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VIII. LOS ÚLTIMOS AÑOS EN VALENCIA (1767-1781)

El premio del Gobierno

Decíamos antes que el retiro en Oliva fue más largo de lo que creía Mayans cuando abandonó la Real Biblioteca. Aunque siempre se había manifestado contento y satisfecho de su retiro, en 1764 empieza a notarse en la correspondencia una actitud diferente que se concretará al año siguiente. Dos factores conviene tener en cuenta para explicarnos este cambio. Por un lado, la edad de sus hijos, especialmente José que, nacido en 1750, estaba en edad de ingresar en la Universidad. Dado que su hijo mayor, Miguel, recibía los bienes vinculados, los otros necesitaban realizar estudios universitarios, o recibir una pensión eclesiástica; o, en el mejor de los casos, la pensión eclesiástica serviría para pagar los estudios, como era la costumbre de la época. El otro factor es, sin duda, los cambios políticos.

En 1757 había redactado para el conde de Aranda un informe sobre la legua española, pero la correspondencia con Gil de Jaz le permitió el acceso personal al conde de Aranda. Gil de Jaz, del Consejo de Guerra, sentía profunda antipatía por los jesuitas y por los colegiales y, como vimos, pensaba que los dos cuerpos habían impedido los premios que don Gregorio merecía. Como amigo del conde de Aranda, cuando el aristócrata fue nombrado Capitán General de Valencia, le habló del erudito, de sus méritos literarios y de la persona que podría informarle de las circunstancias y problemas del antiguo Reino. Además de las noticias que Gil de Jaz indicaba a Mayans, insinuándole que ya había hablado al Conde, pero también a su secretario y mano derecha Ignacio de Heredia, tenemos una prueba de que esa gestión era conocida en la Corte. Así, el 16 de abril de 1765, escribía Pingarrón a nuestro erudito: "Hoy he sabido la estimación que hace y hará de Vmd. el Sr. conde de Aranda, y que Vmd. será quien le informe a boca y le dirija en lo que necesite remedio etc. Me lo ha dicho una persona de toda confianza del Sr. Dn. Isidoro Gil de Jaz, a la cual tiene consigo, añadiéndome cuán instruido va su Exa. por este caballero para que deposite en Vmd. toda su confianza, y que a este fin tiene llamado a Vmd. para en saliendo de sus cumplimientos".

La entrevista del erudito con Aranda se retrasó. Porque Mayns tuvo que acompañar a su hija María Gregoria, que padecía tuberculosis, al castillo de Guadalest. La residencia en el monte y la bebida de las aguas no curaron a la joven que murió el 23 de mayo de 1765, cuando ya tenía preparada la boda con José Anguerot. El dolor del erudito fue intenso por la pérdida de "una hija tan buena, tan modesta, tan sólidamente virtuosa, tan deseosa de obsequiarme en todo y tan amada de todos, que no cesan de llorarla, y más que todos su madre, que está inconsolable" (27-V-1765). Esas circunstancias familiares impidieron, de momento, el viaje del erudito a Valencia y, cuando en julio pudo desplazarse, el Conde había marchado a acompañar a las Infantas que embarcaban hacia Italia y esperar la llegada de otro miembro de la familia real.

Aunque Gil de Jaz había muerto a mediados de abril, había dejado bien preparadas las cosas, por medio del secretario Heredia. Y Mayans había sabido aprovechar la visita y, en la ausencia del Conde ganó la confianza de la Condesa. Además, don Gregorio tenía en su amigo Velasco otro personaje que gozaba de la confianza de Aranda. Velasco avisaba al erudito que había recibido "carta del Sr. conde de Aranda desde Valencia, así puede Vm. pasar a verle el día que quiera, suponiendo que será bellamente recibido, según merece, de su S.I., a quien se servirá decirle Vm. de mi parte cuanto le parezca a su discreción" (3-IX 1765). En efecto, Mayans se trasladó a Valencia y su entrevista con Aranda tuvo lugar a principios de septiembre, como comunica a Velasco: "El viernes llegué a esta ciudad. El día siguiente me presenté al Sr. conde de Aranda y le dije ser favorecidísimo de V. S. Me ha recibido con mucho agrado todos los días" (10-IX-1765). Don Gregorio dedicó al aristócrata la Introducción a la sabiduría de Vives, en versión castellana de Astudillo (1765).

Empezaba así a cumplir los planes esbozados el 22 de julio de 1765 en carta a Pingarrón. Era la fecha escogida para la entrevista con Aranda, que quedó aplazada por la obligada marcha del Conde al embarco de la Infante real. Pero la visita fue provechosa, como dice el mismo erudito. Se trata de una breve carta a Martínez Pingarrón, en que don Gregorio expone sus planes: ganó la confianza de la condesa de Aranda, visitó al arzobispo Mayoral que, protector de los escolapios, les presentó la Gramática latina, mayansiana, "escrita en español, para que se enseñe en la escuela pía, y le dije que estaría acabada a navidades. A Vm. digo que para facilitar la enseñanza de los niños, hasta hoy no ha salido a luz cosa igual. Los de la escuela pía la vieron y alabaron, y están prontos a dejar la que han hecho. El Sr. Arzobispo inclinado, y más que inclinado, a la aceptación. Si yo logro esto, puedo tener confianza de ser en España el restaurador de la lengua latina, porque a la Gramática seguirán otros libros muy del caso para la común instrucción. Esto de la Gramática irá por el Sr. Arzobispo".

Otras cosas no podía hacer el Arzobispo. Era necesario el favor de Aranda, a quien pensaba dedicar la Introducción a la sabiduría de Vives. A Roda, que en enero había sido nombrado Secretario de Estado de Gracia y Justicia y había llegado en abril a Madrid, pensaba hacerle otros obsequios. Y al P. confesor, a quien no conocía, deseaba ganarlo con la entrega de algunos libros (el de Vives, cuando apareciera, sería el primero). El problema era Roda. Es cierto que don Gregorio había tenido amistad y confianza con él, pero, desde su marcha a Roma, sólo había recibido una carta, aunque ciertamente muy interesante sobre los papeles de Amtonio Agustín conservados en la Biblioteca Vaticana. Felicitó al nuevo Secretario de Estado de Gracia y Justicia, pero tenía que volver a ganar su confianza. Y nuestro erudito no confiaba mucho en Pérez Bayer, que desde su estancia en Roma era la persona más cercana a Roda. Así, cuando Velasco le pide que hable en su favor a Bayer para que interceda ante Roda y lo asciendan en la carrera de la judicatura, la respuesta del erudito fue muy prudente: "El prebendado (Bayer) logrará lo que querrá, pero por mí no hará nada. La entereza junta con la ciencia y fortaleza hace miedo; y éstas son partes que hoy no son atendidas" (20-V-1765).

Don Gregorio acertó a medias. Las relaciones con Roda fueron normalizándose y a principios de 1766 nuestro erudito planteó sus asuntos con decisión. El 3 de febrero daba el primer paso en su carta al Secretario de Estado de Gracia y Justicia. Había ya perdido toda esperanza de premio, pero con el nombramiento de Roda ha vuelto a recobrar las esperanzas de ver reconocidos sus trabajos. Aunque se encuentra fuerte, tiene muchos años y sólo apetece colocar a sus hijos. "para facilitar pues los estudios de mi hijo segundo, que se llama José y tiene quince años y, con el favor de Dios, empezará a estudiar filosofía, necesito de que V.S.le consiga la gracia de alguna pensión o beneficio simple. Comunica al ministro que ha decidido trasladarse con su familia a Valencia y, si en Oliva puede cubrir sus necesidades, comprar libros y aun hacer limosnas, no será lo mismo en Valencia. Roda sabe que goza de fama y renombre, "pero para el puchero nada sirven; y después de haber trabajado yo toda mi vida en servir al público, me hallo sin lo que he gastado en ello, con mujer y cinco hijos y hijas, todos deseosos de darme gusto, y ninguno acomodado, habiéndoles dado Dios la suerte de bien nacidos y genios recogidos y modestos". En efecto, el erudito había decidido trasladar su residencia a Valencia, desde diciembre de 1765. La razón alegada, como dice en carta a Velasco el 9 de diciembre, era la misma expuesta al Secretario de Estado de Gracia y Justicia: "Ya que para mí no hay premio, quiero que mis hijos, a lo menos los dos más chicos, estudien a mi vista. Tengo la desgracia de que los que me conocen no pueden favorecerme y los que pueden son enemigos de las letras y de los hombres de bien".

Desde luego, Roda sí podía favorecerle, y quería. Aunque desconocemos qué pensó Roda al recibir la citada carta, don Gregorio no esperó mucho. A la semana siguiente, volvió a escribir al Secretario de Estado, para recordarle que, "aunque para pedir alguna remuneración de lo que incesantemente he trabajado en el discurso de mi vida no necesito referir lo que puedo hacer, sino acordar lo que públicamente tengo hecho", todavía podría hacer muchas cosas en el mundo de las letras. Así, además del recuerdo de sus Observaciones al concordato de 1753, entonces todavía inéditas, habla de sus trabajos sobre los escritores latinos, su Gramática, el Tractatus de hispana progenie vocis Ur y otros trabajos entonces inéditos (Vida de Antonio Agustín, ampliada, la retórica latina, los trabajos sobre los incunables españoles o el origen del papel... En este sentido, recuerda que, por sus propios medios y sin ayuda de nadie, casi ha realizado los proyectos que había expuesto en la Carta-dedicatoria a Patiño en 1734. "V.S.Ilma. se convierta en mi patrón y mi intercesor para con el rey mi amo", recordándole que fue bibliotecario de su padre Felipe V y se retiró a su casa para trabajar en el cultivo de las letras (10-II-1766).

Esta vez Roda se manifestó receptivo. Nadie como él podría explicar al monarca los trabajos y méritos literarios de don Gregorio, su fama en España y en el extranjero, sus prendas intelectuales y su laboriosidad. "En todo cuanto yo pueda contribuir para las ventajas y satisfacciones de Vm. crea que lo haré con el mayor gusto, amor y actividad, no sólo por la inclinación a su persona y por el afecto que le profeso de muchos años a esta parte, sino por el celo que tengo del bien público y de contribuir al premio de los beneméritos y al adelantamiento de las letras" (14-II-1766).

Pero en los asuntos políticos, son necesarios otros apoyos. No bastan los altos cargos administrativos, sino es menester tener favorables a personajes de menos relumbrón, pero que recuerden las obligaciones o compromisos. Y en este caso don Gregorio contó con favorecedores. Ante Roda contó con el apoyo de Pérez Bayer, y ante el conde de Aranda tuvo el favor de Velasco. De la actitud de ambos tenemos testimonios fehacientes.

Ante las cartas de Mayans, Roda consultó con Pérez Bayer, y el hebraísta estuvo a la altura. Él mismo cuenta la entrevista con el Secretario de Gracia y Justicia, en la que solicitó para el erudito un nombramiento de honor, lo merecía tanto como Feijoo, pero acompañado de una buena pensión o beneficio simple para uno de los hijos. Aunque la carta en que Bayer cuenta a don Gregorio la escena es posterior, vale la pena su transcripción por la vivacidad del estilo: "Ayúdme Vm. a celebrarlo y dar gracias a Dios, y quiera S.M. que tenga yo muchos asuntos por qué dar a Vm. muchas enhorabuenas a cuyo fin no sólo yo, sino el P. Raimundo Magí, mercenario, predicador de S.M. y grande amigo del Sr. Roda, sujeto muy hábil y estimado en Madrid, practicamos esta primavera en Aranjuez, con dicho señor (en cuya casa estábamos hospedados) los oficios más eficaces, pero no quiso Dios que por entonces se lograsen. No sería aún hora pero no cesaremos. El Sr. Roda conoce el mérito de Vm., el honor que nos hace a todos y seguramente le ama de veras, pero no siempre puede lo que se quiere. Mi propuesta era (y respondo ahora a una pregunta que Vm. me hizo en otro tiempo) que a Vm. se le diesen honores del Consejo y añadía yo: con alguna mayor razón que al P. Feijoo. No pedía yo estos honores estériles, sino para asidero de una buena pensión o beneficio simple para Miguelito y así se lo signifiqué al Sr. Roda. Lo de los honores me parecía conveniente a la mayor estimación de Vm. y de su casa para que le conciliase más autoridad habiendo de vivir en Valencia. Hubo sus dificultades que es imposible explicar en carta. Propuse pues que de pronto se le diese a Vm., pues que transfería su casa a Valencia, el empleo de Director de Estudios de Jurisprudencia Canónica y Civil de esa Universidad y que los catedráticos dictasen los tratados que Vm. dipusiese..." (31-VIII-1766). Por lo demás, tanto Bayer como Magí, se ofrecían a continuar apoyando las ideas de don Gregorio a quien insinuaba escribiese a Roda, "y que lo supiésemos contemporáneamente el prebendado Magí y yo para ayudar con nuestros oficios".

Estas palabras merecen una breve reflexión. Notemos el último aspecto, la concesión del empleo de Director de los estudios de Jurisprudencia para la Universidad de Valencia que, solicitado por Bayer ahora para don Gregorio, fue combatido por sus amigos y discípulos cuando llegó el momento oportuno, después de la expulsión de los jesuitas. Pero en la primavera de 1766, el hebraísta estuvo inspirado, porque, a lo larga, Roda y Aranda dieron la solución que insinuara Bayer en su conversación con el Secretario de Gracia y Justicia.

Los asuntos políticos se aceleraron con motivo del Motín de Esquilache. El solitario de Oliva recibió muy pronto noticias sobre los sucesos acaecidos en Madrid. Martínez Pingarrón le fue participando con regularidad cuanto acontecía: la protesta contra el ministro italiano, los vivas al monarca, la normalidad social y el deseo de que se acabasen los abusos."Con haberse retirado el rey de noche y con disimulo, se inquietó la gente, porque sintió en el corazón que su majestad dudase del amor y fidelidad de sus vasallos. No se ha oído otra cosa que viva el rei, viva España, muera Esquilache, muera el mal gobierno. A nadie han hecho mal, ni robado, ni atropellado más casa (que yo sepa) que la de Esquilache" (8-IV-1766). Asimismo avisaba de que el conde de Aranda había sido nombrado Presidente del Consejo de Castilla (11-IV-1766) y Capitán General de las dos Castillas

También Velasco le indicó lo que había ocurrido, con la crítica de quien habían aconsejado al monarca que marchara a Aranjuez. Pero, dadas sus buenas relaciones con Aranda, pronto inició su contacto personal con el aristócrata. El 8 de abril comunicaba al erudito que había hablado con el Conde, ya Presidente del Consejo, y "me citó para hablar mañana largo y tendido sobre las cosas del tiempo, y no dejará Vm. de salir a la conversación, según corresponde a mi fina amistad". Don Gregorio celebró el nombramiento de Aranda como Presidente del Consejo, a quien felicitó en una breve pero bella carta: "Parece que Dios se compadece de España, pues ha puesto en manos de V.Ex. las leyes y armas. Reine la justicia y la quietud pública; y viva V.Ex. muchos años para afirmar una y otra con un clavo de diamante, cual es la entereza incontrastable de V.Ex." (21-IV-1766). Y a Velasco escribía el deseo de que Aranda alcanzara "la gloria de ser el restaurador de España, desterrando de ella a los codiciosos, premiando a los beneméritos y usando de clemencia con los que aman al rey y a la pública libertad" (21-IV¿ 1766).

¿Pensaba Mayans, al hablar del premio a los beneméritos, en su propia persona? Lo ignoramos, pero en la respuesta de Velasco podemos encontrar la respuesta: Aranda ha demostrado, desde el primer momento sus superiores talentos que lo proclaman el Presidente de Castilla del siglo. Y, en cuanto a don Gregorio se refiere, añade: "y si le acomoda algún destino por acá ¿de lo que me complacería yo infinito¿ manos desde luego a la obra, y que cuente conmigo Vm. para cuanto puedan valer mis eficacísimos oficios con este Exmo., al cual no dudo le tendremos muy propicio para lo referido, por constarme que conoce el agigantado mérito de Vm. y que le estima mucho por sabio y por hombre de bien a todas luces" (22-IV-1766).

Al erudito le faltó tiempo para recoger la invitación. Dada su avanzada edad y su numerosa familia, no le interesaba ningún cargo en la Corte. "Los honores no dan qué comer. Pero pueden ser pretexto de algún provecho. Una buena pensión con el destino de trabajar en el bien público de las letras sería lo más proporcionado para facilitar sacar a luz pública tantas y tan útiles obras, como tengo trabajadas en el discurso de mi vida" (28-IV-1766). Esa idea del trabajo en favor del bien público será una obsesión que le atormentará después del renocimiento del monarca con el nombramiento de Alcalde de Casa y Corte y la pensión. La pensión y honores es la idea que continúan barajando Mayans y Velasco. Sólo cuando Velasco le avisó de que había hablado con el Conde y que había insistido en la idea de "la pensión y honores de Vm. esforzando todo lo posible la brevedad", y le aconsejaba le escribiese recordando sus compromiso, Mayans se dirigió a Aranda de forma concreta.

El 26 de mayo de 1766, don Gregorio escribió al Presidente del Consejo. Solicitaba de forma clara una pensión para dedicar su actividad a la reforma de las letras y publicar las numerosas obras propias que tenía inéditas. "Es la mayor (gracia) que yo puedo recibir la que sé que V.Ex. me hace, acordándose de conservar su pensamiento de facilitarme el logro de un buena pensión arrimada a los honores de ministro real" (26-V-1766). Aranda no contestó, pero el erudito tuvo que molestarle de nuevo con motivo de la actitud del juez privativo de imprentas, Curiel, que se opuso a la entrada del volumen cuarto de Opera omnia del Brocense, porque tenía textos en castellano y estaba impresa en Ginebra. Como Aranda resolvió el problema, don Gregorio agradeció con alegría la generosidad del Presidente de Castilla.

También había escrito el erudito a Roda, solicitando su intervención para conseguir el volumen del Brocense, pero, en este caso, recordó al Ministro sus deseos: "Yo, aunque desde 4 de marzo que tengo casa alquilada para ir a Valencia con toda mi familia, voy entreteniendo mi ida, para ver si entretanto lograré alguna manera de susbsistencia para vivir en aquella ciudad, a fin de imprimir mis muchas obras, como he dicho, y acomodar a mis hijos y hijas que no tienen otro amparo que el de Dios y del rey; el primero no falta a quien no falta a su obligación; el segundo espero conseguir mediante la protección de V.S.Ilma. que sabe que toda mi vida he servido al público sin interés, con grandísimos gastos, sin estar empleado en otra cosa y sin premioalguno" (7-VII-766).

Ese verano toma la decisión de ir a la Corte y resolver el asunto de su pensión. El 26 de agosto de 1766, Pingarrón responde a la solicitud de Mayans de hospedarse en su casa. Su hermano, que había estado enfermo, ya se había recuperado, "y todos con deseos de servir a Vmd. de cerca, y al amigo Miguelito, si acompañare a Vmd.". Ofrece casa a la antigua usanza, con las comidas tradicionales, "buen chocolate, buena olla, y que no sea sola". Todo estará a la disposición del erudito, hasta un "machito catalán", que podrá utilizar, si le place, por Madrid, aunque espera que no falte el "coche de algún amigo alguna vez para lo que se ofrezca" (26-VIII-1766).

Mayans no avisó a nadie de su próximo viaje a Madrid, para evitar suspicacias, pero a Pingarrón le explicó la razón delviaje: las cartas no resuelven nada, "ni las respuestas por escrito, aunque sean favorables. Mi actividad y presencia obrarán de otro modo. Este es el motivo de mi viaje y el deseo de ver a Vm." (1-IX-1766). Sin embargo, en Valencia había dicho que el viaje estaba motivado por el deseo de despedirse de Pingarrón y "encomendar la apelación del beneficio". En cambio, Pingarrón se había decidido a comunicar la noticia a su superior en la Real Biblioteca, Juan de Santander, que, si bien "se alegró mucho, se sobresaltó algo, cabilando a qué será la venida de Vmd."

De hecho, el viaje de Mayans a la Corte era inminente. Como el 22 de septiembre llovía en Valencia, la salida tuvo lugar la mañana del martes 23 y durmieron en la venta de Buñol. La lluvia acompañó todo el viaje: dificultades en las Cabrillas, lluvias mientras atravesaban Contreras ¿"viernes pasamos las subidas y bajadas perversísimas de Contreras, lloviendo"-, sudando y con asomos de frío. Las mayores dificultades en Seislises, donde llegaron ya de noche y con lluvia: "yo me metí en el coche, uno de los que iban en él de confianza en el calés, pero Miguel (su hijo) quiso ir a pie por no volcar, y lo acertó; el coche y la silla encallaron...; como estaba oscuro perdimos la carretera y el tino. Miguel me llevaba de la mano, porque se veía mejor. Gracias a Dios, luego salimos al camino. La causa de llegar al entrar la noche fue el mal camino. Después hubo tempestad". La llegada a Madrid el 1 de octubre, a la hora de la comida.

Don Gregorio cuenta con satisfacción a su hermano Juan Antonio las visitas con que le honraron sus amigos de la Corte: jesuitas como el P. Terreros, nobles como el marqués de la Florida, el conde de Villanueva, el conde de Mora, "todos los amigos del Sr. Roda, P. Magí, Casafonda, D. Juan de Casamayor, catalán de grande esplendor que va fiscal a Valencia". Y también un antiguo amigo, con quien había tenido sus diferecnias: D. "Andrés Piquer y su hijo vinieron luego. Sé que me alaba mucho y está muy expresivo. Su manual es mi Retórica. He traído la gramática y los escritores latinos. Esta gente está absorta. En una palabra, hay una especie de aclamación de favor" (7-X-1766). En la vista al duque de Frías, el erudito se encontró con una sorpresa, que cuenta a su hermano Juan Antonio: "El duque de Frías me dijo que me quería al lado del Príncipe. Yo le respondí lo que tengo trabajado, mi vocación de imprimir, mi deseo de que a mi vista estudien mis hijos en Valencia, mi edad, mi numerosa familia no acomodada, la mudanza del clima y la privación de lo que puedo aprovechar dejándome libre" (12-X-1766)

Es decir, la recepción fue calurosa: tertulias de hombres de letras por la noche que le escuchan con placer y atención, dificultades para acercarse a los nobles por parte de la gente llana: "aquí las personas son inaccesibles por los pajes". Pero interesa señalar la acogida del conde de Aranda: "Vi luego al Exmo. se acercó a mí, preguntándome cómo iba tan petimetre, dije, que por los circunstantes (que eran muchos) que ya sabía que era filósofo y que había venido a ver la ciudad que funda de filósofos y a vender humo de imprenta. Respondió que era buen oficio, y delante de todos se ofreció" (7-X-1766). Sin embargo, le aterran las incomodidades del Sitio, "aun por la parte del favor, que ciertamente tendré, porque es increíble el aplauso". Decidió ir a El Escorial el lunes 13 de octubre, cuando ya estuviera la Corte, y aunque esperaba detenerse lo menos posible, contaba con permanecer allí al menos una semana. Pensaba llevar quien cuidase de él en la posada, aunque esperaba que "Roda, o el duque de Medinasidonia, no dejarán de darme su mesa y de mortificarme con este favor, y quizá hará lo mismo el Sr. conde de Oñate, por la recomendación que ya tiene anticipada"

Porque realmente en El Escorial debía decidirse la cuestión. Aranda aprobó la vista a la Corte y que fuese a besar la mano del Rey; "me dijo que hablaría por mí y machacaría, y que nos viésemos" Por lo demás, Bayer envió cartas para Roda y el P. Confesor. Y ya en la Corte, el erudito buscó una audiencia privada del monarca y no de paso. Para ello era menester que Carlos III estuviera prevenido, debían entregarle los libros escritos por Mayans. Sabía que Aranda había estado en El Escorial y había hablado al monarca, pero todos los trámites tenían que desarrollarse por medio de Roda en cuanto a los honores y pensión, y con el P. Confesor respecto al beneficio simple para su hijo José. En este sentido, nuestro erudito tenía el acceso fácil con Roda, menos con el P. Confesor, a quien no conocía.

En efecto, don Gregorio marchó a El Escorial el 13 de octubre y, en principio, fue muy bien recibido: "No es creíble, escribe, el apluaso con que he sido recibido, pero te aseguro que las personas son inaccesibles y que, a no tener tan extraordinario favor, el día siguiente, que es hoy, me hubiera vuelto". Roda fue su hombre de confianza y con el Ministro de Gracia y Justicia dialogó, comió y trató de los medios de reforma cultural. He aquí la descripción del erudito: "Hoy he comido con el Sr. Roda; me ha presentado al Sr. marqués (de) Grimaldi que quería hacerme quedar a comer. No hay palabras para ponderar su favor. Me ha ofrecido hablar al rey, a quien ya hubiera besado la mano hoy, si no lo hubiera dilatado para mañana para que precedan los libros. Su corazón está bien preparado, pues le habló el Sr. conde de Aranda con fortaleza; y antes el Sr. Roda, como si no le hubieran hablado; y esto pide largo paseo. Sin el Sr. Muzquiz (por razón del dinero) nada puede hacerse" (14-X-1766).

En efecto, la audiencia con Carlos III estaba determinada para el día 15 a las 7 de la mañana, y un rato antes ya estaba el erudito en la sala de audiencias. "Me ha dicho un criado del duque de Losada que no volvería hasta las ocho. Me fui, pasó la hora; después logré que el rey saliese a la antesala para que le besase la mano. Se me previno al ir a ejecutarlo que hablase poco. Sólo le dije tres o cuatro cláusulas. Los libros ya estaban entregados, pero aún no los había visto. Me recibió con sumo agrado, estaba delante de toda la Corte, con la cual quedé y vieron todos los libros" (15-X-1766). La breve audiencia llenó de satisfacción al erudito, sobre todo, porque supo, por medio de Roda, que Carlos III había dicho en su presencia y del P. Confesor, que se había alegrado de verme. De hecho, el monarca debió quedar complacido, porque Roda contó la conversación mantenida con el rey sobre la actitud de Curiel respecto a la prohibición del ingreso de Opera omnia del Brocense, y Carlos III rio a gusto. Ahora bien, don Gregorio aprovechó la ocasión de la audiencia y aceptó asistir a la comida que le ofreció Muzquiz. El momento era importante, porque del ministro de Hacienda dependía el monto de la pensión, y Mayans decía a su hermano: "El Sr. Muzquiz hará algo, aunque no todo lo que yo qusiera, porque es más económico que amigo de distribuir".

La vida del erudito en El Escorial era curiosa. Tomaba chocolate por la mañana en la fonda, comía con Roda y tomaba chocolate con el Ministro con quien conversaba hasta las ocho de la tarde. Conviene insistir en las conversaciones con Roda. Como decía el erudito: "La fineza del Sr. Roda incomparable. Cada día lo que menos 6 horas de conversación. Le oigo con sumo gusto y me oye"(20-X-1766) Después un criado le acompañaba a casa con antorchas para iluminar el camino. Pero algún día tenía lugar alguna comida más espectacular. Don Gregorio, en sus cartas a Juan Antonio, habla de dos: una en casa de Muzquiz y otra en casa de Grimaldi. En ambas la conversación chispeante y erudita, con los diplomáticos extranjeros o el nuncio-cardenal, le llenaba de satisfacción porque constituía una ocasión para lucir sus conocimientos y dar a conocer sus libros. Especialmente tenía interés en la comida en casa de Muzquiz, y no desaprovechó la ocasión. "Es amigo de echar chinitas en la conversación y, por oirme, no ha cesado de hacer festiva burla. Eran 14 los invitdos. Todos han celebrado mi sacudimiento, especialmente el secretario del duque de Modena y el cónsul de Francia, que es muy hábil y amigo de Bustanzo, goce de Dios, y hombre erudito. Habiendo acabado de comer, he apretado al Sr. Muzquiz fortísimamente. Me parece que lo he inclinado... Hale hablado el Sr. Roda, Sr. duque de Alba y Sr. Grimaldi, y yo le le expuesto el alquiler de la casa, el coche, el mayor porte en ciudad que Valencia etc., y le he hecho fuerza. Últimamenteme ha dicho: Quien calla, otorga. Le he replicado si me hablaba sobre la sujeta materia. esto un poco separados; después me he vuelto a los circunstantes y los he puesto por testigos de su dicho. Todo con gran festividad, con prontitud, con energía, con desembarazo" (20-X-1766).

Pero quien realmente convenció a Muzquiz fue Roda. Mayans estuvo 10 días en El Escorial y sólo abandonó el Real Sitio, cuando el Secretario de Gracia y Justicia lo aconsejó. Pronto se corrió por Madrid la noticia de la audiencia real y los bibliotecarios reales, Santander y Casiri, fueron a felicitar a don Gregorio por la pensión, según decían haber oído a Campomanes, de doce mil reales anuales. En cambio, el duque de Alba, según su bibliotecario José Pérez, antiguo profesor en la Universidad valenciana y arcediano de Chinchilla, decía que se trataba de dieciocho mil. De hecho, fueron veintidos mil. Y ésta fue la gran batalla de Roda, apoyada en esto por Aranda, y la razón del retraso en la publicación de la gracia, como comunicaba el Secretario de Estado de Gracia y Justicia al mismo Mayans: "Va de oficio el aviso de los honores y pensión que el rey ha concedido a Vm. Esta noche va el decreto a a la Cámara y la orden al Ministro de Hacienda. Se ha retardado por hacerlo mejor, pues ya ve Vm. que se ha subido desde nueve mil hasta veinte y dos mil reales".

De hecho, don Gregorio estuvo más días de lo que esperaba en Madrid. Pensaba despedirse con rapidez de amigos y favorecedores, pero una serie de circunstancias retrasaron el regreso a Oliva. En primer lugar, las invitaciones de nobles y aristócratas. Al duque de Alba (el antiguo duque de Huéscar de la biografía de su antepasado el Gran Duque don Fernando) lo vio en El Escorial y apoyó las pretensiones del erudito. Y en Madrid, saludó al duque de Medinasidonia, su antiguo discípulo durante los años de bibliotecario real, que lo invitó y atendió con delicadeza, la condesa de Oliva a quien comunicó la concesión del honor regio. Pero también los amigos de Roda, en especial Lanz de Casafonda. Éste, que, según el erudito, lo había examinado con resultado positivo, antes de su marcha a El Escorial, ahora salió de paseo, "los dos solos. Como íbamos por el campo, y nos apeamos, toda la conversación fue de cuervos. Le he ganado la voluntad y al P. Magí también" (14-XI-1766).

Es decir, hablaron sobre los jesuitas, y puede suponerse de las imputaciones de los padres de la Compañía en el Motín de Esquilache. Otras alusiones a jesuitas aparecen en las cartas a Juan Antonio: el destierro del P. Isidro López o el anuncio de que"por orden superior se abren algunas cartas. No lo digas. Es para averiguar correspondencias de cuervos etc." (28-XI-1766)

En otro sentido, pudo ver a sus amigos extranjeros, algunos como el británico Visme que había estado en Oliva; otros como Kolpstock a quien sólo había tratado por correspondencia. Naturalmente, también vio y trató a intelectuales: Santander, Casiri, y de manera especial a Cerdá Rico. En consecuencia, pudo observar el poder que tenía Juan de Iriarte, por medio de sus sobrinos colocados en la Secretaría de Estado. "su partido, afirma, domina la covachuela. Su sobrino Dn. Bernardo mucha finura y yo a él, y me ha regalado una tragedia" Pudo saber, asimismo, que Pérez Bayer había estado muy grave y había decidido retirarse a Tortosa, donde era canónigo su hermano, para recuperarse. Y entre políticos y hombres de letras, la inmensa colección de sus publicaciones produjo impresión. Por lo demás, al principio, surgió la inquietud de los fines de un viaje tan inesperado. Y si el bibliotecario mayor se asustó, también corrió el rumor de que venía a sustituir a Campomanes en la Fiscalía del Consejo. Naturalmente, las conversaciones del erudito, que no se cansaba de decir que no le gustaba la vida de la Corte y su decisión de volver a Valencia para atender a su numerosa familia y publicar sus obras, debieron clamar los ánimos, como demuestra la amistad que estableción con el mismo Campomanes.

Entre las cosas que consiguió Mayans está el cambio de concepto que se tenía de su persona y carácter. Esa imagen de insociable, que habían difundido sus émulos, desapareció, como él mismo confiesa. Y, sobre todo, pudo observar que nobles, políticos e intelectuales consideraron el premio como un desagravio de la nación al casi obligado retiro de los años anteriores.

Por lo demás, el retraso de don Gregorio en regresar a Oliva se debió a otros motivos. Aranda quería, y consiguió, que el rey regresara a Madrid que se consideraba como una íntima reconciliación. Y nuestro erudito quiso besar de nuevo la mano al monarca. Así lo hizo el 4 de diciembre, como dice a su hermano Juan Antonio: "Ayer besé la mano al Rey, y muy a mi satisfacción, y a los Príncipes que preguntaron por mí, y a los Infantes. Estas diligencias me parecían muy dificultosas por las ceremonias previas, porque el Rey es humanísimo, y todas las personas reales muy amables y por sí inaccesibles" (5-XII-1766). Además, Carlos III le regaló la Descripción del Real Palacio de Caserta y los cuatro volúmenes de las Antiguas pinturas de Herculano.

Y, sobre todo, porque, una vez aparecido el nombramiento de los honores y la pensión, hubo que tomar posesión y prestar el juramento. Don Gregorio tuvo que acudir al sastre para la toga, visitar a los Consejeros de Castilla, nombrar padrino y preparar los trámites. Finalmente prestó juramentoy tomó posesión del cargo de Alcalde de Casa y Corte, aunque fuera honorífico, bajo la presidencia de un viejo conocido, y no muy amado, Juan de Curiel, que tantas trabas había puesto a la edición de sus obras. Las visitas finales de despedida, conde y condesa de Aranda, a los altos cargos de la casa del monarca (Almerico Pini, Manuel Martínez de la Raga y P. Confesor). Y añade: "Encontré a los Srs. Grimaldi y Muzquiz, que iban a todo correr. Y éste me dijo: Sr. Mayans, vamos de prisa. Yo no había reparado en ellos por correr de aquella manera" (9-XII-1766).

Un hecho sociológico que interesa señalar. En casa de Mayans en Oliva hablaban en valenciano. Así se desprende de unas palabras del erudito a Juan Antonio: "(Miguel) habla en castellano y dice que, en volver, hablará así, quizá como un vizcaíno de alemán" (10-X-1766). Más aún, una vez concedida la gracia, y con la seguridad de su futura residencia en Valencia, le comunica: "Ahora importa mucho que nuestras muchachas y muchachos ejerciten la lengua castellana" (25-XI-1766).

Una cosa llama la atención en las cartas a su hermano. Da la impresión de que el reconocimiento del Gobierno constituyó una satisfacción social de la familia. Así se trasluce por unas palabras a Juan Antonio en la carta en que avisa el nombramiento, ya oficial, de la gracia y la pensión vitalicia. Ya pueden dar la noticia, si lo consideran oportuno: "A este propósoto debo deciros por ahora que no quiera Dios que seamos vengativos, pero debemos ser cautos y conocer los que nos estimaban por su propio interés, cuando le pareció que éramos ya inútiles, nos han dado público ejemplo de ingratitud... Ahí haced lo que os parezca. Si queréis, dad aviso; si no, no le deis, y en caso de darle, no a los que han resuelto poco antes de mi venida no poner los pies en casa, en lo cual me han hecho un grande beneficio; porque, al ver que, viviendo yo, ya no se hacía caso de mi familia, considerándome inútil, fue eso grande incentivo interior para hacer respetable a mi mujer y hijos, a quiens tiramos a establecer para después de mi muerte" (25-XI-1766). Por fin, don Gregorio salió de Madrid y llegó a Oliva en víspera de Navidad, para pasar las fiestas con su familia.

Una reflexión final sobre el viaje de don Gregorio a la Corte y la buena acogida del Gobierno con el nombramiento de Alcalde de Casa y Corte y la pensión de veintidos mil reales anuales. Creo que la espectacular recepción de los ministros, la benevolencia del monarca, y el respeto y admiración de los hombres de letras, confundió a don Gregorio y le hizo olvidar, al menos en parte, la realidad de las cosas. Creyó que había logrado el favor del poder y tenía a sus disposición los medios para realizar sus proyectos intelectuales. Más aún, la idea de que debía dedicar el premio a la reforma de los estudios (agravada, en este sentido, por el encargo del Informe sobre la reforma de la Universidad) acabó de confundirle. Creyó que sus ideas iban a ser puestas en práctica, dejó las relaciones con los hombres de letras extranjeros y se centró en la redacción de libros de texto para los estudiantes. Con ello se introducía en un mundo lleno de intereses y pasiones, que lo arrastraron a polémicas inútiles y nocivas. Y, como era de suponer, la ausencia acabó anulando sus posibilidades. Otros personajes, con presencia cotidiana en los órganos de poder, acabaron ocupando la preferencia en las decisiones gubernamentales.

   El plan de estudios

Las largas conversaciones con Roda no eran desinteresadas por parte del Ministro. Tantas horas de coloquio dieron ocasión a que se expansionaran en ideas comunes y, con toda seguridad, hablaron de la reforma de los estudios. La primera alusión, aunque velada, a la redacción del plan de estudios es del 18 de octubre: "Lo más importante es que anoche me dijo el Sr. Roda de parte del rey, si quiero tratar de cierto asunto. Dije que sí, y es tal que para él no necesitamos de libros tú y yo, sino de pensar y escribir. Se me encargó el silencio, y dije que solamente tú y yo lo sabríamos, y no otro. Cada día trato con el Sr. Roda lo menos seis horas. Estamos mutuamente contentos. Paseamos por la biblioteca, claustros y jardines; y a la noche vuelvo alumbrado" (18-X-1766). Unos días después, vuelve a aludir al encargo de Roda, para indicar que le darán gusto, en asunto que dominan y sin trabajo. Y, ya con el nombramiento en su poder, habla de que tiene "una gran máquina en mi entendimiento y fácil de ejecutar, poniendo toda la mira en dar gusto al rey en cosas que sé que desea y yo le puedo obedecer"

Mayans podía decir esas palabras porque se trataba de una preocupación anterior, sobre la que ya había expuesto algunas ideas y escrito en más de una ocasión. Además de la Carta-dedicatoria a Patiño, estaban los consejos expuestos en la extensa carta personal al P. Rávago del 10 de febrero de 1748, a la que hemos aludido, o los informes entregados a la Junta que preparaba la reforma de la universidad de Alcalá. Más aún, en la correspondencia con Ordeñana, don Gregorio ya había mostrado sus disposición para redactar gramáticas castellana y latina, retórica, diccionario español y latino, filosofía, derecho romano, estudios sobre antigüedades y otros asuntos semejantes. Y ante las insinuaciones de Ordeñana sobre la reforma de los estudios, el erudito se explayó: "Libros y maestros buenos son necesarios para la enseñanza pública. Sin buenos libros no puede haber buenos maestros; sin buenos maestros no puede haber aventajados discípulos. En las universidades de España, que son los seminarios de los hombres sabios, no hay elección de buenos libros, porque o los maestros no los conocen, o no tienen autoridad para introducirlos, o advierten que muchos todavía se han de trabajar, como sería fácil demostrarlo recorriendo una por una las artes liberales y las ciencias. Muchas veces se ha intentado la reforma de los estudios y nunca se ha conseguido, porque no se han practicado los mismos medios que se eligieron y ejecutaron cuando, en tiempo del Rey Católico, se renovaron brevemente todas las letras" (15-VI-1754).

Después de la venida de Carlos III, hubo rumores de que se trataba de la reforma de los estudios, aunque los planteamientos que le llegaron al erudito no eran claros ni precisos. En 1761 Mayans respondió indirectamente. A su amigo Finestres, que le indicaba su alegría, si fuera real su participación, le respondió: "Ahora se piensa en la reforma general, pero la idea es particular. Se me ha insinuado algo, diciendo que se hace cuenta de mí. Pero yo nada haré si no me lo manda el Rey. Vm. y yo no hemos nacido para ser soldados, sino no tendrían parte en nuestras empresas. Vm. y yo, para trabajar, no necesitamos que nos lo manden. Verdad es que de este modo trabajaremos como dos, y del otro haríamos trabajar a todos los hombres hábiles. Pero esto nunca será, porque no tiene cuenta a los ignorantes" (25-X-1761).

Ante esos rumores, que le llegaban de Madrid, don Gregorio respondió en un doble sentido. Por una parte, en cartas a Pingarrón insistía en los argumentos de siempre: su avanzada edad, su numerosa familia, la inestabilidad en el cargo y los gastos que entrañaría semejante desplazamiento, el bienestar económico de que gozaba en Oliva, , pero que no bastaría para vivir en la Corte... Esos argumentos ya los conocemos. ¡Si la invitación hubiera llegado 20 años antes! Por otra parte, se dirigió al mismo bibliotecario mayor, Juan de Santander, para exponerle la decadencia cultural, la necesidad de su reconocimiento y los medios de reforma: "maestros y libros son necesarios". En las facultades que haya buenos maestros en España, nómbrense y prémiense, y en aquellas facultades, en que no tenemos, tráiganse del extranjero. El método de enseñanza en las universidades no es bueno, porque no se conocen los buenos libros: reimprímanse los buenos, tradúzcanse los extranjeros que interese, háganse colecciones escogidas. "No es necesario que todo se haga en España. Lo que importa es que lo mande el Rey. Unas cosas pueden hacerse a expensas suyas, otras con sola su autoridad. Y todas se deben dedicar a su nombre". Y a continuación expone las posibilidades que desde la Real Biblioteca tienen a su alcance (30-XI-1761).

En la correspondencia mayansiana es un tema recurrente. Tres años después, en el intercambio epistolar establecido con Gil de Jaz, volvió a exponer la necesidad de la reforma de los estudios: "Lo que V.S. apunta del miserable estado de las universidades de España es muy digno de remedio. El remedio sería muy fácil, si V.S. y yo hubiéramos de tratar de él. La dificultad consiste en hacer útiles los instrumentos inútiles, esto es, maestros suficientes de los que ahora no lo son" (19-III-1764). Ese será la deficiencia que intentará resolver, en el campo de la lengua latina, con su Gramática.

Pues bien, en 1767, con el encargo del Secretario de Estado de Gracia y Justicia, de orden del Carlos III, Mayans podía pensar que había llegado su hora. Redactó con urgencia el plan de estudios, que firmó el 1 de abril de 1767, y envió a Roda, con el título de Idea del nuevo método que se puede practicar en la enseñanza de las universidades de España. Mestre habló de los planteamientos reformistas en el campo de la Teología y del Derecho Canónico, y los hermanos Mariano y José Luis Peset publicaron el texto y analizaron su alcance en el contexto de la reformas carolinas. No procede ahora un análisis en profundidad de la Idea del nuevo método, pero sí interesa señalar los puntos básicos de su pensamiento.

En el campo de la Teología, aparece con evidencia la oposición a la escolástica. El carácter bíblico en su concepción de los estudios teológicos no admite duda. Además, su insistencia en el estudio de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, llevaba implícito ¿aparte de que lo exige expresamente¿ el estudio de las lenguas bíblicas (hebreo y griego). Y, por supuesto, la Teología debe basarse en la Biblia, los Concilios y los Santos Padres. Y, en el caso de los textos propuestos, conviene señalar su preferencia por los tratados de los humanistas: Beuter, Dosma Delgado, Francisco Ruiz, Luis Vives, López Montoya. Pero el teólogo debe conocer los dogmas católicos y, en consecuencia, mientras se redacta un manual adecuado, aconseja las Institutiones theologicae de Gaspar Juenin. Era una oposición sistemática a la escolástica, aunque buen historiador no quiere que desaparezca su estudio, sino que se presente como una evolución del pensamiento teológico. Porque, a don Gregorio lo que le molestaba eran las diferentes escuelas. Valgan, como ejemplo, sus palabras: "Hay cátedras de santo Tomás, de san Buenaventura, de Escoto, de Alberto Magno, Durando, de san Pedro Pascual y otras; se puede instituir una cátedra deopiniones escolásticas, refiriendo las particulares de dichos autores y añadiendo el juicio que se debe hacer sobre ellas" (I, cap.4).

No deben existir escuelas y, como los religiosos son los que provocan esas diferencias y rencillas, no debe permitirse su docencia en las universidades. Más aún, sólo debe permitírseles la enseñanza en sus colegios o conventos, y, en todo, caso, después de haber aprobado sus estudios en la universidad. Esos planteamientos, al parecer tan radicales, no suponen ninguna animosidad antreligiosa. Era una convicción generalizada entre los ilustrados, que culpaban a los regulares de crear capillas y grupos ¿escuelas¿ que contribuían a dividir los ánimos. Esos criterios fueron expuestos también por otros reformistas, como Olavide, Asistente de Sevilla y director del Plan de estudios preparado para su Universidad. Y del mismo criterio participaba Antonio Tavira, entonces catedrático y años después obispo de Salamanca. Los ilustrados establecían la conexión entre las órdenes religiosas y las diferentes escuelas, como puede verse en las palabras de don Gregorio: "Los sistemas escolásticos han abandericado a las religiones, y defendiendo cada una de sus opiniones como dogmas distintivos de las otras. Unas y otras han introducido extravagante escepticismo que mantiene la discordia en las escuelas y en los claustros". Desde esa perspectiva, y dada la continuidad de cada orden religiosa en sus cátedras, Mayans exigía las oposiciones para la docencia, más aún teniendo en cuenta que desaparecían las diferentes escuelas: "Por este medio (las oposiciones) quedan excluidos muchos inhábiles y grande número de frailes, que son los que han corrompido mucho la enseñanza, porque el indiscreto amor a ellos, la ignorancia pública y su dominación han ocasionado su introducción con grave daño público; y si son malos no se atreven a echarlos, pretextando que es descrédito de la religión, y lo paga la República. Por eso no se ha de permitir que ningún religioso enseñe públicamente sino dentro de sus clustros y solamente a los de su religión" (II, 36).

La docencia de Derecho Canónico no creaba a su juicio, tanta dificultad. Porque, en el fondo, para un regalista, el texto básico y fundamental no admitía duudas: Zegero Bernardo Van Espen. Podía organizarse la enseñanza en ciclos, y apoyarse en otros autores (Lancelot, Bohemer, Claudio Fleury), pero la base era Van Espen y los otros autores aconsejados eran galicanos dentro de la línea de fortalecimiento del poder regio.

En el campo del Derecho Civil, en el que don Gregorio era un especialista reconocido, indicaba los autores básicos: Vinio, Cujás, Westenberg, Heinecio, Godofroy, Ritter... A señalar, por supuesto, la exigencia del estudio del Derecho Natural. "Las frecuentes controversias que tienen unas Repúblicas o Príncipes con otros, las cuales se deciden por el Derecho Natural y de Gentes, piden que haya una cátedra destinada para enseñanza de esos Derechos..." Y, aunque confiesa que no había un texto adecuado ¿nosotros conocemos la redaccción inacabada del propio Mayans¿ propone unos manuales, que conviene conocer: "Para que los estudiantes se instruyan mejor en este Derecho, se imprmirán aparte algunas obrillas escogidas, breves y claras, acomodadas al uso extraordinario de la juventud, como las Prelecciones del mismo Heinecio sobre los libros de Hugo Grocio del Derecho de la paz y de la guerra y sobre los libros de Samuel Pufendorf, De la obligación del hombre y del ciudadanos, expurgadas unas y otras, según yo he procurado que se haga" (I, cap. 20). Conviene observar el interés de nuestro erudito porque hubiera en las universidades una cátedra de derecho español, y lo que es más interesante, otra de derecho municipal, poniendo como ejemplo los autores que tratan del Derecho Foral del Reino de Valencia: Instituciones de los Fueros y Privilegios del Reino de Valencia de Pedro Gerónimo Tarazona y Repertorio general y breve sumario de los Fueros de Valencia de Onofre Bartolomé Ginart. De la Retórica y de la Filosofía Moral bastó hacer referencia a sus propios tratados, Tosca o Duhamel.

Es necesario aludir a las cátedras de ciencias y a los textos propuestos por don Gregorio. El erudito sabía sus limitaciones en este campo. En consecuecnia escribió a su amigo Gerardo Meerman, para que le indicase los mejores textos para la enseñanza de los distintos campos de la medicina y de las demás ciencias experimentales. La respuesta del holandés se retrasó, y don Gregorio se limitó a exponer los manuales que estaban a su alcance personal, que, en algunos aspectos, estaban ya superados por la investigación coetánea. Así recomienda en Matemáticas a Dechales, Wolf, Tosca y Corachán. Y en el campo de la Medicina, propone las Instituciones de Medicina de Boerhaave, con los comentarios de Albert Haller o de Gerardo Van Swieten. También aconseja el Compendio de Medicina y Medicina hipocrática de Gorter y la Medicina racional sistemática de Federico Hoffman.

Ahora bien, el 9 de mayo, cuando ya tenía copiada gran parte de la Idea del nuevo método..., que enviaba al ministro Roda, recibió la carta de Meerman con la lista de autores que merecían su aprobación. Don Gregorio no los incluyó en el texto, enviado a Roda. El mismo erudito lo indica al Ministro, indicándole la importancia de los autores indicados y la conveniencia de que Roda escogiera los más adecuados. "Yo en cuanto a esto, sin haber visto la lista de los que señala debe haber, he hecho lo que V.S.Ilma. verá, y si hubiera tenido a la vista los mismos libros, hubiera hecho mucho más" (5-V-1767). Naturalmente envió la lista completa para que el Ministro considerara los más adecuados. Avisaba del envío de la Idea del nuevo método, copiada por su hermano, y añadía: "Gerardo Meerman es excelente matemático; y así tengo por cierto que los libros que propone son los mejores. Si se eligieran algunos escritos en francés, deverían traducirse en español o en latín.-Sobre la medicina me escribió que consultaría a los mejores médicos de Holanda, porque yo le insinué que deseaba que me instruyese en estos dos asuntos para dar algunas luces a los médicos y matemáticos de Valencia. Entiendo que es menester tener a la vista dichos libros, ver sus tamaños y cuáles son más adaptables para el uso de las escuelas y distribuirlos de modo que los cursos literarios sean cumplidos y no prolijos".

La lista reviste enorme interés y ha sido publicada íntegra por Metre en el Epistolario de Mayans con Roda y con el conde de Aranda. No puede repetirse aquí todos los autores aconsejados. Baste citar algunos, para observar la novedad que entrañaba. Por de pronto, aparecen las distintas ramas de las ciencias experimentales: Matemáticas, Mecánica y Estática, Hidráulica e Hidrostática, Óptica, Música, Astronomía, Ciencia naval, Pirotécnica y Arte Militar, Metafísica y Lógica, Anatomía, Patología, , Ciencias Médicas, Química y Farmacia, Botánica, Medicina forense, Cirugía, Embriología, Tablas Anatómicas, Tablas Embriológicas, Aritmética, Algebra y Geometría, Cálculo infinitesimal, y Física. Y, entre los autores especificados, se pueden ver a, D¿Alembert, La Caille, Euler; Bernoulli, Newton, Smith; La Lande, Baumeister, Whiston, los Comentarios a Descartes de Rabuel, Bounganville, Jacquier, Wolf, Mac Laurin, Linneo, Macquer, Boscowich, Gravesande, Musschenbroek, y tantos otros que marcaron la evolución de las ciencias experimentales en el siglo XVIII.

Esa concepción unitaria de la reforma, aplicada a todas las universidades, que se trasluce en la Idea del nuevo método, pronto quedó anulada por las decisiones gubernamentales, y cada universidad fue preparando sus propios planes de reforma, aprobados por el Consejo de Castilla. El primero fue el de Sevilla, presentado por Olavide en 1769. Después, siguieron otras universidades: Valladolid, Salamanca y Alcalá en 1771, Santiago de Compostela en 1772, Oviedo en 1774, Granada en 1776. La de Valencia, después de una lucha feroz entre las escuelas, de las que hablaremos, en 1786, con el famoso Plan del Rector Blasco. Los planteamientos mayansianos entrañaban dosis de modernidad, y continuidad con el pasado. Entre los primeros, los hermanos Peset, editores de la Idea del nuevo método, señalan "una cuidadosa atención a la práctica de juristas y médicos, que será germen de soluciones futuras. La práctica suponía familiarizar al jurista formado en Derecho romano con las leyes patrias y el ejercicio del foro; al médico, estudioso de Hipócrates o Boerhaave, con los enfermos concretos. Otros aspectos, como las disputas o el método docente eran más tradicionales. De cualquier forma, una aplicación sistemática y general de las ideas mayansianas hubiera constituido una buena regeneración de los estudios universitarios".

 

   Los problemas universitarios de Valencia

Mayans envió su trabajo a Roda, y pensó que con su ascendiente y la correspondencia podría continuar un influjo decisivo en la aplicación concreta de la reforma. Desconoció la realidad política y midió equivocadamente la fidelidad de los políticos. Una cosa es un premio literario y otra, muy distinta, la aplicación concreta de unas ideas, que el intelectual considera ideales, y el político las utiliza a su conveniencia e interés. Más aún, cuando al lado del gobernante hay quien no favorece las ideas del ideólogo ausente, sino quiere convertirse en el protagonista y mentor directo y exclusivo. Esto es lo que le ocurrió al erudito. Al lado de Roda, apareció un discípulo-amigo de don Gregorio, que dirigió con absoluto dominio las directrices reformistas: Pérez Bayer.

Ahora bien, apenas terminada la redacción de la Idea del nuevo método, Carlos III daba el decreto de expulsión de los padres de la Compañía. Conocido el poder de los jesuitas en el mundo docente español del XVIII, podemos comprender el vacío que dejaron. Para sus partidarios era un hueco difícil de llenar, especialmente en el campo de las humanidades. Para otros, sus émulos y adversarios, era el momento esperado para corregir los defectos de su enseñanza y superar la decadencia cultural debida a su método. Entre los partidarios de la Compañía estaba su amigo Finestres, que lamentaba la ruina de las humanidades por la ausencia de los jesuitas. En cambio don Gregorio, veía el momento oportuno para iniciar la reforma tanto tiempo esperada.

Una serie de textos nos indican su pensamiento. Sin duda, las palabras más duras fueron las escritas precisamente a Finestres, porque expresan un planteamiento ideológico, y sus recuerdos personales: "Este ha sido en España el fin de este cuerpo, que de bueno se hizo sabio, de sabio político y de político nada. Cataluña no será sabia hasta que la universidad no se restituya a Barcelona...Dios ha conservado la vida de V. para que sea el resucitador de la de Barcelona, su patria, a la que deve V. los oficios propios de un buen hijo. V. está bien opinado y, para continuar en serlo, es menester que procure celebrar las sabias resoluciones del rey en defensa de su monarquía y de los hombres beneméritos, muchos de los cuales estaban perseguidos inícuamente" (6-IV-1767). Se trata de un comentario inmediato a los hechos que expresa su pensamiento más profundo, al tiempo que manifiesta un leve resentimiento por la marginación a que lo sometieron los jesuitas, entre otros, durante los años anteriores. Por lo demás, si queremos buscar el fondo de la cuestión, se trata de una reivindicación de los austracistas, que siempre vieron con malos ojos el traslado de la universidad de Barcelona a Cervera. Aunque, de hecho, tenía razón, porque una cosa era la actividad académica en Cervera, y otra, muy distinta, era el movimiento cultural en Cataluña cuyo centro era Barcelona.

Pero la idea del vacío cultural dejado por los jesuitas era evidente, y don Gregorio lo expresó en carta al ministro Roda: "Aquí la juventud está animosa para llenar el vacío que han dejado los de la Compañía que, aunque estaba vanamente ocupado, por fin era grande, y toda la habilidad consiste en que los maestros que pueden haber suplan con la facilidad del método y solidez de la enseñanza lo que les falta saber" (5-V-1767). Por supuesto, él se consideraba uno de los instrumentos destinados a llenar ese vacío. Y no sólo don Gregorio. Otros hombres de letras, como Cerdá Rico, consideraban a nuestro erudito como persona hábil para llenar el vacío cultural. Así lo indicaba el 7 de abril de 1767: "Ya habrá salido Vm. de la duda que tanto deseaba aclarar. Este golpe de la expulsión de los jesuitas ha sido el más bien dado. No ha causado el menor movimiento y se ha gobernado con una prudencia indecible. Ahora es la ocasión más a propósito para que levanten la cabeza las letras, pues se ha quitado el mayor estorbo. Mucho quehacer tendrá Vm. ahora. Aquí se piensa en esto con seriedad, especialmente el Gobierno que dará a este fin muy sabias providencias... Sería muy del caso el que Vm. hiciese ahora patente su trabajo, porque daría luz a lo que se trata y piensa. Ninguna ocasión mejor que ésta para reformarse los estudios en España".

Difícilmente se puede decir mejor el pensamiento de Mayans. Era el momento de que mostrase los caminos de la reforma cultural, sobre la que durante tanto tiempo había reflexionado. Como, además, don Gregorio siempre había pensado que la mejor manera de demostrar la viabilidad de un método docente era la experiencia, decidió poner en práctica los medios adecuados para la reforma. Y, en primer lugar, la Gramática latina, que venía preparando desde hacía muchos años y que, aprobada por el arzobispo Mayoral, pensaba la adoptasen los escolapios. Así, finalizó su redacción, publicó su Idea de la Gramática latina (1768), que envió a políticos y hombres de letras, y se dispuso a editar en forma de pequeños libritos su concepción del método con que debía enseñarse a los niños la lengua latina. Para el erudito se trataba del primer paso de la reforma: la posesión del instrumento para el conocimiento de los libros básicos de la cultura universal. En la correspondencia cotidiana puede seguirse la ilusión puesta en el asunto: comunica el progreso del trabajo, envía las partes apenas publicadas (que calificaba con un nombre latino: Tullius, Fedrus, Apicius Terentius...), espera la buena acogida, manifiesta la alegría cuando alguien alaba el método, discute con pasión las críticas que hacen a su método... Sin afán de exponer un tema amplísimo y que llenó de preocupaciones al erudito, con sus continuadas cartas, baste recordar la satisfacción con que comunicó a protectores y polítcos el hecho de que Meerman hubiese adoptado la Gramática latina mayansiana para la enseñanza de su hijo. O la alegría cuando supo la edición de su Tullius, sive de coniuganda latinitate cum doctrina et eloquentia libri quadraginta en Hamburgo (1770). Era el reconocimiento extranjero a sus desvelos y la aceptación de su método de enseñanza.

Pero en España las cosas no eran igual. Probablemente don Gregorio, confiado en su capacidad, en losgrandes conocimientos de los clásicos y en los tratadistas modernos, y quizás también en el apoyo del poder político, pensó que podría imponer su Gramática latina como texto en las universidades hispanas. Sin embargo la realidad era muy distinta de lo que él imaginaba. Los intereses eran de tal clalibre que se estrelló en su intento. El erudito había llevado una copia de sus trabajos, aunque incompletos, a Madrid e hizo su propaganda. Al publicar su Idea de la Gramática latina ya levantó la suspicacia por ver sus pretensiones y pronto se iniciaron las hostilidades, en principio veladas, después a la luz del día. Porque, si bien con anterioridad los jesuitas, con los textos del P. La Cerda y los textos menores, dominaban la escena, ahora, después del extrañamiento, había que llenar el vacío. Y, por supuesto, existían los grupos sociales, hospitales o instituciones benéficas, que tenían el privilegio del monopolio en la venta y no querían perder esa reanta económica.

Para llenar el vacío existente, surgió pronto un enemigo, propiciado desde la misma Secretaría de Estado y la Real Biblioteca. Juan de Iriarte, que venía preparando una Gramática latina desde hacía 40 años, fue presionado para que terminara cuanto antes su redacción. La iniciativa partió de sus sobrinos, que desde la Secretaría de Estado, donde estaban bien colocados, solicitaron la protección de Juan de Santander. El confidente de don Gregorio, Pingarrón, comunicaba el 7 de noviembre de 1769: "Quieren en Estado (esto es en Secretaría) que se suspenda el tomo segundo de la Biblioteca Griega y que Iriarte acabe de rever su Gramática y que la imprima; y Iriarte quiere lo mismo; y Santander dice que sí, y discurro que a esta hora ya está trabajando Iriarte en su Gramática para ponerla en tono de imprimirse".

Ahora bien, Iriarte no gozaba de muy buea salud y tuviero que buscarle ayudantes que, desde el poder político y con la ayuda del bibliotecario mayor, no resultó difícil conseguir. En primer lugar, se buscó la ayuda de José Rodríguez de Castro, "escribiente de la Real Biblioteca"que puso obstáculos y exigió orden expresa del monarca. Pero el poder de los Iriarte era grande. Así se deduce de las palabras de Pingarrón: "Iriarte, por medio de sus sobrinos y especialmente de Dn. Bernardo, ha buscado la protección de los Srs. Infantes para su Gramática, que ha de concluir, y cuyo coste de impresión le tienen ofrecidos sus Altezas, en que anda el duque de Béjar" (17-XI-1769). El personaje era importante, porque ocupaba el cargo de ayo de los hijos de Carlos III. Más aún, con la ayuda de Santander, no tardaron en convencer a Cerdá Rico, que deseando conseguir el ingreso y los ascensos en la Real Biblioteca, al tiempo que deseaba editar las obras de Matamoros, acabó colaborando en la conclusión de la Gramática de Iriarte.

Faltaba un obstáculo: Pérez Bayer, que no parecía muy dispuesto. Porque Iriarte en el segundo volumen de su Bibliotheca graeca censuraba a Martí, Mayans y Pérez Bayer, y no era una buena disposición para conseguir su apoyo en la edición de la Gramática. Porque Bayer había sido nombrado, después de la expulsión de los jesuitas, preceptor de los Infantes reales y su cargo entrañaba algo más que dar clases a los pequeños niños de la familia real. Su cargo, al menos así se consideraba, le convertía en un gran mentor y director de los estudios.

Los políticos pueden fácilmente encontrar acomodo a sus diferencias. A Bayer le interesaba publicar la traducción de Salustio, hecha, teóricamente, por el Infante don Gabriel, aunque con la ayuda de Pérez Bayer y su edición era la consagración de su actividad docente al frente de la preceptoría de los Infantes reales. Aunque, para lograr la edición, lujosa y de alto precio, necesitaba del favor del duque de Béjar, el ayo de los hijos de Carlos III. La necesidad unió a todos los participantes. Iriarte, bajo la presión de sus sobrinos, suprimió las palabras ofensivas a Bayer de la Biblioteca griega impresa pero no publicada, entregó el texto de su Gramática a la corrección del hebraísta valenciano, que permitió la dedicatoria a los Infantes reales y la edición. Pingarrón, que nos cuenta todos estos pormenores desde la Real Biblioteca, narró las circunstancias: "En la que escribí a Vmd. el martes dije una cosa incierta hasta ahora, pero que va a hacerse, y es, que no se ha impreso aún la Gramática de Iriarte, pero va a imprimirse. Lo que ha habido es, que Iriarte la presentó manuscrita, la vio y aprobó Bayer, se dio cuenta al rey y S.M. ha mandado que se imprima y se dedique a los Srs. Infantes; va a imprimirse y Iriarte tiene ya compuesta su dedicatoria, la cual ha mostrado al sujeto que me lo ha dicho y pasea con él. En esto juega el duque de Béjar" (7-VI-1771).

Dicho en otras palabras: la Gramática de Iriarte nacía con todas las bendiciones: dedicatoria a los Infantes reales que pagaron la edición, beneplácito del preceptor Pérez Bayer, satisfacción del ayo de los Infantes y mecenas de los Iriarte, alegría de los sobrinos que, lograron, además, el acceso del pequeño de los Iriarte, Tomás, el conocido fabulista, a la Secretaría de Estado. Pingarrón pensaba que esta Gramática no iba a impedir el éxito de la mayansiana, porque la mejor estructura y los méritos de la obra de don Gregorio acabarían imponiéndose. Pero el tiempo demostraría el error del bibliotecario real. La oposición de los poderes políticos, desde la Secretaría de Estado, y, sobre todo, la actitud de Pérez Bayer fueron determinantes.

Mayans había querido que su Gramática fuera utilizada por Bayer en la enseñanza de los Infantes reales, como medio de imponerse en las universidades, pero el hebraísta se negó, sin que conozcamos las razones de fondo. El erudito pensaba que el éxito ensu enseñanza justificaría su valor y el texto acabaría imponiéndose. Pero, al contrario de lo que hizo Bayer en el momento de la concesión del premio de Alcalde de Casa y Corte, que escribió para que se premiase al erudito, en estas circunstancias, no sólo se abstuvo, sino que actuó en contra de los criterios de don Gregorio. Y, aprobada la Gramática de Iriarte para la enseñanza de los Infantes reales, su actitud, en plena coherencia, produjo las consecuencias lógicas: sería el texto para los Reales Estudios de San Isidro y, en última consecuencia, de las universidades castellanas. Así, al margen del mayor o menor valor de la obra y, si queremos, independientemente del afecto, Bayer tenía que oponerse a la enseñanza por medio de la Gramática latina del erudito de Oliva. Y eso es lo que hizo.

Con el apoyo del conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla, y del Fiscal Campomanes, el Consejo decretó el 9 de marzo de 1771, que la Gramática latina de Mayans se utilizase como texto en las siete universidades de la Corona de Aragón. De esa forma, el campo de las universidades castellanas y de la Corte quedaba libre para la Gramática de Iriarte. Y todos sabemos que una cosa son los decretos gubernamentales y otra ¿no siempre idéntica¿ el cumplimiento de esas normas. Porque inmediatamente surgieron los intereses particulares, y las instituciones que gozaban de privilegios en la venta de textos gramaticales se opusieron porque perdían sus ingresos. Zaragoza, Huesca, Cervera... se negaron a ceptar la Gramática mayansiana. El decreto del Consejo se repitió tres veces: el 9 de marzo, el 4 de junio y el 23 de julio de 1771. Señal inequívoca de las dificultades que encontraba su cumplimiento. Y el mismo Mayans lo dirá al Fiscal Campomanes: "En las demás universidades de la Corona de Aragón se afecta que se enseña, no se mprende con vigor, permitiendo que los estudiantes desierten las escuelas públicas para proseguir en otras aulas el antiguo método de la ignorancia... Dejo de escribir menuda y distintamente el atrevimiento de algunos de esta universidad y ciudad de Valencia..." (13-X-1772). Y realmente el caso de Valencia merece una atención especial.

El grupo de Bayer y el control de la cultura en Valencia.

Mayans envió, desde Oliva, en abril-mayo la Idea del nuevo método, encargada por el ministro Roda, y se apresuró a trasladarse a Valencia. El 6 de abril de 1767 escribía a Andrés Gómez de la Vega, solicitando que no hubiera trabas en la introducción de sus libros, a lo que accedió el Intendente, y prometió dar "providencia para que no se detenga a las puertas, como es razón", y en mayo ya estaba asentado en su casa de Valencia. Desde allí podría seguir los acontecimientos de la Corte, pero siempre desde la lejanía.

En cambio, Pérez Bayer fue llamado por el Gobierno, inmediatamente después dela expulsión de los jesuitas y nombrado preceptor de los Infantes reales. El 14 de abril ya había tomado posesión de su cargo y Martínez Pingarrón comunicaba la llegada a la Corte, y la recepción de que fue objeto: "En efecto, llegó nuestro amigo Dn. Francisco Pérez Bayer, besó la mano, pasó a Toledo, volvió el sábado y ayer empezó su ejercicio de preceptor de los señores Infantes. El nombre de preceptor no significa lo que vulgarmente entendemos, sino un jefe de los estudios de sus Altezas, lo cual denota que habrá otros maestros bajo de su dirección; y así le entienden por director". Y como director actuó.

Consciente del afecto de Carlos III, de la amistad y confianza absoluta del Secretario de Gracia y Justicia y de la necesidad que tenían los manteístas de una cabeza visible para dirigir las reformas culturales, aprovechó con habilidad esas circunstancias. En principio, sus planes se orientaron a controlar el Real Instituto de san Isidro, eliminar el poder de los colegios mayores ¿complementario del que poseían los jesuitas¿ y dominar las instituciones culturales de Valencia, especialmene el Cabildo y la Universidad. El Real Instituto de san Isidro estuvo, en principio, bajo la dirección provisional de Felipe Samaniego, criatura de Campomanes, y nuestro hebraísta pretendió, y consiguió, eliminar esa dirección y ofrecerla a un personaje, ya conocido por nosotros, Manuel de Villafañe, su amigo desde los años del arzobispo Mayoral y que le había ayudado en la consecución de la cátedra de hebreo en Salamanca. El Fiscal del Consejo quedó muy dolido y se nota en toda la correspondencia de la época la animosidad de los amigos de Bayer respecto a Campomanes. Por lo demás, también el Fiscal quedó prácticamente eliminado del desarrollo de la reforma de los colegios mayores, que, de hecho, fue llevada a la práctica por el trío Roda, desde la Secretaría de Estado de Gracia y Justicia, Bayer como consejero y redactor de los informes, y Bertrán como ejecutor desde la sede episcopal de Salamanca.

Para llevar a cabo estos planes, Bayer necesitaba de unos colaboradores disciplinados, y pronto empezó su captación. El P. Magí, predicador del rey y más tarde obispo de Guadix, ya lo conocía y con él mantenía unas relaciones cordiales, como ya pudimos observar, porque ambos estaban en el círculo de Roda. Bertrán era castellonense, vinculado a Bayer desde sus años de estudiante y su protegido, a quien el hebraísta hospedó en su casa cuando, en 1763, fue nombrado obispo de Salamanca y visitó la Corte. En 1768, Vicente Blasco se trasladó a la Corte para resolver las diferencias que tenía con el Maestre de la Orden de Montesa (de la que era religioso) en la edición del Bulario. Inmediatamente fue captado por Bayer que lo nombró colaborador en la docencia de los Infantes reales. Poco después, llegaba a la Corte Juan Bautista Muñoz, que había recibido el influjo de Mayans en el interés por Fr. Luis de Granada y había sido profesor de matemáticas de los hijos del erudito, y que deseaba trasladarse a Madrid. Don Gregorio, en buenas relaciones con Samaniego, le consiguió el nombramiento de catedrático de Retórica en el Real Instituto de san Isidro. Pero la intervención de Bayer cambió el rumbo de Muñoz, al proporcionarle el cargo de Cosmógrafo Mayor de Indias y, años después, el encargo de redactar la respuesta a la Historia de América del británico Robertson. Con ello, Muñoz quedaba adscrito al círculo de Bayer.

También se incorporó al grupo bayeriano Manuel Monfort, hijo del famoso impresor Benito Monfort, que, habiendo marchado a la Corte para sus estudios de grabador, pronto apareció adscrito al llamado grupo de los "turianos". El hebraísta, cuando en 1783 fue nombrado director de la Real Biblioteca, le asignó el cargo de tesorero de la entidad. No en vano las edicione más lujosas de las obras de Bayer salieron de la imprenta de Monfort. Y hasta el botánico Cavanilles encontró el favor en el entorno de Bayer, aun cuando, en este caso, el mayor apoyo le vino por parte de Blasco; en primer lugar, como tutor de los hijos del Consejero de Castilla Caro de Briones, después como profesor en el Seminario de san Fulgencio de Murcia y, finalmente, con la tutoría de los hijos del duque del Infantado con la larga residencia en Paris, donde se despertó su pasión por la Botánica. Aparte, claro está, de que Bayer había influido en los nombramientos de José Climent para el obispado de Barcelona, de José Tormo para el de Orihuela y del agustino Rafael Lasala,catedrático de matemáticas como obispo auxiliar de Valencia y después obispo de Solsona.

Ahora bien, si esto ocurría en las altas esferas, la vida cotidiana en Valencia exigía otras preocupaciones, más ramplonas, si queremos, pero que incidían de manera importante en el desarrollo de los acontecimientos. Bayer se preocupó de que uno de sus amigos, José Segarra, ocupara, inmediatamete después de la expulsión de los jesuitas, la dirección del Colegio de san Pablo, que había pertenecido a los padres de la Compañía. Y, por supuesto, lo promocionó a un canonicato de la catedral de Valencia, como hizo también con Vicente Blasco. El nombramiento de canónigo pertenecía al rey, después del Concordato de 1753, y el hebraísta aprovechó su privilegiada situación política para nombrar a su amigos y familiares, pues también su hermano Pedro fue elevado a esa categoría social. Y el ser canónigo de la iglesia metropolitana tenía su importancia, pues el rector de la Universidad tenía que ser, por constitución, canónigo de la catedral.

En principio, tenemos campos en que los intereses de Bayer se enfrentaban con los de don Gregorio: la enseñanza del latín por la Gramática latina y el nombramiento de los canónigos, porque Mayans deseaba que su hermano y colaborador Juan Antonio fuera nombrado canónigo de la metropolitana. La actitud de Bayer en el caso de la Gramática de Iriarte no constituía un buen precedente, y pronto se vio que sus amigos en Valencia se oponían a la aceptación de la Gramática mayansiana como texto en la Universidad. El problema se agravó, porque las escuelas de Gramática, cuyo control habían conseguido los jesuitas enfrentándose a la Universidad, ahora habían quedado vacantes. Mayans pretendía que volvieran a la jurisdicción de la Universidad, pero Segarra, que ahora controlaba el Colegio de san Pablo se oponía. A estos problemas, más o menos jurisdiccionales, se añadía la actitud de los escolapios que, después de prometer seguir la Gramática latina mayansiana, habían compuesto la suya propia y querían aprovechar la ausencia de los jesuitas para controlar la enseñanza del latín en Valencia.

En esas circunstancias, se explica con facilidad la oposición sistemática de los amigos de Bayer a la aceptación de la Gramática de don Gregorio como texto en la Universidad, pese al decreto del Consejo, que tomó tintes dramáticos en el año 1772. Las quejas del erudito fueron constantes en sus cartas al Fiscal Campomanes y a otros Consejeros de Castilla. Pero Mayans había perdido la batalla antes. El 14 de marzo de 1769 se creaba la figura del Director de la Universidad con amplias facultades para introducir textos e indicar las orientaciones pertinentes, dentro del espíritu de la reforma gubernamental. El erudito vio en ese cargo la posibilidad de llevar a la práctica su idea de la reforma de los estudios y no dudó en solicitarlo. Así lo decía el 13 de febrero de 1770 en carta al Consejero de Castilla Miguel Mª. Nava. Después de rechazar la dirección de los estudios del Real Instituo de san Isidro, que algunos rumores le atribuían, añadía: "y por último, la buena dirección de los estudios consiste en la elección dee los buenos libros y buenos maestros y buen método. Y si se quiere ver cómo todo esto se pone en práctica brevemente, venga la dirección de los estudios de esta un Universidad, y verá V.S.I. maravillas, que serán fáciles de imitar, porque yo soy diligente y resuelto".

Se trata, por tanto, como puede observarse, de una solicitud explícita, y después la repetirá en múltiples ocasiones al Fiscal Campomanes. Pero semejante nombramiento nunca llegó. Se le permitió en 1769 establecer en Oliva una Escuela de Gramática, donde se practicaría su método de enseñanza: el erudito redactó las Constituciones, asistió a las oposiciones y presentó al elegido, que fue nombrado. El éxito inicial parece fue óptimo y don Gregorio se aprovechará de la experiencia como demostración de la bondad de su método. Era una forma de contrarrestrar las acusaciones de sus émulos que acusaban a su Gramática de extensa, obscura y apta para los pofesores y no para los estudiantes.

Por lo demás, expulsados los jesuitas y suprimidas las cátedras antitomistas, la confusión en las universidades, y, por supuesto, en la de Valencia, fue enorme. Antes de entrar en el análisis del problema conviene tener en cuenta, que, a partir de ese momento, una escuela intenta conseguir el control de las cátedras y de la docencia, los tomistas. Mayans, aunque opuesto a la Compañía, había estudiado en la escuela antitomista, mientras Bayer había pertenecido a la escuela tomista. Un motivo más de polémica, que pronto afloró en las discusiones. ¿Habría una especie de espíritu de venganza de la escuela tomista contra Mayans por la humillación sufrida con motivo de la Carta de don Gregorio contra el pavorde Calatayud en 1760? Porque, en cuestiones de escuelas y de partidos, la memoria colea durante mucho tiempo. Conviene no olvidar esta oposición de escuelas, junto a los intereses personales, para entender la agresividad que se desencadenó contra los proyectos del erudito.

En la campaña contra las doctrinas atribuidas a los jesuitas, consideradas peligrosas, el Consejo dio una serie de decretos. Con motivo de la polémica suscitada por la aparición de Incommoda probabilismi del dominico Luis Vicente Más de Casavalls, el Consejo estudió el libro, que encontró conforme con el Concilio de Constanza (1415) en que se condenaba el regicidio y tiranicio, aprobó expresamente su contenido y obligó a los estudiantes a jurar la doctrina de Constanza (23-V-1767). Era el primer paso. En septiembre el Consejo decretaba que, ante cualquier oposición a cátedra, la Universiad informara de la fecha, ejercicios de que constaban las pruebas, persona que ocuparía la presidencia del tribunal. La finalidad era evidente: controlar una posible filtración de persons de ideología "peligrosa". Pero el decreto fundamental tuvo lugar en 1768, con el decreto firmado por Carlos III el 12 de agosto. Ya el título expresa su finalidad: Que se extingan las cátedras de la Escuela llamada jesuítica y no se use de los autores de ella para la enseñanza. El decreto especiaficaba algunos autores prohibidos: Pedro Calatayud, Herman Busembaun, Alvaro Cienfuegos en el Aenigma theologicum, así como otros autores, sin especificar, entre los partidarios de las doctrinas consideradas específicas de la Compañía: probabilismo o ciencia media. Con ese decreto desaparecían de un plumazo la mitad de las cátedras de teología y filosofía.

El lector, si conoce la vida universitaria, podrá comprender el alcance del decreto, que entrañaba una evidente depuración del profesorado (los antitomistas), a quienes se les prohibía optar a nuevas cátedras, al tiempo que despertaba las ambiciones de los tomistas. En aplicación del decreto del 12 de agosto de 1768, el Claustro Mayor de la Universidad de Valencia acordó la supresión de 3 cátedras de filosofía y 6 de teología antitomista, 3 de las cuales llevaban pavordía anexa, con su mayor retribución económica y se regían por la Bula de Sixto V de 1585. El Consejo pidió informes y, además del documento oficial redactado por Caro de Briones, de la Audiencia Valenciana, había informes del Claustro Mayor, de la ciudad y de otros particulares. Y vista la documentación, el Consejo centró el problema en dos puntos: 1) "si han de quedar, o no extinguidas en esa Universidad las cátedras de la escuela antitomista y prohibida la enseñanza a los pavordes y catedráticos de la misma escuela", y 2) "sobre arreglar la admisión de los opositores antitomistas a la cátedras que quedaron existentes" y las precauciones a tomar para evitar toda parcialidad.

En vista del problema, el erudito exponía sus preocupaciones en la correspondencia con Aranda. En principio expresaba los mismos criterios de la Idea del nuevo método sobre los estudios de Biblia o de la cátedra de historia del escolasticismo. Pero pronto se hace visible el temor al predominio absoluto que los tomistas iban adquiendo en la Universidad: "En la teología todo es gritar viva santo Tomás, y cada uno enseña tan caprichosamente como quiere, sin explicar las sacras Escrituras, sin enseñar los dogmas, ni los preceptos de la religión cristiana" (28-IX-1769). En esa línea, cada vez insiste más en la necesidad de distinguir entre la Escritura, el dogma y la moral, de las distintas opiniones de escuela. Y como el mayor poder estaba en la escuela tomista, escribía con contundencia en carta a su amigo y discípulo el canónigo Juan Bautista Hermán: "Dígame Vm, ¿qué quiere decir tomista en el sentido común? Yo entiendo que es un hombre que no lee a santo Tomás y que quiere que creamos que le lee. En este sentido, ¿qué quiere decir antitomista? Es un hombre que quiere dar a entender que es contrario del otro y que tampoco lee al santo, sino que discurre como le parece...¿ ¿Pues de qué sirve el nombre de tomistas sino de alborotar? Mientras habrá quien se llame tomista, habrá quien, si no se llama, se tendrá por antitomista, y lo será, y con razón...¿ Aquí convenría cuatro o cinco se privasen por un quinquenio de voto en la ciudad, para que no pusiesen en la Universidad maestros de su facción; aunque pueda dudarse cuáles son peores".

No se trataba de grupos estrictamente intelectuales. Porque la oportunidad de que se supriese el votodurante un quinquenio se refería a los regidores de la ciudad. Se trataba de grupos políticos que se aprovechaban del calificativo de tomista, para sus intereses personales. Y pronto aflorarían estos intereses. El Consejo quería borrar cualquier recuerdo de las escuelas, como indicaba con claridad al exigir que los profesores no "defenderán, enseñarán, ni seguirán las opiniones de los regulares expulsos en las cuestiones que llamaban de escuela y eran distintivo de la jesuítica". Pero, ¿qué hacer con aquellos que habían pertenecido a la escuela antitomista, no habían enseñado el probabilismo o el regicidio, y ahora se presentaban a oposiones a nuevas cátedras y pavordías? Según la doctrina del Consejo, no podía impedírseles el acceso a la cátedra, si reunían méritos superiores a los otros opositores. Y en ese sentido se desarrollabn las cosas, pues en 1772 se le encargó al erudito la redacción de los planes de estudio de Jurisprudencia y de Derecho canónico. Es el momento en que los antitomistas se atreven a redactar un plan de estudios para la Universidad de Valencia, en que incluían textos independientes (entre ellos la Filosofía Moral de Mayans, o los textos de teología de Verney) con algunos tratadistas filojansenistas y otros, considerados por nuestro erudito por filojesuitas.

Ahora bien, las cosas se complicaron, como casi siempre, debido a las circunstancias e intereses personales. Este caso se presentó en unas oposiciones a pavordía. Entre los opositores había tomistas y también profesores que habían sido de la escuela antitomista, aunque no defendían las doctrinas específicas de la Compañía. Y uno de los últimos, el Dr. Vicente Peris, ganó la pavordía. La reacción fue tremenda y se apeló al Consejo que pidió el informe de Mayans. En un largo memorial, fechado el 21 de junio de 1774, el erudito desarrolla sus ideas básicas sobre la reforma de los estudios: cátedras de Escritura, dogma, moral y escolástica (como historia de las teorías) En este sentido reincidía en el pensamiento expuesto en Idea del nuevo método , así como en las cartas a Aranda, Roda y Campomanes, a que venimos aludiendo. Y en la repulsa a todas las escuelas y el clientelismo que entrañaban, señalaba el derecho de presentarse a las oposiciones de los antitomistas que hubieran jurado no defender las ideas de la escuela jesuítica. La obligación de premiar al más capaz, acompañada de la libertad personal, aunque dentro de la ortodoxia católica, la "sana doctrina en lo tocante a las acciones humanas", y el respeto a los decretos reales que constituían el marco legal. Y en cuanto a las oposiciones celebradas, y la adjudicación de la plaza al antitomista Dr. Vicente Peris, la postura del erudito no admitía dudas: era justa y debía mantenerse en su posesión.

El informe produjo consecuencias de largo alcance en las relaciones de Mayans con los grupos intelectuales de Valencia y también con el arzobispo Fabián y Fuero, acérrimo tomista. Las circunstancias personales del erudito habían mejorado. En 1773, después de varios memoriales solicitando una canongía en Valencia, y cuando ya parecía el panorama propicio, una intervención de Pérez Bayer volvió a complicar la situación familiar de don Gregorio. El hermano del hebraísta, que gozaba de un canonicato en Tortosa, fue agraciado con la canonjía de Valencia, solicitada por Juan Antonio, y éste fue nombrado canónigo de Tortosa con el título de Arcediano de Culla. La separación de los dos hermanos fue muy dura: estaban acostumbrados a vivir y trabajar juntos, y la distancia exigida constituyó una experiencia amarga. Como era natural, don Gregorio insistió con fuerza antes sus amigos del Consejo (Campomanes, entre otros), el Gobierno (Roda) y el P. Confesor (Joaquín de Eleta), y en abril de 1774 Juan Antonio fue nombrado canónigo de la metropolitana de Valencia. Pero el informe sobre las oposiciones a pavorde, antes aludidas, provocó la ira de los tomistas, y la actitud un tanto vengativa del arzobispo Fabián y Fuero que, si bien en principio había aconsejado la Filosofía Moral mayansiana como texto para Puebla de los Ángeles (México) y había tratado al erudito con atención y delicadeza, cambió de actitud.

Juan Antonio, como canónigo, podía ser Rector de la Universidad y, de hecho, fue elegido en enero de 1775. Era, en el fondo, el fruto de la unión de todos los que no participaban del poder de los tomistas: antitomistas, agustinianos e independientes, que veían en el hermano del erudito la única posibilidad de escapar del predominio absoluto del grupo dominante. Pero la reacción de los tomistas, y a su frente el mismo Arzobispo, fue agresica: la elección de Rector fue delatada al Consejo solicitando su anulación, que el alto tribunal no aceptó, y los profesores se encargaron de soliviantar a los estudiantes. Como puede suponerse, y así lo ha demostrado Amparo Alemany en su estudio sobre el hermano del erudito, el trienio del rectorado de Juan Antonio no fue pacífico. La oposición sistemática de los tomistas, alentados por Fabián y Fuero y con la complacencia de Bayer, paralizaron las posibilidades de solución. Juan Antonio, dentro de la tendencia de los hermanos Mayans favorable a los agustinianos y cercanos a las posturas jansenizantes, se acercó al General de los agustinos Francisco X. Vázquez, enemigo radical de los jesuitas y en permanente oposición a los dominicos, y al obispo de Murcia Rubín de Celis, que había propuesto un plan de estudios para el Seminario de San Fulgencio de clara tendencia rigorista y jansenista.

En ese ambiente, los propósitos reformistas de don Gregorio estaban condenados al fracaso. Dado que no pudo imponer su Gramática latina como texto de latín, publicó un libro curioso: Organum rhetoricum et oratorium, concinnatum ex Arte rhetorica Aelii Antonii Nebrissensis cum notis Gregorii Maiansii (1774). Se trata de un trabajo de síntesis, compuesto por un tratado de Nebrija y otro de Pedro Juan Núñez, que el erudito deseaba se introdujese como manual de retórica en el Estudi General. Pero también aquí tropezó con la oposición sistemática de los tomistas y del arzobispo Fabián y Fuero. Volvieron a oponerse a la Gramática latina mayansiana como texto y rechazaron el Organum rhetoricum et oratorium. Mayans protestó en carta al Fiscal Campomanes, y también a otros políticos y hombres de letras. Transcribo las palabras al marqués de Almodóvar, embajador español en Lisboa, por constituir una narración clara de los hechos. "Y habiéndose juntado el Rector y Claustro General de catedráticos para hacer la elección, diez y ocho votaron que la enseñanza de mi Gramática debía mantenerse, contra siete mercenarios del Arzobispo que votaron por la de Iriarte; y con todo eso, el Arzobispo, pretextando tener orden del Consejo, de hecho desterró la mía de la Universidad; y al mismo tiempo mandó que el catedrático de Retórica, que la enseñaba por el Órgano retórico y oratorio de los maetros Lebrija y Núñez, los dos primeros maetros de la erudición en España, enseñase la Retórica, que falsamente se suponía haber incluido en su Gramática D Juan de Iriarte. Y así mandó enseñar una Retórica imposible, manifestando que ni había leído el Órgano, que yo le regalé, ni sabía el mérito de Lebrija y Núñez, y que ignoraba que la Retórica no es parte de la Gramática; de manera que después hubo de retractarse vergonzamente. Tanto le ciega el espíritu de venganza" (21-II-1775).

En esas circunstancias, y con el apoyo de los tomistas, los émulos de don Gregorio se atrevieron a dar un más más audaz. Utilizando falsamente el nombre del Rector, precisamente Juan Antonio el hermano del erudito, escribieron una serie de cartas apócrifas a los centros más prestigiosos de Europa, alemanes, franceses, holandeses... En las cartas pedían el juicio de los centros intelectuales, pero ya anunciaban la oscuridad y confusión de la Gramática latina mayansiana. El instrumento fue, en este caso, Matías Perelló. La sorpresa de los hermanos fue enorme, cuando el Rector Mayans fue recibiendo cartas en respuesta a las falsamente redactadas en su nombre, aunque, eso sí, eran muy elogiosas para don Gregorio, que gozaba de alto prestigio, y de la Gramática. Don Gregorio se hizo eco de estos elogios en sus cartas a Campomanes y otros Consejeros. Al final redactó un memorial al Consejo, protestando de la ficción de las cartas en nombre de una alta autoridad académica y en detrimento de la fama y buen nombre del erudito en el extranjero. El Consejo tomó cartas en el asunto, pero su decisión fue muy tardía. Sólo el 7 de abril de 1780 la Sala Primera del Consejo de Castilla declaró falsas y calumniosas las cartas fingidas por Matías Perelló, pero nunca fue reparada la humillación que sufrió el erudito en la campaña contra su Gramática latina.

A estos hechos, debemos unir otras dificultades. La persecución desencadenada por el arzobispo Fabián y Fuero contra su íntimo amigo el canónigo Juan Bautista Hermán, protegido de Campomanes, que fue desterrado al monsterio franciscano de Agres, afectó a los hermanos Mayans. Y, de manera especial a Juan Antonio la persecuión de los tomistas, también con el consentimiento del Arzobispo, contra el profesor de hebreo Pascual Vicente Llansola, secretario de la Universidad durante su rectorado. Eran síntomas de una animosidad indiscutible.

Ahora bien, por esas fechas, don Gregorio había abandonado su batalla por introducir sus libros en la Universidad y de reformar los planes de estudio. Por fin, se dio cuenta de que sus esfuerzos para mejorar la enseñanza, y que esa finalidad para llenar el vacío dejado por la Compañía, habían sido un error. Había roto sus relaciones epistolares con el extranjero, y había abandonado sus trabajos intelectuales de altura, para sumergirse en una batalla llena de intereses económicos y políticos. Así, el 24 de febrero de 1776, había escrito al marqués de Almodóvar unas palabras muy expresivas: ""Desde que he vuelto a Valencia (1767), he dejado la comunicación con los eruditos extranjeros que tanto me han favorecido, porque pensaba que España recibiría mejor mis deseos de instruir a la juventud, pero me ha salido al revés. Ahora recientemente he recibido una carta del célebre historiador Guillermo Robertson, pidiéndome noticias para escribir la Historia de América".

 

   

   La actividad intelectual al margen de las pugnas universitarias

Las polémicas universitarias de que venimos hablando no han contribuido de manera decisiva para el valor intelectual ni la fama de don Gregorio. Tampoco añade un ápice a sus adversarios que se empecinaron en negar el valor de su Gramática latina. La gloria de Mayans radica en otros méritos. Porque, además de las fuerzas desgastadas en las polémicas nuestro erudito tuvo tiempo para trabajar en otros campos de la cultura. Una serie de libros, quizás en menor cantidad y valor que en años anteriores, fueron el fruto de su actividad. En consecuencia, los últimos años de la vida del erudito fueron una síntesis de su vida cultural, en algunos aspectos más atenuada, en otros con plena actividad.

A pesar de su afirmación tajante de que cortó su correspondencia cultural con los extranjeros, la ruptura no fue completa. La correspondencia con Plüer continuó, si bien atenuada, porque el agregado cultural de la embajada danesa en Madrid fue enviado como capellán protestante a Altona. Dos hechos sobresalen en la continuidad de esta correspondencia. La pasión de Plüer por conocer la historia de España y la ayuda que pidió a nuestro erudito. Así se expresaba el 18 de junio de 1770: "Sábete que yo sufro ansia por las cosas españolas, y no ignoro que para saciarla tú abundas en humanidad y capacidad". Y bien que demostró Plüuer el interés que tenía por nuestros asuntos. Hizo publicar en Hamburgo el Tullius mayansiano (1770), tradujo al alemán la Defensa del rey Witiza (1770), al tiempo que comunicaba al erudito que la traducción, que había hecho de la Carta al pavorde Calatayud y había enviado a Hamburgo, no aparecía, y todavía manifestaba su deseo de traducir El orador cristiano.

También continuó Mayans su correspondencia con Froben, el abad de san Emerano y editor de Alcuino. Todavía de 1779 se conservan unas cartas cruzadas con el erudito, a quien envió un ejemplar de Opera de Alcuino y aprovechó la ocasión para agradecerle el envío de libros españoles, tan raros en Alemania, y haberle proporcionado el conocimiento, tanto de sus propios libros como la la España sagrada de Flórez. Y en la misma línea se conserva la correspondencia con Carlos Klopstock, sucesor de Plüer en el cargo de agregado cultural en la embajada danesa y hermano del eximio poeta alemán. Sin alcanzar el conocimiento de la historia española de su antecesor, Klopstock solicitó de Mayans orientaciones para lectura de nuestros poetas. Aunque los consejos son anteriores a la aparición de Geschichte der Spanischen Dichtkunst, traducción hecha por J. A. Dieze de la obra de Luis J. Velázquez, conviene atender a sus consejos: lea los poetas provenzales, el Cancionero general de Bernardo del Castillo, Mena con los comentarios del Comendador Núñez y del Brocense, Garcilaso y Herrera, así como la poesía épica o la Filosofía Antigua de López el Pinciano, al tiempo que manifiesta sus reservas por los dramaturgos por haber ignorado las reglas del arte. Y, sobre todo, lea autores del Renacimiento, no del Barroco: "Si te gusta Calderón, apártalo de tus manos y lee las obras poéticas de Luis de León, pues nada hay más cuerdo, juicioso, sublime y elegante (28-IV y 9-V-1766).

También continuó la correspondencia con Rochi, pues la edición de Antonio Agustín no había finalizado cuando Mayans trasladó su casa a Valencia. La correspondencia con el impresor de Luca duró hasta 1775. Don Gregorio se convirtió en el difusor de Opera omnia del arzobispo de Tarragona, que iba recibiendo según aparecían, y procuró que algunos amigos suyos compraran obras importantes dentro de la historia del humanismo. Asimismo, continuó la correspondencia con Meerman, aunque con menor intensidad. Hasta con el hijo del holandés mantuvo correspondencia, y, ante la solicitud de un ejemplar del Salustio traducido por el Infante don Gabriel, el erudito hizo las gestiones para que, gracias a los méritos de su padre, recibiera un ejemplar de la lujosa edición propiciada por Pérez Bayer.

La fama que nuestro erudito gozó entre los británicos no desapareció con la muerte de Keene, o el abandono de España de Eduardo Clarke. No poseemos mucha noticias de todos los corresponales. Alguno, cuyo nombre se ignora, se valió de William Bowles, autor de la Introducción a la Historia natural, y a la Geografía física de España, solicitando unas noticias sobre los primeros libros impresos en España. Otros, cuyo nombre conocemos, como el Dr. William Duncam, médico del rey de Inglaterra y discípilo de Boerhaave, buscaba la traducción castellana del Tratado del cultivo de las tierras según los principios de Mr. Tull, hecha por Aoiz, y don Gregorio le regaló su propio ejemplar.

Mayor importancia tiene la correspondencia de Darley Waddilove, capellán de la embajada británica en Madrid, porque fue el intermediario para comunicar al erudito con Robertson. Éste envió a Mayans la Historia de Carlos V, y solicitó noticias para la Historia de América que preparaba el famoso historiador. El valenciano indicó algunas correcciones sobre la vida del Emperador, especialmente centradas en bibliografía y en el conocimiento de los fueros, y el capellán de la embajada excusó al historiador: "Si el Dr. Robertson se ha engañado, lo está solamente por la falta de noticias que un extranjero no puede adquirir" (19-VI-1777). Y en cuanto a la Historia de América espera que guste a don Gregorio, porque no se trata de una obra en que se ataca la colonización española. Todos conocemos las peripecias que rodearon la obra de Robertson: el interés de Campomanes y de la Academia de la Historia por traducirla, la prohición del gobierno y el encargo a Juan Bautista Muñoz de redactar una réplica que contrapesase el mal efecto en la opinión pública de la Historia de América de Robertson. Darley-Waddilove puso en conocimieto de Mayans los trabajos bíblicos, De poësi hebraeorum de Lowth. Don Gregorio le envió su Filosofía Moral y recibió como obsequio del autor sus comentarios al profeta Isaías (1779).

Finalmente, el barón Talbot Dillon visitó a don Gregorio en Valencia en 1778. El erudito se hizo eco de esta visita en carta al embajador en Lisboa marqués de Almodóvar. "Ha venido a visitarme un inglés que, en su visita que me ha hecho, he reconocido que es muy erudito, primorosamente cortés, muy observativo, sin afectación ni curiosidad, atento a ganar voluntades con modestia, de gran memoria y con todas las señas de hombre de bien. Habla su lengua, en la alemana, italiana, francesa, portuguesa y española. De ésta ha traducido y publicado en inglés la Vida que escribí de D. Antonio Agustín, la carta sobre el progreso de las colecciones del Derecho español y no sé que otras cosillas mías, por las cuales le he confesado que me tiene muy obligado" (26-V-1778). Y, por supuesto, da su nombre y señas: Barón Talbot Dillon, caballero de la Orden Equestre y barón de Sacro Imperio Romano. La correspondencia continuó. El británico le dio noticias sobre una nueva edición del Quijote en Londres. Mayans tardó en responder, pero le envió la nueva edición de la Filosofía Moral y las obras de Virgilio con su traducción castellana.

Ahora bien, el contacto con los extranjeros más interesante y de mayor calado cultural y político fue, sin duda, la correspondencia con Manuel do Cenáculo Villasboas, íntimo colaborador de Pombal, obispo de Beja y después arzobispo de Évora. Fue el personaje clave en esta tercera etapa de relaciones culturales de Mayans con los hombres de letras portugueses. Provincial de la Tercera Orden de san Francisco, vino a Valencia en 1768 para asistir al Capítulo General de la Congregación. Su intervención improvisada, con brillante discurso latino, llamó la atención,entre otros de Mayans, que procuró tratarlo con delicadeza, continuada con larga correspondencia. Villasboas era una personalidad relevante. Definidor general de su orden e íntimo colaborador de Pombal, alcanzó altas cotas de poder: director de los estudios del Colegio de Jesús de su congregación en Lisboa, preceptor y confesor del Príncipe de Beira Infante don José, Presidente de la Mesa Censoria, Consejero de la Junta de Providencia Literaria encargada de la reforma de la Universidad de Coimbra, además de los cargos eclesiásticos en los obispados de Beja y Évora. Era, por tanto, un corresponsal de valía que nuestro erudito cuidó con esmero.

Había una serie de temas que interesaban a los dos corresponsales. Los asuntos pedagógicos, en primer lugar. Mayans, preocupado por su Gramática latina, envió ejemplares ¿también para Pombal¿ que fue bien acogida por Villasboas: "ha recibido la aprobación general", por la "simplicidad del método y la seguridad de los preceptos", pues se trata de una obra de un "maestro cosumado". Naturalmente, el erudito le contó las intrigas del grupo de Pérez Bayer, de acuerdo con los tomistas y los escolapios, contra las órdenes del Consejo. Y para completar las noticias sobre sus proyectos reformistas, añadía el Organum rhetoricum et oratorium de Nebrija y de Núñez, así como sus informes de 1772 sobre la reforma de los estudios de Jurisprudencia y de Derecho Canónico en la Universidad de Valencia. En estricto paralelismo, Villasboas comunicó los planes de estudio implantados en el Colegio de Jesús, su interés por el conocimiento de las lenguas orientales para el estudio de la Escritura y finalmente el Plan de estudios de la Universidad de Coimbra.

Pero, además de la pedagogía, hablaron de historia y, con motivo del proyecto de Villasboas de promover una historia de la diócesis de Beja, el valenciano se extendió en consejos sobre metodología, uso de las fuentes, crítica de las ficciones. Y, por supuesto, envió un ejemplar de las Memorias históricas del rey D. Alonso el Sabio de Mondéjar, una copia de su censura de la España primitiva de Huerta y Vega y un ejemplar de la Defensa del rey Witiza, que recibieron los elogios de Villasboas.

La receptividd ante la Defensa del rey Witiza va unida a la repulsa de los jesuitas. Porque Villasboas era un activo militante contra la Compañía. Así, desde su cargo en la Junta de Providencia Literaria, participó en la edición del Compendio Histórico de la Universidd de Coimbra, fuerte censura de la doctrina moral de los jesuitas sobre el probabilismo y la atrición, que encontró la mejor acogida de Mayans, aunque no aportaba ninguna idea nueva a la polémica doctrinal. Pero hay otros temas de reflexión teológica, pues, como buen franciscano, Villasboas había defendido la definibilidad de la Inmaculada Concepción ¿entonces todavía no estaba definida como dogma¿ en su Dissertao theologica, histórica e crítica sobre a definibilidade do mysterio da Conceiçao Inmaculada de Maria Santissima. Y don Gregorio, que por tradición familiar y actitud personal era muy devoto de la Inmaculada y había escrito un discurso en defensa del misterio en plena juventud, respondió con entusiasmo: "Yo la creo en el último grado de la creencia humana. Pero desde que leí a Muratori, De superstitione vitanda, se me clavó en el corazón una espina que me causa mucho dolor, y quiero ver si, para arrancarla, y esperar que llegará el tiempo de esta deseada definición de la Iglesia Católica, será buen remedio la lectura del libro de V.S.Ilma., que no solamente leeré con mucho gusto, sino también con la preocupación favorable que merece cualquier obra de V.S.Ilma., cuya solidísima y utilísima erudición aprecio sumamente" (15-VIII-1772)

Tambiém hablaron de la reforma de la predicación. Villasboas envió al valenciano sus Memorias históricas do ministerio do púlpito y el autor de El orador cristiano manifestó su entusiasmo por la obra que, según decía en carta del 17 de febrero de 1778, "es para mí un quitapesares", al tiempo que señalaba la comunidad de ideas: "verá que por diversas vías caminamos a un mismo fin; V.Ex. enseñando a maestros y discípulos, y yo a discípulos para que se hagan maestros".

En todo este intercambio de opiniones hay una diferencia entre la correspondencia anterior a la caída de Pombal, en que Villasboas escribe desde Lisboa y en el círculo del poder, y las cartas escritas desde su diócesis de Beja a la que se retiró después de la caída del Ministro. Y don Gregorio también lo acusó. En el momento de favor de su corresponsal, enviaba un ejemplar de sus libros ¿entre ellos la Gramática latina¿ para el conde de Oeyras (Pombal), y Villasboas se encargaba de transmitir al valenciano la "estimación", y el "agradecimiento" del Ministro, gran "devorador de libros", que estaba "muy instruido en el carácter" de nuestro erudito. En este sentido no puede extrañar estas palabaras de don Gregorio: "No sé si ahí se pagarán tanto las cartas como aquí, pues el porte de las de fuera de españa es descomunal. Por esta causa envío el tomo tercero con sobrescrito al Exmo. Sr. conde de Oeyras, a quien me he atrevido a escribir, para que sepa que en mí hallará un obsequiador tan puntual como justo venerador de su heroicidad" (16-XII-1769). Y resulta comprensible que, cuando Pombal salió ileso del atentado, nuestro erudito en carta a Villasboas, lamentara el horroroso crimen, pero que diera "gracias a Dios por el descubrimiento de tan horribles asechanzas" (14-XI-1775).

Sobre este particular, conviene recordar un juicio de Madame Piwnik, que ha estudiado con atención las relaciones culturales España y Portugal durante la el siglo XVIII: los proyectos de Mayans estaban más en la línea de las reformas pombalianas que de las realizadas por los gobiernos borbónicos de Madrid, que no hicieron caso de ls ideas del valenciano. En este sentido, resulta plenamente coherente que don Gregorio celebrara el espíritu que movía las reformas culturales de Portugal.

Pero después de la caída de Pombal, el tema del Ministro desaparece de la correspondencia. Pero eso no quiere decir que Mayans ignorara lo que ocurría en Portugal. Porque desde 1769, nuestro erudito estableció muy buenas relaciones con el marqués de Almodóvar. Pues bien, desde su nombramiento de embajador en Lisboa, Almodóvar se convirtió en corresponsal habitual del erudito e intermediario con Villasboas. El aristócrata, que admiraba al religioso, detestaba a Pombal, y buena prueba de ello tenemos en las correspondencia conservada con don Gregorio.

El Embajador confirmó a Mayans el gran concepto que Villasboas tenía de la Gramática latina mayansiana. Era, a juicio de Almodóvar, "la mejor que tenemos y que hay quizás en el mundo. El obispo de Beja la hace usar en su obispado, y no dispone que se siga la misma Gramática en esta capital y en la Universidad de Coimbra etc., porque sería un error político, no perdonable en quien conoce el país" (3-I-1775). Almodóvar no juzgaba muy práctico el Plan de estudios de Coimbra y, si el Compendio histórico pretendía destruir la moral jesuítica, a su juicio, los estatutos de la Universidad buscaba "edificar de nuevo". En cambio, despreciaba los poemas dedicados a la exaltación del monarca con la inauguración de la estatua del monarca: "Los ingenios han tenido tan poco de grandes que de puro chicos no se sabe cómo cogerles; pues no hay apenas de qué hacer elección. Adulaciones bajas y excesivas, hipérboles desconcertantes y alusiones impropias, componen todo el cúmulo de tantas obras" (11-VII-17759.

   La antipatía de Almodóvar por Pombal resulta evidente a través de la correspondencia con Mayans, a quien escribía con absoluta confianza. El erudito había agradecido las atenciones del aristócrata, así como de su familia en Valencia, dedicándole la última edición de sus Cartas morales (1773). Y respecto a Pombal y a Villasboas, Almodóvar se expresó con absoluta franqueza en la carta del 29 de abril de 1777: "Recibo la de V.S. de 12 del corriente, con la adjunta para el obispo de Beja, que se ha hecho encaminar, pues pocos días hace se ha retirado a cuidar de sus ovejas, dando mano al nuevo establecimiento de su obispado. Se puede de reputar por fortuna, y sin duda lo es grande para aquella diócesis; pero todo ha sido resultas de una especie de desgracia de Corte. Con la bien merecida caída del marqués de Pombal en este nuevo reinado, algunas hechuras suyas han experimentado vaivén en su fortuna; verdaderamente los más le merecían; solamente nuestro dicho prelado era el hombre que yo le conocía entre los muchos que le rodeaban. Por fin ha caído también el busto suyo que adornaba el pedestal de la estatua equestre de su amo protector, José I, pues no se quiere aquel monumento para el día de la aclamación de María I, que será el tres del mes próximo, y en su lugar se pone el escudo de las armas de la ciudad. Más despacio escribiré a V.S. lo que hay de curioso y merezca la noticia suya que, como docto, como erudito, como cristiano y como filósofo, sabrá apreciar y colocar los asuntos en la orden que corresponda" (29-IV-1777).

Don Gregorio recogió la noticia, la asimiló, pero no puso en duda la continuidad en su correspondencia con Vilasboas. El obispo de Beja fue un corresponsal constante y atento, a quien no dudó en exponer sus proyectos sobre la edición de Vives. De esa manera preparó el camino a las conversaciones que mantuvo Pérez Bayer con Villasboas en su viaje a Portugal en 1782 y al posterior de Juan Bautista Muñoz en la búsqueda de documentos en el Tombo de Lisboa. Era una continuidad coltural, al margen de las pequeñas divergencas culturales de los protagonistas.

   Reminiscencias austracistas y preocupaciones regalistas

En estos años de retiro vuelven a surgir todos los problemas experimentados a lo largo de su vida. Es bien conocida la actividad de Aranda como Presidente del Consejo de Castilla, y, entre sus decretos, aparece el decreto de creación de los diputados del común y del síndico personero. También en Oliva hubo la elección y, según le contaba al erudito su sobrino Andrés Siscar, vinculado al Ayuntamiento: "ha habido muchas quimeras y diligencias indecorosas sobre la elección de los diputados y personero, que ya avisé a Vm. por parte de los enemigos del común, que han sido tales que no se pueden ponderar, pues a ofertas y dádivas y amenazas..." (6-XII-1767). De la correspondencia cruzada del erudito con su sobrino, no toda conservada, se deduce la conexión entre los oligarcas municipales, aquí calificados como "enemigos del común", con el Intendente, en contra de las disposiciones del Aranda, que apoya a estos renovadores. Y, en consecuencia, no puede sorprender el sentimeitno del erudito de que Aranda fuera destituido de la Presidencia del Consejo para ocupar la embajada española en París. El comentario, cuando oye los rumores del cese, es clarificador: "Yo, que no creo fácilmente las hablillas, pienso de otro modo; pero aun en esto, aunque el Sr. Conde vaya a París, no le cesará la Presidencia, aunque el rey ponga el Gobernado interino del Consejo; pero, aun en esto, suspendo mi juicio y no me inclino a más que lo que vayamos viendo. Lo cierto es que el Sr. Conde hará falta en Madrid, a todo el reino y aun, si puede decirse, al rey; sus prendas, juicio, moderación, suavidad y acierto en su gobierno, con una intención maravilosamente buena, ayudada de su perspicacia, le harán que se eche de menos. Yo no trato a su Exa., sino que he observado su conducta; y así no le soy adulador. Dios dé acierto al rey para todo" (15-V-1773)

Pero, en este caso, quisiera resaltar la reviviscencia del rescoldo austracista, velado si queremos, pero innegable. Andrés Siscar siguió la animación producida por la disparidad de criterios de los distinto grupos, sobre todo, después de su nombramiento como alcalde ordinario y más tarde de teniente de alcalde mayor. No poseemos la carta del erudito, pero la respuesta del sobrino es clarificadora: "Mucha cosa es lo que Vd. me dice que se resolverá, (que) se acaben los regidores y únicamente permanezca el gobierno de los diputados y personeros. Pues digo que, si los comunes nombran diputados y persoaneros, no hay duda que siempre tirarán a nombrar los sujetos de mayor satisfacción y si permanece el alcalde había de ser propuesto por los mismos y electo por el rey para la libertad de los derechos de los pueblos de señorío, pero se habían de quitar los alcaldes mayores y alguaciles, que éstos buscan sus ampliamientos en los derechos (y) mantenerse a costas de sus vecinos o súbditos y lo demás que a Vd. no se le ignora" (24-X.1768).

Sobresale, en primer lugar, el carácter antiseñorial, en que ambos se manifiestan concordes, y al mismo tiempo, el deseo de la desaparición del sistema del ayuntamiento borbónico de regidores perpetuos. Y si Andrés Siscar tuvo problemas con las quintas, en el riego o en la enseñanza (en que hay que buscar el origen de la Escuela de Gramática y la imposición de la Gramática latina de Mayans), una visita de Juan Antonio, el hermano del erudito, a Oliva, demostró otras inquietudes, en este caso políticas. He aquí su testimonio: "Esta tarde habrá en esta villa Consejo general, en la plaza mayor, con licencia del acuerdo y asistencia de la justicia; cosa no vista después de la entrada de las leyes de Castilla. El asunto son los procedimientos de Canellas (recolector de los diezmos). Yo me alegro de haber estado en Oliva, cuando el cabildo ha resuelto esta guerra. Esto se escribe domingo por la mañana" (19-IX-1774). Baste señalar, en este caso, dos facetas: la evocación de los fueros abolidos por la Nueva Planta y un anticipo de las protestas antiseñoriales. Venían a unirse la herencia austracista de la familia y la antipatía de los Mayans (al menos expresada explícitamente por don Gregorio) contra el sistema señorial bajo cuya jurisdicción no deseaba vivir.

Esta actitud no impide su pensamiento regalista. Con anterioridad hemos podido observar con detenimiento la actividad regalista de Mayans. Y, aunque no volvió a escribir explícitamente de la jurisdicción real en asuntos eclesiásticos (salvo, su aportación en favor del cabildo en la lucha por los Novales, informe que no fue utilizado por el cabildo catedralicio) su pensamiento se trasluce en todo momento. En el fondo, subyace la idea de una iglesia nacional en los aspectos de disciplina, dentro de la unidad dogmática. El ejemplo más cercano era el galicanismo (agravado si queremos con la lectura de Febronio) y, de ahí, su admiración de la obra de Bossuet sobre los cuatro artículos galicanos.. Pero históricamente el ejemplo era la iglesia visigoda. Todos los regalistas del XVIII, desde Solis a Campomanes, recurren con mayor o menor énfasis a los concilios toledanos. Un ejemplo de la obsesión de los historiadores fue el encargo hecho a Nasarre de que buscase los concilios visigodos en El Escorial, bajo la insinuación más o menos explícita de Ensenada. Con la muerte del bibliotecario real, todos esos papeles ¿también conocidos por Campomanes que visitó el Monasterio por trabajos relacionados con los concilios¿ fueron a parar a manos de Burriel que pudo disfrutar de las mejores fuentes documentales.

También Mayans habló de la iglesia visigoda. Ya pudimos observar que en los concilios visigodos veía el origen de la costumbre inmemorial que justificaba el regalismo español. Sin embargo, entre los manuscritos del erudito se conserva la elogiosa censura de Regalía sobre los asilos o de la inmunidad local del catalán Juan de Casamayor y Josa, magistrado de la Audiencia valenciana. Buen regalista, don Gregorio defiende que la ley de los asilos eclesiásticos era una gracia de la autoridad civil que podría revocarla, si lo creyera conveniente. Y en la reivindicación de las regalías, el historiador, que era Mayans, examinó su usurpación, que encontró en las falsas decretales y en el mito de España como patrimonio de san Pedro utilizado por Gregorio VII. Como era lógico, en la evolución histórica debía hablar de la iglesia visigoda. He aquí sus palabras. "Ahora concluyo, que esta historia de la mudanza de la liturgia gótica y mozarábiga podrá quizá parecer una ostentosa especie de episodio. Pero supuesto que tratamos de la usurpación de las regalías, es muy del caso la consideración de que el fundamento para destruir la antigua liturgia de España fueron el fingido título de ser España del Patrimonio de san Pedro, como se ha visto en muchas epístolas de san Gregorio Séptimo; de cuyo falso presupuesto nacieron después otras muchas usurpaciones que se han hecho a la soberanía temporal. ¿El segundo golpe que se dio a la potestad real fue haber mandado dejar el uso de la letra gótica; lo cual sucedió en el año del Señor 1091 que fue, cuando se celebró en la ciudad de León un concilio en que presidió Renerio, cardenal legado del pontífice Urbano Segundo, asistiendo también Bernardo, arzobispo de Toledo, monje de Cluny, que vivió en España en el monasterio de Sahagún, con cuya ayuda se abrogó la letra gótica, que había inventado el obispo Gulfilas, de nación godo, llamada también toledana porque se usaba en Toledo. ¿Lo mismo fue quitar el uso de la letra gótica que dar principio al abandono de los libros escritos en ella; porque no habiendo de usar de ella, se dejaba de aprender; no aprendiéndose, no se leían los libros litúrgicos, ni las historias de España en que estaban escritos y confiados con hechos los derechos de los príncipes; ni se leían las leyes, ni los concilios, ni aun los libros sagrados escritos en aquella letra; y así se dejó de leer hasta la versión de la Biblia que entonces era corriente en España".

No he visto otro texto tan radical entre los papeles mayansianos. Pero sí hizo público su criterio de una forma un tanto extraña y que ha sorprendido a los historiadores. Era tradicional ¿y continúa siendo opinión generalizada¿ la idea de que Witiza fue un rey nefasto en la historia de España, con vida relajada, persecución del clero y prohibición de obedecer a Roma. Don Gregorio juzgaba que este juicio no respondía a la realidad histórica y, buen conocedor de las fuentes, redactó su Defensa del rey Witiza. El trabajo era un discurso que se leyó en la Academia de Valladolid el día de san Fernando de 1759. A pesar del esfuerzo de Velasco ¿que le había encargado el discurso¿ la Academia no se atrevió a publicarlo por la acerba crítica de Mariana, el mayor difusor del juicio negativo sobre Witiza. Finalmente don Gregorio lo publicó en 1772 y lo dedicó al ministro Manuel de Roda.

La obra es un modelo extremo del argumento negativo y, en este sentido, fue considerado por los coetáneos. Finestres hablaba de que don Gregorio era el abogado de las causas perdidas y el bibliotecario real Juan de Santander o el sevillano José Cevallos manifestaron sus discrepancias respecto al juicio mayansiano. En cambio, Flórez, el franciscano José de Castro o Juan Bautista Muñoz, aceptaron los argumentos expuestos en la Defensa del rey Witiza. Don Gregorio insistió siempre en la práctica del método histórico en que seguía el valor de las fuentes conservadas. Pero evidentemente había otra razón de fondo. Si don Gregorio veía en la iglesia visigoda el modelo de la iglesia nacional española, plenamente ortodoxo en el dogma pero diferente en la disciplina, tenía que defender al único monarca visigodo acusado de malas relaciones con Roma. Eso parecen indicar, en todo caso, las palabras destinadas a Carlos III en la Dedictoria a Roda. Así, después de alabar los conocimientos del Ministro en las artes liberales, en los derechos natural, de gentes, civil, canónico y español, así como en la historia, alude al servicio del monarca: "y en fin el amor de todo lo que es del servicio del Rey nuestro señor don Carlos Tercero, cuya gracia para con V.Exa. es la que corona sus méritos". Y al final de la obra, vuelve a aludir a la ortodoxia de Witiza: "Ahora concluiré diciendo que claramentee se ve cuán indignamente, contra la verdad y la fe que se debe a los escritores más antiguos, ha sido tratado de muchísimos historiadores el rey Witiza, rey clemente, liberal, magnánimo y religioso, y juntamente con el santo clero de España y la nación española".

   El recurrente tema de la historia y del humanismo

En repetidas ocasiones he señalado el hecho de que la segunda generación de ilustrados, abandonaron Valencia y buscaron en Madrid el campo de su actividad intelectual o política. Cerdá Rico nació en 1739, Juan Andrés en 1740, Muñoz y Cavanilles en 1745. Excepto Juan Andrés, que, como jesuita, marchó a Italia después del decreto de expulsión de Carlos III, y allí desarrolló su actividad intelectual, todos los otros acabaron su vida en Madrid, al servicio de la monarquía. Vicente Blasco, de una generación intermedia y profesor de Muñoz y Cavanilles, murió en Valencia como Rector de la Universidad, pero después de residir en la Corte y ser colaborador en la preceptoría de los Infantes reales. Todos ellos, excepto Cerdá, cayeron bajo el influjo de Pérez Bayer, de cuyo grupo formaron parte muy activa.

Sin embargo, todos ellos tuvieron el influjo de don Gregorio. El primero en acercarse al erudito fue Cerdá Rico. En julio de 1758, mientras estudiaba derecho en la Universidad de Valencia, Cerdá se dirigió al solitario de Oliva por medio de una carta latina, muy elogiosa para el erudito, de quien decía In te resurgit Hispaniae nostrae decus ("En tí resurge el decoro de nuestra España") y comparaba con Quintiliano. Era la expresión de respeto y admiración hacia don Gregorio, que acogió con complacencia su solicitud de consejo y se dignó corregir con amabilidad los primeros trabajos latinos de Cerdá, al tiempo que le enviaba una copia de la Satyromastix del deán Martí escrito en defensa del jurista italiano Gravina. Cerdá habló con entusiasmo a Blasco de la amabilidad de don Gregorio, y el futuro Rector de la Universidad se dirigió a don Gregorio. Esta circusntancia propició la colaboración entre Blasco y Mayans en la edición de las Poesías de Fr. Luis de León en 1761.

En 1760 Cerdá Rico se desplazó a Oliva y recibió un consejo del erudito: marche a Madrid, al tiempo que le daba unas cartas de recomendación para sus amigos. Todo el mundo conocía el consejo de don Gregorio, como expresaba Matías Perelló: "He tenido especial gusto en la carrera de mi amigo Cerdá, más proporcionada a su genio que otra alguna; con esto Vm. le ha dado destino para hacer fortuna mayor que la que hubiera tenido en la abogacía" (22-IX-1763). Cerdá Rico tuvo problemas para ingresar en la Real Biblioteca, en que fue aceptado como escribiente. Y aunque colaboró en la redacción última de la Gramática latina de Iriarte, nunca rompió los lazos con don Gregorio, a quien tomó por modelo, como decía en carta al solitario de Oliva, "porque se enciende en mí cada vez un nuevo deseo de seguir las huellas de Vm., pero me desanima mi poco estudio y corto talento" (19-I-1762). En efecto, Cerdá siguió el ejemplo de don Gregorio en el campo de la Jurisprudencia, traduciendo la Carta a Berní sobre la historia del derecho español y reeditó Sacrae Themidis Hispanae de Franckenau, pero con el estudio en que Mayans demostraba la verdadera paternidad de Juan Lucas Cortés.

Mucho más importante fue el influjo mayansiano en los trabajos de Cerdá en el campo de la historia y de la literatura. De entrada las lectura de la censura de la España primitiva de don Gregorio le ayudó a superar los planteamientos de los falsos cronicones. Fue el tema de su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia y, desde la docta entidad, quiso propiciar el ingreso de Mayans. He aquí sus palabras: "No me atreví a tocar nada al Sr. Campomanes sobre la resolución de Vm. en orden a no admitir el honor de Académico, porque no lo tuviese a desaire, habiéndome encargado lo escribiese a Vm. con tanto conato. Bien veo que es tarde, pero ese Señor, si no lo ha hecho en su tiempo, es ciertamente por no haberle ocurrido". Campomanes era el Director, y el texto es del 5 de agosto de 1777, y demuestra la negativa de don Gregorio a formar parte de las Reales Academias que habían despreciado su censura de la España primitiva.

Ahora bien, la mayor aportación de Cerdá Rico a la historia crítica fue la edición de las Crónicas de los reyes de España. La idea había sido expuesta por Mayans al impresor Manuel Cavero para la Compañía de libreros de Valencia, pero no fue llevada a cabo. En 1775 continuaba buscando editor, y Valentín Francés Caballero se ofreció, pero antes quiso ver el manuscrito de las Memorias históricas del rey D. Alonso el Sabio. Don Gregorio lo envió, junto con las Memorias históricas de Alfonso VIII, corregidas por Mondéjar. Mayans envió el ejemplar a Fernando de Velasco, para que, después de la edición, le fueran devueltos los originales. Velasco se ofreció a editar las Memorias de Alfonso VIII y lamentó no haber sabido el deseo de editar las de Alfonso el Sabio. El manuscrito fue pedido a Francés Caballero, que los cedió, y aquí es menester buscar el origen de la edición de las Crónicas. Aunque en esta empresa colaboraron, además de Cerdá que hizo de corrector y prologuista, el impresor Antonio Sancha, que el 11 de marzo escribía a Mayans su voluntad de hacer una "Colección de nuestras Crónicas" y el académico Eugenio Llaguno. A pesar de las presiones de la Real Academia de la Historia por controlar este proyecto, Sancha continuó la empresa con la colaboración de Cerdá y de Llaguno, y la generosidad del erudito fue grande, como puede verse por la lista de Crónicas que pone a disposición del impresor.

Aunque no tan intenso, conviene aludir al influjo mayansiano en la actividad historiográfica de Juan Bautista Muñoz. Ya indicamos que, mientras residió en Valencia, estuvo muy cerca de don Gregorio, a cuyas tertulias asistía, como se deduce de las palabras del erudito: "Todos nosotros tenemos presente la buena compañía que nos hacía Vmd. La tertulia siempre se ha continuado, pero se trata poco de letras" (14-V-1776). Y las gestiones del erudito propiciaron el nombramiento de profesor de Retórica en Real Instituto de san Isidro. Pero, aunque fue ganado por la oferta y protección de Bayer, Muñoz continuó en buenas relaciones con don Gregorio, a quien pidió 150 libras para establecerse en la Corte. En repetidas ocasiones Muñoz manifestó su gratitud y cuánto debía al erudito en el conocimiento de libros, el desengaño de las ficciones históricas y en el buen gusto adquirido. Frente a la imagen de adusto y orgulloso, que se ha creado de Mayans, el hecho de que aceptara complaciente corregir los yerros en los trabajos latinos de la edición de la Silva locorum de Fr. Luis de Granada, preparada por el joven Muñoz, que había abandonado su estela, demuestra una enorme generosidad. No en vano, el cosmógrafo mayor de Indias, confesaba su docilidad, pues "es la obligación de quien debe a Vm., si algún gusto tiene en asuntos de letras"

Pero el mayor favor intelectual que debió Muñoz a don Gregorio radica en el campo de la historia. La lectura de la Defensa del rey Witiza sorprendió a Muñoz, y en su carta de gratitud por el ejemplar recibido, escribe algunas enseñanzas aprendidas. Aunque siempre había tenido cuidado con nuestros historiadores, "ahora, con los sabios avisos de Vm. caminaré con más conocimiento y con menos ligereza". Y confirma, si cabía, su convicción de que "la historia debe constar de hechos verdaderos". Acusa la pérdida del gran concepto que tenía de Mariana, y "en lo demás vuelvo a decir que me ha enseñado mucho este papel, que prueba, cuanto cabe en el asunto, lo que se intenta demostrar" (30-X-1772)

Más aún, cuando en 1779, gracias al favor de Bayer, consiguió el encargo de replicar a la Historia de América de Robertson, se dirigió al erudito de Oliva solicitando orientación y consejos. Pocos datos tenemos de las cartas de don Gregoiro, pero en nuestra ayuda viene su hermano Juan Antonio. El canónigo Mayans exalta el valor de la Biblioteca Oriental, especialmente después de las adiciones de González de Barcia, y añade: "Los nuestros al cabo de cincuenta años aún no han entrado en apreciar esta obra. Dióla a conocer mi hermano a D. Juan Bautista Muñoz, y de esto nació el reconocimiento del Archivo de Simancas" (15-VI-1783). De creer a Juan Antonio, el consejo del erudito de que visitara Simancas tuvo espectaculares frutos: el origen de las investigaciones documentales sobre la historia americana, el principio de la fabulosa Colección Muñoz y, en el fondo, la creación, a largo plazo y con la complacencia del Gobierno y el enorme trabajo de Muñoz, del Archivo de Indias. Y el 16 de octubre de 1781, desde Simancas, manifestaba el cronista de Indias su gratitud por los favores intelectuales de don Gregorio: "A Vm. debo en gran parte la luz y el gusto en las letras, si algunas tengo. Vive y vivirá en mi corazón este beneficio con el ánimo de corresponder". Al anciano erudito debió llenar de satisfacción esas palabras, como las últimas que Muñoz le enviara, y ya no llegó a leer don Gregorio: "Yo me honro en nuestra antigua y constante amistad, y perverará dum spiritus hos regat artus" (19-XII-1781)

Pero Mayans no olvidó los proyectos más literarios de Cerdá. Son conocidas las aportaciones de los hermanos Mayans con el editor Sancha en la edición de Lope de Vega, que preparó Cerdá. El mismo Sancha, que solicitó el favor del erudito, que le envió, entre otras obras, el "Romance de Lope sobre las fiestas de Denia", agradecidas con generosidad. Y tan grande fue la gratitud de Sancha, que editó dos obras de don Gregorio, Institutionum philosophiae moralis libri tres, con la adiciones del autor, y Tractatus de hispana progenie vocis Ur (1779), que debía haber sido impreso en Iena por la Academia Latina. Y, a propósito de la colaboración de Mayans con Sancha, que fue grande e intensa durante unos años, quedó un testimonio de la tentación de vender parte de la biblioteca mayansiana. No tenemos la carta de don Gregorio, pero sí la respuesta del impresor, que resulta clarificadora. El 19 de mayo de 1778, Sancha escribía a don Gregorio: "He recibido la muy estimada de V.S. de 16 de la fecha en la que se sirve comunicarme el designio de deshacerse de su exquisita y primorosa librería, que no dudo será una de las mejores que haya en este reino, y para poder formar algún juicio, desea V.S. le ponga los precios de algunos". Se trata de una tarea superior a sus conocimientos, pero indica su criterio en general. Señala siete o ocho mil reales para la colección ad usum delphini de París, una cantidad aproximada para los libros clásicos impresos en Holanda, así como la coleccion de antigüedades de Grevio, Gronovio, Grutero, Salengre, Petavio y Burman en 7 volúmenes; la Bibliotheca de Lambecio cuesta tres mil quinientos reales, la Biblia Maguntina seis mil, la Políglota de Alcalá dos mil quinientos y la Políglota Regia o de Amberes dos mil. Las Biblias de los protestantes españoles eran más baratas y no pasaban de doscientos o trecientos reales. Aunque también señalaba los precios de valiosos libros castellanos, Sancha no da más noticias. La carta de Mayans no la he encontrado, y Sancha no vuelve hablar del asunto. Debió ser una tentación momentánea, o, lo que parece más coherente, la venta de una parte de su bibliioteca para ampliar con la compra de libros de otras especialidades. Y, por supuesto, la biblioteca mayansiana no se vendió. También su amigo Velasco intentó vender su famoso biblioteca, y el erudito pretendió que la comprase el arzobispo de Valencia. El designió no fue duradero y la espléndida biblioteca de Velasco fue comprada para la Real Biblioteca después de la muerte del Consejero de Castilla.

Por lo demás, no podemos olvidar que, después de la aparición del Specimen bibliothecae hispano-maiansianae yla edición de Opera omnia del Brocense, surgió en la mente de Cerdá, apoyado en esto por Santander, la oportunidad de imprimir las obras de García Matamoros. Unas palabras de Cerdá a don Gregorio expresan la génesis de su idea de editar una colección de tratados de los humanistas del XVI, inéditos o difíciles de adquirir en el mercado. La edición de Matamoros apareció en 1767, pero, al mismo tiempo, aparece un ambicioso proyecto: "Y así por mi dirección se está haciendo la de la traducción de la Ulises por Pérez, las cuestioes del templo de Vergara; después seguirá el Virgilio de Velasco, las poesías de Silvestre, y creo que algunas colecciones de obritas, como las de Sepúlveda, Vives, Núñez, Fox de Morcillo, etc. Quisiera que Vm. cuando Vm. juzgase que merecían reimprimirse, pues al Sr. Dn. Juan sé que daría Vm. grande gusto, porque hace más caso de su juicio que del de todos los demás" (4-VIII-1767). Es decir, si la edición de Matamoros fue motivada por Opera omnia de Sánchez de las Brozas, también en el influjo mayansiano es menester buscar la inspiración de Clarorum hispanorum opuscula selecta et rariora, aunque sólo apareciera un volumen y en 1781. La correspondencia entre Cerdá y don Gregorio adquirió una frecuencia sorprendente y de altísima erudición, después que Cerdá visitase la biblioteca del erudito en 1779, y explica muchas de las ediciones de Cerdá. El alcance de las noticias literarias facilitadas por don Gregorio es innegable y de hecho, el mismo Cerdá lo confesó, y nuestro erudito lo indicaba en su carta a Roda: "D. Francisco Cerdá se ha ido muy contento, llevándose algunos libros útiles para que se reimpriman, habiendo visto y admirado la grande colección demás de ochenta libros que tengo de la milicia española, para que Sancha emprenda luego publicarla" (19-VI-1779). Éste es el origen de su libro, Índice de libros de la milicia terrestre y marítima, cuyos autores o traductores fueron españoles (1779)

En el fondo, de la misma manera que don Gregorio fue el inspirador de su actividad en el campo de la historia, lo fue en el del humanismo hispano. En ese sentido, no deja de sorprender el hecho de que Cerdá lleve a cabo una intensa actividad editorial, mientras dura la correspondencia con don Gregorio. Después, desde 1781, en que muere el erudito de Oliva, hasta 1800, sólo edita tres obras, entre ellas las Memorias históricas de Alfonso VIII y la Crónica de Alfonso XI, cuyos manuscritos había facilitado don Gregorio. Cerdá, que era agradecido, reconoció, en el Prólogo de la Rhetorices de Wossius, la deuda que tenía con Mayans y confesó que cuanto fue en el campo de las letras: erudición, elocuencia, conocimiento de las buenas letras o de la antigüedad y hasta su interés por reivindicar el valor literario de los españoles, publicando las obras de nuestros grande escritores, debía atribuirse al influjo de don Gregorio Mayans. Y, dada su independencia de criterio y su afecto por el erudito de Oliva, resulta lógico que no fuera favorecido por Pérez Bayer que deseaba en su círculo personas más sumisas y dóciles a sus directrices.

Don Gregorio fue tenaz en sus ideas. Pensaba que un medio de reforma cultural consistía en el conocimiento de los clásicos greco-latinos y, si podía ser, acompañados con la traducción de los humanistas castellanos del XVI, y lo practicó hasta el final de su vida. Así, aunque la Compañía de libreros e impresores de Valencia interrumpió la empresa iniciada en 1760, el erudito continuó con sus ideas. Publicó el prólogo destinado al Arte poética de Horacio, con la Ecfrasis de Sánchez de las Brozas (1773), y, sobre todo, las traducciones castellanas de Virgilio, que acompañó con la Vida de Publio Virgilio Marón, con la noticia de sus obras traducidas en castellano (1778). Nuestro erudito tenía una afición especial por Virgilio, cuya obra poética había aprendido de memoria en la juventud, y lo consideraba uno de los tres grandes legados de la autigüedad clásica (junto a Homero e Hipócrates). Menéndez Pelayo critica con dureza las afirmaciones de Mayans que atribuía una traducción, con pruebas insuficientes, a Fr. Luis de León. Pero independientemente del acierto o error de nuestro erudito en la atribución al gran agustino, es necesario confesar el mérito de la empresa en un país donde los clásicos, ni en sus textos latinos, ni en sus traducciones, han tenido buena acogida. Aparte, claro está, de que sus noticias sobre la historia del humanismo español constituyeron una valiosa aportación. La idea era pedagógica, y así lo expresa el erudito en la Vida de Virgilio, dedicada a Roda: "Ceso pues de molestar a V.Exa. y me contento con desear que este mi pensamiento de reimprimir las mejores traducciones castellanas de la obras de Virgilio para instrucción de la juventud española, merezca la sabia aprobación de V.Exa."

La última obra, y quizá una de las de mayor alcance, la edición de Opera omnia de Juan Luis Vives, está incluida en su interés por los clásicos y los humanistas, pero su intencionalidad es más profunda. Junto a los valores clásicos y el mérito de nuestros humanistas, está la religiosidad del gran valenciano del Renacimiento. Vives fue un autor de la preferencia de Mayans, y son múltiples las manifestaciones. Así el prólogo a la traducción de los Diálogos hecha por Coret (1723), la paráfrassis de la Introductio ad sapientiam que sirvió como base de su Espejo moral (1734), los consejos de lecturas y estudios de sus trabajos de retórica o de filosofía, el intento de editar Opera omnia en 1752, la publicación de la Introductio ad sapientiam según versión de Astudillo, la propuesta del De veritate fidei christianae como texto en la Idea del nuevo método, son pruebas de una preferencia literaria y religiosa. Y, cuando pudo, llevó a la práctica la gran edición de sus obras. Más aún, según la documentación que poseemos, queda claro que don Gregorio deseaba editar los textos latinos de Vives, incluso de los Comentarios a De civitate Dei de san Agustín, con las traducciones castellanas de sus obras.

Para llevar a cabo tan ambiciosa empresa, Mayans necesitaba de una protección económica. No podía pagar los gastos de una edición tan costasa y de semejante envergadura, sobre todo, si a los ocho volúmenes en folio se añadía el texto de los Comentarios a san Agustín y las traducciones castellanas de sus obras. Por eso tuvo que buscar el favor del arzobispo Fabián y Fuero. No sabemos cómo se volvió a reconciliar con el Prelado después de las divergencias y ruptura con motivo de la Gramática latina y el rectorado de Juan Antonio. Pero, de hecho, parece claro que en 1779 el acuerdo entre erudito y Arzobispo era claro. Porque, Cerdá Rico pretendía incluir la Vida de Vives entre sus Clarorum hispanorum opuscula selecta y rariora: "Tengo entendido que se emprende ahí la reimpresión de las obras de Juan Luis Vives, lo que será de mucho honor para nuestra Patria. Sin embargo, no desisto del pensamiento de incluir en mi colección algunos opúsculos de este autor, para adornarla con la vida que Vm. ha escrito de él" (5-X-1779). Entre las noticias comunicadas en la correspondencia entre ambos historiadores, aparece clara la idea de editar la biografía de Vives, pero don Gregorio se encontraba inquieto porque había sufrido una enfermedad, y "yo no puedo fijar el entendimiento en asuntos serios, antes que mi cabeza se fortifique, como lo espero en Dios. Tengo cartas de Vives que no entran en la colección y pueden entrar en los opúsculos" (18-IX-1779).

Sin embargo, el trabajo ya estaba muy adelantado, pues unos días antes había escrito al mismo Cerdá: "A la Vida de Vives no le falta sino que yo tenga un par de meses para ordenarla; no componerla, porque la escribí por partes, así como la carta insigne del Origen y progreso de la impresión en españa hasta el año 1500; porque solamente he de invertir el orden, lo cual dije al Sr. Velasco que haría en obsequio suyo, cuando mi salud me lo permitiría y estaría yo para disfrutar en parte un apuntamiento suyo Yo todavía espero fortificar mi cabeza, cuya debilidad es menor de día en día; pero ha de saber Vm. que no me atrevo a trabajar, porque no estoy para ello" (4-IX-1779). Don Gregorio no acababa de definir su gran proyecto, pero aseguraba continuar la redacción de la biografía. Sólo en 1780, cuando Monfort publicó la Idea editionis de Opera omnia de Juan Luis Vives (1780), se vio con claridad el ambicioso proyecto.

La biografía y edición de Opera omnia de Vives ha suscitado muchos comentarios, no siempre favorables, porque la investigación histórica sobre nuestro humanista ha progresado enormemente. Mayans no intentó hacer una edición crítica, sino, como él mismo dijo, facilitar su lectura y conocimiento, "ut editio sit correcta, et probabilis hominibus non fastidiosis". Es decir, buscó las obras que pudo y algunos amigos (Roda, Agustín Sales) le comunicaron y que él copió; y acabó dando en general el texto del ejemplar de la edición de Basilea (1555) y del Epistolarum farrago (Amberes 1556). Como decía Laureano Robles, que señaló las cartas que faltaba en el corpus mayansiano, "El inventario de las cartas escritas de Vives no está cerrado. Pueden éstas ampliarse y llegar a localizarse nuevos textos". En efecto, a las cartas cruzadas entre Vives y Cranewelt, publicadas por Henry De Vocht (1928), aludidas por Robles, hay que añadir las últimamente publicadas por Joseph Ijsewijn en 1993. Y, por supuesto, a don Gregorio no se le podía exigir el conocimiento actual del ritmo de la edición de las obras de Vives que ha establecido el historiador mejicano E. González y González.

Ahora bien, una de las censuras que se ha hecho a nuestro erudito es la genealogía de Vives, incorporada con posterioridad en un cuadernillo en la Vivis Vita, pues no está incluida en el texto. No es necesario decir, a estas altunas, que la genealogía es falsa, aunque nadie sospechaba entonces las raíces judaicas del humanista. Sólo en el siglo XIX habló Amador de los Ríos de la ascendencia judía de Vives (1875) y Abdón Salazar lo afrmó con seguridad, acusando a Mayans de que, habiéndolo sabido por comunicación de su hermano Manuel, funcionario del santo Oficio, lo ocultó. Desconozco las razones concretas en que apoyaba Salazar su afirmación de que el erudito conocía los procesos inquisitoriales de la familia Vives. La correspondencia de don Gregorio con su hermano Manuel, que he podido consultar, queda interumpida en 1755. Ahora bien, Salazar ha demostrado que el erudito no es el autor de la mencionada genealogía. Aparte de las diferencias metodológicas, la genealogía aparece fuera de numeración e incrustrada después de concluida la impresión ya que, como es sabido, don Gregorio murió antes de terminar la obra. Por mi parte, he visto el manuscrito del tomo I de Vivis vita ( en el interior, con letra de Juan Antonio: "Apuntamientos para la vida de Juan Luis Vives. Tomo I"), que se conserva en el Colegio de Corpus Christi de Valencia. La obra está en embrión y no "fere ad umbiculum", como dice Juan Antonio que la dejó en la hora de la muerte. Además, la afirmación de Juan Antonio coincidiría con las palabras antes transcritas de don Gregorio a Cerdá Rico, en el sentido de que sólo necesitaba dos meses para ordenarla. Pero, en el caso concreto que nos ocupa, no aparece la Genealogia. Las páginas a las que Juan Antonio antepuso "Genealogia", autógrafas de don Gregorio, responden, apenas retocadas a Vita, págs. 1-5, muy distintas, por tanto, de la Genealogía impresa. Desgraciadamente no he podido localizar otros volúmenes manuscritos de Vivis vita.

Con estos precedentes claros, interesa constatar el temor de don Gregorio de que la Inquisición expurgase las obras de Vives. Así lo decía a su amigo Agustín Sales, el 20 de diciembre de 1762: "Sepa Vm. esta historia oculta. Yo hice quitar del Expurgatorio a Vives. No aluda Vm. a ello, pero puede decir que todo el mundo le lea ya sin obstáculo, después de haber pasado aquel tiempo de tantas sospechas en hombres grandes, como Juan de Vergara, Luis de León, maestro Ávila, S. Borja, S. Teresa y Granada". Una pena que nuestro erudito no especificara de qué medios se valió para sacar del Expurgatorio inquisitorial la obras de Vives. Nos hubiera clarificado algunos puntos oscuros de la historia del vivismo. ¿O prefería aplicar, en este caso, la teoría expuesta en carta del 18 de abril de 1750 al P. Burriel sobre el silencio en determinados asuntos? "Entre la verdad y la mentira no hay medio. El que V.Rma. quiere hallar es metafísico en cosas físicas. Yo vengo bien en que se observe el silencio en algunos asuntos que, tratados con verdad, provocarían la ira de los poderosos y más terribles. Pero hablar con mentira nunca conviene". De hecho los trabajos de Palacio y De Palacio, de la Pinta Llorente, de Angelina García y R. García Cárcel, han esclarecido definitivamente la genealogía judaica del gran humanista valenciano.

El erudito no quería, y no podía por su enfermedad, cuidar de la edición, como decía explícitamente a Cerdá Rico el 28 de diciembre de 1779: "No quiero encargarme de la impresión (de Vives) por falta de mi salud y de mis ayudantes. Mi canónigo está ocupado con su iglesia. Tengo escrita la Vida, pero quiero repulirla, y que se diga que es mía, y que todo sea a gloria de Dios. Espero que será bien recibida esta obra en toda Europa". Y un año después, hablando al portugués Villasboas, de la edición de Vives, escribía: "En su vida no haré alarde sino de las impresiones originales que he visto, porque la repetición de las demás no es para Valencia, y el cotejo de todas (palabra ilegible), y para mi edad, imposible. Antes de mis enfermedadess me hubiera aprovechado mucho de la eruditísima epístola de V.Exa.. Ahora solamente puedo emplear la admiración de la exactísima erudición de V.Exa a quien venero como insigne maestro" (16-XII-1780). Otro testimonio de que don Gregorio no pretendió, ni pudo, realizar una edición crítica de la Opera omnia de nuestro humanista. Pero, a pesar de las afirmaciones del erudito en la carta a Cerdá, fue Juan Antonio quien cuidó de la impresión.

Si don Gregorio dejó redactada la Vivis vita redactada, "quasi ad umbiculum", de hecho, como dice Juan Antonio en carta de 11 de junio de 1782 a Vicente Blasco, no la acabó. Pero, fuera cual fuera el estado en que dejara la Vita, junto con la Idea editionis y la estructura de la edición de Opera omnia, es lo único que podemos afirmar pertenece a don Gregorio. La edición de los ocho volúmenes, que aparecieron desde 1782 a 1790, es obra de su hermano Juan Antonio. ¿Pero quién decidió excluir los Comentaria al De civitate Dei de san Agustín, o de las traducciones castellanas conocidas del humanista? ¿Fue el arzobispo Fabián y Fuero, o el mismo Juan Antonio? Éste, según ha demostrado Amparo Alemany tenía personalidad suficiente para tomar decisiones después de la muerte de su "hermano y señor", como solía llamar a don Gregorio, pero en ningún caso se hubiera atrevido a modificar la idea original de su hermano.

¿Razones para cambiar la Idea editionis? Tres razones expone Moreno Gallego, en su tesis doctoral, Juan Luis Vives en la España moderna: fama y fortuna de su figura intelectual, para explicar el cambio. La enorme extensión que hubiera adquirido la empresa, si se hubieran incluido los Comentaria a san Agustín y las traducciones, pues también pensaba añadir la versión del De subventione pauperum de Nieto Ibarra, que acababa de aparecer. La edición alcanzó los ocho volúmenes en folio, y las proyectadas adiciones hubieran costado esfuerzo y, sobre todo, más gastos al arzobispo protector. Más aún, la sospecha que, desde la Contrarreforma, suscitó la obra de Vives, y en especial los Comentaria, que habían sido prohibidas por las inquisiciones romana y española, continuaba y ya hemos visto algunos testimonios. Y, finalmente, la fuerza del grupo tomista, cuya cabeza visible era el arzobispo Fabián y Fuero, que se podría ver ofendido por las acusaciones de Vives a los dominicos en la Dedicatoria de la obra. Ninguna de las razones parecen afectar directamente a Juan Antonio, antes bien inclinan a pensar que la decisión correspondió al Arzobispo, que, en todo caso, tuvo una parte decisiva en la consecución de las licencias del Consejo y en la distribución de los ejemplares entre los políticos.

De cualquier forma, la edición puso al alcance de los estudiosos la obra de Vives. Si a esto unimos, la difusión del pensamiento del humanista entre la masa de lectores por medio de las traducciones, Diálogos y la Introducción a la sabiduría, es menester confesar que la actividad del erudito de Oliva en la difusión del pensamiento de Vives, muy en consonancia con sus preferencias literarias y religiosas por el humanismo cristiano, merece los mayores elogios. Como escribí en otra ocasión, señalando la conexión entre sus preferencias literarias y su pensamiento religioso: "Fr. Luis de León o Vives, no le atraen exclusivamente por el dominio de la lengua castellana, o latina, sino también por su pensamiento reformista y su religiosidad". Era, en el fondo, aunque no acabada personalmente, el ideal de su vida, de recoger la herencia de los humanistas cristianos.

   Los últimos años del erudito

La vida de Mayans en Oliva fue sana y en contacto con la naturaleza. Gozó de buena salud, y en escasos momentos alude a sus enfermedades. Los amigos también lo reconocían, como decía José Nebot, con cierto buen humor. "No sé si la práctica de trabajar habrá dado a Vmd. alguna regla para eximirse de esta penalidad...Cada día veo su robustez en el trabajo literario; Vm. es como el Abulense de quien se decía habebat caput ferreum, et ventrem aeneum" (6-IX¿ y 6-XII-1741). Es decir cabeza de hierro y vientre de bronce. Salía a pasear todos los días y, de vez en cuando, marchaba a Luchente a descansar unos días, como en 1762, según decía a Velasco, "Yo he vuelto de Luchente donde he estado ocho días sin leer, ni escribir, cosa rara" (4-X-1762). O marchaba a Guadalest a tomar buenos aires y beber aguas saludables.

Pero estas salidas eran muy esporádicas. El trabajo duro de los estudios no parecían afectarle mucho, como decía a Velasco que se veía aquejado con frecuencia de fluxiones a los ojos, consecuencia de los continuados estudios; "yo gracias a Dios no la padezco, ni otros males que ellos suelen causar". Más bien le apenaba los dolores de dientes y muelas, "que me dan más pena que las fluxiones, pues éstas molestan a tiempos, pero la falta de los dientes y muelas es perpetua y sin remedio y de malas consecuencias" Claro que, cuando escribe estas palabras, tenía 66 años. Sólo en dos ocasiones expresa en su correspondencia las molestias de enfermedades. Una en marzo de 1754, quiso arrancarse un "clavo al pie" lo que le produjo un derrame y necesitó varias semanas de reposo absoluto para curar la dolencia. Otra en el verano de 1763, en que sufrió un fortísimo resfriado, como cuenta a su amigo Velasco: "Quince días ha que padezco una terrible destilación ¿accidente que nunca he tenido¿ que ni me deja leer, ni oir leer, cuanto menos escribir. No he querido sangrarme por conservar la vista" (11-VII-1763). Hasta agosto permaneció con dificultades, aunque a continuación se sintió obligado a redactar un Memorial en favor de las tejedoras de Oliva.

También en Valencia salía a paseo cada día y gozaba de buena salud. Los viajes eran, en este caso, a Oliva, generalmente en septiembre a recoger los frutos, y el año en que no podía desplazarse, lo hacía Juan Antonio. Generalmente fletaban un barco donde cargaban muchos de los alimentos que consumían durante el año. Y, eso sí, continuaba gozando de buena salud, como decía a su hermano Juan Antonio el día de Navidad de 1773: "Entre tantos bienes como debo a Dios, es uno de ellos la firmeza de la cabeza pues, no habiendo dejado la pluma de cuatro días a esta parte, estoy como si nada hubiera escrito".

Por lo demás, la imagen de erudito austero, duro e inaccesible, que se ha transmitido de don Gregorio, ha propiciado el olvido de la persona amable, generosa y obsequiosa que fue en su vida. Padre afectuoso y comprensivo con los hijos y amigo fiel. Con los hijos pequeños, tuvo delicadezas y tolerancia. Se preocupó con pasión por su salud, y en esto podremos decir que cumplió con su obligación, como hace cualquier padre. Pero fue comprensivo con los juegos y libertad de los pequeños. Valga un ejemplo simbólico. Cuando Gabriel Cramer, el editor de Ginebra, visitó por segunda vez al erudito en Oliva, iba acompañado de un amigo. Le parecía excesiva libertad presentarse con otra persona, desconocida y sin previo aviso, por lo que solicitó licencia. La respuesta de don Gregorio supone un respeto por las exigencias de su gente menuda: ""Acuérdese Vm. de que tomó posesión de esta su casa, y así venga a continuarla cuando quiera, advirtiendo a su compañero que, antes de entrar en casa, deje el ceremonial, piense que ha de tener una mesa muy frugal, que ha de permitir a mis niños que hagan ruido siempre que se les antoje para que todos estemos contentos, y a cada uno hacer mala cara siempre que reinare el mal humor; que la voluntad yo aseguro que será buena, acompañada de un sincero deseo de servir a Vm." (22-VI-1758).

No podemos reconstruir los juegos del erudito, si los hubo, con sus hijos, pero las cartas conservadas demuestran un gran afecto y generosidad. En las cartas a su hermano, recuerda con interés las circunstancias familiares y se preocupa por la salud y bienestar de la numerosa familia. Como cualquier padre se interesa por los estudios de sus hijos, aunque no parece que le siguieran en el interés por las letras. Y el erudito era consciente. Así se expresaba en una carta de diciembre de 1762 al marqués de la Romana: "Para instruir a mi hermano Juan Antonio y a mis hijos, entresaqué de la Gramática de Correas (por estar escrita en español) las reglas de los géneros y de los pretéritosy supinos; y unas pocas reglas de construcción, aclarando y mejorando muchas reglas y dejando lo demás al uso y a la instrucción verbal. Y de esta manera mi hermano ha logrado un gran conocimiento de la lengua latina, porque ha tenido aplicación, y mis hijos, que no la tienen tal, están luchando con los preceptos"

Sus amigos catalanes comentaban que el hijo primogénito Miguel no era apto para los estudios, y de hecho no pasó por la universidad, antes bien hizo vida de noble. Heredero de los bienes vinculados, salía a cazar con el hijo del conde de Faura, y don Gregorio le compró un espadín con guarnición de acero liso, que costó 165 reales.Valga como expresión de la actitud del erudito, las palabras de Pingarrón, que fue el encargado de comprarlo en Madrid: "Espero portador...para que lleve la Gramática de Iriarte y el espadín con la guarnición toda de acero, como un espejo, para Miguelito; es de los de última moda, que acaban de llegar de Inglaterra. No han venido guarniciones sueltas, y aunque pudiera haber quitado la hoja y remitir la guarnición sola, no me ha parecido conveniente, porque está bien montado, y si no gustare la hoja a Miguelito, podrá mandarlo hacer ahí y la diferencia del costo sólo era de cinco reales; su coste ha sido de once pesos" (18-II-1772). No deja de constituir un síntoma la mezcla de asuntos intelectuales con el interés por los asuntos familiares.

En 1775 Miguel casó con Teresa Vives de Cañamás, con plena satisfacción del erudito, que celebra el matrimonio en su correspondencia a los amigos Velasco o Pérez Bayer. Al hebraísta, a quien felicita por su nombramiento de arcediano de la catedral de Valencia, escribe con naturalidad: "Mi mujer, mi hermano Juan Antonio y todos mis hijos saltamos de placer, y éste recae sobre el que tenemos de haber casado yo a Miguel, mi hijo, con doña Josefa Teresa Vives de Cañamás y de tan distinguida nobleza, como sabe Vm. y de mucha virtud y discreción" (14-III-1775).Y, cuando lleguen los nietos, el erudito se manifestará encantadoy satisfecho ante las primeras manifestaciones de la viveza infantil. Constituían el encanto familiar frente al trabajo intelectual o los problemas cotidianos de la convivencia social o las divergencias intelectuales.

Intentó casar a sus hijas, pero en este sentido fracasó. María Gregoria, la mayor, murió en 1765, en vísperas de contraer matrimonio, y el dolor del erudito se trasluce en las numerosas cartas que escribe por esas fechas. Para su hija Josefa buscó el enlace con Domingo Ucho Inca, descendiente de la familia imperial de Perú, que había venido a España. Don Gregorio estaba encantado y, en muchas de sus cartas, alude a la bondad y buena cuna del pretendiente. Pero, dada su genealogía y los pactos de don Domingo con la monarquía, el erudito tuvo que solicitar la licencia de Carlos III para poder ver el matrimonio de su hija. En consecuencia, Mayans se dirigió a su amigo Roda, Secretario de Estado de Gracia y Justicia. "Hallándome yo en edad avanzada de setenta años ya cumplidos, sin haber acomodado a ninguna de mis hijas, ni a alguno de mis tres hijos..., y juntamente (Dios) me hace ver de la manera que premia la virtud y modestia de mi hija Josefa, puesto que don Domingo Ucho Inca, persona tan ilustre, como es notorio, me ha manifestado la inclinación que tiene a dicha mi hija y que, pareciéndome bien, suplicará al rey nuestro señor que se digne su real licencia para casarse con ella" (24-VI-1769). Pese a la especial protección de Carlos III, que supone el erudito, sobre Domingo Ucho, el Secretario de Estado de Gracia y Justicia no respondió. Calló asimismo cuando en noviembre del mismo año, Ucho Inca marchó a la Corte "a pretender la recompensa que su majestad quiera darle por las encomiendas que cedió en su favor para establecerse en España decentemente". Y don Gregorio entendió el sentido del silencio administrativo. El proyecto de matrimonio de su hija Josefa desparece de las preocupaciones familiares.

Dos miembros de la familia preocuparon especialmente a don Gregorio: su hermano Juan Antonio y su hijo José. De Juan Antonio, que había sido desde su infancia el compañero, tanto durante sus años de catedrático de la Universidad de Valencia como en Madrid como bibliotecario real, se preocupó siempre: intentó conseguirle el arcedianato de Alcira por adquisición de la coadjutoria con derecho a sucesión, logró del Confesor de Felipe V, P. Clarke, un beneficio sobre la mitra de Orihuela, solicitó un beneficio de la duquesa de Gandía, emprendió los trabajos regalistas en colaboración con Jover con el fin de conseguir un beneficio simple para su hermano, alcanzó el beneficio simple de Tarancón por gracia del P. Rávago, y peleó, desde 1768 hasta 1774, por conseguir un canonicato en la catedral de Valencia. Durante los meses de residencia de Juan Antonio en Tortosa, como arcediano de Culla y canónigo de la catedral tortosina, las cartas del erudito a Roda, Campomanes, Confesor de Carlos III y a los Consejeros de Castilla, se convirtieron en un tema monocorde: la necesidd del nombramiento de Juan Antonio como canónigo de la catedral de Valencia para poder estar juntos y trabajar en la historia de España.

No menos preocupado aparece por situar a su hijo José. Fue el destinado, en el real decreto del 21 de noviembre de 1766, para que gozase de una renta en beneficio eclesiástico. Nunca se presentó la ocasión y, en verdad, el erudito no lo reclamó. José estudió Derecho y cumplió con las actividades académicas normales: conclusiones, intervención en actos públicos... Pero, cuando don Gregorio se vio mayor, y sin colocar a sus hijos, la solicitud por una plaza en una Audiencia o Chancillería se hizo obsesiva: ensalzó los méritos de su hijo, recordó sus propios trabajos en favor de las regalías o de los libros en favor de la cultura española. Todos los méritos valían para colocar a su hijo José. En este sentido, llegó a solicitar una plaza en una Audiencia de América, y Lanz de Casafonda le recordó los gravísimos inconvenientes que semejante nombramiento entrañaba. Al final, logró el erudito su deseo. Manuel de Roda, a quien había dedicado en los últimos años varios libros, le escribía el 10 de septiembre de 1781: "Mi dueño, amigo y señor. Tiene Vm. a su hijo Dn. José Alcalde del Crimen de la Chancillería de Granada. El rey con gran satisfacción y gusto lo ha nombrado para la plaza, que resulta vacante por la promoción a la de Oídor del más antiguo Alcalde de aquella Sala". Y Roda señala los méritos alegados: la audiencia de El Escorial de 1766 y los libros que desde entonces don Gregorio había publicado en beneficio público y lo bien educado que era el hijo del erudito. José, que en esas fechas estaba en Madrid, aceptó con gusto la plaza y el Ministro espera que don Gregorio "goce del consuelo de ver puesto en carrera a su hijo y que desempeñe su obligación con honor de su padre".

De hecho constituyó la última satisfacción del erudito. Porque también su salud se había debilitado. En 1778 su salud se resintió. El 12 de diciembre comunicaba a Roda los dos ataques que había sufrido y al día siguiente de Navidad escribía a Pérez Bayer, con mayor amplitud. Agradecía que en su carta le llamara "amigo", después de las fuertes divergencias que los habían separado, y explicaba el fracaso en sus intentos de reformar los estudios universitarios, especialmente de la lengua latina, al tiempo que contaba las dificultades surgidas en las oposiciones a canónigos. Y añadía: "Yo he estado en los confines de la vida y de la muerte: dos veces he recibido el santo Viático, una en Oliva, otra en Valencia. He vuelto sobre mí. La misericordia de Dios me ha despertado. No quiero sino servir a mi Señor Jesucristo. Vm. ruegue por mí. Convalezco, mi cabeza está muy débil. Será muy poco lo que podré trabajar, pero pensaré en publicar algo de lo mucho que he trabajado".

Bayer estuvo a la altura: agradeció que, en momentos de tan gran debilidad, le contestara con amabilidad y repitió su afecto y amor. Y, por descontado, en todas las cartas siguientes, se interesó por el estado de salud del erudito, celebrando que hiciera caso de los consejos médicos y no se fatigara. Don Gregorio se recuperó. Publicó el Tractatus de hispana progenie vocis Ur, que tenía escrito desde 1755, Oraciones de algunos misterios de la religión cristiana (1779), el Índice de libros de milicia terrestre y marítima (1780) y, sobre todo, continuó preparando la edición de Vives, cuya Idea editionis apareció en 1780. Pero su salud no acabó de robusterse. Como decía a Pérez Bayer el 13 de julio de 1779: "De cada día siento más las incomodidades de la vejez. Téngame Vm. por inútil, pero siempre por deseoso de emplearme en su servicio". Sin embargo no dejó de trabajar, como lo demuestra la frecuencia de cartas eruditas que sobre la historia de la literatura española cruzó con Cerdá Rico

Pero la máxima preocupación era colocar a su hijo José y aprovechaba cualquier ocasión para recordar a sus amigos, políticos o eclesiásticos la angustia de dejar desprotegido a su hijo. La noticia que le proporcionó Roda con la noticia del nombramieto de su José como Alcalde del Crimen de la Chancillería de Granada le llenó de alegría como se trasluce en la carta de gratitud al Ministro. Pero el cuerpo de don Gregorio no resistía más. El marqués de Almodóvar, que había publicado bajo pseudónimo, Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia, le envió un ejemplar, sin especificar el autor pero solicitando su juicio. El erudito contestó como pudo, aquejado por la grave enfermedad de su mujer, al tiempo que expresaba su cansancio. "Yo tengo la cabeza cansadísima por lo mucho que he trabajado, y con todo eso no me atrevo a dejar la lectura".

Su amada Margarita sufrió una hemiplejía, y don Gregorio, a sus ochenta y dos años, emprendió el camino de Chulilla para ver si lograba la recuperación de su esposa. Las cartas familiares a sus hijas son conmovedoras por el afecto que expresan y la confianza y cordialidad. Pero las aguas termales de Chulilla nada consiguieron. Margarita Pascual murió a principios de noviembre de 1781, y las cartas de condolencia que recibió el erudito son numerosas. El 16 de noviembre le escribía el Consejero Sisternes Feliu, lejano familiar del erudito, dando el pésame y comunicando que detuvieron a su hijo José, que quería volver a Valencia a acompañar a su padre en tan doloroso trance, e indicándole la conveniencia de su traslado a Granada para incorporarse a su cargo de magistrado. Y unos días después, el mismo Almodóvar, acompañaba al erudito "en su justo sentimiento con que le considero por la muerte de su esposa, y pido a Dios le dé a V.S. muchos años de vida para encomendarla a su divina Majestad" (23-XI-1781).

La gracia solicitada por Almodóvar no podía ser concedida. Don Gregorio no resistió el golpe de la muerte de su amada Margarita y el 21 de diciembre a las seis y cuarto de la tarde entregaba su alma a Dios. Su siempre fiel Juan Antonio nos cuenta los últimos minutos de vida del erudito. En carta al obispo de Beja, Manuel do Cenáculo Villaboas, el 29 de diciembre, apenas una semana después de la muerte, escribía: "Su fin ha sido el que correspondía a una persona más virtuosa que sabia. El miércoles, en que contamos 19, después de haberse levantado, rezado y oído un rato la leyenda del incomparable Duguet, autor suyo privado y valido, le acometió a las ocho dadas de la mañana, una apoplejía violenta. Se acudió incontinente al remedio, siendo el primer paso decirle el peligro en que se hallaba, a que respondió Anem a obeïr a Deu. Se confesó y recibió el santísimo Viático, con singular edificación de los asistentes, sin haber dado lugar más que para esto, por haberse atroneado; solo, que aquellas manos, que perdieron el movimiento, le recobraron para tener la vela encendida en la recomendación del alma" En ese momento estuvo acompañado por el magister Vicente Pascual Lanzola, que le comunicó el gravísimo estado de salud, y a quien don Gregorodirigió las últimas palabras: "Cuidem vosté de Joan Antoni"

Valgan como recuerdo de la pena con que fue acogida por los amigos del erudito, las palabras de Juan Antonio a su amigo Antonio Martínez Pons, canónigo de Tortosa y hermano del Consejero de Castilla, escritas el 29 de diciembre, apenas unos días después de la muerte del erudito: "Debo a Dios el beneficio de que, en el golpe que más temía, encuentro singular consuelo y veo visiblemente la mano todopoderosa de su misericordia derramando favores que sólo su omnipotencia podía conceder y su sabiduría ordenar. El principal es el buen acabamiento del difunto, cuya virtud era superior al saber. El Ilmo. Sr. Bayer todas las noches viene a consolarnos y ha llorado al difunto con gran ternura, de que le estoy muy agradecido. Al Sr. magister D. Pascual Vivente Llanzola debe esta casa lo que no es ponderable en todo género de asuntos y favores". Don Gregorio había descansado en paz. Los problemas familiares, posteriores a su muerte, son otra historia, cuyo protagonista principal fue su heredero intelectual, el canónigo y colaborador ideal en las empresas literarias, Juan Antonio Mayans.

Vida trabajada y dura la de don Gregorio, empleada en el interés por el resurgirmiento de la cultura hispana. Su vida coincide con una época de transición, y su trabajo, esfuerzo e interés contribuyeron a superar la decadencia. Heredero de los novatores, y anclado en la tradición humanista hispana de los mejores tiempos, Mayans constituye un intento de armonizar las mejores tradiciones culturales del mundo occidental: la cultura greco-latina, de la que era un gran conocedor, el humanismo renovador del Renacimiento y el criticismo histórico que, partiendo de Mabillon, había entrado en la cultura ilustrada. Todo ello, unido a los adelantos científicos modernos. Eso sí, dentro de su ortodoxia católica inconmovible, porque para don Gregorio el cristianismo era síntoma de la búsqueda de la verdad y, como buen humanista cristiano, nunca encontraba contradicción entre el estudio de la naturaleza con la aceptación de la verdad revelada. La historia de su vida es la narración de éxitos y de fracasos, de elogios y de críticas. Pero no deja de constituir todo un síntoma el hecho de que su actitud crítica y renovadora encontró la mejor acogida en Europa, pero excesivas contradicciones en España.

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