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Juan Luís Vives - Índice... > El Alma y la vida > Libro II > Libro II. Capítulo VI: El ingenio / Cap. VI. De ingenio

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 145] CAPÍTULO VI

EL INGENIO 102

1. Se ha convenido llamar ingenio a toda la fuerza de nuestra mente, de la que hemos hablado hasta ahora, porque se revela y manifiesta mediante la actividad de sus instrumentos. En verdad, la mente se halla en el cuerpo como aquel que, encerrado en una habitación, no dispone de otra ventana para mirar afuera que de una de vidrio. Éste, en efecto, no puede ver otros objetos que los que el vidrio le permite; con mayor claridad, si éste es nítido y transparente; al contrario, con mayor oscuridad, si está cubierto de polvo y suciedad. La mente es también como el sabio en la casa del necio, es decir, vinculada al dominio de los sentidos, ya que éstos la conducen. Y como el que está encerrado en una habitación no ignora que el vidrio le impide percibir los objetos con mayor claridad y distinción, así nuestra mente mora en el cuerpo: aunque la guían los sentidos, con todo, ella misma los corrige.

2. San Jerónimo, en su obra «Contra Joviniano», equipara nuestra mente, en su relación con los sentidos, a un jinete. 103 Éste no [Pg. 146] va a ninguna parte si no lo lleva el caballo, pero, no obstante, es él quien dirige al caballo. Pues bien, ésta es la diferencia entre el hombre y la bestia: el hombre afianza la debilidad de los sentidos y sus frecuentes caídas, y descubre su engaño gracias a la razón; en cambio, el animal, desprovisto de razón, no entiende ninguna de estas cosas. En esto consiste el alejamiento de nuestra mente de la materia: en que se eleva sobre la materia y sobre todas las cosas que pertenecen a la memoria y la imaginación; no porque la mente pueda realizar algo sin instrumento material en estas circunstancias, mientras vive, como ya hemos dicho, entre seres concretos y corpóreos. Por eso sucede con frecuencia que la mente se retrasa en sus operaciones, en los casos en que el instrumento se muestra menos dócil a su facultad. Sin duda, la mente desearía muy a menudo deleitarse con óptimos y exquisitos pensamientos, mas los órganos corporales se lo impiden, y, contrariada y opuesta, la disuaden y la arrastran desde la más alta contemplación a diversiones, bagatelas y cuestiones fútiles para las cuales los instrumentos se muestran más fáciles de manejar. Con todo los órganos de la función racional residen en el cerebro; son unos efluvios muy finos y luminosos que hacia allí exhala la sangre del corazón, los cuales constituyen los instrumentos internos de todos los conocimientos. Cuando son fríos por experimentar la evaporación de la sangre fría en torno al corazón, las operaciones mentales resultan lentas y débiles, por donde los hombres son obtusos y torpes. A ello alude Virgilio cuando dice en las «Geórgicas»: «Si, pues, la sangre se enfría en torno al corazón, me impedirá acercarme a estos secretos de la naturaleza». 104

3. A la inversa, cuando los efluvios son cálidos, las acciones resultan prontas y vehementes. De ahí proviene que el estado y la complexión del corazón contribuyan no poco al pensamiento y a la inteligencia. Por ello a los hombres o se les llama «sensatos» o, por el contrario, «necios» o «insensatos»; así (Escipión) Nasica fue llamado «Corculum» («corazoncito»), porque era muy sabio; 105 hasta el [Pg. 147] punto de que, por este mismo motivo, el corazón se toma también por la misma mente, como en las Sagradas Escrituras: «Del corazón brotan los pensamientos», 106 y Dios es llamado con denominación peculiar y propia «observador del corazón». 107 Pues aunque la fuente y el origen de todas las acciones del espíritu estén fijos en el corazón, el taller está en la cabeza, puesto que la mente no entenderá, ni se enojará, ni temerá, ni se entristecerá, ni se avergonzará antes de que aquellas exhalaciones que brotan del corazón hayan llegado al cerebro.

4. La prueba está en que, por mucho que la sangre hierva en torno al corazón, si este mismo hervor no ha llegado a la cabeza, no se producirá ninguna perturbación del espíritu. Tal acontece en los hombres vigorosos y moderados en quienes la sangre hierve en las entrañas, que no dan señal alguna de estar aireados porque el cerebro no se ha recalentado todavía. La sangre y los efluvios siguen la fuerza y la naturaleza de las cuatro principales cualidades, según que cada una haya prevalecido en la combinación. La pituita 108 genera humores grasos y una actividad lenta de la inteligencia, la bilis amarilla una súbita y muy rápida; la sangre una moderada. En los dementes y furiosos se inflaman todos los humores, en los estúpidos se enfrían y condensan. De ahí resulta que unos y otros son vigorosos y robustos en el cuerpo; los furiosos, prestos para obrar a causa del ardor que es muy fuerte en la acción; los necios, prontos a sufrir a causa del frío que es propio de una constante paciencia.

5. El calor y los humores debidamente combinados, contribuyen a la agudeza y salud de la inteligencia. La bilis negra detiene los pensamientos excitados por la bilis amarilla, y que fluctúan al azar, a fin de que atiendan a lo que están haciendo; es más, esa misma bilis negra, en realidad una materia densa, si se inflama, produce más frío y calor; así, pues, no revolotea por encima de la superficie de las cosas, como la llama que arde en la estopa o en la paja; sino que penetra hasta lo íntimo y lo profundo. La melancolía se enardece [Pg. 148] también por la agitación de los pensamientos y de los afectos cálidos. Pero es necesario que ésta se mezcle con otros humores, sobre todo con la bilis amarilla, a modo de freno, a fin de que aquélla, inestable por su índole natural, no se precipite a donde no le conviene en modo alguno. Porque si, una vez quemados todos los humores, queda sola la bilis negra, ésta abundante y oscura, invade el cerebro lo espesa, y oscurece los efluvios; de ahí proceden los furiosos y maníacos; luego el cuerpo se deseca y se debilita; lo cual ocurre también en todo pensamiento vehemente y todo esfuerzo mental.

6. En efecto, en aquella acción del cerebro y de los efluvios, se hace subir el calor, por una operación admirable de la naturaleza, desde el estómago y los órganos vitales a la cabeza, como para auxiliar a aquella parte donde se produce el máximo esfuerzo; por este motivo se produce la indigestión, la gran abundancia de humores nocivos, la debilidad de los nervios, en fin, la enfermedad y el dolor en todo el cuerpo. Pero si la bilis negra se mezcla con efluvios finos y claros, engendra la destreza de la razón, del juicio, de la prudencia, de la sabiduría; en verdad estos efluvios penetran profundamente y modelan y descubren muchísimas cosas admirables. A ello se refiere la célebre frase de Platón, tomada de Demócrito de Abdera: «No existe ningún ingenio excelente sin manía», 109 esto es, sin la locura que es fruto de la bilis negra. Por lo cual, esta bilis recuerda la naturaleza del vino que produce su efecto según sea la condición del cuerpo en el que se introduce, como ha expuesto ampliamente Aristóteles en la obra «Los problemas». 110

7. Son, pues, todos estos los instrumentos de la mente; y como cuando el artífice dispone y adapta sus instrumentos no puede atender a la obra que debe realizar, así tampoco la facultad racional en la infancia, enteramente ocupada en torno a los humores y los efluvios, puede aplicarse a sus funciones; ya que se produce tan gran mescolanza y confusión de todo en esa adaptación y ajuste, que incluso la [Pg. 149] misma razón se perturba y se abruma hasta el punto de no poder cumplir su cometido, como en un taller desordenado; además ese movimiento y esa agitación de la materia no permite que las imágenes de los objetos se impriman en la fantasía. Y, como en la infancia la razón no utiliza los propios órganos, porque todavía no están adaptados, así tampoco en la vejez decrépita, porque han dejado de ser aptos, evidentemente desgastados y corrompidos por el uso prolongado. De estos humores y efluvios nace no sólo la variedad y diversidad de los ingenios, sino también tan grande oposición entre ellos como la que existe entre los semblantes de los hombres; acerca de esto he expuesto algunos datos en la obra «Sobre la transmisión de las enseñanzas». 111

8. Algunos tienen energías de ingenio capaces de soportar el esfuerzo y persisten en el trabajo, como son los melancólicos y los flemáticos. Condiciones análogas de lugar y de tiempo consiguen el mismo efecto cuando el frío no ha debilitado enteramente la fuerza del calor, ni la obscuridad extinguido la luz; por ello, tales ingenios son idóneos para las artes manuales en las que es necesario experimentar con paciencia y no indignarse por el trabajo realizado en vano, ni dejar a éste de las manos por el fracaso. Otros poseen fuerzas escasas y débiles, y no pueden permanecer largo tiempo trabajando, como los biliosos y ardientemente sanguíneos, también las gentes de regiones ardientes y otros a causa del gran calor; en verdad, éstos prevalecen por su ímpetu, no por la constancia. Unos rehúyen el esfuerzo de poner atención, a causa de la materia pesada y densa; otros a causa de la vida muelle o por falta de costumbre, o por haberla perdido. Otros no sufren que se les obligue, y no pueden realizar nada a partir de una prescripción, sino de acuerdo con la inclinación de su espíritu libre y suelto; éstos mismos emprenderán fácilmente, por propia iniciativa, grandes trabajos; mas no soportarán ni siquiera los más leves, si les han sido señalados e impuestos por otros. Algunos corren rápidamente, pero no largo trecho, de suerte que cambian notablemente en el recorrido y se muestran muy distintos de como eran al principio. Otros como avanzan más lentos, así llegan [Pg. 150] también más lejos. Muchos necesitan descansar a menudo para tomar nuevo impulso: se fatigan fácilmente, y la oscuridad ofusca la mirada penetrante de su mente; en efecto, a éstos les conviene presentarse siempre con el ánimo fresco; tales son los vergonzosos, los meticulosos, los iracundos. Así también toda afección vehemente del espíritu, ofusca al ingenio, cual la niebla. Hay ciertos caracteres impertérritos y concordes consigo mismos, a cuya mente acude en seguida cuanto es necesario tanto para provocar como para responder. Éstos lo tienen todo al alcance de la mano y disponen de un «ingenio al contado», como dijo Augusto acerca de Vinicio. 112

9. Algunos son muy agudos en una sola cosa, sea ésta cual fuere, pero se perturban en medio de muchas como si les abrumara la abundancia. Otros, cualquier objeto al que se aplican directamente, lo examinan con agudeza, penetración y sutileza, pero sin dirigir la mirada en torno de aquellos objetos que están situados a su derecha o a su izquierda; éstos son, sin duda, agudos, pero imprudentes y carecen de reflexión. Ciertos ingenios cambian a mejor, como los coléricos cuando se han apaciguado; otros se mudan a peor como los flemáticos en los cuales, al predominar el humor frío, se extingue el calor. Así, pues, embotan su inteligencia aquellos que en el primer período de su vida parecían muy cuerdos. Cambian asimismo por el curso de su misma naturaleza, o también de otro modo por la naturaleza del lugar, por el género de vida, por el reposo o la ocupación. Los hay que experimentan frecuentes cambios, como los ingenios diferentes de sí mismos; otros experimentan el cambio en largos intervalos de tiempo como en el transcurso de la vida, en la juventud, en la vejez o después de una enfermedad grave. A aquellos que tienen efluvios muy tenues conviene engrosarlos mudando de lugar o de régimen alimenticio; por este motivo hemos afirmado que la melancolía es útil a los biliosos y sanguíneos. Es sorprendente que haya algunos con, ingenio adecuado para todo, a excepción de una sola cosa, como aquel personaje de Horacio, no de origen humilde, que vivía en Argos, «el cual creía escuchar admirables autores trágicos... [Pg. 151] y que cumplía todos los demás deberes de la vida...»; 113 y el texto sigue.

10. También en cuanto a la materia existe grandísima diversidad. Aquellos cuyo ingenio penetra en lo íntimo de las cosas, son muy valiosos para los asuntos más graves e importantes; los que revolotean por la superficie son un tanto sutiles, mordaces y burlones sin solidez; éstos se fijan en ciertas minucias, en modo alguno necesarias, que otros desdeñan. Tienen la punta del escalpelo, no de la espada, para cortar fácilmente en dos el cabello ancho, pero si se aplican a un objeto duro se despuntan. Unos destacan en los estudios, otros en la prudencia de sus actos, otros en los trabajos manuales. En el ámbito de las disciplinas, hay algunos naturalmente expertos en poesía, otros son hechos a propósito para aprender a la perfección las lenguas, pero refractarios e incapaces en los restantes ámbitos de la erudición.

11. Vemos ciertos hombres nacidos y bien formados para hablar, cuyo discurso sencillo y carente de arte cabría admirar, pero que se expresan con mucho artificio, desprovisto de arte. De unos es propia la matemática, de otros la medicina; de éstos el derecho civil, de aquéllos escudriñar los misterios. Tal es la distribución de los dones de Dios: nadie puede gloriarse de haberlo recibido todo y nadie quejarse de no haber recibido nada.

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102 . Aquí Vives utiliza el término «ingenio» (ingemium) para indicar no ya la índole o conjunto de cualidades innatas del individuo, sino la fuerza universal de la mente que se revela con el uso de sus instrumentos físicos. Ha adaptado pues el término al concepto que él mismo ha introducido en la edad moderna, pues el vocablo ingenium le parece el más adecuado a su propósito de expresar algo así como la «inteligencia global»: M. Sancipriano, Op. cit. pp. 41 y 287, n. 1.

103 . Cf. Migne, Patr. Lat., 23, col. 299, n. 339. San Jerónimo dice exactamente: «Los sentidos corporales son como los caballos que corren sin la razón, y el alma a modo de auriga mantiene los frenos de los que corren. Y como los caballos sin el jinete se precipitan al abismo; así el cuerpo sin la razón y el dominio del alma se lanza a su perdición».

104 . Virgilio, Geor. 2, 483.

105 . Se trata de P. Escipión Nasica, apellidado Córculo, yerno de Escipión Africano, cónsul en el 162 y en el 155, y censor en el 159 a.C.; hombre severo y justo desaconsejó constantemente, frente a Catón el Censor, la destrucción de Cartago. Cicerón en Tuscul. 1, 9, 18, dice: «A otros el mismo corazón les parece que es el espíritu ... y Nasica aquel hombre sensato dos veces cónsul un corazoncito...».

106 . Mat. 15, 19. De hecho el texto de San Mateo dice: «Del corazón brotan los malos pensamientos: homicidios, adulterios, etc...».

107 . Son varios los pasajes de la Escritura en los que se dice de Dios que observa o escudriña (scrutans) el corazón: Psal. 7, 10; Jer. 17, 10; Apoc. 2, 23.

108 . Es el término latino correspondiente al griego «flema» (fl¿gma).

109 . Cf. Aristóteles, Problemata, 30, 1, cita recogida por Séneca, Tranq. an., 17, 10. Cicerón aplica la frase de Demócrito no al ingenio, sino al poeta: cf. Divinat 1, 37.

110 . Cf. Aristóteles, Problemata, sec. 30, 32. La colección de «los Problemas», aunque atribuible a Aristóteles, no es toda del mismo autor. En el pasaje citado, la bilis negra se compara con el vino: cf. M. Sancipriano, Op. cit., p. 295.

111 . Es la segunda parte del tratado De disciplinis, por título: De tradendis disciplinis.

112 . Así lo refiere Séneca, el Retórico, Controv. 2, 5, 20: «De éste (el orador Vinicio) dijo con acierto el divino Augusto: Sólo Vinicio tiene el ingenio al contado».

113 . Epist. 2, 2, 129-131. La cita es literal, pero ofrece el texto entrecortado.

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