[Pg. 13]I. VIDA DE JUAN LUIS VIVES
No abundan desgraciadamente las buenas biografías acerca del escritor valenciano, Juan Luis Vives. Algunas de las grandes enciclopedias sólo contienen datos muy generales, escasos, imprecisos y, a veces, hasta erróneos. La [Pg. 14] Biografía o Elogios de los grandes sabios 6, donde A. Tessier pone de relieve tantos personajes inmensamente menos importantes y menos relacionados con Bélgica que nuestro humanista Vives, no dedica ni una línea a este sabio, español de origen, pero belga por adopción, digno de ser tenido como promotor, tal vez el más importante, de la gloria de los humanistas belgas en los primeros años del Renacimiento Europeo.
Afortunadamente no han faltado vivistas ilustres, que se han ocupado de escribir serias biografías del sabio renacentista español. Consignemos en primer lugar a Gregorio Mayans y Siscar 7, autor de sus Opera Omnia, precedidas de una amplia y documentada biografía. Anteriormente, cinco años antes de la muerte de Vives, Conrado Gesser dedica en su Biblioteca Universal seis largas y densas páginas al humanista español, como anticipo de las que irán apareciendo sucesivamente hasta nuestros días 8. Pocos años después, en dos gruesos volúmenes, se publican en Basilea, sus Obras Completas 9, y un año más tarde, en Amberes, la primera colección de sus cartas 10. Siguen, en años sucesivos, y a intervalos muy variados, diversos ensayos y estudios biográficos de extensión [Pg. 15] y calidad diversa. Citemos, entre los más importantes los siguientes: Opmeer, Paquot, A. J. Namèche, E Dauw, Carlos Millana, E. van den Bussche, A. Lange, Adolfo Bonilla y San Martín, Foster Watson, Desdevisses, Henry De Vocht, Lorenzo Riber, Wilian Sinz, y el más reciente de todos y, sin duda, el de más categoría, Carlos G. Noreña, que recientemente ha publicado en inglés un estudio biográfico y un análisis de sus obras, lo más completo que por ahora conozco 11. Muy importante considero también la reseña biográfica, con abundante bibliografía, publicada en la Biografía Nacional de Bélgica por el ya citado Henry De Vocht, profesor de la Universidad de Lovaina, uno de los mejores conocedores de Vives y de su época 12. En otro orden de cosas, aunque muy sintética, merece mencionarse también la biografía del novísimo Diccionario de Historia Eclesiástica Española y la más breve aún del Diccionario de la Teología Católica y los cinco estudios sobre Vives contenidos en el Homenaje que le ha publicado la Fundación Universitaria Española 13.
[Pg. 16] De 1492 a 1540, la vida de Vives se despliega en un abanico de manifestaciones múltiples, tanto en datos históricos, como en publicaciones de temática variada, que se van sucediendo en el no muy largo período de su existencia. Nace en Valencia y muere en Brujas, cuando la humanidad tenía derecho a esperar nuevas aportaciones de la agudeza y fecundidad de su espíritu y de su ingenio, rico en recursos y en felices resultados.
Con todo, su vida, aunque breve, obtuvo resonancias imperecederas, gracias a muchas de sus obras de perenne actualidad. A él podemos aplicar las palabras de la Sabiduría: Consummatus in brevi, explevit tempora multa 14, porque fueron efectivamente múltiples y resonantes las manifestaciones de su rica personalidad. En las páginas que siguen voy a intentar trazar la trayectoria de su vida, acotándola en los siguientes epígrafes:
1. | Infancia y educación en Valencia (1492-1509). |
2. | Estudios en París (1509-1512). |
3. | Primera llegada a Brujas (1512-1517). |
4. | Su estancia en Lovaina (1517-1523). |
5. | Vives en Inglaterra (1523-1528). |
6. | Vida tranquila en Brujas (1528-1537). |
7. | Preceptor en Breda (1537-1538). |
8. | Ultimos años y sepulcro glorioso en Brujas (1538-1540). |
9. | Supervivencia de Vives. |
1. Infancia y educación en Valencia (1492-1509)
Juan Luis Vives, vástago de una familia, que había ya aportado literatos y eruditos a la España renacentista, tuvo como progenitores a Luis Vives y Blanca March. Su nacimiento, el 6 de marzo de 1492, llenó de gozo cumpido el hogar, sobradamente desahogado, de los Vives. Se trataba de una generación de valencianos copiosa y desparramada [Pg. 17] en diversas direcciones. Ello hace harto difícil puntualizar su árbol genealógico. La cosa está más clara por lo que atañe a su origen materno. Blanca March, madre de Vives, pertenecía a una más ilustre ascendencia que su marido y de mayor raigambre valenciana. Esta prosapia asoma ya en la misma conquista de Valencia por Jaime I, en la persona de Jaime March de Gandía.
Juan Luis Vives guarda de su madre un recuerdo imperecedero. Dice de ella en el tratado sobre La Mujer Cristiana 15:
«No hubo madre que amara con mayor ternura a su hijo, que la mía me amó a mí. Y ningún hijo que se sintiera menos mimado de su padre que yo. Casi nunca me sonrió. Nunca se mostró indulgente conmigo. Y con todo, en una escapada y ausencia mía de casa por tres o cuatro días, ignorante ella de mi paradero, cayó en una grave enfermedad; y vuelto yo a casa, no conocí que mi madre hubiera sentido mi soledad. Así que ninguna otra persona huía yo más ni hacia nadie sentía más desvío que de mi madre, cuando yo era niño. Y ahora, su memoria es para mí el más sagrado de los recuerdos y todas las veces que me asalta su pensamiento, dado que no puedo físicamente, la abrazo y beso en espíritu con la más sobrosa de las dulzuras.»
En otro pasaje del mismo libro dice:
«Blanca, mi madre, habiendo vivido quince años en el matrimonio, nunca la vi disputar con mi padre... Cuando quería dar a entender que daba crédito a lo que le decían, afirmaba, sin más, que lo creía como si se lo dijera el propio Luis Vives, su marido.»
[Pg. 18] Y en el De la Ciudad de Dios, el buen hijo dedica a su madre este cumplido elogio:
«Si mi piedad no me engaña, mi madre fue una matrona
del todo recatada» 16.
Poco sabemos sobre la escuela primaria que frecuentó Vives en su niñez. En sus Diálogos 17 hay uno que titula La ida a la escuela. Se trata de la escuela del maestro Filípono. Este diálogo y otros del mismo libro encierran bastantes datos autobiográficos de la infancia de Vives y de la Valencia de su tiempo. Sería de interés un estudio detallado sobre este aspecto de esta obra, una de las más valiosas de su autor.
Vives inició su educación, a nivel universitario, en su misma ciudad natal, pocos años después de fundado el Estudio General de la Universidad de Valencia, en 1502 18. Entre los primeros maestros de este centro universitario valentino se cita a Jerónimo Amiguet, gramático poco simpatizante con Antonio de Nebrija, contra quien prevenía animosamente a sus discípulos. Debió ser este maestro quien indujo al joven Vives a escribir unas Declamaciones contra el verdadero impulsor del Renacimiento español, más tarde catedrático de la recién fundada universidad de Alcalá de Henares, obra mimada de Cisneros. Vives asiste al Estudio General de Valencia, como entonces se llamaba, de 1507 a 1509. Su madre había muerto en 1508; más tarde, en 1530, termina el proceso inquisitorial incoado en 1528-1529 por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Valencia contra la memoria y la fama de la difunta Blanquina March, mujer que fue del difunto Luis Vives, y madre del humanista del mismo nombre. En este Proceso se [Pg. 19] transcriben y aportan como antecedentes las «confesiones» de judaizante hechas por la interesada ante el Santo Oficio, siendo doncella, en 1487 y 1491 (y la consiguiente «abjuración» hecha por ella ese mismo año), así como las acusaciones judiciales que terminaron con sentencia condenatoria el 21 de diciembre de 1529, declarada firme y ejecutiva por el Inquisidor Arnaldo Alberti, el 31 de enero de 1530 19. Vives, algunos meses después de la muerte de su madre, es enviado a París a continuar sus estudios universitarios en la Sorbona, universidad de renombre universal.
El recuerdo que él guardaba de la Valencia de su tiempo lo plasmó más tarde en una carta dirigida a Erardo de la Marca, obispo de Lieja, al ser preconizado arzobispo de Valencia. A él dedica Vives su Sueño al margen del Sueño de Escipión y en la dedicatoria hace un cumplido elogio de su ciudad natal 20.
2. Estudios en París (1509-1512)
Según Enrique De Vocht, en 1508 arribó Juan Luis Vives a París, dispuesto a completar allí sus estudios [Pg. 20] universitarios iniciados en su ciudad natal. Sin embargo, la opinión de los demás biógrafos es que su llegada a París fue en 1509. Por entonces el Estudio General de la Sorbona era el foco de atracción de todos los estudiantes de Europa. Allí, en múltiples Colegios, como ahora en la actual Universidad de Londres, y también en viviendas particulares, se reunía un verdadero enjambre de jóvenes estudiosos. Sus maestros eran los de mayor reputación del mundo. Junto con Bolonia, Oxford y Salamanca, París constituía el centro de mayor atracción intelectual de Europa. El influjo que por aquel entonces ejercía París en el ánimo despierto de los jóvenes estudiantes, la organización de sus estudios, la relevancia de sus maestros, ha sido objeto de un amplio y detallado estudio, obra del historiador de la Universidad Gregoriana, de Roma, P. Ricardo García Villoslada 21, y de otros famosos historiadores. Siguiendo, pues, la moda de su tiempo, Vives llegó a París cuando rozaba sus 16 ó 17 primaveras. Llegaba profundamente contristado por los engendros primerizos, que su maestro Amiguet, el tortosino insigniter barbarus, como le llama Mayans, le había obligado a producir en su temprana edad contra el restaurador de las letras latinas en España. Antonio de Nebrija, quien con su Diccionario, su Gramática y sus Comentarios a los poetas de la antigüedad clásica pagana, había contribuido a limpiar las aulas hispanas de la herrumbre y moho que las empobrecían, devolviéndoles, como dice Lorenzo Riber, la marmórea serenidad y las calidades apolíneas 22. Llegaba también contristado por la orfandad en que quedaba, después de la muerte aún reciente de su buena madre, y tal vez por el presentimiento que él adivinaba había de sobrevenir a su familia por relapsa en el judaísmo.
[Pg. 21] En París se instaló nuestro joven estudiante en el Colegio de Montagut, célebre por tantos conceptos. Los estatutos de este colegio, de 1503, sólo permitían, en principio, estudiantes pobres y necesitados, hijos de familias económicamente débiles, no de ricos ni potentados; pero ya, cuando Vives llegó a París, se había debilitado esta disciplina 23. Por entonces la Sorbona se había visto envuelta en las contiendas de Reuchlin y Pfefferkonrn, que produjeron un gran revuelo entre estudiantes y maestros 24.
Bajo la dirección de catedráticos como Gaspar Lax, de Sariñena, y de Juan Durlando, de Gante, Vives completó su formación filosófica y siguió cultivando cada día más las artes y las letras. Dedicó dos años a la Lógica y uno más al resto de la Filosofía. Esto obedecía al criterio entonces en boga de dar una preponderancia excesiva al ejercicio de la dialéctica, con perjuicio de la verdadera formación filosófica. Por eso, las lecciones que Vives recibía en la Universidad de París encontraban una resistencia cada vez más fuerte en su espíritu temperamentalmente equilibrado, abierto desde el principio a las nuevas corrientes del humanismo renacentista, que comenzaban a triunfar en Europa con Budé y Erasmo. Sus impresiones y recuerdos, poco favorables por cierto, los ofreció valientemente más tarde a la posteridad en una invectiva, que publicó en 1519, desde Lovaina, con el expresivo título de In pseudodialecticos 25, y en un tratado de mayor envergadura, que apareció años después con el epígrafe bien significativo por cierto de De causis corruptarum Artium 26 [Pg. 22]. Vives, hombre delicado y profundamente respetuoso para con sus maestros, al atacar su método y sus procedimientos; guarda siempre el mayor respeto y consideración a sus personas. Así se desprende de la carta de Vives a Durlando, que figura al principio de su edición virgiliana, cuya primera impresión data de 1514, y no de años después, como pretenden algunos biógrafos de Vives, mal informados. Es muy de señalar el hecho siguiente. A los pocos años de haber pasado el joven español por las aulas de París es requerido por su maestro para la presentación de una de sus obras. Es una de las primeras cartas que conservamos del humanista valenciano.
Por este tiempo, escribió también Vives algunos opúsculos, como el Jesu Christi Triumphus 27, en 1514. Es la primera obra de Vives, y como tal adolece de una cierta exuberancia verbal, que el autor irá cercenando y moderando en sucesivas publicaciones. Es interesante este momento de la vida de Vives. No puedo resistirme a dejar aquí constancia de una página de la biografía que traza el académico Lorenzo Riber, verdadera obra maestra de este orfebre de la pluma:
«Año 1514. Mes de abril, casi en su justa mitad. Dieciséis días andados. Fiesta. La máxima del ciclo litúrgico, ese Domingo de Pascua de Resurrección. Lugar, la ciudad de París... Este día marca una fecha decisiva en nuestro excelso polígrafo. La cultura universal podría señalarlo con piedra blanca. En este día quedó concebida su obra primeriza. Desde esta fecha Luis Vives ya no dará paz a su mano ni tregua a su pluma... El y sus compañeros y paisanos, Juan Fort y Pedro Iborra, antes del mediodía, cumplieron sus deberes de cristianos... Están de asueto total, y llevan por la ciudad endomingada sus pasos errabundos. Al separarse, han convenido que en el mismo templo donde asistieron a los oficios pascuales de la mañana, asistirán a los [Pg. 23]oficios vespertinos. Así lo hacen. Pasean de nuevo por las calles de la gran urbe, cerebro de Europa, que siempre fluctúa y no naufraga nunca. En el vestíbulo de la Universidad, el trio paseante da de manos a boca con Gaspar Lax, el de Sariñena, quien, cumplido caballero como es en todo, les significa el agrado que tendría de que cenasen con él. De momento se resisten con visible complacencia y acaban por rendirse a sus instancias afectuosas. Una vez en su morada, llegan otros valencianos: Miguel Santángel y Francisco Cristóbal, que traen, para enseñárselo, a Lax un Libro de Horas, precioso, un Horacio de aquellos que la escuela francesa, con mano morosa y amorosa, se complacía en iluminar prolijamente con tantas vírgenes... Con suma afición contemplaba Vives el precioso códice miniado, con ojos ya hechos a las deliciosas tablas flamencas, cuando Lax dice: «Aquí está figurado el triunfo de César, el Dictador. Mucho más valiera esta miniatura, si, en vez del triunfo de César... representara el triunfo de Cristo.» Fingida o real esta anécdota, introducida esta escena como simple recurso literario o habiendo tenido efectividad, lo cierto es que por el Triunfo de Cristo Luis Vives comenzó su obra y dio atisbo de lo que iba a ser» 28.
De esta misma época es el tratado poético astronómico de Higinio, que Vives editó con una carta de presentación dirigida a su amigo Juan Fort o Fuertes, interlocutor en el anterior tratado, carta fechada en París el 31 de marzo de 1514, que es hoy por hoy la segunda carta que conocemos del Epistolario vivista 29.
Con el Triunfo de Cristo, el Astronomicom de Higinio [Pg. 24] y poco después la Ovación a la Madre de Dios, comenzó Vives su escarceo literario, poco después de su brillante titulación académica en la Sorbona de París. Más tarde, días antes de cerrarse la luz de sus ojos, a la edad, temprana aún, de los cuarenta y siete años, da término a la mejor y más sólida de sus obras, la apología titulada De veritate fidei christianae 30, testimonio el más elocuente de su capacidad intelectual y de la solidez de sus convicciones religiosas. Son estas obras el alfa y el omega de la intensa actividad de Vives, como escritor, que fue siempre in crescendo hasta el final de su vida, a pesar de las múltiples y serias dolencias que le aquejaron. Entre estas dos publicaciones hay que situar su obra ingente, un verdadero mare magnum, donde Vives fue vertiendo el caudal cada vez más depurado de la fuente de su sabiduría y de su espíritu profundamente observador y amante de la más refinada cultura.
Su permanencia en París debió prolongarse hasta 1514, con diversas excursiones más o menos prolongadas a Brujas, donde pasaba con determinados amigos y parientes de su familia algunas temporadas, sobre todo durante los recios calores del estío. No es de extrañar que así lo hiciera, porque en aquel entonces era Brujas «una ciudad, que, no sólo constituía una rica metrópoli del comercio, sino que, según expresión de Erasmo, era también una verdadera capital de las letras» 31. Allí es donde Vives conoció poco después a Erasmo, que tenía su residencia en Anderlecht, cerca de Bruselas, donde ahora se conserva un importante museo erasmiano 32. Desde allí, el árbitro de las Letras de su tiempo mantenía contacto con los principales maestros de la universidad de Lovaina. Allí fue también donde Vives trabó amistad con la familia Valdaura, valencianos de origen, y conocidos en Brujas como unos de los más importantes comerciantes de la ciudad y una de las familias mejor relacionadas. Con [Pg. 25] una de sus hijas, Margarita, Vives se casaría más tarde, en 1524. Pero no adelantemos acontecimientos.
Terminados los estudios en París e iniciada allí mismo su tarea como escritor y ayudante de cátedra, Vives volvería algunas veces a esta ciudad, incluso triunfalmente en ocasiones, siempre contento de reunirse con sus antiguos maestros y algunos de sus compañeros de estudio. Pero un día se aleja definitivamente de la Sorbona, para fijar su residencia en los Países Bajos.
3. Primera estancia en Brujas (1512-1516)
Cuando Vives fue por primera vez y solo transitoriamente a Brujas en 1512, esta ciudad formaba parte de lo que entonces se llamaba Países Bajos, que comprendían las actuales regiones o estados de Bélgica, Holanda y Luxemburgo y parte del norte de Francia: es decir, las regiones de Artois y Picardía.
Para cuando en 1514 escribió Vives sus primeras obras, nuestro biografiado había abandonado definitivamente París. Vivió primero en Brujas, como hemos dicho, al menos esporádicamente, de 1512 a 1517. Después en Lovaina, de 1517 a 1523. Fue este un período de gran actividad pedagógica y literaria. Después, en 1523, hizo su primer viaje a Inglaterra, donde le esperaban triunfos y reveses. De todas formas, en estos años, su residencia preferida fue Brujas, aunque estuviera más habitualmente en Lovaina. Esta su preferencia por Brujas la hace constar lleno de orgullo y satisfacción en el De subventione pauperum, de 1526 33; mientras que consta igualmente por el testimonio del propio Vives su profunda aversión a Lovaina. Dice efectivamente en una de las primeras cartas a su amigo Francisco Cranevelt: «Mi [Pg. 26] viaje no me fue tan molesto como la estancia en Lovaina, donde siempre todo me parece igual, es decir, sucio, insalubre y absolutamente desagradable. Sin duda que el carácter de esta ciudad es radicalmente opuesto al mío. En ninguna parte estoy más a disgusto; no sé por qué esta ciudad me ha sido siempre antipática» 34.
Los Valdauras, que desde el primer momento le acogieron con los brazos abiertos en Brujas, eran una familia emparentada con su madre. El matrimonio estaba formado por Bernardo Valdaura y Clara Cernent. oriundos de Valencia, como nuestro biografiado. Vives encontró en esta familia el calor perdido de su hogar paterno. Por eso se siente ligado a los Valdauras, primero por el lazo del afecto agradecido y más tarde por el lazo más fuerte, sellado por el matrimonio, contraído con Margarita, hija de esta familia. En su De Institutione Feminae Christianae, dejó escrita una página magistral, al impulso de la admiración que sentía por esta familia, que en Brujas le había acogido tan cariñosamente. Vale la pena leerla para deleite del espíritu 35:
«Clara Cervent, mujer de Bernardo Valdaura, siendo doncella muy delicada y hermosa, traída a Brujas a reunirse con su esposo, de más de cuarenta años, la primera noche de bodas vio vendadas sus piernas y descubrió haberle tocado marido enfermo y pepitoso. Pero no por eso le volvió el rostro ni mostró señal de desencanto o de desamor, cuando todavía no podía sentirse amada. No mucho después, cayó Valdaura en una dolencia gravísima, tal que para todos los médicos era caso desesperado. Y ella, con su madre, asistieron al lecho del paciente con tanto cariño y asiduidad. que por espacio [Pg. 27] de seis meses ninguna de ellas se desnudó sino para mudarse de camisa, y no hubo noche en que descansasen más de una hora, y a lo más dos, y esto vestidas, y muchas noches hubo que las pasaron de claro en claro. Era la raíz de la dolencia el mal índico, que allí llaman francés o galo, cruel y pegadizo.»
Los Valdauras pertenecían a una de las familias más acomodadas de Brujas. Su vinculación con los Vives era muy antigua. En el tratado Adversus pseudodialecticos, Vives habla de Nicolás Valdaura y lo llama su pariente 36. El nombre de Valdaura sale incluso en el proceso de la Inquisición de Valencia contra la madre del humanista, publicado recientemente por el P. Pinta y el Sr. Palacio 37. Esta familia y la ciudad de Brujas, donde los Valdauras vivían dedicados al comercio, gozando de extraordinaria reputación, significó mucho en la vida de Vives en el decurso de los años 38. Allí, en Brujas, trabó Vives muy buenas amistades: Marcos Laurin (1488-1540), Juan Fevyn (1490-1555), Francisco Cranevelt (1485-1564), cuya intimidad y compenetración entre ambos ha quedado bien reflejada a través de las 49 cartas conservadas en su epistolario 39.
A partir de 1514, la biografía de Vives sufre un eclipse de casi tres años. De una manera clara no aparece hasta 1517. Entonces le vemos ya en Lovaina, elegido, entre otros candidatos, guía y pedagogo del joven obispo de Cambrai, Guillermo Croy, adolescente de grandes prendas y de un porvenir que se adivinaba extraordinariamente brillante 40. Este joven, sobrino del señor de [Pg. 28] Chèvres, nombrado años más tarde duque de Soria y ministro plenipotenciario de Carlos V, fue promovido primero, a los dieciocho años, a la silla episcopal de Cambray, aun antes de haber dado cima a sus estudios teológicos, y un año más tarde, a la muerte del gran cardenal arzobispo, Francisco Jiménez de Cisneros, en 1517, a la sede primada de Toledo. Luis Vives, su preceptor, no contaba muchos años más que él cuando asumió la honrosa misión de dirigir sus estudios y formar la conciencia del joven arzobispo durante su permanencia en Lovaina. Durante este tiempo, Erasmo, a quien consultaron para la provisión de un cargo similar con relación al príncipe Fernando, no duda en proponer para dicho cargo al valenciano Juan Luis Vives, en términos que revelan la alta estima que de él se había formado el árbitro del humanismo europeo. Dice así en una de sus cartas:
«Está entre nosotros Luis Vives, valenciano, que no pasa de 26 años, pero muy versado ya en todas las materias filosóficas, que ha adelantado tanto en las buenas letras, en la elocuencia, en el hablar y la facilidad de escribir, que apenas encuentro a nadie que con él pueda compararse. No hay tema en el que no haya ejercitado su pluma. Ahora mismo está explicando los ejercicios de los antiguos, pero con tanta maestría, créeme, que, si cambiamos el título, pensaríamos que se trataba de un argumento no propio de nuestro tiempo ni de nuestra tierra, sino más bien proveniente de aquellos felicísimos tiempos de Cicerón y Séneca, cuando los cocineros y los abejeros tenían más elocuencia que los que ahora quieren pasar por maestros de la humanidad entera. Es muy estricto en las leyes del arte, pero disimula de tal modo la afectación, que podríamos afirmar que ninguno de sus escritos es mero fruto de su imaginación. Comprendo que éste [Pg. 29] es el más adecuado con mucho para reemplazar al preceptor de Fernando y cuidar de su formación, y para procurar que nadie pueda tener en menos esta tu corte, ni desdeñar a tu infante balbuciente aún. Al conjunto de estas cualidades se suma, que, por una parte, conoce bien el español, como español que es de nacimiento, y también sabe el francés a maravilla, por haber vivido largo tiempo en París. Nuestra lengua la entiende mejor que la habla. Pero no sé, si primero el cardenal Croy, de quien es preceptor, permitirá que le arranquen un tal sujeto; pues lo ama muy entrañablemente, como se lo merece; además, si conviene que un joven de tan alta fortuna y de condición tan excelsa se vea privado de semejante preceptor. Me siento muy inclinado al príncipe Fernando; pero soy también muy deudor al señor cardenal, de suerte que no me atrevería a tramar nada que pudiera serle molesto. Por último, tampoco estoy seguro de que el propio Vives consienta en ser apartado de tan gran patrón, al cual se ha entregado de alma y cuerpo como persona sumamente grata» 41.
Para esta fecha, el prestigio de Juan Luis Vives había crecido tanto, que en 1516 la ciudad de Valencia había interpuesto su valimiento e influencia ante el nuevo monarca de España, Carlos V, para la resolución de un pleito que tenía planteado la universidad de Valencia con unos sujetos —los Padres Jesuitas— que habían llegado de Roma con bulas de la Santa Sede para impartir por su cuenta grados académicos superiores. Esto representaba un [Pg. 30] conflicto de graves consecuencias con el Estudio General, recién implantado en aquella ciudad. En el archivo del ayuntamiento de la ciudad del Turia se conservan tres cartas: la una reclamando la intervención del joven Vives en este delicado asunto, y las otras dos del emperador a su embajador en Roma y al Romano Pontífice reclamando su definitiva resolución. Lo que no he encontrado ni en Valencia ni en Roma, a pesar del empeño puesto en la búsqueda de ello, ni la contestación de Vives ni la reacción de la Curia Romana con respecto al asunto en litigio 42.
A partir de 1515, durante su prolongada estancia en Brujas, hay indicios de que Vives se trasladó repetidas veces a Lovaina, donde su universidad representaba entonces un avance positivo en los métodos teológicos y en la tendencia favorable al humanismo renacentista, frente a la insistente resistencia al mismo mantenida tenazmente por la Sorbona de París. Por este tiempo trató bastante Vives a Erasmo. Con él mantendrá en adelante relaciones de cordialidad y colaboración en algunas de sus empresas literarias.
Desde 1518, lo vemos de lleno entregado a los estudios y a la formación integral del prometedor Guillermo Croy, encumbrado a los más altos cargos eclesiásticos en plena adolescencia. Las Meditaciones, que, a ruegos del mismo, compuso Vives en 1518, y que publicó más tarde, en 1520, en la misma Lovaina, ciudad donde en aquel entonces [Pg. 31] desplegaba sus actividades, para provecho general de los jóvenes educandos. Pero no adelantemos acontecimientos y pasemos ya al nuevo período de su vida.
4. Estancia de Vives en Lovaina (1517-1523)
Ya en la estudiosa ciudad de Lovaina, donde el joven Guillermo Croy vivía entregado a los estudios eclesiásticos, bajo la tutoría de Juan Luis Vives, varios otros adolescentes de familias distinguidas solicitaron también la dirección de tan prestigioso maestro, quienes ansiosos le eligieron también como preceptor y guía de su formación. En calidad de tal, debió acompañar, ya a fines de 1512, de Brujas a Loviana a Jacobo de la Potterie, como parece desprenderse de la carta de Vives a Barlando. También los españoles Honorato Juan, Diego Gracián de Alderete y Pedro Maluenda se pusieron bajo su cuidado 43.
El Estudio General de Bravante, que había entrado en un período de incesante crecimiento, pudo suministrar a Vives trabajo remunerado y ocasión para completar sus conocimientos y entrar en relación con los mejores maestros que entonces honraban la universidad de Lovaina. Uno de ellos fue Alejandro Dedel, de Utrecht, más tarde obispo de Tortosa y consejero de Carlos V, y poco después Sumo Pontífice, con el nombre de Adriano VI. A él dirige Vives una larga epístola sobre la situación angustiosa de la Iglesia y los remedios que él estima más oportunos para atender y solucionar sus múltiples necesidades 44.
Otro de los personajes que por entonces conoció y trató Vives en Lovaina fue Erasmo de Rotterdam. La estima y reconocimiento mutuo fue profundo, sincero y duradero. Las cartas, que desde entonces se cruzaron ambos humanistas, son un testimonio fehaciente de la intimidad que [Pg. 32] llegó a existir entre estos dos espíritus, unidos en el común aprecio a las letras, aunque espiritualmente distanciados por los sentimientos de su fe y su reacción, muchas veces disconforme, ante los graves problemas de la Iglesia, sobre todo en la desmembración de gran parte de Europa, arrastrada por Lutero al protestantismo 45.
Mientras Croy completaba sus estudios teológicos, Erasmo y Vives coincidieron varias veces en Lovaina. [Pg. 33] Hasta hay quien dice que Erasmo sentó allí, aunque sólo ocasionalmente, cátedra de maestro, y que Vives fue uno de sus discípulos más aprovechados. Lo cierto es que muy pronto, cuando Erasmo acometió la empresa ingente de la restitución de los Padres de la Iglesia a su primitiva pureza, encomendó a Juan Luis Vives la edición comentada de la Ciudad de Dios, de San Agustín. Fue esta obra la gran tortura del escritor valenciano durante aquellos años de Lovaina y la obra que le acredita como maestro de talla extraordinaria, cuando aún estaba en los primeros años de su profesión de escritor. En las cartas de este tiempo a Erasmo, Vives alude con frecuencia a lo agobiante y duro de su trabajo, unas veces con frases de desesperante desaliento, otras con expresiones ilusionadas, sobre la importancia de su labor, llenas de un optimismo desbordante. La salud de Vives no pudo menos de resentirse al verse obligado a trabajar a presión, dadas las prisas que le imponía el impresor de Basilea, Juan Froben, y las instancias cada vez más apremiantes que le venían de su amigo Erasmo 46.
La fama de Erasmo llenaba por entonces el orbe entero. Pocos años antes, Cisneros le había llamado con interés para desempeñar una cátedra en Alcalá, que él rechazó no sin un cierto desdén y desamor hacia España: «No me gusta España —dijo— aunque por segunda vez me llama el Cardenal de Toledo» 47. No es de prever el derrotero que hubiera tomado la universidad cisneriana de haber aceptado Erasmo la participación que le ofreciera su fundador; pero es de presumir que su actuación hubiera dado que hablar y que actuar a la Inquisición, cuando sin su [Pg. 34] presencia, sólo la traducción de algunos de sus libros dio ocasión al famoso proceso de Valladolid 48.
Por este tiempo la estima de Erasmo respecto a Vives subió hasta el punto de que él mismo confiesa que quizá algún día llegaría a eclipsar su propio nombre 49. Pero la realidad fue que, andando el tiempo, se enfrió algún tanto el primitivo fervor erasmiano con relación a su amigo Vives. Una prueba de ello es que Erasmo en su famoso diálogo Ciceronianus, entre la lista no pequeña de humanistas de su tiempo, omite al escritor valenciano, pretextando más adelante que fue un simple olvido; pero bien estudiado el hecho, se trata de un olvido muy significativo y nada favorable ni para Vives ni para Erasmo 50.
Pero la ocupación más asidua en Lovaina por parte de Juan Luis Vives fue la enseñanza particular a un grupo de jóvenes de la alta sociedad, que compartían con Guillermo Croy sus afanes intelectuales, sus juegos y esparcimientos. Entre sus discípulos se cuentan Jerónimo Ruffault, más adelante abad de Saint Pierre, en Gante. A él dedica Vives su In Suetonium quaedam 51. También fue discípulo suyo Antonio Berges, a quien dedicó dos de sus obras: Fabula de homine y su Praefatio in Georgica Virgilii 52. Poco antes había publicado dos libros, que dieron a conocer el nombre de Vives en los más distinguidos círculos literarios de su tiempo: el In pseudodialecticos, contra algunos profesores de la Sorbona y sus métodos, y el Pompejus fugiens, que contribuyeron a potenciar su nombre 53.
[Pg. 35] La primera obra que conocemos de Vives es su edición de Higinio, del 31 de mayo de 1514. Esta edición debió servir de base a las primeras lecciones de Vives en París, en calidad de pasante o ayudante de cátedra 54. El año siguiente, 1515, marca una época políticamente importante en Francia, con motivo de la coronación del rey Francisco I, que tanto dará que hablar con ocasión de la lucha con Carlos V, impulsado por el deseo de la hegemonía de Europa 55
Que enseñara poco después en Lovaina lo recuerda la inscripción llamada de las fuentes 56, cerca de donde estaba situada su casa en la calle de Diest. Dice así:
HIC · GEMINI · FONTES · GRAECVS · FLVIT
ATQVE · LATINVS
SIC · EOS · APELLAT · LODO · VIVES
VALENT.
Esta enseñanza pública en Lovaina, Vives debió ejercerla a título meramente personal, tanto en los Halles como en su casa privadamente. No consta, aunque algunos lo afirman sin fundamento, que hubiera obtenido el nombramiento oficial de profesor de aquella célebre universidad. Su nombre no figura en ninguna de las listas de los profesores de la época, ni menos en los registros autorizados de los nombramientos del profesorado. Esta es la opinión del Prof. Jozef Ijsewijn, sustituto en la actualidad del famoso Henry De Vocht, en la cátedra de Latín renacentista en la universidad lovaniense 57. Consta en cambio [Pg. 36] que Vives explicaba por la mañana en los Halles la Historia Natural de Plinio y por la tarde, en su casa, las Geórgicas de Virgilio. En 1522 se disponía a dar cada día una tercera lección a base de la Chorographia de Pomponio Mela, el más antiguo tratado de Geografía que se conoce 58.
Mientras tanto Vives seguía afanoso trabajando en la edición y comentarios al De Civitate Dei, de San Agustín. En este tiempo, nuestro humanista visitaría, en plan de consulta, la biblioteca del Monasterium Pratense, próximo a Lovaina, rico en aquel tiempo en códices antiguos de los Santos Padres. Consta en efecto que también Erasmo utilizó solícito los fondos de este monasterio para sus ediciones. En realidad, el monasterio, habitado ahora por un puñado de monjes premonstratenses, se ofrece al visitante bastante deteriorado y su biblioteca desmantelada por completo. Sólo hay allí algunos libros de acarreo, traídos de aquí y allí, tratando de llenar el vacío en que se hallan los grandes anaqueles de la vieja biblioteca. En la iglesia se conserva, entre otros, el sepulcro de Alejandro J. Namèche, uno de sus pasados monjes, autor de una de las mejor logradas biografías de Vives. Un epitafio nos recuerda la memoria de este escritor, lector y apologista entusiasta del gran humanista español.
Era entonces Lovaina emporio de la ciencia y de las letras, y aún ahora conserva, incrementada en muchos aspectos, su larga historia pasada, nimbada de gloria y de recuerdo imperecedero. Entre los grandes representantes de la universidad lovaniense, hemos de mencionar a Martin Dorp (1485-1525) 59, Alaerd de Amsterdam (1491-1544), Jacobo Latomus (1475-1566) y el jurista [Pg. 37] Francisco Craneveld (1485-1564), tan relacionado con los mejores humanistas de su tiempo, en particular con nuestro biografiado, como lo demuestra el volumen publicado por Henry De Vocht, que nos dio a conocer 49 cartas nuevas de Vives 60.
Erasmo en una de sus cartas de 1521 hace el elogio de Lovaina 61, en contraposición a la idea que Vives tenía de su clima y de su ambiente poco propicio para la salud de profesores y estudiantes 62.
En 1519 debe situarse el retorno triunfal de Vives a París, acompañando al joven Cardenal Croy. Vives llegó a la capital de Francia aureolado con la diadema de tutor y pedagogo del príncipe de la Iglesia, que ofrecía mayores esperanzas para el porvenir. Fue a la antigua sede de sus estudios universitarios, no sin cierta preocupación y ansiedad, temiendo los efectos de su reciente libro In Pseudodialecticos, ataque muy duro y directo contra los métodos de muchos de los maestros de la Sorbona. Pero la verdad es que la acogida que le dispensaron buen número de ellos fue cariñosa y cordial. El mismo nos la describe con gran copia de detalles en la primera carta a Erasmo 63.
En esa ocasión fue cuando Vives conoció a Guillermo Budé, el gran representante del humanismo francés, y trabó con él unos lazos de amistad que quedan bien reflejados en las cartas que de él se conservan: siete de Budé a Vives; sólo una de Vives a Budé. Vives nunca [Pg. 38] tuvo cuidado de conservar sus cartas. En esto fue enteramente diverso de Erasmo, cuya correspondencia, editada últimamente por Allen, ocupa 12 gruesos volúmenes 64 Las cartas de Budé a Vives son extensas y difíciles, tanto por su hipérbaton algún tanto amanerado y por la extensión de sus períodos, como por su léxico, por lo barroco de su frase y más aún por sus recursos frecuentes al griego de la época, con numerosas y complicadas abreviaturas 65.
Lo que sí hay que afirmar es que las relaciones entre Vives y Budé fueron excelentes y cordiales, actuando incluso a veces de intermediario el humanista español para hacer las paces entre Erasmo y Budé, al producirse una rotura entre ambos por motivos a veces livianos. También en los Diálogos, que tantos elementos autobiográficos encierran, Vives hace intervenir a Budé, como uno de sus principales interlocutores. El propio Budé cuenta a Erasmo la óptima impresión que le ha producido Vives 66
[Pg. 39] Otro de los personajes más famosos de su tiempo con quien Vives se relacionó personalmente y por carta fue Tomás Moro. En Londres busqué afanosamente alguna de las cartas de que tenemos noticia, pero no encontré ninguna, a pesar de la ayuda que me ofrecieron alguno o algunos de los más especialistas en los estudios sobre el humanista inglés. Dicho Tomás Moro también refleja en su correspondencia con Erasmo la favorable impresión que recibió en su primer contacto y lectura de las obras de Vives 67. Mantengamos la esperanza de que el tiempo nos dé algún día la grata sorpresa de descubrir alguna o algunas de las cartas cruzadas entre Tomás Moro y Vives. Entonces veremos cómo se compenetraron estos dos espíritus por muchos conceptos privilegiados y que vibraban al unísono.
[Pg. 40] A prinicipios de 1521, Vives había dado comienzo a su tarea de preparar la nueva edición y el comentario del De Civitate Dei, de San Agustín. Llevado de su entusiasmo juvenil, no había medido bien las dificultades de la empresa. Creyó que esta obra iba a ser más fácil de lo que luego en realidad resultó. En sus cartas se lamenta de su dura y penosa tarea y de su salud que ve le va flaqueando día a día. Las prisas del editor de Basilea y la instancia con que le urge el propio Erasmo, le producen un malestar y un disgusto acentuado cada vez mayor. No había hecho más que dar comienzo a esta obra, cuando la muerte se presenta alevosa e inesperadamente y de un golpe le arrebata a su egregio tutelado, que es a la vez su Mecenas, el joven Cardenal Guillermo Croy. Murió de una caída del caballo el 10 de enero de 1521, a sólo 23 años de edad. Erasmo, contristado, da cuenta a Budé del trágico suceso con estas sentidas palabras: «Murió como tierna florecilla en el mismo momento de brotar» 68.
La muerte repentina de su pupilo fue un rudo golpe en el ánimo de Vives. No pudo resistir la tremenda impresión. En aquel momento se cerraron para él las puertas de su futuro, lleno de promesas, y los caminos de la vida se le presentaron cargados de tinieblas. Cayó enfermo y se vio obligado a dejar Lovaina retirándose en plan de reposo a Brujas. Vives no sabía entonces qué camino seguir 69.
[Pg. 41] Era a principios de abril de 1521 cuando Vives, enfermo y moralmente derrotado, llegaba a casa del vasco don Pedro Aguirre, capitán, de carrera militar brillante. Este le recibió generosa y amablemente, dada la categoría que había alcanzado ya esos años nuestro Vives. Llegó su esplendidez al extremo de ofrecerle, después de su curación, una casa totalmente amueblada para su uso personal. El espíritu de Vives se fue calmando y tranquilizando del sobresalto anterior, y comenzó a entregarse de nuevo a la vida intelectual. El compromiso del comentario a la Ciudad de Dios reaviva en él sus adormecidas facultades. Su vida es algún tanto precaria. Este mismo año comunica a Erasmo que vive, merced a una pensión obtenida de los reyes de Inglaterra, tal vez como fruto de las esperanzas que en él habían puesto los ilustres soberanos. De hecho el propio Vives había dedicado sus comentarios de la Ciudad de Dios, de San Agustín, al propio rey, Enrique VIII 70.
Por este mismo tiempo, Vives fue invitado a unas solemnes fiestas celebradas en Brujas en honor del primer ministro del rey de Inglaterra, el cardenal Wolsey. Su presencia a los actos no fue la de simple espectador. El 10 de julio de 1521 escribe directamente a Erasmo: «Permaneceré aquí para entrevistarme con el rey y con Moro, a fin de tratar con ellos cuál ha de ser en adelante mi plan de vida. Hasta ahora me he ido manteniendo con el dinero de los reyes y con él sigo manteniéndome» 71.
[Pg. 42] El cardenal Wolsey, hombre prepotente en el reinado de Enrique VIII, era hijo de un carnicero de Ipswich. Desempeñó al principio el cargo de profesor de Gramática en la Universidad de Oxford y luego el de capellán del rey, después de ser nombrado obispo de Lincoln, de Durham, de Winchester, arzobispo de York y Gran Canciller de Inglaterra. Creado cardenal por León X, en 1515, y después Legado a látere en todo el reino de Enrique VIII, la historia nos lo pinta como un personaje siniestro: intrigante, ávido de mando y de dinero, ebrio de gloria y ambición, aspirante a la tiara pontificia, que le habían prometido sus poderosos admiradores. El propio Carlos V le había cursado la invitación, el 7 de agosto de 1521, para reunirse en Brujas y tratar allí algunos asuntos referentes a la seguridad y bienestar de Europa. La reunión, aunque solemne y con gran pompa, ha sido exagerada algún tanto en los relatos panegiristas de algunos historiadores, ya que no tuvo más que carácter puramente privado.
Después de este acontecimiento, Vives volvió de nuevo a Lovaina. Allí lo encontramos a principios de noviembre. El 23 de octubre consta que asistió en Brujas al matrimonio de Juan de Mantaca, que se celebró en la iglesia de San Donaciano. A Vives le urgía adelantar y dar feliz término a la composición de los comentarios a la Ciudad de Dios, y en ninguna parte podía encontrar tantas facilidades para su trabajo como en Lovaina, con su rica biblioteca y sus sabios maestros a quienes dirigir sus consultas. Allí había comenzado la composición de esta obra.
En 1522, en plena primavera, volvió Vives a Brujas, para despedirse de algunos amigos suyos que se disponían a acompañar a Carlos V en su viaje a España y más aún para asistir a los funerales de su protector y amigo don [Pg. 43] Pedro de Aguirre, muerto el 20 de abril de dicho año.
Por este tiempo, en 1522, termina sus comentarios a San Agustín, quitándose un gran peso de encima. La carta a Erasmo es muy significativa a este respecto 72. Esta obra, la más importante de las escritas hasta entonces por Vives, la dedica, como acabamos de decir, al rey de Inglaterra, Enrique VIII, que había comenzado a ser su nuevo protector. El rey agradece sinceramente esta atención y la carta figura en esta edición del Epistolario. Ni que decir tiene que esta voluminosa publicación vivista levantó susceptibilidades y sospechas en muchas partes. Algunos pasajes provocaron protestas por parte de determinados teólogos, entre otros, algunos de Lovaina. También en otras partes del mundo. En la Universidad de Valladolid encontré una edición de los comentarios a San Agustín, de Vives, con muchas acotaciones de pasajes tenidos por sospechosos 73. Esto determinó que la edición fuera incluida en el Indice, donec expurgeretur 74.
En agosto de 1522 fue reclamado Vives para cuidarse de la educación de dos nietos de Fadrique de Toledo, segundo duque de Alba. Dicho señor encargó a un dominico llevar a Vives la encomienda de hacerse cargo de este cometido. En vano esperó el duque la respuesta. El dominico, aunque se vio con Vives en Brujas, no le dijo una palabra del encargo ni de la pingüe retribución que se le prometía: doscientos ducados de oro por año. Prefirió callarse, [Pg. 44] por si a la vuelta, el encargo recaía en su persona. Vives sintió profundamente esta felonía y se quejó amargamente a Erasmo en carta que podrá leer el lector en este Epistolario. La carta lleva la fecha de 1 de abril de 1522 (n.° 3817). Vives tuvo que confesar abiertamente al duque lo sucedido, cuando aquél le inculpó de descortesía por no haber contestado a su propuesta. En varias de sus cartas Vives expresa la mala opinión que se había formado de los fratres. Vives se halla aún en Brujas en mayo de dicho año, porque firma en esta ciudad su carta del 10 de mayo de 1522, con motivo de la venta de sus comentarios a Agustín. Cada vez le resulta más detestable su estancia en Lovaina 75.
Por entonces le llega el ruego de que acepte regentar en Alcalá de Henares la cátedra que ha quedado vacante a la muerte de Nebrija. Se conserva la carta de la Universidad solicitando su aceptación y la de su amigo, Juan de Vergara, secretario del cardenal Fonseca de Toledo. Lo que no se conoce es la reacción de Vives, ni si de verdad intentaba llegar a España para la toma de posesión, cuando se dirigió a Inglaterra con intención de navegar a su patria, por estar cerrados los caminos de Francia por la guerra de Francisco I y el Emperador Carlos V. Lo cierto es que Vives, desde que marchó a París, para continuar allí sus estudios en 1509, no volvió más a su patria, y por eso se le ha podido llamar el expatriado 76.
Es posible, sin embargo, que el viaje a Inglaterra obedeciera a una seria invitación del prepotente Wolsey 77, a donde, según Paquot 78, había hecho un viaje anterior en 1517. Pero la estancia de Vives en Inglaterra y sus múltiples vicisitudes, no siempre con éxito, será objeto del siguiente apartado.
[Pg. 45] 5. Vives en Inglaterra (1523-1528)
A principios de 1523, según opinión no infundada de Henry De Vocht 79, la situación angustiosa en que se hallaba Vives, después de la muerte de su mecenas, el cardenal Guillermo Croy, y ante las desgracias que se cernían sobre él y su familia, le indujeron a aceptar en principio la cátedra de Alcalá, vacante desde la muerte de Antonio de Nebrija, no sin cierta perplejidad. Consta en sus cartas su deseo de volver a España. La situación alborotada de Francia, motivada por la guerra entre Francisco I y Carlos V, le obligan a hacer el viaje por Inglaterra 80. En carta de 15 de agosto de 1522, Vives habla de los preparativos de la guerra y de su proyectado viaje a Inglaterra 81.
Algunos biógrafos hablan de un viaje de Vives a Inglaterra en septiembre de 1522 82, pero es incierto. Lo cierto es que hasta el 11 de noviembre de 1523 no escribe Vives a Cranevelt, en carta fechada en Oxford, anunciándole su incorporación a aquella famosa universidad 83, y dándole cuenta de los amigos que le han ayudado: Moro, [Pg. 46] Linacre, Tunstall, Latimer, Claymond, Mountjoy, Fisher, Pate, Sampson. Le habla también de la destemplanza del clima: caelum grave pluvium, tempestatibus foedum et abdito sole, caeli laetitia triste; de su pésima acomodación a las comidas: est ratio victus aliena stomacho meo atque adeo contraria; de las enfermedades de la región: sunt morbi multi, sed aliquot fere citra remedium exitiabiles; de sus malas digestiones: concotio lenta, et sera, etiam maligna; itaque, quod numquam antea, e stomacho aliquoties, et ventris tormina, morbus jam tum in Flandria haud novus, hic mihi familiaris et quotidianus factus est 84.
En otra carta, dirigida a Pate 85, habla cariñosamente del canciller Tomás Moro, hacia cuya persona y familia sintió siempre un gran afecto 86.
El primer contacto con Moro debió de tenerlo Vives ya en 1520, cuando en el verano de dicho año coincidieron en Calais Enrique VIII, de Inglaterra, y Francisco I, de Francia. Consta que en esa ocasión Moro prolongó su estancia en Flandes para negociar un convenio con los representantes de la Hansa. Erasmo llegó a Brujas formando parte de la corte del rey de Inglaterra. De España llegaron también Juan de Vergara y Fernando Valdés, para entrevistarse con Guillermo Croy, arzobispo electo de Toledo. Carlos V estuvo en Brujas del 25 al 29 de julio. Erasmo presentó a Moro a sus amigos Goclenio, Cranevelt y Juan Vives 87. Desde ese momento Moro y Vives se [Pg. 47] profesaron un afecto recíproco e imperecedero. Es probable que fuera él quien le hiciera disuadir de su proyecto de embarcarse para España. Allí el futuro cardenal Wosley necesitaba un maestro de latín y griego, en sustitución de Lupset, para Oxford. Vives ocuparía su cátedra con prestigio y aprovechamiento de los alumnos. Vives quedaría siempre agradecido al valimiento de su ilustre protector. En su Pseudo-Quintiliano: Oratio pro caeco contra novercam 88 había tejido un elogio cálido de Moro y su familia. Era por entonces canciller de la Universidad de Oxford el obispo de Lincoln 89.
En el tiempo que Vives enseñó en el Colegio Corpus Christi, de Oxford, trató de hacer resurgir los estudios humanísticos en Inglaterra, bastante decaídos, como lo confiesa el propio Vives en carta a su amigo Cranevelt 90. Entre sus discípulos se contaron algunos que más adelante ilustraron a su patria e hicieron honor a su maestro. Tales fueron, por ejemplo, Eduardo Wotton, Ricardo Pate, Juan Helyn, Reginaldo Pole. Otros, como Nicolás Udell, continuaron la labor pedagógica de Vives. Parece que el propio maestro arrastró a Oxford a su compatriota Pedro Juan Olivares, donde vivió al menos durante tres años dedicado a su formación.
En esta época escribió algunas cartas memoriales a los soberanos de Europa en defensa de la paz y la concordia entre los príncipes cristianos 91. Antes, en Lovaina, había compuesto su valiente carta al Papa Adriano VI 92.
[Pg. 48] En la primavera del 1524 había hecho un viaje a Brujas. Es un viaje que marca época en su vida. El 26 de mayo de dicho año se casa con Margarita Valdaura. Este acontecimiento deja huella en su Epistolario. He aquí las noticias que de él nos da el propio Vives en carta a Erasmo del 16 de junio, a las pocas semanas de la celebración del matrimonio 93:
«Salíme de Inglaterra el mes de abril no más que por tomar esposa, con orden del cardenal [Wolsey] 94 y de los reyes de volver allá a fines del mes de septiembre, cosa que haré, si alguna necesidad o fuerza mayor no me lo impiden, o alguna muy seria enfermedad no me lo estorba. Tan agradecido debo estar a esos personajes, que sería imperdonable en mí no secundar su voluntad, cuando ellos en tantas cosas secundan la mía. Por la fiesta de la Eucaristía (o sea la solemnidad del Corpus Christi, que el año 1524 cayó el 26 de mayo) sujeté mi cuello a la coyunda mujeril, que, a decir verdad, todavía no me resulta pesada, ni deseo por ahora sacudírmela de mi cuello. En adelante, Dios dirá. Hasta el momento no me disgusta la resolución tomada, y a todos los que nos conocen, la pareja les contenta mucho; y aun dicen que en muchos años no hubo aquí boda con tan general aprobación.»
Poco después, a tono con el contenido de la carta anteriormente citada, habla de su vuelta a Inglaterra. La carta está escrita desde Calais, cuando ya está a punto de embarcar. Dice así 95:
«Escribo desde Calais, a punto de pasar a Inglaterra, con la ayuda del Señor, para continuar allí [Pg. 49] las pesadas tareas de mi vida, con un gran tedio de vivir, el tedio mayor de mi camino, con una gran añoranza de mis nuevos amores.»
Ya para entonces su estancia en Inglaterra comenzaba a serle sumamente fastidiosa. Oigamos sus palabras, cuando ya más tarde Vives, reclamado personalmente por los reyes, había entrado en el círculo de los privilegiados cortesanos, que constituían la élite de los hombres de su época. Describe así con palabras llenas de dolor su vida inhóspita y detestable en la corte 96:
«Tengo por habitación un cuchitril estrechísimo donde no hay mesa alguna, apenas sillas, rodeado circularmente de otros cuchitriles llenos siempre de estrépitos y de gritos, por manera que no puede el espíritu recogerse dentro de sí mismo, aun cuando quiera y haga los mayores esfuerzos. En este caso, aléjome algún tanto de la corte, y porque el día no se me vaya todo en ir y venir, a veces salgo de casa a la mañana y no vuelvo hasta la noche. Allí, si he cenado, no ando en esas estrecheces, ¿cómo podría?, sino que doy vueltas como en una jaula. Ni cuando estoy ahíto, puedo estudiar, pues hay que atender a la salud, especialmente aquí, donde, si enfermare, me echarían en una pocilga y no habría quien me mirase con más compasión que a un perro roñoso y ruin. No cenado, leo alguna cosa, y aun frecuentemente no ceno, porque esta vida sedentaria mía no me permite digerir como cuando salgo a pasear afuera.»
Los aires del Támesis no iban nada bien a Vives. El habla con amargura de aquel cielo húmedo, denso y ventoso y del género de comidas muy diverso al que está acostumbrado en su añorada Brujas. Por eso suspira por volver de cuando en cuando a su nueva patria. En esta época hemos de colocar el viaje a Brujas de San Ignacio, el [Pg. 50] fundador de los Jesuitas. Según es tradición, la primera persona a quien él se dirigió para arbitrar recursos en orden a la erección de una casa de su orden en dicha ciudad fue a Juan Luis Vives. Este recibió amablemente y sentó a su mesa a San Ignacio, como a un pobre de su tierra, pues no tenía ninguna noticia de él 97.
Vives encontró en Oxford, entre otros, a Luis de Flandes, señor de Praet, quien le incitó a escribir la obra De subventione pauperum, primera obra ordenada a la supresión de la mendicidad y a crear una conciencia de ordenación social en favor de los necesitados y de la participación de los magistrados en la distribución equitativa de los recursos, su intervención en las instituciones de caridad, socorriendo, en lo posible, toda clase de menesterosos. Esta actitud profundamente social de Vives chocó contra el criterio dominante en su tiempo, que consideraba necesario en las ciudades la permanencia de los pobres, como medio de estimular la caridad de los ricos. Pero él proclama como deber de todos los magistrados el de trabajar para impedir toda clase de injusticias y hacer que la caridad y la concordia entre los conciudadanos reinen lo más perfectamente posible. Así como es vergonzoso, dice en la dedicatoria, dirigida a las autoridades de Brujas, que un padre de familia guarde en una habitación de su casa algún hijo hambriento y abandonado, en medio de la opulencia [Pg. 51] de los demás miembros de la casa, de la misma manera no es conveniente que los magistrados de una ciudad, que no es ciertamente pobre, dejen a sus habitantes en la miseria, en el hambre, en la desnudez. El colegio de abogados de la ciudad de Brujas felicitó al autor por su obra y en premio a su labor le regaló una copa de plata, mandando que la obra de Vives fuera impresa a expensas del municipio 98.
Contra la actitud de Vives y su libro se alzó más tarde un fraile agustino, llamado Lorenzo de Villavicencio, de Jerez, quien hizo imprimir un opúsculo que lleva por título: De oeconomia sacra circa pauperum curam 99, considerando la idea de Vives como doctrina pestilencial, perniciosa y grandemente injuriosa para la dignidad y santidad de la Iglesia. A pesar de ello, la obra se impuso. Fueron múltiples las ediciones que de ella se hicieron 100 y muy elogiosas las alabanzas que se le dedicaron 101.
Muy bien acogido por Enrique VIII y su esposa, Catalina de Aragón, se preocupó Vives de orientar sabiamente la conducta de los mismos. Por este tiempo escribió para la reina su tratado sobre la Formación de la mujer cristiana 102 y para el rey, años más tarde, el que lleva por título: Del deber del marido 103. Mientras tanto los regios consortes le habían encomendado al humanista español la educación de su hija María Tudor. Vives dedicó [Pg. 52] a su joven discípula el tratado sobre el Ordenamiento del estudio de los niños 104, uno de los mejor logrados, con atinadas observaciones, fruto de su experiencia y del conocimiento de la antigüedad clásica.
Muchas de las cartas de esta segunda etapa de Vives en Inglaterra (noviembre de 1524 a mayo de 1525) rezuman un pesimismo muy acentuado. A ello debió contribuir, además del clima brumoso y húmedo de Inglaterra, la añoranza de su esposa 105, que le aguarda en Brujas junto al hogar paterno; el rudo golpe que Vives recibió cuando se enteró de la ejecución de su padre y del proceso de la Inquisición entablado contra su familia 106; la derrota de Francisco I, de Francia, en Pavía y consiguiente encarcelamiento, y más tarde la firma del tratado de Madrid, dejando en manos de Carlos V algunos de los estados que en vano había intentado retener el rey de Francia 107. Todas estas circunstancias se sumaban en el ánimo de Vives para acrecentar en él un sentimiento de angustia y de creciente desazón.
Todavía el 15 de marzo de 1525, Vives escribe una carta a Wosley proponiéndole determinadas reformas en la [Pg. 53] Universidad de Oxford 108; pero el 10 de mayo de este mismo año vuelve Vives a Brujas, donde encontró a su mujer con una grave infección de ojos. Allí, según expresión feliz del propio Vives, desideratus y desiderans 109, al año de la boda, se siente satisfecho al lado de los suyos y aprovecha la tranquilidad del hogar para llevar a feliz término algunas de sus obras, en particular el tratado De subventione pauperum, a ruegos de su protector Luis de Praet, como antes hemos dicho, publicado luego en Brujas.
En febrero de 1526 Vives llega por tercera vez a Inglaterra. Tiene algún disgusto con Wolsey, con relación a su cátedra de Oxford 110. Entabla relaciones con William Brount, cuarto Lord de Mountjoy, gran amigo y protector de Erasmo en Inglaterra. A él dedica el humanista de Rotterdam la primera edición de sus Adigiorum collectanea, en 1500, y Vives la segunda parte de su obra De ratione studii puerilis 111.
En mayo de este mismo año vuelve Vives a Brujas y publica sus dos opúsculos de tema similar: De Europae dissidiis et bello Turcico y así mismo el De conditione vitae christianorum sub Turca (Brujas, 1526). En Brujas pasa nuestro biografiado casi un año entero, de mayo de 1526 a abril del año siguiente, preocupado en parte por la enfermedad de su suegra, Clara Cervent.
Vives volvió a estar en Inglaterra algunos meses en 1527, de abril a junio. A él tenían encomendada los reyes la educación de su hija María Tudor. El 17 de junio deja de nuevo Londres y vuelve a Brujas 112. Vuelve por fin otra vez a Inglaterra, pero definitivamente se ve obligado a reintegrarse al lado de su esposa el 17 de abril de 1529. Para entonces, Vives había hablado de los tiempos difíciles que le habían tocado vivir al lado de los reyes ingleses, cuando, según su gráfica expresión, «ni le era [Pg. 54] permitido hablar ni callar sin peligro de su vida» 113. ¿Qué había pasado mientras tanto? Se había desencadenado con fuerza y pasión inusitada el pleito del divorcio del rey. Enrique VIII, su protagonista, se decidió a casarse con escándalo de su pueblo con su amante Ana Bolena. Inmediatamente después siguió el cisma de la Iglesia anglicana. Con ese motivo, Vives fue puesto en custodia del 25 de febrero al 1 de abril de dicho año 1528, confiado a la vigilancia del entonces embajador de España en Londres, Iñigo de Mendoza 114, hasta que se le dio la orden de parte del rey de abandonar Inglaterra.
Catalina de Aragón (1483-1536), hija de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, fue la que más de cerca hubo de sufrir las consecuencias de la decisión unilateral del voluntarioso Enrique VIII. Ella se había casado en 1503 con Arturo, primogénito de Enrique VII, quien al subir al trono en 1509, con el nombre de Enrique VIII, confirmó su matrimonio con Catalina, la reina consorte. De ella tuvo seis hijos, de los que sobrevivió sólo su hija María Tudor. La ausencia de descendencia masculina provocó un malestar profundo en el rey. Hacia 1525 Enrique VIII habló ya públicamente del divorcio, pretextando que su matrimonio se había llevado a cabo entre cuñados. A esto se unió su pasión por Ana Bolena. A partir de 1527 se sometió el caso a las autoridades eclesiásticas. El Papa Clemente VII se mostró al principio conciliador e indulgente, pero la firme actitud de Catalina, que se negó a aceptar como competente al tribunal nombrado para decidir el caso y las presiones de su sobrino, el emperador Carlos V, modificaron radicalmente la actitud del Pontífice. Sin tener en cuenta la decisión papal, Enrique VIII rompe definitivamente con Catalina (1531), se casa con Ana Bolena y logra que el arzobispo de Canterbury, Crammer, disuelva el matrimonio con la reina Catalina (1533), quien confinada en varios castillos del reino, muere llena de angustia en 1536. Estos [Pg. 55] hechos determinaron la ruptura de la Iglesia inglesa con Roma.
Mientras se ventilaba la causa, ni que decir tiene que Vives se colocó abiertamente frente al atropello del rey. Por eso cayó en desgracia del soberano voluptuoso. Hombre prudente, aconsejó a Catalina que callara, porque veía el pleito perdido ante las arbitrariedades del monarca. Entonces Vives perdió a la vez la protección del rey y de la reina. La del rey por no haber secundado, como tantos cobardes, su partido; la de la reina, porque Vives, en vista de la situación, había rehusado el peligroso honor de defender a la reina, aconsejándole que renunciara a toda procedura, en defensa propia, que había de resultar necesariamente inútil, ante la actitud decidida y arbitraria del prepotente soberano.
De hecho Enrique VIII había permitido a Catalina presentar dos abogados en su defensa. La reina llamó a Vives, desde Bélgica. Este volvió por última vez a Inglaterra el 17 de noviembre de 1528, con dos abogados de su confianza, el vicario de Lieja y un miembro del Parlamento de Malinas 115. Vives habla con la reina y le hace desistir de su defensa. En carta a Juan de Vergara se refiere nuestro biografiado al disgusto de la reina por su actitud, que creía equivocada y tal vez cobarde. Días más tarde —sería a fines de 1528— Vives estaba desolado, sin protectores y sin medios de subsistencia. La tragedia se había consumado. El vuelve a Brujas a refugiarse en el puerto tranquilo y consolador de sus estudios y aficiones literarias. Años después, aún tiene arrestos para dirigir una carta al rey, tratando de poner solución al conflicto. Pero el asunto no tenía ya remedio 116. La carta de referencia es del 13 de enero de 1531 y lleva el número 152 de este Epistolario.
[Pg. 56] 6. Vida tranquila en Brujas (1528-1537)
La tragedia de Catalina, la brutalidad de Enrique y la insolencia de Ana Bolena atormentaban a Vives en su vuelta a Brujas a fines de 1528. La peligrosa situación de Fisher y Moro en manos del ambicioso Wosley, hombre sin escrúpulos y sin conciencia, a merced de las veleidades del rey, afligían su corazón, tan sensible como recto en la reciprocidad de sus afectos. Vives tenía un gran concepto de la amistad, como lo confiesa en carta a su amigo Eccio 117. Lo de menos era la apurada situación económica de su familia. Se sentía totalmente desamparado de sus regios protectores. La enfermedad de Bernardo, su suegro, larga y molesta, había casi arruinado a la familia Valdaura. Vives, de 1528 a 1531, llevó una vida casi miserable 118. Afortunadamente este año de 1531, el rey de Portugal, Juan III, le socorrió con esplendidez al aceptar gustoso sus nuevas obras De tradendis disciplinis y De corruptis artibus. El rey con su munificencia regia alivió en parte su necesidad y Vives consiguió con estos nuevos tratados un señalado triunfo.
Notemos un detalle importante en la vida del gran valenciano. El 1529 apareció en Brujas una enfermedad, que había tenido sus manifestaciones y sus secuelas desagradables en otros países, en particular en Inglaterra. Esta enfermedad en muchas partes fue sumamente mortífera. La muerte sobrevenía a las pocas horas. Un sudor angustioso consumía al enfermo. Un médico célebre de la Universidad de Cambridge, John Kahe, muy relacionado con Enrique VIII y su corte, es el primero que hace mención de ella. La llama Ephimera Britannica, a causa de su corta duración: generalmente un día. Otros la llaman sudor anglicus, ephimera anglica pestilens, morbus sudorificus, ephimera sudatoria. Esta enfermedad hizo estragos en Brujas 119. A petición del preboste de San [Pg. 57] Donaciano, Juan Carondolet, Vives publicó con este motivo un oficio y sermón titulado: Sacrum diurnum de sudore Jesu Christi. Contio de nostro et Christi sudore (Brujas, 1529); a este oficio y sermón se añadió una meditación sobre la Pasión de Cristo 120.
En este tiempo de penuria económica, Vives se dispone a impartir con mayor generosidad que antes sus conocimientos a un grupo de jóvenes de la aristocracia, que solicitan sus servicios en orden a su formación integral. Estos fueron algunos españoles de la mejor prosapia, como Rodrigo Manrique, Juan del Castillo, Benavides Gómez, Pedro Maluenda, Fernández Ruiz de Villegas, etc. Con algunos de ellos mantuvo su maestro correspondencia epistolar que va incorporada al Epistolario. Uno de ellos fue también Jacques de Curte (= Curcio), famoso jurista, quien, en la dedicatoria de una de sus obras titulada Eíkasta, habla elogiosamente de su maestro 121.
Poco después, en 1531, escribió la valiente carta a Enrique VIII, invitándole, como antes he dicho, a rectificar su conducta y volver sobre sus pasos, para reparar el daño causado a la Iglesia y a su esposa 122.
Durante este tiempo, para no perder el contacto con un centro cultural de tanto prestigio y con una biblioteca tan rica como la de Lovaina, pasaba largas temporadas en esa ciudad universitaria. Así podía seguir en relación con los mejores de sus maestros y transmitir a las generaciones sucesivas su doctrina y sus métodos. Su libro De disciplinis (Brujas, 1531) y el De ratione dicendi (Brujas, 1531), fruto maduro de largos años de reflexión y de una reiterada experiencia docente ensayada tanto en Lovaina [Pg. 58] como en Oxford, son prueba fehaciente de ello. Allí en Lovaina, encontró Vives una estima siempre creciente y una aceptación entusiasta de maestros y estudiantes, que le serían más gratas a su autor que las nada desdeñables dádivas de Juan III, de Portugal; de Carlos V, de España, de Alfonso Manrique, arzobispo de Sevilla, a quiénes Vives dedicó algunas obras de este período de madurez intelectual. Trabajaba infatigable, no obstante su precaria salud. Editó por esos años: Liber de pacificatione (Brujas, 1529), De disciplinis (Brujas, 1531), De ratione dicendi (1532), Descriptio Templorum et Rerum populi Romani (Brujas, 1534), De communione rerum ad Germanos Inferiores (Brujas, 1535), Exercitationes animi ad Deum (Brujas, 1535), De Conscribendis epistolis (1536). Baltasar Gracián (El Criticón, II, 12) habla muy elogiosamente de esta obra de Vives. Dice así:
«—Finalmente, dijo—, este librito de oro fue parto noble de aquel célebre gramático, prodigioso desvelo de Luis Vives, y se intitula: De conscribendis epistolis, "Arte de escribir..."
No pudo acabar de pronunciar cartas, porque fue tal la risa de todo aquel erudito teatro, tanta la tempestad de carcajadas, que no pudo en mucho rato tomar la vez ni la voz para desempeñarse. Volvía ya a esconder el librillo en el seno con tal severidad, que bastó a serenarlos, y muy compuesto les dijo:
—Mucho he sentido el veros hoy tan vulgarizantes. Sólo puede ser satisfacción el reconoceros desengañados. Advertid que no hay otro saber en el mundo todo como el saber escribir una carta; y quien quisiere mandar, practique aquel importante aforismo: Qui vult regnare, scribat, «quien quiere reinar, escriba.».
En 1532, Vives pasó algunas semanas en el castillo de Comines con su amigo Jorge de Haleroyn 123. No parece [Pg. 59] que Vives fuera ajeno a su obra De restauratione linguae latinae (Amberes, 1533). La obra va dedicada a Juan Despauterio y contiene algunas ideas comunes a las expuesta por Vives en otras de sus publicaciones de esta época.
Entre las amistades que cultivó Juan Vives en su prolongada estancia en Lovaina de años anteriores y en las frecuentes visitas de ahora, además de los sujetos citados anteriormente, merecen mención especial los siguientes: Pedro Gilles, Martín van Dorp, Jerónimo Rouffaut, uno de los alumnos predilectos de Vives, Jorge de Halewyn, amigo también de Erasmo, de Despauterio y de Egidio o Gilles de Amberes; Juan de Heemstede, que siguió con especial interés sus clases de Lovaina, del 12 al 15 de julio de 1530; Francisco de Bobadilla y Mendoza, futuro cardenal de Burgos, una de las más grandes figuras del humanismo aristocrático de España, que en 1531 estuvo en amistosa relación con nuestro Vives, y a quien su autor dedicó el tratado De ratione dicendi, como recuerdo imperecedero de su amistad. Pero, de entre todos, con quien trabó una amistad más profunda y entrañable fue con Francisco Cranevelt, profesor de Derecho en Lovaina y más tarde presidente de Consejo de Europa establecido en Malinas, para asesorar al emperador Carlos V en sus múltiples problemas de gobierno y ayudarle a resolver por vía judicial los litigios y pleitos que continuamente surgían en la dilatada y complicada malla de intereses de su dilatado imperio. Las 49 cartas, cuyo autógrafo se conservan aún en el Tabularium de Lovaina, perteneciente a la biblioteca de su universidad, son un testimonio permanente de esa amistad sin eclipse 124.
Con Cranevelt cultivó también en Brujas la amistad de Juan de Fevyn, a quien cita en sus Comentarios al De Civitate Dei, de San Agustín 125, como a joven de gran [Pg. 60] porvenir, lo mismo que a Cranevelt, a quien también cita en ese mismo pasaje.
Una cita elogiosa hace también Vives en el De Officio Mariti 126 de su discípulo Juan Honorato, más tarde profesor de la Universidad de Valencia y por fin obispo. A él van dirigidas dos de las cartas conservadas de Juan Vives 127. Pero dejemos este período laborioso, aunque fecundo, de Vives y pasemos a otro más corto, pero no menos fructífero de su vida.
7. Preceptor en Breda (1537-1538)
Estos dos años que precedieron a su muerte, Vives habitó permanentemente en Breda, como preceptor de la señora Mencía de Mendoza, esposa de un importante personaje, el conde de Nassau, Enrique. Su presencia había sido requerida por el influyente conde, para dirigir los estudios de su esposa, la joven señora Mencía de Mendoza, modelo de damas imbuidas en la más alta cultura y ejemplo de prudencia y sabiduría para las matronas de su tiempo. Vives, además de dirigir sus estudios, debía orientarla en la adquisición de libros y obras de arte, a las que la ilustre dama era muy aficionada. Las vicisitudes de esta última etapa de la vida de Vives las relata con toda precisión el Prof. J. K. Steppe, de la Universidad de Lovaina, en un reciente artículo publicado en Scrinium Erasmianum 128. El relato del Prof. Steppe va ilustrado y [Pg. 61] documentado con abundante material recogido en diferentes archivos y resulta la más completa exposición de la estancia de Vives en Breda, en los años 1537-1538.
A la muerte del conde de Nassau, que tuvo lugar el 14 de septiembre de 1538, doña Mencía de Mendoza volvió a España y, pocos años después, en 1541, contrajo nuevas nupcias con Fernando de Aragón, duque de Calabria y vice-rey de Valencia. Mencía murió en la ciudad del Turia en 1554. Fue enterrada en la capilla funeraria de su familia, perteneciente al antiguo convento de los Dominicos de dicha ciudad. Sus restos fueron depositados a los pies de sus padres, don Rodrigo de Mendoza y Bivar y doña María de Fonseca 129.
Entonces Vives volvió ya definitivamente a Brujas, donde había fijado su residencia habitual. Salvo algunas salidas ocasionales, allí permaneció casi sin interrupción hasta su muerte. Con todo, el 8 de enero de 1533, consta que se hallaba en Gante. Desde esta ciudad escribe una carta a Budé en la fecha indicada 130. Algunas veces fue a Bruselas, donde tenía la corte Carlos V, y también a Malinas, donde Vives contaba con muchos amigos, y a Amberes, donde los impresores de varias de sus obras reclamaban su presencia. Años anteriores, en septiembre de 1529, Vives y su esposa se vieron obligados a abandonar Brujas, pasando a Lille, por causa de la peste. Así lo da a conocer la carta de Vives a Antonio Barquero 131. También debió hacer algún viaje esporádico a París, por razones de sociedad o de estudios. Debe rechazarse como falsedad [Pg. 62] el viaje de que habla Noreña en 1536, para leer allí el tratado de astronomía de Higinio. La existencia en la Biblioteca Nacional de Madrid de la edición de este autor de 1514 con la carta introductoria de Vives, nos obliga a desmentir semejante afirmación 132.
Durante su estancia en Breda, Vives compuso sus Exercitationes Linguae Latinae, llamados vulgarmente Diálogos, que tanta resonancia tuvieron en el mundo entero, a juzgar por sus múltiples ediciones 133 y traducciones. Es probable que ensayara la eficacia de estos Diálogos con su egregia discípula Mencía de Mendoza, aunque la realidad es que, en el momento de la edición, pensó en el Príncipe Felipe, hijo de Carlos V, y futuro rey de España, como destinatario de mayor relieve. A él dirige aquellas palabras de su carta nuncupatoria 134:
«Muchas y grandes son las ventajas de la lengua latina, así para hablar bien, como para bien pensar. Pues ella es un, a manera de arsenal, de toda suerte de erudición, porque los ingenios más grandes y señalados escribieron en latín, de todo género de disciplinas, a las cuales nadie puede acercarse sino mediante el conocimiento de aquella lengua.»
La primera edición de esta importante obra salía de las prensas de Roberto Winter, de Basilea, el mes de marzo de 1539, pero su composición se remonta al año anterior. Inmediatamente después de su publicación, surgieron los entusiastas apologistas de esta obra, que llegaría a inmortalizar a su autor. Uno de los más decididos fue al alcalaíno [Pg. 63] Pedro Mota, discípulo aprovechado de Antonio de Nebrija. Este gran admirador de Vives editó en Lyon, de Francia, los Diálogos, precedidos de una carta sumamente laudatoria, que más tarde reproduce Mayans en Opera Omnia 135, y muchas otras ediciones. El propio Mayans expone así el motivo de esta importante producción vivista:
«Consideró Vives que los Coloquios de su amigo Erasmo de Rotterdam eran mordacísimos, demasiado burlones, algunas veces poco latinos y por otras razones no convenientes a los niños, a quienes solamente debe darse doctrina provechosa con estilo puro, sencillo y claro, y tal la de estos Diálogos, acomodada a la inteligencia de la tierna edad y escrita con tanta propiedad, que en su género no hay cosa mejor ni aun igual» 136.
Esto dice el eruditismo editor de Opera Omnia de Juan Luis Vives, en su censura de la versión de los Diálogos por Cristóbal Coret. De estos Diálogos de Vives Lorenzo Riber emite el siguiente juicio altamente elogioso:
«Si fortuna tuvieron los Coloquios del dicacísimo pedagogo de Rotterdam, más fecunda y más larga la han tenido los Ejercicios de la lengua latina del pedagogo valenciano. Es la obra que con pulso más lento y con más prolijo y mimoso cariño Luis Vives escribió. Es su obra más movida y vivaz y la que se lee con más amor y más sabor. Es la catequesis, es el apostolado del niño a quien la antigüedad, por boca de Virgilio, y en persona de Eurialo, llamó "venerando": "vererande puer"» 137.
[Pg. 64] De esta época madura de Vives, data también una de sus obras mejor lograda: su tratado De anima et vita (Brujas, 1538). Gracias a él, mereció su autor el título, universalmente reconocido, de «Padre de la psicología moderna». El profesor Chr. Gottl. Schaumann defendió una tesis doctoral sobre el valor antropológico de Vives en la obra que ahora analizamos 138. Efectivamente este libro De anima et vita rezuma antropología, limpia de todo lo que le es ajeno, está redactada con el método, que el más erudito y conocedor de la materia pueda jamás exponer. Por lo que él conoció a través de sus observaciones y experiencias personales, y por lo que le dictaba su conciencia de filósofo, describe con una exactitud que maravilla la naturaleza del alma, las variadas formas de virtudes, facultades y potencias, sus hábitos, sus propiedades; analiza con sumo cuidado las leyes por las que se rigen sus diversas operaciones; nunca omite demostrar la verdad de sus conclusiones filosóficas, con ejemplos tomados del curso de la vida humana, confirmados por la historia, dando de lado todo lo vano, lo demasiado abstruso y lo que supera los alcances del humano conocimiento. Baste señalar, por ejemplo, cómo discurre su autor acerca de la esencia del alma humana, de su sede en el cuerpo, señalando después la diferencia que existe entre las operaciones del alma y de los elementos materiales que maneja muchas veces para las mismas. Es suficiente lo dicho para dejar bien en claro la soberana prestancia de nuestro filósofo y de esta su obra excelsa. Bien podemos aplicar a Vives aquellas palabras elogiosas de Virgilio 139: «¡Dichoso aquel que pudo conocer las causas de las cosas y someter bajo sus pies todos los medios y el hado inexorable y el estrépito y el tropel del avaro Aqueronte!»
También data de este tiempo una obra de gran envergadura, en defensa de la religión católica, que Vives dejó preparada antes de morir. Es su precioso tratado apologético, [Pg. 65] que lleva por título: De Veritate Fidei Christianae. Esta obra póstuma de Vives, editada por su amigo Francisco Cranevelt, en Basilea en 1543, con carta dirigida personalmente al Papa Pablo III, consta de cinco libros: el primero, sobre el fundamento de la verdadera piedad y religión; el segundo, sobre Jesucristo, maestro de la verdad; el tercero, contra los judios, por la realidad del Jesucristo, el Mesías; el cuarto, contra los mahometanos; y el quinto, sobre la preeminencia de la doctrina cristiana. Esta obra constituyó el verdadero broche de oro con el que Vives selló su perseverancia en la fe que había profesado, cuando tantos amigos suyos claudicaban o sucumbían miserablemente en Europa ante el empuje de las olas de la Reforma Protestante. ¡Magnífica aureola con la que orlar la figura excelsa del gran humanista valenciano, gloria de España, y ejemplo del mundo entero!
8. Ultimos años y sepulcro glorioso en Brujas (1538-1540)
Los últimos años de la vida de Vives, en Breda y en Brujas, estuvieron impregnados de una profunda amargura. Por una parte, el desenlace dramático de personas que le habían sido muy gratas; por otra, sus enfermedades cada vez mayores en número y más agudas con el deterioro que iban causando a su salud, quebrantada ya de tiempo atrás.
Efectivamente. En mayo de 1534, Vives anuncia a Erasmo en una de sus cartas el encarcelamiento de Moro y Fisher, en Inglaterra, y el de Vergara y Tovar, en España. En enero de 1536, Catalina, reina y consorte de Enrique VIII, muere desterrada y en la miseria. En mayo del mismo año, Ana Bolena es decapitada, a impulsos de un arrebato de ira del impetuoso rey. En julio de 1536, muere Erasmo en Basilea.
Con respecto a su persona, Vives se queja amargamente de su mal de gota, que se ha apoderado totalmente de él y [Pg. 66] le hace sufrir lo indecible 140. Por eso, no en vano se lamenta de la triste situación de su vida, en la que, llevado de un agudo pesimismo, no encuentra nada agradable 141. Comienza a sentir la ilusión de la muerte, para verse libre de las ataduras de la carne y de los tormentos a que está sujeta la vida 142. Tiene sólo 48 años, y se dispone a dejar el destierro y salir gozoso hacia la verdadera patria. Completada su carrera terrestre en pocos años, con su vida fecunda en ejemplos de virtud y fidelidad, con sus múltiples obras escritas, variadas en su temática, ricas en doctrina, cargadas de valores imperecederos, se prepara para recibir el premio de sus buenas obras y estimular a [Pg. 67] sus admiradores y amigos a que le sigan por el único camino por donde han ido los pocos y verdaderos sabios que por el mundo han pasado. Los últimos años, y más en particular las últimas semanas de su vida, irán marcados por una singular devoción y aceptación generosa de la voluntad de Dios. Su muerte ocurre en Brujas, al lado de su esposa, el 6 de mayo de 1540. Ese día constituyó para la ciudad entera un día general de luto. El municipio costeó sus funerales, como lo había hecho con otros de sus hijos más preclaros. Su cuerpo descansó en un sepulcro de la iglesia de San Donaciano, hasta la demolición de dicha iglesia, convertida hoy en jardín de la ciudad. Bajo el busto de Vives y de su esposa, con las armas de la familia Valdaura, durante muchos años se leía una inscripción en latín, que, traducido el romance, decía lo siguiente 143.
« A JUAN LUIS VIVES, valenciano, varón esclarecido en todos los ornamentos de las virtudes y del saber en cualquier linaje de disciplinas, como acreditan los gloriosos monumentos literarios que él dejó; y a MARGARITA VALDAURA, dama de rara honestidad y en grado extremo semejante a su marido en todas las dotes del espíritu, prez del sexo femenino; a ambos que unidos como siempre vivieron en alma y cuerpo y aquí entregados a la tierra, dedicaron este recuerdo a su hermana y a su marido ejemplar. Vivió Juan cuarenta y ocho años y dos meses, y murió en Brujas a los seis de mayo de 1540. Margarita vivió cuarenta y siete años, tres meses y nueve días. Falleció a los once de octubre de 1552.»
Andrés Schott (1552-1629), humanista de Amberes, compuso en honor de Juan Luis Vives el siguiente dístico doble. Lo dejo en su lengua original, para que no pierda nada de su imperecedera vitalidad 144:
[+Poesia]
«Vives, aeternum vivet tua fama superstes,
Nam volitas, Vives, per ora virum.
Copia magna quidem Desideriumque Batavi
Plene nunquam explens alveus amnis fluit.»
[-Poesia]
9. Supervivencia de Juan Luis Vives
A Vives lo han inmortalizado tanto sus obras escritas, como los elogios que le han tributado sus contemporáneos. Hemos reproducido ya algunos de ellos, por ejemplo, las palabras calurosas que en diferentes ocasiones le tributó personalmente Erasmo, árbitro de la elocuencia de su tiempo, Tomás Moro, Guillermo Budé y tantos biógrafos como ha tenido en el correr de los siglos. J. Britz lo llama «a la vez filólogo, filósofo, teólogo, pedagogo y experto conocedor de la política» 145. Vosio declara que «Vives era un hombre de un profundo saber y de una sabiduría incomparable, a quien Enrique VIII y la reina Catalina, su esposa, habían tenido en tan gran estima, que iban muchas veces a Oxford, para oír sus lecciones, y tuvieron a mucha honra encomendar la educación de su hija María Tudor» 146
Huidrico Cook, que se encargó de la edición basiliense de las obras de Vives, en 1555, escribe así en la carta nuncupatoria dirigida a Daniel Wielad:
«Competían en él —en Vives— la rapidez de su ingenio inventivo, la sanidad de su mente, su singular destreza y felicidad para desarrollarlo todo, cosa que fácilmente verá quien quiera que lo lea. A esto se añadió un estudio asiduo y un trabajo incansable, [Pg. 69] no en cultivar un solo linaje de doctrina, sino en agotar todo el campo de la filosofía» 147.
Ortega y Gasset en un trabajo sugerente, como todos los suyos, dedicado a estudiar la persona de Vives y su obra, refiriéndose a la época comprendida entre el 1400 y el 1650, dice que los tres centros emisores, las tres vísceras del organismo de la vida occidental en torno al 1500 son Italia, Países Bajos y España. Y concretando más su pensamiento, asigna a Vives la representación exacta de la línea divisoria de la época llamada Renacimiento. En este mismo sentido habla Américo enjuiciando el Renacimiento español. Dice así: «El pensamiento de Italia y el renovador análisis de Erasmo comenzaban a suscitar frutos originales en ciertas mentes hispánicas: Luis Vives, el más brillante pensador del momento; junto a él, Valdés, Vergara y muchos otros» 148.
Su obra, ingente por la mole de sus producciones, variada y rica por su temática, difundida por todo el mundo por la multiplicación de sus ediciones y traducciones, ha hecho pervivir su memoria hasta llegar a nuestros días. En pleno siglo veinte su figura se agiganta y sigue ejerciendo un influjo decisivo, sobre todo en determinados campos del saber. Como apologista se reconoce la importancia de la obra De veritate fidei Christianae, de la que ya hemos hablado; como pedagogo descuella por sus Diálogos y sus diversos tratados educativos, algunos de fama internacional. Efectivamente la ayuda que él ha prestado a los estudiosos en esta materia es incalculable. Creó un sistema de educación, que se ha ido transmitiendo a las generaciones que le siguieron, arrancando de [Pg. 70] la escuela materna hasta la enseñanza propiamente universitaria. En su De disciplinis, estudia al detalle cada etapa del desarrollo intelectual y moral del estudiante, prodigando consejos y orientaciones, que han contribuido eficazmente a la reorganización racional de los diversos centros docentes en sus diversos niveles. Los pedagogos de su época y los de tiempos sucesivos han aplicado sus principios y métodos educativos, dándoles categoría universal, adaptándolos a su vez en múltiples tratados de pedagogía teórica y práctica. Es admirable la visión pedagógica de Vives. Parece como si avizorando el horizonte de la historia, hubiera escrito en nuestros días. Sus ideas pedagógicas tienen actualidad en pleno siglo veinte. Sus teorías parecen escritas ayer. ¡Tan grande es la actualidad de Vives a cuatro siglos de su muerte! En sus tratados nos habla de los grandes temas que hoy ventila la pedagogía moderna: la enseñanza por la lengua materna, la educación intelectual de la mujer, su elevación en la escala social, la participación activa del alumno en su propia educación, el ejercicio ordenado de sus propias facultades, la necesidad de la gimnasia y del juego, como estimulante de la actividad intelectual, la preocupación adecuada del personal docente, la creación de escuelas prácticas, donde los jóvenes maestros se ensayen en la enseñanza bajo la mirada vigilante y cariñosa de maestros experimentados y donde los centros que los necesiten puedan hacer la elección definitiva para el ejercicio más eficaz de la enseñanza. Vives ha superado también su época en la manera como quiere que se traten las diversas ramas del saber: así la Historia, en lugar de ser una retahíla de nombres de batallas, personajes y sucesos, quiere que ayude a enseñar, a pensar y sentir la propia vida, aleccionados por los hechos del pasado. Sólo así será la historia, como quiere Cicerón, la verdadera maestra de la vida. La Geografía debe estudiar, más que la materialidad de los simples accidentes de la tierra y del cosmos, la manera cómo el hombre debe adaptarse a las diferentes condiciones de la naturaleza y la forma de adueñarse de ella en beneficio de la humanidad entera. En fin, Vives proclamó que la Enseñanza, como objetivo final, debe tender al desarrollo [Pg. 71] moral y religioso del alumno, a su mejor formación integral, profunda, sana, equilibrada, amplia, sin contrastes desconcertantes entre sus diversas facultades anímicas, en una palabra, que reúna en sí de manera armoniosa y concordante lo que los latinos llamaban humanitas, «filantropía» y los griegos sofrosine, «modestia», «templanza» 149. Vives exige, además, que el pedagogo sea para los jóvenes encomendados a su cuidado, no sólo un instructor sabio y un maestro teórico en las diferentes disciplinas, sino también un auténtico modelo y un verdadero formador de conciencias y de carácter, más con su ejemplo que con su palabra. En esto Vives fue siempre en vanguardia. Toda su vida fue un acabado modelo para sus encomendados. A su vasta erudición y a su juicio recto y seguro, supo juntar una vida honrada y noble, ajustada a las normas de la sana moral y a las exigencias de sus convicciones cristianas. Así, el ilustre innovador en materia de estudios y educación, ya en la primera mitad del siglo XVI, se reveló como un representante digno e impulsor de aquel movimiento pedagógico que aun en nuestros días sigue ejerciendo saludable influjo en cuantos se esfuerzan por implantar en la sociedad y en la escuela las directrices más sanas del verdadero humanismo cristiano.
Bajo otro punto de vista, los pacifistas proclaman a Vives como pionero de los predicadores de la paz. Sus tratados De concordia et discordia in humano genere (Brujas, 1529) y el Liber de pacificatione (Brujas, 1529) contienen no sólo ideas abstractas sobre la concordia y la paz de los pueblos, sino también advertencias valientes dirigidas a las testas coronadas de la Europa de su tiempo. Igualmente su tratado De subventione pauperum (Brujas. 1526) da derecho a su autor para figurar [Pg. 72] con honor al frente de los impulsores de las reformas sociales de mayor alcance en el mundo y ser tenido como precursor de los avances más decisivos en el campo de las reformas sociales de la comunidad entre los pueblos. Bajo el punto de vista filosófico, pocos tratados pueden parangonarse con el llamado Introductio ad Sapientiam (Brujas, 1524), síntesis admirablemente bien lograda de la recóndita perenne sabiduría de todos los tiempos.
«Moreana», la revista dedicada a los temas de Tomás Moro, en el número 25 correspondiente a 1970, pág. 86, recoge una serie de datos acerca de la influencia que aun hoy día sigue ejerciendo Vives en varios campos del saber humano de nuestros días. Van reunidos bajo el epígrafe muy significativo, por cierto, de L'Actualité de Juan Luis Vives 150.
Américo Castro en una serie de páginas dedicadas a Vives en su obra, La realidad histórica de España 151, partiendo de la ascendencia judía del humanista valenciano, que nadie pone en duda, nos da una visión bastante partidista y algo a priori de la personalidad de este escritor. Sin tantas páginas, Allen, como es su costumbre, recoge magistralmente los datos fundamentales referentes a su vida y brevemente hace referencia a algunos de los grandes elogios que le dedicaron sus contemporáneos 152. Mucho mejor que todos ellos, con base documental muchas veces de primera mano, nos trazan su figura egregia los que yo considero como los mejores de sus biógrafos, Emilio Van den Bussche y A. J. Namèche 153. Pero la realidad es que, a pesar de su recia y señera personalidad, la figura de Vives sigue para muchos olvidada o casi olvidada. Por eso, Ricardo Aznar Casanovas, en su edición francesa De [Pg. 73] l'assistance aux pauvres (Bruselas, 1943), pág. 10, dice muy intencionadamente: «En homenaje a la memoria del Humanista insigne, que está desgraciadamente casi olvidado.» Nuestro intento, con estas páginas, es contribuir a dar a conocer y glorificar merecidamente el nombre de Juan Luis Vives, el más grande humanista español del siglo XVI.
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a los profesores P. Sainz Rodríguez, A. Fontán, J. Jiménez Delgado, L. J. Swift, A. Etchegaray y F. Agudo Sánchez.
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Marcel Gysens, s. f.)
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VOCHT: Litterae ad Franciscum Craneveldium, etc. A él dedicó Vives sus Meditationes in septem psalmos Penitentiales (Lovaina, 1518). De su formación cuidó Vives de 1517 a 1521, fecha de su muerte.
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español. Gracias a él, pude traerme, como rico tesoro, las xerocopias de las 49 cartas originales conservadas en el Tabularium de Parkstraat, 121, cuyo director, Dr. Buchet, amablemente me facilitó.
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y aún de muchos que les habían precedido. Estas son las palabras de Vives: Superant scriptores omnes aetatis hujus et aequant eos, qui patrum atque avorum memoria vixerunt, ingenio, eruditione, facundia. Erasmus Roterodanus et Gulielmus Budaeus, vario et diversissimo divendi genere; duo uterque in suo praestans. Erasmus facilis, et dilucidus, et alius semper. G. Budaeus novo quodam atque inusitato dicendi genere est delectatus, quod sit admirari quam imitari promptius. Para las relaciones entre Guillermo Budé y Juan Luis Vives, véase A. G. EULIZ: Der Verkert zwischen Vives und Budaeus. Chemnitz, 1877.
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posthac. Pecunia Reginea me huc usque alui, et alo. Moro scripsi me prolixe collocuturum cum eo cum venerit. Suspicari potest quid velim, sed non aperte quicquam, cum nollem te inconsulto: tametsi consilium tuum prepemodum novi, ut parem ocium ad vitam studiosam undequaque queam. Quod, cum alia praestitero omnia, non est in manu mea praestare: quod si in eo solo sita est fortuna, non est suae quisque fortunae faber, ut dicebat Appius. ALLEN: Opus Epist., IV, pág. 550, carta n.° 1222, vv. 12-23.
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escribe a Carlos V una nueva epístola sobre la paz del mundo: De concordia et discordia in humano genere (Brujas, 1529).
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desde muchos años antes. Cf. NOREÑA: Juan Luis Vives (La Haya, 1970), páginas 110-111.
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vol. II (Leiden, 1969), págs. 451-457; MARCEL BATAILLON: Erasmo y España; cf. una amplia biografía de doña Mencía de Mendoza, marquesa de Zeñete et condesa de Nassau (México-Buenos Aires, 2.a ed., 1966), págs. 484-488, 511-513.
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