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Juan Luís Vives - Índice... > El Alma y la vida > Libro III > Libro III. Capítulo I: Enumeración de las emociones / Cap. I. Enumeratio affectuum

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 241] CAPÍTULO I

ENUMERACIÓN DE LAS EMOCIONES 217

1. Todo movimiento del espíritu procede del bien o del mal en cuanto es contrario al bien; está por lo mismo ordenado al bien o alejado del mal o es contrario a éste. Mas el bien y el mal son o presentes o futuros o pasados o posibles; la ausencia del bien es como un mal, a su vez la del mal como un bien. Éste, tan pronto se le conoce, en seguida empieza a agradar y como la primera brisa del viento que sopla se llama complacencia y cuando se consolida se convierte en amor. Ahora bien, la emoción derivada del bien presente que hemos conseguido se llama alegría, la del bien futuro deseo, el cual se incluye en los lindes del amor. La primera emoción fruto del mal es el disgusto, contrario a la complacencia, el cual cuando se consolida se transforma en odio; sobre el mal presente experimentamos tristeza y sobre el futuro temor. Los movimientos contra el mal presente son la ira, la envidia y la indignación; contra el mal futuro, la confianza y la audacia. En el ámbito del amor se hallan el favor, la deferencia y la compasión; en el de la alegría, el deleite; en el de la codicia la esperanza; en el de la tristeza, la añoranza. La soberbia es algo monstruoso, mezcla de muchos sentimientos: de alegría, de ambición y de confianza.

[Pg. 242] 2. Todos estos afectos se extienden al pasado; por ello odiamos, amamos y nos compadecemos de los que ya han muerto; también se extienden a las cosas posibles y en cierto modo ocurridas, como sucede en las fábulas que sabemos son falsas; y a las cosas futuras que consideramos presentes: en efecto ya ahora odiamos al Anticristo; y a las que consideramos como realmente futuras: así cuando se nos narra en un cuento que surgirá un hombre eminentísimo por el valor y grandeza de sus gestas, al punto amamos al personaje; también se extienden al pasado como si se tratara del futuro; así cuando leemos una historia, la esperanza y el temor tienen el ánimo en suspenso acerca del final que tendrán los acontecimientos.

3. Debemos señalar que siendo las emociones movimientos del espíritu o en acto o en potencia y fuerza, no se consideran emociones la ecuanimidad, la tranquilidad del corazón, como tampoco la mansedumbre y la serenidad, dado que no son movimientos, ni se las considera resultado del afecto, ni proceden del juicio en contra de lo que opinaron los estoicos; se trata de disposiciones naturales según el hábito que tiene cada espíritu: como el llanto en la tristeza, la sofocación en el miedo, el júbilo y la gesticulación en la alegría inmoderada. Entre los afectos unos son naturalmente fuertes como el amor y el odio, otros lo son por causas añadidas externamente, o sea que vienen de fuera. Sin embargo, todos ellos logran su principal fuerza, como decía poco ha, de la constitución del cuerpo.

4. En el ámbito afectivo, como las emociones se propagan fácilmente unas de otras, así también mutuamente se cohiben y apaciguan. Del amor surge la envidia, el odio y la ira cuando uno aborrece o daña a un ser querido, como también de la ira brota el deseo de venganza y el gozo por haber infligido el castigo; pues cuando alguien ama una cosa, anhela que se haga realidad y espera adueñarse de ella; teme, en cambio, que no se realice y, en caso contrario, se alegra; mas si no se realiza cuando él lo pensaba y esperaba, se abandona a la tristeza. A su vez una gran alegría puede ser desvirtuada por la tristeza; la envidia por la compasión o el temor; así cuando nos abate otra tristeza, se elimina una mayor, como el dolor o la aflicción se disipan por causa del temor: así en la batalla y en un riesgo apremiante; en efecto, hasta el cojo corre cuando le hostiga el enemigo. Por lo cual, tales perturbaciones son como las ondas y el oleaje: el que sigue ora incrementa al anterior, ora lo disminuye y lo oprime.

[Pg. 243] Del mismo modo que en una guerra civil nadie secunda al mejor, sino al más poderoso, así en un conflicto entre las emociones, ninguna obedece a la más recta, sino a la más fuerte, a saber, a aquella que somete a su dominio a todo el espíritu, cual acostumbra a ser un amor impetuoso. En verdad, cuando uno entrega al vencedor o al ladrón su patrimonio, su esposa, sus hijos, lo hace porque se ama a sí mismo más que a ellos; de hecho hay quien, al contrario, prefiere morir en su puesto antes que soportar algo semejante. También el que persigue tenazmente y acoge ásperamente al enemigo a causa del odio, o al adversario movido por la ira, o al malévolo por su odiosidad, actúa incluso con gran riesgo personal, puesto que se ama a sí mismo muy apasionadamente, por lo que condesciende consigo y se complace en tal extremo que más bien es su esclavo. En verdad, quienes no se aman a sí mismos tan delicadamente son menos obstinados en superar la dificultad de sus propios actos, y no se ven arrastrados con un ímpetu tan fuerte para poder colmar los deseos de su espíritu.

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217 . Como podrá apreciarse los afectos o emociones se dividen en tres grupos: los que tienden al bien, los que proceden del mal y los que tienden contra el mal. La soberbia, en cuanto es un vicio combinado de varios elementos: alegría, deseo y confianza, pertenece en parte al primero y en parte al tercer grupo.

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