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Juan Luís Vives - Índice... > La formación de la mujer... > Libro primero: Las doncellas > Libro primero: Las doncellas. Capítulo IV: La formación de las doncellas / Cap. IV. De doctrina puellarum

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 53] Capítulo IV

LA FORMACIÓN DE LAS DONCELLAS

1. Pienso que en la formación de la muchacha se ha de poner mucho más empeño del que cree la mayor parte de la gente. La naturaleza del cuerpo humano siente desde sus orígenes una inclinación constante hacia el mal, y por propia inercia se ve arrastrado hacia él, tal como se dice en las profecías sagradas. Los depravados, que surgen por doquier, lo empujan a eso mismo y puede que sean o bien maestros o bien inductores a la maldad. A cualquier parte que te encamines, palabras y actos deshonestos aguijonean nuestros ojos. Perecemos porque nuestro pensamiento tiene propensión hacia la maldad, perecemos por tantos ejemplos y tanta conspiración como hay contra el bien y, sobrepasando todo lo demás, nos ocasiona el más terrible de los males ese hostigamiento aciago del demonio. Pero si no existiera nada que actuara en beneficio del bien, ni las admoniciones, ni los preceptos de sabiduría del recto vivir, ¿qué otra cosa le quedaría al hombre desgraciado en los terribles momentos de su desventura? Bien se nos trataría a nosotros si, incluso el hecho de conocer el bien, pudiera preservarnos del acoso continuado de tantos males y, mucho más, si pudiéramos permanecer a salvo aunque estuviéramos privados y desposeidos de los buenos consejos.

He dicho que obran equivocadamente aquellos padres que desean que sus hijos conozcan tanto el bien como el mal. ¡Ojalá pudiéramos pasar la vida entre tantos hombres malos desconociendo la maldad! En cambio el bien, si no se enseña, puede que [Pg. 54] se desconozca. El mal, aunque intentes ocultarlo, no puede encubrirse, pues se presenta y aflora en cualquier parte y no se resigna a permanecer en el anonimato. Para muchos las mujeres instruidas son sospechosas, como si a su natural malicia se le añadiera el apoyo de una erudición taimada. ¡Como si los hombres no debieran realmente ser sospechosos también de semejante condición en el caso de que su erudición, impregnada de astucia, estuviese complementada con una mente depravada! Pero las pautas educativas que yo quisiera ofrecer como propuesta a todo el género humano son sobrias y puras, para educarnos y volvernos mucho mejores y no para armarnos y estimularnos hacia las perversas pasiones del alma. Y si nos referimos a la mujer, son de la misma naturaleza esos preceptos de vida y esos ejemplos de probidad cuyo conocimiento, si resulta perjudicial, no llego a entender cómo el ignorarlos pueda ser útil.

¿Qué, pues? ¿Quieres que tu hija esté habituada al mal e ignore el bien? ¿Deberá, por consiguiente, conocer las sendas que conducen al crimen e ignorar las que se alejan de él? ¿Tan negativamente juzgas el hecho de conocer los bienes hasta el punto de creer que nos van a perjudicar, siendo así que el conocimiento de los peores males no nos daña? Porque tan pronto como ella sea invadida por aquel vicio al que se ha, acostumbrado, ¿de qué forma la honestidad le servirá de defensa si en modo alguno la ha conocido? Pero si nos complace esta idea, ¿por qué las llevamos a los sermones sagrados? ¿Por qué las instruimos nosotros mismos, las castigamos y les recordamos los mejores consejos? Según mi parecer valdría más apartarlas al campo, debilitar y anular por completo su inteligencia, si es que la tienen, hasta convertirlas, por fin, de personas en bestias y, así, se encontrarían a mayor distancia de la sabiduría.

El filósofo Aristóteles 50a pregunta por qué los flautistas y los músicos que, seducidos por un salario, cantan en festines y celebraciones, a quienes el pueblo de Grecia apodaba «dionisíacos» y que continuamente están entregados a los placeres, jamás alcanzaban bien alguno sino que, por el contrario, pasaban toda la vida neciamente entre prácticas desenfrenadas. A renglón seguido responde [Pg. 55] que esto sucede porque al vivir de continuo rodeados de placeres y entre banquetes, sin tener jamás ocasión de escuchar los preceptos de la filosofía que corresponden a la manera de vivir de acuerdo con la virtud, ni tampoco ver a nadie durante toda su existencia que viva honestamente, no saben llevar una vida distinta de la que aprendieron bien por el oido, bien por la vista, bien por la práctica. En efecto, no han visto nada, no han escuchado nada, ni a nada se han acostumbrado sino a lo voluptuoso, a aquello que hacen los animales, hallándose siempre entre cantos y gritos discordantes, entre personas que bailan, que besan, que ríen, que comen, que beben, que vomitan o entre quienes muestran una alegría desbordante, rechazando también toda preocupación por la reflexión y las buenas costumbres; por tanto, necesariamente reproducirán estas mismas acciones en sus costumbres y en toda su vida.

2. No encontrarás con facilidad una mujer mala si no es aquélla que ignora o no considera adecuadamente qué bien tan enorme es la honestidad; qué delito tan inmenso comete si la pierde; qué tesoro tan incalculable cambia por un placer aparente, vergonzoso, pequeño y momentáneo; qué cantidad tan grande de males admite a la vez en su mente si rechaza la castidad; ni tampoco considera atentamente cómo es el placer corporal, qué cosa tan necia y vana es y por el que ni siquiera deberíamos mover una mano, y con mayor razón para rechazar aquello que en la mujer es el tesoro más hermoso y sobresaliente que puede encontrarse; cuán trivial y superficial es peinarse meticulosamente, ataviarse, embellecerse y ponerse demasiados adornos, cuán pernicioso resulta atraer hacia sí las miradas y los deseos de los demás. Porque la doncella que ha aprendido estas cosas y otras similares, bien sea por su virtud natural, bien sea por la disposición bondadosa de su espíritu, con el pecho fortalecido y repleto de santos consejos jamás dispondrá su ánimo a admitir algo que sea torpe, pero si lo dispone, apoyada como está por tantos preceptos de probidad, por tantos santos consejos y admoniciones que la ayudan a alejarse del mal, puede deducirse qué le podría acontecer de no haber oido hablar jamás sobre la honestidad.

3. Y si es cierto que nos agrada recordar e interpretar tiempos pasados, apenas si podremos encontrar una mujer que esté instruida [Pg. 56] y a la vez sea impúdica. Todo lo contrario, la mayor parte de los vicios de la mujeres de nuestra época y de siglos anteriores (y que realmente son mucho más abundantes entre las mujeres cristianas de lo que lo fueron en ningún otro pueblo pagano o bárbaro) surgieron de la ignorancia, porque ni leyeron ni oyeron jamás los egregios consejos de los Santos Padres sobre la castidad, el retiro, el silencio, los adornos y el refinamiento femenino. Si ellas hubiesen conocido de alguna manera estos consejos, no habría sido posible que la situación llegara a alcanzar este punto de insolencia tan insoportable; sus razones, unidas a su prestigio, hubieran ahogado los vicios en el momento de nacer y los hubiesen reprimido en las etapas de su progreso. Probablemente alguien pueda aducir, de entre toda la historia de los paganos, alguna que otra, como la gran poetisa Safo, que no amó a Faón con bastante fidelidad 51; como Leoncia, la concubina de Metrodoro, que lanzó un escrito contra Teofrasto 52; como Sempronia, una erudita de las letras latinas y griegas, de la que Salustio dice que mantuvo su pureza con poco recato 53.

¿Acaso yo mismo no tengo la posibilidad en mis manos de enumerar, como contrapeso de esas tres, otras muchísimas, a las que su erudición condujo a las máximas virtudes, no sólo entre nuestras mujeres cristianas sino entre las paganas? Pero antes de aplicarme a esto voy a decir alguna cosa de aquellas tres. He leído escritores de gran renombre que opinan que Safo, la poetisa lírica más erudita originaria de la isla de Lesbos, no era la misma que moría de amor por Faón sino que era otra, dotada de una erudición tan vasta como de una gran moderación en su vida. Leoncia no llegó instruida a casa de Metrodoro, sino que fue en la misma casa del filósofo donde recibió toda la erudición, precisamente [Pg. 57] una clase de educación que ayuda bien poco a formar las costumbres, a saber, la epicúrea, una doctrina que lo mide todo bajo la óptica del placer. Este es el motivo de su animadversión hacia Teofrasto, ya que acataba la teoría del placer. La educación que proponía Sempronia no es la que nosotros ofrecemos para la mujer honesta, consistente en unas normas morales y un método que nos permitan vivir honestamente, sino que se preocupaba sólo de un determinado modelo de lenguaje, un tanto refinado, en el que no queremos que se ponga un excesivo esfuerzo. Esto mismo podía aplicarse a la poetisa Safo.

4. Si por el contrario enumeramos a todas las doctas, alcanzarían un lugar preeminente éstas: Cornelia, la madre de los Gracos la cual educó a sus hijos siendo ella misma un ejemplo de honestidad 54, Lelia 54a, las Mucias 54b, Porcia, la esposa de Bruto, que bebió copiosamente en los sabios consejos de su padre Catón 54c; Cleobulina, hija de Cleóbulo, uno de los siete Sabios de Grecia, quien vivió tan entregada a las letras y a la sabiduría que, menospreciando toda clase de placer carnal, permaneció toda su vida virgen 55; la hija de Pitágoras siguió el ejemplo del padre, dirigió la escuela una vez que él hubo muerto y estuvo al frente del coro de las vírgenes; Téano, natural de Metaponto, perteneció a la misma escuela y doctrina, siendo igualmente conocida por su don profético y brilló también por su singular castidad 55b. Cuenta San Jerónimo [Pg. 58] que las Sibilas fueron diez y todas ellas vírgenes; asimismo leemos que Calandra y Criseida, ambas profetisas de Apolo y Juno, fueron vírgenes 56. La virginidad fue una virtud común entre todas las mujeres vates. La Pitonisa en Delfos, que no podía ser sino una virgen, era quien respondía a quienes iban a formular preguntas 57; dicen que Femónoe, la primera de entre ellas, fue la inventora del verso épico.

Valerio Marcial resalta que Sulpicia, esposa de Caleno escribió unos preceptos sobre el matrimonio, pero ella personalmente los había seguido antes en su vida: «Lean -dice- a Sulpicia todas las doncellas que deseen complacer a su único varón; lean a Sulpicia todos los maridos que deseen agradar a su única esposa. Ella enseña castos y piadosos amores, diversiones, goces y delicadezas. Quien valore justamente los versos dirá que no hay otra mujer más santa». Hay constancia de que en aquellos tiempos no hubo ningún marido más feliz que Caleno mientras tuvo por esposa a Sulpicia 58. Hortensia hija del orador Hortensio, imitó a su padre en el arte de hablar hasta el punto que, como mujer honestísima y venerable que era, ante los triunviros pronunció un discurso sobre la defensa del sexo femenino en la fecha prevista para conmemorar la constitución de la república romana, y que las generaciones posteriores leyeron no sólo como reconocimiento y loa hacia la elocuencia de la mujer sino también con intención de imitarlo, al igual que hicieron con los escritos de Cicerón y Demóstenes 59.

La alejandrina Alesia, que estaba emparentada con el filósofo Siriano, fue como un milagro para su época debido a su enorme [Pg. 59] cultura y a la pureza de sus costumbres 59a Corina de Tanagra, hija de Arquelodoro, una jovencita de increíble prudencia, venció en cinco ocasiones al poeta Píndaro en certámenes de poesía 60. De Erina de Ceos, que murió en la época de Platón antes de cumplir los veinte años, se dice que alcanzó la perfección de Homero por la grandiosidad de sus versos épicos, aunque a éste se le compare al dios Apolo 61. La doncella cristiana Eunomia, según se lee en San Jerónimo, hija del rétor Nazario, consigue igualar a su padre en elocuencia. Paulina, instruida en la doctrina de su esposo Séneca, trató de igualar también sus costumbres 62. El propio Séneca se lamenta de que su madre Helvia, a instancias del marido solamente se había empapado en los preceptos de los sabios sin haber alcanzado una formación mayor 63.

Pola Argentaria, esposa de Lucano, fue quien corrigió la Farsalia tras la muerte de su marido y se dice que también ayudó al poeta a escribirla, siendo como era distinguida por su linaje, riquezas, belleza, ingenio y honestidad 64. Con relación a ella la musa Calíope 65, en un poema de Estacio, habla a Lucano en estos [Pg. 60] términos: «No sólo te daré el esplendor de los versos, sino que, con las antorchas nupciales, te regalaré una mujer docta y adecuada a tu ingenio, igual que te la ofrecería la dulce Venus o Juno, radiante de hermosura, sencillez, dulzura, riqueza, castidad, encanto y elegancia» 66. Diodoro el Dialéctico tuvo cinco hijas, famosas por su sabiduría y su recato, cuya historia contó Filón, el maestro de Carnéades 67. Cenobia, reina de los palmirenos, conoció también la lengua griega y la latina y escribió libros de historia; su increible moderación, igual que la de algunas otras mujeres, será objeto de estudio en el transcurso del libro siguiente 68.

5. ¿Y qué podemos decir de las mujeres cristianas? ¿Tal vez haya que nombrar a Tecla, seguidora de San Pablo, digna discípula de un maestro tan distinguido? 68a. ¿Quizás a Bárbara, instruida por Orígenes Adamancio? 69 ¿O a Catalina de Alejandría, hija de Costo, que en los debates superaba a los más encumbrados y habilísimos filósofos? 69a. Con el mismo nombre está también Catalina de Siena, que fue virgen y dejó algunas obras, fruto de su erudición y de su talento, en las que resplandece la pureza propia de un espíritu impregnado de virtud 69b. Tampoco sentimos envidia de las poetisas paganas puesto que, en una misma casa, podemos enumerar hasta cuatro vates, todas ellas vírgenes, hijas de Felipe, en tiempos de San Jerónimo y que fueron mujeres respetabilísimas y muy doctas 69c ¡Ojalá se les pudiesen comparar en erudición algunos teólogos rancios de nuestros tiempos! San Jerónimo escribe a Paula, [Pg. 61] a Leta, a Eustoquio, a Fabiola, a Marcela, a Furia, a Demetríades, a Salvia, a Heroncia 70; San Ambrosio, San Agustín, San Fulgencio escriben a otras, admirables todas ellas por su ingenio, por su cultura y por su forma de vida. Valeria Proba, que amó solamente a su marido, compuso centones virgilianos sobre Nuestro Señor Jesucristo 71. Los historiadores cuentan que Eudoxia, esposa de Todosio el Joven, no fue menos famosa por su sabiduría y su honradez que por sus tareas de gobierno como emperatriz; igualmente se dice que compuso un centón homérico que circula entre nosotros de mano en mano 72. Las epístolas y los eruditos libros de la doncella germana Hildegarda también están en las manos de todos 73.

Nuestra época ha visto a las cuatro hijas de la reina Isabel, instruidas todas ellas y a las que he nombrado un poco antes 74. Por todos los rincones de estas tierras me cuentan, no sin elogios y muestras de admiración, que Juana, esposa del rey Felipe, madre de nuestro don Carlos, respondía en latín al instante a quienes le hacían preguntas en esa misma lengua, según costumbre entre los nuevos príncipes cuando van de pueblo en pueblo. Lo mismo comentan los británicos de su reina Catalina, hermana de Juana. Todo el mundo traslada los mismos elogios a las otras dos hermanas que murieron en Portugal. En la memoria de los hombres no ha habido mujeres con un pudor más sincero que estas cuatro hermanas, ni con una fama más pura y más intachable; ni han existido jamás otras reinas más complacientes y amables con sus propios pueblos, ni otras esposas que amaren más a sus maridos, ni otras que les obedecieran con mayor sumisión; ningunas otras que, con mayor cuidado, se conservaran a sí mismas y a los suyos más libres de mancha; ningunas a quien disgustara más la torpeza [Pg. 62] y la lascivia; ningunas que, con mayor precisión y exactitud, reunieran todas las cualidades de una mujer honrada.

En mi ciudad de Valencia estoy viendo crecer a Mencia Mendoza, hija del marqués de Zenete, que espero sea elogiada muy pronto. Si las reinas permitieran que detrás de ellas se hiciese mención de mujeres particulares, en segundo término añadiría el nombre de Angela Zabata, conciudadana mía, adornada de una rapidez y de una destreza de ingenio inverosímiles para toda clase de ejercicio literario e, igualmente, de un pudor y una prudencia singulares. También las hijas de Tomás Moro 75, Margarita, Isabel y Cecilia y su parienta Margarita Gigia, cuyo padre, no contento con que fueran muy castas, puso todo su empeño en que también estuviesen muy instruidas, creyendo que con ello lograría que sus hijas fueran castas con mayor arraigo y firmeza. En esta apreciación no se equivoca aquel hombre sapientísimo, ni otros que piensan lo mismo que él, porque, ante todo, el estudio de las letras es una práctica que absorbe por completo la capacidad intelectual de los humanos y, en segundo término, induce a la mente a la reflexión sobre las cosas más bellas de modo que aleja el espíritu de los pensamientos más vergonzosos; y si se presenta algún pensamiento de este signo, entonces la mente, guarecida con unos preceptos y unos consejos que ayudan a vivir bien, lo rechaza de inmediato o no presta oídos a un asunto tan abyecto e inmundo, siendo así que ella misma disfruta de unos goces mucho más puros, más consistentes y más decorosos que le sirven de guía.

Por lo que acabo de decir estoy convencido que la Antigüedad imaginó vírgenes a Palas Atenea, diosa de la inteligencia y las artes y a todas las Musas. Porque un corazón entregado a la sabiduría no sólo se apartará del placer del mismo modo que un objeto muy blanco se mantiene distante de lo negro y lo que está muy limpio de los sucio, sino también de las diversiones pasajeras y livianas que acechan las almas inconstantes de las muchachas, tales como los bailes, las canciones ligeras y toda una serie de pasatiempos caprichosos y necios. «Jamás -dice Plutarco- una mujer entregada a las letras se recreará en los bailes».

6. Pero tal vez alguien pregunte cuáles son las letras en las que ha de formarse y empaparse la mujer. Al iniciar esta controversia [Pg. 63] he aludido a ello. Me estoy refiriendo al estudio de la sabiduría que establece las costumbres en el camino de la virtud, ese estudio de la sabiduría que enseña a vivir en estado de perfección y de santidad. La elocuencia de la mujer es algo que nada me preocupa porque ella no la necesita, en cambio sí que está necesitada de la honradez y de la sabiduría. No es vergonzoso que la mujer esté callada, sin embargo es feo y abominable que no sea cuerda y que viva desordenadamente, aunque, por este motivo, en absoluto desaprobaré la elocuencia en el sexo femenino, esa misma que tanto Quintiliano como San Jerónimo, quien le sigue en esta cuestión, asegura que fue objeto de encomio en Cornelia, madre de los Gracos, también en Hortensia, hija de Q. Hortensio y en Eunomia, hija de Nazario 75a. Si fuera posible encontrar una mujer buena e instruida que enseñara a la muchacha, yo la preferiría a ella; pero si ello no es posible, habría que escoger un varón o de edad avanzada o que fuera muy bueno y virtuoso, que no estuviera soltero sino casado y, a poder ser, con una mujer de muy buena presencia y de la que él estuviera enamorado: de esta manera no se apasionaría por otras mujeres. Estos pormenores no debí omitirlos jamás, puesto que en el capítulo de la educación de la mujer, la honestidad reclama el máximo cuidado y no sé si el único.

Cuando a la doncella se le enseñe a leer, coja en sus manos aquellos libros que inciden en la formación de las costumbres; cuando se le enseñe a escribir, jamás deben darse como modelos a imitar versos ociosos o inútiles, sino algún pensamiento profundo, prudente y puro, extraído de las Sagradas Escrituras o alguna breve sentencia que hayan escrito los filósofos y que, cuantas más veces se escriba, con más profundidad se adherirá a la memoria. Para aprender a hablar no pongo ningún límite, tanto en el caso del varón como en el de la mujer, excepción hecha de aquél que conviene que esté muy instruido y conozca múltiples y variadas materias que redunden en su propio provecho y en el del estado, bien sea en la práctica bien en la transmisión y difusión de sus conocimientos a otros. Yo quiero que la mujer se ciña exclusivamente a aquella parte de la filosofía que se ha ocupado de la formación de las costumbres y de mejorarlas.

[Pg. 64] Además, debe aprenderlo para ella sola o, a lo sumo, para sus hijos, mientras son todavía pequeños, o para sus hermanos en el Señor; porque no es adecuado que una mujer esté al frente de una escuela, ni que trabaje entre hombres o hable con ellos, ni que vaya debilitando en público su modestia y su pudor, en su totalidad o en gran medida, mientras enseña a otros y, luego, gradualmente, los pierda. Si ella es virtuosa, le conviene más quedarse en casa y mantenerse alejada de los demás; pero si se encuentra en alguna reunión, con los ojos bajos guardará recatadamente silencio, de manera que la vean algunos pero sin que nadie la oiga.

El apóstol San Pablo, vaso de elección, cuando daba instrucciones con sagrados preceptos a la iglesia de los Corintios, dijo: «Callen en la iglesia vuestras mujeres, pues a ellas no les está permitido hablar sino que, como ordena la ley, deben estar sujetas; mas, si desean aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos cuando lleguen a casa» 76. También escribe en estos términos a su discípulo Timoteo: «La mujer tiene que aprender en silencio y con total sujeción. Yo no permito a una mujer que se dedique a enseñar ni que ejerza su autoridad sobre el marido sino que debe permanecer en silencio. Adán fue hecho primero, después Eva; Adán no fue seducido, en cambio la mujer fue inducida a la prevaricación» 77.

Por consiguiente, puesto que la mujer es un ser débil, con un juicio inseguro y proclive a ser engañada (algo que puso de manifiesto Eva, madre de los hombres, a la que embaucó el diablo con un argumento frívolo), no conviene que ella enseñe, no sea que, después de aceptar una falsa opinión sobre un tema, la transmita a los oyentes con la autoridad propia del docente y arrastre también a los demás fácilmente a su propio error, porque los discípulos aceptan de buen grado las enseñanzas del maestro. No se me oculta que, entre las mujeres, hay algunas poco aptas para el aprendizaje de las letras igual que acontece entre los varones. No debemos abandonar la preocupación por estas mujeres. Hay que presentar con palabras lo que no puede darse por escrito, y deben aprender de otras que son doctas e iguales a ellas, mientras están leyendo o cuando relatan aquéllo que leyeron.

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50a . Cf. «Constitución de Atenas», 62, 2.

51 . Faón es un héroe de la isla de Lesbos. Siendo un barquero viejo, la diosa Afrodita, como recompensa por haberla llevado en su barca, le dio una redoma que contenía un bálsamo con el que se untaba todos los días y, gracias a él, recobró la hermosura. Todas las mujeres de la isla se enamoraron de Faón y muy especialmente la poetisa Safo, que, al no verse correspondida, se precipitó en el mar desde el acantilado de Léucade.

52 . Sobre Leoncia y Metrodoro ver n. 29 y sobre Teofrasto p. 31.

53 . Salustio, De coni. Cat. Estas palabras pertenecen al c. XXV, en el que Salustio hace una semblanza de Sempronia, igual que en el c. V la había hecho de Catilina.

54 . Cornelia era hija de Escipión el Africano el Menor, el que había vencido a Anibal. Al morir el marido se dedicó por completo a la educación de sus hijos que murieron víctimas de sus ideales políticos reformistas. Estamos por asegurar que Vives toma de San Jerónimo, de su epistolario más en concreto, este ejemplo de abnegación para todas las matronas romanas.

54a . Lelia fue hija de Cayo Lelio (235-170 a.C.), amigo de Escipión el Africano.

54b . Pertenecientes a la familia de Publio Mucio Escévola, jurisconsulto romano de la época de los Gracos. Su hijo Quinto fue el famoso Pontifex Maximus en el 89, al que alaba Cicerón su elocuencia y ciencia jurídica.

54c . Porcia fue la hija de Catón de Utica. Casó en segundas nupcias con Marco Bruto, uno de los asesinos del dictador César.

55 . S. VI a.C.

55b . Téano fue, según unos, esposa y, según otros, hija de Pitágoras; por eso parece como si Vives se mostrara confuso, por lo que en él aparecen como dos personajes distintos, pero en realidad es sólo uno. También aparece en repetidas ocasiones a lo largo del tratado.

56 . Casandra, hija de Príamo y Hécuba, reyes de Troya, poseía el don profético; se mantuvo virgen a pesar de los muchos pretendientes, hasta que, una vez conquistada Troya, fue adjudicada a Agamenón. Criseida era hija de Crises, sacerdote de Apolo; raptada por los griegos también fue entregada a Agamenón como botín.

57 . Delfos está situada en un paraje natural solitario al pie de monte Parnaso. Allí tenía el templo Apolo, dios de la mántica, donde se le rendía culto.

58 . Epig. X, 35, 1-12. Vives no reproduce los doce versos sino que se salta alguno y otros los mutila. Marcial también les dedica el poema 38 del libro X. Sulpicia fue una poetisa poco conocida de la época de Marcial.

59 . El año 42 a. C.

59a . Siriano pertenece a la escuela ateniense. Aplicó la retórica al ejercicio docente. Comentó la Metafísica de Aristóteles y a Hermógenes. Fue colaborador de Plutarco.

60 . No hay datos fiables sobre su momento histórico. Algunos autores relacionan su producción literaria con el año 200 a.C. Su estilo es sencillo. Esta controversia con Píndaro la narra Plutarco. Pero como apunta A. Lesky, la conjetura de que Corina fuera coetánea de Píndaro se apoya en fundamentos modestos.

61 . Escribe La Rueca al perder a su amiga Baucis, poema del que se han salvado algunos fragmentos, en los que da muestras de su delicadeza y vivacidad. Murió muy joven.

62 . Incluso llegó a cortarse las venas como él, tal como nos cuenta Tácito en An. XV, 63, pero Nerón hizo que se las cosieran para que no consumara el suicidio.

63 . Una de las tres Consolaciones que Séneca escribió la dirige a su madre Helvia, durante el destierro de Córcega, el año 43 d.C. según la opinión más generalizada.

64 . Lucano se casó con ella poco antes de morir al cortarse las venas, por orden de Nerón, el año 65 d.C. por estar implicado en la conjura de Pisón. Pola Argentaria mantuvo vivo el recuerdo del marido y logró que otros poetas, como Estacio y Marcial, le dedicaran versos. Del primero nos da ejemplo Vives; del segundo cf. Epig. VII, 21, 22, 23.

65 . Es la musa protectora de la poesía épica, por eso es ella quien habla a Lucano en los versos de Estacio. Suele representarse con una trompeta o los poemas épicos.

66 . Silvas 2, 81-86.

67 . Los tres pertenecen a la escuela de Mégara, en el S. IV a.C. los dos primeros, y en el III el último. A Filón se le llamaba el Dialéctico, si bien es verdad que ambos se ocuparon de cuestiones lógicas.

68 . Cenobia reinó en Palmira, ciudad de Siria, capital de Palmirena.

68a . Virgen y mártir de la época de San Pablo. La leyenda cuenta que muy joven hizo voto de castidad, siguiendo al Apóstol.

69 . Nacido en Alejandría hacia el 185 d.C. Fue, según B. Altaner, el sabio más grande de la antigüedad cristiana (cf. Patrología, Madrid 1956, pp. 191 ss.).

69a . Personajes secundarios tomados probablemente de San Jerónimo.

69b . Catalina de Siena vivió en el s. XIV e ingresó en la tercera orden dominicana. Promotora de la paz y la concordia entre las ciudades. Aboga por la renovación de la vida religiosa y escribe obras de espiritualidad.

69c . Probablemente uno de los múltiples ejemplos de los que aduce San Jerónimo en su epistolario.

70 . Como se ha comprobado ya y se podrá comprobar en todo el tratado Vives reproduce muchos fragmentos de sus cartas.

71 . Dama romana convertida al cristianismo en el S. IV d.C. y que era amante de la poesía y conocía su técnica.

72 . Eudoxia, esposa del emperador Teodosio II en el S. V d.C. Influyó mucho en los medios intelectuales cercanos a él, pero al enfriarse sus relaciones se va a Jerusalén, donde se dedicó a escribir.

73 . Probablemente se refiere a las princesa alemana que más tarde casó con Carlomagno, del que tuvo varios hijos. La Iglesia la beatificó.

74 . Cf. n. 49.

75 . Mantuvo una estrecha amistad con Vives.

75a . Cf. Quintiliano, Int. Or. I, 1, 6, donde habla de Cornelia, Hortensia y Lelia, hija de C. Lelio. De Eunomia nos habla San Jerónimo.

76 . 1 Cor. 14, 34-35.

77 . 1 Tim. 2, 11-13.

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