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Gregorio Mayans y Siscar -... > Bibliografía > Biografía - Don Gregorio... > VII. El solitario de Oliva (1739-1767). El humanista cristiano

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VII. EL SOLITARIO DE OLIVA (1739-1767)

El humanista cristiano

   La vida intelectual de Mayans aparece centrada en unas coordenadas que podemos calificar del humanista cristiano. En un texto de 1746, escrito al duque de Huéscar, se pueden vislumbrar los criterios de su actitud cultural. Dada la claridad de sus planteamientos, me permito copiar sus palabras, y, siguiendo su orden, expondré sus ideas, y sus aportaciones literarias.

   "El primero y principal estudio de cualquier hombre debe ser el de su propia obligación; y es cosa vergonzosa que un cristiano ignore lo que sabía un gentil. Por eso deben leerse una y mil veces los tres libros que Cicerón escribió De officiis, que ciertamente contienen una utilísima doctrina, explicada con admirable elocuencia... Este estudio se puede adelantar leyendo con grande atención los dos libritos de Samuel Pufendorf, De officiis hominis et civis, añadiendo las Prelecciones que sobre ellos escribió Juan Gotlieb Heinecio y las Observaciones y Notas de Everardo Otón y Juan Barbeyrac. ¿ Pero debo hacer una advertencia, y es, que los libros de Cicerón, como gentil, y los de Pufendorf, Heinecio, Otón y Barbeyrac, protestantes, tienen algunos errores, bien que fáciles de conocer. Por eso, después que V.Ex. haya leído, estudiado, entendido y meditado bien la doctrina de dichos libritos (diligencia de pocos meses) debe levantar su consideración a otra más sublime que es la divina. Y como ésta es semejante al maná, que causa hastío estando el gusto estragado con la doctrina puramente humana, es menester empezar a cebar el gusto con algún librito que, estando amasado y sazonado con las Divinas Letras, junte el estudio de las propias obligaciones con el buen método y elegancia de estilo. Tal es el Dictatum christianum del doctor Benito Arias Montano, cuya Lección cristiana, o Tratado de lo que los discípulos de Cristo comúnmente deben saber y cada uno de su parte guardar, tradujo en castellano con admirable propiedad, elegancia y perfección Pedro de Valencia, cuya insigne obra he dado yo a conocer, y si V.E. no la ha leído, yo recibiré tanta honra como V.E. gusto de verla, si me manda que se le envíe. ¿ A esta provechosísima lectura debe seguir el estudio del Antiguo y Nuevo Testamento... Todo estudio que no se enderece al más perfecto conocimiento de la verdadera religión, y a su más exacta observancia, que consiste en la enmienda de la vida y mejoría de las costumbres, es inútil y pernicioso. La teología, pues, y la filosofía moral, deben ser nuestros principales estudios".

   Ahora bien, dentro de esas coordenadas, también existen preferencias, y don Gregorio sufre una evolución hacia el agustinismo. Desde su educación jesuítica se descubre con claridad una evolución intelectual y religiosa hacia el rigorismo, fomentada por las lecturas y el ambiente: descubrimiento de humanistas como Vives, Arias Montano o Fr. Luis de León, de los teólogos galicanos (Bossuet, Fleury o Huet), jansenistas como Van Espen, influyen en su actitud. Resulta plenamente coherente con estos presupuestos su postura ante la condena de las obras del cardenal Enrico Noris por la Inquisición española en el Índice de libros prohibidos de 1747. Se trató de una condena por intereses de escuela. Porque el Santo Oficio persiguió, durante la primera mitad del siglo XVIII, todas las manifestaciones de jansenismo y, en el caso de Noris, resultaba evidente la paternidad en la decisión de los jesuitas José Carrasco y José Casani. Como Noris había sido acusado ante Roma por su cercanía al jansenismo y el Papado había defendido su ortodoxia, Benedicto XIV protestó por esta medida del Santo Oficio y exigió que se enmendara la decisión y se reparara la fama de Noris. La situación se complicó cuando el Confesor de Fernando VI, el jesuita Rávago mantuvo, con el apoyo del monarca, la postura inquisitorial. El asunto era conocido desde el libro del P. Miguélez sobre el jansenismo y realismo, publicado a finales del siglo pasado, y últimamente ha sido de nuevo analizado dentro de la mentalidad regalista de Rávago por el estudio de Alcaraz Gómez. Y si bien el asunto Noris se convirtió en un asunto de Estado, tratándose de una lucha de escuelas, la postura de Mayans resulta clara: la razón, a su juicio, la tenía Roma, y el Santo Oficio debía dejar a Noris libre de toda sospecha de jansenismo. Mayans vio con claridad que, en este caso, se trataba de una pugna de escuelas y juzga con objetividad en carta a su hermano Manuel que era secretario del Santo Oficio en Valencia: "Habiendo sido examinadas por la Inquisición de Roma las obras del cardenal Noris y salido a luz después de aquel examen, es cosa dura que la Inquisición de España las haya prohibido por heréticas... Y lo peor es que, habiendo sido católico y acérrimo defensor de la religión cristiana, es cosa muy sensible ser condenado como hereje". Es curiosa su postura en un regalista, más aún teniendo en cuenta que en la misma carta habla favorblemente de Tillemont, Bossuet y Muratori (12-X-1748).

   Aparte de de que Mayans poseía, desde hacía muchos años, las obras de Noris y sabía que había sido muy amigo de Manuel Martí, cuando el Deán estuvo en Roma, nuestro erudito no sentía simpatía alguna por el Santo Oficio. Mientras Andrés Orbe fue Inquisidor General, el erudito gozó de la confianza del Santo Oficio que lo defendió ante todas las delaciones sufridas por sus obras, y pudo influir en la actitud tolerante y abierta de algunos protegidos por Orbe (el sobrino del Inquisidor General, Orobio Bazterra, Amusquibar...), que manifestaron una actitud más abierta ante el pensamiento moderno y también ante las frecuentes manipulaciones del concepto de jansenismo. Pero después del abandono de Orbe, el Santo Oficio no fue muy comprensivo con don Gregorio. Es cierto que no aceptó la delación hecha por el canónigo del Sacromonte, Diego de Heredía, contra la Censura de historias fabulosas, pero la Inquisición, a juicio del erudito, debido a su postura ante la condena de Noris, le privó de la licencia de leer libros prohibidos y sus protestas cayeron en el vacío. Mayans recurrió al nuncio Enriquez que le consiguió la licencia directamente del papa Benedicto XIV.

   Además, tampoco le gustaba al erudito la actitud represiva del Santo Oficio ante la cultura. Rechazó la delación hecha contra la Filosofia morale de Muratori y acudió ante el Nuncio para que no fuera aceptada. Y, un ejemplo más cercano, Vicente Ximeno, en sus Escritores del reino de Valencia, habló del influjo del Exercitatorio del abad de Monserrat García de Cisneros en los Ejercicios espirituales de san Ignacio. Y Ximeno fue delatado ante el santo Oficio. El bondadoso beneficiado de la catedral se asustó y recurrió a don Gregoiro que, junto con su hermano Juan Antonio, había colaborado de manera muy importante en la redacción de los Escritores. Y Mayans le dio unos consejos muy sabrosos de cómo tenía que evitar, después de tranquilizarle con la afirmación de que su juicio "no merece censura teológica por ser hecho que ni es contrario a las Divinas Letras, ni a la Tradición, ni a las buenas costumbres". Se trata de una cuestión de hecho, y don Gregorio le facilita la bibliografía pertinente para defenderse y, como prevención, aconseja que Ximeno escriba a Sarmiento, benedictino como García Cisneros, diciéndole que en su obra se ha limitado a decir lo que los benedictinos han escrito.

   En este mismo sentido, escribió al Inquisidor General, solicitando no se obligara a Jorge Juan a condenar explícitametne el sistema heliocéntrico. Porque Jorge Juan y Antonio Ulloa habían redactado sus Observaciones astronómicas. Cuando solicitaron el permiso, se les exigió que añadiesen, al hablar del heliocentrismo, "sistema justamente condenado". Burriel, que vio el despropósito, recurrió a Mayans, y el erudito escribió al Inquisidor General para que evitasen un error científico, cuando ya Roma había tomado una actitud más comprensiva. Mayans, en esta carta, utilizaba textos de Muratori y del mismo Tosca.

   Los clásicos y los humanistas europeos

   El estudio y conocimiento de las lenguas clásicas fueron una constante preocupación de don Gregorio. Desde la polémica sobre las escuelas de Gramática con los jesuitas en 1728, hasta los problemas suscitados por la publicación de su Gramática latina, hay una línea de permanente interés.

   Ese descubrimiento, realizado en mis primeros estudios sobre el erudito, vinieron a demostrarme, en contra de la visión absurda y unilateral del XVIII español, presentado, casi unánimente, bajo la perspectiva de un siglo afrancesado y antiespañol, la existencia de una corriente humanista en el Siglo de las Luces hispano, que arrancando de Martí, pasando por Mayans, llegaba al reinado de Carlos III en una plenitud insospechada. Ese planteamiento ha sido confirmado por los estudios posteriores de Luis Gil, simbolizados en su líbro más conocido, Panorama social del humanismo español (1500-1800), y sus discípulos. En este sentido, unas palabras de Concepción Hernando en su Helenismo e Ilustración (1975) pueden servir de confirmación. Después de lamentar el escaso entusiasmo con que empezó su estudio, "por tener deformada nuestra imagen del siglo XVIII por los prejuicios de la fanfarria patriotera y del reaccionarismo", señala la sorpresa con que fue descubriendo el panorama real: "políticos amantes de la cultura griega, excelentes traductores, comentaristas de textos, estudiosos de la literatura, gramáticos".El tema exigiría un pomenorizado estudio, que ahora no procede. Sólo me interesa señalar las líneas del magisterio y actividad de don Gregorio en el interés por los clásicos y de los humanistas.

   El 21 de marzo de 1736, Pérez Bayer, por esas fechas estudiante en Salamanca, escribía a su paisano, ya bibliotecario real, una carta de saludo y gratitud por haber publicado los Tractatus academici de Puga. Pero a Bayer, pretendiente a una beca en el Trilingue, le interesaba fundamentalmente el humanismo. A sus ojos, Mayans constituía, por sí mismo, la defensa de la lengua latina y aparecía como el continuador de Nebrija en la lucha contra la barbarie. Y si alguien, decía, extraña el magisterio de don Gregorio, mire hacia atrás y se encontrará con otros valencianos, Vives, Queralt, Mariner, verdaderos maestros, no sólo para los salmanticenses, sino para franceses y alemanes. Los consejos de Mayans debieron ser los de siempre: lea los autores clásicos. Así se deduce de las palabras de Bayer: "Aprecio infinito los consejos de Vm. en orden al estudio que debo hacer y lecturas que me puedan servir y en especial en lo que toca a libros de humanidad, aseguro a Vm. continuaré mi lectura, pues todo los días leo algo en Cicerón o en Virgilio, Horacio, Marcial o Ovidio, los que tengo, y me suelo entretener algunos ratos especialmente en los poetas a que soy aficionadísimo. Tito Livio no le tengo, aunque hago memoria de haberle visto en Valencia a lo menos las Décadas, Salustio no le he visto jamás" (10-VII-1736). Si tenemos en cuenta que Bayer se hizo famoso por la traducción de Salustio, hecha por el Infante don Gabriel, hijo de Carlos III, podemos vislumbrar la importancia de los consejos mayansianos.

   Porque Bayer no entró en el Trilingue, pero fue secretario del arzobispo de Valencia Andrés Mayoral y continuó la correspondencia literaria con Mayans. Don Gregorio le hizo comprar la edición de Horacio hecha por Bentley, le facilitó las notas al Arte poética de Sánchez de las Brozas y de Aquiles Stacio. Y de las Églogas de Virgilio pasó al interés por conocer la poesía de Teócrito en su original griego, cuya lengua desconocía. Don Gregorio le facilitó la Gramática de Simón Abril. Y Bayer estudió griego con pasión y compró muchos libros: Tucídides, Plutarco, Heliodoro, Platón, Pausanias, Herodoto, Xenofonte, Aristófanes, Homero, Anacreonte...Estamos en la década de 1740, en que aparecen con claridad las primeras manifestaciones de un florecimiento de los estudios griegos: Campomanes, Martínez de Quesada, Bernardo Zamora, el jesuita Petisco...

   Ahora bien, estos estudios de los clásicos greco-latinos iban unidos al descubrimiento de los grandes humanistas del XVI. Y, en primer lugar, Erasmo. Si Martí en la correspondencia privada alababa el ingenio y los trabajos filológicos del humanista de Rotterdam, Mayans, en sus Epistolarum libri sex, celebraba "excellentissimum eius ingenium, extemporalis eius facundia, incredibilis facilitas"; y en la Conversación de Plácido Veranio, en plena polémica con los Diaristas, escribía: "Erasmo..., hombre de sumo ingenio y padre de los críticos modernos". Y, como no podía ser menos, de Erasmo habló a Bayer, y a Manuel de Villafañe, importante personaje, por su cargo posterior como Director del Real Instituto de san Isidro en el reinado de Carlos III. "Estoy loco de contento, porque he comprado de lance los Adagios de Erasmo en un tomo en folio de impresión de Grifo... Es obra, a mi juicio, importantísima para saber latín y le aseguro a Vm. que en una semana que ha que la tengo he leído más de la mitad y conozco que el deán Martí y Vm. la han manoseado bastante, según lo manifiestan en sus escritos" (18-IX-1743). En ese mismo sentido, Pérez Bayer solicitaba consejo del solitario de Oliva, porque, habiendo comprado las obras de san Juan Crisóstomo, en edición de los maurinos, había ido al librero francés de San Martín a comprar "los 10 tomos de Erasmo y los 6 de Vosio" y le había pedido un precio, a su juicio, excesivo (28-I-1744).

   Pero no se trata sólo de Erasmo. También aparece el influjo mayansiano en el conocimiento y lectura de los humanistas españoles del XVI. Además de Vives, conocido en Valencia por ser paisano, aparecen otros humanistas. Don Gregorio facilitó a Bayer la Ecphrasis in Artem Poëtica de Sánchez de las Brozas. Y del Brocense a Arias Montano y Antonio Agustín. El sistema era siempre el mismo: envío de las obras de los autores que cebaran el gusto, lectura y compra de las obras, entusiasmo de los conversos. Así don Gregorio envió a Bayer el Cantar de los cantares, en traducción de Arias Montano, con el consejo de que no la difundiera, porque se trataba de un texto bíblico y, en consecuencia, prohibida. Bayer quedó encantado: "Es cierto cosa hermosísima de donde saca el utile dulci de la piedad y la doctrina, que es exquisita y, aunque yo entiendo poco, me parece profundísima" (27-VIII-1743). El hecho tendrá su trascendencia, porque Bayer, aprovechando la visita pastoral del arzobispo Mayoral, pudo escoger una serie de obras de Arias en el monasterio de Cotalva de jerónimos, decidió estudiar hebreo para conocer mejor a Arias Montano, ganó la cátedra de hebreo de Valencia y después de Salamanca. Así confesaba a don Gregorio: "Digo, si concluyese esa obra, me dedicaría a estudios que me mudasen el corazón de malo a bueno, digo a las Santas Escrituras, y entonces mi estudio sería en Montano y más Montano. Vm. me dirigirá y el modo del remedio" (13-X-1744).

   Idéntico consejo dará nuestro erudito a Villafañe. Pero a Arias Montano añadía otros autores: "En otro teimpo, decía yo a Vm... que, pues había de vivir en España, se ejercitase en la lectura de los libros de mejor estilo y tales que al mismo tiempo infundiesen un grande amor a la piedad, como las obras de santa Teresa de Jesús, fray Luis de Granada, fray Luis de León, la Lección cristiana de Benito Arias Montano, traducida por Pedro de Valencia y otros semejantes. No me arepiento de mis consejos, ni Vm. debe dejar de leer con frecuencia tan provechosas obras" (31-VII-1745).

   En consecuencia, Bayer y Villafañe se consideran dos convertidos al humanismo y un nuevo tipo de cultura y de religiosidad. Así, cuando Villafañe como Colegial del Mayor de Oviedo y Bayer como catedrático de hebreo se encuentren en Salamanca, se consideran dos misioneros de la nueva cultura. Ante la escolástica y la forma de pensar que dominan la Universidad salmantina, don Gregorio no debe preocuparse. En palabras de Bayer: "Charco es (Salamanca) y lugar de bárbaros, no obstante que es donde debía haber menos que en el resto de España, pero puedo esperar que no sea para mí lo primero pues así me lo ofrecen y aseguran. Y, en cuanto a lo segundo, ya van algunas personas de la escuela gustando de lo bueno y más teniendo dos misionistas, como el amigo Villafañe y yo, enviados de parte de Dios y de Vm. a declarar contra la barbarie y dar a conocer a Arias Montano y Antonio Agustín sus discípulos" (8-VI-1746).

   Estamos ante dos concepciones culturales distintas. Por un ldo la escolástica, que continuúa predominando en la Universidad salmantina; por el otro el buen gusto por las letras y la nueva cultura. En vez de la escolástica, el humanismo. Lo curioso es que, cuando esperábamos que Bayer propusiera el influjo francés como medio de renovación, nos presenta el humanismo cristiano español del XVI, simbolizado por Arias Montano y Antonio Agustín. En este sentido, el hebraísta se considera enviado por Dios y por Mayans para superar la barbarie e ignorancia escolásticas. Se trata de la corriente humanista, más o menos erasmiana, que fluye subterránea a lo largo del XVIII, y que veremos resurgir en múltiples ocasiones en la actividad de don Gregorio.

   Ahora bien, una cosa es predicar a quienes estaban esperando estas directrices y las recibían con gratitud, y otra, muy distinta, la lucha contra la ramplonería del ambiente decadente y obtuso opuesto a toda renovación cultural. También Mayans experimentó esas circunstancias. Dada sus buenas relaciones con los Deville, el erudito redactó una Prosodia compuesta por D. Gerónimo Grayas, incluida en Gradus ad Parnasum (Lyon 1742). Era un esfuerzo de adaptación a los estudios de los principiantes, que tuvo varias ediciones. Peor era el ambiente de los pueblos con las dificultades por establecer una enseñanza digna en las Escuelas de Gramática. Buen ejemplo de ello tenemos en las oposiciones a maestro de latín en su retirode Oliva.

   En 1745 tuvo lugar un ejercicio de oposiciones a maestro de Gramática. Pronto se hizo visible el interés por colocar como profesor de latín a un franciscano. La coligación era clara: los regidores locales, en connivencia con los padres franciscanos, que tenían un convento en Oliva, y de acuerdo con los jesuitas de la Universidad de Gandía que serían los examinadores. Conocemos el proceso por la minuciosa descripción de los ejercicios que hizo Mayans en carta al arzobispo Mayoral. La indignación del erudito fue de tal calibre que llamó públicamente la atención por el injusto sistema seguido y fue anotando el sorteo, las preguntas, respuestas, correcciones de los examinadores y el resultado. Las cartas al Arzobispo son demoledoras del sistema empleado en las oposición. "Ésta, Señor Ilmo., ha sido una conjuración contra el bien común. No he visto maldad más bien conocida de los mismos que la han ejecutado. Nadie dice que no sabe mosén Cros. Todos alaban su modestia. El gran delito de Martín ha sido haber seguido la doctrina del Brocense, habiéndole yo prevenido que solamente citase a jesuitas. Y como vieron de la manera que se sacudía, valiéndose de su sinceridad, le preguntaron si seguía la doctrina de la villa, y él respondió que no. Respuesta que le hizo odiosísimo, y que dio ocasión al argumento sedicioso, no pudiendo valer ni aún los sofísticos. Desdichada Oliva, y dichosas las villas que tendrán estos dos maestros" (24-IV-1745). Esa era la realidad de la enseñanza del latín en la España de mitad del XVIII, que deseó superar con su esfuerzo y talento. Un acicate más para pensar en la redacción de una Gramática latina que supliese las deficiencias de los profesores. Estamos ante problemas reiterativos en la vida de nuestro erudito y que volverán a surgir en otras circunstancias.

   Ante el racionalismo cultural europeo

   Hemos podido observar su actitud favorable al humanismo cristiano, de Erasmo a Vives, de Sánchez de las Brozas a Arias Montano. Mayans parte de una concepción cristiana, en la que resulta necesaria la consonancia entre las verdades descubiertas por la razón, y las verdades de fe, porque razón y revelación tienen un único origen en Dios, que no puede contradecirse. Nuestro erudito amplió el conocimiento de los humanistas cristianos citados con la lectura y estudio de los grandes teólogos españoles del XVI, Melchor Cano, Pedro y Domingo Soto, Francisco de Vitoria. En esa línea, aconsejaba a Fr. Luis Galiana, una serie de lecturas: "Encargo a V.P. la lectura del sabio maestro fray Pedro de Soto en su eruditísimo tratado De institutione sacerdotum y en los preciosos libros de Vives, De veritate fidei, callando a sus concolegas que lee a este último y mucho más la observación de que el obispo Cano le disfrutó muchísimo en sus Lugares Teológicos" (22-XII-1760). Esas preferencias teológicas estaban basadas en una concepción antiescolástica. Así incitaba al mismo Galiana al estudio de los clásicos, "pero deseando que sea tal que su principal blanco sea la teología, no la llena de cuestiones, sino la que, enseñando a conocer a Dios, guía el entendimiento por veredas agradables, ilustrando, digo, la razón, inflamando la voluntad y halagándola con la dulzura del estilo; todo lo cual lo hallará V.Rma. en las obras del sabio Montano, en las obras de los seis días de san Basilio, en los libros de la Ciudad de Dios de san Agustín y otros semejantes" (19-VIII-1759).

   Con esas ideas claras y precisas, podemos comprender su actitud ante el racionalismo ilustrado que veía en autores extranjeros, que conocía y leía. Ya observamos su temor ante la lectura de Pufendorf, pero su interés por la Filosofía Moral y el Derecho Natural fue constante. Vimos su proyecto de redactar unas Instituciones de Filosofía Moral en la Carta-dedicatoria a Patiño, y su interés continuó después: lectura de la Filosofía morale de Muratori que tradujo durante los años de bibliotecario real y la redacción de Philosophiae moralis libri tres (1754) destinada a completar el Compendium philosophicum de Tosca. Pudimos observar, asimismo, su testimonio sobre la necesidad del estudio del Derecho Natural. Ahora bien, como sincero católico y buen jurista, conocedor de las corrientes intelectuales europeas, se sintió obligado a enfrentarse al iusnaturalismo racionalista que, como decía en la citada carta a Huéscar, procedía del mundo protestante.

   Esas preocupaciones se hicieron visibles en múltiples ocasiones: elogio del equilibrio de Muratori con la crítica del racionalismo (De ingeniorum moderatione) y la censura de la superstición (De superstitione vitanda); recelo ante Pufendorf, repulsa del Espíritu de las leyes de Montesquieu, deseo de responder al deísmo de Voltaire... Todas estas inquietudes adquieren una clara expresión en un texto posterior. Así, al leer el Excerptum totius Italiae necnon Helvetiae Literaturae (1758-1760), facilitado por el editor Fellenberg, no pudo menos de escribir a su amigo Burriel: "Estos días estaba considerando el miserable estado en que han puesto al mundo el materialismo y ateísmo. Y no sé quién hará peor concepto de esto, V.Rma. o yo. Los hombres de mayor lectura en Europa profesan esa diabólica enseñanza, en Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania, y aun Italia, y no quiero pasar adelante. Dígolo porque estoy leyendo los Extractos en italiano y Excerpta en latín de las obras más sobresalientes que salen en los Cantones, en Italia y en toda Europa, donde se ven sistemas de hombres abominales, pero al mismo tiempo quiera Dios que salgan obras de utilísima doctrina" (4-I-1762).

   Ahora bien, esas expresiones respondían a una inquietud personal, que había procurado plasmar en trabajos intelectuales durante la década de 1740 en que, desde su retiro de Oliva, había conocido y estudiado las obras básicas del iusnaturalismo racionalista. El trabajo, a que alude en múltiples ocasiones como proyecto iniciado, y a veces ya lo da como hecho, es la Filosofía cristiana. Dada a conocer por Mestre, que insistió en la crítica mayansiana del pensamiento de Pufendorf, ha sido publicada por Rus Rufino en las Publicaciones del Ayuntamiento de Oliva. Según los datos de la correspondencia mayansiana, parece que la Filosofía cristiana fue redactado entre 1744, en que Borrull alude al tema y método utilizado para la "cabal comprensión de la filosofía moral cristiana", y 1747 en que el propio Mayans confiesa a Villafañe que nadie la ha estudiado como él, reduciendo toda esa ciencia a un principio único, evidente y universal a toda operación, que es el "amor del sumo bien". Se trata evidentemente del texto de la Filosofía cristiana.

   Rus ha señalado los autores de que se valió don Gregorio para redactar su trabajo, precisando que siguió el esquema general de los tratadistas coetáneos (Heinecio, C. Wolf, Jean J. Burlamaqui). Pero, al mismo tiempo, indica su afinidad intelectual con autores pertenecientes a los llamados católicos ilustrados (A. Desing, I. Schwarz, J.F. Finetti, Gravina, Concina) que , en un intento de dialogar con los autores racionalistas desde el mundo católico, "suponen la crítica al iusnaturalismo moderno desde el punto de vista conceptual, gnoseológico, metodológico y práctico, que llevó a cabo la ilustración católica en Alemania, sobre todo en Baviera, e Italia, para oponerse al avance iusnaturalista racionalista que había invadido las cátedras universitarias, y que, poco a poco, ganaba adeptos entre los juristas, políticos y gobernantes".

   Dentro de su apertura intelectual ¿en consonancia con los presupuestos ilustrados¿ con la idea básica de que la razón es capaz de conocer las artes y las ciencias, Mayans pone un límite: las verdades reveladas. Porque, si el hombre por su inteligencia puede descubrir las leyes de la naturaleza y señalar el ordenamiento jurídico consecuente, el fundamento último está en Dios como creador de la naturaleza. De ahí la superación de la autonomía radical del racionalismo ilustrado. Con ello, Mayans se oponía a la autonomía política iniciada en Europa desde el contrato social de Hobbes y de Locke, basada en la libre decisión individual de crear el Estado, y continuaba anclado en la necesidad de vivir en sociedad como exigencia de la naturaleza del hombre, creada por Dios. Valgan, como expresión de su pensamiento en su réplica a los iusnaturalistas radicales, las siguientes palabras: "a esto se reduce el verdadero derecho natural, que por ser propio de los hombres se llama de Gentes, cuyo estudio es utilísima meditación de la Divina Providencia, suprema legisladora, contra el gravísimo error de HugoGrocio, que se atrevió a escribir que, aunque no hubiera Dios, habría algún Derecho Natural, como si pudiera haber algo sin Dios, o efecto sin causa. En semejante error incurrieron Tomás Hobbes y Benito Espinoza, no queriendo conocer esta ley superior, antecedente a toda costumbre y pacto, suponiendo una razón sin direción, que es lo mismo que decir una Razón irracional" El texto es de 1750, tomado de la censura a la Oración a la Divina Sabiduría de Boturini.

   La Filosofía cristiana nunca fue ultimada por Mayans. Expuso parcialmente su pensamiento en cartas privadas con la brevedad exigida por el género epistolar. Sólo en 1750 dio una síntesis de su idea del Derecho Natural. En la Oración a la Divina Sabiduría de ese año, leida en la Academia Valenciana, intervino Lorenzo Boturini, italiano que había residido en Méjico y había publicado Idea de una Historia de la América Septentrional (1746). Amigo de Mayans, en cuya casa residió varios meses, disertó sobre la idea del Derecho Natural de Juan Bautista Vico, que intentó aplicar a la cultura de los indios mejicanos. Nuestro erudito aprovechó la ocasión para anteponer al texto latino de Boturini, una sintética exposición de su criterio. Y si el texto anterior demuestra su censura a los iusnaturalistas racionalistas, también aparece su criterio positivo, basado en que el Derecho Natural es la ley impuesta por Dios en la misma naturaleza, el deseo del sumo bien, y conocida por el hombre mediante la razón: "El apetito del verdadero bien es el amor. Quiere (Dios) que amemos y que todas nuestras acciones nazcan del verdadero amor". Unas palabras de la Filosofía cristiana explican con claridad su pensamiento básico: "El modo de promulgar debe ser tal que sea inmutable y siempre uno mismo en todos los hombres; no hay otro principio común a todo el género humano sino la razón. Y así, el Derecho Natural debe promulgarse por la razón. Y esto quiere decir la frase: el derecho natural está escrito en los corazones de la cual usó Cicerón, Pro Milone, cap. IV y S. Pablo, Ad Romanos, II, 14-15".

   La censura de Mayans fue bien recibida, no así la Oración de Boturini, cuya aplicación de la teoría de Vico había suscitado una fuerte oposición en Madrid, promovida especialmente por Nasarre. Mayans defendió siempre a Boturini y, aunque dice que no le gusta ningún autor sistemático, confiesa el agrado con que lo leyó años atrás, al tiempo que manifiesta su deseo de tener personalmente su obra para leerla con detenimiento: "En lo que toca al sistema de Vico, debemos tratar con distinción. Si el Sr. D. Blas (Nasarre) me habla de todo él, le diré que somos de un mismo parecer, pues no me gusta; y no es mucho porque ningún escritor sistemático me agrada totalmente. Si hablamos de sus partes y materiales de que se compone, cuando le leí ahora diez años, observé muchas cosas buenas; y quisiera tener propio ese libro, pero no prestado, como no sea en préstamo para cien años" (20-II-1750). De hecho compró las obras del pensador napolitano cuando pudo, y continuó defendiendo a Boturini frente a las intrigas de sus émulos de la Corte.

   En consecuencia, Mayans no desprecia a los iusnaturalistas, antes bien los utiliza en sus estudios. De la necesidad de su lectura hay múltiples testimonios. Por ejemplo, en carta al Fiscal de la Suprema de la Inquisición, Orobio Bazterra, escribirá: "No quiero tener ni leer lo que de propósito han escrito contra nuestra Religión, sino aquellos que son comunísimos entre los hombres eruditos de Europa, sin los cuales es vergüenza escribir en un siglo tan ilustrado como el presente. ¿Quién escribirá del Derecho Natural sin impugnar a Grocio y Pufendorf? ¿Cómo se escribirá contra ellos, si no se leen? Lo mismo digo de otros libros semejantes. Yo gracias a Dios, sé tanta teología como cualquiera que la profesa en España" (20-III-1751).

   Esto explica que se ofreciera, y después llevara a cabo, a expurgar las obras de Heinecio, con el fin de que pudiera leerse sin obstáculo por los estudiantes. Y, en esa línea, insistirá en la conveniencia de seguir el método practicado por Heinecio en sus Elementa iuris naturae et gentium (1738) y Elementa philosophiae rationalis et moralis, ex principiis ad modum evidentibus iusto ordine adornata (1740), nada menos que en su correspondencia con Asensio Sales, catedrático de teología suareciana y futuro obispo de Barcelona. Sales leyó a Heinecio y confesó la validez del método, señalando asimismo las dificultades para aplicar su doctrina en cada caso concreto. Pero la actitud de tolerancia parece garantizada por las palabras de Sales en su respuesta al erudito: "Las herejías no me detendrán porque haré lo que cierto fraile castellano que, arguyendo en unas conclusiones, como el respondiente le advirtiese que había puesto una suposición falsa, dijo con chiste: si la hay, quítala y adelante" (8-VII-1744). Y que cumplió su propósito, queda claro por unas palabras de 1747, al confesar que estaba leyendo "los Elementos del derecho natural y de gentes y me gustan mucho por la claridad, concisión y método" Más aún, el 3 de enero de 1748, escribía el mismo Sales, ya convencido por las constantes indicaciones del erudito: "Si hubiera obra en que se trata todo el moral según el método de Heinecio, se estudiaría mejor por ella que por los libros moralistas que hay ahora pero, no habiéndola al presente, son mejores los moralistas clásicos".

   Para completar su visión del Derecho Natural, según el texto transcrito de la carta al duque de Huéscar, conviene atender a unas palabras escritas por las mismas fechas a su íntimo Nebot: "Y tenga Vm. por cosa indubitable que todos los que no buscan la Filosofía Moral en las Divinas Letras discurren como lechuzas expuestas al sol. No quiero yo decir que el método de la Filosofía se ha de buscar en los Evangelios, ni las divisiones escolásticas, sino que el principio de la Filosofía Moral, el conocimiento de cada una de las pasiones y de cada una de las virtudes, o vicios, y de los medios de regular las pasiones y practicar las virtudes y de huir de los vicios, se han de buscar y aprender en las Divinas Letras, investigando su interpretación en los hombres espirituales, como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús..." (17-IX-1746).

   Ahora bien, en 1753 tuvo ocasión de poner en práctica sus ideas. El año anterior, un grupo de hombres de letras (catedráticos de la Universidad) y gente de negocios, constituyeron una sociedad destinada a promocionar ediciones literarias. En principio se pensó en publicar Opera omnia de Vives, y, lógicamente, se pensó en Mayans para estructurar la edición y redactar una biografía del humanista valenciano. Don Gregorio expuso un proyecto ordenado de edición, que no llegó a ponerse en práctica, porque las primeras publicaciones no gozaron de buena acogida. De hecho, la primera obra emprendida fue la reedición de las obras de Tosca, y al publicar el Compendium philosophicum, les pareció oportuno añadir un tratado de Filosofía Moral, que completase la obra del oratoriano. El encargo recayó, por supuesto, en Mayans, que aceptó la invitación. Recordemos que durante ese año el erudito había trabajado las Observaciones al concordato de 1753 por encargo de Ensenada. Como ninguno de los miembros de la sociedad editora tenía idea del compromiso con el Ministro, sólo en la segunda mitad del año fue posible iniciar la redacción de Institutionum Philosophiae Moralis libri tres, que apareció en Valencia en 1754.

   Don Gregorio recopiló sus apuntes de la Filosofía cristiana, dejó al margen los aspectos pertenecientes al Derecho Natural y redactó en latín, en contra de su criterio, las Institutiones, porque venían a completar el Compendium de Tosca que estaba redactado en latín. Existía una preocupación generalizada de que era necesario redactar una Filosofía Moral dentro de la ortodoxia católica. Mayans se había hecho eco en 1746, cuando supo que la Filosofía Morale de Muratori había sido delatada a la Inquisición. Cuando don Gregorio tuvo noticia de la delación, escribió al nuncio Enrico Enriquez, pidiendo su intercesión para evitar la prohibición de "una Filosofía moral, que casi podemos decir que es la única que no tiene reabios de gentilismos y que está escrita con espíritu verdaderamente católico" (8-I-1746). Y el mismo Sales indicaba a nuestro erudito, comentando el materialismo procedente de los "filósofos" franceses: "Vm. en su Filosofía Moral ya dirá algo contra el materialismo. Contra este error ya dice algunas cosas el P. Fortunato de Brescia en su filosofía" (20-I-1753).

   En consecuencia, cuando Mayans decidió redactar Institutionum philosophiae moralis, tenía claras sus ideas al respecto: "Dos fines me he propuesto en ella, el uno hacerla cristiana, cuanto me sea posible, el otro convencer el torpísimo error de los naturalistas" (16-II-1754). Su método era claro: combatir el ateísmo por la razón natural, los testimonios de los mismos escritores gentiles y de los Santos Padres. Sin embargo, no puede extrañar que, en una carta a Strodtmann, indicando el envío de su obra, indique con claridad su intento de imitar el método de Heinecio. Dentro de la edición del Compendium philosophicum de Tosca, el volumen VIII, comprende "Institutionum Philosophiae Moralis libri tres, más trabajados que los Elementa Philosophiae Moralis de Heinecio, tanto si consideras la amplitud de su doctrina, pues muchos puntos se echan menos en ellos, como por su excelencia, habiendo yo seleccionado lo mejor de los filósofos de todas las edades y, utilizada una reflexión crítica, lo confieso cristianamente, o por la múltiple variedad y agradable amenidad de los asuntos, porque añadí la belleza (lejos cualquier sospecha de arrogancia) que admite el estilo filosófico acomodado a la juventud, y en todas partes guardé, cuanto pude, la pureza y transparencia de la lengua" (6-X-1753). Independientemente de se trata de un autor alemán, y convenía expresar el paralelo con Heinecio, la idea mayansiana resulta transparente. En el fondo, es un intento más de unir los autores clásicos gentiles, los presupuestos católicos y el Derecho Natural. Y, de hecho, el mismo Finestres observó el paralelismo entre la Filosofía Moral mayansiana y el manual de Heinecio, y lo expuso al mismo Mayans en el momento de su lectura. Más aún, indicaba al autor que convenía que lo hubiera dicho para que no se interpretase que quería copiarlo (1-VI-1754).

   Las Institutionum Philosophiae Moralis libri tres fueron bien recibidas. Estaban destinadas al estudio de la Filosofía Moral en las Universidades, y lograron difusión en España y Portugal, hasta lograr una reedición en 1777. Como testimonio de su buena acogida basten los elogios que le tributaron los jesuitas de Madrid, como se deduce de las palabras transmitidas por Antonio Burriel, hermano del amigo de don Gregorio, en carta del 11 de enero de 1754. Y el P. Andrés pide disculpas por haber enviado el fragmento de la carta de su hermano, "para que Vmd. vea cómo ha sido recibida de él la Filosofía Moral. No sé si el elogio de Vmd. saldrá en las conclusiones de el Seminario Real, como él le ha compuesto, pero vea Vmd. su buen ánimo y nunca diga Vmd. en público que él es el autor, no sea que se ofenda el padre putativo del elogio" También gustó al Consejero Áulico de la Emperatriz, Senckenberg, al juzgar que, si Mayans añadía los dos capítulos que deseaba, quedaría una obra perfecta (16-II y 4-VI-1761)

   Pero no todo fueron glorias en relación con la Filosofía Moral mayansiana. Son conocidas las buenas relaciones de Mayans con Andrés Piquer, desde 1741 y durante los años de residencia del médico en Valencia, y han sido analizadas con precisión por Vicente Peset: influjo del erudito en el médico respecto al método de investigación, en la valoración de los clásicos (Cicerón o Aristóteles) y estudios de griego, en el conocimiento de Pedro Juan Núñez, la aportación de Nebot como intermediario, consultas de libros, consejos de lecturas, coincidencia de criterios, influjo mutuo y gratitud del erudito por los aciertos en el cuidado de la salud de su mujer e hijos, o los auxilios del erudito durante las polémicas entre médicos... También es visible el influjo del erudito en la génesis y redacción de la Lógica moderna de Piquer (1747), aunque la aprobación mayansiana incluida en el texto parece disimular las conversaciones previas y los consejos dados al médico sobre la necesidad de la lectura de Locke acerca de las ideas innatas y de Pedro Juan Núñez acerca de la interpretación de Aristóteles. Sobre el primero, conviene tener presente las palabras de don Gregorio a Nebot, que fueron transmitidas a Piquer: "No me valdré de la doctrina de Locke, pues Vmd. piensa tener su Obra y no la tiene; porque para tenerla había de tener su Ensayo Filosófico, impreso en Amsterdam año 1729" (20-X-1742). Y al mismo Nebot escribía el 23 de marzo de 1743: "y quisiera yo que el Dr. Piquer hiciese lo que yo aconsejaba a Berní, que hiciese una lógica formada de la de Núñez, Gassendi y Vives y Abril. Causaría admiración, y sería fácil hacerlo extractando dichas 4 lógicas y la de Clerc". Son ideas que, transmitidas por Nebot y ampliadas en conversaciones con el médico, influyeron en los planteamientos de Piquer.

   Algunas diferencias hubo, especialmente cuando la Academia Valenciana, por indicación del erudito, inició la publicación de las obras de Corachán. Si bien a Piquer no le gustó la edición de Avisos de Parnaso (1747), porque respondían a los conocimientos científicos en España en 1690, prácticamente se negó a redactar la censura de la Mathesis sacra, que sólo fue publicada en 1757, cuando ya la Academia había desaparecido, y sin la censura de Piquer. Pero estas diferencias no disminuyeron las buenas relaciones entre el erudito y el médico, pues, como sabemos, Piquer intentó, desde su cargo en Madrid, influir en las conversaciones con Ensenada para sacar a Mayans de su retiro de Oliva.

   Ahora bien, las divergencias en la interpretación de la Filosofía Moral rompieron las buenas relaciones. Ambos, erudito y médico, consideraban necesaria una Filosofía Moral para la instrucción de los estudiantes. El mismo Piquer, así como los más allegados, insistía ante Mayans para que la redactara, y cuando surgió la oportunidad, parece aceptaron que el erudito la redactara en latín. Así, el 15 de diciembre de 1753, escribía Mayans a Piquer: "Mi Filosofía Moral ya está impresa. Solamente espero las últimas formalidades del Consejo para publicarla. Estando trabajándola, he pensado mucho en Vm., imaginando que nos hemos de conformar mucho en nuestros pensamientos".

   No ocurrió así. Piquer respondió al erudito manifestando su deseo de ver la Filosofía Moral mayansiana, pero nada decía de que estaba preparando su propia Filosofía Moral en castellano, noticia que le llegó al erudito por varios conductos: Asensio Sales, Pingarrón, Flórez, Cabrera. Por fin, en diciembre de 1755 recibió la obra de Piquer y don Gregorio, que pensaba pasar unas navidades muy "regocijadas" con su lectura, se llevó una sorpresa. Apenas unos días después, escribe a Piquer, lamentando el contenido de la obra. expone sus críticas privadamernte, y con el deseo de que los émulos de Piquer no sepan los errores, porque podrían darle algún disgusto. Hubiera sido conveniente que le hubiera dejado leer el texto con anterioridad para evitar críticas. Y, consecuencia lógica, el médico ruega le participe sus observaciones.

   La respuesta de don Gregorio expresa su profunda preocupación por el materialismo que invadía el mundo intelectual europeo: "Lo que más extraño es que Vm., que sabe muy bien que el materialismo es la más grande y más extendida herejía de hoy, incautamente se haya dejado llevar del aire de muchos escritores franceses inficionados deste veneno, hablando muchísimas veces de la naturaleza de manera que, a quien no conozca la piedad de Vm., se hará difícil creer que ha dejado de ser estudio el que yo sé que ha sido inadvertencia repetida en tantas sentencias favorables a este error torpísimo; sin que valga la disculpa que Vm. da al nombre de naturaleza, porque no siempre es acomodable" (17-I-1756). Además de algunas apreciaciones sobre frases que pueden entenderse en sentido más o menos dudoso, como, al hablar de libertad, citar sólo autores protestantes (Heinecio y Pufendorf), o asegurar que resultaba imposible "desarraigar las pasiones", el punto más mortificante para Mayans fue la actitud de Piquer de marginar explícitamente de la Filosofía Moral el estudio de los atributos de Dios, que don Gregorio había estudiado con especial atención con argumentos estrictamente racionales.

   Piquer tomó en serio las reflexiones de Mayans e intentó explicar su postura. Podría haber diferencias de entendimiento, pero no de voluntad. Y en sus reflexiones sobre la naturaleza le parecía haber tomado una actitrud equilibrada, pues hay temas que se apropian más con la formación médica, que no con la de un teólogo o de un simple físico. Piquer asegura, e intenta demostrar minuciosamente, que en ninguno de sus presupuestos intelectuales sobre la naturaleza favorece al materialismo. Y en cuanto al afán de rebatir los planteamientos del erudito en sus Institutionum philosophiae moralis libri tres. "Lo que ha de creer Vm. firmemente es que nunca he tenido intención, nisiquiera remota, de motejar a Vm. en todo mi libro. Cuando salió la Filosofía Moral de Vm. estaba la mía en la proposición cincuenta; y le aseguro con todas las veras, que estaba puesto ya lo que Vm. juzga que hice con ánimo de impugnarle. Crea Vm. que su Filosofía Moral la estimo yo mucho, y sólo digo della que, por estar escrita en latín, se aprovecharán pocos; mas yo quisiera que la leyensen todos" (31-I-1756).

   En que la Filosofía Moral mayansiana sería leída por pocos se equivocó Piquer. Fue citada con elogio, como vimos, por Burriel y Senckenmberg, entre otros, mereció una disertación del abogado sevillano Pérez López, y en otras tesis en Madrid y en Valencia, y, sobre todo, fue el texto de Filosofía Moral en las Universidades de Valencia, de Granada y en el plan de estudios de los franciscanos. No es extraño, por tanto, que fuera reimpresa por Sancha en 1777.

   Vicente Peset ha explicado las razones de esa ruptura: razones científicas, basadas en una diferente concepción antropológica y del concepto de la naturaleza. La postura de Mayans estaría en la línea del animismo de Stahl, mientras Piquer estaría influido por el vitalismo de la escuela de Montpeller. A don Gregorio le bastaba esa interpretación para explicar su concepción de que el "alma es el principio de las acciones humanas ya sean naturales, físicas, sensitivas, intelectuales o morales". En cambio, Piquer partía de la necesidad de atenerse a los hechos de observación. Pero también, a juicio de Peset, había razones personales, porque don Gregorio se había visto obligado a redactar su Filosofía Moral en latín, en contra de su criterio personal, y debió temer que la Filosofía moral de Piquer en castellano le quitaría lectores, como quizá de manera imprudente le recordó el médico. Lo cierto es que la relación epistolar quedó interrumpida en 1756. En las excusas dadas en el momento de la ruptura, parece que Piquer no fue sincero, y don Gregorio fue demasiado tajante. El erudito nunca habló en público contra Piquer, aunque en privado censuró algunos juicios de la Filosofía Moral, y el médico tampoco envió libro alguno al solitario de Oliva, si bien alababa mucho su Retórica, y , según escribía el P. Alberico Rubio, llegó a decir. "Tres hombres grandes ha tenido España: Séneca, Luis Vives y D. Gregorio Mayans" (3-VII-1756). Lo cierto es que, cuando en 1766 el erudito estuvo en Madrid, para recibir el premio del Gobierno, con el título de Alcalde de Casa y Corte, recibió la visita de Piquer y de su hijo. Vino la reconciliación después de 10 años de incomunicación entre los dos grandes ilustrados valencianos.

   De la "Retórica" a la "Vida de Fr. Luis de León"

   Sin duda alguna, una de las obras básicas de Mayans es su Retórica aparecida en Valencia en 1757. El estudio de la Retórica había sido una de sus preocupaciones intelectuales desde la juventud. Durante los años en que escribía los primeros ensayos, Oración en alabanza de Saavedra y Oración sobre la verdadera idea de la elocuencia, ya manifestaba su interés por la lectura de Vives y de Sánchez de las Brozas, porque unos pliegos de ambos valían más que todas las reglas de Retórica. Como se trataba de una idea clara, aprovechó la redacción de El orador cristiano (1733) para exponer las ideas básicas de la Retórica que debían utilizarse por los predicadores con el fin de transmitir la palabra de Dios con mayor utilidad de los fieles. Y en la Carta-dedicatoria a Patiño del año siguiente, ya expresa la necesidad de un texto de Retórica y se ofrece a redactarla, ya sea siguiendo el modelo de Sánchez de las Brozas, ya el de Vosio, ya uno personal, "más práctico, por conformarse en todo con las costumbres de hoy". Años después, en su correspondencia con Burriel, que fue profesor de Retórica en el Colegio Imperial, expresó con claridad sus ideas sobre la necesidad de reformar su estudio (1745-1746). Sin olvidar, por supuesto, la carta escrita a Borrull en que criticaba la ignorancia que demostraba Feijoo de los temas y aspectos de la Retórica.

   Por eso, no causa extrañeza que, en la década de 1750, finalizadas sus Observaciones al concordato de 1753 y la Filosofía Moral, don Gregorio se decida a redactar la Retórica. Una cosa tiene clara: debe escribirse en castellano y poner los ejemplos de las normas con textos de escritores castellanos. Por eso rechazará las insinuaciones de sus amigos extranjeros, especialmente Meerman, de que la publicase en latín. Y, aun después de publicada, el jurista holandés, indica al solitario de Oliva: "Ciertamente recibí, poco ha, tu Retórica española con las obras del marqués de Mondéjar, y con gratitud; en verdad, si no es desagrable, recibe el consejo de tu amigo, que lo que te queda de vida (Dios quiera que sea muy larga) lo consagres no tanto a tus estudios populares (castellanos), cuanto a todo el orbe de la tierra y no te dediques sino a temas dignos de Mayans y ya deseados con anterioridad" (1-VIII-1758). Quizás el consejo de Meerman se debiera al hecho de que don Gregorio se había excusado de redactar el catálogo de su biblioteca, alegando que estaba escribiendo la Retórica.

   Lo cierto es que la obra ha constituido uno de las aportaciones más interesantes y que mayor crédito ha proporcionado al erudito, también algunas críticas, pero es menester reconocer que continúa siendo objeto de atención por parte de los historiadores de la literatura. Así Menéndez Pelayo, Jesús Gutiérrez, Helena Beristáin, Rosalind G. Gabin, Françoise Etienvre, Antonio Martí, Pérez Magallón o Rico Verdú, entre otros, han dedicado sus reflexiones a estudiar el pensamiento y las aportaciones de la Retórica mayansiana. Una estudio en profundidad sobre el alcance y aportaciones de la obra desborda las posibilidades de esta semblanza biográfica. Pero sí conviene señalar la importancia de la Retórica.

   Desde luego, Mayans la consideró como uno de sus trabajos más importantes, repitió con reiteración el interés que había puesto en su elaboración y celebró los elogios que le tributaron sus coetáneos. Sin embargo, Menéndez Pelayo, en su Historia de las ideas estéticas, afirma que don Gregorio "no da un paso adelante ni tiene una sola idea original", aunque anteriormente había celebrado la originalidad de volver a la tradición clásica latina y herencia española, rompiendo con el influjo francés de la centuria. Desde luego Mayans nunca pretendió ser original en la Retórica. Su preocupación consistía en que los jóvenes aprendieran a escribir con nitidez y claridad, superando los oropeles del barroco o la frialdad de los franceses. Desde esa perspectiva se explica tanto la composición de la Retórica como la serie de ediciones de clásicos latinos, con la traducción castellano de los autores del XVI.

   Pero volviendo a la falta de originalidad de Mayans, basta leer algunos estudios de los tratadistas modernos, para observar que el juicio de Menéndez Pelayo es un tanto precipitado.Sobre este particular, escribe Pérez Magallón: "Tal afirmación no deja de ser una verdad a medias, puesto que, volviendo a la tradición anterior a Ramus ¿seguida por el Brocense¿ de no escindir la dialéctica de la retórica, muestra una originalidad real, pero muy distinta de la de tipo romántico". También, H. Beristáin, insiste en la originalidad de la Retórica mayansiana y escribe con rotundidad: "la combinación que se da en Mayans de profundidad objetiva, erudición, espíritu crítico, y claridad didáctica, produce una obra que abunda en rasgos de una originalidad de pensamiento no perseguida por él y de una modernidad que hoy, en muchos aspectos, juzgamos vigente". Entre estos caracteres señala la preferencia en utilizar los ejemplos de los escritores del Siglo de Oro, en vez de los escritores de su tiempo, la insitencia en los efectos que produce el empleo de las figuras parece provenir de la estética postcartesiana con influencia sensualista, el modo de reducción de los discursos a tres géneros: demostrativo, deliberativo y judicial, o el uso del método deductivo, "que ahora se prefiere en la enseñanza de todo lo relacionado con la lengua, por influencia de la perspectiva estructuralista y de la teoría de la Gestalt, en lugar del método inductivo". Asimismo Gutiérrez insiste en la modernidad que se aprecia en la compenetración entre forma y contenido de los textos o en su interés lingüístico por los refranes.

   Naturalmente, la obra de Mayans tiene sus deficiencias. Así, mientras alaba la genialidad de los autores, en muchos lugares quiere limitar su originalidad y limita con su afán normativo la capacidad de creatividad. Era el fruto de las circunstancias culturales en que se había formado y que habían marcado sus criterios estéticos. Pero, en cualquier caso, queda su buen sentido estético y su capacidad para percibir la belleza literaria allí donde pudiera encontrarse. Y, sobre todo, es menester reconocer, como escribe Pérez Magallón: "Se inserta así Mayans en una tradición casi ininterrumpida de interés humanístico y científico por el lenguaje y su belleza; interés que...cobra en su momento histórico el valor de una cruzada contra la degeneración de la lengua y en favor del buen gusto". De ahí el carácter pedagógico que demuestra Mayans en su Retórica. Y entre los elogios tributados a la obra, al erudito le llego al alma las palabras del jesuita italiano Lagomarsini, en carta a Finestres, que celebraba la erudición, el estilo y hasta la ortografía.

   Ese carácter pedagógico, de que hablamos antes, se manifiesta también en otras publicaciones, especialmente de autores latinos con la traducción hecha por autores españoles del siglo XVI. Aunque Cavero y Mallén, libreros de Valencia, habían solicitado en 1749 el consejo de Mayans para editar un libro que tuviera difusión y el autor les había indicado Los dos libros de las Epístolas selectas de Cicerón, traducidos por Simón Abril, la verdadera colaboración empezó en 1758. Se acababa de constituir la Compañía de libreros e impresores de Valencia, y Cavero, en nombre de los socios, se dirigió al erudito en solicitud de consejo. En principio, se trató de la posibilidad de publicar las Crónicas de los reyes de Castilla, pero don Gregorio advirtió de los riesgos económicos de semejante empresa, que pronto quedó descartada. Se habló de una edición bilingüe latina-castellana de la Historia de Mariana, de las obras de Góngora, con los comentaristas, de Juan de Mena con la glosa del Comendador Griego y del Brocense, de Garcilaso de la Vega, de los Emblemas de Alciato. Al final, el proyecto quedó centrado en la edición de clásicos latinos, con versión castellana: Divinación de Cicerón traducida por Abril, las cuatro Oraciones de Cicerón por Sueiro, las Eglogas de Virgilio por Fr. Luis de León, las Geórgicas por Juan de Guzmán, la Eneida po Hernández de Velasco, la Guerra de Yugurta por Sueiro, la Poética de Horacio por Espinel, a los que después se añadirían como proyecto la Introducción a la sabiduría de Vives la Ibis de Ovidio con traducción y notas del Brocense, y como realidad la edición de las Comedias de Terencio. Porque don Gregorio todavía confiaba en el estudio de los clásicos latinos como medio de perfección del idioma y, con la traducción de los grandes humanistas castellanos del Renacimiento, se lograba la finalidad pretendida.

   En principio las ediciones se desarrollaron con ritmo y buena colaboración. Mayans escribía las introducciones a Cicerón, a Terencio, a Horacio, Esopo..., y los editores publicaban las obras con relativo éxito de venta. Conviene señalar el triunfo del erudito, al editar las Comedias Terencio, autor considerado pornográfico por los jesuitas y oratorianos, y que, según ha demostrado Luis Gil, tuvo siempre la oposición sistemática a que viera la luz pública.

   En ese contexto habría que incluir la edición de Fr. Luis de León. En 1761 aparecía en Valencia Obras propias y traducciones de latín, griego y toscano con la Paráfrasi de algunos salmos y capítulos de Job de Fr. Luis. La edición no ha sido muy bien considerada por la crítica. El P. Félix García, en uno de los prólogos a la edicón de Obras completas del eximio poeta (BAC, 1951), dice: "Mayans, diligente y erudito, no acertó , ni mucho menos, a darnos una edición aceptable. Un corrector anónimo, discípulo de Mayans, subsanó algunas erratas y deslices de la de Quevedo, unas con acierto, otras sin sentido". Pero no nos aclara de qué discípulo se trata, ni las circunstancias de la edición. El discípulo que llevó a cabo la edición fue Vicente Blasco, el futuro rector de la Universidad de Valencia, y la finalidad de la edición no era sólo darnos un texto de la poesía de Fr. Luis. Dentro del contexto de ofrecer a los estudiantes textos latinos y buenas traducciones castellanas, el caso del agustino era un ejemplo único. Y esa era la intencionalidad. Además de la correspondencia de Mayans con los editores y Blasco, hay unas palabras del erudito a Finestres, muy expresivas: "Me alegro que las Poesías del Mº. León agraden a Vm. Sin duda son las mejores de la lengua castellana. Yo quería que se imprimiesen las traducciones con sus originales confrontados" (11-X-1762).

   La correspondencia mayansiana sobre el tema demuestra que el erudito dio la idea, pero la realización fue de Blasco, en pelea constante con los editores que tuvieron mucha prisa para dar a luz las Poesías, hasta el extremo de que don Gregorio se negó en principio a redactar la Vida de Fr. Luis. Blasco confesaba las prisas con que se desarrolló la edición: "Ciertas cosas, señor don Gregorio, necesitan de otra mano más ejercitada que la mía y de más tiempo y menosocupaciones de las que yo ahora tenía. Yo jamás las había leído y los impresores sólo me permitían corregir las pruebas una vez. Por esto se han cometido algunas erratas que las dirá el papel incluso" (7-XI-1760). La idea mayansiana quedó clara en la carta a Blasco del 29 de diciembre. "Deseaba yo que las Obras del maestro León sirviesen para imprimr las Églogas de Virgilio en latín y en romance enmendando antes los yerros de imprenta. En caso de haberse de imprimir todas ellas, como ahora, debían haberse cotejado con las que publicó Quevedo y con las mismas que el autor imprimió, y aun en éstas se habían de reconocer varias impresiones teniéndonos a la última, todo lo cual pedía una larga y cuidadosa diligencia... Pero antes he visto impresas estas obras que haya podido pensar en la ejecución de todo lo dicho. Añado que hubiera sido mejor poner los textos a todas las traducciones para que éstas fuesen más útiles". Por eso se negó, en principio, a redactar la Vida de Fr. Luis de León. Sólo aceptó después que se cumpliesen sus condiciones: la publicación de unas Enmiendas y anotaciones" y la inclusión del Prólogo de Quevedo.

   Ahora bien, al margen de los méritos, o deméritos, de la edición de Fr. Luis de León, conviene señalar el efecto renovador que, a partir de ese momento, se percibe en las ediciones del agustino. Es bien sabido que Francisco Quevedo publicó las poesías de Fr. Luis en 1631 y que ese mismo año apareció otra edición en Milán. Después profundo silencio hasta 1761, en que aparece la edición valenciana de Mayans-Blasco. Pero desde entonces, podemos observar: 4 ediciones de las poesías hasta finales de siglo (Valencia 1761 y 1785, Madrid 1790 y 1791); La perfecta casada, que no se había editado desde 1632, apareció cuatro veces entre 1765 (preparada por Fr. Luis Galiana, en Valencia) y 1799. De los nombres de Cristo, cuya quinta edición era de 1603, sólo después de 167 años volvió a ver la luz pública, y con dos ediciones en Valencia en 1770 (una de ellas de Blasco) serían de nuevo impresos en 1779. Ese mismo años apareció por primera vez la Exposición del libro de Job y la Traducción literal y declaración de los Cantares de Salomón en 1798. Era el ambiente propicio para la gran edición de las obras completas de Fr. Luis preparada por el P. Antolín Merino. Por eso la fecha de 1761 tiene gran importancia como inicio de la recuperación literaria de Fr. Luis, inciada en el entorno mayansiano de Valencia

   Conviene señalar que las preferencias por Fr. Luis de León no son exclusivamente literarias. Hay asimismo factores religiosos. Porque los ilustrados ven en Fr. Luis un arma para establecer una religiosidad interior y rigorista y un medio para luchar contra la relajación que ven simbolizadas en el probabilismo. En Mayans, con una acusada tendencia rigorista, la conexión es evidente, aunque no se trata de un autor exclusivo, pues en esa tendencia incluye a los autores del XVI español. Baste leer unas palabras escritas al obispo Asensio Sales: "Antes se leían con fruto las obras de los maestros Fr. Luis de León y Fr. Luis de Granada, las obras de santa Teresa de Jesús y de otros insignes y piadosos escritores de España; pero ahora se tienen por vejeces y se quieren libros al uso con una oculta impiedad y una manifiesta burlería. Yo renuevo ahora la lectura de nuestro gran Luis Vives, y cuando quiero poner más atención, me aplico a Arias Montano y a Fr. Luis de León que me encantan con su penetración, piedad y buen estilo" (8-IV-1758)

   Y el tema es tan evidente, que Vicente Blasco lo expone en conexión directa con la lectura de Fr. Luis en la Prefación a De los nombres de Cristo de 1770. Era la necesidad de suplir con la lectura de semejantes autores (humanistas y erasmistas) la lectura de la Sagrada Escritura en lengua vulgar, que por esas fechas todavía estaba prohibida. Aunque, en ningún caso, consideraban a Fr. Luis como el único autor. En general, el círculo valenciano, influido por Mayans, publicó muchas obras de los humanistas cristianos del XVI. Además de las ediciones del agustino, ya citadas, el mismo Mayans publicó la Introductio ad sapientiam de Vives en versión de Astudillo(1765) así como Opera omnia del Brocense (Ginebra, 1766), Juan Bautista Muñoz inició la publicación de una serie de volúmenes de Fr. Luis de Granada (Primus tomus concionum de tempore, 1766; Concionum de praecipuis sanctorum festis, 3 vols. en 1769; Sylva locorum communium, 1771; y Collectanea moralis philosophiae 1775) y finalmente José Climent, ya obispo de Barcelona, publicó la Retórica eclesiástica de Fr. Luis de Granada (1770). Es un testimonio fehaciente del influjo mayansiano en la evolución de de la lectura de los humanistas cristianos del XVI y en los gustos literarios, pero también en la religiosidad, de nuestros ilustrados.

   Puede pensar el lector, sin temor a equivocarse, que no toda la sociedad valenciana pensaba como don Gregorio, y que su mentalidad de ilustrado, abierto a las nuevas ideas, aunque humanista cristiano sincero, fuera comprendida por todos los hombres de letras. Había escolásticos, que consideraban esta apertura excesiva y peligrosa, especialmente, la admiración por los autores paganos, la libertad de los humanistas y la práctica de la historia crítica. Así se hizo visible en 1760.

   En 1757 Andrés Piquer publicó un Discurso sobre la aplicación de la Filosofía a los asunts de la Religión para la juventud española (1757), en que aceptaba los estudios escolásticos para quienes se dedicaban al estudio de la teología (porque durante cinco siglos así habían escrito los teólogos), pero para nada servía a los que se dedicaban a las ciencias. Vicente Calatayud, pavorde de la catedral de Valencia, y catedrático de teología tomista, redactó, como réplica, una serie de Cartas eruditas. Empezó censurando a Piquer por unas opiniones filosóficas, pero acabó censurando a Vives por haber metido la hoz en mies ajena, al deán Martí por su carácter paganizante, a Nicolás Antonio por la crítica al santoral del Breviario Romano, a Tosca por la defensa de la filosofía moderna y, sobre todo, a Mayans que había editado y defendido todas estas actitudes.

   El erudito tardó en conocer los ataques de Calatayud, pero ante la insistencia de sus amigos, en especial de Agustín Sales, otro censurado por su colaboración en la Censura de historias fabulosas, pidió las Cartas eruditas y, sorprendido por la dureza de los ataques, redactó con rapidez una Carta de don Gregorio Mayansy Siscar, escrita al doctor don Vicente Calatayud (1760). El trabajo del erudito hubiera pasado a la historia como una más de tantas polémicas del silo XVIII entre ilustrados y tradicionalistas. Pero la actitud de la curia diocesana de Valencia, con el consentimiento del arzobispo Mayoral y la actitud agresiva del provisor Pedro Albornoz, compañero de estudios de Mayans en Salamanca y después obispo de Orihuela, de impedir la publicación de la Carta mayansiana, convirtió el asunto en una pugna de alcance nacional.

   Con anterioridad Mayans había escrito a su amigo Felipe Seguer, discípulo de Tosca y oratoriano como Calatayud, para que le aconsejase moderación. No pensaba responder, decía, porque "las doctrinas del P. Tosca están fuera de sus tiros. Ya le vendrá (a Calatayud) el escarmiento. Éste no le vendrá del juez de imprentas de Madrid (Juan Curiel) que es el mayor enemigo que las letras han tenido en España en muchos siglos" (1-VI-1759). Y en octubre de 1759 enviaba una carta al mismo arzobispo Mayoral para que aconsejase a Calatayud que no le provocase, cosa que hizo el Arzobispo, como se desprende de sus palabras al mismo erudito: "Habiéndome restituido a esta ciudad, he vuelto a hablar al pavorde Calatayud, para que no dé motivo a sentimiento de Vmd. ni a mí" (17-XII-1759). Pero, en vista de que el pavorde continuó en sus ataques, don Gregorio se decidió a escribir y hacer pública la Carta.

   Después de los saludos protocolarios y de pedir permiso para comunicarle algunas noticias personales, empieza con la defensa de Tosca. Don Gregorio aprovecha la ocasión para defender la libertad de filosofar, dentro de la ortodoxia, que el P. Tosca introdujo en la Universidad de Valencia. El erudito demuestra conocer bien a Aristóteles y a los aristotélicos (uno de los más importantes, Pedro Juan Núñez era muy admirado por don Gregorio), pero se apresura a proclamar su eclecticismo. Por lo demás, Mayans defiende su colaboración en Acta eruditorum así como la religiosidad del deán Martí, al tiempo que aprovecha la ocasión para demostrar la ignorancia de Calatayud, que no entendió el significado de"luxurians", utilizado por el Deán. Finalmente, después de defender la historia crítica (en la persona de Nicolás Antonio), de los conocimientos teológicos de Juan Luis Vives y de la ortodoxia personal en su Institutionum Philosophiae moralis libri tres, aprovecha la ocasión para defenderse de la acusación de haber citado autores heterodoxos, en el Prólogo a la Mathesis sacra de Corachán, sin haber indicado que se trataba de herejes: "Vaya Vm. con esas acusaciones a los letrados, así teóricos como prácticos, y cada vez que citan a Hotomano, Balduino, Donelo y Vinio, a Grocio, Pufendorf, Cumberland y Heinecio y a innumerables otros escritores foristas; exhórteles a que según vayan nombrando adviertan si fueron luteranos o calvinistas o socinianos o materialistas o ateístas. Persuada lo mismo a los matemáticos y médicos. Pero lo que más extraño es que Vm. acusa lo que no suele practiar; porque, como cita muchos autores que no ha leído, no sabe qué sectas profesaron".

   La carta, enviada a Valencia, para que el Vicario General firmara el imprimatur y pasara después al delegado del juez de imprentas en Valencia, Teodomiro Caro de Briones, fue retenida por el Provisor Pedro Albornoz, que procuró poner todos los obstáculos para que ningún teólogo la aprobara. Al final, al parecer de común acuerdo, fue el juez privativo de imprentas, Juan Curiel, quien exigió la entrega de la Carta mayansiana para dar su censura en Madrid. Las gestiones fueron arduas y complejas. Mayans envió dos memoriales a Carlos III, exigiendo libertad para defenderse de las acusaciones recibida, pero sus amigos no permitieron que llegaran al monarca. Fernando de Velasco fue el encargado de pelear con la intransigencia de Curiel. Sólo después de aceptar unas modificaciones, que el censor oficial exigió, se dio permiso para publicar la Carta. Para que se vea la actitud del erudito, bastan unas palabras a Velasco: "Si acudo al Consejo para que me haga justicia y no la hace, ¿yo qué perderé? Nada. Antes bien, ganaré mucho porque en tiempo en que prevalecen la ignorancia, la barbarie y la fuerza que suele acompañarlas, mantengo constantemente la verdad. Y el Consejo ¿qué fama ganaría por oprimirme? V.S. lo dirá, que no me atrevo. Con todo eso, porque suficientemente he hecho lo que he podido, porque no tengo brazos para defenderme contra la violencia, porque no me conviene apesadumbrarme por la inocente familia que tengo, porque V.S. lo quiere y, finalmente, y estoy por decir únicamente, porque creo firmemente que hay Dios misericordioso y vengador, cederé" (19-VII-1760). Y, como decía en carta a un amigo abogado en la Corte, Victor de Comba: "Cedo a la fuerza porque es mayor y cedo de mala gana".

   De hecho, Mayans cedió en unas frases, que el censor consideró ofensivas a la persona de Calatayud, pero la carta apareció en diciembre de 1760 y constituyó un acontecimiento cultural de primera magnitud en Valencia: pancartas en las esquinas de las calles y en las puertas de las iglesias, difusión entre amigos de don Gregorio, pero también entrega personal a los partidarios del Pavorde, a quien todos censuraron su terquedd y arrogancia. Al final, la Carta se convirtió en la mejor apología del humanismo, de la crítica histórica y de la Ilustración. Pero, a juzgar por los datos que tenemos, parece que los obstáculos no procedían exclusivamente del Provisor, sino que fue la actitud de toda la escuela tomista. Calatayud había sido muchos años catedrático tomista y sus discípulos lo defendieron con pasión. Uno de ellos, José Tormo, nacido como Calatayud en Albaida, auxiliar de Mayoral en 1763 y más tarde obispo de Orihuela, fue uno de los que con más fuerza se opuso a la concesión del imprimatur. Así se deduce de unas palabras de Juan Bautista Hermán: "Otro bárbaro hay en aquella ciudad (Valencia), que es el Albaldense (Tormo)...),que fue el que con su autoridad palatina detuvo la aprobación de la carta de Vm. contra Calatayud, culpando Vmd. a P(edro) Albornoz que no la tenía" (6-VI-1766)

   Aunque, como era lógico, no todas las batallas se reñían en Valencia. también en Madrid tenían lugar rencillas literarias, mezcladas con su parte de envidia. Uno de los proyectos más ambiciosos del P. Rávago, como director de la Real Biblioteca, fue la edición de Bibliotheca Arabico-Hispana-Escurialensis de Miguel Casiri. Y el arabista se drigió a don Gregorio. Porque éste último había escrito en la Vida de Nicolás Antonio, que el famoso bibliófilo, "en el lib. 6 , cap. 3 , $ 14 et lib. 7, cap. 1, cita a Rasis como escritor verdadero, siendo así que no ha habido tal escritor". Como Casiri necesitaba clarificar la personalidad y obra de Rasis, pidió noticias a Mayans, por medio de Martínez Pingarrón. El solitario de Oliva respondió con amabilidad y, basado en las contradicciones internas y con una narración de la historia de la crónica de Rasis, escribió una larga carta latina, demostrando, a su juicio, que se trataba de la obra fingida. Casiri "la leyó con mucho gusto (y yo también) y le ha parecido muy bien y muy del caso. La imprimirá en la obra. Varias reflexiones que Vmd. hace en ella, dice, las tiene hechas en su Disertación; y que se prueba la falsedad de tal historia de Rasis, con lo que Vmd. dice fundado en la historia nuestra, y con lo que él dice sacado de las historias de los árabes" (9-VI-1752).

   Los estudios posteriores, iniciados por Pascual Gayangos, y continuados por Levi-Provenzal y Sánchez Albornoz, han dado mayor importancia a la crónica de Rasis de la que le atribuía don Gregorio. Pero a nosotros, nos interesa, en este caso, la actitud de los funcionarios de la Real Biblioteca, que no permitieron que la carta a Casiri fuera incluida en la Bibliotheca Arabico-Hispana-Escurialensis. Porque, según las noticias facilitadas por Martínez Pingarrón, Casiri envió el primer volumen de la Bibliotheca, aceptó las correcciones que le hizo el erudito y procuró enviar el texto del segundo volumen, para que don Gregorio continuara las correcciones y dar él una respuesta adecuada. Así se hizo, pero en el momento de la edición, el criterio de Casiri nada importó. "Casiri no ha tendido, ni tiene, acción, ni puede hacer esfuerzo que sea atendido para que se imprima lo que él diga y quiera; pues, por más que él inste y haya instado, no se ha puesto más que lo que han querido el bibliotecario mayor (Santander) y Iriarte. Casiri traajó su obra, y después los prólogos, lo ha entregado todo, y no le dan más entrada. Ellos se lo han guisado y puesto lo que y a quien han querido y como les ha parecido; y no se logró corto triunfo en que hubieran dejado aquellas dos palabritas que hablan de Vmd." (19-I-1768).

   En efecto, las notas aparecen en muy reducido número, en contraste con las numerosas que fueron enviadas, y sólo unas palabras de gratitud, que aparece en el segundo volumen, fueron redactadas por Pîngarrón y Casiri, aunque Santander quiso atribuirse la idea de la gratitud reconocida públicamente. Así se deduce de unas palabras de Pingarrón expresivas de la actitud de los bibiliotecaros reales: Santander dijo "que había hecho ponerle para que se hiciese memoria de Vmd. como lo merece. Le di las gracias, callando que yo he sido el promotor para ello, habiendo movido a Casiri que lo hizo con mucho gusto y regocijo, y quiso Dios que pareciese bien a Santander y a Iriarte, que no tocaron en lo que había puesto Casiri y yo lo había visto antes" (21-VIII-1764).

   Como puede observarse, el ambiente en la Real Biblioteca no era muy favorable a don Gregorio, y los testimonios que lo prueban son abundantes, aun después de haber dimitido y de haberse disuelto la Academia Valenciana. Valga un caso sintomático. En 1754, cuando se tramitaba la edición del primer volumen de la Bibliotheca Arabico-Hispana, se difundió por Madrid el rumor de que en Leipzig había sido reimpresa la Bibliotheca Hispana de Nicolás Antonio y que Mayans había proporcionado los manuscritos que había dejado inéditos el mismo autor y se conservaban en la Real Biblioteca. Para otros se trataba de que era el estudio que tenía preparado González de Barcia, pero que también había sido don Gregorio quien los había enviado a Leipzig. La razón de este temor radicaba en que, según un proyecto indicado por el P. Rávago, se quería reeditar la obra de Nicolás Antonio por la Real Biblioteca. Las palabras de Martínez Pingarrón al mismo erudito son clarificadoras: "Yo lo sentiría mucho que Vmd. haya coadyuvado a esto; porque no le sería favorable; pues aquí (en la Biblioteca) hemos sentido mucho esta novedad y noticia (si fuere cierta) porque se opone a ciertas ideas próximas y que aún están secretas. Dígame Vmd. con abertura si sabe algo de esto, para que yo pueda responder con verdad, y sacar a Vmd. a salvo de esta calumnia, si lo fuere. Y escríbame Vmd. con toda claridad para que yo pueda sacar la cara por Vmd., de quien siempre recelan, y de mí por ser Vmd. y yo una misma cosa, y conozco que me tratan con cautela por ello" (4-V-1754).

   Estas palabras suscitan una serie de consideraciones. Por supuesto, Mayans no había facilitado las notas autógrafas de Nicolás Antonio, conservadas en la Real Biblioteca, porque no las tenía. Según sus propias palabras, sólo había copiado las relativas a Cervantes y Antonio Agustín. Pero supongamos que las hubiera copiado y transmitido a Alemania para que se ampliase la Bibliotheca Hispana. Hubiera sido un acto de difusión de la cultura española en Europa. ¿Recelo de que publicase una obra de Nicolás Antonio? Hubiera podido responder que ya había sido acusado de antiespañol cuando editó la Censura de historias fabulosas y ahora lo hubiera sido de nuevo. Y, en cualquier caso, hubiera constituido una corrección a la indolencia con que los organismos oficiales de la Corte dirigían los asuntos de la cultura nacional. La idea había sido de Rávago, que fue exonerado del confesonario regio en 1755. Santander, sucesor de Nasarre en 1750, continuó como director de la Real Biblioteca hasta 1783. Pues bien, entre 1783 y 1788 apareció la Bibliotheca Hispana. Exactamente más de treinta ños después de la idea expresada por Pingarrón de que la edición se oponía a "ciertas ideas próximas y que aún están secretas".

   Los amigos de don Gregorio

   Hemos hablado en múltiples ocasiones de los émulos y enemigos de Mayans: Nasarre, Montiano, los Diaristas, y en otro sentido Feijoo, Sarmiento, Iriarte o Flórez. Pero también tuvo muchos amigos. Algunos fieles y constantes, con quienes mantuvo una amistad sin altibajos (Martínez Pingarrón en Madrid, Finestres en Cataluña, Cabrera y Agustín Sales en Valencia). En otros casos, la amistad sufrió altibajos y no siempre mantuvo la cordialidad y confianza convenientes (Piquer o Pérez Bayer). Caso aparte constituyen los jesuitas, o los libreros, que merecen reflexión especial.

   Don Gregorio mantuvo cordial relación epistolar con Martínez Pingarrón, su sucesor en la Real Biblioteca. Pingarrón fue su confidente: avisaba de las noticias literarias de la Corte, comunicaba los proyectos de la Real Bibliotea o le revelaba las intrigas de los bibliotecarios. En fin, era la persona de absoluta confianza y sus noticias son básicas para entender la postura de nuestro erudito con los políticos o los hombres de letras que pululaban en Madrid. Por una parte, don Gregorio no quería cortar las amarras con la Corte (Rávago, Juan de Santander o Juan de Iriarte que, desde la Real Biblioteca, gozaban de gran influjo en el mundo cultural). Pero, además, Pingarrón era el hombre que permitía al erudito mantener una relación no comprometedora con los políticos o lo miembros de la judicatura (Jover, Nava, Velasco). Finalmente, el bibliotecario era el encargado de comprar los libros que deseaba el solitario de Oliva y distribuía entre los altos cargos de la política o de las letras las obras de Mayans. Esa confianza absoluta explica que don Gregorio, durante los dos meses que estuvo en la Corte con motivo del premio de Alcalde de Casa y Corte, residiera en casa de Martínez Pingarrón.

   Otro tipo de amistad, dentro de la más absoluta fidelidad, mantuvo con José Finestres. El conocido profesor de Código en la Universidad de Cervera merecía el máximo respeto de don Gregorio por su altura intelectual y el valor científico de sus trabajos. Nuestro erudito alabó siempre lo trabajos jurídicos del catalán, lo presentó a sus amigos extranjeros (a Meerman, en especial), procuró que se editaran,como por ejemplo el Hermogeniano, los prologó con entusiasmo y corrigió la Sylloge de inscripciones latinas de Cataluña para que salieran al público con dignidad y sin errores. Por su parte, Finestres, que mantenía cordiales relaciones con los jesuitas de la Universidad de Cervera, los puso en relación con Mayans. Aymerich y otros jesuitas, profesores en Cervera, enviaron sus trabajos al solitario de Oliva, recibieron sus elogios o sus críticas, y mantuvieron una cordial correspondencia, frente a las agresividad que don Gregorio veía en los padres de la Compañía de Valencia (Serrrano o Eximeno).

   Sobre la diferencia en las relaciones del erudito con los jesuitas catalanes y los valencianos, tenemos un texto de Juan Antonio Mayans, escrito después de la expulsión, que puede expresar este matiz: " Vaya una reflexión sobre lo que Vm. dice que ve al Sr. Finestres maestro de los jesuitas en su correspondencia con su Ático, el Sr. Dou. ¿Cómo es que, habiendo en Italia tantos abates de toda la extensión de la monarquía, solamente se dan a conocer los catalanes y valencianos? Creo que si otras provincias hubieran tenido Finestres y Mayans, sucedería lo mismo. Esto sucedía con una circunstancia encontrada, acomodada al carácter de cada país; los jesuitas catalanes consideraban a Finestres como amigo, y los valencianos a Mayans como a su enemigo, y respecto de ambos eran amici frigidi et calidi, y mi hermano añadía et callidi" (12-VIII-1783). Menester es confesar que también puso Finestres a su discípulos, especialmente a los hermanos Dou (Ignacio y Ramón Lázaro) en relación con el erudito de Oliva. La correspondencia de nuestro erudito con los hombres de letras catalanes del círculo de Finestres, publicada por los P.P. Casanovas y Batllori, ha permitido al último definir, con toda justicia, a Mayans como el intermediario en las relaciones culturales entre Valencia y Cataluña en el siglo XVIII.

   Cabrera, compañero de estudios en Salamanca y beneficiado de la catedral valenciana, fue el hombre de confianza de don Gregorio en Valencia. Admirador de la erudición y capacidad intelectual del solitario de Oliva, siguió sus pasos, defendió su actitud, compró los libros indicados por el amigo (aunque fuera El espíritu de las leyes de Montesquieu), realizó con delicadeza las consultas bibliográficas que necesitaba el amigo y supo mantenerse siempre en un discreto segundo plano. Su biblioteca debió ser espléndida y, a su muerte, fue adquirida por el arzobispo Mayoral. Resulta una figura simpática por su fidelidad, respeto a la actividad intelectual del erudito y afecto por el amigo. Fue el confidente más fiel de don Gregorio, y todos lo sabían, desde Villafañe, en sus años de paje del Arzobispo, a Pérez Bayer, como confesara en sus correspondencia desde Roma. Pero, sin duda, la mejor expresión de afecto, la dio el mismo erudito en su carta al P. Burriel: ""Mi dueño y favorecedor muy amado, y no quiero decir amigo, porque Dios se ha llevado los mayores que tenía. Poco ha al Sr. cardenal Enriquez que me amaba entrañablemente y de su bondad y autoridad debía yo esperar muchísimo. Ahora al Dr. D. Juan Bautista Cabrera y Rocamora, el hombre más modesto y sabio que tenía Valencia, amigo mío antiguo, condiscípulo, con quien solo en este reino podía yo tratar de estudios y descansar entre tantos enemigos. Murió repentinamente día trece de este mes a las dos de la noche, habiendo vivido ejemplarísimamete toda su vida, en la cual ha sido conocido de muy pocos, porque le faltaban prendas exteriores, al mismo tiempo en que estaba dotado de Dios de una claridad de entendimiento muy grande y un juicio sublime acompañado de un gusto exquisitísimo en todo género de ciencias las más útiles. Par de amigos como él y yo no le hubiera en el mundo, si no quedásemos V.Rma. y yo" (19-VI-1756).

   Y aunque habla en la misma carta del cardenal Enriquez, antiguo nuncio en Madrid, no puede compararse en confianza y afecto. Es cierto que Enriquez había llegado a mantener una correspondencia muy sincera con el erudito y tenía proyectado pasar por Valencia, en su viaje a Italia como cardenal, y las circunstancias políticas impidieron ese encuentro con el erudito, pero no se puede comparar con la relación amistosa con Cabrera, constante e ininterrumpida.

   También fue constante, aunque más intelectual con Agustín Sales, el cronista de la ciudad y reino de Valencia. Sales fue un converso a la historia crítica. Había empezado su trayectoria como historiador con la publicació de una Disertación histórica sobre el sagrado cáliz de la Cena de Cristo, que suponía era el conservado en la catedral de Valencia. El deán Martí se burlaba con dureza, al afirmar: "Supongo que Vm. conocerá al insigne doctor en teología Agustín Sales de Valencia, de quien me hallo el correo pasado con esa carta. Este simple está escribiendo sobre la fábula del cuento del Cáliz de aquella ciudad. Mire Vm. en qué manos lo han puesto" (14-III-1736). Mayans conoció bien a Sales, ganó su amistad en un momento difícil, pues los Diaristas intentaron excitar al cronista del reino contra el erudito, que, además, tuvo que guardar un difícil equilibrio entre Sales y el P. Jacinto Segura, que mantenían una enconada polémica sobre temas históricos. Sales fue fiel a don Gregorio, colaboró con rigor en la redacción del índice de la Censura de historias fabulosas, mantuvo con integridad el cargo de secretario de la Academia Valenciana, y mantuvo una cordial colaboración en la solicitud de noticias bibliográficas de que carecía el erudito en su retiro de Oliva

   De la amistad y de la ruptura posterior con Piquer ya hablamos. Y de las dificultades con Pérez Bayer hablaremos largamente en el capítulo siguiente, pues constituirá un factor esencial en las dificultades de las reformas universitarias después de la expulsión de los jesuitas y, sobre todo, en la aceptación de la Gramática latina mayansiana como texto en Valencia. Distinta, aunque permanente, fue la relación con José Nebot, el curioso corresponsal y famoso abogado, interesado por las nuevas corrientes de pensamiento y muy amigo de Piquer.

   Es curioso constatar que muchos amigos de don Gregorio sólo mantuvieron relación epistolar, sin llegar a verse en ningún momento. Este fue el caso del deán Martí, o del jesuita Burriel. Pero hay otros, como, por ejemplo, el sevillano José Cevallos. El joven clérigo se dirigió al erudito atraído por la lectura de El orador cristiano. Quería predicar según el modelo expuesto por Mayans y en contra de la costumbre del sermón barroco, pero ante las dificultades encontrdas, se dirigió al autor en busca de consejo. Cevallos era un curioso insaciable, lector empedernido, que preguntaba sobre teología o historia, personajes vivos o difuntos, anécdotas políticas o religiosas, crítica histórica o mística. Don Gregoriodemostró en este caso una paciencia enorme, siempre respetuoso, aunque no aceptaba muchos criterios del joven clérigo. Así, por ejemplo, Cevallos demostró cierto despego respecto al Cantico espiritual de san Juan de la Cruz y, en general, de la obra mística del carmelita y manifestabaa sus preferencias por santa Teresa, Godínez, Gersón, san Buenaventura o Fr. Luis de Granada. Pero, en ese campo, don Gregorio tenía las ideas más claras: "Los asuntos místicos son oscurísimos. san Juan de la Cruz harto claro. Si no se entiende algo, es por la dificultad de la materia. El estilo de santa Teresa es mejor, pero no su doctrina. Sus versos son duros. Su modo de escribir, escolástico. Su filosofía, aristotélica. Esto no tiene que ver con la mística en la cual es incomparable" (6-VI-1750). O unos meses después, en frase más concisa: "Que santa Teresa sea más clara en sus escritos que san Juan de la Cruz, no se duda. Que sea más profunda, eso se niega. ¿Y qué pruebas quiere Vm. de una verdad expuesta a los ojos?" (8-VIII-1750). También hablaron de Vives, y don Gregorio le expuso con claridad la superioridad en el campo teológico del humanista valenciano sobre Melchor Cano y su criterio de que el autor del De locis theologicis tomó muchas ideas de Vives, aunque en la obra lo censuraba.

   En este caso, no sólo interesaba conocer al persoanje, sino descubrir cómo Cevallos se convierte en el medio de penetración de las ideas mayansianas en el mundo cultural sevillano: el conde del Águila, los miembros de la Real Academia de Buenas letras de Sevilla, el bibliotecario de la Colombina, Diego Alejandro Gálvez o Francisco Lasso de la vega. Precisamente en carta a Lasso de la Vega expuso don Gregorio sus ideas sobre el parentesco entre san Leandro y Recaredo. A su juicio, basado en un análisis, ejemplo de la metodología de Mabillon, no existía tal parentesco. La carta fue enviada por Cevallos a Flórez, que cambió de criterio, utilizó los argumentos mayansianos, sin citar, por supuesto, la fuente de donde procedían sus noticias. Esta actitud de Flórez hizo cambiar el criterio de Cevallos sobre la actitud del autor de la España sagrada, llegando a confesar: "Ha llegado a más la grosería y envidia de Flórez que, viéndose los yerros y omisiones tan notables en la historia, y corregidos por mí y confesados por él en sus cartas, en el público no dice de dónde le vino el aviso, dando a entender que él, por sí, se corrigió" (22-X-1754). Estas palabras debieron llenar de satisfacción al erudito: otros investigadores habían sido tratados por el agustino con la misma insolencia, y, por fin, lo iban conociendo. Cevallos no cambió. En 1759 continuaba enviando noticias a Flórez y justificaba su actitud: "Yo no las puedo imprimir. Pues imprímalas otro, aunque sin nombrarme; que primero es ilustrar las memorias de la nación que mi interés propio. Mi amaor a las letras, y mi desinterés, me hacen obrar así" (17-IV-1759). Y también fue generosos con Mayans a quien envió una copia de la carta del marqués de Santillana al condestable sobre la historia de la poesía.

   En un asunto andaba Cevallos equivocado. Quería situarse en la Corte, y buscó el apoyo de don Gregorio para que influyera ante los políticos (Rávago, Carvajal, Ensenada), ante nobles (conde de Benavente) o amigos (Piquer o Burriel) e hiciese valer sus cualidades y fuese empleado en trabajos intelectuales. Pero ya sabemos que alcanzar esas pretensiones por medio de Mayans era una utopía. Sólo el viraje posterior, propiciado por los manteístas, facilitó el premio para Mayans y la ascensión de Cevallos que llegó a ser rector de la universidad de Sevilla.

   El otro corresponsal que merece un recuerdo por su constante amistad es Fernando de Velasco, Colegial en el Mayor de Fonseca, que mantuvo continuada correspondencia con nuestro erudito. Se conocieron en una librería de Madrid y, según Mayans, "lo mismo fue empezar a oir hablar a V.S. en la librería de Francisco López, que formar juicio verdadero de su doctrina y grande espíritu". Aunque la fecha del encuentro debió ser en 1739, la corresopondencia entre erudito y juez empezó en 1753, gracias a las gestiones de Manuel de Villafañe, que trabajaba en la Chancillería de Valladolid, junto con Velasco, y continuó hasta el final de la vida del erudito. Hay un factor esencial que unió a los dos corresponsales: la bibliofilia. Ese amor a los libros fue tan intenso, que creó una sincera amistad, pese a tratarse de un Colegial (Velasco) y un manteísta (Mayans) con criterios diferentes sobre el valor y la importancia de los Colegios. A señalar, como ya pudimos indicar, la colaboración de Velasco en las ediciones de autores españoles en el extranjero (Brocense, Antonio Agustín) o sobre los orígenes de la imprenta y del papel. Pero, además, Velasco colaboró en el premio alcanzado por Mayans, y el erudito escribió al ministro Roda (enemigo de los Colegiales) unas palabras en elogio de Velasco: "desde que salí de Madrid en el año 1739 para vivir retirado en Oliva, mi patria, he tratado familiarísimamente con el Sr. D. Fernando de Velasco, y he experimentado una siempre fiel y constante amistad en las cosas prósperas y adversas" (-XII-1781).

   Entre los amigos de Mayans ocupan un lugar importante los jesuitas. Él había sido educado en el Colegio de Cordelles, dirigidos por los padres de la Compañía, habia estado adscrito a la escuela antitomista durante sus estudios de filosofía en la Universidad de Valencia y tuvo íntima amistad con el P. Julián, prepósito de la Compañía en Valencia, cuyo favor propició la buena acogida de Mayans en Salamanca, tanto en el círculo de los jesuitas, como en el de los colegiales mayores y aun entre los altos cargos de la magistratura. Las primeras diferencias fueron académicas, con motivo de las escuelas de Gramática, si bien pronto se hizo visible una evolución ideológica del erudito que le fue separando de los criterios filosóficos y religiosos mantenidos por los jesuitas. Por su parte, los padres de la Compañía no fueron muy sagaces en su relación con el joven catedrático y se negaron a aprobar El orador cristiano (1733) porque expresaba alguna reserva sobre los sermones del P. Vieira, aunque es menester confesar que a los jesuitas debió el nombramieto de bibliotecario real. Ahora bien, durante los años de residencia en la Corte como bibliotecario, don Gregorio leyó las obras de Arias Montano y de Van Espen (lectura desaconsejada con anterioridad por el P. Julián) que le fueron inclinando hacia una religiosidad más interiorizada y rigorista, en evidente discrepancia con las manifestaciones barrocas de la Contrarreforma.

   Esta actitud no entrañaba una ruptura con los padres de la Compañía, ni la negativa a colaborar con jesuitas que solicitaran su consejo. El caso más espectacular fue la solicitud de Burriel a entablar un diálogo cultural, que duró toda la vida del jesuita manchego. Hablaron de crítica histórica, de proyectos culturales de largo alcance, de los amigos y de los émulos de Mayans... Burriel, conocedor de la capacidad intelectual de don Gregorio y de su erudición, sentía el retiro en Oliva y lo quería en Madrid. En consecuecnia, buscó, durante los años en que gozó del favor del poder (Rávago, Carvajal, Ensenada), que Mayans fuera llamado a la Corte con un encargo relevante y que colaborase en la Comisión de Archivos. El erudito se negó, como vimos, porque creía que las ideas del jesuita no se acomodaban a sus pretensiones ni a sus circunstancias personales. Pero, cuando la política dio un viraje y Burriel, por ser jesuita, fue marginado, el erudito mantuvo la amistad, lo ayudó en las dificultades psicológicas y lo defendió ante los hombres de letras y ante los políticos. Sus palabras, en el momento de la muerte del jesuita, demuestran un sincero dolor. Y junto al dolor, la admiración por sus talentos y su trabajo. Valgan como testimonio las palabras escritas al P. Rávago: "Yo tengo el consuelo de haber conocido interiormente con toda su extensión la capacidad del padre Burriel, sus grandes ideas muy conformes a mis deseos y persuasiones, y de haber experimentado su bondad y la fidelidad de un buen amigo. Su pérdida entiendo que es irreparable para la Compañía de Jesús, funesta a las letras, y para mí de sumo sentimiento" (12-VII-1762). Y para que no se pueda ver una actitud de adulación, en carta al Fiscal de la Audiencia de Valencia, Vega Canseco, escribía el mismodía, con frase cortante: "Murió con gran sentimiento mío el P. Andrés Marcos Burriel, hombre insigne, a quien la envidia cortó las alas y oprimió la tristeza que es fiera bestia".

   Burriel no fue el único jesuita amigo de Mayans. Conviene señalar, en este sentido, el grupo de catalanes del círculo de Finestres, a que antes aludíamos, que se dirigían al solitario de Oliva con admiración y respeto. Mateo Americh, que le había enviado sus Prolusiones philosophicae (1756), muy celebradas por don Gregorio, fue encargado por el obispo Asensio Sales de redactar un Episcopologio de la diócesis de Barcelona (encargo que Mayans y Finestres habían declinado). Nuestro erudito llevó a cabo una verdadera pedagogía metodológica con la indicación de fuentes, crítica histórica, bibliografía... Hubo discrepancias respecto a la responsabilidad del P. Higuera en la redacción de los falsos cronicones y en la autenticidad de san Severo como obispo de Barcelona. Más crítico, como sabemos, Mayans, más comprensivo y tolerante en cuanto al método Aymerich, pero el jesuita fue suficientemente honesto para incluir los textos del solitario de Oliva en que manifestaba sus discrepancias, en su Nomina et Acta Episcoporum Barcinonensium (1760). Aymerich continuó su amistad y acogió las quejas del erudito ante el ataque público del P. Eximeno por sus correspondencia con extranjeros heterodoxos.

   Porque también don Gregorio tuvo émulos entre los jesuitas. Con anterioridad al gesto de Eximeno, ya aludido, fueron notorias las diferencias con el P. Tomás Serrano, catedrático de Retórica en la Universidad de Gandía. Aunque hay que confesar que las diferencias no tuvieron su origen en razones literarias. La Carta de Mayans a José Berní, aprobando su pensamiento de señalar la conformidad, o desconformidad de las Instituciones del emperador Justiniano con las Leyes de Castilla, y proponiendo el progreso del Derecho español, incluida en Instituta Civil y Real de Berní (1745), en que el erudito analizaba la evolución del derecho español, era un trabajo meritorio. Hasta Jovellanos, 50 años después, lo confesaba con sinceridad. Pero provocó la reacción de Tomás Ferrandis de Mesa que publicó Arte histórica y legal de conocer la fuerza y uso de los drechos nacional y romano (1747). Don Gregorio se consideró ofendido e hizo imprimir un folleto polémico, Advertencias de D. Miguel Sánchez dadas al doctor don Tomás Ferrandis de Mesa y Moreno (1748). La paternidad mayansiana es innegable, pues el manuscrito se conserva escrito de mano de su hermano Juan Antonio. Se trata de un folleto polémico, de cuyo carácter puede deducirse de las primeras palabras con que inicia su texto: "Luego que me dijeron que Vm. había publicado su libro, extrañando yo mucho que, antes de aprender, se pusiese Vm. a enseñar, le compré para ver qué novedades decía Vm. en él; y habiendo hallado muchísimas que necesitan de seria corrección, quiero dar a Vm. algunas saludables advertencias que, si bien no aprovechan para remedio de lo hecho, pueden servir para su conocimiento y para proceder en adelante con la cordura que es justo".

   Dado el carácter del erudito y el rigor de su crítica, el folleto era una dura reprensión intelectual, pero Ferrandis de Mesa quiso replicar con un folleto, que, conocido por don Gregorio, provocó su ira por considerarse ofendido en su nobleza y en su ortodoxia; y, en consecuencia, utilizó todos los resortes a su alcance para impedir su aparición. Recurrió a Burriel (para que mediara ante Rávago), a Borrull y a otros políticos, y hasta al General de la Compañía, P. Francisco Retz. Ahora bien, el lector podrá preguntarse por qué razón acudía el erudito a los jesuitas. Sencillamente, porque, detrás de la pluma de Ferrandis de Mesa, don Gregorio veía la mano del P. Tomás Serrano, íntimo de la familia. Un motivo más que marcó las diferencias ya acusadas con los padres de la Compañía, especialmente los valencianos, de quienes siempre se mostró distante.

   Pero siempre hay excepciones. Entre los jesuitas catalanes, que vivieron en Gandía, y se relacionaron con Mayans está el P. Juan Bautista Gener, que vivió con desagrado laas polémicas del erudito con el P. Serrano. De la relación con Mayans aprendió metodología histórica que después aplicó a la historia de la teología. Pues bien, desde Gerona, después de abandonar Gandía, escribía a don Gregorio: "Si el P. Serrano llega a conocer a Vm. formará el debido concepto de su grande alma y amabilísimo corazón como yo lo formé, y tan luego, por mi dicha" (30-I-1755). Muy bien podría ser ese el consejo que diera Gener al joven Juan Andrés, cuando empezó en Gerona sus estudios. Porque el abate Juan Andrés es la máxima figura intelectual de los jesuitas expulsos y cuya fama, que alcanzó toda Europa, se basó en su obra, Origen, progreso y estado actual de toda la literatura,que, publicada en Italia, fue traducida al castellano, y gozó de merecida fama.

   Pues bien, Juan Andrés, después de terminar sus estudios de teología, fue promovido a la cátedra de Retórica en la Universidad de Gandía, donde era rector el ya citado Mateo Aymerich. Dada la cercanía de Oliva, Juan Andrés visitó al erudito en su casa de Oliva, consultó su biblioteca y le pidió libros para sus lecturas. Las pocas cartas que poseemos de Andrés a don Gregorio demuestran su afecto y admiración. Así, el 2 de noviembre de 1765, después de agradecer los libros, lamenta el retraso en la devolución. "Espero con todo del favor que a Vmd. debo, me disimulará esta falta y me franqueará ocasiones en que pueda yo manifestar mi respeto, veneración y afecto para con Vmd. a quien quedo sumamente obligado y por cuya (vida) suplico a Señor que la guarde muchos años para honor de España y acrecentamiento de las letras".

   En este sentido, no deja de constituir un síntoma de las graves consecuencias culturales que entrañó el extrañamiento de los jesuitas el hecho de que, del mismo día 2 de abril de 1767, tengamos dos cartas: una de Mayans a Andres, y otra del jesuita al erudito.Me detengo en la carta de Andrés para señalar su gratitud por los libros prestados y la solicitud de otros nuevos, como eran "los dos tomos de Delrío sobre las tragedias de Séneca; con aviso del tiempo que me los podré retener porque quisiera restituirlos yo mismo". Naturalmente, el decreto de Carlos III, ordenando la expulsión de los jesuitas, impidió el préstamo del libro, la devolución y, sobre todo, las conversaciones que tanto deseaba Andrés, como se deduce de su palabras: "La inmensa erudición y superior (si puede ser) humanidad de V.S. me enseñan tanto, que jamás tengo el gusto de lograr su apreciable compañía, sin que saque el provecho de salir más instruido".

   Ante el decreto de expulsión, don Gregorio se encontró con un doble sentimiento. Por un lado se alegró, como veremos en su momento, por otro se preocupó de que su amigo el P. Juan Andrés, dotado de una inteligencia extraordinaria, abandonase España. En consecuencia, escribió al P. Manuel Almagro, de la orden de san Jerónimo, a quien creía encargado de los asuntos relativos a la expulsión, para que aconsejara al P. Andrés abandonase la Compañía, teniendo en cuenta el afecto de su anciano padre y las dificultades para mantenr correspondencia. La permanencia de Andrés en España constituiría un gran favor a las letras patrias (6-IV-1767). Las gestiones del erudito resultaron infructuosas y el jesuita marchó a Italia donde desarrolló una actividad intelectual asombrosa y digna del reconocimiento universal de que gozó.

   De cualquier forma, la relación del abate Andrés con los Mayans no se cortó. Entre los papeles mayansianos, se conserva la copia, hecha por Juan Antonio, de una nota, sin fecha, pero escrita por Andrés desde Italia, que dice: "Harás una visita de mi parte a D. Gregorio Mayans, dándole las gracias por las noticias con que me ha favorecido, y pidiéndole algunas sobre el origen de la imprenta en España, y de algunas de las mejores traducciones de autores griegos en castellano, porque éstas son conversaciones que se ofrecen frecuentemente, y yo, ni tengo libros, ni sujetos a quien consultar; y que así acudo a su Señoría, acordándome de los favores que le debía estando ahí". Y, si bien el erudito cumplió escrupulosamente la prohibición de mantener correspondencia con los jesuitas expulsos, mantuvo la relación indirectamente con el P. Andrés. Fueron los hermanos de ambos eruditos, Juan Antonio por parte de don Gregorio, y Carlos desde Madrid por parte del jesuita, quienes continuaron la correspondencia literaria. Es un dato a tener en cuenta, para ver la conexión intelectual entre los ilustrados valencianos.

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