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Gregorio Mayans y Siscar -... > Bibliografía > Biografía - Don Gregorio... > IV. El solitario de Oliva (1739-1767). Las exigencias de la historia crítica

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IV EL SOLITARIO DE OLIVA (1739-1767)

Las exigencias de la historia crítica

      Acomodamiento a las nuevas circunstancias

Decidido a abandonar la Corte, envió su preciosa biblioteca a Oliva. así se demuestra por su carta del 13 de abril de 1739 a Muratori en que, al remitirle unas inscripcioes latinas para el Novus thesaurus veterum inscriptionum, le manifestaba el sentimiento por no aumentar las noticias, pues carecía de libros y fichas, que había enviado a la casa paterna. Y si retrasó el viaje, fue debido a una grave enfermedad que sufrió su hermano Juan Antonio: "Mi hermano ha estado gravemente enfermo, motivo de no estar yo en ese reino" (27-VI-1739)

Por lo demás, antes de emprender el viaje, tenía que resolver varios trámites administrativos. Solicitó, en principio, seis meses por asuntos familiares. Como dice en Maiansii vita, con el permiso del monarca, "obtuvo fácilmente el sueldo de seis meses para el viaje, se volvió a Oliva con todo el bagaje y llegó a su casa el 4 de agosto de 1739". No había duda de que don Gregorio no pensaba volver a Madrid. El envío de la biblioteca era un síntoma definitivo. Pero, además, tenemos datos que eliminan toda duda. En carta a Martínez Pingarrón, sin precisión de fecha concreta pero escrita en Madrid antes de bandonar la Corte, explicaba con claridad sus proyectos. Mayans quería que Pingarrón le sucediera en el cargo y, para que pudiera tramitar las gestiones pertinentes, le indicaba su decisión. "Para que Vmd. pueda tratar con el P. Guillermo Clarke, confesor del Rey nuestro señor, de manera que en lo que toca a mí no haya después alguna equivocación, brevemente diré que mi ánimo es retirarme a Oliva, mi patria, para perficionar allí con quietud varias obras legales y históricas que tengo trabajadas". Naturalmente deseaba alguna muestra del agrado del monarca por su servicio en la Real Biblioteca. Su pretensión era clara: "Y me contentaría con una pensión anual de doscientos pesos situados en la tesorería de la Biblioteca Real, haciendo absoluta dimisión del empleo de bibliotecario. Si esto no tiene lugar, con una simple futura de bibliotecario mayor, con ascenso a la primera vacante de dicho empleo y con el permiso de su Majestad de estar trabajando en mi patria, o donde mejor me conviniere, hasta quellegase el caso de dicha vacante".

Más aún, la decisión definitva de don Gregorio debía traslucirse para quienes lo trataban. Así Bustanzo, que tanto había intervenido en su nombramiento de biblitecario real y lo había puesto en relación con Muratori, le escribía el 10 de septiembre de 1739, comunicando que no había pisado la Real Biblioteca desde la marcha del valenciano. Y añadía: "Celebro infinito que Vm. se halle tan contento en su patria y estoy aguardando la noticia de sus determinaciones en orden a su establecimiento. Y pues no dudo que, sea de un modo o de otro, dará Vm. para siempre adiós a la Corte, no hallo consuelo en pensar cuán omiso y perezoso he sido en servir a Vm. en el tiempo que le he tenido aquí y en disfrutar su doctísima conversación".

Mayans actuó con secreto, con el deseo de facilitar las gestiones de Pingarrón con el P. Clarke en orden a sucederle en el cargo. Por supuesto, se servía de Nasarre (cuyas intrigas temía) para cobrar la mesada y, cuando cumplió los seis meses de retiro en Oliva, solicitó la ampliación del real permiso seis meses más, desde el 23 de enero al 23 de julio de 1740. Así consta de la minuta conservada en el Fondo Serrano Morales del Ayuntamiento de Valencia, con una carta al P. Clarke, especificando que, "habiendo yo pedido a Roma mi dispensa matrimonial, aun no ha venido, y habiendo de cumplirse el término de seis meses de ausencia de la Real Biblioteca día 23 de enero, suplico a V.S.Rma. me facilite el logro de otro medio año para acabar de componer dentro de este término mis cosas domésticas" (16-I-1740)

La solicitud fue atendida generosamente por el P. Clarke (30-I-1740). Por lo demás, Martínez Pingarrón estuvo en Oliva en enero del 1740 y los dos amigos proyectaron la táctica a seguir. Don Gregorio escribiría al P. Confesor y, en el momento oportuno, enviaría el Memorial al monarca para presentar su dimisión. La carta al Confesor está fechada en febrero de 1740 y don Gregorio manifestaba su felicidad de residir en Oliva y solicitaba confirmación de que el Rey estaba satisfecho de sus servicios como bibliotecario real, como había indicado en la carta ya citada a Pingarrón, pero sin aludir a pensión alguna, sino sólo a la "estimabilísima honra, (y) le deba también la de vivir y morir honrado y sosegado" (febrero 1740). La carta al P. Clarke y el Memorial al rey (sin fecha explícita) fueron solicitados por Pingarrón el 30 de abril de 1740 y, en una visita a Aranjuez, acompañado de su padre, hablaron con el Confesor, le recordaron las esperanzas ya anunciadas con anterioridad, y , renovándole "la súplica, le encontramos propicio; y así le entregué la de Vmd. con el Memorial para el Rey" (28-V-1740).

Martínez Pingarrón fue avisando con minuciosidad de los trámites realizados para conseguir el nombramiento de bibliotecario, como sucesor de Mayans, y añadía noticias que pudieran interesar al erudito: buenas esperanzas dadas por Clarke, lentitud en el despacho, la muerte del arzobispo Orbe el 4 de agosto de 1740, su inquietud dentro de la confianza en las palabras del Confesor, las intrigas de Nasarre... Por fin, el 11 de septiembre de 1740, el P. Clarke comunicaba el nombramiento de Pingarrón como bibliotecario real, y el agraciado escribía a don Gregorio, ofreciéndose a su servico al tiempo que comunicaba que Nasarre "se explicó sentido de no haber entendido la dimisión de Vmd. hasta que recibió su carta, ni de haber tenido parte en la proposición" (17-XI-1740).

Ahora bien, por esas fechas don Gregorio había dado pasos muy importantes en su vida personal y familiar. El asunto del matrimonio no era precisamente fácil ni cómodo. Según las costumbres de la época, la voluntad del padre era decisiva y el padre del erudito ejercía un dominio innegable sobre las decisiones de los hijos en el momento de tomar estado. Más todavía, en el ambiente familiar se respiraba la idea ¿y en un momento concreto la expresó don Gregorio¿ de que las propiedades y medios económicos no permitían el matrimonio de dos hermanos. Desde esa perspectiva se comprende la preocupación del erudito, que era el primogénito, de buscar un acomodo económico para sus hermanos, pero al mismo tiempo la obsesión del padre por colocar a sus hijos al amparo de la iglesia como clerigos.

Así, ya vimos el interés de que don Gregorio fuera jesuita y, si el erudito rechazó la sugerencia, en principio manifestó su deseo de "ser eclesiástico". Por lo demás, entre sus hermanos, Vicente murió en 1731, siendo subdiácono; Manuel ingresó en el Monasterio de Valldigna, que abandonó; y el más pequeño, Juan Antonio, tomó la tonsura clerical en Madrid en 1735, y fue años después canónigo de la catedral de Valencia. Con esa mentalidad paterna y, vista la gran capacidad intelectual de don Gregorio, las perspectivas familiares se alteraron cuando el erudito, dentro del respeto a la obediencia paterna, decidió contraer matrimonio y exigir los derechos de primogenitura. Ese planteamiento se hizo visible en la carta a su tío dominico Fr. Gaspar Pasqual, ya aludida, pero resulta evidente en unos apuntes personales e íntimos, escritos después de su abandono de la Real Biblioteca y antes de su matrimonio.

El papel reviste especial interés para explicarnos su actitud personal respecto a su familia. Está dividido en 4 apartados. El primero está dedicado a su padre. En él habla de los planes paternos, de su obediencia filial, su decisión de casarse con Margarita, de la dispensa papal del parentesco y de los bienes que corresponden a Manuel y a Juan Antonio. En el cuarto apartado, dedicado a Juan Antonio, alaba su carácter y buen genio, así como las cordiales y afectuosas relaciones que le unen al erudito Pero el segundo y tercer apartados revisten especial importancia y transcribo los pasajes más interesantes.

"Yo. Hago lo que mi padre quiere. He venido de Madrid por no poder mantener aquel gasto. He mantenido y educado a mis hermanos. He procurado sus conveniencias anteponiéndolas a las mías. He estado 6 años pasando lluvias, nieves, soles, resfriados. Solicito ahora mi conveniencia que lo es; y se pasará bien, con paz y disposición para aumentar. Tengo libros para mi diversión... Estoy resuelto a este casamiento. No puedo volver a Madrid, porque no puedo mantenerme y he vendido los trastos, y es perjudicial, y no quiero. No debo hacer otra elección, sino de quien tanto me ama. Los que lo impiden no cumplen con su conciencia. Voy con ánimo de hacer todo género de publicidad".

Como puedeobservarse, la decisón del matrimonio es personal, con la anuencia paterna. Pero puedeobservarse una decisión firme contra obstáculos que se vislumbran, aunque sólo aparecerán claros en el párrafo dedicado a su hermano Manuel.

"Manuel. Le saqué de la acequia ahogándose, le libré de ser fraile de la Vall, le he logrado la plaza. Me debe vida, libertad y conveniencias, y me da la mayor pesadumbre, quiere quitarme la libertad y la conveniencia, sin más causas que su codicia de levantarse con todo, debiendo suponer que prefiero a Juan Antonio". Y si bien afirma que "es bueno y guardoso", alude a una serie de hechos curiosos: ha gastado más que los otros hermanos, no quiso ser coadjutor del Deán de Alicante, ha manifestado deseos de casarse, y la hacienda familiar no sufre dos casados. "Por sus intereses me he detenido en Madrid, sabiendo yo y escribiendo a mi padre lo que fraguaba contra mí". Nada le falta, pues tiene una renta de 500 libras de renta, regalos, chocolate... Pese a todo, el erudito puede hacerle bien y se lo hará. Aunque, desde hace 4 años combate su libertad.

No hace falta decir que se trata del deseo de Manuel de impedir el matrimonio de Gregorio y casar con su prima Margarita, la futura esposa del erudito, pero también económicas, pues Manuel consiguió que uno de sus tíos, que había favorecido al primogénito en su testamento, lo modificara en detrimento de los intereses de don Gregorio. Son razones más que suficientes para enturbiar una relación fraterna, en contraste con la armonía que siempre reinó entre Gregorio y Juan Antonio. Así lo comprendieron los amigos de Madrid, pues Bermúdez, tan sobrio en sus comentarios, se permitió escribir: "Aprecio que estén Vm. y los parientes gustosos y D. Manuel falta a todo, pues el logro de su conveniencia manifiesta lo queVm. por él ha trabajado" (3-X-1739)

Pero su hermano Manuel contaba con favorecedores. En carta del erudito a un tío suyo, sin fecha pero escrita con toda seguridad días antes de la boda, explica las implicaciones económicas de la actitud del hermano. El texto es duro y pone al descubierto las miserias familiares subyacentes, pero la transcripción merece la pena para entender sus diferencias familiares. "Y aunque Vm. no quiera venir a autorizar este casamiento, o por no incomodarse en el viaje, o por no haber de regalar alguna chuchería, o por dejarse llevar de las inducciones de Manuel, que es lo que tengo por cierto; en esta ceremonia dispondrá el papa y se efectuará el casamiento con el favor de Dios, a quien tendré que ofrecer esto más, como le he ofrecido la privación del mayorazgo de que Vm. me defraudó, la privación de los bienes heredados de la monja, que tantos años ha me ha ocultado Vm. y la fraudulenta división de la herencia de mi abuelo, habiéndose Vm. adjudicado el huerto y demás bienes asignados a mí por mi abuela y que de justicia me han pertenecido, me pertenecen y pertenecerán por razón del fideicomiso perpetuo contra el cual no hay prescripción. Yo soy aquel a quien debe Vm. todos estos disimulos, y habiendo llegado el caso en que he pedido una aprobación, debida por ley natural y evangélica, la ha negado Vm., y para remachar más el clavo, permite Vm. que Manuel no haya respondido a mi padre en el negocio más serio de la vida".

Estas inquietudes debieron perturbar la actividad intelectual de don Gregorio que, por lo demás, no cesó. Apenas llegado a Oliva, y resueltas las dificultades familiares, tuvo que trasladarse a Valencia para resolver dos problemas: ayudar a su primo Francisco Pasqual en las oposiciones a la pavordía de Derecho (que consiguió) e iniciar los trámites de la dispensa papal por la consanguidad de los contrayentes. Los trámites de la dispensa papal no crearon problemas, ni exigieron retrasos. El mismo erudito confesaba a su discípulo Andrés I. Orbe: "He venido a Valencia para despachar la dispensa, que tengo ajustada en mil pesos". Y en otra carta, confirmaba la inminencia de las oposiciones. "Las oposiciones empezarán día 5 del que viene. El éxito es ir cierto. Trabajo lo que puedo de todas maneras" ( 14 y 29 ¿X-1739).

En esas circunstancias, es su hermano Juan Antonio quien nos proporciona noticias valiosas. Las oposiciones se retrasaron y don Gregorio tuvo que residir más de dos meses en Valencia. "La detención de mi hermano en Valencia ha sido tan larga porque había empeñado su palabra de asistir a D. Francisco (Pasqual) en las oposiciones y éstas se iban alargando por los lanzolistas. Mi hermano ha sido el todo en todas las cosas deste negocio y D. Francisco y los Pasquales confiesan deberle la pavordía, y es así" (19-XII-1739). Pero estaban, además, los problemas previos a la boda, agravados, en ese caso, por la ausencia del novio y las presiones sobre la novia: rumores interesados de que don Gregorio no sabe "mirar por sus negocios"; pierde "los propios por ganar los ajenos"; no es "bueno sino para los libros", a cuya pasión atribuían la larga residencia en Madrid y ahora en Valencia. En esas circunstancias, la actitud de Juan Antonio fue importante: sosegó a la joven prometida e insistió para que el erudito acelerase el regreso. Y, por supuesto, tuvo que desmontar las intrigas del hermano Manuel que, por correo, maliciaba el ánimo de su padre.

Vencidas todas las dificultades y las intrigas del vicario de la parroquia, y conseguida la dispensa papal del segundo grado de consanguinidad de los contrayentes por una parte, y del tercer y cuarto grado por otra, el matrimonio tuvo lugar el domingo, 28 de febrero de 1740, "segons orde en casa de la contrahent per paraules de present legitimes y naturals", y al día siguiente recibieron la bendicón nupcial y oyeron misa.

En una sociedad sacralizada, como era la española del siglo XVIII, y dominada culturalmente por clérigos y predicadores, el matrimonio de Mayans suscitó algunos comentarios poco comprensivos, especialmente entre religiosos dedicados a la vida intelectual. Conviene recordar los expresados por dos personajes importantes en el mundo de las letras, y ambos religiosos. Feijoo, famoso por su apertura de espíritu ante las nuevas corrientes de pensamiento y crítico mordaz de las supersticiones dominantes en la sociedad hispana, escribió a un amigo: "Bien he reído e hice reir a otros con la carta sobre el casamiento de Mayans". El aire socarrón del benedictino demuestra, además de la antipatía por la persona del erudito, una incomprensión ante las decisiones de la persona. Más penosa es la expresión del P. Flórez, el conocido autor de la España sagrada, por el carácter ideológico que entraña, al querer identificar celibato con una mayor dedicación al cultivo de las letras: "Se lastimó (Flórez) del casamiento de Mayans, pues dice que el estudio no quiere diversiones, y que el matrimonio sirve de obstáculo para las letras".

Precisamente la dedicación a la vida intelectual constituye un problema interesante durante estos años. Morel-Fatio, en el estudio que dedicó al erudito en 1915, observó el silencio de Mayans después del abandono de la Corte, aunque el historiador francés se equivoca al señalar la fecha de 1745 como el inicio de su despertar intelectual: "Quatre ans se passent pendant les quels, Mayans ne semblée pas avoir travaillé beaucoup; mais a la date de 24 avril 1745 il s¿eveille". Imagino que la fecha indicada por Morel-Fatio responde a la colaboración con Jover en la polémica regalista, lo que demuestra un desconocimiento total de la actividad intelectual mayansiana en el campo de la historia crítica. Por lo demás, al conocer la decisión del erudito de abandonar la Real Biblioteca y retirarse a Oliva, Muratori lamentaba la pérdida de un hombre dotado para las letras y con evidente vocación intelectual (26 V 1740). Mayans respondía al bibliotecario de Modena que su deseo era "vacare philosophiae", es decir, continuar en el cultivo de las letras. Y como prueba de sus afirmaciones, especificaba dos trabajos ya iniciados: la Edad de Cristo, tema cronológico por el que sentía especial atracción, y la Razonatoria. Este último, que, según decía el mismo Mayans, sería una síntesis de teología, filosofía y artes liberales, y en cuya redacción pensaba utilizar los libros de Muratori, en especial la Filosofía Moral y De ingeniorum moderatione, verá la luz pública con motivo el III Centenario del nacimiento del don Gregorio.

Ciertamente las nuevas circunstancias familiares aumentaron sus preocupaciones. Se hizo cargo del cuidado de las tierras heredadas con los problemas de arrendamiento, riego, impuesto del equivalente en cuyo cobro abusaban los regidores municipales con el consentimiento del señor (la duquesa de Gandía), la venta de la seda, sequías e inundaciones. En esta línea, la avanzada edad de su padre, que murió en 1744, dejó a su cuidado todo el cuidado de los asuntos económicos. Por lo demás, pronto vinieron los hijos, y don Gregorio tuvo una familia numerosa. El primer hijo, Joan, nacido el 16 de noviembre de 1740 murió el mismo día. Después vinieron al mundo María Gregoria (17-XI-1741), Teresa (18-XII-1742), Miguel (18-I-1745), Josefa (11-X-1748), José (10-XII-1750), Francisco (7-VI-1754), y dos hijas más, ambas con el nombre de María Ana (15-VIII-1756 y 7-V-1758), que murieron recién bautizadas o a los pocos meses. Don Gregorio vivió pendiente de sus hijos, y buena prueba de sus preocupaciones familiares, entre otras cosas de su salud, son las numerosas cartas dirigidas a los médicos solicitando soluciones a las frecuentes enfermedades de su mujer Margarita o de sus numerosos hijos.

Pero estas preocupaciones económicas y familiares no le impidieron desarrollar una actividad intelectual asombrosa desde el primer momento que se establece en su retiro de Oliva. Miradas las cosas desde la perspectiva actual, podemos detectar que los trabajos publicados en estas fechas apenas revisten importancia: la censura de la narración de las fiestas del quinto centenario de la conquista de Valencia de José Ortí Mayor, aparecida en nombre de Perez Zapata de Calatayud (1740), la carta-dedicatoria de Ejercicios de perfección y virtudes cristinas del P. Alonso Rodríguez (1740), un estudio de la geneología familiar (Geneología de Antonio Pasqual y Garcia, 1742) y una Prosodia que incluyó en Gradus ad Parnasum sive Bibliotheca musarum de La Cavalleria y Dulach, publicada en Lyon en 1742.

Pero la correspondencia conservada nos demuestra un ritmo intelectual diferente. Porque, a partir del momento de su retiro en Oliva, la vida de Mayans se hace incomprensible si no tenemos en cuenta su correspondencia. Aislado en un pequeño pueblo, sin otra biblioteca que la suya, y preocupado por el cuidado de los bienes familiares, don Gregorio no tenía más solución que servirse de la correspondencia para mantenerse en contacto con los hombres de letras y seguir las corrientes intelectuales españolas y europeas. Sólo por medio de las cartas podemos seguir la evolución de su pensamiento, el ritmo de su trabajo y el influjo que recibe, pero también el que ejerce entre sus corresponsales. Sus amigos de Valencia (Nebot y Piquer, Bordazar, Cabrera, Asensio y Agustín Sales, entre otros), sus confidentes de Madrid (Martínez Pingarrón, Burriel) o los más discrepantes (Flórez, Nasarre), y, sobre todo, los corresponsales extranjeros, desde Meerman a Rochi, de Cramer a Voltaire.

En un momento pareció que Mayans caía en la tentación de aceptar una plaza en el mundo de la Jurisprudencia, que tantas veces había rechazado ante las presiones del arzobispo Orbe o de su padre. En 1740, debido a las presiones familiares, don Gregorio solicita la vacante de Oidor en la Audiencia de Valencia. El 3 de diciembre se dirigía al Gobernador del Consejode Castilla cardenal Molina y al Secretario de Estado marqués de Villarias, exponiendo su deseo de acceder a la plaza de Oidor de la Audiencia de Valencia, vacante por la muerte de Francisco Despuig. Por lo demás, don Gregorio movilizó a todos sus conocidos que pudieran tener voto en el asunto: Borrull, Bermúdez, Pingarrón... Cuando llegó la solicitud al Consejo, la plaza ya estaba dada, y la resulta, que volvió a solicitar Mayans, fue concedida a Jacinto Jover, el joven para quien don Gregorio había redactado las Dedicatoria y aprobaciones de la Historia latina del P. Mariana, editada por Pedro D`Hondt. Valgan como testimonio de cómo se llevaban los trámites, más o menos secretos, las palabras de Pingarón: "En cuanto a plazas, presenté en la Secretaría del Patronato de Aragón la relación de los méritos de Vmd., y al dar el memorial para la resulta de (Lope de) Sierra, hallé estar provista fuera de consulta y a proposición del marqués de la Compuesta en un pariene suyo" (11-III-1741). Ahí se acabaron las aspiraciones de don Gregorio a una plaza de la judicatura.

De cualquier forma, serenados los asuntos familiares, y resueltos los problemas del matrimonio, el erudito dedicó su esfuerzo a la vida intelectual. En principio continuó la correspondencia con Muratori. Dio su criterio sobre la falsificación de inscripciones latinas llevada a cabo por Ciriaco Anconitano, expuso las bases para distinguir con claridad cuáles eran verdaderas y cuáles falsificadas, e intentó un esbozo de la historia de los colectores de inscripciones, que más tarde ampliaría. Pero la correspondencia con Muratori tiene mayor alcance: conoció las dos obras clásicas del bibliotecario de Modena: De ingeniorum moderatione y De superstitione vitanda, en las que Muratori censura los dos extremos de la actitud intelectual, el escepticismo en el primero, la superstición en el segundo. En el caso del De superstitione vitanda, Muratori abordaba el tema del voto sanguinario, tan frecuente en España, de dar la vida por la defensa de la Inmaculada Concepción, entonces todavía no definida como dogma católico. Mayans, que era muy devoto de la Inmaculada Concepción a la que había dedicado un discurso, reconoció los puntos expuestos y se le quedó gravada una espina, como diría años después, por ver las dificultades de la definición del dogma. Pero, en el fondo, Mayans admiró la actitud del católico, que, sin renunciar a su fe, aceptaba el mundo racional y científico. Era la postura de un católico ilustrado, que el erudito tomó como ideal. No en vano, considerará al bibliotecario de Modena como el hombre más sabio de la cristiandad por su actitud religiosa y cultural.

Pero, al mismo tiempo, don Gregorio inicia la lectura en profundidad de las obras de los jusnaturalistas, empezando por Heinecio, de quien tenía noticias, entre otras cosas, porque había alabado las cartas latinas mayansianas y, aunque discrepaba en algunos juicios, las discrepancias podían ser consideradas como un elogio. Tenía, por supuesto, Ad legem Iuliam et Papiam, que comparaba con la obra de idéntico título y objeto de Ramos del Manzano, y que hace comprar a su amigo Nebot. También alababa su estilo y el método (14-V-1740).

Pero en 1739, Mayans empieza a pedir, en carta a Finestres, que se estudie el derecho natural (7-III-1739). Idea que continuó exponiendo a sus amigos, como puede verse en la correspondencia con Nebot o con Cabrera. Aunque tiene sus reservas respecto a Pufendorf. El abogado valenciano Nebot, su corresponsal y confidente, se interesó por la idea mayansiana sobre el derecho natural y de gentes y solicitó el juicio que le merecía Pufendorf. La respuesta del erudito fue tajante: "Algunos años ha compré a Pufendorf, empecé a leerle y le desterré de mi librería por impío y abominable" (2-VII-1740). Más receptivo se manifestó con Heinecio, al que alaba con generosidad. En junio de 1741 debía estar leyendo con pasión los tratados de Heinecio sobre el Derecho Natural. Porque, el día 3 escribe a Nebot y a Cabrera en el mismo sentido. A Nebot, le explica que tiene "Heineccii Elementa Philosophiae Rationalis, et Moralis, y también Elementa Iuris Naturae et Gentium. Estos asuntos no están tratados en aquel grado de bondad que yo deseo, pero en lo poco que yo he leído de uno y otro libro, he juzgado que entrambos son dignísimos de que Vmd. los compre y lea; porque son obras de grande y provechosa doctrina y muy metódicos, y en su género con dificultad se hallará cosa mejor". Y el mismo día, explica a su amigo Cabrera su criterio: "También estimo en gran manera los Elementos del Derecho Natural y de Gentes por estar dispuestos según sus principios, los cuales no sólo enseñan lo que se expresa, sino también lo que uno va infiriendo, cuya manera de tratar siempre me ha gustado mucho".

Por lo demás, también en junio de 1741, Mayans inicia una breve pero intensa correspondencia con Juan Rudolfo Iselin, catedrático de Basilea, que deseaba ampliar el Thesaurus de Otón. Ante la sugerencia, don Gregorio le indicó la conveniencia de incluir juristas españoles de los siglos XVI y XVII, ofreciéndole los ejemplares de que careciera. El proyecto era ambicioso y en él entró el editor suizo Branmüller, y después. Gosse, pero, dada la amplitud deseada por don Gregorio (sólo sería realizada por Meerman) no llegó a buen puerto. De cualquier forma, Iselin habló de la edición de Pufendorf con notas de Barbeyrac, como explica el mismo Mayans: "Tengo carta de Iselio en que me dice que luego que acabe de publicar la Nueva impresión de Pufendorf con notas de Hercio y Barbeyrac..." (21-VII-1742). Y, como era natural, nuestro erudito acabó comprando de nuevo las obras de Pufendorf, como se puede ver en las peticiones de libros hechas a Cramer en años posteriores.

Son autores que Mayans conoció y sobre cuyas obras reflexionó en estos primeros años del retiro olivense. Sin olvidar, por supuesto, a Locke, cuya edición latina de 1729 poseía. Baste por el momento con las palabras escritas a Nebot el 16 de noviembre de 1743: "Locke trata bien de la razón natural, pero como Vm. no lo tiene sino truncado y malo, no le puede servir". En otras palabras, los años de ocio, que pensaba Morel-Fatio, fueron años de intenso trabajo. Porque, además de las cartas a Muratori, sobre la epigrafía latina, que, según confesión personal le daba mucho trabajo, y la lectura de las obras básicas del bibliotecario de Modena, basta leer la correspondencia de Mayans con Nebot, con Martínez Pingarrón o con Cabrera, para observar el enorme esfuerzo intelectual del momento. En palabras del mismo erudito, "Porque estoy sumamente ocupado en D. Nicolás Antonio y después he de emprender sus obras latinas y la Vida del duque de Alba y otras mil cosas, si Dios quiere" (17-VI-1741).

A estos trabajos habría que añadir la redacción de la Razonatoria, voluminosa obra a la que no dio la última mano. Iniciada en 1739, como decía en carta a Muratori, de cuyas Filosofía moral y De ingeniorum moderatione pensaba servirse, y acabada en su primera redacción en 1746, según decía a Villafañe, nos permite conocer el estado de sus conocimientos filosóficos y científicos. Así, en el campo filosófico, como ha demostrado el Dr. Garrido, dentro de su formación aristotélica, se vislumbra el influjo de Descartes y de Locke, pero también el profundo conocimiento de san Agusatín, tanto por medio de Vives como de las obras del obispo de Hipona. El Dr. López Piñero ha señalado los límites de sus conocimientos biológicos en ese momento, dentro de la tradición galénica moderna establecida en el Renacimiento, en contraste con la actitud mucho más avanzada que el trato con los médicos (Piquer, Capdevila) y las lecturas posteriores (Boerhave...) le permite exponer en su Plan de reforma de los estudios universitarios. También el Dr. Victor Navarro ha señalado el influjo de los novatores (Tosca y Corachán) en la concepción física que en esa obra expuso. Quizás esas limitaciones expliquen que Mayans nunca diera la última mano a la Razonatoria, pero la obra constituye un buen síntoma de sus conocimientos al inicio de su retiro en Oliva, al mismo tiempo que nos permite conocer los progresos posteriores.

   Exigencias de la historia crítica

Pero en enero de 1741, el impresor Antonio Bordazar, amigo sincero y corresponsal asiduo conocía bien los tesoros con que el erudito había enriquecido su biblioteca en la Corte. Así, dado el juicio que Mayans hacía de las obras de Nicolás Antonio, decidió emprender su edición. Buscó los medios económicos para tan ambiciosa empresa y, cuando obtuvo el primer dato positivo, se dirigió a don Gregorio. Fr. Manuel Escuder, encargado de la fábrica de papel de la cartuja de Vall de Crist, aceptó colaborar "en la impresión de esas obras de D. Nicolás Antonio". Bordazar aportaría 200 ó 300 pesos, "y puede verse otro amigo, v. g. Martín Aliaga, si se agregara". En consecuencia, el erudito debe decidir si se imprime sólo "la castellana sin la latina, o una y otra; y envíe Vm. el título y noticia de ella para que yo haga gente" (18-I-1741).

Don Gregorio, en principio, guardó silencio. Sólo después de la reiterada propuesta de Bordazar, expuso su criterio. Como no acababa de confiar en Martín de Aliaga como colaborador económico, el erudito decidió editar la Censura castellana y escribió con claridad el 11 de marzo de 1741: "Y como conozco la dificultad de la empresa, no quiero ofrecer sino tres cosas: la primera, franquear los originales graciosamente; la segunda, contribuir con el doblón de a ocho; y la tercera, corregir la obra en Oliva".

La idea de que un grupo de amigos contribuyese con un doblón de a ocho había salido del pavorde Albiñana, pero molestaba a Bordazar, a quien parecía ir mendigando una limosna para una edición científica. La dificultad se resolvió al encontrar dos amigos que aportaron doscientos pesos cada uno. Aunque a decir verdad, el asunto se complicó cuando el cartujo de Vall de Crist no quiso colaborar más que con la entrega de papel. Con ello Bordazar tuvo que buscar "en qué consumirlo, haciendo así que yo ponga todo lo que se gaste en impresión y después encuadernación y remesas" (12-IV-1742). Pero, una vez decidido, afrontó el riesgo con valentía, aunque el problema económico para continuar la impresión de semejantes obras era evidente.

La segunda dificultad asustó al impresor, pues el envío de las pruebas a la corrección personal del erudito en Oliva, retrasaría excesivamente la edición. En consecuencia, propuso encargar la corrección al cronista de la ciudad Agustín Sales, buen amigo de Mayans. Éste aceptó la propuesta, pero instruyó al corrector sobre el rigor con que había de llevar a cabo la tarea: nadie pueda decir que no han sido fieles al texto original. Y siempre se trasluce una actitud: "Una cautela es importantísima, y es huir el cuerpo a todo lo que pueda dar ocasión a censura superior...; hasta que salga la obra, se ha de procurar que por nuestra culpa no padeza naufragio D. Nicolás" (24-VI-1741).

Esta actitud demuestra que, en el fondo, Mayans temía una reacción negativa de "ignorantes y supersticiosos", que con su poder intentaran paralizar la empresa. Temor que ya era visible cuando copiaba la Censura en la Real Biblioteca "Y así procedo con cautela hasta tener asegurada una copia fidelísima en la cual traslado hasta los descuidos de la pluma de D. Nicolás... Y así se imprimirá donde yo tenga la seguridad de que se impriman a la letra" (1-II-1737). Pero el erudito afrontaba la tarea de imprimir la Censura de historias fabulosas como una misión religiosa, al servicio de Dios y de la Iglesia, llena de peligros. Porque, a su juicio, la crítica histórica y el cristianismo no se oponen, antes bien coinciden en la búsqueda de la verdad. De ahí que los enemigos de la crítica son aquellos que no desean la luz. El supersticioso no distingue razones y, cegado por su crédula pasión, y arrastrado por un "celo indiscreto, viene a parar en obstinación de la voluntad". A juicio del erudito, el supersticioso se vale de la fuerza y de la autoridad, en vez de usar la razón, y ahí es menester buscar el origen de las persecuciones que sufren los que "desengañan y facilitan los desengaños" (15-VII-1741).

Semejantes planteamientos ya los había manifestado años antes, cuando copiaba en secreto los manuscritos de Nicolás Antonio. Así se expresaba en carta a su amigo portugués Francisco de Almeida: "Una vez que yo sea dueño de este tesoro, lo será V.S. y, por su medio, todo el mundo; yo tengo tanto ánimo que si, por mantener este deseo de defender la verdad, importase exponer la vida no me detendría, porque va en esto la gloria de Dios" (12-IV-1737). Entonces no tuvo lugar la impresión, pero sí en 1742 y en Valencia, y la actitud valiente y decidida del erudito continuaba, aunque procuraba evitar cualquier circunstancia que pudiera impedir la impresión. Quizás el ejemplo más luminoso sea la actitud de guardar silencio sobre la venida de Santiago, porque "ni tengo fundamentos para firmarla, ni Dios me obliga a padecer los ciertos peligros de negarla, ni las resultas de ellas" (21-X-1741).

Mayans trabajaba incansablemente en su retiro de Oliva: preparaba los manuscritos, indicaba los capítulos, rellenaba las citas que había dejado vacías Nicolás Antonio, decidía sobre las dificultades que entrañaba la impresión de textos arábigos y, finalmente, escribía la Vida de Nicolás Antonio. La correspondencia de esas fechas manifiesta una mezcla de negocios materiales relativos a la impresión y de preguntas eruditas para que sus amigos consulten la bibliografía de que carece, o para escribir con precisión la génesis de los falsos cronicones. También colean las precocupaciones económicas. Por esas fechas, el erudito acababa de establecer correspondencia con Iselin y, por su medio, con el impresor suizo Gosse, que manifestaron la idea (después frustrada) de reeditar la Bibliotecha Hispana y los manuscritos latinos de Nicolás Antonio. Desprenderse de tan precioso tesoro constituía un riesgo que don Gregorio no deseaba correr. En consecuencia, escribió a Bordazar: "Viendo yo que los que costean la impresión flaquean, he abreviado la Vida de D. Nicolás y la idea de los falsos cronicones, dejando lo demás para la continuación de la Censura, que formará un crecido volumen; y, al agosto, trataremos de la publicación de esta mi continuación y de otras obras de D. Nicolás y de Mondéjar etc. Si unimos los ánimos, podemos algo. De esto trataremos mejor a boca que por carta" (14-VII-1742).

Es el momento clave para la constitución de la Academia Valenciana. Búsqueda de medios económicos para llevar a cabo la edición de textos históricos críticos, dentro de un amplio programa de reformas, cuyo primer esbozo fue la Carta-dedicatoria a Patiño. Es imposible entender la creación de la Academia Valenciana sin tener en cuenta dos factores: el programa de reforma de las letras españolas propuesto por don Gregorio y la búsqueda de los medios económicos para imprimir las obras necesarias.

En una mirada restrospectiva podemos observar el fracaso de la solicitada pensión real, concretada en la renta de la plaza de cronista de Indias, como base económica para llevar a la práctica el programa expuesto en la Carta-dedicatoria a Patiño. Tampoco la Academia de la Historia de Lisboa, debido a su lentitud, llevó a cabo las ideas mayansianas. Consiguió la edición de la Censura de historias fabulosas, sin tener que recurrir a la idea de aportar un doblón por parte de los amigos de las letras. Pero pedir limosna a los amigos cada vez que se quisiera editar un libro no parecía un camino viable. Entonces surgió la idea de crear una entidad que patrocinase y apoyase sus proyectos. La Real Academia de la Historia de Madrid, a la que no quiso pertenecer, estaba dirigida por sus émulos, que, además, habían apoyado la publicación de la España primitiva, pese a que demostró que se trataba de una falsificación histórica. Una Academia en Valencia, con las constituciones redactadas por el mismo Mayans y bajo su dirección e influjo, podría convertirse en un instrumento eficaz.

   La Academia Valenciana

Esa doble finalidad, que hoy vemos claramente, fue expuesta muy pocos años después de su fundación por el mismo Mayans en carta a Burriel: "Pero como la dificultad de promover las letras no consiste en la imposibilidad de maestros, sino en la falta de caudales, éstos son los que deben solicitarse por medios suaves, ya que no se pueden conseguir por favor superior. Yo tuve en esto muy buena idea pero muy mala ejecución, porque si como logré, desde luego, que se alistasen en la Academia los hombres más doctos de Valencia, me hubiera valido de otro medio que el que elegí, engañado de promesas de quien podía ejecutarlas para que los nobles principales de Valencia prestasen su nombre, el fin propuesto se hubiera logrado, porque habiendo muchos contribuyentes se hubiera impreso utilísimos libros de todas las facultades y ciencias" (9-I-1745). En el fondo, la creación, actividad y fracaso de la Academia Valenciana son la expresión de los proyectos mayansianos, el símbolo de la actitud centralizadora del Gobierno de Madrid así como de la desunión de los hombres de letras valencianos ante la prepotencia del poder.

El proyecto, esbozado en la carta de 14 de julio de 1742 a Agustín Sales, quedó perfilada en una reunión en casa de Bordazar, celebrada el 14 de agosto siguiente, a la que asistieron el impresor, el erudito, Cabrera, Nebot y Agustín Sales, entre otros. Así, cuatro días después, don Gregorio anunciaba a su hermano Juan Antonio el retraso en su regreso a Oliva: "pero habiendo ajustado una Academia compuesta de pavordes, catedráticos, nobles, ciudadanos y doctores, con fondos para practicar grandes cosas, no puedo ir hasta aquí a 8 días con poca diferencia... El pavorde Sales finísimo, D. Pascual Escrivá con el bolsillo abierto para cualquier empresa. Casaña, Costei, Nebot, Piquer, Seguer, etc., animosos" (19-VIII-1742).

Así la idea inicial del pavorde Albiñana de colaborar económicamente en la edición de Nicolás Antonio quedó institucionalizada, habiendo desaparecido el matiz vergonzante de la limosna. Las Constituciones, redactadas personalmente por don Gregorio, estaban escritas el día 22 de agosto e impresas por Bordazar el 25, día de la constitución formal de la Academia Valenciana. Y la finalidad económica quedó plasmada en las Constituciones con la aportación personal de cada uno de los Académicos en el momento del ingreso y un óbolo anual. Idea que será resaltada por Mayans en el discurso solemne de Acción de gracias, en enero de 1743: "El que tiene, pues, haberes contribuya con parte de los que le sobran y no le aprovechan, ni le honran, para que se empleen en los gastos necesarios de tan grandes empresas como hemos de hacer. No es decoroso que los ricos y abundosos se aten a la contribución prescrita en las Constituciones Académicas; pues han de considerar que se han de reconocer archivos, sacar copias de manuscritos, recoger muchas obras para hacer colecciones, y que todo se ha de imprimir".

Queda claro, por tanto, que los días que median entre el 15 y el 19 de agosto de 1742 estuvieron marcados por una actividad frenética. Contradicciones evidentemente las hubo y fuertes, pero también entusiasmo, y mucho. Queden como testimonio, las palabras de don Gregorio a su hermano: "Dios ha querido que fundase yo la Academia Valenciana debajo de la invocación de la Divina Sabiduría, con la mayor contradicción. Pero si por una parte ha habido oposición, por otra el aplauso que merece una empresa capaz de restablecer las letras en España" (27-VIII-1742).

Una empresa destinada a la reforma de las letras. Es decir, el fin era la reforma de la cultura española. Y si en 734 exponía sus posibilidades personales, ahora en el artículo 7 de las Constituciones amplía la actividad reformista según los medios de los Académicos: "Enmienda y perfección de la Historia. Una colección de todos los Concilios de España. Una colección de todas las obras de los Santos Padres españoles. Todos los historiadores de las cosas de España cronológicamente ordenados. Los fragmentos que se hallan en todo género de escritores, pertenecientes a ilustrar las cosas de España, como en los Libros Sagrados, Concilios, Santos Padres, Historias eclesiásticas y profanas, Derecho Civil y Canónico, y en todo género de memorias escritas... Historia natural de España, Medicina Española, Origen y progreso de las Leyes de España..." En términos de planificación cultural, los proyectos de la Carta-dedicatoria a Patiño encuentran aquí un marco más preciso y exacto.

De cualquier forma, quedaba claro que el punto básico de la actividad reformista de la Academia Valenciana era la historia. Y para adquirir seguridad absoluta del cumplimiento de esta finalidad, don Gregorio exponía un proyecto, pero señalaba un rechazo y precisaba una exigencia. El proyecto quedó expuesto en las mismas Constituciones: la edición de obras de autores críticos por parte de la Academia Valenciana: Nicolás Antonio, marqués de Mondéjar, Juan Lucas Cortes, Juan Bautista Pérez y del mismo Mayans. El rechazo era la prohibición de toda obra basada en los falsos cronicones. La garantía quedaba expresada por la crítica que ejercía el mismo Mayans como censor, cuya aprobación era requisito indispensable para publicar cualquier obra por parte de la Academia Valenciana.

   Persecución de la "Censura de historias fabulosas"

Un matiz causa sorpresa: la falta de referencia a la Real Academia de la Historia o la aprobación del Gobierno central. Como es sabido, las Reales Academias de la Lengua y de la Historia tuvieron su origen en las reuniones de grupos de amigos que después recibieron el espaldarazo del monarca. En este caso, la Academia Valenciana sólo tuvo el visto bueno del Capitán General y, cuando en 1747, su Presidente Pascual Escrivá, barón de Beniparrell, solicitó el calificativo de Real, se exigió a los valencianos la subordinación a los dictámenes de la Real Academia de la Historia de Madrid, dirigida por el émulo de Mayans, Agustín de Montiano. La repulsa de los Académicos valencianos sentenció definitivamente la ruina de la Academia. Pero por esas fechas, ya había recibido su golpe de gracia.

La actividad inicial de la Academia fue muy positiva. Mayans, según las Constituciones, ofreció la Era de España del marqués de Mondéjar, cuya impresión se encargó a Bordazar. Y en la primera sesión solemne, a principios de enero de 1743, en la Acción de Gracias, exponía Mayans las posibilidades intelectuales de los Académicos, pero señalaba el problema básico que intuía: "La mayor dificultad que yo, señores, hallo, es persuadiros eficazmente, que todos los Académicos formamos un cuerpo místico, en el cual hay repartimientos de dones, de oficios y de operaciones, como del Cuerpo de la Iglesia" enseña el apóstol san Pablo en la carta a los Corintios.

Pronto quedó patente que esa "dificultad" era real, y la prueba de fuego vino de la edición de la Censura de historias fabulosas, que no había sido impresa por la Academia. Porque la Censura era un ataque riguroso y crítico contra las ficciones que desde los falsos cronicones del P. Higuera venían manchando la historia eclesiástica hispana: santos fingidos, obispos imaginarios, concilios nunca realizados..., constituían la base de una historia fantástica sin base documental alguna. Así se comprenden las reacciones de quienes deseaban defender tradiciones locales que, sin argumentos históricos serios, fomentaban su superstición.

A principios de noviembre de 1742 quedó finalizada la impresión de la Censura y el día 13 eran enviados 160 ejemplares a Madrid, donde fue muy bien acogida, pues el 16 de enero de 1743 Bordazar enviaba otros 128. Bustanzo la recibió con entusiasmo, envió un ejemplar a Muratori y entregó otro al Confesor del monarca. El P. Clarke agradeció el obsequio, pero manifestó su temor a una persecucuón; criterio que compartía el diplomático italiano pues muchos, que viven de la necedad ajena, en vez de agradecer la búsqueda de la verdad, perseguirán la obra de Nicolás Antonio y al editor. En contraste con el éxito que augura en el extranjero, "aquí es demasiado el número de los que, semejantes a jumentos, nollunt intelligere ut bene agant" (15-XII-1742).

A finales de diciembre ya conocía don Gregorio la delación ante el Santo Oficio. Dos medios buscó en su defensa. En primer lugar, interpuso la autoridad de sus amigos. Al Consejero de Castilla González de Barcia para que representase al Inquisidor General la piedad cristiana de Nicolás Antonio y manifestase la disposición del erudito a explicar su pensamiento, si aparecía alguna expresión dura en la Vida de Nicolás Antonio. Asimismo, a su antiguo profesor en Salamanca José Borrull, por esas fechas Fiscal del Consejo de Indias, que buscó al Consejero de la Suprema, Juan de Eulate, a quien encontró leyendo la Censura. Pero, además, se dirigió personalmente al Inquisidor General (Orozco Manrique de Lara) y a dos consejeros de la Suprema (Pablo Dicastillo y Juan de Eulate). Los argumentos del erudito eran, en cualquier caso, similares: siempre buscó en sus escritos "la mejoría del entendiminto humano y rectitud de la voluntad". Esa actitud había provocado animadversión y persecuciones, pues una serie de obras suyas (Epistolarum libri sex, El orador cristiano, las cartas latinas del deán Martí) habían sido delatadas al Santo Oficio que despreció las delaciones. El alto tribunal debía cumplir con la justicia, despreciando la acusación de los delatores que deseaban impugnar la verdad, oprimiendo y amedrentando, en la cabeza de Nicolás Antonio y del mismo Mayans, a quienes deseaban purificar la historia eclesiástica española de los errores que la afeaban (26-I-1743).

En efecto, el Santo Oficio rechazó la delación, pues no tocaba asuntos doctrinales. Pero las noticias que comunicaba Borrull demostraban que, despreciados por la Inquisición, los delatores buscaban el camino de los tribunales civiles. El canónigo del Sacromonte, Diego Heredia, estaba en la Corte. Probablemente era el delator y su acusación se basaba en las láminas de Granada, que el Fiscal, por supuesto, tenía por falsas. Es decir, don Gregorio había vencido la batalla en la Inquisición, pero no en el Consejo de Castilla. Porque Heredia, con el apoyo del Camarista de Castilla Juan Francisco de la Cueva, antes miembro de la Chancillería de Granada, consiguió el apoyo del cardenal Molina. Así el 23 de marzo de 1743 el Consejo de Castilla, por presión de su Gobernador cardenal Molina, decretó el embargo de la Censura de historias fabulosas, de las Obras cronológicas de Mondéjar, todavía en prensa, y de los volúmenes manuscritos de Mayans. Y, obedeciendo la orden del Consejo, un alcalde del crimen de la Audiencia valenciana, Pedro Valdés, se presentó en Oliva para apoderarse de los ejemplares de la Censura en poder del erudito y de 107 volúmenes de sus manuscritos, obras originales unos, otros copia de documentos adquiridos por dinero o trabajo. Mientras, el otro alcalde del crimen (Salcedo) se apoderaba de los ejemplares de la Censura guardados en Valencia y de las galeradas de Obras cronológicas.

Cuatro razones se alegaron para esta decisión del supremo órgano de justicia. Tres de ellas nos son conocidas por la carta del mismo cardenal Molina a Mayans: la infidelidad al texto de Nicolás Antonio, pues el erudito ha añadido cláusulas en la edición de la Censura; el antiespañolismo de don Gregorio que acusaba de ignorantes a los españoles, aumentando el desprecio de los extranjeros por nuestras cosas; y la copia de un manuscrito de la Real Biblioteca sin "expresa licencia" del monarca (20-IV-1743) Pero, a juicio del mismo Mayans, que coincidía en este punto con el Consejero de Castilla González de Barcia presente en el momento del decreto del embargo, la verdadera razón radicaba en la delación del canónigo Heredia en defensa de las láminas de Granada.

Una elemental reflexión demuestra la futilidad de las causas alegadas para justificar el embargo. Surge, de nuevo, la acusación de antiespañol lanzada por los Diaristas, el desprecio de la crítica como medio de reforma, la negación de hacer públicas las fuentes documentales, en fragrante contradicción con los elogios recibidos al publicar el Diálogo del linaje y armas de la nobleza de España de Antonio Agustín y, sobre todo, la superstición como arma arrojadiza.

Mayans pensó, desde el primer momento, que se trataba de anular la Academia Valenciana en el campo de la historia crítica y, sobre todo, vio la finalidad del decreto: intimidar a los partidarios de la historia crítica, prohibiendo una obra emblemática como la Censura y castigando al partidario más prominente de la aplicación del método exigente y riguroso a la historia eclesiástica. Desde esa perspectiva se explica su vigorosa reacción y la frenética actividad epistolar. La correspondencia de esos meses conservada es abrumadora: al papa Benedicto XIV por medio de Muratori, a los cardenales Valenti Gonzaga y Molina, nuncio Barni, al camarista González de Barcia, al cabildo de Sevilla patria de Nicolás Antonio, a los nobles (Medinasidonia, Villena, Montijo...), Fiscales del Consejo de Castilla (Ventura Güell, Colón de Larreátegui, Ric y Egea), Confesor del monarca, José Cervi médico del Príncipe de Asturias, José Borrull y, por supuesto, a sus amigos de la Academia Valenciana (Bordazar, Cabrera, Sales, Piquer, Nebot...).

Mayans no quiso trasladarse a Madrid para defender sus derechos. Convencido de su inocencia, exigió la anulación del embargo de la Censura y la devolución de sus manuscritos. El embargo duró 6 meses. El 3 de abril de 1743 se le comunicó la devolución de las galeradas de Obras cronológicas; el 30 de junio, después de un segundo decreto, el erudito recibía sus manuscritos; y el 26 de octubre Fernández Munilla firmaba el decreto de devolución de la Censura.

No deja de ser aleccionador observar quiénes defendieron la inocencia del erudito, quiénes atizaron el fuego de la persecución y quiénes se inhibieron o plegaron a las presiones del poder. Mayans contó, desde el primer momento, con la colaboración de González de Barcia y de José Borrull. Barcia, como decano del Consejo de Castilla, era una pieza clave: defendió el valor de la Censura y el mérito de Mayans por haberla editado. Su constancia puede seguirse a través de su correspondencia con el erudito. Sólo al final, quizás para resolver con rapidez el embrollo, aconsejó modificar algunos párrafos que podían herir susceptibilidades, pero don Gregorio se negó con rotundidad. La mayor información la tenemos por medio de Borrull que defendió con calor y entusiasmo a su antiguo discípulo, a quien comunicaba las noticias adecuadas para que pudiera defenderse y tomar las medidas pertinentes.

También defendieron con calor al erudito sus amigos portugueses. Aunque, al estar lejos de Madrid y extranjeros, por cuyo medio había sido dedicada la Censura al monarca portugués, su situación era más delicada. De cualquier manera, apoyaron a don Gregorio, lo animaron en las tribulaciones e influyeron, como les fue posible, en la Corte española. Pero en esas circunstancias no pudieron conseguir el premio ofrecido por Juan V a don Gregorio, pues semejante gesto hubiera podido considerarse un acto político improcedente.

Hubo, por supuesto, émulos que celebraron el embargo y las tribulaciones del erudito. En primer lugar, los canónigos del Sacromonte ¿de donde partió la delación por medio de Heredia¿ y sus partidarios. Eran, en el fondo, los supersticiosos que no querían aceptar la verdad de la historia y buscaron el momento de humillar al historiador crítico. Esta oposición la preveía y, en el fondo, no le molestaba, antes bien la despreciaba, aunque reconocía que ahora los supersticiosos habían encontrado el favor del poder político, en el figura del cardenal Molina y de un grupo de intelectuales.

Podría pensarse que la edición de la Censura era inoportuna y, en caso extremo, hasta justificarse el decreto de prohibición, pero la obra tenía licencia del Consejo de Castilla y del Vicario General de Valencia. ¿Por qué entonces el embargo? ¿Qué relación tenían con la Censura los manuscritos del erudito? ¿Cómo justificar el embargo de obras manuscritas de Muratori o Pedro Juan Núñez, que no habían sido copiadas en la Real Biblioteca y de otros manuscritos que ninguna relación tenían con la Censura, como obras de Antonio Agustín, Ambrosio de Morales...? La intención de los que dirigieron el embargo, según el erudito, fue acabar con todos los manuscritos que poseía e impedir así las ediciones que podrían esclarecer la historia eclesiástica de España.

En consecuencia, detrás del embargo se vislumbraba la acción de determinados grupos políticos. Los Diaristas, por supuesto, porque la acusación de antiespañol, lanzada en el Diario, se veia repetida en la carta del Gobernador del Consejo. ¿Y por qué no las Reales Academias de la Lengua y de la Historia, molestas con el erudito desde el asunto de la censura de la España primitiva? Así, igual que recurrieron al Cardenal en el caso de Huerta y Vega, podrían ahora convencerle de la conveniencia de ahogar la obra de Nicolás Antonio en su nacimiento. Pero de las Reales Academias como instituciones no hay manifestación alguna de haber intervenido Sin embargo, la vinculación de los Diaristas-Academias-Nasarre aumentaban la sospecha que quedó confirmada, a su juicio, por una carta del Fiscal de Indias, Borrull, transcrita en parte por Nebot, en que "trata de bolonio al canónigo Heredia, de pedantes a los Diaristas, que son los conjurados contra Vm. También toca a Nasarre diciendo que la Inquisición hizo aprensión de sus libros y ahora es también uno de los contrarios" (8-V-1743). Todas estas fuerzas estaban simbolizadas por el cardenal Molina, Gobernador del Consejo, a quien el erudito escribirá con valentía el 13 de julio de 1743: "Yo no puedo disputar con su Ema. porque sus grandes empleos, y singularmente el gobierno del Real Consejo de Castilla, le arma de manera tan terrible que no me atrevo a decir lo que siento, no por falta de espíritu y de razón sino por justo miedo de vencimiento".

Palabras duras y enérgicas que demuestran la indignación de don Gregorio así como su valentía. Luchaba por el sentido de su vida y de su trabajo intelectual. Se comprende, por tanto, que no siguiera el consejo de sus amigos (Nebot, Pingarrón, Barcia...) de manifestar moderación y humildad. También los Académicos valencianos aconsejaban sumisión. Hubo Académicos que lucharon con ardor y apoyaron al erudito (Bordazar, Cabrera, Agustín Sales); otros lo defendieron con reservas y evitando compromisos (Piquer, Nebot) y otros, finalmente, abandonaron al fundador. Dos hechos convencieron a don Gregorio de que no podía confiar en los Académicos: la entrega de los ejemplares de la Censura y la negativa a formar un Memorial al cardenal Molina en defensa del erudito.

La noticia del decreto del embargo de la Censura produjo confusión entre los Académicos. Mientras el alcalde del crimen Pedro Valdés marchaba a Oliva a ejecutar el decreto, el otro alcalde del crimen procuró apoderarse de los ejemplares conservados en Valencia. Las Obras cronológicas de Mondéjar, todavía en prensa, fueron secuestrados sin dificultd. Más difícil parecía recoger los ejemplares dispersos de la Censura, pero la cobardía del pavorde Francisco Pasqual, primo del erudito que le había ayudado en las oposiciones a la pavordía, facilitó la ejecución del embargo. Porque, aunque en los talleres de Bordazar sólo fueron encontrados nueve ejemplares, el impresor cuenta los hechos: "Sucedió al otro día manifestar D. Francisco Pasqual voluntaria i ...mente (ponga Vm. en ese blanco lo que quiera) que tenía 300 ó 290 en su poder; y, reconvenido yo o precisado con juramento a decir la verdad, depuse..." (1-IV-1743).

Barcia, que combatía con interés por la devolución de los manuscritos y la anulación del embargo de la Censura, pensó que era necesario paralizar la fuerza del cardenal Molina. Las cartas del erudito eran un instrumento poderoso para detener los ataques del Gobernador del Consejo, pero sería de gran utilidad un Memorial firmado por los Académicos valencianos, porque constituiría un apoyo moral para su fundador, aunque la Censura no había sido editada por la Academia. Don Gregorio redactó el Memorial, siguiendo las directrices de Barcia. La adhesión de los íntimos (Bordazar, Cabrera, Sales) fue pronta y absoluta, pero no todos aceptaron el criterio de Mayans, digno y exigiendo justicia, y se negaron a que fuera enviado al Cardenal firmado por el Presidente (Pascual Escrivá), el Secretario (Agustín Sales) y Juan Bautista Cabrera. El Memorial, a su criterio, no debía criticar los motivos en que se basaba el embargo, antes bien convenía que constituyese una súplica. Aun así, muchos Académicos se opusieron, alegando que se trataba de un asunto personal de Mayans y no de la Academia.

Con toda lógica, don Gregorio se negó a modificar el Memorial y los Académicos acabaron dividiéndose. Algunos, como el historiador Vicente Ximeno, señalaron el peligro de descomposición de la Academia y reclamaron la presencia inmediata del erudito para enderezar la situación. Pero Mayans empezó a desconfiar de quienes se habían amilanado ante la primera dificultad. Unas palabras de Manuel Mayans, hermano del erudito, del 12 de junio de 1743, expresan la situación: "Están ahora como avergonzados de no haber condescendido en la propuesta que se les hizo en tiempo oportuno y quieren, con falsa apariencia, enmendar sus pueriles temores... D. Francisco (Pasqual) no ha querido asistir a la Academia después del suceso".

La anulación del embargo de la Censura con la devolución de los manuscritos al erudito supuso una victoria moral. Pero las consecuencias del embargo fueron, a largo plazo, muy negativas. En primer lugar, don Gregorio pudo observar que el Gobierno, que con anterioridad no había apoyado sus proyectos literarios, ahora perseguía la línea reformista y favorecía la superstición y la ignorancia. En consecuencia, perdió empuje y fue consciente de los límites de su actividad personal sin apoyo del poder político. Así abandonó el proyecto de proseguir la edición de los otros trabajos de Nicolás Antonio, que estaban incluidos en las Constituciones de la Academia, y dejó sin acabar la Continuación de la Censura de historias fabulosas, que tenía casi ultimada y se conserva todavía manuscrita. Era su intención clara, como había manifestado en la Dedicatoria de la Censura al rey de Portugal: "Yo, animado de la aceptación de V.Mag., osaré publicar la Continuación de esta Censura, donde espero ofrecer a V.M. una nueva idea, no solamente de la suposición de los falsos cronicones, sino una particular averiguación de muchas falsedades que contienen". La obra, escrita, nunca se imprimió.

Más aún, guardó silencio sobre las láminas de Granada. Había sido el motivo concreto de su persecución y, en el fondo, combatirlas había constituido uno de los fines de la publicación de la Censura. Porque, si la obra de Nicolás Antonio era el arma definitiva contra los cronicones, lo sería también contra las láminas de Granada, por las conexioness que establecía Mayans entre ambas ficciones. Las falsificaciones arqueológicas granadinas tuvieron un nuevo brote en pleno siglo XVIII y sólo el gran poder político de Pérez Bayer consiguió acabar con tanta falsificación histórica. Godoy Alcántara indica que la España primitiva constituyó el inicio de una nueva etapa de esplendor de las suposiciones históricas. La obra de Huerta y Vega coincidió con el traslado de los restos de Pedro de Castro, el fundador del Sacromonte, a Granada y la publicación de la biografía del fundador por el canónigo Heredia. Don Gregorio que, en defensa de la crítica histórica, se opuso a ambos, recibió las iras de los supersticiosos y la persecución del poder, simbolizado por el Gobernador del Consejo de Castilla cardenal Molina.

Ahora bien, la tercera consecuencia literaria de la persecución de la Censura fue el hundimiento de la Academia Valenciana, que recibió el golpe de gracia del que nunca se recuperó. La devolución de las galeradas de Obras cronológicas de Mondéjar abría un rayo de esperanza que Mayans intentó aprovechar para restablecer la confianza de los miembros. Consiguió del cardenal Molina que aceptase la dedicatoria a Felipe V, expuso los grandes proyectos personales e incluyó las Constituciones de la Academia (1744). Fue el momento en que Mayans, convencido de que no podría realizar sus proyectos reformistas, los expuso ampliamente, con el deseo de que otros historiadores pudieran llevarlos a cabo. Se trata de su conocida Prefación, uno de los más luminosos proyectos reformistas y que tanto influyó, como veremos, en Burriel. Su idea básica: "Dos cosas entiendo yo que son necesarias para la perfección de la Historia: es a saber, la enmienda de las memorias impresas y la publicación de muchas no divulgadas". En esa línea, señala las fuentes documentales necesarias para escribir con rigor la historia civil y eclesiástica española: Leccionarios de las Iglesias, Breviarios, Misal Mozárabe, cantares y romances históricos, coleción de inscripciones, colección ¿o al menos catálogos¿ de los archivos de catedrales, monasterios, ciudades y señoríos, colecciones de decretos reales... Era el fundamento de una historia basada exclusivamente en documentos, y no en ficciones o tradiciones sin fundamento documental alguno. Completado todo ello con el método crítico, que debía difundirse con la publicación de las obras de los grandes historiadores críticos.

Pero era querer revitalizar un cadáver. Sólo el acto académico, con el discurso de Accción de Gracias anual permitía mantener mortecina la actividad. En tan solemne acto se leyeron discursos de los pavordes Bru y Asensio Sales, Juan Antonio Mayans y dos miembros amigos de don Gregorio, el censor de la Real Academia de la Historia de Lisboa Francisco Almeida y el italiano Lorenzo Boturini. Y en el campo editorial, las obras tienen cada vez menos entidad. Advertencias a la Historia del P. Mariana de Mondéjar (1747) y Avisos de Parnaso de Corachán (1747). ¿Dónde habían quedado los grandes proyectos: Censura latina, Anti-Dexter y Anti-Iulianus de Nicolás Antonio, las grandes obras de Mondéjar, la Continuación de la Censura de historias fabulosas del mismo Mayans, la Colección de concilios españoles...? Don Gregorio ni siquiera lo propuso a los Académicos.

Un último intento de revitalización se produjo en 1747. El Presidente, barón de Beniparrell, viajó a Madrid y pretendió conseguir la protección real. Pero en la Corte, en alto cargo político, estaba Agustín de Montiano ¿el émulo de don Gregorio en el tema de la Vida de Cervantes¿ que era, además, director de la Real Academia de la Historia. Y la política cultural de Montiano era dirigir y controlar de alguna manera las diversas Academias históricas que surgieran: Academia de Buenas Letras de Sevilla o la Academia de Barcelona. En consecuencia, para la concesión del calificativo de Real a la Academia Valenciana, exigió la subordinación a los estatutos de la Real Academia de la Historia de Madrid. Las palabras del barón de Beniparrell eran inapelables. La gracia del Patronato Real, unida a la "renta violaria", debía venir solicitada por los Académicos por medio del Capitán General duque de Cayluz. Él, por su parte, disfrutaría el favor de sus poderosos amigos de la Corte, con grandes satisfacciones, "siendo una el hermanarnos con la Academia de la Historia Matritense, pues así lo tengo acordado con Dn. Agustín de Montiano, su Director perpetuo, y le considero muy mi amigo y favorecedor" (3-VI-1747).

No es menester señalar que Mayans se opuso rotundamente. Pero quizás fue el Secretario Agustín Sales quien mejor expresó el sentimiento del grupo fiel al fundador. La respuesta oficial, en nombre de la Academia, fechada el 14 de julio de 1747, fue respetuosa y manifestaba la gratitud de los Académicos por las gestiones de su Presidente. En cambio, en carta personal a don Gregorio, exponía su criterio y el de los incondicionales del erudito: "No sería bueno hacer a nuestra Academia esclava de la de Madrid y desheredada de toda cosa buena. Protestaría hasta el día del juicio. Libres nos ha hecho Dios, libres hemos de vivir" (14-VI-1747).

En 1751 se disolvía la Academia Valenciana. Los socios se repartieron los libros impresos almacenados. Para muchos Académicos fue un mero trámite. Para Mayans la pérdida de un instrumento apto para promocionar la historia crítica en España, medio necesario de la reforma cultural. En el fondo, quedaba claro que unos proyectos reformistas al margen del poder político centralizado resultaban inviables. Los intelectuales valencianos prefirieron acomodarse a los criterios gubernamentales antes que seguir un camino propio, basado en el esfuerzo personal y en una limitda autonomía. Quizás hubo un espectador astuto y político: Pérez Bayer. Unos años después plantearía sus proyectos reformistas, pero desde el centro y con el favor del Gobierno. El centralismo borbónico se impondría en Valencia, frente a la concepción austracista simbolizada por Mayans.

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