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II. CATEDRÁTICO EN VALENCIA (1723-1733)

   Dificultdes en las Aulas

En su primer libro, publicado antes de ganar la cátedra, Mayans había escrito unas palabras latinas, que nos invitan a una seria reflexión. Traducidas al castellano, dicen así: "Pero la autoridad de tales hombres es para mí nula. Pues nunca escribiré de otra manera a como siento. Sigan ellos a quien quieran. Yo con la verdad contra todos". Se trata de una sentencia que resume su actitud intelectual. Para el todavía candidato a la cátedra, nada vale la autoridad de los maestros, si no va avalada por razones científicas. No vale la tradición, ni la autoridad, solo la razón; de nada vale el número de los defensores de una idea, sino la verdad. En el fondo, Mayans está exponiendo su postura ante las dos actitudes que tendrán vigencia a lo largo del siglo XVIII: los que manifiestan su complacencia con las costumbres, ideas, autores, tradiciones... del pasado; y en contraste, la de aquellos que, conservando los aspectos positivos del pasado, toman una actitud crítica con afán de superación. Sus palabras demuestran con claridad que el joven jurista tomó claramente partido, desde un principio, en favor de la razón y de la crítica.

Con ello Mayans demostraba que era el heredero directo de los novatores. Había recibido el influjo de Tosca que, con su actitud crítica había abandonado el escolasticismo y se había caracterizado por su eclecticismo filosófico. Pero, además, había aprendido de Manuel Martí en el campo de la filología y de la historia. En consecuencia, don Gregorio, al iniciar su docencia, era un espíritu abierto a las nuevas corrientes intelectuales, siempre que se le presentasen de manera razonada.

Ahora bien, el intento de aplicar la crítica en los estudios jurídicos tenía que provocar la protesta de los partidarios de la tradición. La actividad docente del nuevo catedrático fue grande, y utilizó un método que, pese a parecernos hoy en día inadecuado, era muy frecuente en la época. Además de las explicaciones públicas, decidió utilizar la enseñanza privada de materias que consideraba importantes y que la brevedad del curso académico no le permitía exponer. Así lo explica en Maiansii Vita: "Y considerando que nada aprovecharía a los estudiosos del Derecho tanto como el conocimiento de las Instituciones Imperiales, las explicaba de manera extraoficial. Además, en su casa tenía al menos una, muchísimas veces dos y alguna vez hasta tres distintas explicaciones diarias, enunciando las explicaciones para el día siguiente y pidiendo razón del anterior a cada uno de los discípulos, cuyo número era grande y más de lo normal".

Este trabajo no molestaba. Lo que hería la suceptibididd de los tradicionalistas era su postura innovadora y abierta a las nuevas corrientes de pensamiento y del tratamiento de las fuentes jurídicas. Pronto se notó el recelo ante las conclusiones de un discípulo suyo que seguía el método del jurista italiano José Averani sobre la ribera de los mares. El acto académico fu tumultuoso. Después de la exposición del discípulo, los émulos abandonaron el paraninfo en el momento en que Mayans iba a justificar las razones alegadas por su discípulo. Era un desprecio evidente y el Rector de la Universidad obligó a repetir el acto con la asistencia de los profesores que habían cometido el agravio. Puede pensar el lector que se trata de una simple anécdota, pero don Gregorio quiso dejar constancia del hecho, publicando la Iusti Vindicii Relatio (1725), y el hecho constituye un síntoma de la animosidad de gran parte del profesorado.

La narración de los hechos, explicada por Mayans en Justi Vindicii Relatio, suscitó el comentario de Felipe Bolifón, el humanista italiano amigo del deán Martí. Bolifón quedó sorprendido de que don Gregorio no citara a Descartes cuyas teorías venían a tono para demostrar su criterio, habiéndose limitado a los autores clásicos, aunque comprendía el olvido, por tratarse de un acto improvisado. Pero, cuando don Gregorio explicó que no se había atrevido a citar a Descartes por no enfrentarse con el ambiente hostil a la filosofía moderna de los profesores, la respuesta de Bolifón fue rotunda: "Toda la política del mundo no me hubiera impedido de nombrar Cartesio, aunque fuese este nombre más odioso en esas partes que el de Calvino y Lutero; y más, cuando se trata de referir solamente las varias opiniones de los filósofos naturales, sin adoptar ninguna de ellas por propia" (23-I-1726).

Ahora bien, en el campo de la Jurisprudencia, don Gregorio continuó en comunicación con profesores y compañeros de Salamanca. Simón de Baños le encargó la compra de libros jurídicos en Valencia, porque en Salamanca estaban a un precio inasequible. Y lo que resulta más curioso, cuando el valenciano publicó Disputationum Iuris liber primus (1726), manifestó deseos de que Baños y Matías Chafreón, catedráticos en la prestigiosa Universidad, aprobasen la obra. Lo curioso es que ambos aceptaron la idea, con la condición de que Mayans redactase las aprobaciones aparecidas en nombre de ambos. Así lo confiesa el mismo erudito en carta posterior a Strodtmann, en la Maiansii Vita y puede confirmarse por la correspondencia mantenida con Simón de Baños.

La relación con los amigos o profesores de los años de estudio en Salamanca tuvo mayores consecuencias, pues le facilitaron las posibilidades de conocimiento de personalidades de alcance político. Borrull, destinado a la Chancillería de Granada, le pondrá en contacto con José Bustamante, años después Consejero de Castilla y personaje importante en las discusiones regalistas de la década de 1740. Naturalmente, Mayans procuró cultivar estas y otras amistades, enviando sus producciones jurídicas y literarias. En este campo aparecen Consejeros de Castilla (Velázquez Zapata) o que lo serían años más tarde (Bermúdez o Salcedo), además, claro está, de aquellos amigos salmantinos que alcanzaron el Consejo de Castilla (Juan de Isla o Simón de Baños). Serán, en realidad, las personas a quienes recurrirá en la defensa de sus propios intereses, o de los suscitados en la política y economía, y también en los pleitos que se presenten en Oliva, su patria.

Concretamente, del círculo de Salamanca surgió el medio de conectar al erudito con Andrés Orbe. Cuando era obispo de Barcelona, Orbe fue nombrado arzobispo de Valencia en 1725. Mayans se dirigió a José Bermúdez, solicitando su intercesión para conseguir el nombramiento de maestro de pajes del Arzobispo. En el mismo sentido se dirigió a Juan de Isla, cuya respuesta conocemos. No pudo conseguir el compromiso de Orbe, porque "se ha excusado con que la familia que tiene es muy dilatada" (15-III-1725). El favor del nuevo Arzobispo le vino por medio del P. Abarisqueta, el jesuita que pretendía en Salamanca que Mayans ingresase en la Compañía. Así lo dice el erudito en sus apuntes personales, al hablar de los recuerdos salmantinos: "Con todo, Abarizqueta se portó bien conmigo y a él debí la amistad del Sr. Arzobispo de Valencia D. Andrés Orbe".

Además, también en 1726, dado que muchos alumnos iban a la Universidad de Gandía, por resultar más económica la expedición del título de doctor, "procuró que los títulos de ambos derechos recibidos en Salamanca y en Valencia," fueran incorporados en la de Gandía, para poder presidir los actos académicos de sus discípulos.

Pero Mayans era hombre ambicioso y, como joven, un tanto atrevido. En este sentido, las sinceras críticas que recibía de parte del Deán de Alicante iban moderando sus ímpetus. Porque, a través de la correspondencia privada, no siempre conservada, el joven catedrático hablaba de escribir tratados de Jurisprudencia, para oscurecer a Nicolás Antonio o a José de Retes, y calificaba de "ridículas" conjeturas las expuestas por grandes numismáticos (Fulvio Ursino o Antonio Agustín). Martí, hombre maduro y experimentado, le prevenía del peligro de censurar a las grandes figuras sin grandes conocimientos previos. Está bien emular, y a un superar, a los grandes autores, pero "no hay como como hacerlo y dejar que lo digan los otros" (5-IX-1723).

Por lo demás, el propio Mayans debió observar que sus aspiraciones no siempre encontraban la acogida que él creía merecer. Así, el 25 de febrero de 1727 el joven jurista se ofrecía a los prestigiosos editores ginebrinos hermanos Tournes. Hablaba de sus trabajos, sus ediciones y del gran tesoro de obras de los grandes autores españoles de los siglos XVI y XVII que poseía y estaba dispuesto a preparar para la prensa: Juan Altamirano, José de Retes, Juan de Puga, así como de las obras de los historiadores españoles como Mariana o Miñana. La petición de publicar sus obras en casa de los Tournes era clara: "Movido yo de estas causas, y de lo que cuenta más, de la celebridad del nombre de Vmds., he pensado suplicarles en esta carta, si gustan de costear mis obras, sin que yo pretenda que de eso me resulte interés alguno fuera de la propagación de mi nombre". Pero, además, deseaba difundir las obras, impresas o manuscritas, de los grandes escritores hispanos: "Prefiero que Vmds. premediten esto y que elijan aquello que les esté más a su cuenta. Yo en todo caso siempre me preciaré de lograr el que Vmds. me tengan por muy afecto a su nombre, y deseoso de lograr la ocasión de servirles". Los hermanos Tournes, que yo sepa, no respondieron a la invitación del joven jurista. Y su disposición a servir a los famosos impresores tardó muchos años en ser aceptada. Como veremos, sólo en 1761 se dignaron pasar por casa del erudito en Oliva y proyectar una serie de ediciones de trabajos jurídicos y de obras de autores hispanos

   Los primeros ensayos de historia literaria

Y naturalmente, Martí le habló de Nicolás Antonio, no sólo del De exilio, que deseaba superar el ambicioso Mayans, sino de la Bibliotheca Hispana, cuya edición, en la parte Vetus, había editado durante su residencia romana. Y el efecto de su lectura fue pronto visible. Porque el joven catedrático de Código pronto superó los límites de los estudios de la Jurisprudencia y se sumergió en el proceloso campo de la literatura. Él mismo dirá con claridad de qué obras se sirvió en sus inicios. Aunque confiesa su afición a visitar librerías, hojear libros extraños y leer con pasión, sus lecturas eran, en un principio, desordenadas porque no tenía quien le instruyese. Martí, que era un experto en la literatura greco-latina, tampoco podía orientarle con conocimiento de causa en el campo de las letras castellanas. Así, escribe en Maiansii Vita, como "no tenía ningún varón erudito que le indicase los libros que debía elegir, ni, durante los primeros años de estudio, conocía el uso de las Bibliotecas, ya que el mismo nombre de Nicolás Antonio era desconocido en España antes de que leyese su Biblioteca, que le fue ofrecida por azar. Fortuitamente se encontró con la República Literaria de Diego Saavedra donde vio alabados a los mejores escritores".

Tenemos, por tanto, dos campos nuevos en que Mayans empezó a desarrollar su actividad intelectual: la historia literaria castellana y la crítica histórica. Pronto hizo públicas las primeras manifestaciones de sus lecturas. Con motivo de sus esfuerzos intelectuales, el nuevo catedrático de Código cayó enfermo de gravedad en otoño de 1723. Todos sus amigos censuraron su excesivo trabajo y le aconsejaron moderación. Descansó y, recuperado, intentó cumplir un voto, que había hecho en el momento de la enfermedad, y escribió la Vida de san Gil, abad (1724). Era su primera obra castellana y procuró enviarla a sus amigos: Borrull, Baños, Isla, Bustamante... Todos alabaron la pureza de estilo y la versatilidad de su ingenio. Pero el deán Martí, a quien había enviado el libro invitándole a ejercer una sincera crítica, pues sería dócil para aceptar las correcciones, fue duro en su juicio. "Yo alabo la devoción de Vm. al santo. Pero no hay cosa más desproporcionada al talentoy estudios de Vm. de quien espera el mundo literario nobilísimos partos". El Deán le devolvió el ejemplar, "porque en simulacro que no puede conferir a la gloria de Vm. no quiero poner el cincel" (22-X-1724). Estaba claro que el aprendizaje de historiador era lento y difícil, y Mayans tardaría en convertirse en un maestro.

En estos primeros pasos, resultó más visible el fruto de las lecturas literarias, pues pronto publicó Oración en alabanza de las elocuentísimas obras de don Diego Saavedra Fajardo (1725). Pensaba don Gregorio que la decadencia de las letras castellanas era un hecho innegable. Resultaba doloroso, pero una visión objetiva de la realidad no le permitía cerrar los ojos. Así lo manifestaba el desprecio de los extranjeros, en contraste con la admiración que sentían por los escritores del Siglo de Oro. Si el fin de la lengua es expresar las ideas, la perfección aumentará según la mayor claridad con que se expongan y lleguen al lector. En cambio, según el criterio de Mayans, se alaba tanto la "algarabía del culturalismo", que acaban si saber expresarse ni hacerse entender. "Casi todo piensan que hablar perfectamente es usar de ciertos pensamientos, que llaman ellos conceptos, debiéndose decir delirios; procurar vestirlos con inauditas frases taraceadas éstas de palabras poéticas, extranjeras y nuevamente forjadas; multiplicar palabras magníficas, sin elección ni juicio y, en fin, hablar de manera que lo entiendan pocos, y lo admiren muchos, y esos ignorantes e idiotas".

Esa será una preocupación constante en la vida de Mayans e intentará resolver la deficiencia por todos los medios a su alcance. Y uno de ellos será la lectura de los mejores autores del siglo XVI pues, desde que se introdujo el conceptismo barroco, se fue perdiendo el buen gusto: Fr. Luis de Granada, san Juan de Ávila, AlexioVenegas, los Argensola, Cervantes (cuyo estilo con "transposiciones afectadas", debido a la imitación del latín, no deja de observar), Lope de Vega, Saavedra Fajardo... En la primera edición, don Gregorio dejó de citar a Fr. Luis de León, pero Interián de Ayala le advirtió del descuido de haber olvidado "al que acaso, o sin acaso, es el príncipe de todos ellos, esto es al maestro Fr. Luis de León, catedrático de Escritura de Salamanca, varón superior a todo elogio", al tiempo que remite al autor a la Bibliotheca Hispana de Nicolás Antonio. Pero la respuesta de Mayans es muy expresiva: "Yo sólo intenté en mi Oración celebrar la elocuencia de D. Diego Saavedra, entendiendo que con eso no me obligaba a hacer memoria de todos los insignes españoles en el estilo... Omití pues con deliberado ánimo al que V.Rma.echa menos en la Oración, al P. Fr. Luis de León, cuyas obras así en prosa como en verso he leído, aunque no con tanta admiración como de aquí en adelante por el alto concepto de V.Rma., que me moverá más que el de Dn. Nicolás Antonio hasta ahora. Pero en atención a lo que V.Rma. me advierte, colocaré al P. León en la segunda edición en su debido lugar y con los elogios correspondientes a su grande mérito". Palabras que cumplió rigurosamente. Basta ver las sucesivas ediciones de la Oración, para observar el aumento del aprecio mayansiano por el agustino, que se manifiesta en los crecientes elogios que tributó a su obra. No es de extrañar que, en 1761, publicara una biografía de Fr. Luis de León.

En el fondo, y como confesara el mismo Mayans, se trata de un discurso crítico. Aparte de algunas contradicciones de juicio, por sus elogios a autores conceptistas plenamente comprensibles, estamos ante la primera protesta sistemática contra los apéndices del Barroco que dominaban las letras españolas. En este sentido, las raíces del discurso deben buscarse en la repulsa del culturalismo y conceptismo y, desde el principio, el autor celebra a los grandes escritores del siglo XVI, en quienes veía el esplendor literario de la lengua castellana. Era, por tanto, una toma de posición contra los gustos literarios del Barroco. Pero, además, constituía su primer ataque a los falsos cronicones, que seguía su admirado Saavedra, y que tenían su origen en el jesuita Román de la Higuera. Esta actitud crítica debió ser muy visible, pues se tuvo que defender . En una carta, dirigida a una Noble Junta, tiene que defenderse de que, "un mozo de tan pocos años se atreva a levantar un tribunal crítico". Por supuesto, afirma, la discreción de un autor no va unido a las canas y lo que dicho por un ochentón sería escuchado con respeto, no deja de valer si está expresado por un joven con razones válidas. Más aún, la cítica es necesaria porque constituye un instrumento de reforma. "Lo que debiera estimular para aprender y practicar los preceptos del arte, eso se oye hoy con escándalo. El gran deseo que tengo de ver las artes puestas en mayor perfección, me obligó a censurar algunos defectos graves de grandes hombres, para que los menos advertidos entendiesen que no todo lo que se halla en ellos es imitable".

Pero, antes de las reediciones, don Gregorio pudo subsanar su olvido. Apenas transcurridos dos años, publicaba en Valencia la Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española (1727). El modelo de elocuencia, afirma, es menester buscarlo en los grandes escritores castellanos del Siglo de Oro. "La lástima es que éstos y semejantes libros o no se suelen leer o, si por venturaa se leen, no se suele conocer lo mejor que tienen y únicamente se imita lo que se debiera huir, y es que por lo regular se ignora dónde está, o falta, el artificio que prescribe el arte". Y Mayans vuelve a repetir los nombres de sus escritores admirados: Fr. Luis de León, Granada, Cervantes, Saavedra, Manero, Garcilaso...

Quisiera señalar que esta Oración constituye un discurso complementario del escrito en alabanza de Saavedra. Mientras éste era intencionadamente crítico, la Oración que exhora a seguir la verdadera idea de la elocuencia española es voluntariamente elogiosa de los autores. Así lo dice don Gregorio en Maiansii Vita: "Cuando Gregorio Mayans escribió la Oración en que alabó a Diego Saavedra, fue censurado por algunos enemigos de la crítica sincera porque se había atrevido a censurar los famosísimos escritos de algunos. Omitida, pues, la parte crítica que señala y condena con razón los vicios literarios de los escritos, se orientó a otro fin, a saber, a alabar a aquellos que aumentaron en algún aspecto la elocuencia española para atraer por el amor de las virtudes a quienes no había podido arrastrar al amor de la verdadera elocuencia por el odio de sus defectos".

En este sentido, Mayans se adelanta medio siglo a los elogios que después tributarán a los escritores castellanos del XVI Capmany, Jovellanos o Forner... Pero, además del olvido de los buenos libros castellanos, en España se olvida la lectura de las obras clasicas teóricas: Aristóteles, Longino, Cicerón, Quintiliano... Por lo demás, el desconocimiento de las lenguas clásicas, contribuye a profundizar nuestra decadencia literaria. No se trata de normas minuciosas o detallistas. Al contrario, habría que buscar las normas eternas del arte, cuyo conocimiento resulta absolutamente necesario para conseguir un resurgimiento literario. Y junto a las normas estéticas, la lectura de los autores que lograron la perfección expresiva.

   Las dificultades de la historia crítica

Los consejos de Martí abarcaban un segundo campo de reflexión y estudio: la historia crítica. Hemos visto antes la dura crítica que hizo el Deán de Alicante de la Vida de san Gil, abad, primerizo ensayo histórico de Mayans. Dado que la actividad de don Gregorio se va a caracterizar por la lucha constante en favor de la historia crítica, conviene aludir a la formación de Manuel Martí, su mentor en este campo, como en tantos otros, para entender gran parte de los presupuestos de su formación y luchas intelectuales.

Martí abandonó la Universidad de Valencia por antipatía a la escolástica, que dominaba las aulas, y marchó a Roma donde residió durante diez años (1686-1696). En la Ciudad Eterna acabó su formación en el conocimiento del latín y del griego, pero, al mismo tiempo, entró en contacto con las nuevas corrientes historiográficas: trabó íntima amistad con Juan Vicente Gravina, creador de la historia del derecho, observó la transcendencia del De re diplomatica de Mabillon, asistió a las polémicas literarias con transfondo histórico que tenían lugar en Roma, y acabó siendo bibliotecario y comensal del cardenal Sáenz de Aguirre. Este último aspecto puede que tuviera más transcendencia en la formación de Martí, porque le permitió conocer de primera mano los trabajos de nuestros historiadores.

Aguirre había prometido, siendo catedrático en Salamanca, publicar una Collectio maxima conciliorum Hispaniae, pero las actividades curiales le impedían llevar a cabo la empresa y sólo con la ayuda de Martí se hizo posible. El joven clerigo valenciano colaboró de manera decisiva en la redacción de la obra, manifestando, por lo que conocemos por confesión personal ulterior, un mayor espíritu crítico que el cardenal respecto a tradiciones eclesiásticas como la de la venida de Santiago a España. De cualquier forma, Martí conoció en profundidad uno de los campos en que nació la historia crítica: las fuentes documentales de la historia de la iglesia.

Pero la biblioteca de Sáenz de Aguirre era un centro intelectual importante. Los herederos de Nicolás Antonio habían encontrado muchos libros y manuscritos inéditos y no tenían, o no querían gastar, los medios suficientes para completar la Bibliotheca Hispana que había dejado el famoso bibliógrafo. Nicolás Antonio había publicado en Roma su Bibliotheca Hispana Nova (1672), y ahora los herederos entregaron a Sáenz de Aguirre los manuscritos de la primera parte de la obra. De nuevo fue Martí, y en este caso de manera decisiva y personal, quien cargó con la responsabilidad de la edición de la Bibliotheca Hispana Vetus, aparecida, asimismo en Roma (1695-1696). Con la lectura de Nicolás Antonio confirmó, si cabía, el espíritu crítico que lo animaba. También en Roma conoció las obras de otro historiador español: el marqués de Mondéjar, con quien años más tarde mantendría interesante correspondencia, en que demostraría su agudeza crítica y el conocimiento de las nuevas corrientes historiográficas, que le permitieron facilitar documentos al famoso padre maurino Bernardo Montfaucon, y al historiador y epigrafista italiano Scipione Maffei.

Educado en semejante ambiente intelectual, el regreso de Martí a Alicante, y después a Valencia, coincidió con la actividad de los novatores. Pero, por necesidad, su residencia en Valencia (1699-1704) tenía que suscitar interés por los estudios históricos. Pronto aparecieron los primeros trabajos. Así José Rodríguez, redactó una Biblioteca Valentina, finalizada en 1703 y publicada en 1747, con el ideal, inalcanzable para sus fuerzas, de Nicolás Antonio. Martí se burló de forma sarcástica y cruel de la obra de Rodríguez en carta a Mayans. Pero fue mucho más importante el trabajo del discípulo del Deán, José Manuel Miñana, autor del De bello rustico valentino. Se trata de una historia de la Guerra de Sucesión en Valencia, escrita inmediatamente después de la batalla de Almansa y cuyos dos primeros libros, enviados a Martí para su corrección, merecieron una dura crítica del Deán. No deja de constituir un síntoma que fuera Mayans quien corrigiera en 1723 el tercer libro del De bello rustico y publicara años más tarde las obras históricas de Miñana.

Este era el ambiente intelectual de Valencia en las primeras décadas de la centuria, cuando Mayans estudió en la Universidad. Por lo demás, la historia se convierte en un instrumento de reforma política y eclesiástica. Ya vimos el testimonio de Corachán, transmitido por Mayans, de que si empezara los estudios, se dedicaría a trabajar en la historia eclesiástica. Y una serie de intelectuales de mucho prestigio, que habían finalizado su formación en otros campos, acabaron dedicando su mayores esfuerzos al estudio de la historia. Mayans, abogado y jurista, dedicó sus mejores horas de estudio y trabajo a la historia. Flórez, teólogo y educado en la escolástica, es conocido por los numerosos volúmenes de su España sagrada. Burriel en Castilla, y Caresmar en Cataluña, eran asimismo teólogos y son conocidos por sus trabajos de historia. Finalmente, Masdeu, jesuita, o Jaime Villanueva, dominico, son conocidos por sus trabajos de historiadores rigurosos y críticos.

Mayans iniciaba así una andadura que numerosos intelectuales, cada uno en sus circunstancias, imitaron más tarde: buscó la historia como instrumento de reforma cultural. Pero el oficio de historiador no es fácil, y su primer ensayo fue, como vimos, criticado con dureza por el deán Martí. El mismo Mayans, reconocería años después los defectos de su obra: estilo florido y deficiencias en la metodología, "pues todavía no estaba versado en la historia eclesiástica". Pero idénticas deficiencias repitió en su segundo trabajo histórico, Vida de san Ildefonso (1727), que dedicó al arzobispo Orbe.

Pero queda claro que, a partir de ese momento, se puede observar en don Gregorio un afán por la historia crítica hasta entonces desconocido: busca los libros básicos, lee con avidez los autores que practicaron el método crítico (Mabillon, Nicolás Antonio..) y recibe los consejos y la censura de Manuel Martí. Un autor reune a su juicio, las condiciones exigidas, Nicolás Antonio, y su lectura, en especial de su Bibliotheca Vetus, que había editado Martí en Roma, constituyó el punto de partida de su pasión por la historia.

Conviene resaltar la diferente evolución de los herederos intelectuales de los novatores en el campo de la historia. Dentro de una simple, y con toda seguridad excesiva, esquematización, podemos distinguir tres líneas. A primera vista se descubre la herencia de los benedictinos, en especial de Sáenz de Aguirre y del Tratado de los estudios monásticos de Mabillon, cuya traducción castellana apareció en 1715. En esta línea están los trabajos de Berganza, Mecolaeta y de Sarmiento, con las diferencias personales. El más activo, durante las primeras décadas del siglo fue Berganza en sus polémicas con Ferreras sobre la metodología histórica, el valor de la tradición y el argumento negativo. La segunda línea viene directamente de Mondéjar, que enseñó la metodología crítica a Juan de Ferreras, bibliotecario real y autor de una Sinopsis de historia de España, de gran difusión. Ferreras aceptaba el argumento negativo (no hay hecho histórico, si no existen pruebas fehacientes), pero quería suplir el vacío histórico por medio de la verosimilitud. Esta actitud provocó acres polémicas en las que intervinieron Berganza, Salazar y Castro, y hasta el mismo Feijoo. La tercera línea, más crítica, viene representada por Manuel Martí, el editor de la Biblioteheca hispana Vetus de Nicolás Antonio, y su heredero directo será Mayans.

Tanto se interesó don Gregorio por la historia que pronto inició la búsqueda de manuscritos inéditos de don Nicolás. Sus primeras pesquisas resultaron provechosas, pues uno de sus interlocutores, José Bermúdez, le facilitó cuatro cartas del famoso bibliógrafo, que el valenciano se apresuró a editar. Así salieron en Lyon, con el título de Cartas de don Nicolás Antonio, de don Antonio de Solís y de don Cristóbal Crespí de Valdaura, con una breve noticia de las vidas de los dos primeros autores (1733). La trascendencia del hallazgo es innegable. Las cartas le demostraban la existencia de unos trabajos inéditos, en que Nicolás Antonio abordaba de manera directa y frontal la censura de los falsos cronicones. Será una tarea que Mayans considerará digna del mayor esfuerzo y trabajo. Será uno de los capítulos de su actividad intelectual, al que tendremos que recurrir en múltiples ocasiones.

   Repercusión en el ámbito nacional y las diferencias con Feijoo

Mayans era un hombre ambicioso y seguro de sus cualidades y de su capacidad intelectual. Él mismo se había encargado de enviar sus discursos en elogio de Saavedra y en defensa de la elocuencia española a diversos personajes de las letras y de la política: juristas, intelectuales, académicos...Conservó y cuidó con delicadeza las amistades adquiridas en Barcelona (hermanos Finestres) y en Salamanca (Interián de Ayala, Borrull, Isla, Simón de Baños) y aprovechó todas las ocasiones para extender sus relaciones intelectuales o sociales.

En ese sentido, tiene su importancia el viaje a Madrid en 1727, acompañando a su padre. Durante la residencia en Valencia, con motivo de la presencia del Archiduque Carlos, don Pascual había prestado mil pesos al conde de Oropesa y, dadas las dificultades económicas por las que atravesaba la familia, quería recobrar la elevada cantidad. Gregorio quiso aprovechar la oportunidad, como decía en carta a su íntimo Cabrera, para ver alguna librería. De hecho, Oropesa no devolvió entonces el dinero prestado y tardó todavía algunos años en restituir el préstamo. Pero Mayans aprovechó bien el viaje para relacionarse con intelectuales y consejeros de Castilla que poseían buenas bibliotecas.

Visitó al marqués de Villena, director de la Real Academia de la Lengua, a quien llamaba su "protector". Y en el círculo del marqués pudo ver la traducción castellana del Catecismo Histórico de Claudio Fleury, realizada por Interián de Ayala (1718). Don Gregorio pidió permiso a Villena para reeditar el Catecismo, lo que hizo en Valencia al año siguiente. No deja de ser muy significativo el hecho de que, con motivo de una nota del traductor en que hablaba de que en Francia se podía leer el texto bíblico traducido, se produzca una amistosa polémica entre un pavorde de la catedral de Valencia (Tomás Navarro) y el P. Interián de Ayala sobre la conveniencia de leer la Escritura en textos traducidos a la lengua del pueblo. Aunque Navarro, siguiendo las directrices de Roma y de la Inquisición se oponía a la lectura, Mayans y los valencianos (Blasco, Villanueva...) serán partidarios de que el pueblo pueda leer directamente en lengua vulgar el texto sagrado.

La relación, iniciada en 1725 con José Bermúdez, fue consolidada con la visita a la Corte. Mayans se manifestó interesado por los manuscritos de Nicolás Antonio, y Bermúdez, que tenía amplias relaciones sociales, y entre sus amigos estaba Adrián Conink, heredero de Nicolás Antonio, entregó al erudito 4 cartas inéditas del famoso bibliógrafo. La lectura de las cartas, que como dijimos editó en Lyón, le convenció de que había obras inéditas de innegable alcance historiográfico. Así lo hacía constar en el prólogo, en que solicitaba la búsqueda y edición de sus manuscritos: "Es cosa lastimosa que no haya persona de autoridad que mande buscar estos papeles y publicarlos, como quiera que estén, aunque algo imperfectos". Conviene tener presente este hecho, porque el deseo aquí expresado será una de las metas de su actividad como investigador e historiador crítico

Conoció, asimismo a José Octavio Bustanzo, representante de la República de Génova en la Corte de Madrid, bien relacionado con el P. Confesor de Felipe V, Guillermo Clarke, y con Luis Antonio Muratori. Trató también a Consejeros de Castilla como Jerónimo Pardo de Figueroa y Andrés González de Barcia, a Juan de Ferreras, el bibliotecario mayor del rey...En el fondo, era el reconocimiento de su capacidad intelectual. He aquí el testimonio personal en el momento del viaje: "He registrado todas las librerías públicas y también he visto las de algunos Consejeros, las de los señores Barcia, Pardo, Fajardo, marqués de Villena y la Real. He quedado pasmado. Todo se pasa en visitar a estos señores que me hacen más merced de la que yo merezco. D. Álvaro de Castilla me favoreció muchísimo. Bustamante es bellísimo. Hoy estoy aplazado para volver a ver la librería de D. Gerónimo Pardo, que quiere que registre de espacio su mucha erudición. El marqués de Villena también me dijo ayer que desea vaya toda una tarde. D. José Bermúdez me favorece muchísimo" (17-X-1727). Por lo demás, estamos en el círculo de amigos que lo recibirán con afecto en 1733, cuando sea nombrado bibliotecario real. La recepción debió ser cordial, pues en carta a su íntimo Cabrera escribe con cierta complacencia: "Mis papelillos han hecho acá más ruido del que yo pensaba entre las personas curiosas y de autoridad. Me piden tanto la Vida de S. Ildefondo que es preciso reimprimirla, siendo este asunto tan accepto" (10-IX-1727)

Pero, sin duda, la figura intelectual del momento era el P. Benito Gerónimo Feijoo, catedrático de Escritura en Salamanca y que, desde su retiro en el monasterio de san Vicente de Oviedo, había iniciado en 1726 la edición del Teatro crítico. A pesar de la diferencia de edad que los separa, Feijoo nace en 1676 y Mayans en 1699, ambos se dan a conocer por las mismas fechas. Mayans publicó la Oración en alabanza de las elocuentísimas obras de Diego Saavedra Fajardo en 1725. Al año siguiente aparecía el Teatro crítico del benedictino y en 1727 veía la luz pública la Oración por la verdadera elocuencia española del valenciano.

Aunque los criterios eran distintos, y los puntos de vista diferentes, existen una serie de puntos comunes. Mayans era el heredero de los novatores valencianos que, desde hacía años, conocían la ciencia moderna española. Y Manuel Martí significaba la crítica histórica y el humanismo clásico. Experimentación, crítica histórica y humanismo constituían el ambiente intelectual que había vivido Mayans desde su ingreso en la Universidad. Feijoo, en cambio, procedía desde la teología y el monasterio: estudio de la teología y de la Escritura, cargos de dirección y mando en la orden benedictina.. Pero todo ello acompañado de una inteligencia despierta que observaba y distiguía con precisión el ambiente intelectual y social español y europeo. Conviene tener en cuenta que los benedictinos españoles (la Congregación de Valladolid) era la orden paralela a los maurinos de Francia y en contacto permanente con el monasterio de Saint Germain des Prês.

El punto común que los unía era, sin duda, la lucha contra las formas caducas de la cultura barroca, ya se tratase de manifestaciones religiosas externas, o de fingidas tradiciones históricas o eclesiásticas. Tanto Mayans como Feijoo diagnostican con crudeza, pero con certeza: era necesaria una actitud crítica, y ambos aprestan sus armas. Desde esa perspectiva, resulta lógico que entraran en relación epistolar. Hasta hace pocos años sólo se conocía de las relaciones entre Feijoo y Mayans las diferecnias con motivo de la Ortografía de Bordazar. Después de la publicación de la correspondencia castellana, publicada por Mestre (1964) y latina por Peset (1976), el conocimiento de las diferencias es mejor conocido.

Fue Mayans, el más joven, quien tomó la iniciativa de establecer relación epistolar. El 18 de agosto de 1728, Mayans se dirigía al benedictino para señalar su complacencia por el valor del Teatro crítico. Había intuido con claridad la raíz más profunda de la actitud de Feijoo: la crítica de la superstición. Y añadía: "Entretanto ruego a V.Rma. que me tenga por muy suyo, y encarecidamente le suplico que continúe en desengañar al mundo, y singularmente a España, con la discreta libertad que hasta ahora y sin interrumpir el curso de sus lucidísimos trabajos, por más que ladre la multitud importuna de algunos necios que piensan que la sabiduría es como el traje al uso, como si aquella fuese muy común". En el fondo, era un testimonio de comprensión y aliento. No duda en expresar su afecto y su aprecio ante sus "eruditas y juiciosas obras". Y dispuesto a ofrecerse a su servicio, ofrece "voz y pluma", para satisfacer a los elogios que merece el benedictino.

Mayans se alineaba, por tanto, en la línea reformista. Feijoo pareció apreciar la actitud y colaboración del jurista. Se había formado un gran concepto de los ingenios valencianos, que ahora veía confirmado, después de leer las obras que don Gregorio había tenido la gentileza de enviarle. Sin embargo, no duda en manifestar, desde el primer momento, sus diferencias de criterio sobre algún autor castellano: "Mi dictamen sobre la verdadera elocuencia es sumamente conforme al de Vm., a la reserva de alguna leve excepción por lo que mira al estilo de Quevedo en lo serio, que es imitación de Séneca y de el Petrarca" (4-IX-1728).

Pero las diferencias no tardaron en surgir. En el fondo, existían muchas divergencias: formación, carácter y finalidad de sus pretensiones reformistas. En la correspondencia personal continuaron las finezas y Feijoo escribió una carta al conde de Carlet, regidor perpetuo en el Ayuntamiento de Valencia, en favor de la candidatura de Mayans a la pavordía de Leyes (12-XI-1729). En cambio, por esas mismas fechas, el benedictino manifestaba a sus amigos: "Es excusado remitirme dichas obras (de Mayans) que para nada pueden servir. Sin embargo del sumo desprecio que merecen sus escritos, le complací los días pasados, escribiendo una carta de favor al conde de Carlet". Con esa actitud interior, la menor circunstancia debía provocar una discrepancia.

El hecho se produjo en 1730, cuando Antonio Bordazar, impresor valenciano, con quien Mayans mantenía una cordial amistad y había editado las obras del jurista, publicó una Ortografía española. Después de oir al erudito disertar sobre ortografía, el impresor se decidió a exponer su propio criterio sobre el tema. A pesar de ciertas diferencias, siempre mantenidas por Mayans, éste escribió la censura alabando la obra y haciendo que el autor enviara un ejemplar a Feijoo. El benedictino celebró calurosamente la Ortografía en carta a Bordazar, que el impresor, cosa lógica, se apresuró a publicar viéndose celebrado por un escritor de tanto renombre.

Ahora bien, dadas las semejanzas entre la ortografía mayansiana y las normas expuestas por Bordazar, algunos hombres de letras sospecharon que el verdadero autor de la Ortografía española era el mismo Mayans. Entre quienes así pensaban estaba José Pardo de Figueroa, quien expuso su criterio al benedictino, al tiempo que solicitaba su juicio. Feijoo ratificó el juicio de Pardo de Figueroa, con unas rotundas palabras: "Ya Mayans se explicó conmigo sobre ser autor de la Ortografía,", añadiendo unas palabras despreciativas de las obras de don Gregorio. Una indiscreción de Juan de Iriarte, que cogió la carta de Feijoo del gabinete de Pardo de Figueroa, y la malicia de Mañer que la hizo pública para demostrar la inconstancia de los juicios del benedictino, hicieron públicas las divergencias.

Como era lógico, Mayans pidió justa reparación. Escribió una carta latina a Feijoo, con la velada amenaza de incluirla en sus Epistolarun libri sex (1732), si el benedictino no rectificaba su juicio en que afirmaba haberle confesado Mayans ser el autor de la Ortografía de Bordazar. Así lo hizo Feijoo. Mayans hizo pública la carta del benedictino, añadiendo otra suya en que confesaba su afecto por el autor del Teatro crítico por su "nobilísimo genio" e "ingenuidad", y, sobre todo, agradecía el favor de querer que hiciera pública la buena correspondencia que "le profeso constantemnte, y prometo profesar", porque así se desengañarían los "espíritus fáciles y crédulos" (13-X-1731 y 7-XI-1731). Con ello, y con la traducción de El mundo engañado por los falsos médicos de Gazola (1729), que Feijoo alabó generosamente, parece quedó desmontada la campaña montada por Mañer contra la ideas reformistas que veía simbolizada por Feijoo.

Las cosas parecían claras y las diferencias resueltas, con los ánimos tranquilos. Mayans deseaba al benedictino "mucha salud, largo ocio y perseverancia" en su lucha contra la superstición con el deseo de que ilustrase el Orbe Literario, y, pese a las intrigas de Mañer, prometía despreciar tales ofensas para evitar el encono de los ánimos. En cambio, Feijoo exponía las razones que le habían movido a sospechar la paternidad mayansiana de la Ortografía española. Pero las cosas no estaban resueltas.

Ahora bien, apenas unos meses antes, en septiembre del mismo 1731, aparecía en Acta eruditorum de Leipzig un artículo titulado, Nova literaria ex Hispania, publicado bajo pseudónimo y cuyo verdadero autor era Mayans. Y el juicio sobre las obras de Feijoo y el mismo benedictino no era muy elogioso: "La lectura de este varón atrae los ojos de casi todos los españoles, no por otra razón sino porque la gente ruda e ignorante se admira de la variedad de tantos asuntos. Aunque Feijoo está dotado de singular ingenio, que nadie le niega, está dominado en gran manera de filaucia. Su estilo es claro, pero manchado de voces extrañas. Ha sido atacado por muchos imperitos pero, como alcanzó a los adversarios débiles, se burla de sus ataques, insconciente quizás de cuánto podría sufrir, si el tema tuviese que ser discutudo con estilo crítico"

Con esas divergencias de fondo, las apariencias podían ser pacíficas y las relaciones exteriormente normales, pero pronto se harían visibles al gran público. Así, mientras Mayans fue bibliotecario, los discípulos y admiradores de Feijoo atacaron la actividad intelectual del valenciano, en la década de los años cuarenta, será el mismo benedictino quien censurará públicamente, aunque sin citarlo personalmente, a don Gregorio, como podremos ver con detenimiento. En el fondo, eran dos maneras diferentes de llevar a la sociedad española las grandes adquisiciones del mundo europeo, alumbradas en España por los novatores. Si la finalidad última era la misma, los fines concretos defendidos, y, sobre todo, los medios a utilizar eran muy distintos.

Otro asunto de alcance nacional aparece vinculado a las relaciones de Mayans con Bordazar. El impresor había tenido amistad con Tosca y Corachán, a quienes incitó a que hiciesen públicos sus conocimientos científicos. A Tosca aconsejó que publicase el Compendio matemático (1709-1715), y a Corachán, siempre reacio a imprimir sus trabajos, que diese a la prensa su Aritmética demonstrada (1699). Pero su gran vocación era la imprenta y fue un gran impresor. Ahora bien, como es sabido, Felipe II favoreció generosamente al holandés Plantin, el impresor de la Biblia Regia, y de hecho Plantin gozaba del privilegio de imprimir los libros de rezo en los territorios hispanos (breviario y misales), con la complicidad del monasterio de El Escorial, que poseía el monopolio de la distribución. En 1729 se hizo visible el intento de acabar con ese monopolio. Las iglesias españoles, representadas por López Oliver, conectaron con Mayans que incitó a Bordazar a exponer un plan técnico para imprimir aquí los libros de rezo. Mayans fue el alma de esas gestiones: redactó los memoriales, ayudó a Bordazar en la empresa y expuso con claridad las ventajas. Pero el proyecto fracasó. Los jerónimos de El Escorial, junto con la iglesia primada de Toledo, impidieron la realización de una empresa económicamente positiva, que sólo en el reinado de Carlos III se llevó a la práctica.

   Los problemas académicos en Valencia: las escuelas de Gramática

De cualquier forma, la actividad de Mayans estaba centrada fundamentalmente en Valencia, y en la misma Universidad. Hemos aludido antes a las consecuencias de la Guerra de Sucesión en la vida académica, con la supresión del patronato de la ciudad sobre el Alma Mater (3-VI-1707). Pues bien, el 20 de enero de 1720 la ciudad y los padres de la compañía de Jesús llegaron a un acuerdo: erección de nuevas aulas junto a la casa profesa, aumento de los honorarios a los profesores que sólo podrían ser elegidos entre los jesuitas de la provincia de Aragón, sin concurso ni oposición, y, en consecuencia, la enseñanza de la Gramática latina quedaba separada de la Universidad. Poco después, el Capitán General (duque de San Pedro) exponía al rey el deseo de la ciudad de que le fuese restituido el patronato sobre la Universidad, insinuando la conveniencia de conferir las escuelas de Gramática a los jesuitas, según el acuerdo estipulado. Felipe V solicitó el informe de la ciudad que fue, como era lógico, favorable al acuerdo.

Pero la aplicación fue más lenta. En 1729, la ciudad daba un informe al Consejo de Castilla. Se establecían cuatro cátedras de latín y una de griego regidas por maestros jesuitas y un prefecto que cuidase de la educación de los estudiantes. Es cierto que el acuerdo aumentaba los gastos de la ciudad, pero, como ya estaba previsto aplicar los impuestos sobre la carne, no se causaba perjuicio a los acreedores de la ciudad, ni a los profesores universitarios, puesto que éstos eran interinos. El planteameinto era sutil. Como el monarca había devuelto el patronato a la ciudad, se habían convocado oposiciones a cátedras y pavordías en todas las materias, salvo las de Gramática. Por eso, en el informe podía decir la ciudad que los profesores de Gramática eran interinos y no sufrían perjuicio alguno.

Pero las cosas no eran tan sencillas. La Concordia entre la ciudad y los padres de la Compañía se hizo pública el 19 de julio de 1728 y la polémica surgió espontánea y violenta. El Rector de la Universidad Francisco Ortiz y el pavorde Juan Bautista Ferrer fueron las cabezas del movimiento de protesta, pero evidentemente Mayans se vio involucrado y tomó partido con claridad en favor de la Universidad. Una serie de cartas, escritas por el erudito en el momento en que iban ocurriendo los hechos, nos demuestran su participación y las consecuencias de su actitud.

La Concordia se hizo pública acompañada de una Prefación, redactada por el P. Prepósito de la Compañía Gerónimo Julián, el amigoy protector de Mayans. La Universidad pensó responder a la Concordia, considerada ofensiva, pero algunos profesores también creyeron conveniente replicar a la Prefación. Todos se manifestaron de acuerdo respecto a los términos de la respuesta al texto de la Concordia, para cuya redacción don Gregorio había preparado materiales relativos, sobre todo, a los valencianos más ilustres en el cultivo de las lenguas clásicas. Las divergencias surgieron cuando se trató de responder a la Prefación, con un Manifiesto. El texto del Manifiesto fue redactado por el pavorde Ferrer, pero a algunos de los catredráticos (entre ellos Mayans) pareció excesivamente "denigrativo" y, en cualquier caso, siempre debería ir unido a la respuesta global. No fue esa la decisión última, como nos cuenta el mismo Mayans: "Sucedió que Ferrer compuso dicho Manifiesto, y para que la sospecha recayese sobre mí, quiso Ortí que todos los diputados jurasen que nadie diría que el autor era Ferrer. Todos juraron menos yo, que manifesté que el Manifiesto estaba muy denigrativo y temía que se esparciese que yo era el autor, como ya corría la voz. Sobre jurar o no jurar tuvimos un fortísimo debate y, desde entonces, yo no volví a la Junta, siendo la última resolución que entonces se tomó en la Junta se quemase el Manifiesto y todos los papeles"

Pero la decisión se modificó. Muerto el canónigo Rocamora, el Rector y sus colaboradores cambiaron de criterio. Pensaron ganar la voluntad de los canónigos tomistas, modificaron el Manifiesto y lo imprimieron. El hecho de su impresión fue delatado y, como Mayans había abandonado la Junta, fue acusado de ser el delator, en contra de la verdad, pues el delator había sido el pavorde Sancho. Y Blas Jover, por autoridad del Capitán General, príncipe Campoflorido, impidió la edición. Según sus palabras, sus aportaciones y los límites aparecen expuestas en carta al arzobispo Orbe por el mismo Mayans: "El amor a la Universidad me hizo decir lo que sentía, el ser comisario me hizo trabajar, el fiar de Ortí y Ferrer me hizo obrar con sencillez; esto es lo que ahora me sale a la cara. Pero los hombres de juicio ya vemos que el Informe que se hizo al Consejo, que tres veces corregí y otras tantas hice refundir sin que aún quedase a mi gusto, iba más modesto que el Manifiesto en que yo no he intervenido y que tanta confusión ha movido" (19-IX-1729)

Por los datos que expone en las numerosas cartas podemos deducir una serie de conclusiones. En todo momento Mayans aparece con sumo cuidado de no ofender a la los jesuitas. Así se opuso a la publicación del Manifiesto, por considerarlo denigrativo para la Compañía. Acusado de haber redactado la parte más crítica de los jesuitas, exigió la devolución de sus papeles para defenderse, pero siempre le fueron denegados. Este aspecto siempre será mantenido por don Gregorio. En 1729 dirá al arzobispo Orbe: "Señor, soy afectisísimo a la Compañía, pero me transporto en este particular". Y en 1747, en carta al oratoriano Felipe Seguer, comentando las polémicas de 1729, dirá con claridad: "La religión de la Compañía es muy respetable, nada se ha de decir contra ella. La justicia de la Universidad es clara, no necesita de defenderse con sátiras".

Con esas palabras, don Gregorio da la razón de su actitud: la justicia de la Universidad. Él había jurado las Constituciones que prohibían la provisión de cátedras sin previo examen y oposición. Más aún, la creación de nuevas aulas suponía un gasto superfluo que, dadas las difíciles circunstancias económicas de la ciudad, resultaba extraño y sorprendente. Y, sobre todo, la exclusividad de la enseñanza de la Gramática en manos de los jesuitas, implicaba la exclusión de la docencia de todos los otros profesores que, bien preparados y con vocación docente, se veían impedidos de acceder a las cátedras. En el fondo, era una limitación de la libertad intelectual, teniendo en cuenta, además, que los jesuitas no estaban muy preparados. "Y, cuando los jesuitas de hoy se llevasen la palma en las buenas letras, ¿quién será idóneo fideusor de esta permanente gloria? Lo que sucedió a los padres benitos, árbitros de todas las Universidades antiguamente, puede también suceder en la Compañía de Jesús. Si la piedad y letras descaeció en el siglo décimo en aquéllos tan miserablemente, ¿qué sabemos lo que en adelante puede suceder?" (16.II-1729). En cualquier caso, si los padres de la Compañía son los mejores profesores de Gramática, que opositen, como todos los otros candidatos, y demuestren su capacidad, accedan a la enseñanza y demuestren sus buenas cualidades.

Estamos ante un hecho que marca una línea. Hay circunstancias en que un hombre decide su actitud. Mayans, hombre vinculado a la Compañía desde su adolescencia, manifiesta una actitud decidida y clara en el asunto de enseñanza de Gramática. Con toda seguridad, no pensaría don Gregorio que la vida le iba a deparar muchas ocasiones en que debía decidir sus divergencias respecto a la Compañía en cuestiones de docencia, y después también doctrinales y de religiosidad, que fueron creciendo con el tiempo. Pero años después, también se harían visibles sus diferencias con otras órdenes religiosas (como los escolapios), respecto a la enseñanza de la Gramática.

Dos puntos quisiera resaltar a este respecto. En primer lugar, el apoyo de Manuel Martí, desde Alicante, que veía con horror la actitud de los jesuitas y su control de la enseñanza de la Gramática y escribía en enero de 1729: "Veo por la favorecida de Vm. de 8 del corriente cómo finalmente llegaron a parir los jesuitas lo que ha tanto tiempo que habían concebido con su ambición...de mandarlo todo y que no haya cosa en el mundo en que no metan el cucharón. Dé Vm. por exterminada la lengua latina, pues ellos han sido la guadaña de ella en todas las partes donde la enseñan, siendo cierto que nadie puede enseñar lo que no sabe. Y éste es el dictamen universal de todos los hombres doctos. Y así espere Vm. el siglo gótico con tan escogida enseñanza". Martí estaba, además, dolido con los profesores de latín (José J. Lorga) y la misma Universidad, que habían cedido a las presiones de los oratorianos encargados de la dirección espiritual de los universitarios, y habían prohibido la enseñanza de Terencio por considerarlo autor obsceno.

El segundo punto que me interesa señalar son las consecuencias futuras para las relaciones entre Mayans y los jesuitas. Fuera, o no fuera, ésta la razón de las crecientes diferencias, don Gregorio así lo juzgó siempre. He aquí un texto, entre muchos, en que el erudito explica su pensamiento en carta a Borrull de 25 de mayo de 1748:"Y porque, tratándose de dar la (cátedra) de Gramática perpetuamente a los jesuitas, privando a todos los presentes y venideros del derecho de oponerse, dije yo que se diesen por oposición, he padecido, y padezco, una persecución de 20 años por la cual no he podido lograr las conveniencias que he sabido merecer, aunque después de haber salido de la Universidad, he callado como un mudo sobr esto y nada he dicho contra la Compañía y la he obsequiado en cuanto he podido".

   Fracaso en las oposiciones a la pavordía de Leyes

Desde el primer momento, pudimos observar la preocupación de Mayans por asegurar su situación económica. La cátedra de Código no estaba muy bien retribuida, y las rentas de los beneficios eclesiásticos de que, como clérigo, podía gozar (y gozaba en Pobla de Benaguacil y Santa María de Oliva), no eran muy elevadas. Y en el campo de la Jurisprudencia continuó trabajando. Así, entre sus manuscritos se conserva una obra ambiciosa, a la que se refiere con frecuencia, el Iurisconsultus, que inició durante sus años de catedrático de Código. También en esa línea editó la Instituta de Daniel Galtier

Ahora bien, la solución se presentó en 1729 al vacar la pavordía de leyes en la catedral de Valencia. El pavorde era al mismo tiempo beneficiado de la catedral y catedrático de la Universidad y sus rentas eran muy elevadas. En consecuencia, las presiones eran grandes y una oposicón a pavorde constituía un contraste de las fuerzas políticas y religiosas de la ciudad, porque la elección dependía de los regidores del municipio.

Don Gregorio tomó el asunto con interés. Era idea que ya barajaba en su mente el 30 de abril de 1727, como se deduce de una carta a su padre: "Por precepto de Vm. me opuse a la Cátedra y me empeñé en seguir esta carrera de la Universidad. Una pavordía es la (que) esperamos, cuando Dios sea servido si es de su servicio, y por medios lícitos. Otra cosa no me satisface. A este fin dirijo las líneas en el cumplimiento de mi obligación. lo demás toca a Dios. Con que de mí no se puede quejar". Anotó el nombre de todos los regidores y buscó los personajes de la nobleza, política o de las letras, que pudieran proporcionarle algún voto favorable. Entre los papeles mayansianos puede leerse la lista de los regidores que tenían derecho de voto, y al margen los personajes que podían influir en la decisión. Las cartas que recibió en ese momento, favoreciendo su pretensión eran de grandes personajes: Feijoo, Marcelino Siuri, valenciano, obispo de Córdoba, José Bermúdez, el duque de Gandía, el príncipe de Campoflorido, el marqués de Castellar, Consejeros de Castilla y Oídores de la Audiencia, José Octavio de Bustanzo, y las gestiones realizadas por el mismo Mayans ante el arzobispo Orbe... Martí se excusó de escribir a José de Castellví por estar en malas relaciones, por culpa de su hermano el conde de Cervellón. Sin duda alguna, don Gregorio desplegó gran actividad y movilizó a los grandes personajes que pudieran influir en la decisión de los regidores.

Ahora bien, en quien realmente confiaba, al menos es lo que dice en las cartas, era en don Andrés Orbe, arzobispo de Valencia y Gobernador del Consejo de Castilla. El 19 de octubre, exponía Mayans la situación. Había muchos opositores, pero los reales pretendientes eran sólo tres. Si la razón decisiva fuera el mérito de los opositores, no estaría inquieto. Porque el Dr. Arbuixech era mayor, pero el examen no versa sobre edad, sino sobre los conocimientos y la ciencia. Y en este campo Mayans se consideraba superior, tanto en la docencia como en la capacidad de escribir. El tercer pretendiente, Micó, no contaba , pues aunque era catedrático de Institua, el propio don Gregorio tenía que explicar sus lecciones para suplir las deficiencias.

Según indica Mayans al arzobispo Orbe, la votación tuvo lugar el día 4 de febrero de 1730, y fue elegido Arbuixech. Las circunstancias parecían favorecer a don Gregorio, pues muchos de los regidores habían dado su palabra de votar su candidatura. En carta al arzobispo Orbe, quizás de manera interesada, el erudito quiso dar a entender que la carta del Arzobispo-Gobernador del Consejo produjo el cambio de criterio de los regidores: "porque inmediatamente que las cartas de V.E. se acabaron de leer, todos los que fueron preguntados sobre la deliberación que había de tomarse, apellidaron libertad y, sin apelar a nuevo consejo, resueltamente dijeron que su ánimo era de votar por el Dr. Arbuixech. Esto ocurrió el día 1 de este mes por la tarde e, inmediatamente que lo supe, di la pavordría por perdida" (8-II-1730). De hecho catorce regidores votaron en favor de Arbuixech, y sólo tres (Blas Jover, Juan Bautista Borrull y SalvadorLop) sostuvieron la candidatura de Mayans. No deja de llamar la atención el hecho de que Jover, que votó el último y sostuvo exteriormente la candidatura de don Gregorio, fue acusado años después por el mismo erudito de haber manipulado las votaciones: "Otros favorecedores míos se aplican también, con buena intención, a deshacer el mal concepto de mí que ha procurado imprimir en los que no me conocen el maligno ánimo de algunos y singularmente el artificio de quien Vm. conoce mui bien (Blas Jover), el cual habiéndose valido de mí en sus mayores persecuciones, después que me había apartado de la carrera de la Universidad de Valencia" (9-XII-1752).

Dado que la elección dependía del voto de los regidores, el mismo Mayans da dos explicaciones del voto negativo, pese a sus méritos y la brillantez de sus ejercicios de oposición. En carta al arzobispo Orbe, en víspera de los ejercicios, explicaba que antes de las oposiciones ya se decía que no obtendría ningún voto. Y la razón esgrimida era la acusación hecha contra Mayans de haber sido el autor de la réplica al Manifiesto que precedía al texto de la Concordia firmada entre el Ayuntamiento y los padres de la Compañía. En este sentido, don Gregorio acusa al Rector de la Universidad Francisco Ortí y, en concreto, al pavorde Juan B. Ferrer de haber sido el autor. Como los regidores eran favorables a la Concordia, la acusación era una razón potísima para votar en contra. Pero había otra razón, que aparece en la correspondencia en años posteriores, cuando ya más tranquilo y en el retiro de Oliva, exponía sus criterios sobre el amor de los valencianos a su tierra y sus instituciones. El 26 de agosto de 1747 lamentaba que se hubiera concedido la pavordía a Arbuixech que había redactado el informe contrario a la devolución del derecho foral privado, que Felipe V quería devolver al reino de Valencia con motivo de su visita a la ciudad en 1720.

Sean cualesquiera las razones de la negativa, el rechazo de su candidatura a la pavordía de leyes constituyó una frustración en los planteamientos intelectuales, económicos y sociales de don Gregorio. Dado que no quiso resolver sus problemas con el sacerdocio, ni quería dedicarse a la abogacía práctica, tuvo que buscar una solución para poder abandonar Valencia, ¿"ingratísima ciudad", la llama¿ y desarrollar su meta cultural que nunca perdió de vista. Como dirá años después, en la Maiansii vita, "y desde ese día, determinó Mayans abandonar aquella ciudad, orientados sus estudios a la utilidad pública por camino más tranquilo". Pero la realización de las decisiones tardan más tiempo del esperado en poderse llevar a la práctica. Su idea inicial de unir docencia universitaria y dedicación a las letras resultaba inviable, y se vio precisado a buscar otros medios de realizar sus proyectos.

   La apertura a Europa

De hecho, el año 1730 constituye una fecha clave en la vida de Mayans. Su decisión de abandonar Valencia fue definitiva. Tuvo que esperar algunos años, pero no modificó su planteamiento. En principio, continuó sus trabajos literarios. Publicó la República literaria de su admirado Saavedra (1730) y promovió la edición de la Guerra de Granada de Diego Hurtado de Mendoza. Pero, ese mismo año, apenas perdida la oposición a la pavordía, don Gregorio recibió dos visitas importantes. Enviado por el Deán de Alicante, llegó a Valencia el barón sajón Schönberg, bibliófilo empedernido, que buscaba libros extraños para su selecta biblioteca. Y con poca diferencia aparecía por la capital del Turia el editor de Lyon, Roque Deville, que deseaba obras jurídicas para publicar en su prestigiosa imprenta. Las relaciones de nuestro erudito con estos dos personajes tuvieron mayores consecuencias de las esperadas en el primer momento. Se le abría al erudito la posibilidad de establecer relaciones intelectuales serias y constantes con intelectuales europeos. Y no desaprovechó la oportunidad.

Deville buscaba obras de los juristas españoles para publicar en Lyon y abastecer el mercado universitario español. Venía de Salamanca donde había contratado la copia de los Tractatus academici de Juan de Puga y quedó gratamente sorprendido, cuando nuestro erudito le ofreció un ejemplar que poseía. En cuatro meses Mayans le enviaría el texto preparado para la edición con una introducción y la vida del autor. El editor lionés quedó agradecido y se comprometió a publicar los Tractatus y cumplir con la única condición de don Gregorio: dedicar la obra al cardenal Hércules Fleury, primer ministro de Luis XV de Francia. Ese primer compromiso entusiasmó a Mayans. Además de enviarle los Tractatus academici, le entregó las cuatro cartas de Nicolás Antonio, que le había proporcionado su amigo José Bermúdez, a las que añadió otras muchas de Antonio de Solís. En consecuencia, los Deville publicaron Cartas de don Nicolás Antonio, de don Antonio de Solís y de don Cristóbal Crespí de Valdaura, con una breve noticia de las Vidas de los dos primeros autores, y la Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española (León de Francia, 1733)

Don Gregorio no quedó contento de la edición, pero, sobre todo, le disgustó el retraso en imprimir Tractatus academici, que sólo aparecieron en 1735. Las quejas del erudito fueron permanentes y las excusas de los impresores poco convincentes: el papel que no secaba, el permiso del cardenal para aceptar la dedicatoria, la lentitud del intermediario... El valenciano compró libros para su biblioteca, pero quedó frustrado en sus esperanzas. Los Deville no eran los editores que había esperado para publicar sus obras y las de los grandes autores españoles que deseaba extender por Europa. En el fondo, hay una gran razón que explica el fracaso. Los aspectos básicos de la concepción de la cultura mayansiana (humanismo, historia crítica y jurisprudencia teórica) no interesaban en Francia, al menos eso decían los Deville, que aseguraban eran temas para Italia, Holanda y Alemania.

De hecho, en Alemania tuvieron más resonancia los trabajos de Mayans. El barón Schönberg constituyó un primer punto de enlace ideal. Gran bibliófilo, conocía a libreros, impresores y eruditos, que puso en contacto con nuestro erudito. Schönberg propició la relación de Mayans con el editor holandés Pierre D¿Hondt, a quien habló de Valencia, de Mayans y de la continuación de la Historia latina del P. Mariana, que había llevado a cabo el trinitario José Manuel Miñana. Mayans fue el interlocutor, buscó el texto, solicitó la ayuda económica de Blas Jover que quería congraciarse con el Príncipe de Asturias (futuro Fernando VI) y, con el compromiso de comprar un número elevado de ejemplares por parte de Jover, salió a la luz Historiae de rebus Hispaniae libri triginta. Accedunt F. Josephi Emmanuelis Minianiae...continuationis novae, libri decem (La Haya, 1733). Mayans es el autor de todos los trabajos latinos que aparecen en nombre de Jacinto Jover, adolescente que apenas conocía los rudimentos de la lengua latina. Con ello ponía a disposición de los eruditos alemanes el mejor texto latino de la Historia de Mariana que, según ha demostrado Juretschke, era la fuente básica para España de los historiadores germanos.

Schönberg puso, además, a Mayans en relación con un personaje fugaz en las relaciones mayansianas, Dionisio Camusat. Apenas presentado, Camusat solicitó de Mayans un catálogo de las obras jurídicas de su biblioteca y el valenciano se apresuró a complacerle. Éste es el origen de la Biblioteca iuridica de don Gregorio que, incluida en Epistolarum libri sex, hizo famoso al valenciano entre los grandes juristas europeos. En gran parte, el éxito de las cartas latinas se debió al conocimiento de alemanes y holandeses que admiraron la belleza del estilo latino y la profundidad del sentido crítico.

También fue directa la intervención de Schönberg para comprender las relaciones de Mayans con Mencke, el director de la prestigiosa revista Acta eruditorum de Leipzig. Apenas abandonó Valencia, Schönberg envió a Mencke la primera carta de nuestro erudito. Éste señalaba el contraste entre las dos naciones: la decadencia española se debía a la falta de reconocimeinto político y social de los hombres de letras. Sólo el amor a las letras mantenía el esfuerzo de pocos, porque los más cultivan la barbarie. El ofrecimiento de establecer un intercambio cultural era sincero y Mencke respondió en un intento de intercambiar la revista con libros españoles. Era una obsesión de los hombres de letras alemanes: desconocían el movimiento cultural hispano y querían reseñas de las recientes publicaciones. Como decía Schönberg, envíele, al menos, "la continuación de los libros nuevos que se publican en España y que se hallan mencionados en las gacetas de Madrid; por lo menos, y aunque no haya otra circunstancia, sirven esas noticias para esta tierra, donde no hay correspondencia alguna literaria con España" (26-IV-1732).

Mencke intentó establecer un interesante intercambio de Acta eruditorum con libros publicados en España y se dirigió a un librero madrileño (Miguel Balaguer), pero el temor a la prohibición inquisitorial (Mencke era protestante) atemorizó al intermediario. La curiosidad de los alemanes por conocer el mundo cultural español era grande y Schönberg y Mencke buscaron una salida airosa. Encargaron a Mayans la recensión de los principales libros aparecidos últimamente en España y el valenciano aceptó el encargo. Si se trata de una simple recensión, no hay problama. "Pero mientras, para dar alguna satisfacción a los preceptos del Sr. Menquenio, le envío una critiquilla de algunos pocos autores, y ésa bien moderada, porque las obras que los nuestros publican no están en paraje de severas críticas" (21-III-1731).

Esta fue la génesis de Nova literaria ex Hispania, que apareció en Acta eruditorum en septiembre de 1731. Don Gregorio hizo una reseña bastante amplia. Aludió a las crónicas de la orden franciscana que venían publicándose, a las polémicas sobre método histórico centradas en la obra de Ferreras, en las divergencias entre Salazar y Castro con el marqués de San Felipe, reseñó las obras de los renovadores intelectuales (Martín Martínez y, sobre todo, Feijoo) y naturalmente a los novatores valencianos (Corachán, Martí y sus propios trabajos). En este sentido, fue especialmente duro con la Real Academia de la Lengua, a la que acusó de lentitud en la formación del Diccionario, y con Feijoo, a quien al tiempo que le reconocía ingenio, le acusaba de filaucia y de haber ganado en las discusiones por haber combatido con ignorantes. Naturalmente, el artículo apareció bajo pseudónimo, pero se trata de uno de los primeros ecos, sino el primero, del mundo intelectual español en la Alemania del XVIII.

   La importancia de las cartas latinas de don Gregorio

Esta aceptación en Alemania aumentó con la publicación, por las prensas de Bordazar de Epistolarum libri sex (1732). En el volumen aparecía la correspondencia latina de Mayans con sus amigos: Manuel Martí, Tosca y Corachán, Finestres y Miñana, pero también con los extranjeros: Schönberg, D¿Hondt, Camusat o Mencke.

La obra fue conocida en España en los ámbitos humanistas, que no eran muchos. De la amplitud de su difusión podemos hacernos una idea del comentario de Feijoo a las cartas latinas de Mayans y de Martí, que habían sido publicadas en 1735. El Deán quiso que se le enviara un ejemplar al benedictino gallego y deseaba conocer el concepto que hiciera. Cuando llegó el momento, manifestó que sólo le interesaba leer el volumen VII del Teatro crítico, si hablaba de Martí. Y cuando recibió el volumen y leyó el contenido, se limitó a escribir: "En el elogio que hace de mí el Sr. Feijoo lo más apreciable es la honra de que me ponga al lado de Vm." (19-IX-1736). No es de extrañar el desencanto, pues el beneditino sólo supo ver en la obra un modelo de cartas de urbanidad. Así se deduce al incluir su comentario en el capítulo titulado, Verdadera y falsa urbanidad, que empieza así:"El escribir cartas con acierto es parte muy esencial de la urbanidad y materia capaz de innumerables preceptos, pero puede suplirse todos con la copia de buenos ejemplares" Y entre los modelos señala las Cartas morales de Mayans y las cartas latinas de Mayans y de Martí.

Dada la lentitud de los Deville en la impresión de Tractatus academici de Puga, don Gregorio decidió dedicar sus cartas latinas al cardenal Hércules Fleury, primer ministro de Luis XV. Su idea era clara: lograr el favor de Fleury para conseguir un cargo de letras en Francia, al tiempo que adquirir renombre internacional como buen latinista. Así lo expresaba en carta del 26 de febrero de 1732 al Deán de Alicante: "He hecho tirar unas pocas copias de papel de marquilla para Vm. y tal cual amigo privilegiado, y singularmente para el cardenal Fleury a quien dedicaré mis Epístolas, pareciéndome este medio conveniente para que, enviándole unos cincuenta ejemplares, se esparzan bien por sus manos y se extienda por allá mi nombre, porque yo por quí no tengo que esperarlo". Ahora bien, junto a la fama deseada, la posibilidad de encontrar un cargo en París. No en vano aludía en la dedicatoria a los valencianos que en lossiglos XV y XVI enseñaron en la Sorbona, en una implicita alusión a su disponibilidad para emprender un viaje semejante. No obstante, las cartas latinas de don Gregorio no alcanzaron una gran difusión en Francia, a juzgar por las declaraciones de los Deville. Claro que la actitud de los impresores lioneses no ayudó en la empresa: no compraron ejemplares, exigieron intercambio con libros comprados y, desde luego, no dieron gran valor a la obra, al afirmar que apenas se vendería en Francia. Era obra para el Imperio, Holanda e Italia.

En efecto, en estos países fue donde Epistolarum libri sex alcanzó mayor difusión y prestigio, como puede comprobarse por el deseo constante de que se reeditaran. Así lo pedirán los amigos holandeses de Mayans (Meerman, Linden, entre otros). La edición encantó a Muratori e hizo que el teatino portugués Gaetano de Gouvea, al regresar de Roma quisiera conocer personalmente a Mayans, que residía en Madrid como bibliotecario real.

Pero, sobre todo, gustó en Alemania, donde fueron reimpresas en Leipzig (1737). Pardo de Figueroa, el amigo madrileño de Mayans, envió 5 ejemplares a Hamburgo, destinado a Juan Alberto Fabricio y a Keflecker, autores de eruditas bibliotecas, latina y griega. Por su parte, el conde de Cervellón, el exiliado austracista en Viena entregó varios ejemplares a hombres de letras, con el fin de borrar el mal concepto general de que en España no se cultivaban las letras, así como a la bibliotea del emperador Carlos VI de quien asegura en cartas posteriores que las había leído, y al príncipe Eugenio de Saboya. De hecho, los eruditos alemanes se hacen eco de la belleza del estilo y de la profundidad de los trabajos jurídicos contenidos en Epistolarum libri sex: Jorge Enrique Ayrer, Gottlob August Jenichen, alaba los estudios de jurisprudencia mayansianos, Everhard Otto que, al defenderse de las críticas que había recibido, alegaba en su favor los argumentos de varones ilustres "como Heinecio y Mayans, orgullo de Alemania y de España", y, sobre todo, el mismo Heinecio en su Fundamenta stili cultioris señalaba la unión de la belleza del estilo con la profundidad de los conceptos. Finalmente, Nolthen colocaba a Mayans entre los restauradores de la lengua latina junto a los grandes humanistas hispanos del XVI.

 

 

   El orador cristiano

Conocido el pensamiento de Mayans sobre la belleza literaria, expuesto en sus dos discursos sobre Saavedra y la elocuencia, no puede sorprendernos que dedicara un volumen a la reforma de la oratoria sagrada. En una época en que el predicador eclesiástico gozaba de un extraordinario prestigio y de un influjo social innegable, la decadencia literaria tenía que repercutir por necesidad en el sermón barroco. La oratoria sagrada española había alcanzado enorme esplendor en el siglo XVI con figuras de gran valor: Juan de Ávila, Fr. Luis de Granada, Cabrera, Vázquez o Salucio. Pero la decadencia de las letras, con el barroco exagerado, tenía que conducir a la del sermón. En el siglo XVII se extendió el predominio del conceptismo y la decadencia llegó al extremo en el XVIII con el uso de ingeniosidades, hibérpoles, extravangancias literarias y religiosas, que años después serían estigmatizadas por el P. Isla en Fr. Gerundio de Campazas (1758).

El lector no especializado piensa que la reforma del sermón barroco se inició con la obra del jesuita. Pero mucho antes que apareciera la obra de Isla, y con otro estilo, Mayans había emprendido la tarea de reformar los defectos de la oratoria sagrada. La decadencia, era a juicio de don Gregorio, innegable: no se iba a los sermones a oir la palabra de Dios, sino a oir conceptos y florituras literarias. Los oyentes, afirmaba, quedaban con el corazón seco, la imaginación vacía y llena de vanos pensamientos, muy lejos del deseo de reformar su vida. Teniendo en cuenta el testimonio de la Escritura de que la palabra de Dios es eficaz como espada de doble filo, ¿cómo era que no producia fruto alguno?. "Una es siempre e igualmente eficaz en todos los siglos la Palabra de Dios, pero no se oye en los púlpitos la Palabra de Dios". En el hombre es menester buscar el obstáculo y el defecto. Como el predicador es hombre, y está sumergido en una cultura, su inteligencia y su formación pueden servir para transmitir la palabra de Dios o su ignorancia puede obstaculizar la comprensión y su comprensión. Si a ello unimos la decadencia cultural del momento, reconocida y confesada, no podemos extrañar el criterio de nuestro autor.

Así, aprovechando la publicación de la Bula Gravissimum praedicandi de Benedicto XIII (1728) sobre la reforma de la predicación, don Gregorio expuso su criterio con valentía. El Romano Pontífice deseaba que se predicara el evangelio pero, mirando la costumbre italiana de dividir el sermón en dos partes, insistía en que al menos en la primera se explicase la Sagrada Escritura. Pero los predicadores, excusándose en la Bula pontificia, acortaban la primera mitad para continuar con sus floridas consideraciones. En esas circunstancias, escribió don Gregorio El Orador cristiano (1733).

Para conseguir una reforma auténtica, Mayans exige la colaboración de todos. Del oyente, la responsabilidad de atender y de esforzarse por mejorar de vida. Del orador, el esfuerzo y la oración para preparar el sermón: estudio de la Escritura donde se contiene la palabra de Dios, de los Santos Padres lo primeros y más fieles intérpretes y, finalmente, la imitación de los grandes modelos de predicador que utilizaron la cultura y las letras para hacer más comprensible el contenido de la Escritura. En esa línea, Mayans propondrá el ejemplo de los grandes oradores del gran siglo XVI: Fr. Luis de Granada y Juan de Ávila. Ahora bien, también exigía el esfuerzo de las autoridades eclesiásticas, preparando a los predicadores con escuelas de estudio de la Biblia, pero asimismo con normas de retórica que faciliten la comprensión de la palabra de Dios.

Este simple planteamiento explica la audacia de la empresa mayansiana. Con su concepto de la elocuencia, expuesta en su conocida Oración, tenía que luchar contra corriente, y más, teniendo en cuenta, que él era un jurista y no un predicador. Como decía Feijoo, que confesaba la necesidad de reforma y su deseo de dedicar un discurso en el Teatro crítico, la costumbre le impidió enfrentarse con valentía con un problema tan enquistado (6-X-1736). Pero era una necesidad sentida, y muchos clérigos y seglares aplaudieron la valentía de Mayans al enfrentarse con el problema. Martí se manifestó entusiasmado el 28 de septiembre de 1735: "Grande obra, grande obra y, en mi sentir, inspirada, tal es la excelencia de ella. He quedado absorto al leerla y, aunque con sumo trabajo por la falta de vista y no poder usar anteojos, espero devorarla como Ezequiel su libro. Ni está en mi mano el dejarlo de hacer, tal es la armonía de su natural artificio. Ay amigo, que no es para estas tierras. Y temo que Vm. haya trabajado en vano". Al mismo tiempo el viejo Deán confesaba la dificultad de reformar la costumbre, por la ignorancia generalizada, por los intereses de los frailes, y por la dificultad de los remedios apuntados.

Más curiosa es la respuesta de Bolifón, y merece un recuerdo, porque se trata de un ensayo sobre la oratoria sagrada y plantea el problema de la intervención de los seglares en la Iglesia. En ese sentido, alude al sacerdocio universal de los cristianos, a la práctia de la primitiva iglesia y el derecho de los fieles seglares a intervenir en asuntos eclesiásticos, y aun en la misma predicación. Magnífico conocedor de la teología galicana y del pensamiento jansenista, el sentido de sus palabras tiene un matiz riquerista que conviene resaltar (11-VIII-1733).

Naturalmente no todos los juicios fueron favorables. No deja de sorprender que, desde el primer momento, los jesuitas (entre ellos el P. Gerónimo Julián) se opusieron a aprobar la obra, pues en ella veía censurado a uno de sus grandes oradores, el P. Vieira, y tuvo que recurrir al trinitario P. Cases, que aprobó la obra, pero haciendo constar en la misma censura sus diferencias de criterio. Años después, el P. Antonio Codorniu, en El predicador evangélico (1740), ignora por completo la obra del valenciano. El P. Feijoo, que como sabemos conocía la obra de Mayans y reconocía su mérito y confesaba su propia cobardía, dedicó un discurso a la elocuencia, en las Cartas eruditas, simulando no conocer El orador cristiano, al tiempo que hacía burla del aprecio de don Gregorio por Saavedra. Finalmente, el P. Isla en el Fr. Gerundio, obra dedicada a la reforma de la predicación, aprovechó la ocasión para ironizar sobre la nobleza y fama del generosus valentinus. En el fondo mayansiano se conservan múltiples testimonios, hasta mitad de siglo, de la oposición a la reforma propiciada por Mayans. Así en Sevilla fue clara la oposición a José Cevallos, cuando quiso introducir la nueva manera de predicar.

Aunque es menester confesar que también tuvo defensores. Aun entre los frailes El orador cristiano gozó de prestigio, y algunos predicadores famosos, como el carmelita Fr. Antonio Andrés, confesaba que entre sus correligionarios "que ejercitamos el púlpitode catorce años a esta parte, veneramos a Vm. por nuestro maestro, teniendo entre las cosas de nuestro uso particular, al Orador cristiano como la prenda más estimable" (8-VI-1757). Y altos cargos de la jerarquía, como los valencianos Asensio Sales y José Climent obispos de Barcelona, y Felipe Bertrán de Salamanca e Inquisidor General, manifestaron su aprecio y el influjo benéfico de la obra. Baste como punto de referencia el testimonio personal de Bertrán, que dedicó su primera Pastoral en su diócesis a la reforma de la predicación, de la que envió un ejemplar a don Gregorio, con esta carta: "Y aunque no es obra de presentarse a quien está tan superiormente instruido en el asunto que ella contiene, con todo de justicia debe pasar a manos de Vm., porque a su Orador cristiano debí las primeras luces que me ilustraron en el ministerio de la predicación y me preservaron de las preocupaciones de que, siguiendo el curso regular, me hubiera dejado sorprender" (26-V-1764).

Y, dado que se trataba de unir el sentido religioso con la estética literaria, conviene resaltar la evolución sufrida por Mayans, desde sus primeros ensayos. Porque, si en la Oración en alabanza de Saavedra todavía se celebraba la retórica de gran orador barroco Vieira, ahora lo censura con dureza y propone como modelo a los grandes oradores del XVI. Es decir, Mayans introduce modificaciones en su criterio sobre la edad de oro de los grandes escritores de la lengua castellana, y va manifestando sus preferencias por los autores del tiempo de Felipe II, donde ve la plenitud de la belleza literaria.

   La búsqueda de un cargo en el mundo culturl

Muchas personalidades alabaron El orador cristiano, como los cardenales Belluga o Cienfuegos. Pero interesa conocer el pensamiento del confesor del rey, el jesuita Guillermo Clarke, a quien Mayans había dedicado la obra. El juicio lo conocemos por una carta de Bustanzo, en que comunica al erudito que Clarke había celebrado la obra, que consideraba muy provechosa, pero "preveía a Vm. una grandísima persecución de parte de los predicadores de mal gusto o ignorantes". Bustanzo añadía su propio juicio, con el augurio de la oposición de los frailes "que ejercen la predicación como los sastres y zapateros sus oficios, para comer" (13-V-1733).

He aludido al juicio de Clarke, porque la Dedicatoria al P. Confesor entrañaba una clara intencionalidad personal por parte de Mayans. Después del fracaso en la oposición a la pavordía y, dada su firme actitud de abandonar Valencia y la cátedra, tenía que buscar una salida airosa. Parece evidente que, a finales de 1731, Mayans inicia una serie de gestiones para conseguir un cargo que le permitiera abandonar Valencia. Del mes de septiembre tenemos una carta de Bermúdez, en que lamenta que don Gregorio se dirigiera al orzobispo Orbe, como Gobernador del Consejo, en solicitud de una plaza en la Real Biblioteca, "pues la plaza se presentó por el P. Confesor del Rey, a quien pertenecen la dirección y presentación del todo, el día 16 de agosto en el escribiente más antiguo" (1-IX-1731). Y en diciembre le escribía Bustanzo, comunicándole las gestiones que había hecho con Pedro Álvarez del Cabral, ministro plenipotenciario de Juan V de Portugal, (también por medio del P. Blutteau), para que aceptara el obsequio de unos manuscritos valiosos por parte del valenciano (26-XII-1731). Ahora bien, el año 1732 constituye el momento de inflexión. A lo largo de ese año continuó con más empuje las gestiones para conseguir el fruto deseado.

Las presiones de su padre iban dirigidas a que el erudito consiguiese una plaza de la judicatura. El joven catedrático considera que se trata de una tentación, y quiere resistir las presiones. En el fondo, desea mantener su independencia de criterio y seguir su conciencia. Así, confiesa con claridad que igual que rechazó las presiones del arzobispo Orbe por seguir "el dictamen de mi conciencia (y) tuve por tan acertada aquella resolución, que todavía no me he arrepentido. Yo miro a la toga como lazo de mi conciencia, ruina de nuestra casa y degüello de todas mis esperanzas. Yo sería ingrato a Dios sino reconociera que me ha dado habilidad para escribir, ilustrar la Jurisprudencia y otras facultades. No es amor propio; porque contestan en ello los mayores hombres. Yo he de seguir pues esta carrera; y cuando esté en el extremo de escribir en un rincón, o adorado de todos en una Audiencia, preferiré una vida retirada a otra que Vm. juzga tan pausible". Siguió los estudios, según la indicación de su padre, "pero en llegando a la dirección de la conciencia, ahí cesa todo respeto humano". Y en esa carta, ya escribe a su padre que sólo aspira a la Real Biblioteca, y cronistas hay en Castilla y de Indias, con título de secretario del rey, que otros con menos capacidad han conseguido. Son palabras escritas el 22 de mayo de 1732.

Y apenas unos días después se dirige al arzobispo Orbe, para expresar las mismas ideas. No quería ser abogado práctico, porque deseaba dedicarse al cultivo de las letras. Dado que Orbe era Gobernador del Consejo de Castilla, podía con facilidad influir en el nombramiento de un cargo en la carrera judicial (empezando naturalmente por las Audiencias), pero don Gregorio se negó desde el primer momento. Era una decisión que había tomado durante sus estudios en Salamanca y continuaba afirmando que sería una pena abandonar el cultivo de las letras. Él se consideraba apto para el estudio de la Jurisprudencia y de las artes liberales.Y después de poner los ejemplos de Antonio Agustín que, habiendo publicado su gran obra a los 25 años, los cargos le impidieron realizar mayores trabajos, y de Ramos del Manzano que a los 18 deslumbró a Salamanca y los cargos posteriores paralizaron sus estudios, y aun del mismo arzobispo Orbe, escribe con rotundidad: "¿Pero a qué se encamina todo esto? Lo diré brevemente. Miro a las togas como lazos de mi conciencia, las considero mortajas de hombres que aman la justicia; insignias de unos honradísimos esclavos de la República y degüello de todas mis esperanzas. El mismo horror me causan los empleos, o dignidades, que sólo son una nueva administración de pobres" (28-V-1732).

Desde la pérdida de la pavordía habían pasado dos años y Mayans había confesado con claridad, que no se sentía llamado al sacerdocio, puesto que Orbe, como arzobispo de Valencia, podía promocionar su carrera. Es cierto que Mayans continuaba siendo clérigo y, durante los años de catedrático disfrutó de las rentas de algunos beneficios eclesiásticos, aunque de escasa rentabilidad, y procuró conseguir algunos para su hermano Vicente. En ese sentido, después de publicar un discurso literario y religioso: La concepción Purísima de la Virgen María Madre de Dios (1729), lo difundió generosamente por toda España. Pero otra cosa, muy diferente, era ordenarse de sacerdote. Y don Gregorio siempre manifestó sus reservas. Así, mientras vivía como clérigo, se manifestaba dispuesto a un cargo, biblioteca, u otro, "como no sea judicaura... Tampoco me gusta dignidad que me obligue al sacerdocio, porque éste pide mucha perfección y no admite arrepentimiento. Por ahora amo el celibato, como más libre de cuidados y obligaciones, más expedito y a propósito para cualquier empresa, singularmente para la contemplación que piden los estudios" (22-IV-1733). Y al mes siguiente, dirá al mismo Bustanzo: "Dios no me llama al sacerdocio, sino a escribir, desembarazado de cuidados y obligaciones, fuera de las de cristiano" (27-V-1733).

Descartada la opción del sacerdocio, sólo quedaba una plaza dedicada al cultivo de las letras lejos de toda actividad docente universitaria. En la carta al arzobispo Orbe, anteriormente citada, escribía con claridad: "Según esto, la constitución de mis estudios pide que yo prosiga en ellos, no en una Universidad, donde pierdo el tiempo y el trabajo, sin fruto público por impedirlo la envidia e injusticia, y aun sin privado emolumento mío, sino retirado en mi biblioteca, saliendo a volar de cuando en cuando por medio de mi pluma". Y puesto a pedir, ya insinúa los deseos que llevaba en lo íntimo: Real Biblioteca, cronista de Castilla o de Aragón, para dedicar el cargo, que otros utilizan para descansar, al estudio y publicación de sus trabajos. Más todavía, "si estuviéramos en Francia, diría que lo que deseo es una pensión, y esto sería lo más propio" (28-V-1732).

El fracaso de la Dedicatoria a Fleury, como se ve, no desanimó a don Gregorio. Su carta al arzobispo Orbe demuestra que también buscó una salida por otros caminos. Y sin esperar la respuesta del Gobernador del Consejo de Castilla, tentó conseguir sus pretensiones por otro medio El 26 de agosto de 1732, Mayans se dirigía al cardenal Cienfuegos exponiendo sus pretensiones. Con anterioridad, en 1729, le había enviado su Oración sobre la Inmaculada y, al remitir Epistolarum libri sex, aprovechó la oportunidad y, después de contar la vinculación de su familia con el Archiduque y la gracia del hábito de Santiago que de sus manos había recibido en Barcelona, exponía con claridad sus deseos. "El árbitro de las cosas de la monarquía española es hoy el señor Patiño. La autoridad de V.Ema. es tan grande y respetable que con una insinuación que se digne hacer directa o indirectamente lograré yo mi deseo... Pero si, por ventura tuviere V.Ema. algún reparo político que impidiese facilitarme el logro de una pensión asignada por el Gobierno de España, quizá no sería pensamiento despreciable el que su Majestad Cesárea me honrase con algún título de bibliotecario supernumerario a fin de recoger para su gran biblioteca copia d libros españoles exquisitos y raros, materia en que tengo algún voto".

Es decir, Mayans planteó tres posibilidades. París, por medio del cardenal Fleury, destino que insinuaba estar dispuesto a aceptar, como decía explícitamente en carta privada: "El motivo que tuve para explicarme en la Dedicatoria como Vm. ha visto, fue dar a entender a los extranjeros que yo no dudaría salir de España, si se me hiciese un partido razonable; porque veía yo la poca sombra que me hacían los árboles a que me he arrimado" (14-V-1732). Madrid; la Real Biblioteca o en algún cargo de cronista, como decía al Gobernador del Consejo y al cardenal Cienfuegos; o Viena, como con claridad indicaba al cardenal austracista. La respuesta de Cienfuegos del 26 de septiembre de 1732 nos indica que el camino a tomar era Madrid y la Real Biblioteca. "Vamos ahora a sus dependencias de Vm. que miro como mías. Si fuese posible escribir yo con esperanza de fruto al sujeto en Sevilla que Vm. apunta (Patiño), lo ejecutaría, aunque en mi vida le he escrito. Pero sería lo mismo que arruinar a Vm., siendo yo el blanco al odio y a la indignacón de aquella Corte. La mía tiene cuatro famosos bibliotecarios, con que no pude tomar otro camino que el de pedir al Rvdo. P. General de la Compañía que escriba al P. Confesor a Sevilla que solicite con todo empeño por una pensión".

La Real Biblioteca de Madrid fue el camino escogido. Apenas había trascurrido un mes, y ya le llegaba a don Gregorio la buena acogida del P. Confesor, por medio del representante diplomático de Génova. La respuesta del valenciano es clara: "En vista de la propuesta que me hizo V.S. (a quien debo más que a ningún amigo) respondía el correo pasado que, aunque la plaza de bibliotecario de su majestad tiene corto salario, estaba pronto a admitirla, por ser empleo muy honroso, muy de mi genio y tal que me parece me obligaría a trabajar y a darme a conocer; y por fin, será medio para que me quede en España, pues seriamente pensaba salir de ella, y se iban facilitando los medios. Pero, pues, parece que esto lo dispone Dios, sigamos su voluntad" (21-X-1732)

En febrero de 1733 moría el bibliotecario Núñez de Castro, y Mayans se apresuró a escribir al P. Confesor e indicarle con claridad que estaba dispuesto a aceptar el cargo en la Biblioteca Real, donde se encontraría "como pez en el agua. Y según la sed insaciable que yo tengo de libros, me persuado que su Majestad estaría bien servido" (25-II-1733) Pero también Ferreras, el bibliotecario mayor, tenía sus candidatos, y Clarke tuvo que decirle que ya tenía pensado el nombre del elegido: no se trataba de un principiante, sino de un intelectual con renombre y conocido en el extranjero. Eso hizo sospechar a Ferreras que el elegido era Mayans Sin embargo, ante la insinuación de Mayans, que con motivo de la Dedicatoria de El orador cristiano, insinuaba al P. Confesor la conveniencia de acelerar el nombramiento, el astuto jesuita no acababa de comprometerse: "he sentido mucho no haya hasta ahora podido tener efecto la plaza de bibliotecario de Vm. y espero le tenga cuanto antes" (14-VII-1733). La solución, según se deduce por las cartas de Bustanzo, era el cargo de bibliotecario pero, dada la escasa remuneración, iría acompañado, en breve tiempo, del nombramiento de secretario de cartas latinas.

La actitud Clarke fue positiva, como se demuestra por la aceptación de la dedicatoria de El orador cristiano. Pero tenemos, además, el testimonio de Cienfuegos, cuya carta del 8 de julio de 1733 demuestra definitivamente la raíz del nombramiento de Mayans como bibliotecario real: "Me consuela mucho el paso que dio hacia la estimación de Vm. el Rdo. P. Confesor, de que di parte a nuestro P. General, quien escribió gracias al P. Confesor, rogándole por la continuación, deseando ver práctico el efecto de aquella promesa, aunque tiene más de honor que de interés. Y espero en días que de este primer paso se sigan otros, comenzando a cambiarse la fortuna con el momento".

Estamos ante un hecho definitivo: el nombramiento de bibliotecario real de Mayans se debió al apoyo de un jesuita austracista, cardenal de la Iglesia Romana por presión del Emperador Carlos VI, y a través del P. General de la Compañía. Conviene tenerlo presente, porque será un factor recurrente en la vida intelectual y política de nuestro erudito.

Desde el primer momento, esas circunstancias propiciaron la intervención de don Gregorio en las polémicas escolásticas del momento. La oposición tomistas-jesuitas era un punto constante de divergencia. El exiliado cardenal Cienfuegos había escrito Vita abscondita sub speciebus eucharisticis (1718), que había sido combatida por el dominico Madalena, con un folleto titulado Ludus aestivalis (s.l.,s.a.). Pues bien, en 1732 salió en Valencia un tratado con un título muy expresivo, Alegatio theologica physico-polemica pro unione eucharistica asserta ab Emmº. Alvaro cardinali Cienfuegos, Hispano, Societatis Iesu. Bajo el pseudónimo de Ascanio Perea Viegas et Hontanar se escondía la persona de Pascual Agramunt. Lo curioso es que Mayans, a petición del obispo de Albarracín Juan Francisco Navarro, apasionado de Cienfuegos, intervino en la polémica, publicando un artículo polémico: Antimadalena. Diálogo entre Sofronio y Sofóbulo (1734) en defensa del cardenal con el pseudónimo de Vigilancio Cosmopolitano. Ante semejante intervención, surge inmediata la sospecha de que Mayans intentó agradecer, de alguna manera, las gestiones de Cienfuegos en su nombramiento para la Real Biblioteca. Aunque, de hecho, cuando salió el Antimadalena, don Gregorio ya estaba en Madrid

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