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Juan Luís Vives - Índice... > El Alma y la vida > Libro II > Libro II. Capítulo VII: El lenguaje / Cap. VII. De sermone

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 153] CAPÍTULO VII

EL LENGUAJE 114

1. Demócrito llamó justamente al lenguaje «río de la razón»; 115 para los griegos el mismo vocablo lÕgo$ significa palabra y razón; pero yo deseo que se entienda por lenguaje y palabras no sólo las voces que se profieren con la boca, sino también las que se escriben. El lenguaje fluye de toda la mente, como de una fuente: las palabras simples de la inteligencia simple, las palabras combinadas de la fantasía, las adecuadas y encadenadas de la razón que junta y separa; el discurso entero de la razón discursiva y del juicio que elabora las conclusiones. Por lo cual debe advertirse que aquellos cuya razón tiene poco vigor, como los niños y los estólidos, expresan todos sus conceptos con palabras simples e inconexas, vicio éste que se observa también en las lenguas rudimentarias, pues aunque las palabras fluyan del espíritu, en éste no se da la misma combinación que en las palabras. En verdad, muchas cosas simples se explican mediante composición; a su vez muchas otras que han sido expresadas con simplicidad, la mente no las recibe de manera simple, sino que les añade y asocia algún elemento por la rapidez de la fantasía que acumula y embellece. A muchos les faltan las palabras; éstos [Pg. 154] necesitan emplear largos circunloquios. Los que son de mente obtusa y tienen la fantasía entorpecida y el recuerdo lento y tardo, expresan con dificultad su sentir.

2. Los que poseen un raciocinio y un juicio prontos, pero ineficaces, éstos pueden ser locuaces, pero en modo alguno elocuentes. Llamo elocuencia a la expresión cabal de lo que uno ha concebido en la mente con palabras adecuadas y convenientes, la cual se funda en el perfecto conocimiento de cada lengua, luego en la conexión idónea del discurso y en las razones aducidas, que suponen un juicio no sólo muy penetrante, sino también sólido y circunspecto. Salustio dijo con acierto de Catilina: «bastante facundia, mas poca sabiduría». 116 Hallarás a muchos locuaces para narrar, mas del todo infecundos para argumentar, como también a la inversa.

3. La ponderación acerca de cuanto debe decirse y la consideración de las circunstancias del lugar, del tiempo, de las personas y similares, hacen tardos y sobrios de palabra a hombres de gran ingenio; en cambio, los superficiales y algo ocurrentes, puesto que no les importa nada lo que profieren por su boca, son muy prolijos. Un pensamiento descuidado que no se regula por ningún freno de la razón como el de los estólidos y de los dementes, los hace muy locuaces; y así profieren todo lo que les viene a la boca. También la penetración sutilísima en lo íntimo de las cosas y la amplia concentración en el pensamiento de muchos e importantes argumentos hacen, en ocasiones, infecundos a los ingenios más eminentes y lúcidos: en efecto, no encuentran las palabras idóneas para expresar tantas ideas; en cambio, los que se disponen a hablar de los asuntos que cada día tienen entre las manos, encuentran con facilidad y profusión los términos y los sentidos apropiados.

4. También el lenguaje necesita de erudición y de ejercicio; y no es sorprendente que hombres versados en muchos y amplios estudios sean infecundos, por haber aprendido poco la lengua y haberla ejercitado poco. La memoria ayuda en gran manera a la facilidad de hablar; y los que la poseen muy vigorosa, aprenden bien y fácilmente las lenguas y las hablan de modo expedito, como quien dispone de [Pg. 155] un tesoro que procura generosamente cuanto es necesario. No sin motivo la pericia en las lenguas se presenta entre los ejemplos famosos de memoria, como en Cleopatra de Egipto, en Mitrídates del Ponto y en Temístocles de Atenas; 117 por esta causa todos entendemos las lenguas mejor que las hablamos. En efecto, al hablar buscamos las palabras a expresar, las cuales a menudo se nos ocultan y no se muestran ni siquiera después de larga búsqueda; pero, al escuchar basta reconocer tan sólo las palabras que se nos ofrecen; además éste es un esfuerzo exiguo en comparación con el anterior.

5. No obstante, se encuentran algunos que no llegan a entender, cuando escuchan a otros, lo que ellos saben decir; a saber, cuando ellos hablan buscan tranquilamente los vocablos y los adaptan; en cambio, cuando escuchan, la rapidez del discurso se adelanta a la atención; de ahí que la comprensión se perturbe. En este género se incluyen particularmente aquellos que han aprendido la lengua más por la lectura que por la audición. Pero te admirarás en mayor grado al comprobar que algunos lo que saben decir y lo entienden fácilmente cuando otros lo dicen, eso mismo se les escapa cuando lo leen. Éstos son tardos para prestar atención y, cuando hablan o escuchan, el calor del discurso excita su atención; pero cuando se aplican a la lectura y se enfrían, disminuye su atención y se entorpece su inteligencia.

6. Hay algunos que hablan mejor que escriben, como lo cuenta Cicerón 118 acerca de Galba, afirmando que esto sucede a personas que son ciertamente inteligentes, pero poco doctas, que, al disminuir en ellas el ardor de la elocuencia, como no son apoyadas por el arte, se encuentran en inferioridad al escribir. En el hombre docto la pericia suple al entusiasmo; pero el arte no sirve de mucho cuando el vigor del ingenio languidece, como en un hombre instruido que está fatigado, enfermo o perturbado. Otros, habiendo adquirido alguna [Pg. 156] experiencia con los eruditos, pero sin conocer con suficiencia por qué se dice cada cosa, al ponerse a escribir quieren producir algo más pulido y perfecto, pero se desvían del recto uso de la expresión hacia un discurso defectuoso e inadecuado. Toda vez que el lenguaje brota de la razón, es tan natural al hombre el lenguaje como la razón, pues donde está la fuente, allí también está el río.

7. Sin embargo, no existe ningún lenguaje instituido por la naturaleza, todos son fruto del arte; por lo cual las lenguas son distintas, cuyo estudio corresponde a otra investigación. Todo lenguaje consta o de palabras escritas o de voces pronunciadas, nombre éste de voz que se aplica también a la escritura. La voz es, sin duda, un sonido cualquiera, pero de modo más apropiado y peculiar es el que emite por la boca el ser animado para significar algo. Con todo el sonido articulado y distinto es propio sólo del hombre, a cuya imitación decimos que emiten voces también los pajaritos y los instrumentos musicales que producen sonidos sin juicio y sin inteligencia. Las voces en el hombre son signos de toda la vida interior: de la fantasía, de los afectos, de la inteligencia y de la voluntad; en cambio, en los animales sólo de la vida afectiva, como en nosotros ciertas expresiones inacabadas que los gramáticos llaman interjecciones. Es digno de admiración que se haya podido encerrar en tan pocas letras tan gran diversidad de sonidos; por donde se ha configurado tanta variedad y abundancia de palabras, de lenguaje y de lenguas.

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114 . A impulsos del ingenio surge el lenguaje: palabras simples en el ámbito de la inteligencia simple, y frases o combinaciones de palabras en el ámbito de la fantasía y de la razón. La expresión del pensamiento con palabras adecuadas constituye la elocuencia.

115 . El lenguaje (sermo) expresa a veces la facultad natural de la razón, a veces el discurso como determinación concreta hablada o escrita, pero en sentido general, distinto de las varias lenguas particulares: cf. M. Sancipriano, Op. cit., pp. 41 y 303; n. 1.

116 . Salustio, Cat., 5, 4.

117 . Acerca de la memoria de Cleopatra, que conocía muchas lenguas, cf. Plutarco, Vira Antonii, 27, 4-5; acerca del rey Mitrídates «que había aprendido los dialectos de los veintidós pueblos que formaban parte de su imperio», cf. Valerio Máximo, Fact. et díc. memor. 8, 7, ext 16; acerca de Temístocles, cf. el lugar citado de V. Máximo, ext. 15 y 16, y asimismo la nota 67.

118 . Servio Sulpicio Galba, nacido después del 191 y cónsul el 144 a.C. tuvo una carrera militar poco feliz, pero fue gran orador, de elocuencia dura y seca. Cicerón le alaba hasta calificarle de divinus in dicendo, aunque reconoce su falta de cultura: ignorancia de las leyes, rudeza en el derecho civil y vacilaciones en diversas disciplinas: cf. Brutus, 21, 82; 23, 91.

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