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Juan Luís Vives - Índice... > La formación de la mujer... > Libro primero: Las doncellas > Libro primero: Las doncellas. Capítulo V: Escritores que deben leerse y escritores que deben rechazarse / Cap. V. Qui non legendi scriptores, qui legendi

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 65] Capítulo V

ESCRITORES QUE DEBEN LEERSE Y ESCRITORES

QUE DEBEN RECHAZARSE

1. San Jerónimo, cuando escribe a Leta sobre la formación de Paula, le dice lo siguiente: «Que no aprenda a oír nada ni hablar nada que no conduzca al temor de Dios» 78. No cabe duda que tomaría la misma decisión sobre el tema de la lectura. Se ha generalizado la costumbre, a pesar de tratarse del peor hábito pagano, de que los libros escritos en lengua romance no se ocupen de ninguna otra cuestión más que de guerras y enamoramientos, y todos ellos se escriben de esta forma para que los lean quienes están ociosos, tanto hombres como mujeres. Pienso que ni siquiera hay que dar recomendaciones, si hablamos exclusivamente entre cristianos. ¿Qué podría yo decir acerca del enorme peligro que entraña ese mal si lo que hacemos es acercar al fuego paja y troncos secos? Pero estos libros se escriben para ociosos. ¡Como si el ocio no fuera un estímulo, ya de por sí bastante considerable, para todos los vicios y necesitara que se le añadieran teas con las que el fuego se extendiese poderosamente por todo el cuerpo del hombre y lo convirtiera en llamas! ¿Qué tiene que ver una muchacha con las armas, siendo así que tan sólo el nombrarlas es motivo de vergüenza para ella misma? Alguien me ha contado que en ciertos lugares existe la costumbre, entre las doncellas nobles, de contemplar con gran fruición los espectáculos de armas y emitir incluso juicios valorativos sobre las propias armas y los esforzados [Pg. 66] varones; estos, a su vez, respetan y valoran mucho más el juicio emitido por ellas que por ellos. No parece probable que sea recatado el espíritu de una mujer cuyos pensamientos se han centrado en las armas, en los músculos y en la fuerza varonil. ¿Qué lugar le queda a la indefensa, inerme y débil castidad entre tanta reciedumbre? La mujer que piensa en estas cosas llenará de ponzoña su corazón, de la que son indicio clarísimo esta preocupación y estas palabras.

Esta enfermedad es mortal y no sólo me veo obligado a ponerla al descubierto, sino a aplastarla y hacerla desaparecer para que no moleste a las demás con su pestilencia y las corrompa con su contagio. Así pues, dado que al cristiano no le está permitido empuñar las armas a no ser en caso de imperiosa necesidad y extrema angustia, ¿le estará permitido a la mujer, si no utilizarlas con sus manos, algo que sería ciertamente mucho más grave, al menos admitirlas en su corazón? Además, ¿por qué me hablas de amores que nada tienen que ver ni contigo ni conmigo?; ¿por qué, estando tú desprevenida y muchas veces siendo consciente y de forma deliberada, vas bebiendo esos halagos y esos encantos emponzoñados, siendo así que algunas, a quien no les queda ya nada de juicio, se entregan a la lectura de esa clase de desatinos para buscar muy dulcemente la propia satisfacción con elucubraciones amatorias de ese tenor? A estas mujeres más les valiera no sólo no haber aprendido jamás a leer sino haber perdido los ojos para no leerlas y los oídos para no escucharlas. ¿Cuánto mejor hubiera sido que éstas, como dice el Señor en el Evangelio, hubieran entrado ciegas y sordas en la vida eterna en vez de ser enviadas al fuego eterno con ambos ojos y ambas orejas? 79

2. Una mujer de esta condición es tenida por necia entre los cristianos hasta el punto que también debería avergonzar a los bárbaros y ser rechazada por ellos. Por esto yo me asombro mucho más de que los sagrados predicadores no proclamen a gritos estas cuestiones, siendo así que con frecuencia censuran pequeñas tropelías con los mayores acentos trágicos. Me sorprende también el que unos padres santos consientan esto a sus hijas y los maridos a sus esposas, y que las costumbres y las instituciones de los pueblos [Pg. 67] no le presten la menor atención al hecho de que las mujeres con la lectura y los poderes públicos no sólo atiendan a la actividad judicial y los pleitos, sino también a las costumbres tanto públicas como privadas. Por lo tanto, seria razonable que, mediante unas leyes concretas, se prohibiera cantar al pueblo esa clase de canciones libinidosas y desvergonzadas. Parece como si en la ciudad no pudiera contarse nada que no fuera vergonzoso y que ningún hombre probo sería capaz de escucharlo sin ruborizarse o ninguna persona honesta sin indignarse. Da la impresión de que aquéllos que componen cancioncillas de esta clase no tienen más miras que corromper las costumbres públicas de nuestra juventud, no de manera diferente a la de quienes emponzoñan con veneno las fuentes públicas. ¿Qué costumbre es ésta de que una canción, cuando está desprovista de picardías, deja de ser apreciada? Por eso sería congruente que tanto las leyes como los magistrados se preocuparan de estos pormenores.

Deberían igualmente ocuparse de los libros pestíferos, como son, en España, Amadís, Esplandián, Florisando 80, Tirant lo Blanch y Tristán 81, cuyas locuras nunca tienen final y de los que a diario salen títulos nuevos; la alcahueta Celestina, madre de necedades y cárcel de amores 82; en Francia, Lanzarote del Lago, Paris y Viana, Ponto y Sidonia, Pedro de Provenza y Magalona y Melusina, señora implacable 83; en Bélgica, donde yo vivo, Florio y Blancaflor, Leonela y Canamoro, Curial y Floreta, Píramo y Tisbe 84; existen otras en lenguas romances traducidas del latín, [Pg. 68] como las muy estúpidas gracias del Poggio 85, Euríalo y Lucrecia y el Decamerón de Boccaccio 86. Todos estos libros los escribieron unos hombres ociosos, que hacían mal uso de los días de descanso, ignorantes, entregados a los vicios y a la inmundicia y me sorprendería si en ellos se encontrase algo que deleitara, a no ser que las inmoralidades nos sedujeran sobremanera. No se puede esperar erudición de unos hombres que ni tan siquiera han contemplado la sombra de la propia erudición. Cuando están narrando, ¿qué placer puede haber en aquellos relatos que ellos van ideando con tanto descaro y tan plagados de necedades? Este, él solo, mató veinte hombres, aquél treinta; otro, después de ser traspasado por innumerables heridas y abandonado ya como muerto, de repente vuelve a la vida y, al día siguiente, devuelto a su salud y a sus fuerzas primeras, en un combate singular derrota a dos gigantes y se presenta cargado de oro, plata, seda y joyas en tanta cantidad que una nave de transporte es incapaz de cargar.

3. ¿Qué locura resulta ser guiado o ser atrapado por estos placeres? Además, en ellos no se demuestra absolutamente nada si exceptuamos algunas palabras sacadas de los más recónditos arcanos de Venus, que se suelen decir en el momento oportuno con la intención de impresionar y conmover a la mujer que amas, si por casualidad se muestra uno algo más perseverante. Si dichos libros se leen para esto, sería mucho mejor que se escribieran libros de alcahuetas (con perdón para nuestros oídos), porque en otras cuestiones, ¿qué pensamientos profundos pueden emanar de la pluma de un escritor privado de toda cualidad intelectual buena? Nunca he oido decir a nadie que semejantes libros le gusten, excepción hecha de aquéllos que jamás han tocado buenos libros.

También yo los he leído alguna vez y no he encontrado vestigio alguno de buenos propósitos o de mejor inteligencia. Yo tendría, ciertamente, confianza en aquéllos que los ensalzan de esta guisa, y de los que personalmente conozco a varios, si afirmaran lo mismo después de haber saboreado los pensamientos de Séneca, Cicerón, San Jerónimo o las Sagradas Escrituras y no tuvieran [Pg. 69] tampoco costumbres completamente corruptas. Porque muchas veces el único motivo que les induce a alabar semejantes libros es que ven reproducidas en ellos, como si de un espejo se tratara, sus propias costumbres y disfrutan de que se aprueben y reconozcan. Finalmente, aunque se tratara de razonamientos muy agudos o de cosas agradabilísimas, sin embargo no quisiera yo que el placer estuviese mezclado con veneno, ni que mi mujer se viera estimulada hacia la acción vergonzosa. Ha de producirnos ciertamente risa la locura de esos maridos que permiten a sus mujeres que, con la lectura de libros de semejante tenor, se hagan depravadas con más astucia.

¿Qué voy a decir de esos escritores ineptos e ignorantes, cuando Ovidio prohibe a todo el que quiera permanecer alejado de las costumbres depravadas que se familiarice con los más agudos y los más sabios poetas griegos y latinos que cantaron las delicias del amor? ¿Qué puede decirse más agradable, más dulce, más suave, más ingenioso, más trabajado y más pulido en todo género de conocimiento que lo que expresaron los poetas Calímaco, Filetas de Cos, Anacreonte, Safo, Tibulo, Propercio y Cornelio Galo? 87 Grecia entera, toda Italia, todo el orbe de la tierra admiró la genialidad y la inspiración poética de todos ellos, sin embargo Ovidio recomienda a los hombres puros que los rechacen, diciendo, en el libro segundo de su obra «Sobre los remedios del amor», estas palabras: «Lo diré contra mi voluntad: no toques los poetas amorosos. Yo mismo ataco despiadadamente mi propia obra. Huye de Calímaco, quien no es contrario al amor, y tú, nacido en Cos, también perjudicas en unión de Calímaco. Cierto es que Safo me hizo mejor para con mi amiga; tampoco la musa Theia 88 concedió amores ásperos. ¿Quién ha podido leer impunemente los poemas de Tibulo o los tuyos, Propercio, que no te preocupaste más que de Cintia» 89. Al final invita a que se le evite [Pg. 70] también a él y dice esto: «Mis versos tienen un no sé qué de parecido con todos ellos 90.

Realmente tienen semejanza con los otros y por esa razón un buen emperador le condenó a un merecidísimo destierro en el país de los getas, si bien es verdad que en este caso nos sorprende la severidad de esa época o del propio Príncipe 91.

Nosotros vivimos en una ciudad cristiana, pero, ¿quién, hoy en día, se enoja, ni siquiera levemente, contra el autor de unos versos parecidos?, ¿quién no le muestra su simpatía? Platón expulsa de la república de hombres buenos que él ideó a los poetas Homero y Hesíodo 92. Pero, ¿tienen estos poetas algún aspecto indecente si los comparamos con el «Arte de amar» de Ovidio, obra que todos nosotros leemos, tenemos entre manos, devoramos y aprendemos de memoria? Hay maestros que la leen a sus discípulos; otros, con los comentarios que hacen sobre la obra, abren el camino de la maldad. Si es evidente que Augusto desterró a Ovidio, ¿habría permitido que permanecieran en la ciudad los comentaristas del poeta? A no ser que creamos que es mucho mejor escribir relatos vergonzosos que explicarlos y, con ello, fecundar con semillas tan honestas 93 los jóvenes espíritus de la adolescencia.

Es desterrado todo el que falsifica los pesos y las medidas; es llevado a la hoguera todo el que adultera las monedas y tergiversa un documento. ¡Cuánto ruido para cosas tan poco importantes! En cambio, el corruptor de la juventud es honrado en toda la ciudad e incluso proclamado maestro de sabiduría. La mujer, por tanto, debe desdeñar toda esta clase de libros, como si se tratara de una víbora o de un escorpión; si hay alguna que se sienta subyugada por la lectura de estos libros hasta el punto de no querer soltarlos de las manos, no sólo se le deben sustraer a la fuerza sino que, si de mala gana y contra su voluntad hojea otros mejores, se ha de poner la máxima atención, tanto por parte de los padres como de los amigos, en que deje de leerlos todos para que [Pg. 71] se deshabitúe a las letras y, si se puede lograr, las olvide completamente, porque es más razonable carecer de una cosa buena que hacer mal uso de ella.

La mujer honesta ni debe tomar en sus manos tales libros ni contagiar su boca con cancioncillas y, en la medida que esté a su alcance, hará todo lo posible para que otras sean iguales a ella, obrando bien al tiempo que dando buenos consejos; añade también a estas cosas lo siguiente: y, si está en su mano, dando órdenes y preceptos.

4. Tal vez alguien pregunte qué libros se han de leer. A nadie le pasa desapercibido el nombre de algunos títulos, como los Evangelios de Señor, los Hechos de los Apóstoles y también sus Epístolas, los libros históricos y morales del Antiguo Testamento, las obras de San Cipriano, San Jerónimo, San Agustín, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Hilario, San Gregorio, Boecio, San Fulgencio, Tertuliano, Platón, Cicerón, Séneca y otros parecidos 94. Para poder interpretar algunos autores deberán ser consultados doctos y sensatos varones. La mujer ni debe seguir ciegamente su propio juicio, ni, impregnada de un ligero baño de conocimientos y saberes literarios, admitir falsedades por verdades, lo pernicioso por lo saludable, lo necio y lo insensato por lo serio y lo reconocido. Ella siempre se mostrará deseosa de vivir más rectamente, pero, cuando se trate de juzgar, deberá ser meticulosa; sobre los temas dudosos no emitirá juicio alguno, sino que se acogerá a aquello que sepa que está aprobado por la autoridad de la Iglesia o por el sentir unánime de los mejores pensadores. Debe siempre recordar y tener presente que San Pablo tuvo motivos para prohibir a las mujeres la tarea de enseñar y la posibilidad de hablar en la iglesia; decía él que tenían que estar sometidas a sus maridos y, además, aprender en silencio lo que fuera necesario 95.

No se verá privada de la lectura de poetas la mujer que siente pasión por los versos. Podrá leer a Prudencio, Arator, Próspero, Juvenco, Paulino 96, que no ceden mucho terreno ante los más [Pg. 72] antiguos. Hallará, en efecto, en estos autores dignos de leerse todos los pensamientos más agudos, más ricos, los que producen un placer mayor y más seguro. En una palabra, el alimento del alma más agradable. Todas aquellas cosas que son provechosas no sólo para la vida sino que inundan de un asombroso deleite el espíritu y la mente.

Por lo tanto, puntualmente durante los días festivos y de cuando en cuando en los no festivos, deben leerse o escucharse aquellos pensamientos que elevan la mente hacia Dios, que adaptan el corazón humano a la paz cristiana, que mejoran nuestras costumbres. Lo mejor será, antes de salir a los oficios divinos, leer en casa el Evangelio y la Epístola correspondiente al día y, si dispones de ello, con el añadido de un pequeño comentario. Habiendo cumplido con los oficios sagrados, cuando hayas regresado a casa y te hayas ocupado de los trabajos caseros, suponiendo que estés obligada a tomar parte en alguno de ellos, con ánimo sosegado y tranquilo lee alguna página de las que antes hemos hablado, si es que sabes leer, pero si no sabes, escúchalas. Haz lo mismo algunos días festivos, sobre todo si no te lo impiden otras ocupaciones que necesariamente tengas que realizar en casa, incluso más si tienes los libros a mano y sobre todo si, entre los días festivos, se presenta un intervalo mayor del acostumbrado. No vayas a creer que la Iglesia ha instituido los días festivos para que puedas jugar y conversar, en tus horas de ocio, con tus iguales, sino para que, con una atención mayor y un espíritu más relajado, pienses en Dios, mientras dure esta vida nuestra, que es tan breve, y en la otra sempiterna del cielo.

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78 . Leta era hermana de Publio C. Cecina. Epis. CVII, ad Laet., 4.

79 . Mt. 5, 28-30.

80 . El Amadís de Gaula tuvo mucho éxito, por eso apareció un quinto libro denominado Las sergas de Esplandián (su hijo), e incluso un sexto, Florisando, ambos como continuación del primero.

81 . Tristán de Leonís es la traducción española de la leyenda medieval de Tristán e Iseo, muy probablemente a través de una novela francesa.

82 . Poco podía imaginar Vives que la Celestina, perteneciente a un género típicamente medieval, denominado comedia humanística, llegaría a considerarse la obra más importante de la literatura española a excepción del Quijote.

83 . Todas ellas novelas de caballerías y de aventuras del S. XV. La más conocida y aplaudida, Lancelote del Lago, era una novela de caballerías del ciclo bretón y que se tradujo también al castellano. El resto se basa en leyendas medievales.

84 . Florio y Blancaflor eran dos famosos amantes citados ya por el Arcipreste de Hita; Curial y Floreta tal vez tenga relación con la novela catalana del s. XV Curial y Güelfa; la historia de Píramo y Tisbe es la misma que nos relata Ovidio en Met. IV, 55-166.

85 . Poggio Florentin fue un humanista italiano (1380-1459) Aquí se refiere a su obra Facetiarum liber.

86 . Boccaccio fue un humanista italiano (1313-1375), autor del Decamerón, colección de cien cuentos, notables por su penetración psicológica y su estilo.

87 . Poetas líricos y elegíacos griegos y latinos que cantaron los placeres de la vida y el amor en general. Los cuatro primeros, griegos, pertenecen a períodos muy diferentes, en tanto que los tres últimos, latinos, son de la época de Augusto.

88 . Hija de Urano y Gea, de la estirpe de los Titanes.

89 . Cintia, la amada de Propercio e inspiradora de sus versos, en realidad se llamaba Hostia, aunque más tarde este amor se rompió.

90 . Rem. am. 757-766.

91 . Cf. n.23.

92 . Rep. II, 377d.

93 . De nuevo utiliza la ironía Vives, aunque todo el párrafo está revestido de un matiz irónico, la ironía se concentra sobre todo en el adjetivo «honestas».

94 . Exceptuados San Gregorio y Boecio, de los que no aparece ninguna cita en todo el tratado, el resto es citado con frecuencia.

95 . Tema recurrente; cf. n. 76 y 77.

96 . Autores tardíos cristianos.

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