CAPÍTULO PRIMERO
MANUEL MARTÍ Y EL CRITICISMO HISTÓRICO DEL
BARROCO
En el resurgir general que señala el reino valenciano a fines del siglo XVII ocupa un lugar importante el cultivo de las letras. Al crecimiento económico y mejoras sociales acompaña una mayor vitalidad científica y literaria, si bien este renacer cultural no es armónico. Una clara disociación aparece desde el primer momento entre dos métodos y actitudes. Por una parte la ciencia oficial, centrada en la Universidad con su proceso decadente, basada en el estudio de Aristóteles, del escolasticismo y de Galeno, con su mentalidad siempre pronta a defender la tradición. Por otra, el ambiente renovador, inquieto y con exigencias de observar la realidad, que se agrupa alrededor de Academias y al margen de la Universidad 1.
El movimiento renovador tiene especial importancia. Si en el estudio de la medicina predomina la observación de la naturaleza con defensa de Hipócrates y ataque al galenismo 2, en las ciencias discursivas adquiere singular fuerza el criticismo histórico, el estudio bibliográfico y el cultivo de la filosofía clásica 3. Notamos, desde el primer momento, que este movimiento finisecular no está separado del proceso cultural español en cuanto a crítica histórica y bibliográfica se refiere, y serán precisamente [Pg. 26] los valencianos quienes comprenderán y continuarán la labor emprendida por los grandes críticos españoles del reinado de Carlos II.
Fruto de la disociación cultural del momento es la actitud de Manuel Martí, futuro deán de Alicante. El joven Martí había estudiado en la Universidad de Valencia, aunque no había querido graduarse a causa de su aversión a las "argucias escolásticas" 4. Sin embargo, participó activamente en las Academias del Parnaso y del Alcázar, dedicadas de manera especial al cultivo de las letras 5. El carácter estrictamente literario que animaba estos grupos es superado por otras Academias que añaden matices eruditos y científicos como son la Academia de la calle del Obispo, presidida por el conde de Alcudia, y la del marqués de Villatorcas y conde de Cervellón, a la que asistían historiadores como Martí y Miñana, bibliófilos como Rodríguez y matemáticos como Tosca, Corachán e Iñigo 6. Posteriormente, en 1687, la Academia, que tenía sus sesiones en casa de Iñigo, dedica sus actividades a estudios estrictamente científicos y matemáticos 7. Pero Martí no limitó su actividad intelectual a la presencia en Academias. Convencido de la necesidad del conocimiento de las lenguas clásicas para la consecución de su ideal humanista, se había convertido en un consumado latinista y, superando muchas dificultades, había estudiado griego que llegó a dominar en los años de vida romana 8.
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