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Juan Luís Vives - Índice... > El Alma y la vida > Libro III > Libro III. Introducción / [Introductio]

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 233] INTRODUCCIÓN

1. Sigue la parte del alma que trata de las emociones 206 , muy difícil de conocer por la variedad de éstas y a la vez necesaria para procurar el remedio a tan grandes males y la medicina a enfermedades tan crueles. Semejante estudio no ha sido realizado, ni expuesto con suficiente diligencia por los antiguos filósofos. Los estoicos, a quienes Cicerón confiesa haber secundado, falsearon toda esta cuestión con sus argucias. 207 Aristóteles en la Retórica expuso esta materia sólo en la medida que consideró suficiente para el orador político. 208 Nosotros, según nuestras posibilidades, analizaremos, una por una, las partes de este tema con mayor hondura y precisión.

[Pg. 234] 2. El Rey de la naturaleza creó todas las cosas para hacerlas partícipes de su ser a fin de que tuvieran vida y de su felicidad para que tuvieran una vida feliz conforme a la capacidad e índole de cada uno, otorgándoles las facultades para conseguir y mantener éstos sus dones: con relación al ser la inclinación a defenderse cada cual del riesgo de perecer; con respecto al ser feliz el deseo del bien y la aversión al mal, a fin de que nuestra inclinación tienda al bien y se aparte y aleje del mal. Por ello, se ha añadido al ser animado el conocimiento, tanto el sensitivo como el interior, para poder juzgar; más el juicio para impulsarnos a la acción o para disuadirnos de ella. La propia disuasión tiene lugar en vista de algún bien puesto que es alejamiento del mal para acercarse al bien.

3. Por lo cual, todo lo realizamos en orden al bien, semejantes en ello a nuestro Creador que es óptimo. En verdad, huimos del mal a causa del bien y tendemos hacia el bien por sí mismo. Pero en la elección del bien nos perturban durante la vida numerosos errores. Es simplemente un bien lo que sin más nos aprovecha; para cada cual resulta un bien el que le es provechoso: frente a éste se halla situado el mal que le perjudica. Como el bien es único por naturaleza, así lo es también para nosotros; por supuesto aquel bien que es efectivamente tal, por cuya participación nosotros nos hacemos buenos y por lo tanto felices. Con todo, la ciega ignorancia ha acumulado en nosotros muchas clases de bienes, en el espíritu, en el cuerpo, en el exterior, de los cuales no es éste el lugar de hacer el recuento; de hecho han sido enumerados y expuestos abundantemente por muchos autores y a menudo también por nosotros en otras obras. 209

4. Así, pues, los actos de estas facultades de los que nuestro espíritu está naturalmente dotado para secundar el bien y evitar el mal se llaman afectos o emociones, por los cuales somos impulsados hacia el bien o contra el mal, o nos alejamos de éste. Llamo ahora bien o mal no precisamente a lo que es tal en realidad, sino a lo que cada uno considera que lo es para sí, ya que es propio del juicio valorar [Pg. 235] qué es el bien y qué es el mal y por ello es tan grande el error en las opiniones al respecto, puesto que son muchas y muy espesas las tinieblas que envuelven nuestro juicio, aun cuando, en este aspecto, poseemos ciertos gérmenes de verdad, infundidos por la naturaleza, según hemos expuesto anteriormente; sin embargo, éstos son de índole muy universal, como derivados de aquellos dos dones de Dios: el de la conservación de sí mismo y el de la -vida feliz. Mas cuando de este principio general se desciende a los casos particulares, en seguida se producen muchos errores y enormes riesgos.

5. Existen ciertos movimientos del espíritu o, mejor, impulsos naturales que proceden de una afección del cuerpo, como la avidez de comer cuando se tiene hambre, o de beber cuando se tiene sed; la tristeza en caso de enfermedad o bajo la opresión de la bilis negra; la sensación gozosa cuando la sangre circula limpia y pura en torno al corazón; el malestar por el golpe recibido. Estos impulsos se anticipan al juicio; todos los restantes, por más rápidos y veloces que sean, siguen la decisión del juicio, ya que el espíritu no actúa si antes no ha juzgado de la bondad o malicia del objeto que se le ofrece; y lo propio acontece en la práctica con los animales, en los cuales la sola imaginación no produce el impulso a no ser que se asocie también un acto estimativo que en ellos hace las veces de un cierto juicio. Pero también las operaciones de nuestro espíritu son muy impetuosas y no nos dejan tiempo para que las percibamos y observemos fácilmente; por ello se piensa que algunas veces se adelantan al juicio del espíritu. Así, pues, a medida que la mente es instruida y educada de diversos modos, los afectos cambian, aumentando o disminuyendo; o bien desaparecen totalmente y ceden al vigor y, por así decirlo, al derecho de otros.

6. Hemos explicado en el libro anterior qué causas mueven el juicio y lo conducen hacia diversas sentencias. Es también lógico que esas mismas causas tengan eficacia para excitar y calmar las emociones; pero no siempre para excitar un sentimiento es necesario aquel juicio que decide sobre las cosas mediante el cotejo de las razones: basta, y es más frecuente, el juicio que se mueve por las representaciones de la imaginación. De ahí que, con sola la fantasía que atrae impetuosamente hacia sí una cierta forma de opinión y de juicio acerca de la bondad o de la malicia del objeto en cuestión, es como nos enfrentamos a las distintas emociones: tememos, nos alegramos, [Pg. 236] lloramos, nos entristecemos; así resulta que convergen evidentemente hacia la parte del cuerpo en la que tanto prevalece la fantasía. Por lo cual, asignaremos ahora todos los sentimientos a las mismas cualidades de las que consta la naturaleza corporal, de modo que unos sean cálidos, otros fríos; éstos húmedos, aquéllos secos; otros sean mezcla de varios de los anteriores, porque la atemperación del cuerpo humano resulta de esas mismas cualidades; y de cualquier naturaleza e índole que sea el sentimiento, fácilmente ora nace, ora crece en una naturaleza corpórea semejante, pero no así en la contraria.

7. Mas estos temperamentos del cuerpo unas veces se excitan y agudizan, otras se comprimen y refrenan por los agentes internos y los externos. Los primeros son las mismas emociones: en efecto, la tristeza nos vuelve fríos y secos; la alegría cálidos y húmedos. Porque las emociones no sólo acogen la disposición del cuerpo, sino que la producen; en verdad, propios del cuerpo son el alimento, la bebida, la edad, las enfermedades, no ciertamente para siempre, ni en todas partes, sino en la mayoría de los casos. Estas cosas cambian mucho respecto del cuerpo; por donde cambian también las emociones, sobre todo en aquellos que se dejan arrastrar por la pasión y no se gobiernan por el timón de la razón y del justo juicio. A esto se agregan los pensamientos elevados, los estudios vastos, difíciles, arduos que hacen melancólicos a los hombres. También la opinión que tenemos de las cosas: así Demócrito se reía siempre de las continuas necedades y torpezas de los humanos, mientras que Heráclito se lamentaba siempre de su incesante desgracia. 210

8. Los agentes externos son éstos: 211 el tiempo natural, como las cuatro estaciones, las horas del día y también nuestro propio tiempo, en el que tienen lugar los acontecimientos públicos o privados; asimismo nuestro espacio natural: todo ello lo hemos ya expuesto ampliamente en otro lugar. 212 En el espacio se incluye la habitación, [Pg. 237] el vestido, la compañía; luego los asuntos y las acciones hechas con atención, con empeño, con esfuerzo, con agrado, con molestia, con dificultad, con placidez, con facilidad. Sin embargo, las emociones no tienen un nombre único, ya que llamamos afectos a la facultad natural que posee el espíritu de abrirse al bien y de retirarse del mal; y sus acciones en el espíritu se expresan con el mismo nombre. Se llaman además costumbres que se han consolidado a partir de los actos -del nombre griego <¿xei$, es decir «hábitos» 213-, términos todos éstos que luego habrá que tener en cuenta para no equivocarnos. Mas cuál sea el que utilicemos de ellos, fácilmente lo dará a entender el sentido.

9. Y puesto que el espíritu había de morar en el cuerpo, Dios, artífice admirable, infundió en el ser animado esta facultad relativa a los sentimientos, a fin de que el espíritu fuese excitado como por unos estímulos y no yaciera abatido y abrumado por la masa del cuerpo, ni quedara entorpecido para siempre como un asno perezoso, ni se adormeciera en sus propios bienes dejando de realizar lo que es para él sumamente provechoso. Así, pues, se ve en seguida estimulado, de una y otra parte, por diversos -digámoslo así aguijones; en cambio otras veces se ve cohibido como por un freno para que no se precipite hacia lo nocivo. Tampoco al hombre le faltan estos mismos acicates y frenos en cuanto participa de la naturaleza animal para la cual le son necesarios por las mismas causas. Sin embargo, nosotros hemos aguzado demasiado dichos estímulos y hemos hecho molestos estos frenos dentados 214 al haber añadido a la leve y simple necesidad un peso enorme de elementos superfluos.

10. Pero así como en los movimientos del mar sopla un viento suave o uno más agitado o uno más impetuoso que en una horrenda tempestad y barre desde el fondo todo el mar con la misma arena y los peces, así también en estas agitaciones del espíritu algunas son tan ligeras que las podríamos designar como los inicios del movimiento que surge; otras son más potentes, otras sacuden todo el espíritu y lo expulsan de la sede de la razón y del asiento del juicio.

[Pg. 238] Son éstas, en verdad, perturbaciones y desenfrenos, como si ya el espíritu no fuera dueño de sí y pasara a manos de un poder extraño; son cegueras por cuanto aquél no puede ya percibir nada. Así las primeras agitaciones se pueden llamar con más precisión «sentimientos»; las restantes «conmociones» o «excitaciones», que los griegos denominan p§qh, es decir, «pasiones»; 215 en efecto, todo el espíritu padece con esta especie de golpe y se agita, y cuando éste es muy violento se convierte en confusión.

11. Luego, los afectos que han arraigado con el uso justamente se llaman vicios y enfermedades del espíritu; lo cual con más propiedad se aplica a los malos afectos; de éstos nos ocuparemos en otro lugar. Existen también afectos pasajeros como el pudor que resulta de la vergüenza, el temor a causa de un leve ruido; otros, como el miedo y el respeto, perduran afianzados con el tiempo; en suma, todo afecto enraizado por el uso, que engendra costumbre por la frecuencia de los actos, o consolidado por alguna acción duradera y eficaz. Ciertos afectos han sido infundidos por la naturaleza a causa de la constitución del cuerpo; por más que un hábito prolongado se transforma en una facultad natural.

12. Puesto que los afectos están vinculados y adheridos a la carne viva, cuanto la función de juzgar está más contagiada por la influencia del cuerpo y más inmersa en la carne, tanto más graves y numerosas surgen las pasiones: no sólo perturban y trastornan los sentidos internos del espíritu, sino también los externos. Así los enamorados, los indignados, los miedosos creen ver y escuchar lo que no existe en absoluto. Dice el poeta: 216 «Ciertamente todos los enamorados se inventan sueños ellos mismos». En cambio, cuanto más puro y elevado es el juicio tanto menores y más leves son las pasiones que admite, es decir, tanto más cuidadosamente examina qué hay de bueno y verdadero en cada cosa; de ahí que se deje impresionar más rara y serenamente. En verdad, las agitaciones desmesuradas y muy perturbadoras proceden de la ignorancia, de la desconsideración o [Pg. 239] del error por cuanto juzgamos el bien o el mal mayores de lo que son en realidad.

13. Es evidente que miramos a través de la niebla de la ignorancia sin actuar como deberíamos al aplicarnos solícitamente a un solo bien; y nos fijamos de antemano numerosos y diversos objetivos y medios en relación con la búsqueda de lo bueno que luego cambiamos en seguida, con sorprendente inconstancia, según el lugar y la ocasión. Además, al no atender al movimiento que surge y no conservar el dominio de nosotros mismos, nos entregamos al empuje de la misma tempestad para que nos lleve no adonde queremos nosotros, sino adonde le pluguiere a ella; y puesto que emprendemos los asuntos y los realizamos no por un juicio determinado de la mente, sino por el libre arbitrio de la naturaleza, nos impresionamos tanto cuanto lo permite la naturaleza; en efecto, las acciones naturales no se incluyen en los límites de nuestra voluntad, sino que dependen del supremo esfuerzo y poder de cada facultad.

14. Todo ello resulta muy diferente en el hombre sabio; él ciertamente no se engaña en la elección del bien, mas se propone uno determinado, ateniéndose a pocos medios para conseguirlo, pero que son ciertos y seguros; no se deja conducir por los asuntos, sino que él mismo los conduce siendo dueño de sí de derecho y de hecho a fin de que al irrumpir la pasión por la fuerza de la naturaleza, al punto la reprima con el freno de la razón y la obligue a plegarse al recto juicio.

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206 . Traducimos aquí affectus por «emociones» sobre todo teniendo en cuenta el estudio de C. Noreña, ya citado, J. L. Vives y las emociones que ahora se acaba de traducir al castellano. Pero no se nos oculta que en otros estudios y traducciones anteriores el término affectus ha sido interpretado por «pasiones». Tanto «emociones» («movimiento agitado del espíritu») como «pasiones» («afecto vehemente, violento», según Quintiliano, Inst. or. 6, 2, 9 y con la connotación de «perturbación y desorden», según una de las acepciones del diccionario de la Real Academia) no responden en muchos casos al concepto que Vives quiere expresar con affectus. Por ello con frecuencia el término latino será traducido por «afecto» o «sentimiento»; en todos aquellos pasajes en que así lo requiere el sentido de la frase.

207 . El propio fundador de la Estoa, Zenón de Citio, escribió un libro «Sobre las pasiones». Los estoicos definieron la pasión como «una conmoción del espíritu, opuesta ala recta razón, en contra de la naturaleza»: cf. Cicerón, Tusc., 4, 6, 11, que responde casi literalmente a la definición de Zenón en Diógenes Laercio, Vita Zen., 7, 110. A continuación éste enumera las cuatro principales pasiones: la concupiscencia, el temor, la tristeza (o dolor) y el placer, de las que también se hace eco Cicerón, Tusc., 3, 9, 24-25.

208 . Aristóteles en el Libro II de la Retórica, caps. del I al IX, 1377 b-1388 b, relaciona el carácter del orador con las pasiones del oyente. En éstas incluye a la ira y el desprecio, la calma o serenidad; el amor y el odio; el temor y el valor; la vergüenza o respeto; el favor; la compasión; la indignación; la envidia y la emulación.

209 . Particularmente en De disciplinis (1531), la 1ª parte: De causis corruptarum artium, lib. VI, sobre todo en los dos primeros capítulos, donde realiza una crítica de Aristóteles sobre el concepto de felicidad y de los bienes verdaderos.

210 . Sin duda Vives tiene en cuenta a Séneca que presenta en dos pasajes la reacción de ambos filósofos frente a la conducta de los hombres: cf. Ira, 2, 10, 5; Traq. an. 15, 2. Séneca considera preferible la postura de Demócrito.

211 . Hemos preferido la lectura haec (=«estos») referido a externa (=«agentes externos) de Opera omnia, 3, 423 a hinc de la editio princeps.

212 . En De prima philosophia, lib . II: Mayans, Opera omnia, 3, 244 ss.

213 . Cf. nuestra nota 160 acerca del «hábito»

214 . Cf. Horacio, Carm. 1, 8, 6-7: ... lupatis... frenis.

215 . Remitimos a lo dicho en la nota 206.

216 . Es Virgilio en Bucol. 8, 108. La frase en el mantuano es interrogativa, en cambio Vives la ha cambiado en declarativa sustituyendo an del principio por certe omnes.

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