tienen en Asia los recursos patrios: el Asia Menor, que comprende el Euxino, la Propóntide, el Helesponto hasta el golfo de Iso y por el oriente el monte Tauro más o menos, pues no la delimito con toda exactitud. Con las victorias de su padre 60 se añadieron Egipto y Siria, después de haber derrocado al sultán. Ya en Europa el imperio turco comprende desde Bizancio en Tracia, en donde ahora está su palacio real que en tiempos de sus antepasados había estado en Prusia de Bitinia, hasta el Danubio, Hungría y los mares Adriático, Jónico y Egeo, regiones recordadas hace poco por Polipragmon.

Las fuerzas y todo el potencial del ejército le vienen de Misia, [Pg. 78] Tracia, Grecia, Macedonia y de regiones habitadas por cristianos; de ellos roban a los niños pequeños, a los que obligan a renegar de Cristo y luego los acostumbran a la guerra; los llaman mamelucos 61 y son el principal sostén del ejército; éstos, obligados y a su pesar, sirven a un dueño muy rígido, habiendo sido cambiados a una creencia distinta de la religión y de la piedad de sus padres, y en la que ellos mismos habían sido iniciados e impregnados desde muy niños. Así, pues, si a éstos no los retuviera el miedo del poder ¿quién cree que harían lo que ahora hacen a la fuerza y con repugnancia? La propia Grecia y los países cristianos, no sólo oprimidos por una esclavitud tan fuerte sino, lo que es peor, con sus hijos pasados a la impiedad, no esperan otra cosa que el nombre del ejército cristiano para sacudirse el yugo, que ellos mismos no se atreven ni pueden atacar sin alguna esperanza de vuestros ejércitos.

En efecto, al primer movimiento, como los turcos han dispuesto fuertes guarniciones en ciudades y fortalezas, antes de que los cristianos pudieran ceñirse las armas y juntarse, serían matados por los soldados de las guarniciones. Es necesario que vosotros no sólo combatáis esa primera fuerza de las guarniciones, sino que la debilitéis y la destruyáis. Los mamelucos huirían hacia su patria, sus padres, abuelos, hermanos, hermanas y hombres cristianos. Pero no quiero que se pasen, sino que defiendan y protejan abiertamente a su tirano, con la sola excepción de que los países cristianos no le envíen ayudas desde Europa, en la que él no ignora que está asentado como en tierra ajena, sostenido y apoyado en el miedo y a causa de la debilidad de sus gentes, así como por estar los príncipes cristianos ocupados y enzarzados entre sí. Pero al primer movimiento de la guerra que emprendáis no se atrevería a fiarse de los europeos, como extraños y enemigos por naturaleza, a los que sabe que retiene bajo su mando por opresión y a pesar mayor. Por tanto, se retiraría a Asia, fuente y origen de sus recursos, de sus tropas, de su dominio, del reino y del imperio de sus antepasados.

[Pg. 79] Que se vaya, en verdad, los dioses lo quieran, y la guerra pasaría allí. Nunca ha penetrado Europa en Asia que no la haya conquistado y sometido; nunca ha penetrado Asia en Europa que no haya sido rechazada con un enorme desastre. Lo demuestran Milcíades y la llanura de Maratón. Tesmístocles junto a la isla de Salamina, Lucio Sila en Queronea; en estas batallas unos pocos miles de europeos combatieron no con muchos miles de asiáticos, sino con muchos millones. Por lo que toca a Asia y pasando por alto la famosísima guerra de los griegos 62 con Príamo y los troyanos, el pueblo de Atenas tuvo colonias en la costa de Asia, doce ilustres ciudades, las más importantes sin duda de toda Asia tanto por el número de habitantes como por la abundancia de recursos y por sus fuerzas. Los galos fueron dueños de aquella parte que ahora por su nombre se llama Galacia. 63 Alejandro en pocos años y con treinta mil soldados sometió toda Asia, 64 no sólo la que ahora dominan los turcos sino hasta la India y, el océano que se extiende por aquellas tierras. Mi hermano en una sola batalla llegó hasta el Tauro, de donde recibió el sobrenombre de Asiático, y Gneo Pompeyo en poco tiempo hasta el Éufrates y las tierras septentrionales, pueblos salvajes y toscos, cuyos nombres indicarían por sí mismos su barbarie. El dictador César en tres horas venció a Farnaces, hijo de Mitrídates, de tal forma que pudo asignar a su triunfo las palabras: «llegué, vi, vencí». Pasaré por alto a Ventidio Baso, 65 a Tiberio Claudio, a Trajano y a muchísimos otros, que en Asia llevaron a cabo grandísimas empresas con igual facilidad y éxito.

[Pg. 80] Por eso los hombres de esta época han de sentir más vergüenza de que en su tiempo haya ocurrido esto, que antes ni siquiera se había oído contar desde que hay recuerdo humano. Nombres difíciles y horribles, y ejércitos numerosos resuenan en los oídos: jonios, paflagones, cilicios, pónticos, fenicios, sirios, egipcios; igualmente clases de hombres armados: hipotoxotas 66 (infantes), catafractos (jinetes de armadura ligera); también flotas enormes que no caben en ningún puerto y apenas en el propio mar, abundancia increíble de oro y de plata. En la antigüedad todo eso se atribuyó jactanciosamente a Antíoco, 67 rey de esa tierra, y todavía con mayor grandeza a Egeo de Acaya con motivo de una asamblea de muchos pueblos celebrada allí. Resulta gracioso que a un discurso suyo de tanta importancia, reproducido por Tito Livio en su obra, 68 contestó por su parte Tito Quintio: «el Rey se vanagloria de las nubes que levanta su infantería y su caballería, y cubre los mares con sus flotas». Es algo muy semejante a una comida de un calcidio que me invitó, hombre bueno y anfitrión entendido; recibidos en su casa con afabilidad en época de solsticio, 69 al extrañarnos de una caza tan variada y abundante en aquella época del año, el hombre sin fanfarronería, no como ésos, y sonriendo dijo: a fuerza de condimentos se ha conseguido tal variedad y apariencia de carne salvaje con un jabalí domesticado.

Esto puede aplicarse bien a las tropas del rey, que hace poco eran mencionadas con jactancia, así como a las diversas clases de hombres armados y a los muchos nombres de pueblos jamás oídos. En efecto, los dacios, los medos, los cadusios 70 y los elimeos tienen todos más de esclavos por su naturaleza servil que de soldados.

¿Acaso creéis, en verdad, que la victoria depende del número de soldados? Yo tomo cuarenta mil soldados elegidos como los que [Pg. 81] llevé a África (ciertamente no tuve tantos cuando vencí a Aníbal), y dejo el resto del mundo al enemigo; cuanto mayor fuera el número de ellos tanto mayor sería mi esperanza de victoria pues ¿qué otra cosa ocurre con tan gran cantidad sino que se empujan entre si, que el número les impide el poder luchar con libertad y fácilmente? ¡Ojalá fuesen tan numerosos los enemigos que su espacio les resultase estrecho!

No me detendré en una cuestión conocida por todos los buenos generales o jefes, esto es, que vale más un número moderado de soldados valientes y bien equipados que una muchedumbre incapaz de ser gobernada, que ni podría recibir ni cumplir las órdenes, y que lucharía como a cada uno le pareciera, no como al jefe. Hay muchos y muy importantes ejemplos en los que lo que más contribuyó a la salvación en el combate fue el número moderado y bien dispuesto, y lo que más contribuyó al desastre fue la enorme y descomunal cantidad de tropas. Me atrevería a asegurar, yo que soy un hombre que siempre se ha desenvuelto en medio de guerras, que muy raramente ha habido vencedores por ser superiores en número, a no ser que casualmente el enemigo sea notoriamente menos numeroso. Y siempre será posible pedir refuerzos de la patria, si fuera necesario, pero no lo será contra un enemigo tan poco guerrero.

Pero podría decir alguien: ahora la realidad es distinta, distintas las circunstancias, distinta la situación de Asia. Personalmente no lo ignoro, pero los espíritus y las fuerzas son los mismos. En cuanto a mi afirmación de que Asia es poco guerrera, si se debiese a ignorancia mía o a la falta de práctica militar, confesaría ciertamente que puede cambiar, pero como se debe a la naturaleza y no a la casualidad admito que puede corregirse de alguna forma, pero no que puede cambiarse por completo. En efecto, el filósofo Aristóteles y muchísimos otros grandes hombres, que se preocuparon de investigar la naturaleza y las causas de las cosas, nos han transmitido que la raza más fuerte y más animosa del mundo es la que habita Europa, 71 así como que los asiáticos son hombres temerosos y nada aptos para la guerra, más parecidos a mujeres que a varones, de tal forma [Pg. 82] que Europa no sólo cría hombres más animosos y fuertes que los demás sino también animales. Así, los leones que nacen en Europa tienen más coraje que los cartagineses, y lo mismo los perros, los lobos y el resto de los animales, a pesar de que los africanos muestran más ferocidad precisamente en el rostro.

Por tanto, aunque los turcos tuviesen los ejércitos más aguerridos, formados con soldados de otras partes, yo colocaría su gran esperanza de victoria en la indolencia de sus jefes, que son todos asiáticos, pues preferiría, como dijo uno de forma prudentísima, un ejército de ciervos mandados por un león a uno de leones mandados por un ciervo. Alguien podrá aducir la experiencia de esta época, en la que los asiáticos han sometido parte de Europa; como si en verdad nunca se hubiese oído decir que los mejores a veces son superados por los peores, bien por sus propias discordias, bien por despreciar a los inferiores, bien por meterse incautamente en el peligro o, finalmente, debido a alguna circunstancia imprevista, como nos perdió a nosotros en las Horcas Caudinas 72 el penetrar temerariamente entre los montes, o en el Trasimeno la niebla que se extendió. ¿Qué hubiese ocurrido si, después de los tres enormes descalabros en el Trebia, en el Trasimeno que hace poco he mencionado y luego en Cannas, alguien hubiese proclamado que las fuerzas de nuestro pueblo eran inferiores a las de los cartagineses, y nos hubiese obligado a pedirles la paz con súplicas?; ciertamente ése, sin haber sopesado nuestras fuerzas y recursos ni las de los enemigos, en una desesperación demasiado rápida hubiese dicho adiós para siempre al poderío romano, como habían pensado Lucio Metelo 73 y algunos otros jóvenes, a los que yo saqué de tal locura. La temeridad de nuestros generales nos había abatido; tan pronto como elegimos para el pueblo jefes más cautos, nuestra situación mejoró y me apoderé de Cartago.

Las discordias de Europa, primero entre los príncipes de Constantinopla, entregaron Asia a los turcos, lo que les abrió la puerta de Tracia; luego, las disensiones entre los reyes de Europa y las guerras, [Pg. 83] que surgen unas de otras como las cabezas de la Hidra, 74 les aumentaron el ánimo para extenderse más ampliamente en Europa. Cuando se da la prosperidad, cualquiera la recibe, incluso el más indolente. Todo el mundo sabe gobernar el timón en medio de la calma. Con éxitos tan grandes por culpa vuestra se han vuelto un poco más audaces. A veces con algún aprendizaje se corrige un defecto de la naturaleza, pero no se elimina, y, si cesa el aprendizaje, la propia naturaleza poco a poco vuelve a llevar hacia ella lo que es suyo; finalmente, superado y eliminado el aprendizaje, se apropia ese defecto.

Si los vientos soplasen un poco en sentido contrario y dirigieseis contra ellos vuestros odios y vuestra cólera, inmediatamente conoceríais el espíritu de los asiáticos. La adversidad descubriría y daría a conocer sus corazones, que una prosperidad tan prolongada ha escondido y ocultado; entonces pondrían de manifiesto que ellos no han sido fuertes y valientes por su fuerza y su valor, sino por vuestra culpa. Sin lugar a dudas, o bien yo soy un completo desconocedor de la milicia, o bien con los ejércitos y que en estos momentos hay en armas en Italia y en Alemania, según ha contado Polipragmon, para no lamentar ahora grandezas pasadas con ellos precisamente puede conquistarse y someterse, con tal de que pongan empeño, esfuerzo y, mantengan la concordia basada en la fidelidad, todo lo que está sometido al imperio y dominio de los turcos. Pero las posesiones turcas no serían ocupadas como las de los cristianos por los cristianos, entre los cuales todos los territorios vencidos y ocupados por la fuerza de las armas, al estar llenos de polémicas, se defienden con gran esfuerzo. Lo que ha sido tomado una vez, es reclamado para siempre por el que lo ha perdido y por sus herederos; no hay ningún final para los conflictos y las peleas. Y no raramente acontece que, al invadir territorio ajeno, se pierde el propio, ya que entre ellos la espada choca contra la espada y entre iguales los conflictos sólo terminan con la muerte.

Con los turcos no hay identidad de derechos ni es igual el peligro.

[Pg. 84] Con ellos el que haya ganado la batalla habrá ganado la guerra. Asia no es como para preparar un segundo ejército cuando acaba de perder uno, a no ser que casualmente envíe una multitud sin fuerzas y desordenada, dispuesta a entregarse no a trabar combate. Podéis ver las importantísimas y enormes recompensas. Añadid a todo eso la honra ilustre, ya sea y por la ampliación de las fronteras del imperio, porque los países más alejados oyen resonar vuestras armas, porque con la administración de los asuntos más importantes os ganáis en una gran extensión un extraordinario renombre, que por cierto en mi tiempo se consideraba lo más glorioso y loable, ya sea por librar a los pueblos de Europa del miedo y de la servidumbre a los turcos, así como por ampliar y propagar la religión a muchísimos. No sé si a Cristo le parece lo mismo, pero realmente es un mal más tolerable que aquella locura de guerra civil.

Tiresias.— Más bien guerra de hermanos, puesto que todos ellos se llaman hermanos y reconocen como padre único al Dios celestial. Sin embargo, la religión se amplía y crece con los buenos consejos y con el ejemplo de la vida, no con la fuerza o las armas. Los corazones humanos no pueden ser obligados o arrastrados, pueden ser guiados.

Minos.— Una multitud inmensa nos rodea ya; por favor, Tiresias, di en pocas palabras qué remedio piensas finalmente que puede encontrarse para estos males; quizás nos esforzaremos en llevar a los de arriba tu consejo por medio de Mercurio 75

Tiresias.— No creo que sea momento para consejos, pues las crueles y atroces pasiones de los amigos se han apoderado de todo, y no hay ninguna posibilidad para los consejos. Pero expondré mi opinión en pocas palabras, como pides. Ante todo, las únicas armas de los cristianos, su único baluarte, pero fortísimo e inexpugnable, es la defensa de su Cristo; si él los acepta, serán invencibles e invulnerables para todos los países y pueblos, pero, si los rechaza ¿qué otra cosa podrían ser que botín? Pero los aceptará, con tal de que ellos mismos lo quieran, pues está abierto y sale al encuentro de los que [Pg. 85] vuelvan a él mismo. Abran los ojos, dense cuenta de qué protección tan grande y tan invencible tienen, y vuelvan a él; miren sólo a él con los ojos fijos y sin pestañear y, no contentos con el solo nombre de cristianos, cumplan con una práctica tan importante y tan ilustre en la realidad y en los hechos; pidan y supliquen a Cristo la paz y el perdón; luego, dejadas las guerras, los odios, las rivalidades, las riñas y las disensiones, quiéranse bien entre sí y ámense mutuamente, que es lo que únicamente le agrada y lo que constituye la esencia de sus mandamientos; no confíen en sus fuerzas o en sus armas, sino en Cristo. Y por lo que respecta a la actividad y al esfuerzo de los hombres, sin dificultad se curarían la herida abierta hasta ese momento, si los dos jóvenes, satisfechos con los dilatadísimos dominios que poseen, pudieran avenirse a vivir en amistad y en concordia entre ellos, o, si les pareciere bien aumentar su reino, guerreasen contra uno completamente ajeno y enemigo de la religión antes que contra uno allegado por la sangre y unido por la iniciación en los misterios. En efecto, no creo yo que el tercero 76 impida que la concordia entre ellos sea sólida, ya que con un poco de retraso, sin duda por la separación tan grande en la tierra y en el mar, pero con excelente y piadoso espíritu envió ayuda hasta Hungría por medio de una legación; otorgó lo que pudo. A pesar de que está muy lejos para darse cuenta de estas guerras a causa de la separación de su isla del continente, sin embargo creyó que era de su incumbencia esta guerra, en la que en regiones ciertamente muy alejadas y separadas se trataba, no obstante, de la disputa por el territorio de un príncipe cristiano contra los mahometanos.

Todavía tienen los cristianos la parte más segura de Europa: Alemania, dejen de luchar entre sí, de otra forma están perdidos; fortifiquen, hagan fuerte Alemania con fortalezas y baluartes, pero, sobre todo, con la unión del pueblo ya que, si ésta se produce, será inexpugnable. Únanse para que no se apoderen de Alemania; de otra forma con seguridad tendrán que dejar la posesión del occidente y huir en grandes flotas al nuevo mundo los que no quieran vivir bajo su dominio. Y ni aún allí les dejarán vivir tranquilos esos hombres, [Pg. 86] picados por el delirio de la codicia y de la ambición. En efecto, ¿qué queda para oponerles resistencia si se apoyan y se afianzan en Alemania? Todo sería juego de niños. Causa pesadumbre decir qué débil resulta todo lo demás frente al dueño de Alemania y de tantos pueblos y reinos. Ciertamente Europa es la más fuerte de todas. Pero ¿qué importa, si ellos dominaran su parte más importante?

Y no esperen que los turcos vayan a detenerse o que, satisfechos con sus conquistas, vayan a desaprovechar la ocasión fácil que le ofrecen las discordias de los cristianos. Incluso al retirarse de Hungría amenazaron con su vuelta a aquellas tierras y pueblos para la próxima primavera. Así, pues, únanse para la paz con anterioridad a ese momento y deliberen sobre la salvación común en interés de todos no sea que, mientras siguen luchando con toda violencia, el enemigo común fresco, intacto y fuerte se apodere del vencedor cansado, vencido y quebrantado.

Pero nada de eso hay que temer si permanece una fuerte y sólida concordia entre los cristianos, sin la cual no puedan obtener la victoria y salvarse. Ciertamente si a estos planes da su aprobación Cristo, que solo tiene más poder y fuerza que el resto del universo, protegerá a los suyos como buenos, como abandonará a los malos, esto es, a los que están lejos de él; y no habrá nada más débil que los abandonados, igual que no habrá nada más fuerte que aquéllos a los que él mismo haya tomado bajo su cuidado y protección.

Minos.— ¿Piensas, Tiresias, que harán estas cosas y que prestarán oídos a consejos tan buenos?

Tiresias.— Las harán o no las harán.

Minos.— Ésta es tu costumbre; así nunca mentirás.

Tiresias.— Por eso tengo esa costumbre. Pero lo que te aseguro es que, si no las hacen, llegará el momento, ¡ojalá no sea pronto!, en el que quisieran haberlas hecho; ¡ojalá que no sea tarde!

Brujas, Octubre de 1526.

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1 . Como ocurre en los Diálogos de la Exercitatio linguae latinae, los nombres de los personajes que intervienen suelen ser parlantes, esto es, aluden a características de los mismos.

1º) Minos, hijo de Zeus y de Europa, fue rey de Creta; juntamente con su hermano Radamantis actuaba de juez de las almas en los infiernos.

2º) Tiresias, hijo de Everes y de la ninfa Cariclo, es el adivino por excelencia en la mitología griega.

3º) Basilio Colax, de acuerdo con la etimología de su nombre, es el prototipo del cortesano adulador.

4º) Polipragnon, también de acuerdo con el origen griego de este nombre, es un hombre típico de negocios.

5º) En cuanto a Escipión, bien sabido es que existieron varios personajes famosos con este nombre. El que intenviene en este Diálogo es Publio Cornelio Escipión el Africano (235-183 a.C.), uno de los estrategas más sobresalientes de la historia de Roma; su victoria más importante la obtuvo en Zama en el año 202 a.C. sobre Aníbal. En el Diálogo se aludirá también a su hermano, Lucio Cornelio Escipión el Asiático, a quien acompañó el Africano en la guerra contra Antíoco III.

2 . Como el diálogo tiene lugar en el mundo subterráneo, al decir «arriba» hace referencia al mundo de los hombres, la tierra.

3 . Bóreas es el viento frío del norte.

4 . Plutón es un sobrenombre de Hades, dios de los infiernos. En Iatín es designado con el nombre Dis, dios romano de las riquezas, que fue identificado con el Hades griego.

5 . Esta expresión, que alude al carácter materialista de la filosofia epicúrea, corresponde a Horacio, Epístolas, I, IV, 15-16: «Cuando quieras reírte, ven a verme, un hombre gordo, reluciente, con la piel bien cuidada, un puerco de la piara de Epicuro».

6 . Midas era un rey de Frigia, a quien el dios Dioniso le concedió el don de transformar en oro todo lo que tocaba; al irse realizando este privilegio, Midas tuvo que suplicar al dios que se lo retirase, ya que incluso lo que iba a comer se transfomaba en oro.

7 . Esculapio, Asclepio en Grecia, hijo de Apolo y de Corónide, era dios de la medicina.

8 . Son los tres filósofos que encabezan las más importantes escuelas dentro de la escolástica medieval. Santo Tomás de Aquino (1225-1274) se basó fundamentalmente en Arisrtóteles para construir un sistema filosófico y teológico de gran perfección. Duns Escoto (1265-1308), llamado el Doctor sutil, defendió tesis opuestas a las de Santo Tomás, siempre dentro de la ortodoxia cristiana. Guillermo de Ockham (1295-1349) representa una postura más radical tanto en contra de Santo Tomás como de Escoto.

9 . Vives establece una contraposición entre monjes y órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos) nacidas en el siglo XIII; a los franciscanos los designa con el nombre de «minoritas»; a su vez, dentro de los franciscanos se produjo una escisión: los conventuales (Vives los llama «claustrales» y los observantes.

10 . Vives pone en boca de Polipragmon un resumen, no del todo exacto, de la actividad de Alfonso V el Magnánimo (1394-1438) en relación con la conquista del reino de Nápoles. En efecto, fue adoptado por Juana II cuando estaba sitiada por Luis III de Anjou; salió Alfonso con su escuadra el 25 de junio de 1421 y entró en Nápoles el 5 de julio. Poco después la Reina, veleidosa como era, llamó a los rivales de Alfonso, siendo derrotado por Sforza. En su ayuda llegó una escuadra catalana, con la que se volvió a apoderar de Nápoles. Por su parte, Juana nombró heredero a Luis de Anjou en 1424. Alfonso, tras una prolongada estancia en España, volvió a Italia el 26 de mayo de 1432; en 1435 sufrió una grave derrota frente en la isla de Ponza, en la que cayó prisionero. Tras recibir la libertad del duque de Milán, de nuevo se dispuso a la conquista de Nápoles; después de diversas vicisitudes fue roturada la ciudad el 2 de junio de 1442.

11 . Precisamente Alfonso V hizo grandes esfuerzos para evitar que Constantinopla cayera en poder de los turcos; después de su caída el Papa Nicolás V propuso un alianza de los estados cristianos contra los turcos, poniendo como primera condición la pacificación de Italia. En 1455 se unieron Alfonso V, Francisco Sforza y Florencia, pero sus esfuerzos no llevaron a buen término.

12 . Aunque estaba en territorio francés, el ducado de Borgoña desarrolló un política contraria a la casa real francesa y a favor de Inglaterra, sobre todo, en el último período de la guerra de los Cien Años.

13 . Carlos VIII (1470-1498), hijo de Luis IX, heredó la corona de Francia los 13 años; su espíritu caballeresco le impulsó a empresas guerreras, entre ellas, la conquista de Nápoles, que consiguió en 1495.

14 . Efectivamente, Luis XI, (1423-1483) fue un Rey poco querido de los franceses, sobre todo, de los nobles, a los que combatió.

15 . El nombre de la isla de Eubea aparece repetido en el original.

16 . El reinado de Carlos VIII en Nápoles duró sólo del 21 de febrero al 7 de julio de 1495.

17 . Bayaceto II (1467-1512) sucedió a Mahomet II, el conquistador de Constantinopla; una sublevación de genízaros le obligó a abdicar en su hijo tanto, muriendo envenenado pocos días después. Por tanto, hay aquí una confusión de Vives, quien atribuye la muerte por envenenamiento al hermano de Bayaceto.

18 . Esta fábula aparece ya en Esopo, nº 86 de la edición de E. Chambry; la misma enseñanza aparece en el episodio sobre la cola del caballo de Sertorio, que narra Valerio Máximo, VII, III.

19 . Luis XII (1462-1313) sucedió a Carlos VIII; poco después de subir al trono conquistó Milán (1499).

20 . Fernando el Católico (1452-1516), hijo de Juan II y sobrino de Alfonso V el Magnánimo. La hermana, a la que alude Vives, era Juana de Aragón, que se había casado primero con Fernando I de Nápoles y luego con Fernando II de Nápoles; por tanto, hay una equivocación de Vives en el nombre del primer Rey de Nápoles, que él llama Alfonso.

21 . En realidad, no hubo guerra previa entre Luis XII y Fernando el Católico por causa de Nápoles, pues ambos habían llegado en noviembre del año 1500 al tratado de Granada, por el que compartirían dicho reino. Las hostilidades se desataron después del tratado, quedando España como dueña de Nápoles; en 1503 se llegó al tratado de Lyon, que ponía término a la guerra entre franceses y españoles.

22 . El Papa Julio II (1441-1513) desarrolló una política parecida a la de los reyes de la época, y por eso recibe la critica abierta de Vives. En 1508 organizó la Liga de Cambray contra los venecianos, y después logró expulsar de Italia a Luis XII; la muerte le impidió hacer lo mismo con España.

23 . Vives es muy aficionado al empleo de refranes, en lo que coincide con grandes escritores, como Fernando de Rojas y Miguel de Cervantes.

24 . Al decir Vives que Julio II favorecía a Cayo César, quiere decir que defendía los intereses italianos en contra, sobre todo, de los franceses; sin duda, hay una reminiscencia de la Guerra de las Galias de César.

25 . En esta frase se percibe la simpatía de Vives por Francia; en el texto latino hay un juego de palabras excomunicata-comune, que es difícil reflejar en castellano.

26 . El Papa León X (1475-1521) participó en la batalla de Rávena, anteriormente citada, en la que precisamente cayó prisionero, logró escaparse y poco después era elegido Papa (1513); en el mismo año reorganizó a sus aliados en la Liga de Malinas, que favoreció a España. Sin embargo, la incorporación de más se debió más a la sagacidad de Fernando el Católico que a un regalo del Papa, según parece insinuar Vives.

27 . Francisco I (1494-1547) sucedió en el trono francés a su suegro Luis XII; su reinado estuvo marcado por la oposición a la política española. Aquí alude Vives a su conquista de Milán.

28 . Vives siempre da muestras de humor y de ironía, como lo hace en esta frase.

29 . Prosérpina era la diosa de los infiernos, y por eso la invoca Minos.

30 . El compuesto «filocelta» alude a los orígenes célticos de los franceses; este pueblo indoeuropeo se estableció en Francia, y también pasó a España e Irlanda; los celtas más famosos fueron los galos, contra los que combatió Julio César en sus célebres campañas, y de ahí procede esa identificación de lo celta con lo francés. En la traducción se ha mantenido el compuesto, igual que en filobuenos.

31 . Maximiliano I (1459-1519) echó los cimientos de las dos casas de Austria, la española y la austríaca. A su muerte entraron en liza para sucederle como Emperador su nieto Carlos y Francisco I. Ambos trataron de ganarse la voluntad de los siete electores por medio de dinero; Francisco contaba con la ayuda de los Médicis, mientras Carlos tuvo que endeudarse en medio millón de florines con el banquero Jacob Fugger. La elección recayó en Carlos, que contó con una importante rémora económica desde el principio. Vives demuestra conocer bien los entresijos de la política de aquellos momentos. Por otra parte, establece una comparación entre Carlos y Francisco, que llegaría a convertirse en lugar común de la historia de la época.

32 . La interpretación dada por Vives al movimiento de las Comunidades es precisamente el que dio la nobleza ya hacia el final del mismo, esto es, que había sido una revuelta de los plebeyos contra los nobles; aunque hubo algunas manifestaciones de este tipo, tal interpretación no coincide con la realidad. También es verdad que ha sido uno de los episodios más controvertidos de la historia de España, sobre el que se han dado opiniones muy dispares.

33 . Francisco I, con ocasión de la guerra de las Comunidades, quiso restablecer en Navarra la anterior dinastía, de origen francés. Sin embargo, como bien señala Vives, la unión de imperiales y comuneros desbarató los planes de Francisco.

34 . Alusión a las dificultades que tuvo Carlos I en Valenciennes el 20 de octubre de 1521; en efecto el 5 de octubre había despedido a 18.000 infantes debido a un falsa confidencia, que le anunció que Francisco I se retiraba de San Quintín.

35 . Vives narra a grandes rasgos, pero con bastante exactitud, los acontecimientos bélicos que precedieron a la batalla de Pavía, así como la batalla misma, que supuso un triunfo muy importante para los intereses del Emperador. Precisamente la delicada situación consiguiente a esta victoria fue lo que motivó la carta de Vives a Enrique VIII, que aparece recogida en esta recopilación.

36 . Francisco I fue hecho prisionero en Pavía y llevado a Madrid; aquí se firmó el tratado de paz que le permitió recobrar la libertad, dejando a sus dos hijos como rehenes.

37 . Francisco no cumplió las condiciones pactadas en el tratado de Madrid, antes bien formó junto con el Papa y los príncipes italianos la Liga de Cognac en contra de Carlos I. Nótese la simpatía de Vives hacia Francisco al decir que «retrasó la entrega de lo que había prometido»

38 . No es extraño que un pacifista como Vives tuviera una opinión tan agresiva sobre los soldados. Nótese cómo se iba originando la leyenda negra antiespañola, ya que por el comportamiento de los soldados españoles iba naciendo el odio contra todo lo español.

39 . La alusión corresponde a Cicerón, Pro L. Flacco, 26, 61.

40 . Bajo el mando de Solimán el ,Magnífico los turcos amenazaron seriamente la Europa occidental: en 1521 se había apoderado de Belgrado y en 1522 de la isla de Rodas; en 1526 derrotó a los húngaros en Mohacz y se apoderó de Buda; a estos últimos hechos es a los que se refiere Vives en este pasaje.

41 . A pesar de que Polipragmon se lamenta de no haber vivido más para poder contemplar el final de aquellos trágicos acontecimientos, tal vez no le hubiese merecido la pena: poco después, en 1527, tenía lugar el horrible saqueo de Roma y en 1529 los turcos sitiaban Viena. Vives no los conocía aún, ya que el presente Diálogo está fechado en 1526.

42 . Río de Italia en la región del Bruzio, famoso por la victoria de los locrios sobre los de Crotona infinitamente más numerosos.

43 . Así como Vives tenía un elevado concepto de la Roma antigua, de la Italia de su tiempo tenía una opinión bastante negativa, como se percibe claramente en este pasaje y en otros varios.

44 . Esta cita corresponde a Horacio, Epodo, VII, 17-20, y es una alusión a las guerras civiles entre los romanos del siglo I a.C.

45 . Se trata de Carlos el Temerario, quien gobernó el ducado de Borgoña y el Franco Condado entre 1467 y 1477; al morir, su hija María no pudo evitar que Luis IX conquistara Borgoña. Precisamente la devolución de ese ducado estuvo entre las condiciones de la paz de Madrid entre Francisco I y Carlos I, pero el monarca francés se negó a cumplir lo estipulado.

46 . Es una alusión a un pasaje de Homero, Ilíada, III, 156-160, en el que unos viejos, al contemplar la belleza de Helena, dan por buenos los esfuerzos de la guerra de Troya.

47 . En diversos pasajes de las obras de Virgilio se encuentran alabanzas de Italia, una muy amplia en Geórgicas, II, 136-176, con mención de sus tierras, ciudades y hombres.

48 . El sextercio era una moneda romana de poco valor, equivalente a cuatro ases.

49 . Son las sombras de los muertos que llegan al juicio de Minos.

50 . Seguramente alude Vives a Francisco I, que años después pactaría claramente con los turcos.

51 . Referencia a las bombardas, que empezaron a ser muy utilizadas en el siglo XIV y tomaron auge en el XV.

52 . En la historia de Grecia se conoce por «sincretismo» la unión de los diversos estados griegos conga un enemigo común.

53 . El pasaje corresponde a Lucano, Farsalia, VIII, 430, si bien Vives lo interpreta libremente, ya que literalmente dice así: «la única nación del mundo de la que podría alegrarme que César triunfara».

54 . La versión de que Tiresias fue rey de Tebas no ha podido ser documentada.

55 . Disminutivo de uno de los nombres atribuidos a Basilio, esto es, Colax.

56 . Este adjetivo es derivado de Midas y hace referencia a Basilio como descendiente del Rey Midas, según afirmó este personaje al comienzo del Diálogo.

57 . Se refiere Vives a Publio Gornelio Escipión, Nasica, censor en el año 159, que no era descendiente de Escipión el Africano.

58 . Con la expresión por medio de la guerra se ha traducido la latina per fecialem et patrem patratum. En Roma los feriales constituían un colegio de veinte sacerdotes, presididos por el pater patratus. Estaba a su cargo todo el ritual de la declaración de las guerras y de la firma de los tratados. Se remonta hasta ellos el origen del derecho internacional.

59 . Los legados eran en el ejército romano lugartenientes del general; no tenían una misión específica, sino aquellas que el general les encargaba en momentos determinados.

60 . Referencia a Solimán el Magnífico y a su padre, Selim, que conquistó para el imperio turco Siria, Palestina y Egipto.

61 . Vives emplea el término «mameluco» en sentido muy amplio; por su origen significa «esclavo», y como tales entraron en Egipto, pero con el tiempo llegaron a hacerse dueños de este país, estableciendo la dinastía de los mamelucos en 1260; en 1517 fueron derrotados por el sultán turco Selim.

62 . Escipión resume en este pasaje los choques bélicos entre asiáticos y europeos: el más famoso fue el de la destrucción de Troya, y después las guerras médicas, en las que sobresalieron Milcíades y Temístocles. La victoria de Lucio Sila en Queronea fue sobre Mitrídates, rey del Ponto, en el año 86 a.C. Alude a continuación al establecimiento de prósperas colonias griegas en la costa de Asia Menor, tales como Mileto y Éfeso.

63 . El parecido del nombre lleva a Escipión a afirmar que los galos dominaron en Galacia (Asia Menor); no fue así, pero lo cierto es que ambos pueblos son de origen celta.

64 . Continúa Escipión con el relato de las conquistas de los europeos en Asia: las hazañas de Alejandro, la victoria de su hermano Lucio Cornelio Escipión el asiático contra Antíoco III en Magnesia, las victorias de Pompeyo contra los partos, la fulgurante Victoria de César sobre Farnaces.

65 . Publio Ventidio Baso fue enviado como legado por Marco Antonio, después de la paz de Brídisi, para luchar contra los partos. Tiberio Claudio es el Emperador Tiberio Claudio es el Emperador Tiberio, quien recuperó las enseñas perdidas en Karrai. También el Emperador Trajano hizo campañas en oriente como legado de su padre.

66 . Los hipotoxotas constituían un cuerpo de arqueros, mientras los catafractos eran jinetes de armadura pesada de origen oriental, que en el ejército romano fueron introducidos a partir de Adriano.

67 . Referencia a Antíoco IV Epífanes de Comagene, aliado de Roma en los tiempos de Vespasiano.

68 . Vives pone en boca de Escipión una amplia cita de Tito Livio, Ab urbe condita, XXXV, 40, en la que Tito Quincio pone de manifiesto la jactancia del Rey Antíoco III; el episodio se inserta dentro de la guerra de Siria (192-188 a.C.).

69 . Hace referencia al solsticio de verano, en el que no abunda la caza.

70 . Los cadusios eran un pueblo de la orilla del mar Caspio; los elimeos habitaban una región perteneciente al Epiro.

71 . Esta referencia de Aristóteles se encuentra en su Política, VII, 1327 b.

72 . En las llamadas Horcas Caudinas fue derrotado el ejército romano en el año 321 a.C. Según los autores romanos, la demora del lago Trasimeno en el año 217 a.C. contra Aníbal tuvo lugar con ocasión de un terremoto.

73 . Lucio Cecilio Metelo, que fue cuestor y tribuno de la plebe.

74 . La Hidra de Lerna, monstruo marino de varias cabezas, que fue matada por Hércules con gran dificultad, ya que, al cortarle una cabeza, surgía otra.

75 . Mercurio era el dios de los comerciantes, y después pasó a ser representado como el mensajero de los dioses.

76 . Alusión a Enrique VIII.

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