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Gregorio Mayans y Siscar -... > Obras Completas > Volumen II : Literatura > El orador christiano ideado en tres diálogos

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Texto

Lamina

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Al publicar Ilustración y reforma de la Iglesia (1968), estudié con minuciosidad el alcance de El orador christiano y observé su influjo a través de la correspondencia conservada en el fondo Mayans. Con posterioridad he ido matizando esa aportación inicial (A. Mestre, El mundo intelectual de Mayans, Valencia, Publicaciones del Ayuntamiento de Oliva, 1978). El tema ha sido estudiado, además, por Joël Saugnieux en su tesis doctoral sobre el jansenismo español y, en parte, por Vicente León en su tesis, todavía inédita, sobre el influjo de Fr. Luis de Granada en el siglo XVIII. De ahí que, como presentación al texto, sólo anoto unas breves reflexiones que considero esenciales para la comprensión de la obra.

El orador christiano es la aplicación de las ideas mayansianas sobre la elocuencia a la oratoria sagrada. Se trataba de combatir el sermón barroco que podía poner en peligro la comprensión de la palabra de Dios. Y, al plantearse la cuestión, Mayans insistió en la necesidad de consultar la Biblia y los Santos Padres. Era, naturalmente, una solución correcta. Ahora bien, esta palabra de Dios tiene que exponerse por medios humanos y, en este sentido, don Gregorio -como buen humanista- se muestra partidario de utilizar los medios literarios adecuados: lógica, estructura, retórica, belleza literaria. Está, por tanto, en una línea que podemos ver claramente perfilada en De doctrina christiana de san Agustín que alcanzaría a los humanistas (entre ellos Erasmo) y, sobre todo, la Retórica de Fr. Luis de Granada. Resulta coherente, por tanto, que Mayans proponga como modelo a los grandes oradores castellanos del XVI: Luis de Granada y Juan de Ávila.

Dada la importancia del sermón en la época, la reforma de la oratoria sagrada se convierte en un punto esencial de los planteamientos religiosos de los ilustrados y de los llamados "jansenistas". En este sentido, resulta clarificadora la línea de influjo de la obra.

El orador christiano es una obra fundamental para entender la evolución del movimiento reformista en Valencia a lo largo del siglo XVIII. Todos los personajes más representativos señalan el hecho y reconocen la importancia de la obra. José Climent, obispo de Barcelona, en el prólogo a la Retórica de Fr. Luis de Granada (1770); Felipe Bertrán, obispo de Salamanca e Inquisidor General, en su primera pastoral (1764); Asensio Sales, obispo de Barcelona, en su correspondencia con don Gregorio. No deja de llamar la atención que todos ellos inicien su cambio cultural-religioso con la lectura de El orador christiano y, en consecuencia, de los humanistas españoles, en especial Fr. Luis de Granada.

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Climent y Bertrán influyeron de manera decisiva en sus diócesis y contribuyeron a la posterior evolución de los llamados "jansenistas". Sales, en cambio, mantuvo sus buenas relaciones con los jesuitas sin que ello obstaculizara una clara apertura intelectual ante la historia crítica y los ilustrados cristianos. Sin embargo, todos conservaron su admiración por los humanistas cristianos españoles del XVI que difundieron en sus respectivos ambientes: Capmany (Sales), los Amat y Torres Amat (Climent), Joaquín Lorenzo Villanueva y Tavira (Bertrán).

Resulta difícil precisar, no obstante, el influjo que consiguió El orador christiano entre los predicadores del XVIII. Se reeditó en Valencia (1786) y el clero, sobre todo el valenciano, leyó el libro. Asimismo, muchos oradores confesaron el influjo. El sermón cambió a lo largo del siglo, aunque hay que señalar también otras razones que contribuyeron a la modificación de gustos literarios y religiosos. De cualquier forma, es menester señalar un intento de reforma de la oratoria sagrada anterior al Fr. Gerundio y, por supuesto, desde diferente método e ideología.

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AL RMO. PADRE

GUILLERMO CLARKE,

DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS,

CONFESSOR DEL REI N. SEÑOR

R.mo padre i señor mío.

1. Considerando yo muchas veces la maravillosa fuerza de la palabra de Dios i observando por otra parte el poco fruto que hace la mayor parte de los sermones que cada día se predican, hice varias veces una seria reflexión sobre quál sería la causa de tan poco fruto. Cargava yo la consideración sobre lo que dice san Pablo, que la palabra de Dios es mui viva i eficaz, mucho más penetrante que la más aguda espada de dos filos; 1 i al ver tan poco penetrados los corazones humanos, se me doblava el espanto. No podía persuadirme que procediesse esto de sola la obstinación de los oyentes, porque me ofrecía la memoria que el gran dotor de las gentes san Pablo, el apóstol valenciano san Vicente Ferrer, el de las Indias san Francisco Javier i otros varones apostólicos, predicando a naciones bárbaras, incrédulas, obstinadas i casi incapaces de razón, en cada palabra logravan una vitoria, en cada oración mil triunfos. Pues ¿cómo es (decía yo) que nunca en la Iglesia de Dios huvo tantos sermones i tantos predicadores como hoi i nunca menos conversiones? De manera que con gran razón llegó a decir un orador famosíssimo, que si en cada cien sermones se convirtiera i enmendara un hombre, ya el mundo fuera santo. 2 ¿En qué consiste esto, R.mo padre i señor mío? ¿Puede la palabra de Dios dejar de hacer buen efeto, mayor o menor, según el espíritu de aquel que la evangeliza? ¿Me atreveré a decir lo que siento? Sí lo diré, aunque con gran dolor. Una es siempre e igualmente eficaz en todos los siglos la palabra de Dios; pero no se oye siempre en los púlpitos la palabra de Dios. La predicación es para muchos ingenioso modo de vivir. No condeno yo la piadosa remuneración del trabajo de predicar, pero no puedo aprobar que tal vez se tenga por fin la retribución de los hombres, porque, si el blanco [Pg. 18] de predicar son quatro blancas, todo el sermón se dirigirá a lisongear el gusto de quien puede darlas i, si el fin es el aplauso, es preciso que el sermón se funde en el aire. De donde ha nacido estar ya tan estragado el gusto común que la palabra divina, celestial rocío que sabe a todo lo bueno, ha llegado a causar hastío en el ánimo de muchos i por esso solicitan los manjares viles de Egipto, los quales se introducen con título de mover el apetito i se hacen pasto común. Antiguamente se decía de la ciudad de Athenas por cosa mui singular, que no se pensava en ella, sino en decir i oír novedades. 3 Hoi es ya común en las ciudades grandes i pequeñas de España, en los lugares i aldeas, ir al sermón para oír novedades, por otro nombre, conceptos, i más expresivamente, ingeniosos delicios. Unos hablan (siempre exceptúo los varones sabios i celosos de la gloria de Dios) unos hablan a la imaginación con alegorías estrañíssimas i descripciones pomposas; otros al entendimiento con agudezas inútiles i sofisterías pueriles; otros al oído con afectadíssimo estilo i estudiadas cadencias; pocos al corazón con la palabra de Dios, dicha con gravedad i magestad i de manera que parezca proceder i verdaderamente proceda de un corazón inflamado en la caridad de los hombres i de Dios. Infeliz edad! Amenazava Dios en otro tiempo por el profeta Amós, 4 que se iva acercando el día en que embiaría el Señor a la tierra una hambre; no ya hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios. Yo sé mui bien que se cumplió aquella profecía, pero tema que hemos alcanzado un tiempo mucho peor. Podemos lamentarnos con Daleth, 4 bis que los parvulillos piden pan i no ai quien lo reparta, pero piedras sí, esto es, unos discursos tan secos i estériles como una piedra. Piden huevos i les dan escorpiones, 5 discursos digo llenos de agudezas, a los quales, por lo que pican i brillan, agudíssimamente llamó un gentil puntillas de vidrio. 6 Me persuado que los más de los predicadores tienen buena intención. Pero si ellas la tienen buena predicando assí, el diablo la tiene mala haciéndoles entender que no es tal el modo de predicar, que muchos practican, que no deva seguirse. Pero pues estoi empeñado en manifestar lo que siento, diré lo que vemos que cada día sucede.

2. El que desea empezar a predicar va a informarse de la persona de quien tiene hecho mayor concepto, de quien ve que otros le tienen bueno, a quien el pueblo oye con gusto i a quien éI con familiaridad puede consultar. El otro, por lo regular, es hombre a quien las sutilezas, propias de la cáthedra i barandilla, grangearon el nombre de sutil; el uso de una polianthea, el de erudito; el amor de la novedad el de ingenioso; i el decir a gusto del pueblo le hizo plausible. Este tal, aunque [Pg. 19] concedamos que sepa las categorías de Aristóteles, sabe de la filosofía natural poco más que el nombre; de la moral, un poquitillo más; de la theología dogmática, lo que aprendió en la dotrinilla christiana; de la expositiva, lo que estudió en algunas materias puramente escolásticas; de la moral, lo que miró mui de prisa en una suma; i de la oratoria ha oído decir que ai escritas algunas; i como él, en su opinión i en la de muchos, es famoso predicador i nunca ha leído algunas de ellas, se persuade que esta arte es ociosa en la theórica i que sin estudiarse de propósito se puede practicar perfectíssimamente. A uno pues, que sea tal como éste, busca por instructor el que desea empezar a predicar. Assí sucede que un ciego en el arte guía a otro ciego; i como la predicación está universalmente corrompida, el pueblo, que ignora mucho más el arte de predicar, no advierte el daño porque le falta la idea de lo que es mejor.

3. Para instrucción pues de los que aspiran al gloriosíssimo nombre de oradores christianos i para confusión de los que no professan la oratoria tan dignamente como deven, yo, que soi de tan ageno instituto, he tomado la pluma i he escrito tres diálogos en que he procurado idear El orador christiano. La piedra de amolar no corta i sin embargo hace cortar. De Arato, poeta famosíssimo, dice Cicerón que si bien ignorava la astrología práctica, escrivió mui bien del cielo i de las estrellas. 7 Concederé de buena gana que quizá no soi capaz de hacer una oración regular, pero esto no prueva que ignore yo el artificio que aquélla deve tener. Para que yo sepa esto me basta aver leído i podido entender los maestros del arte, i para que los precetos que doi sean buenos sólo se requiere que yo sepa copiarlos de los que han escrito mejor. Mi intento pues en estos diálogos, es manifestar (con el favor de Dios) quál deve ser el orador i instruir en su oficio al que desea serlo. Dos son los interlocutores, Fabio i Lucrecio. Doi a aquél el papel de instructor, a éste el de oyente. Esta mi empressa a muchos parecerá ociosa, pero quiera Dios que yo acierte a salir con ella como es nccessaria. Verdad es que Aristóteles i Hermógenes entre los griegos, i Cicerón i Quintiliano entre los latinos, escrivieron excelentíssimamente del arte oratoria, pero como para entender sus obras se requiere mui particular conocimiento de la antigüedad, i para aplicar muchas de sus reglas a las costumbres de hoi un gran juicio, se leen poco i se siguen menos, siendo mui nociva la preocupación del juicio de que los precetos de unos hombres gentiles no pueden aprovechar a los christianos, quando devía hacerse reflexión de que la persuasión, que es el fin de la oratoria, es hija de la prudencia humana, de la qual fueron capaces los sabios del gentilismo.

4. Advirtiendo esto el gloriosíssimo padre san Agustín, consideró la necesidad que avía de contraher muchos de aquellos precetos a las [Pg. 20] costumbres del christianismo i escrivió los excelentes libros De Doctrina Christiana. Pero el hacerse capaz de la dotrina de san Agustín es para pocos. Escrivió el santo en tiempo en que todavía permanecía el sabor de la antigua eloquencia, i se dejava percebir mui bien la delicadeza de su dotrina. Corrompido ahora todo aquel buen gusto i faltándonos ideas perfetas del bien decir, es menester empezar de los primeros rudimentos de la oratoria christiana i dar la suma de los precetos de tal manera que se perciban con claridad i se facilite el modo de ponerlos en práctica.

5. Nuestro eruditíssimo valenciano Juan Luis Vives, en sus tres libros del modo de decir, sólo parece que escrivió para hombres mui hombres. Tal es la alteza de su dotrina i la gravedad de su juicio.

6. Pedro Juan Núñez, valenciano también i blasón perpetuo de las buenas letras, fue tan amante de la antigüedad que se contentó con renovarnos la idea de Hermógenes, i no hizo poco en mejorarla.

7. El maestro Francisco Sánchez de las Brozas, hombre que parece que nació para facilitar la enseñanza, dijo en su órgano dialéctico i rhetórico (librito mui pequeño, pero de grande alma) quanto otros no pudieron en grandes volúmenes, pero aunque se esplicó con gran claridad, es entendido de pocos, porque pide estar bien versado en los autores que cita. Además de lo dicho, estos tres eruditíssimos i grandes rhetóricos no contrageron su dotrina a la predicación evangélica, que es lo que más necesitan los que desean predicar.

8. El padre maestro frai Luis de Granada, cuyo solo nombre es elogio grande por la veneración que causa la memoria de su virtud i sabiduría, es el que mejor de todos aplicó a la predicación evangélica los precetos que dieron los rhetóricos gentiles, pero como su rhetórica eclesiástica, además de ser mui difícil de hallar, está escrita con tanta extensión, es leída de pocos.

9. Si salimos de España, Gerardo Juan Vossio es el príncipe de los rhetóricos modernos. Con suma diligencia recogió lo que los antiguos enseñaron; lo dispuso con méthodo mui claro, lo ilustró con egemplos, pero haciendo alarde de recopilar lo que los rhetóricos antiguos observaron, dijo mucho que es inútil para el día de hoi; i más aprovecha para saber el artificio de las declamaciones antiguas que para formar ahora las oraciones que convengan a las costumbres presentes. Dejo aparte que muchos precetos suyos son pueriles. I no lo extraño porque es difícil escrivir enteramente bien para niños i hombres, cosa que tanto deseava aquel sabio arzobispo don Antonio Agustín, el qual solía decir mui a menudo que no se avía de enseñar a los niños sino lo que hechos hombres huviessen de practicar provechosamente. 8

10. Cargando yo pues la consideración sobre todo esto, empecé a dudar si emprendería hacer unas instituciones oratorias donde yo recogiesse [Pg. 21] la dotrina de los primeros rhetóricos, procurasse ilustrarla con egemplos ya contrahídos a la predicación evangélica i lo esplicasse todo en español, assí para la inteligencia común como para que la misma novedad incitasse a la lección. Ciertamente el deseo no me faltava, pero sí la paciencia. Recoger los precetos sería cosa fácil, porque por último se hallarían en diez o doce rhetóricas las más principales i que han sido como fuentes de todas las otras. Dar a los precetos nuevo méthodo no sería difícil, pero ilustrarlos con egemplos escogidos, quiero decir, no copiados de las demás rhetóricas, sino observados en las Divinas Escrituras i en las obras de los Santos Padres i de algunos pocos modernos, sabios i eloquentes, pedía dos o tres años de anticipada lección i observación mui sagaz, porque si uno intentasse valerse únicamente de aquellos egemplos que la memoria le ofreciesse, tengo por cierto que en gran parte no serían tan buenos como devieran ser; i si quisiesse valerse de otros mejores, éstos no tanto se hallan, quando de propósito se buscan, como impensadamente, leyendo i observando para diferentes fines lo mejor que se lee. I assí confiesso que me faltó la paciencia para tan larga empressa.

11. Al mismo tiempo sentía yo muchíssimo que, entre tantos españoles que han escrito del arte de hablar bien, no huviesse una rhetórica que suficientemente enseñasse en qué consiste el adorno de la oración, ni una oratoria donde se instruyesse bien el letor en el modo de persuadir. Porque si la oratoria es arte de artes, ¿cómo es posible que se aprenda sin reglas? Si aun impuesto en éstas, hace harto un hombre juicioso i científico de conseguir el ser un orador mediano, ¿cómo podrá sin ellas ser tolerable otro de menor ingenio i ciencia? Entre tanto pues que algunos espíritus más alentados que el mío tengan la noble osadía de una tal empressa, me he resuelto yo a bosquejar la idea que tengo del orador christiano, no digo la idea del orador christiano perfectíssimo a la qual es naturalmente impossible poder llegar, sino aquella idea practicable que deve tener qualquiera hombre cuerdo que desea orar christianamente. I para que desde aquí vea U.S.R.ma mi designio i no se canse en leerlo, si no le pareciere bien, le propondré por mayor, como hacen los geógrafos en los mapas universales.

12. En el diálogo primero me quejo de la corrupción de la predicación, manifiesto el respeto que se deve tener a tan sagrado ministerio, digo las prendas que deve tener el orador christiano, i aunque pudiera llenar el assunto con sólo copiar la vida del Apóstol, como mi intento no es formar una idea inimitable, sólo deseo que el orador christiano sea semejante a Apolo Alejandrino, celebrado en los Hechos Apostólicos 9 por varón eloquente en las Sagradas Escrituras, bien instruido en el camino del Señor, i de ardiente espíritu i tan dócil, que se sugete a la enseñanza de los que sepan más que él. Manifiesto los remedios de [Pg. 22] la predicación i los medios que ai para que se vayan criando tales oradores. Uno de ellos es que no se elijan para tan sagrado oficio sino personas de ciencia i prudencia. La ciencia la reduzgo a una dialéctica no sofística, a la filosofía moral bien penetrada, a la theología bien sabida, al conocimiento de las historias, señaladamente de la eclesiástica, i a un decente adorno de las otras artes i ciencias que con destreza se sepan manejar sin afectar que se saben. I esto se consigue estando uno altamente instruido en el arte de bien hablar; la qual se ha de estudiar como arte, cuyo conocimiento es necessario a quien desea professarla, i no deve professarla sino quien tenga una verdadera vocación, la qual no es tal si no presupone una ciencia, a lo menos mediana, i una gran prudencia i ardentíssimo celo de la gloria de Dios. De lo referido tomo ocasión para tratar quál deve ser la oratoria en que se ha de instruir el que desea predicar, la qual, si mi voto huviesse de seguirse, avía de ser tal que en pocos meses se pudiesse aprender, de suerte que en un año se supiesse la theórica de todos los precetos haciendo que éstos se pusiessen en práctica, en práctica digo, no pueril, sino varonilmente, cosa que se conseguiría procurando que todos los precetos fuessen hijos de la prudencia natural. I assí no me contentaría con que el orador sólo supiesse qué cosa son tropos i figuras, que es estudio de niños, sino que quisiera que entendiesse bien el uso de ellos i que estuviesse altamente instruido en las reglas que ai para hallar, disponer i hablar lo mejor que se pueda. Como para enseñar todo esto se requiere lección i meditación, quedan aplazados los interlocutores para la segunda sessión, en la qual Fabio instruye a Lucrecio en todas las reglas de la oratoria.

13. Distingo pues en el segundo diálogo los géneros de decir tomando su división de los mismos assuntos que se pueden ofrecer. I assí, siguiendo a muchos modernos (aunque pudiera valerme de otro nuevo méthodo) reduge los assuntos de los dogmas de la fe al género instructivo, los de las costumbres, al deliberativo o moral, los de las alabanzas de los santos al demonstrativo o panegírico. Digo que, en cada uno de estos géneros de decir, se puede hacer una oración perfeta cuyas partes según la dotrina de los isocráticos sean quatro: exordio, narración, confirmación i conclusión. Esplico cómo se deve proponer, informar en la propuesta, probarla i persuadirla. I para que se haga devidamente, manifiesto las fuentes de la invención de la materia i quál deve ser la disposición i elocución.

14. En lo que toca a la invención, quiero que el assunto sea uno i bien probado, lo qual se consigue siendo las pruevas naturales, fuertes i animadas con las passiones i costumbres, assí personales del orador, como reales de la oración. Para la invención de las pruevas digo que más importa aver leído que recurrir a los tópicos o lugares comunes que nos dejaron escritos Aristóteles i Cicerón, pero sin embargo apunto la dotrina de ellos porque puede aprovechar a los mui leídos. Para la invención de las passiones me valgo de Aristóteles, que fue el primero i el que mejor las enseñó contrayendo su esplicación a la oratoria.

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15. En orden a la disposición o méthodo de la oración, deseo que, más que artificial, sea de prudencia. Pensé mucho sobre si intentaría reducir a cierto méthodo las reglas de prudencia. Pero desconfié del buen éxito considerando que Dionisio Halicarnaseo, excelentíssimo crítico, dijo que ningún rhetórico antiguo se atrevió a tratar esta parte, por quanto creían que no podía reducirse a arte, i que sólo Gorgias Leontino lo intentó, i con su vano conato manifestó la cuerda desconfianza de los que le precedieron. Por esto fue tan poco lo que Aristóteles escrivió sobre esto. Cicerón también huyó el cuerpo a esta dotrina i assí la trató mui de passo en el tercero de su Orador. Sólo Hermógenes hizo tratado especial; pero reconoció que esta dotrina no admitía méthodo regular i orden encadenada, qual requieren las artes, i assí no hizo sino dar precetos sueltos. Entiendo, pues, que no sin razón aprobé el parecer de Theofrasto, que dijo que el acierto en esto todo consiste en acomodar la oración a las circunstancias presentes, cuyas combinaciones, como son casi infinitas, es naturalmente impossible dar reglas fijas. I assí mi principal cuidado ha sido hacer que todos los precetos que doi en orden a la disposición (i lo mismo digo de todos los demás), bien que sean hijos de la observación, se manifiesten también derivados de la prudencia natural, pues los aciertos en el disponer procedieron de ella. De suerte que, al passo que el letor vaya leyendo estas reglas, vaya mejorando su juicio con un género de observaciones que le hagan no tanto precetista como prudente; lo qual he intentado facilitar, procurando que la misma conexión que tienen entre sí los precetos de la oratoria se manifieste en las reglas de la prudencia natural, de la qual tuvo origen el decir bien. Por essa siempre señalo lo bueno que se ha de seguir, i los vicios de decir que se deven huir. Aunque en esto último he tirado a hablar sin reprehender a otros en particular, para que la nota de algunos predicadores no hiciesse digna de reprehensión mi censura. Conténtome con aver indicado levemente que pudiera hacerla de los oradores de España, con mucha más razón que Cicerón de los oradores de Roma; porque aquéllos sólo dañavan a la parte que defendían, i muchos de éstos perjudican a la causa de Dios. Sin embargo, no quiero que una censura, aunque justa, haga odiosa tan buena causa. No estamos todavía en el caso de hablar tan claro. La crítica anda en España a sombra de tejado. Yo que quise introducirla, aunque con alguna templanza, fui mui censurado, bien que privadamente. Otros que después han seguido el mismo rumbo, vemos todos quán perseguidos son. La gravedad de nuestra nación es mui mal acondicionada. Si aprende que una cosa es buena, no ai quien pueda desencastillarla. La censura particular no se sufre, aunque sea de los muertos, por ser contraria a la opinión de los vivos; la general tiene por buena dicha, si se dissimula o tolera algo.

16. En orden a los precetos del modo de hablar, he seguido a Cicerón i a Quintiliano; porque siendo estos dos rethóricos los que mejor han hablado, devemos creer que fueron los que mejor supieron el modo de hablar. I este es el sentir universal de los críticos, que no es fácil nos engañe. Esplico pues, según la dotrina de aquéllos, en qué consiste la [Pg. 24] propiedad i elegancia del lenguage, la perspicuidad i dignidad. I porque esta última consiste en los tropos i figuras de que di una breve noticia en el diálogo primero, siguiendo el méthodo de Francisco Sánchez, que dejando para los rhetoriquillos griegos la confusa multitud de inumerables nombres, redujo a pocas observaciones el conocimiento de los principales tropos i figuras; me contento con añadir la noticia de los tropos, cuyo conocimiento es tan importante para adornar la oración i decir deleitando, i el uso de las figuras para mover ciertos afectos i persuadir mejor. Porque todo lo que no sea dirigir a este fin los precetos de la oratoria, es ignorar qué cosa es esta arte.

17. Trato también del ayuntamiento, orden, período i número de la oración. Explico los caracteres del estilo, los quales manifiesta a diferentes visos para que mejor se entiendan. Singularmente doi una noble idea del estilo sublime, según las observaciones de Dionisio Longino, excelentíssimo crítico. Doi fin a la conversación de la segunda noche, diciendo lo más preciso en orden a la pronunciación i acción.

18. Aunque toda esta dotrina es general, siempre procuro acordarme del consejo de Plinio el menor, el qual decía que el que escrive un libro deve leer a menudo su título, para detenerse en la materia propuesta i no apartarse della. 10 Procuro, pues, contraher a la oratoria christiana todo lo que digo; i para hacer la aplicación más visible he destinado un tercer diálogo, en el qual declaro mui por menor el modo de orar sobre misterios i costumbres, i de alabar a los santos. Trato de todo el artificio de cada género de éstos; i donde es necessaria la luz de los egemplos, no los omito.

19. En orden a éstos pensé que, si me valía de los oradores estrangeros más que de los propios, avían muchos de tenerlo por agravio de la nación. I assí, quando he avido de citarlos con toda su extensión, me he valido del orador más ilustre que en este siglo passado ha tenido España. Ya pensará U. S. R.ma que hablo yo del padre Antonio de Vieira, varón de admirable ingenio i singular eloquencia. I como este padre es el príncipe de la predicación española, i mi intento es que se mejore ésta acercándose más (según lo pide también el mismo genio de la nación, grave i vehemente) al natural modo de orar de los Demósthenes griegos i Cicerones romanos o, por mejor decir, al méthodo de orar de los más eloquentes padres de la Iglesia griega i latina, he alegado varios testimonios de dicho padre, de cuya ingenua i generosa confessión consta que el méthodo que yo propongo de orar es el mejor, supuesto que es el mismo que el padre Antonio de Vieira propuso, como desengañado, según él mismo lo confessó en su célebre sermón de la Sexagésima.

20. Ya preveo que me expongo a la censura de muchos, pues poquíssimos serán los que no prefieran su idea a la mía, i más apoyándose aquélla en el sentir común. Pero de esto mismo me valgo yo para combatirla.

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Porque si se ve que esse modo de predicar aprovecha poca, ¿porqué no se mejora? Los varones piadosos se quejan, los celosos claman, los prelados amonestan, los pontífices mandan que se predique a Jesu Christo; algo pues ai que impide esto. U. S. R. ma que está tan versado en la lección de los padres griegos i latinos, posseyendo ambas lenguas con gran perfección; U. S. R.ma que ha visto el modo de predicar de varias naciones, i está dotado de tan alto juicio, bien ve que nuestra nación ha degenerado mucha de su natural gravedad, i que el modo de guardarla en la predicación es hacer lo que digo. Podrá faltarme habiIidad para saber esplicarme, pero no faltará razón que autorice mi dotrina, dirigiéndose ésta a renovar la idea que tuvieron los Santos Padres i han tenido también los mayores oradores de estos últimos siglos. Sabe Dios que la principal causa que tengo para publicar esta obrecilla es procurar su gloria. Para este fin he puesto mi mayor cuidado en hacer christianos los precetos gentiles, quales son (entre otros) la mayor parte de los que tiran a mover los afectos; en cuya dotrina no repararon aquéllos en si eran lícitos o ilícitos. Mas yo he cortado i cercenado las uñas i cabellos a la cautiva egipcia, para que dé algún fruto al pueblo de Dios. He consagrado, digo, los precetos humanos de la oratoria gentil, deseando que sirvan a la oratoria christiana para mayor gloria de Dios. Quiero que las verdades evangélicas se digan bien, para que se oigan con gusto i se obligue a obrar bien. Alabanza que dio a san Juan Bautista el evangelista san Marcos, quando dijo que Herodes lo oía con gusto i hacía muchas cosas movido de su predicación. 11 En suma, mi idea es formar un orador eclesiástico eloquente, qual le deseava san Agustín, 12 que enseñe para que logre el fin de instruir; que agrade para que detenga con gusto a los oyentes; i sobre todo, que mueva para persuadir, siendo ésta la vitoria a que deve aspirar i el último fin a que se deve ordenar el instruir i deleitar. La enseñanza, pues, deve ser popular; esto es, acomodada a la inteligencia del pueblo i probada con razones naturales; la delectación moderada, consistiendo más en que se hable de manera que no ofenda lo que se diga ni al juicio ni a los oídos de los oyentes, que no en solicitar lo que encante a aquél i halague a éstos; últimamente, 1a moción fuerte i vehemente, tal que pueda vencer al más obstinado.

21. Mi designio, pues, en estos diálogos no es repicar a novedad, la qual suele ser odiosa en las artes ya establecidas i sumamente peligrosa en las cosas que tocan a la religión. Sólo es mi ánimo repetir muchas cosas, que por antiguas quizá a muchíssimos parecerán mui nuevas. I ciertamente en nuestra lengua lo serán muchas de ellas. Si fuesse, pues, capaz de alcanzar algún favor de aquellos letores cuya censura más nace de la preocupación de su juicio que del conocimiento de la verdad; más de la aversión al autor que de la atención a la obra, sólo les suplicaría [Pg. 26] una cosa, i es que, leída mi idea con ánimo atento i dócil, hiciessen seria reflexión, si practicada, ¿sería conveniente o no? Si es útil por sí, ¿qué importa que yo, que no soi orador de professión, sea el autor? Pero no quiero hacer apología de esto, assí porque pienso que la haría en vano, como porque me acuerdo que hablo con U. S. R.ma que sabe mui bien que los Crassos, Cévolas, Sulpicios i Cicerones fueron letrados como yo, i fueron también los primeros oradores que tuvo Roma. Yo no pretendo ser tenido ni aun por mediano, pera si por estudio i observación de los oradores antiguos i modernos se deve alguna estimación, quizá la merezco.

22. El motivo que he tenido para tratar este assunto por vía de diálogos no ha sido uno solo. Primeramente juzgo que de este modo se enseña con mayor claridad i más a lo natural, porque se imitan las conversaciones con las preguntas i respuestas. Amás de esto, el diálogo da alguna mayor libertad para decir lo que se siente, pues suponiendo que no se digan cosas que puedan ofender la rectitud de los buenos juicios i piedad christiana, en el decir se puede usar de aquella licencia decorosa que permite una familiar i honesta conversación que se supone privada. Últimamente me pareció que escriviendo diálogos me desobligava de la multitud de egemplos que necessariamente devería alegar, si de propósito escriviesse unas instituciones oratorias. No me engaña tanto el amor propio que me persuada aver satisfecho las rigurosas leyes del diálogo. Pero quanto ha sido en mí he procurado huir de algunos vicios, i singularmente de la sequedad en las preguntas i respuestas que era mui de temer, tratando de dar precetos, que en todas las artes son por sí tan estériles. Sobre todo he procurado observar el decoro, haciendo que Fabio sólo enseñe a Lucrecio tales cosas que sean dignas de practicarse en la cáthedra del Espíritu Santo, i con tal verisimilitud que se puedan enseñar en una conversación. Por esso quando se ofrece referir a la letra algún testimonio ageno, que sea mui largo i por esso difícil de creer que se sepa de memoria, hago que se saque el libro i se lea, por no faltar a la verisimilitud. Verdad es que también tuve intención de decir en cabeza agena lo que quizá algunos censurarían si lo digesse en la propia.

23. En orden al estilo he procurado que sea familiar, pero sin bageza, i sobretodo mui claro, porque después del acertado juicio de las cosas la claridad es la que yo más amo en el escrivir.

24. Este, R.mo padre i señor mío, es el designio de mi obra. Según la variedad i diferencia de los juicios humanos, no es possible que a todos parezca bien, i si con discreción dijo el otro:

Que en las frasses i en los modos

Querer contentar a todos,

Es no agradar a ninguno,

¿quánto más difícil es agradar a todos en el modo de pensar i persuadir? Aun Cicerón no pudo conseguir que su idea de orar satisfaciesse enteramente a Marco Bruto, varón de acérrimo juicio, grande amigo suyo, i [Pg. 27] más estándole obligado con la dedicación del eruditísimo libro que para immortal memoria de su nombre intituló Brutus, siendo assí que tratava de los esclarecidos oradores. Ni podía ser de otra suerte. Gustava Bruto de la sencillez i verdad, i como filósofo estoico aborrecía los movimientos de las passiones. Cicerón amava la cultura i magnificencia del estilo, i haciéndose cargo que vivía en la República Romana i no en la de Platón, movía los afectos maravillosamente. Pues ¿qué puedo yo esperar de tantos juicios, i más en assunto en que los hallo ya preocupados? No hablo en lo que toca a que el orador sea hombre de buen egemplo, de ciencia i prudencia. Todos le quieren tal. Pero dejando las costumbres, en esta ciencia i prudencia, i en el modo de valerse de una i otra, ai mucho que entender; i no juzgamos todos unas mismas cosas, aunque tal vez manifestemos desearlas con unas mismas o semejantes espressiones. Pero si no se atiende a lo que se dice, sino a lo que sucede; si se repara más en las obras que en las palabras (i en efeto aquéllas merecen más fe), son mui diferentes las ideas del orador christiano, aunque cada qual se le figure santo, sabio, celoso i eloquente. Yo quiero que el orador christiano sea un lógico mui racional: hoi domina la sofistería. Yo prescribo que sea un profundo filósofo moral: hoi se aprende la éthica metafísicamente, si es que se aprende. Yo le considero obligado a ser un gran theólogo dogmático i expositivo, que esplique las Divinas Escrituras en el sentido verdadero: hoi apenas se saluda la dogmática, i reina la escolástica, no sólo en las cáthedras donde es necessaria, sino también en los púlpitos donde es vicio ostentarla; i lo peor es que se hace alarde del ingenio, acomodando las Divinas Escrituras a los propios caprichos. Yo deseo que el orador tenga a lo menos alguna tintura i decente adorno de las artes liberales: hoi muchíssimos ni aun saben qué significan sus nombres. Yo soi de sentir que, para ser orador, se necessita de genio oratorio i verdadera vocación: hoi puede ser que prediquen algunos más por elección de empleo dirigido a ciertos fines particulares que por inclinación natural i llamamiento de Dios a tan sagrado ministerio. Yo amonesto al orador que, si quiere serlo, estudie, medite i trabage con el mayor conato: hoi muchos no estudian, ni meditan, i hablan de repente. Yo soi enemigo declarado de los conceptos: hoi triunfan los misteriosos reparos. Yo acuerdo al orador la obligación que tiene de predicar para utilidad de los oyentes: hoi muchos predican para la suya. Yo repito mil veces lo mucho que importa que sepa bien el orador el arte que professa: hoi muchos que están cansados de predicar, todavía ignoran si ai tal arte, i por esso su estilo es tan apartado del natural modo de hablar, afectado, ridículo, i nada persuasivo, que es lo peor. Finalmente yo intento facilitar que se predique a Jesu Christo; 13 i esto no lo han podido conseguir ni los obispos, ni los arzobispos, ni los sumos pontífices. ¿Cómo puedo pues agradar a todos? No es possible. Regulando pues mi deseo, me contentaré con desear que esta mi idea del orador christiano parezca bien [Pg. 28] a U. S. R.ma porque, logrando yo su aprobación, podré esperar hacer algún fruto, que es lo principal i lo único que suplico a Dios, i temeré menos el ceño de las personas juiciosas i sabias; i al mismo tiempo conseguiré la dicha de que U. S. R.ma reciba de mí un obsequio no desagradable, en testimonio del agradecimiento que le professo. Bien que siempre confessaré que por mucho que haga para manifestarme obsequioso nunca haré tanto que corresponda a la grandeza de los beneficios que U. S. R.ma ha hecho. Otro que se viesse tan favorecido como yo i conociesse menos la moderación de U. S. R.ma, juzgaría tal vez que esta era buena ocasión para remunerar parte de sus favores con sus merecidas alabanzas. Pero como yo amonesto al orador que procure en su discurso tener respeto a sus oyentes, como a sus jueces, e interesarlos como a parte; hablando yo ahora con U. S. R.ma parecería mui mal que la fachada misma de la obra inscribiesse ya con mi propio mal egemplo la transgressión de mis precetos. Contentaréme pues con admirar i dejaré que otros celebren essa profunda erudición de que U. S. R.ma está adornado, esse perfeto conocimiento i uso de tantas lenguas, griega, latina, italiana, francesa, española i inglesa, además de la escocesa nativa suya. Ponderen otros su elevadíssimo juicio i gran prudencia, i sobre todo una moderación de ánimo tal que, siendo U. S. R.ma confessor de su Magestad, i por esso respetado i reverenciado de todos, sabe ser i parecer al mismo tiempo uno de los novicios más modestos de la Compañía de Jesús. De suerte que al passo que todos se acuerdan de la autoridad de U. S. R. ma para obsequiarle, U. S. R.ma se olvida della para humillarse i ser siempre uno mismo; el mismo, digo, que antes, verdadero hijo de S. Ignacio de Loyola. Assí lo dicen todos, i U. S. R.ma no me puede impedir el que yo lo crea. Pero hace el respeto que tengo a essa misma moderación de ánimo, el que no me atreva yo a añadir una palabra, sí sólo a dar un indicio, aunque levíssimo, del gran deseo que tengo de servir a U. S. R.ma cuya vida Dios guarde muchos años con mucha salud i aumentos de verdaderos bienes. Valencia, en el día de su mayor celebridad del gloriosíssimo apóstol valenciano S. Vicente Ferrer, año 1733.

B. L. M. de U. S. R. ma

su más obligado i fiel servidor,

DON GREGORIO MAYANS I SISCAR

CENSURA DEL R.mo P. M. Fr. BARTHOLOMÉ CASES, EXAMINAdor i theólogo de la Nunciatura de España, predicador de su Magestad i ministro provincial en la provincia de Aragón, del Orden de la Santíssima Trinidad de la Observancia.

De orden del señor don Pedro de Arenaza i Gárate, dotor en ambos derechos, vicario general i governador en lo espiritual de esta diócesis [Pg. 29] por el Il.mo señor don Andrés de Orbe i Larreátegui, por la gracia de Dios i de la Santa Sede, arzobispo de Valencia i governador del Real Consejo de Castilla, he visto con gustosa atención El Orador Christiano, compuesto por don Gregorio Mayans i Siscar, cathedrático del Código de Justiniano en la Universidad de Valencia; el qual en muchos útiles, ingeniosos partos que ha dado a luz, tiene ya tan acreditada la fecundidad de su talento, que da a entender no ai mies agena a la hoz de su pluma, porque con tanto acierto i comprehensión trata qualquier materia como si fuesse su especial professión el estudio de cada una. El de esta obra parece bien distante de la suya; i en la copia de sus escogidas dotrinas, disposición, arte i inteligencia con que la ilustra, hace ver le es tan propia como si sólo para su valor huviesse atesorado su gran caudal. De el de las Divinas Escrituras, Santos Padres i de los más espertos oradores, forma un orador, espiritualmente precioso i preciosamente christiano, ideándole la amenidad de su erudición, como de pincel, para el agrado, con los colores de la rhetórica con que ilumina su estampa, i de sello para la utilidad, porque apartando lo que confunde la Divina Palabra, deja claras sus perfecciones i sentidos para que mejor se imprima en los corazones humanos. Esto es lo vivo, aquello lo pintado, i se vale de lo pintado como medio para persuadir más al vivo, pues una narración figurada hace más fuerza que desnuda, aunque no es fácil averiguar la causa. 14 Pero esta verdad tiene sus estremos, escollos en que si tropiezan los sermones se pierde el fruto de ellos. De relajado, está mui enfermo el gusto humano, i para aficionarle al manjar de el espíritu es menester dársele sazonado. Las viandas son más sabrosas quanto mejor guisadas. Toda virtud es sabiduría, i no se ama si no se saborea. El sainete da el sabor, pero no se ha de exceder, porque cargarla de sainetes será desazonarla. El saberla guisar consiste en darla el punto para el gusto i que no pierda el alimento; que, si las salsas no son moderadas, tampoco serán comestibles los manjares. Esto enseña este libro en tres diálogos, en que idea lo que deve ser el predicador; qué ha de hacer i cómo se ha de hazer. Tres líneas solas de Protógenes i Apeles quedaron en una tabla vinculadas a la admiración de los demás artífices; 15 i en las líneas de estos tres diálogos se abrevian puntos más importantes i colores más provechosos para egemplar de oradores christianos. Sal son los predicadores que deven deshacerse atentos, celosos, espirituales, para dar sabor a la dotrina, que cada uno ha menester más o menos vivo el gusto para quitar el hastío humano de las obligaciones divinas; pero si esta sal se vicia, ¿quién reparará su daño? Dificultad halló en ello el grande Agustino. 16 No parece encuentra en hombres capacidad para enmendar al [Pg. 30] que tiene por encargo el corregir, i este ingenio la muestra para corregir a los que tienen el oficio de enmendar. Lo sabe hacer i lo hace, que pues tiene essa gracia el ocio de ella le hiciera culpa. ¿Por ventura se le podrá quitar la libertad de escrivir a quien tiene la de hablar lo bueno? No por cierto, porque fuera contradecir al Espíritu Santo. 17 Para todos es la instrucción de este libro luz, porque todos hallarán en él materia a su instrucción: el político, el erudito, el filósofo, el theólogo, hasta el crítico que hace juicio de todo hallará su juicio. Para mí es luz i reprehensión porque leo clara mi reprehensión a su luz. Pero, si por imágenes toscas hace también Dios milagros, ninguno por tosco tenía más derecho que yo. Ya veo que tosco e indigno no es todo uno, i en mí se junta todo. ¡Oh! Quién huviera acertado a imitar los nunca bastantemente celebrados oradores, perfectíssimamente christianos que propone este libro para egemplo. Aunque el padre Antonio de Vieira no me parece egemplo para la imitación, sino para el assombro. En sus escritos no ai aire, todo es fuego que alumbra i abrasa, porque enciende los corazones, ilustrando los entendimientos. Varón verdaderamente apostólico, que con su ya natural eloquente artificio conquistando entendimientos ganó voluntades. Pero no quiero ofender tan inimitable orador con aplauso que nunca podrá igualar a su mérito. Su nombre es su mejor elogio, i la fama será siempre su alabanza. Si el autor me prestara con su pluma su caudal, aun no lo tendría para escrivir la censura de este libro, en que, estampada su alabanza, nada he advertido contra la fe i buenas costumbres, pero sí un compendio de sabiduría i sana dotrina que instruye, deleita, persuade i edifica. Assí lo siento, salvo, &c. En este convento de el Remedio de Valencia, a 12 de abril de 1733.

FR. BARTHOLOMÉ CASES

Imprimatur,

DR. ARENAZA, Gub. & Vic. Gen.

SUMA DE LA LICENCIA

Los señores del Real Consejo de Castilla mandaron ver este libro intitulado El Orador Christiano ideado en tres Diálogos, por don Gregorio Mayans i Siscar, cathedrático del Código de Justiniano en la Universidad [Pg. 31] de Valencia, i vista su aprobación, dieron licencia a Christóval Branchat, mercader de libros, para que por una vez pueda hacerlo imprimir, lo qual consta largamente de la licencia original despachada en Madrid por don Pedro Manuel de Contreras, en 17 de marzo de 1733.

SUMA DE LA TASSA

Tassaron los señores del Real Consejo este libro a ocho maravedís cada pliego, como consta de su original despachado por don Pedro Manuel de Contreras, en 27 de marzo de 1733.

FE DE ERRATAS

Pág. 9, lín. 21, policía, lee policía; pág. 11, lín. 25, menipeo, lee Menipeo; lín. 26, Delo, lee Dédalo; pág. 150, lín. 12, Viruez, lee Virués; pág. 151, Viruez, lee Virués; pág. 153, lín. 22, ve, lee va.

He visto el libro intitulado El Orador Christiano, su autor don Gregorio Mayans i Siscar, cathedrático del Código de Justiniano en la Universidad de Valencia; i corregidas estas erratas, corresponde a su original. Madrid, i marzo a 28 de 1733.

Lic. D. Manuel García Alessón,

Corrector general por su Mag.

A MI LETOR

Aunque propongo la idea del orador christiano, i tú no aspires a serlo, no por esso juzgues que no hablo contigo, pues te conviene saber en todo caso a qué oradores deves oír. Fuera de que si el orador es el que en la república deve hablar mejor, la instrucción que se dirige a él aprovechará a qualquiera, porque el pensar con acierto, ordenar los pensamientos i manifestarlos con claridad i elegancia (que es lo que aquí enseño) son cosas propiíssimas de qualquier racional. Sólo te advierto que todo esto, sino por infusión divina, no se puede lograr en un solo día. Trabaja pues en hacer lo que te digo i verás el provecho que consigues. Sobre todo una cosa te suplico, i es que consideres bien, si practicándose esta idea de orar que yo propongo, sería útil a la república christiana. Si piensas que lo puede ser, juzga i di del autor lo que quisieres (yo te lo perdono), pero ¡ai de ti! si desautorizas la obra, pudiendo ella ocasionar algún provecho i impidiéndolo tú. Yo te protesto que mi ánimo ha sido contribuir con ella a la mayor gloria de Dios, a quien suplico que te guarde muchos años para que de tu parte la promuevas quanto sea possible.

[Pg. 32]

EL ORADOR CHRISTIANO,

IDEADO EN TRES DIÁLOGOS

DIÁLOGO PRIMERO

1. UNA noche de aquellas que parecen largas a la gente ociosa, i los varones estudiosos tienen por breve, estava Fabio retirado en su librería logrando el tiempo en la lección de las preciosísimas epístolas del apóstol san Pablo. Aún no media hora que estaría leyendo, quando sintió que llamavan, i con algún enfado dijo entre sí: ¡Válgame Dios! ¡No es harto aver de sufrir mil impertinentes al día, sino que también de noche me han de quitar el sosiego! Luego, oyó la voz de su amigo íntimo Lucrecio i, trocando el afecta, salió a recibirle con regocijo i alegría. Saludáronse ambos. Introdujo Fabio a Lucrecio en su librería; cada uno tomó la silla que le tocava; i después de averse dado el parabién de su salud, dijo assí:

2. Lucrecio. He venido a lograr una buena noche; i sólo siento que u. m. la tendrá mui molesta con tan importuna compañía.

Fabio. Tan apreciable es la de u. m. que preferiré esta noche a las Áticas de Gelio i a los Días Geniales del erudito Alejandro napolitano.

Lucrecio. Por la enseñanza de u. m, i por el gusto que yo espero tener en oírle, bien creo que para mí ha de ser esta noche, no sólo ática, sino también genial; i para que desde luego lo sea con mucho mérito de u. m. por la caridad de enseñarme, hágame u. m. el gusto de decirme en qué género de lección se entretenía quando yo llegué.

Fabio. El mismo libro lo está diciendo, pues lo degé abierto contra lo que yo acostumbro.

Lucrecio. Yo me acuerdo que leí (creo que en el capítulo ciento de la Regla de san Pacomio) que ordenava el santo que, quando los religiosos fuessen al oficio divino o al refectorio, ninguno dejasse su libro abierto.

3. Fabio. ¡Digno precepto de un fundador tan sabio! Yo le suelo observar, mas luego que oí a u. m, salí botando a recibirle. Entonces estava yo leyendo el capítulo quarto de la Epístola segunda de san Pablo, escrita a san Timotheo. Leía yo i al mismo tiempo pensava el sentido altíssimo que encierran aquellas dos palabras del versículo segundo: Prcedica verbum: Predica la palabra.

Lucrecio. Dígame u. m. por su vida algo de esso.

Fabio. Pensava yo que con menos palabras no podía decirse más. Predica, dice, la palabra, i no dice qué palabra, para enseñar que en el púlpito no se han de hablar más palabras que las de Dios; las quales solas, por la eminencia i superioridad que tienen a todas las demás, merecen llamarse Palabra. Assí explicó a la letra este lugar de san Pablo un gran prelado español; i, lo que es más de alabar, assí como lo entendía [Pg. 33] lo practicó el venerable señor don Juan de Ribera, arzobispo de Valencia i patriarca de Antioquía. 18

Lucrecio. De que lo entendiesse assí no me admiro, porque nadie ai que lo ignore; de que lo practicasse, sí, viendo que hoi ai tan pocos que le imitan.

4. Fabio. Lo que devemos admirar es su egemplaríssima vida. Créame u. m., amigo mío, que qualquiera que sea semejante a él en virtud, no sabrá predicar sino la palabra de Dios. Para que ésta sea tal, deven preceder las disposiciones necessarias: disposición en el corazón i disposición en el entendimiento. Si ai caridad en aquél, avrá razones en éste para manifestar a los hombres la necessidad de la penitencia i reconciliación con Dios; avrá valor para amenazar i amedrentar a los malos; mansedumbre para consolar a los buenos; consejo e inteligencia para dirigir a todos por el camino de la verdad, que sólo es el que Jesu Christo nos señaló con su egemplo. Aun los gentiles desearon que su orador fuese hombre de bien; ¿quánto más deve serlo el christiano? Su empleo es santo; ¿quién duda que deve serlo el que lo egercita? Piense pues el predicador i hágase cargo de que en la Iglesia de Dios no ai función más noble que la predicación del Evangelio; como se ve, en que después que Christo Señor nuestro quiso manifestarse al mundo, viviendo públicamente, ésta fue su principal ocupación i la que más encomendó a sus amados apóstoles, i éstos a los obispos sus sucesores, que fueron los únicos que predicavan en los primeros siglos; los obispos a otros eclesiásticos, a quienes han juzgado por beneméritos coadjutores de tan divino empleo; 19 aviendo empezado a predicar en el Oriente tal qual sacerdote de estraordinario talento i piedad, como san Juan Chrisóstomo; i aviendo sido en Occidente san Agustín (antes de ser obispo) el primer predicador. 20 El que predica, pues, deve hacer la cuenta que es uno escogido entre millares para ser embajador de Jesu Christo, que va a intimar a los hombres las condiciones de la paz, de parte de Dios, i que deve ir con espíritu de caridad; teniendo, digo, mucha humildad, piedad i celo de la honra de Dios; i fuera de eso talento i dotrina para hablar en público. No basta que el predicador no sea hombre de mal egemplo, es menester también que lo dé bueno i que aya dado muestras ciertas de su constancia i firmeza en la virtud, con una vida regular i uniforme de muchos años. No basta que tenga celo de la honra de Dios, es menester que tenga también ciencia i prudencia; i que por el espacio de tiempo conveniente se aya llenado a sí mismo de una celestial dotrina, porque de otra suerte no podrá derramarla en los corazones del prógimo. Ha de enseñar en qué consiste la verdadera felicidad de este mundo, quáles son los medios que conducen a ella sin la qual no se puede adquirir la eterna. Deve [Pg. 34] pues estudiar i saber el arte de imprimir el amor a la suprema bondad, representando mui al vivo sus inefables perfeciones, excitando la gratitud en los corazones ingratos con la memoria de los beneficios divinos i la admiración i reverencia en los olvidadizos con el recuerdo de tantas maravillas, i en los ánimos rebeldes deve introducir el terror, representando los horrores de su formidable justicia, para que quien tema a Dios justiciero, le quiera clemente i misericordioso. Ha de manifestar la necesidad de su misericordia, la qual se logra por medio de una humildad no fingida i una caridad verdadera. Ha de imprimir altamente un odio capitalíssimo al pecado, para lo qual conviene conocer mui de raíz las causas particulares de la corrupción de la naturaleza humana para que, arrancadas del corazón hasta las últimas fibras del pecado, no pueda renacer. Conseguirá todo esto con el favor de Dios i con atento estudio del hombre interior, sabiendo la naturaleza i número de sus pasiones, las causas i instrumentos de sus excesos, los medios de impedir éstos i moderar aquéllas. De otra suerte no moverá con fruto permanente. Sobre todo, para merecer la gracia de mover a los oyentes, ha de procurar primero moverse a sí; que no ha de ser el orador como el representante que sólo imita o finge los afectos, sino que los ha de sentir en sí como maestro de virtud. Él ha de ser tal que, ayudado de la divina gracia, haga milagros. Los poetas fingen que la hechicera Circe convertía en animales brutos a los que entravan hombres en su casa. El predicador al revés: al cuervo de un pecador, que endurecido en el pecado dilata la penitencia para el día de mañana, le ha de convertir en piadosa paloma que gima sus culpas; al lobo usurero, que engorda de la sangre de los pobres, le ha de hacer más caritativo que una ovejuela, resuelto a dar sus lanas para que se vistan los desnudos; al que empezó a oirle como un zorro traidor lleno de embustes i patrañas, le ha de hacer semejante a un sencillo corderillo; al puerco espín, que con chistes i calumnias a todos punzava, le ha de bolver en cachorruelo amoroso que alague i no muerda; i finalmente, al que parecía un demonio, le ha de convertir en ángel de luz. En dos palabras lo dige. El predicador christiano, para que sea tal, deve tener mucha caridad i ciencia, i estando lleno de una i otra podrá, según el precepto de san Pablo, 21 predicar a otros la palabra de Dios. Instará oportunamente i sin cessar, aunque passe por la nota de parecer importuno. Reprenderá el vicio animosamente, suplicará con ternura que tengan compassión de sus almas, repetirá la reprensión con la mayor paciencia de la vida i más conveniente dotrina. I toda esta diligencia deve ahora ser mayor, puesto que por gran desgracia nuestra vivimos en un tiempo en el qual vemos cumplida la profecía de san Pablo, que muchos no tienen paciencia para oír la sana dotrina, sino que para lisonja de sus oídos, quieren oír predicadores que sólo les hablen a su gusto. De manera que los oídos están cerrados para la verdad del Evangelio i abiertos de par en par para los [Pg. 35] ensartes i fábulas. ¡O tiempos! ¡o costumbres! Ahora más que nunca es menester velar, trabajar en todo i por todo i procurar llenar el ministerio de quien evangeliza a Jesu Christo.

Lucrecio. Vaya u. m. prosiguiendo, que me gusta mucho lo que dice.

5. Fabio. ¿Qué quiere u. m. que prosiga? Quiere u. m. que me enardezca contra la infelicidad de nuestros tiempos, en los quales, por hablar i lamentarme con san Gregorio Nacianceno, 22 Los ministros de la Iglesia hacen de la predicación un arte de agradar a los hombres i trasladan la policía i vana cultura de los estrados a la Iglesia, i los afectadíssimos adornos del theatro a la cáthedra de la verdad. ¡Qué mucho!, si se ha hecho ya grangería el púlpito, no teniendo algunos vergüenza de decir que predican para tomar tabaco i chocolate. ¿Esto es imitar a san Pablo?, que decía: De valde i graciosamente evangelizamos el evangelio de Dios. 23 ¡O grande providencia la de san Ignacio de Loyola, que por razón de su instituto mandó a sus hijos esso mismo! Pero degemos este punto de exponer venal la palabra de Dios (si es que es palabra de Dios quando se vende) puesto que no podemos remediar semejantes abusos. Sólo nos toca el llorarlos i suplicar a Dios que no permita en el christianismo tal abominación.

6. Lucrecio. Pues dígame u. m. ahora qué es lo que hacen aquellos que no predican la palabra de Dios i qué devieran hacer para predicarla.

Fabio. Lo primero es fácil de decir; 1o segundo no tanto. Pero por obedecer a u. m. en uno i otro manifestaré mi sentir. El que para probar en el púlpito la interpretación de algún texto cita varias versiones, ésse hace del gramático como aquel obispo Desiderio, a quien san Gregorio papa reprehendió severíssimamente. 24

El que en cada texto propone estraños reparos aumenta la dificultad con preguntas, da respuestas inopinadas, llena el discurso de sutilezas inútiles; ésse hace del lógico, aunque sea un sofista.

El que atiende mucho a hablar con metáforas, formar alegorías i descripciones que se llevan toda la atención, ésse hace del rhetórico aunque no lo sea.

El que arriba i abajo tira líneas, pero no para ilustrar el entendimiento con la soberana luz de las verdades eternas, i mover los corazones a ponerlas en práctica, sino para decir de manera que se consiga aplauso, ésse es geómetra, pues toma las medidas de la tierra, pero no del cielo.

El que en las concordancias de la Biblia va contando quántas veces habló del vestido el Espíritu Santo, porque el clavario de los sastres le dio el sermón i le ajusta un discurso que le venga pintado, ésse hace de arithmético, pero no sé yo cómo le saldrá la cuenta.

[Pg. 36]

El que no predica sino lunas, soles i estrellas i nos quiere dar a entender que sabe lo que le sucedió al bienaventurado San Pablo en el cielo tercero, ésse es astrónomo que, pensando remontarse más que el Ícaro Menípeo, tanto se levanta que cae como el Ícaro de Delo.

El que se obliga a observar las rigurosas leyes del número poético i solicita cadencias afectadas para halagar los oídos, ésse hace del músico, pero tiene la cabeza mui mal templada.

Aquel que hace todos estos papeles quiere que le tengamos por hombre mui versado en todas las artes liberales.

Otros ai más graves que se nos representan otros. Ai quien frequentemente está diciendo: Assí lo dicen los filósofos; juzgando que assí será tenido por un segundo Plinio.

Otro cita a menudo mui agudas sentencias para que assí le celebremos como a otro Séneca.

Aquel otro dice que assí lo siente la más sana theología. ¡Gran indicio de ser un profundo theólogo! Qualquier niño que sepa la cartilla manifiesta mejor qué es theólogo, si ser theólogo consiste en hablar bien de Dios i de sus inefables atributos.

Ai muchíssimos que por una opinión alegan algunos santos padres, por la contraria otros; disminuyendo assí la autoridad de unos i de otros, o para engrandecer la de aquel que nunca leyeron, o para dar su sentencia, como si fuessen los árbitros. ¡O qué grandes jueces! ¿No le parece a u. m., señor Lucrecio, que ai predicadores que hacen varios papeles menos el que devieran de orador christiano?

Lucrecio. Ya lo advierto. Cosa verdaderamente lamentable.

Fabio. Pues otros ai que hacen mucho peores papeles. Ai quien hace invectivas, no de vicios, sino de personas: esso es ser satírico. Ai quien dice chistes: esso es ser bufón. Ai quien hace gestos ridículos, tuerce el cuello i finge la voz: esso es representar entremés. Por último es precisso que aya hombres que hagan essas i otras muchas figuras, aviendo muchos que predican, unos por vivir a la moda, otros por tener el nombre de predicador, no aviendo podido conseguir el de letor; otros para ser conocidos i adelantar sus pretensiones, i assí con la novedad de los discursos solicitan aplausos; i haciendo reparar a los oyentes que ellos son los primeros que han discurrido assí, con su egemplo predican vanidad, pero no lo que devieran, la palabra de Dios. ¡O muchos predicadores! ¡O pocos predicadores! ¡O palabra de Dios en algún tiempo preciosa! 25 hoi despreciada, no en boca de los varones sabios i piadosos, a quienes siempre exceptúo, sino en el juicio indiscreto de aquellos necios que no la predican porque no la mascaron como mandó Dios a Ecequiel 26 i a san Juan Evangelista, i por esso ignoran su gran dulzura. 27 [Pg. 37] 7. Lucrecio. Pues dígame u. m., ¿qué señas tiene la palabra divina que, siendo tan dulce, como dice el profeta i con él san Juan, son tan pocos los que gustan de ella?

Fabio. ¿No ve u. m. que dice el mismo san Juan 28 que, si bien es dulce en la boca, es amarga en el vientre? Es fácil de decir, pero difícil de digerir; i los predicadores no quieren amargar a los oyentes, sino darles gusto.

En quanto a las señas, bien claras son. La palabra de Dios nace de Dios; la palabra de los hombres nace de los hombres. Aquélla, pues, se ha de buscar en las Divinas Escrituras i Santos Padres; i predicarla no es otra cosa que decir aquellas mismas verdades que Dios enseñó a los hombres por sí mismo, o por medio de sus profetas i apóstoles; sacar las consequencias necessarias de los principios infalibles de nuestra religión; persuadir estas verdades con la mayor eficacia, sin mezclar pensamientos propios, más sutiles que provechosos, ni opiniones agenas que de nada sirven; i procurar valerse de las mismas razones i modos de persuadir de que se valieron los profetas, apóstoles i santos padres para mover con eficacia los corazones humanos, no teniendo otro fin que la conversión de las almas i gloria de Dios. I esto no impide el que uno aplique todo su estudio, meditación e industria para mover los corazones; lo qual no puede hacerse perfetamente sin ayuda del arte, de la qual se valieron con admirable destreza i mucho mayor fruto los dos mayores oradores del siglo passado, los padres Pablo Señeri i Luis Burdelú.

8. Lucrecio. Pues ¿cómo los apóstoles no se valieron del arte, antes bien les mandó Jesu Christo, Señor nuestro, que no pensassen en lo que avían de decir?

Fabio. Los apóstoles no neccssitavan de las reglas del arte, porque el Espíritu Santo, fuente de ciencia i prudencia, les inspirava aquello que más convenía, i les hacía hablar como devían. Fuera de que Jesu Christo nunca dijo a sus apóstoles que no meditassen su divina palabra, que no se preparassen para anunciarla a los pueblos, sino que quando los pusiessen en manos de los presidentes de las provincias i reyes, no quisiessen premeditar qué es lo que avían de hablar i de qué manera; i les prometió que, en semejantes casos, les sería inspirado lo que avían de decir, porque no avían de ser ellos los que por sí avían de hablar, sino el Espíritu Santo el que avía de hablar por ellos. 29 Aunque Ecequiel era profeta del Señor, le mandó su Divina Magestad que se tragasse un libro i después fuesse a predicar. 30 Aunque san Juan evangelista era tan amado de Jesu Christo, le fue mandado lo mismo i que después profetizasse. 31 Primero, pues, se ha de mascar el libro del Señor, digo la [Pg. 38] Sagrada Escritura, donde está su palabra, i después se ha de predicar i publicar la verdad. I como Dios quiere que su palabra se anuncie a los hombres no ya autorizándola con milagros, por estar en nosotros arraigada la fe, sino por medio de hombre; es menester que éstos se valgan de la razón como instrumento el más eficaz que Dios les ha dado para persuadir; i de los motivos de la fe para dar a las verdades eternas una autoridad infalible. Por esso el gran padre de la Iglesia san Agustín, el qual enseñó aquello mismo que hacía, dijo sabiamente: El predicador aprenda todo aquello que deve enseñar i adquiera también en el decir la facilidad gaje es decente a un varón eclesiástico. 32 Es decente, dice, para que entendamos que es menester tanta arte, que se requiere la suma del arte, que es la decencia o decoro; esto es, considerar qué pide el tiempo, el lugar, el predicador, el oyente, dando a cada cosa aquello que su naturaleza pide. Assí lo practicava san Juan Chrisóstomo, príncipe de la oratoria christiana. Qualquiera que lea sus eloquentíssimas oraciones, verá que siempre mantiene 1a autoridad de embajador de Jesu Christo, sin engreírse nada. Habla con gravedad de censor i caridad de hermano; con libertad apostólica í sencillez christiana; con amor de padre i ardentíssimo celo de la honra de Dios. Siempre enseña a sus oyentes verdades prácticas, queriendo que se haga lo que dice i facilitando el ponerlo por obra. No usa de dotrinas generales; no echa proposiciones vagas. Se conoce que observava mucho hasta dónde llegava el entendimiento de sus oyentes i quál era la disposición de su corazón, procurando instruir a aquél de manera que éste quedasse inflamado. En todas sus oraciones dirige la plática a sus oyentes, descubriendo sus llagas i dando los remedios al mismo tiempo. Los interessa en quanto dice; siempre los mantiene atentos, diciendo las cosas de un modo agradable, que sin llevarse la principal atención sólo es instrumento de la persuasión. Assí nunca fatiga, i se vale de todo esto como de una especie de máquina sensible, i no visible, para mover los corazones. Enseña, convence, anima, persuade al más pertinaz. No se contenta de averle persuadido ya, persuádele más i más, hasta triunfar mil veces.

¿Todo esto no es arte? Arte de artes la llamo yo; porque para conseguir todo esto es menester tal arte que, practicándose todas las artes liberales i valiéndose de todas las ciencias con la mayor destreza, todo se descubra, menos el arte de valerse de ellas; porque su afectación causa desprecio a los sabios, admira a los ignorantes i impide el fruto de la persuasión, llamando a sí toda la atención.

9. Según esto, pues, el orador christiano ha de hablar siguiendo la costumbre de los que hablan mejor; esto es, emendando las corruptelas del lenguage (que son muchíssimas) con los precetos de la gramática, pero sin afectar ser gramático.

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10. Ha de dar a entender que piensa como todos, aunque piense mejor que todos, procurando que el hilo de su discurso sea tan seguido i natural que el oyente tenga el gusto de ir anticipándolo en su mente i de hacer como ilaciones propias las que son del orador. Ninguno persuade tanto como cada qual a sí mismo. Tanta es la fuerza del amor propio. Piense, pues, el orador como dialéctico, hable como qualquiera. Distinga lo verdadero de lo falso, separe el adjunto del sugeto, 1o estraño de lo propio. Conozca las partes que componen al todo; medite si es conveniente tratar del todo unidamente, o distinguiéndole en partes, sean éstas naturales i visibles, no sutiles i metafísicas. Separe las causas de los efetos; saque consequencias evidentes de principios ciertos, no como quien las infiere sino como quien las propone como sacadas de la misma naturaleza de las cosas. Evite equívocos, proposiciones ambiguas; manifieste bien la naturaleza de las cosas; proponga siempre las más claras ideas; hable de manera que todos le entiendan. En una palabra: sea grande lógico, pero no lo parezca.

11. Sea también gran rhetórico, pero haga de manera que no le llamen rhetórico, porque si le nombran assí no lo será. Estudie pues la rhetórica, no para pensar en ella quando trabaja, sino para examinar después si ha trabajado según ella. Todos sabemos que para afirmar el cuerpo devemos valernos de los pies; para librar la cabeza de algún golpe, de las manos; para no recibir algún daño, nos inclinamos, ya a uno ya a otro lado, adelantamos el passo, le retiramos; todo esto i mucho más egecutamos sin meditación alguna, valiéndonos de la naturaleza como principal maestra. Assí, el alma para cada afecto tiene su figura. Los movimientos del ánimo son sus posturas, las figuras las manifiestan. Éstas son el espejo de aquél. Haga pues el ánimo quantos movimientos convengan, que las figuras son unos espejos tan fieles que los representarán tan vivos como ellos fueren.

12. L o que importa, pues, es ser gran filósofo, penetrar bien el corazón de los hombres, observar sus inclinaciones i los obgetos de ellas, i saber representar el bien i el mal. Si lo que se propone se representa honesto, útil i glorioso, ¿quién ai que no lo ame? Si se hace ver la miseria, ¿quién no se compadezca? Esto es lo que enseña la filosofía; no la filosofía en que nos entretuvieron en las escuelas, sino aquella que se aprende en el trato común; aquella que, observando los genios i las costumbres de los hombres, nos dejaron escrita los que por excelencia merecieron el nombre de filósofos; aquella, finalmente, de que quiso ser maestro el Espíritu Santo. Sea pues filósofo el orador christiano, pero de manera que qualquiera juzgue que sólo es filósofo de su corazón, i que su intento únicamente es que cada qual buelva los ojos acia su interior; que no ha de ser todo registrar lo externo i no advertir ni remediar los desórdenes de nuestro propio corazón.

13. En quanto a la theología, hable de Dios i de sus divinos atributos con tal claridad i arte, que exponiendo con sencillez aquellas altíssimas verdades, una con la inteligencia de ellas los motivos de obrar christianamente.

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Separe lo que es de fe divina de lo puramente opinable; esto para callarlo, aquello para declararlo; no diciendo más de lo que conviene creer, ni aplicando al misterio, o artículo de fe, sino lo que se deve obrar. Sea pues un profundíssimo theólogo; pero dejando esse nombre para los que leen en las cáthedras de las universidades, sólo procure merecer el de orador christiano, propio de quien enseña en la cáthedra del Espíritu Santo.

14. Para llegar a lograr tan glorioso nombre, ha de unir en su oración todos los grandes caracteres de una perfeta eloquencia i en su persona los de un hombre celosíssimo de la honra i gloria de Dios; procurando hermanar la grandeza i magestad de los misterios con la noble sencillez del decir; la sublimidad de la dotrina con la facilidad de enseñarla, haciendo que los que quizá parecieron montes de dificultades a los mayores sabios se representen como llanuras a los que tal vez ni aun vieron letras. Deve cuidar muchíssimo de que la religión i la razón vayan siempre de acuerdo. Preceda la fe; siga, como sierva, la razón, que ésta, como con gran juicio dijo Tertuliano, 33 también es cosa de Dios. Divinamente san Agustín: 34 Preceda la f e a la inteligencia para que la inteligencia sea premio de la fe. Enseñe pues lo divino, moviendo a lo humano; quiero decir, como los hombres mueven, usando de la razón i prudencia. Plante i riegue el orador: el aumento corre por cuenta de Dios. 35 A1 orador sólo toca hacer de su parte lo que pueda, instruir con claridad i mover al mismo tiempo con un ardor de corazón, que ilustre i abrase; con una fuerza suave i agradable; con una vehemencia caritativa. ¿Todo esto no es arte? o a lo menos, ¿no es prudencia? ¿No es cierto que assí se deve predicar? ¿No es cierto que muchos no predican assí?

15. Lucrecio. Ojalá no fuesse tan cierto. Pero pues por nuestros pecados permite Dios para castigo nuestro que su divina palabra no se oiga tan frequentemente como deviera oírse; para que si quiera la esperanza me dé algún consuelo, dígame u. m. el remedio que pudiera tener tan grave mal.

16. Fabio. Muchos ai: de parte de los oyentes uno, i ésse eficacíssimo; de parte de los otros que pueden dirigir, muchíssimos.

17. Lucrecio. Pues dígame u. m. el remedio que a mí me toca como a oyente i después dirá los que tocan a los otros.

Fabio. Siempre que u. m. vaya a algún sermón i vea que el predicador no predica la palabra de Dios, o váyase luego, que será lo mejor, o no buelva a oírle. No oiga u. m. segunda vez a quien no le aya mejorado, como vaya u. m. con ánimo de mejorarse i vea u. m. que el predicador no le tiene de mejorar a u. m.

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18. En orden a los otros remedios, ninguno sería tan eficaz como que huviesse academias de oratoria, en las quales assistiessen hombres celosos i eloquentes, que dirigiessen a los que deseassen instruirse en la eloquencia christíana. Todo el mundo sabe quánto aprovechó a los oradores profanos la declamación, siendo assí que sólo era un imaginario ensayo de los verdaderos combates que avían de tener después en las causas públicas, pues, por lo regular, los assuntos eran fingidos. Pues ¿quánta mayor utilidad causaría el egercicio verdadero de la oratoria christiana?, siendo assí que en él se propondrían por assuntos unos mismos misterios i unos mismos sacramentos que los que después en el púlpito se avían de enseñar; unas mismas virtudes a que se avía de animar; unos mismos vicios que los que se avían de disuadir; i finalmente unos mismos santos cuyas virtudes después se avían de proponer como egemplar de las que devemos tener.

19. Yo estoi altamente persuadido a que si los oradores christianos aplicassen el trabajo i arte que los gentiles (dejando aparte la especialíssima assistencia de Dios, por la qual los nuestros son incomparablemente superiores), avían también de vencer a aquéllos en la perfección del arte, en la qual ciertamente quedan aún mui atrás, porque, si atendemos a los modernos, ninguno ha llegado a competir con Demósthenes o Cicerón; nadie ha escrito oraciones con tanto nervio i eloquencia, como las que leemos en Cayo Crispo Salustio i Tito Livio; yo hablo con u. m. que, bien instruido en las costumbres antiguas i mui perito en las lenguas, ve la fuerza i elegancia de aquel modo de orar, cada uno en su género.

20. Si levantamos la vista a los Santos Padres, eran unos pastores ocupadíssimos en una infinidad de negocios en que los interesava la caridad. 36 No podían emplear mucho tiempo en trabajar sus oraciones. Escrivían i después decían aquello que les avía ofrecido la memoria, i a lo más una ligera lección i alguna meditación. De donde nace (leeré lo que escrive un varón mui sabio i excelentíssimo crítico, el abad Claudio Fleuri): 37 "De donde nace que nuestros predicadores hallan la mayor parte de los sermones de los Santos Padres mui lejos de la idea que ellos se han formado de la predicación: sencillos; sin que se vea arte, sin divisiones, sin razonamientos sutiles, sin erudición curiosa: algunos sin afectos; por la mayor parte brevíssimos. Es verdad que los santos obispos no pretendían ser oradores, ni hacer arengas: pretendían hablar familiarmente como padres a sus hijos i como maestros a sus dicípulos. Por esso sus discursos se llaman en griego homilías i en latín sermones; esto es, razonamientos familiares. Querían enseñar explicando la Escritura, no por medio de la crítica i de las questiones curiosas, como los gramáticos explican a Homero o Virgilio en las escuelas, sino con la tradición de los Padres, por la confirmación de la fe i por la corrección de las costumbres. Querían mover no tanto con la vehemencia de las [Pg. 42] "figuras i con la fuerza de la declamación, quanto con la grandeza de las verdades que predicavan, con la autoridad de sus empleos, con la santidad personal i con su caridad. Muchas veces hablavan de repente, como se ve en san Agustín, que algunas veces tratava otro assunto diferente del propuesto. Pero no faltavan copiantes que recogían sus sermones, valiéndose del arte de las notas o abreviaturas. 38 Proporcionavan su estilo a la capacidad de sus oyentes. Los sermones da san Agustín son más sencillos que todas sus obras: el estilo es mucho más expedito i mucho más fácil que el de sus cartas, porque el santo predicava, en una pequeña ciudad, a marineros, labradores i mercaderes. Pero se ve en sus tratados de controversias, especialmente en los libros contra Juliano, que él no avía puesto en olvido la rhetórica que por tanto tiempo avía enseñado. Al contrario, san Cipriano, san Ambrosio, san León, que predicavan en ciudades grandes, hablan con mayor pompa i adorno; pero sus estilos son diversos según el genio de cada qual i el gusto de su siglo. Por cuya razón no se deven atribuir a los assuntos de piedad los defetos que los humanistas modernos achacan a los Padres, de no hablar el latín con pureza; de emplear algunas pruevas flacas, i algunos adornos mui ligeros, como alegorías demasiado frequentes, juegos de palabras i rithmos. Eran estos defetos de aquellos tiempos; si ellos huviessen vivido en tiempo de Cicerón o de Terencio, huvieran hablado como aquéllos. Los padres griegos se distinguen menos de los autores antiguos. El lenguage no se mudó tanto en el Oriente, i el estudio de las buenas letras se conservó mejor. Las obras de estos Santos Padres son, por la mayor parte, mui sólidas i mui agradables. San Gregorio Nacianceno es sublime, i su estilo trabajado. San Juan Chrisóstomo me parece el perfeto modelo de un predicador. Él empieza de ordinario a esplicar sentencia por sentencia la Escritura, según el letor la leía, atándose siempre al sentido más literal i más útil en orden a las costumbres. Acaba con una exhortación moral, la qual tal vez no tiene gran coherencia con la instrucción que le precede, pero es proporcionada a las neccssidades más urgentes de los oyentes, según el conocimiento que tenía aquel sabio i vigilante pastor. Vese también que el santo combatía los vicios uno después de otro, i no emprendía combatir uno sin aver exterminado, o a lo menos notablemente enflaquecido, a otro. Como estos santos predicadores no solicitavan ni aplauso, ni otro interés temporal, tenían por fin el convertir; i no creían ayer cumplido con su obligación si no veían alguna mui sensible mutación en las costumbres".

21. Hasta aquí este sabio escritor, cuya autoridad he querido alegar para que u. m. se persuada que los Santos Padres, grandes maestros de vivir, cedieron a los gentiles la gloria del decir según aquella perfección que requiere el arte. San Bernardo decía: 39 Más quiero ser hallado sin [Pg. 43] aquella que hincha, que sin aquella que edifica. Querían imitar a san Pablo, de quien dice san Agustín: 40 Que assí como no podemos decir que no siguió los precetos de la eloquencia, assí no podemos negar que la eloquencia siguió a su sabiduría. Era (dice) el Apóstol compañero de la sabiduría, guía de la eloquencia, siguiendo a aquélla i precediendo a ésta, i no menospreciando a la que le seguía. Yo no hablo, pues, de los que, teniendo un espíritu apostólico, en él tienen un superior maestro, que es el Espíritu Santo; sólo hablo de los que, deseando instruirse en el arte oratoria, quieren saber los maestros de ella para seguir sus pisadas. I pues tenemos a mano las Epístolas de san Gerónimo, vea u. m. lo que escrivió este dotor verdaderamente máximo al gloriosíssimo san Paulino, que después fue obispo de Nola: 41 Qualquier designio tiene sus príncipes. Los capitanes romanos imiten a los Camilos, Fabricios, Régulos, Cipiones; los filósofos pónganse delante a Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles; los poetas imiten a Homero, Virgilio, Menandro, Terencio; los historiadores a Thucídides, Salustio, Herodoto, Livio; los oradores a Lisias, a los Gracos, a Demósthenes, Tulio; i viniendo a nuestro assunto, los obispos i presbíteros tengan por modelo a los apóstoles i varones apostólicos, que pues logran posseer el mismo honor, deven procurar tener el mismo mérito; i nosotros tengamos por príncipes de nuestro designio a los Pablos, Antonios, Julianos, Hilariones, Macarios. ¡Divinamente san Gerónimo!

22. Supuesto, pues, que este eloquentíssimo padre nos propone los maestros que levemos seguir en el arte de orar, permaneciendo las obras de los principales de ellos, aprovechemos nosotros quanto nos sea possible, procurando aplicar a más serios assuntos, i verdaderamente divinos, toda la diligencia i arte que aquéllos pusieron por intereses humanos; que si assí lo hicieren algunos ingenios grandes (i más los españoles, ayudados de la grandeza i valentía de sus genios, de su gravedad nativa i magnificencia de su lengua), buelvo a decir, i con todas veras asseguro, que en la perfección del arte avían de vencer, o a lo menos igualar a los antiguos. Porque atendiendo a las partes que leve tener un orador, primeramente un christiano es mucho mejor que un pagano: la sabiduría de aquél superior a la de éste; proque la filosofía moral, que es la princesa [Pg. 44] de las ciencias humanas, se ha perficionado i elevado con la superior luz de una theología infalible. Todas las otras ciencias se han adelantado: los assuntos del uno son más sublimes quanto va de lo divino a lo humano. Si estimulava al pagano la gloria propia, al cristiano incita la de Dios. Si excitava a aquél la libertad del tiempo en que vivía, a éste la apostólica.

23. En las academias, pues, se pudiera enseñar una oratoria christiana, reducidas a un buen méthodo todas las rhetóricas antiguas, cercenados de ellas muchos precetos inútiles, o por ser pueriles, o agenos del tiempo en que vivimos, añadiendo aquellos que piden las costumbres preferentes. Aunque yo quisiera que las reglas fuessen poquíssimas, más methódicas que las propuestas hasta ahora, i sobre todo más fácilmente practicables, ilustradas todas con escogidíssimos egemplos, no referidos alusivamente, cosa que sólo aprovecha a los mui leídos, sino copiados a la letra.

24. Quisiera también que principalmente se enseñasse el arte de excitar los afectos; arte que levemos a Aristóteles i que necessita de más esplicación que la suya. Empressa digna de un gran filósofo.

25. Ahora lo que menos se trata en las rhetóricas es esso. Suélese poner gran cuidado en enseñar lo que todos saben i practican sin estudio, tropos i figuras. Una traslación 42 de la propia significación de una palabra a otra impropia qualquiera la hace, o por sobra de ingenio, o por falta de palabras, o por la costumbre misma de hablar; porque ¿quién ai que no mude la significación 43 de las causas a los efetos, como: leo a san Pablo, por sus Epístolas; de los efetos a las causas, como: la guerra todo lo perturba, por los que guerrean; de los sugetos a los adjuntos, como Valencia por sus habitadores; de los adjuntos a los sugetos, como mi vida por el que vive, mi amor por el que amo; del adjunto al adjunto, como inflexible por tenaz? ¿Quién ai que no mude la significación 44 de los comparados a los comparados, o de una cosa semejante a otra?, como: las megillas florecen: luz del ingenio. ¿Quién que tal vez no abusa 45 de semejantes translaciones, como: un monte era de miembros eminente, por decir gigante? Pues, ¿quán frequente es continuar semejantes traslaciones? 46 como si llamando gallina a alguno de ánimo apocado, continuando la traslación añadiesse que le van cayendo las alas. ¿Quién ai que en la conversación no llame por burla 47 al covarde valiente? ¿Qué hombre ai que no transfiera la significación de la parte al todo, 48 entendiendo también en nombre de parte la especie i en [Pg. 45] nombre de todo el género, como ave por águila; pájaro por ruiseñor. Del todo a la parte, como techo por casa. Del género a la especie, como filósofo por Aristóteles, poeta por Virgilio, apóstol por san Pablo. De la especie al género, como Mecenas por patrón, Nerón por cruel, español por españoles? Esto en quanto a los tropos o traslaciones.

26. Pues si atendemos a las figuras, 49 que no son otra cosa sino los varios modos i maneras de hablar, en las quales se puede atender o a las voces, o al sentido; en quanto a éste es cierto que, naturalmente, i sin estudio, qualquiera usa i frequenta las figuras de sentencias, pues no ai hombre que no desee algo con energía, 50 que no suplique, 51 dude, 52 consulte, 53 dé algo de barato, 54 conceda, 55 responda a lo que pudiera ogetarle, 56 buelva pronta i expeditamente a la propuesta, 57 introduzga personas que hablen, 58 finja callar diciendo, 59 haga digressiones 60 o largas 61 o breves. 62 Ya se pone de repente a hablar con otro, 63 ya rompe i deja pendiente el hilo de la oración para mayor espressión de los afectos, 64 corrige i enmienda la sentencia propuesta; 65 exclama, 66 suspende los ánimos para dar una salida inopinada, 67 manifiesta su sentir con libertad i confianza, 68 pondera las cosas más de lo que son. 69 Pues esto es usar de figuras de sentencias.

27. Lo mismo digo en lo que toca a las figuras de palabras. Sin estudio alguno se practican en las conversaciones familiares, porque sin él vemos que qualquiera repite una misma palabra 70 al principio 71 o fin de las cláusulas, 72 al principio i fin de las cláusulas juntamente. 73 Al principio [Pg. 46] i fin de una misma cláusula. 74 En una misma parte de sentencia, mediando o no mediando palabras. 75 Al fin de una sentencia i principio de otra. 76 Después de aver interrumpido el sentido para aclarar la oración. 77 Para seguir con nuevo vigor la sentencia, 78 sin guardar orden alguno que parezca artificioso. 79 Vemos que qualquiera repite las conjunciones 80 que suele hacer una como escalera de palabras, 81 que las repite invertidas, 82 o bien variando las terminaciones del nombre, o verbo, 83 a o bien feneciendo las cláusulas con cadencias semejantes, 84 o consonantes. 85 Qualquiera juega del vocablo; 86 i suele corregirse, 87 o antes de proferir la palabra, 88 o después de proferida. 89 Pues si seguimos la dotrina del Brocense, 90 a las referidas se reducen las figuras de palabras; i practicar lo dicho hasta aquí es adornar la oración de tropos i figuras, que porque tienen nombres griegos parecen cosas misteriosas; i si se nombran en español, son lo que he dicho brevemente; esto es, lo que todos saben, ignorando muchos solamente los nombres.

28. No quiero decir con esto que no se estudien los tropos i figuras. Es cierto que su conocimiento es utilíssimo, quando sin aquéllos ni éstas no podemos hablar; porque la lengua más fecunda no tiene voces bastantes para significar con propiedad todas nuestras ideas, i assí es precisso recurrir al artificio transfiriendo significaciones, de donde nació el tropo introducida por necesidad i estendido por adorno.

Fuera de esso, como quiera que hablemos, hablamos de ciertas maneras; i como por medio de unas se excitan más las prisiones que por medio de otras, los que quisieron reducir a méthodo el arte de persuadir, dieron nombres a aquellas locuciones que les parecieron más convenientes para persuadir mejor. De donde nacieron tantos nombres de figuras, assí de sentencias como de palabras, por la varia configuración de unas i otras. Como aquellos primeros observadores eran griegos, dieron nombres griegos a los tropos i figuras; i como la lengua latina es dialecto de la griega, los tomó de ella; i por la misma causa de ser [Pg. 47] la nuestra española hija de la latina, los ha heredado de ambas. Aunque yo alabaría mucho al que hiciere una perfeta rhetórica, esplicándolo todo en español. Cosa que siempre he llevado entre cejas i por falta de tiempo no la emprendo.

29. Lucrecio. ¿No causaría esso alguna confusión para los que después quisiessen ver rhetóricas griegas, o latinas, o esplicarse con otros que las han estudiado, i usan de aquellos términos? Yo he oído decir que ai decreto real que manda que se conserven i no se inviertan ni muden aquellos términos de marinería que se inventaron en el Norte, donde más floreció la arte de navegar; i parece que lo misma deve decirse de la rethórica, que conviene que conserve aquellos nombres que inventó la Grecia, madre de la eloquencia.

Fabio. Es mucha la diferencia, porque el lenguage de los marineros es tal, que deve ser común a todas las naciones, para mayor facilidad del comercio humano; pero aquí tratamos de contraher a la lengua española los precetos de rhetórica que dieron los griegos i latinos. I assí, aunque en una i otra sea conveniente conservar aquellos nombres en la griega, porque son propios de ella, i en la latina porque ya fueron en ella recibidos; sin embargo, como todavía no son comunes en España por las pocas rhetóricas que tenemos escritas en español, i éssas mui diminutas, tengo por conveniente que se usen unos términos, que por sí manifiesten una clara idea de lo que significan. Porque ¿qué necessidad ai de que en español llamemos hypérbole a la que con voz castellana podemos llamar ponderación o exageración? Nombrando assí esta figura, todos saben que es un decir excessivo, o diminutivo, que engrandece o apoca la cosa, mucho más de lo que es en sí; i nombrándola de otro modo, para ser entendida i que pueda dejar la conveniente idea necessita por último de essa o semejante esplicación. Pues ¿,para qué aprovecha tal rodeo? Fuera de que esto no impide que a cada nombre español de tropo i figura se le añada el nombre que tiene en griego o latín.

Lucrecio. Me parece mui bien el dictamen de u. m.

30. Fabio. Pues vamos adelante, i bolviendo a los tropos i figuras, digo que también se deverían enseñar en las referidas academias. Pero el principal estudio se avía de poner en instruir en el modo de usarlos; que es lo que menos se enseña en las escuelas i lo que más se necessita.

31. También convendría que en dichas academias huviesse lección de Escritura, no como la que se usa en las universidades, llena de espinosas questiones, sino como aquella que practicava el apóstol andaluz el V. Maestro Ávila. Quiero decir, que se leyesse el texto, que se esplicasse sencillamente en el sentido literal, como se explican a los niños los poetas Virgilio i Horacio, sin más erudición que la que sea necessaria, i éssa alegada con gran brevedad i claridad; i con este méthodo se passaría en un año casi toda la Sagrada Escritura, la qual devería leerse i aprenderse con el mismo espíritu con que fue escrita: esto es, con la mira e intención que tuvo Dios, inspirando a los profetas i apóstoles. El designio de Dios fue manifestarse a sí, i dar a los hombres los medios para hallar en Dios la felicidad. Devíase pues leer con pureza de corazón, humildad, [Pg. 48] sencillez, sin curiosidad ni deseo de ostentar ingenio. Antes de cada obra sagrada sería buena una breve noticia del escritor para conocer su espíritu, su genio, su carácter, sus acciones i el tiempo en que vivió. Principalmente se avía de poner un gran estudio en los Salmos, Libros Sapienciales i Testamento nuevo.

San Athanasio, escriviendo a Marcelino, dice que los salmos son un compendio de toda la Escritura. En quanto a los Libros Sapienciales, el verano passado en algunos ratos desocupados (aunque ningunos ratos más bien ocupados) los leí i casi tuve por ocioso todo el tiempo que avía gastado en leer a Séneca, Plutarco i otros filósofos gentiles, porque éstos nada digeron bien, que en los Libros Sapienciales no esté dicho mejor. Es excelente la exposición de los Salmos i Libros Sapienciales del sabio Jacobo Benigno Bosuet, obispo de Mos, honor grande de la Francia i del siglo passado.

32. Del Testamento Nuevo no ai que hablar; porque si todo lo que se dice en el Vieja es oro, todo lo que se halla en el Nuevo es oro acrisolado i siete veces refinado.

33. La aplicación más especial a estos libros sagrados no escluye la letura de todos los demás, en los quales se hallan pinturas vivíssimas de toda suerte de virtudes i remedios eficacíssimos para todas nuestras enfermedades espirituales i, en todos los libros a cada passo, obgetos grandes de meditación i compunción. Porque ¿qué cosa ai más digna de reflexión que lo que leemos en el Génesis de la caída i del castigo del primer hombre, de la justicia de Noé, del castigo del género humano por medio del Diluvio universal, de la obediencia admirable de Abrahan i de la promessa que Dios le hizo para premiársela?; ¿del castigo de Sodoma i de la providencia de Dios acerca del patriarca Josef? I si passarnos al Éxodo veremos en él las maravillas que hizo Dios en favor de su pueblo, la obstinación i dureza de Faraón, la benignidad i misericordia de Dios en llamarle tantas veces i por tan maravillosos modos i su merecido castigo, la venganza que tomó Dios de los mormuradores i idólatras en el desierto. En el Levítico i en los Números la exactitud que Dios quiere que aya en el culto que se le da. En el Deuteronomio la santidad de sus leyes. En el libro de Josué, el efeto de sus promessas. En el de los Jueces, el estado de la república de los ebreos debajo del govierno de los jueces, desde la muerte de Josué hasta la de Sansón; la fuerza i flaqueza de éste, las repetidas cautividades de los israelitas en castigo de sus idolatrías. En el de Ruth, la equidad i buena fe de Booz. En los Reyes, la santidad de Samuel, de Elías, de Elíseo i de los demás profetas; la reprobación de Saúl, la caída i penitencia de David, su mansedumbre i paciencia; la sabiduría de Salomón justo, la ceguedad de su entendimiento, siendo injusto i rebelde a Dios. La piedad de Ecequías i Josías. En Esdras, el celo de la lei de Dios. En Tobías, la dirección de una santa familia i la providencia de Dios que tanto resplandece en favor de los que esperan en él. En Judith, la fuerza de la gracia. En Esther, la prudencia. I en fin, en Job, el egemplo de una paciencia maravillosa. En los profetas se halla no sólo la promesa, sino también las [Pg. 49] señas del Mesías; las amenazas hechas a los pecadores i las predicciones de los desastres que avían de suceder a los judíos i a otras naciones. En fin todo lo que se halla en las Escrituras es bueno, santo, útil. Pero lo que más se avía de notar i el principal fondo de la enseñanza avía de consistir en advertir las verdades, assí especulativas del conocimiento de Dios i de nosotros, como las prácticas que nos dan los medios de regular las costumbres. Esplicándose i oyéndose assí la Escritura, se haría familiar la palabra de Dios, i hecho el pecho una bibliotheca de Christo, no se cevaría después la mente en vanas sutilezas, que ignoradas no hacen falta i sabidas no aprovechan, antes bien el referirlas impide el fruto de lo que se dice bueno.

34. Fuera de esta, en dichas academias se podrían dar assuntos i señalar libros de algunos Santos Padres, o piadosos i eloquentes varones, de quienes precissamente huviessen de tomar la materia para hacer su oración. I sería mui conveniente que se leyesse algún escrito manifestando el modo de ir eligiendo lo más útil, no porque en los varones grandes regularmente no sea toda bueno, sino porque unas cosas son mejores que otras i más del intento, según la idea que uno toma; motivo por el qual, para tratar un assunto dignamente, suelen servir varios libros; porque es más fácil hacer de dos oraciones una buena, que de una sola otra regular i que no parezca hurtada. Fuera de que assí se desconocen más los materiales i se apropian mejor, assí como la abeja va chupando diferentes flores para formar la miel, liquor distinto de todos los demás. Bien que no importa que uno tome mucho más de uno que de otros muchos, con tal que aquél aya tratado el assunto mucho mejor. Assí, aunque la abeja aya chupado más la flor del romero que otra alguna, no por esso la miel es de peor calidad, antes bien mucho más agradable por aquel gustillo. Dcsfrute pues uno a otro, pero sea imitándole, no robándole las cláusulas i discursos enteros.

35. Para inteligencia de esto ha de saber u. m. que la imitación puede ser de dos maneras. La una es acomodando a su assunto las frasis de otro, como vemos que lo practicó con singular destreza nuestro ilustre valenciano el padre Pedro Juan Perpiñán, siguiendo siempre la locución de Cicerón. Aun fue mucho más escrupuloso en este género de imitación el sabio pontífice Clemente Undécimo, de feliz memoria, cuyas celebradíssimas homilías no son otra cosa que unos bien entretegidos centones de las de san León papa, a quien tiró a imitar, i de algunos textos de la Sagrada Escritura con que procuró enriquecer aquella numerosíssima dicción.

36. La otra manera de imitar es leer tanto a un autor que venga uno a naturalizar en sí aquel modo de discurrir, de proponer, distribuir, probar, amplificar, rechazar, hablar i mover sin valerse jamás de la misma contextura de la oración, pero sí de semejante propiedad, corriente, suavidad, magestad, esplendor i gracia que es el modo de que usó Marco Antonio Mureto para imitar a Cicerón.

37. El primer modo de imitar no sé que algún antiguo le aya practicada con aquella superstición que Bembo, Longolio, Manucio i otros, [Pg. 50] los quales se olvidaron del vigor de la sentencia poniendo su mayor atención en las palabras. Puede ser que Julio Ticiano el mayor imitasse assí los escritos de muchos dicho, quizá por esse afectado modo de imitar, la mona de su tiempo.91 Verdad es que Cicerón, en la oración contra Lucio Pisón, 92 dijo casi con las mismas palabras lo que ya avía dicho en otra ocasión defendiendo a Sexto Roscio, 93 pero aquello más fue complacerse en repetir una cosa bien dicha que imitarse. Yo quisiera, pues, que los que tomassen por pauta algún santo padre o orador moderno de primera classe en la piedad i eloquencia no le copiassen a letra, ni escriviessen, como los centonistas, sino que procurassen quanto pudiessen ser émulos suyos, assí en el méthodo como en la valentía del decir. Un egemplito de esto quise dar en la acción de gracias que escriví al nacimiento de nuestro señor Jesu Christo, en la qual intenté imitar a san León papa, para manifestar que nuestra lengua es capaz de recibir todo aquel esplendor quando, manejándola yo, recibía alguno. Dijo mi hermanito aquella oracioncilla siendo sólo de nueve años i por esso está acomodada a tan tierna edad.

38. Lucrecio. Ya me acuerdo yo que dos amigos de u. m. eruditíssimos i de sumo juicio, don Felipe Bolifón i don Josef Octavio Bustanzo, advirtieron luego la imitación.

39. Fabio. Sí señor; i ninguna otra alabanza me lisongeó tanto. Imitando pues, como he dicho, se podría esperar que se trabajasse con la misma utilidad que los Santos Padres i modernos varones apostólicos más eloquentes; sin que este méthodo impidiesse que, aviendo hecho i formado cada qual su estilo propio, dejasse después seguir su genio sin atarse a éste ni al otro, sino eligiendo los mejores libros i valiéndose de todo aquello que fuere más del caso.

40. Lucrecio. En esto de la imitación ha tocado u. m. un punto cuya importancia ponderan mucho los rhetóricos, pero suelen hablar con tanta generalidad que es mui difícil reducir a la práctica sus precetos. Confiesso que u. m. en lo que ha dicho me ha dado mucha luz, pero yo todavía la deseo mayor. Dígame u. m. por su vida, ¿cómo podrá uno imitar a los Santos Padres más eloquentes, assí latinos como griegos?

41. Fabio. Leyéndolos; porque regularmente imitamos lo que leemos. Si los infantes oyendo hablar aprenden a hablar ¿quién duda que leyendo los hombres de juicio a los más eloquentes aprenderán a hablar eloquentemente? Assí vemos que el que lee mucho a Platón aprende el arte de introducirse suavemente en el ánimo de otro; el que las Oraciones de Salustio i Tito Livio el arte de persuadir; el que a Aristóteles el méthodo; el que a Quintiliano el esplendor de la locución; el que a Demósthenes i Cicerón todo. Pero como el verdadero modo de imitar, como ya he dicho, es seguir el espíritu, fuerza i gracia de decir, i esto [Pg. 51] dicho assí generalmente no se deja bien entender ni es fácil practicarlo; propondré mi sentir en breves palabras. El mejor méthodo de imitar que uno puede seguir en los principios, en mi juicio, es tomar el mismo assunto que aquel a quien pretende imitar (que siempre deve ser un orador de primera classe) procurando que lo demasiado breve se estienda, lo prolijo se acorte, lo mal dispuesto se ordene, lo bien ordenado se siga, lo bien dicho se mejore, lo que no pueda decirse mejor, se repita. Assí se hace uno en el arte émulo del otro, llevando siempre el ánimo de vencerle o a lo menos de igualarle, aunque ni por su talento ni dotrina sea capaz de competir con él. Conviene que esto se haga en otra lengua que la que se imita porque si no, por no decir las cosas con las mismas palabras que el otro, las quales para el intento fueron las más escogidas, se dirían con otras no tales; i assí mui mal, o a lo menos no tan bien. Pero siendo diferentes las lenguas se puede competir con otro, pudiendo uno usar tan perfetamente de la nativa como usó el otro de la suya.

42. Lucrecio. La dificultad está en que un principiante conozca qué deve desechar o elegir, qué deve acortar o estender.

Fabio. Esse es el oficio del censor; i por esso dige antes que a él toca señalar essas cosas. Lo qual es mui fácil a qualquiera que tenga el genio crítico.

Lucrecio. U. m. sería bueno para esso.

43. Fabio. Me tendrían por sobrado riguroso. También es mui conveniente para imitar, el traducir las mejores piezas de eloquencia de otra lengua; i mucho más aquellas en que la invención i arte está más recogida, como las oraciones de Salustio i Tito Livio, que bien señoreadas son capaces de hacer a uno diestríssimo en la oratoria; porque si aquéllos bolviessen al mundo, no podrían enseñarnos mejor, siendo más eficaces para la imitación los egemplos que los precetos.

44. Lucrecio. Pero una vez que alguno tradugesse bien i publicasse aquellas oraciones, ya los otros no tendrían qué hacer.

Fabio. Esse es engaño de muchos. Antes bien entonces tendría uno más que hacer. Avía uno de apartar de su vista la versión agena, traducir sin consultarla i después cotejar una i otra para emendar i mejorar la propia. ¿Quiere u. m. ver quánto va de una tradución a otra? Lea u. m. las que hicieron de Cornelio Tácito don Balthasar de Álamos i Barrientos i don Carlos Coloma; las de algunas obras de Tertuliano de don Josef Pellicer de Ossau i Tovar i de don Frai Pedro Manero, i verá que ai tanta distancia de unas traduciones a otras, como de la profundidad de un valle a la altura de un monte. Verdad es que el obispo Manero, cuyo estilo es mucho más limado i elegante que el de don Carlos Coloma, no tanto tradujo como perifraseó a Tertuliano para hacer claríssimas las obscuridades de aquel africano ingeniosíssimo.

45. Bolvamos a la academia. Los asuntos convendría que fuessen varios i todos prácticos, para que los académicos acaudalassen lo mejor en todo género de assuntos. Deste modo, hallándose después riquíssimos [Pg. 52] de materiales, tendrían anticipada la mayor diligencia para qualquier ocasión.

46. Sobre todo sería importantíssimo que huviesse un severíssimo censor, hombre ya consumado en la eloquencia, el qual supiesse i quisiesse corregir la mala elección de los materiales, como es todo lo que puede dañar al alma, lo satírico i burlesco, i lo que no aprovecha, como lo demasiado sutil, las alusiones obscuras, las circunstancias leves, las digressiones inútiles, aquella estéril abundancia en la qual de todo se trata menos de lo que más importa, dissipando la atención con una vana copia de cosas impertinentes i no deteniéndose en lo que más conviene; la mala elección de medios para persuadir, de donde nace la poca eficacia de las pruevas i la falta de verosimilitud en lo que se dice; la perversa distribución de los materiales, la impertinente afectación de citas, i éssas latinas, para que no se entiendan; la poca coherencia en los discursos; la impropiedad de las voces, las palabras bajas que envilecen el discurso; las traslaciones violentas i obscuras; la repetición de algunos vocablos que hacen molesta la oración, fuera del caso en que lo pide la energía del decir; los concursos odiosos de unas mismas sílabas; la inútil abundancia de epíthetos, sólo permitida a los poetas por adorno i gracia, pero no a los oradores, que no deven usar de otros que de los que añaden a la oración nueva, i no embuelta significación, como varón eloquentíssimo. I assí no llamaría uno bien a la nieve blanca, i colorada a la púrpura, sino contraponiendo una nieve a otra nieve, una púrpura a otra púrpura porque entonces el epítheto, o apuesto, sería nota de la mayor viveza del color. También avía de reprehender el censor la colocación dura i poco natural, la mala continuación de una traslación empezada; el estilo sobrado figurado, i por esso afectado, no menos aborrecido de los sabios que aplaudido de los necios; la proligidad de los períodos, que pide mayor atención; la sequedad nacida de la demasiada brevedad, la flogedad originada de la sobrada proligidad; la puerilidad del estilo, que siempre procede de la falta de juicio. Avía de ser un fuerte enemigo de la novedad de los discursos, que es la manía de muchos predicadores de hoi, i la que los hace ridículos e infama con el nombre de vanos. Avía pues de procurar que nada se digesse, que no enseñasse con agrado i se dirigiesse a la moción: para lo qual importa decir las cosas con claridad, procurando que los pensamientos i razones sean naturales, las voces escogidas, las locuciones comunes i espressivas, las sentencias inteligibles, graves, penetrantes; el méthodo claro i consecuente, tal que los mismos oyentes vayan inferiendo, al passo que se van diciendo, las verdades que les importa conocer i practicar. Finalmente convendría que toda la oración fuesse naturalmente agraciada, estando siempre revestida de aquella figura conveniente a la materia que se tratasse, siempre grave, con el peso de las razones, de ordinario grande por la magnificencia de las sentencias, autoridad, dignidad, esplendor, vehemencia, vigor: quando conviniesse veloz, con la brevedad de las sentencias i prudente uso de las figuras que conducen a este fin, como son la preterición, apóstrofe, omissión de conjunciones i otras tales; tal [Pg. 53] vez áspera i cortada en las reprehensiones; casi siempre dulce, con la pureza del estilo, relación de cosas agradables i variedad de afectos.

Tal vez convendría que esta censura fuesse pública en los principiantes para enseñanza i cautela de todos; i secreta en los más adelantados, para que el censor tuviesse más libertad, los censurados menos rubor i más docilidad para llegar mejor a la mayor perfección.

47. Amás de todo esto, soi de sentir que convendría también decir algunas oraciones para emendar la pronunciación i gesto. I porque aprender de memoria oraciones que no sean mui perfetas es cosa perniciosa, por la tenacidad con que se imprimen en la memoria, convendría que no se aprendiesse oración que no fuesse mui buena, aunque fuesse agena. I por quanto para esse fin tenemos falta de oraciones maestras, escritas digo con toda maestría, se podrían traducir en las referidas academias las oraciones mejores de los mayores oradores sobre misterios, costumbres i en alabanza de los santos i sobre otros assuntos que se pueden ofrecer; para que en cada género huviesse una perfetíssima idea. I porque aun sobre lo bueno ai opiniones, sólo se avían de traducir aquellas oraciones que todo el mundo aya probado i admirado, porque siguiendo el gusto universal nunca se yerra. Dichas traduciones se avían de examinar i corregir exactíssimamente para que fuessen tan buenas como los originales mismos, lo qual sería fácil de, practicar en una academia. Assí, a vista de tan perfetas oraciones, se podrían trabajar otras semejantes.

48. Lucrecio. Grande idea es éssa, amigo i señor; pero más es para desear que para ser practicada.

Fabio. Yo entiendo que la egecución de ella no es tan difícil como parece, i que se conseguiría esto con que los hombres celosos de la gloria de Dios se aplicassen a hacer lo que otro género de estudiosos i aun los ociosos hacen. Vemos que ai academias de música, de buenas letras, de filosofía i otras facultades i ciencias; pues ¿por qué no las ha de aver de oratoria christiana? ¿Ai más repugnancia que no querer? Yo no hallo otra.

Lucrecio. U. m. me convence, i me persuado que si esto se ofreciesse a algunos piadosos varones, se introduciría mui presto, de lo qual resultaría un beneficio mui notable a la república christiana, como lo esperimentó el mundo en las conferencias que tuvo el venerable maestro Juan de Ávila, de cuyas instrucciones salieron mui hábiles diferentes varones.

Fabio. A lo menos nadie me negará la utilidad de dichas academias, las quales estraño yo que no formen hoi en algunas ciudades algunos hombres de espíritu con el referido egemplo del apóstol andaluz, i lo que es más, con el del apóstol de las gentes san Pablo i de san Bernabé, que fueron a conferir con los apóstoles i presbíteros de Gerusalén sobre el modo de anunciar el evangelio. 94 [Pg. 54] 49. También se me ofrece otro medio fácil para poner en su punto la oratoria christiana: i es que los que tienen el encargo de aprobar, sólo aprueven a los hombres de conocida virtud i singular dotrina, i que sobre todo tengan vocación de Dios para tan sagrado ministerio, esto es, un ardentíssimo deseo de convertir las almas nacido de la raíz de la caridad, el qual es tan propio i necessario para cumplir con la obligación del empleo, que el que no le tiene deve no entrometerse en el oficio de predicar. 95 Más provecho hace un buen predicador que mil inútiles. Los exámenes no se avían de reducir, como tal vez ahora, al conocimiento mero de los sentidos que tiene la Sagrada Escritura i del uso de ellos, i de otras preguntillas semejantes cuyas respuestas se suelen aprender de memoria, sino que supuesta la virtud i buen egemplo del que deseasse predicar, se le avía de preguntar el modo de entender i declarar los principales artículos i dogmas de la religión cathólica, el modo de interpretar i declarar a la letra las Sagradas Escrituras i singularmente sus parábolas. Se avía de experimentar el fácil manejo del Antiguo i Nuevo Testamento, viendo cómo se señala el principal asiento de los assuntos morales. También se avía de preguntar algo de las principales tradiciones apostólicas i eclesiásticas, de los libros en que se hubiesse estudiado la filosofía i theología, del modo de servirse de ellos para el fin propuesto. Convendría inquirir si se avía leído alguna buena historia eclesiástica, algunas obras de los Santos Padres más a propósito para la predicación i, finalmente, se devía preguntar qué artificio tiene una oración perfeta, quáles son sus partes necessarias, quáles accessorias i de mero adorno, quál el uso de ellas. Todo lo qual, i mucho más, se mandó egecutar en una acta del concilio quinto de Milán en que presidió el gloriosíssimo San Carlos Borromeo a once obispos i muchos insigníssimos varones.

50. Pero como el saber las cosas no sólo es entenderlas, sino también practicarlas con acierto, convendría que en los exámenes se diesse al que se huviesse de examinar assunto i libros convenientes; digo la Sagrada Escritura i los quatro Santos Padres que son los maestros de la predicación, san Cipriano, san Agustín, san Juan Chrisóstomo i san Bernardo, para que solo, sin ayuda de vecinos i con guardias de vista, que observassen si se valía de algún papel oculto o si se lo embiavan, formasse una oración de sólo un quarto de hora, cosa que descansadamente harían los hombres hábiles en una mañana o tarde, i se vería assí si el examinado tendría habilidad o no. Yo lo que sé es que, si uno se ha de hacer maestro de carpintería, se le da un pedazo de madera, el compás, hachuela i demás instrumentos, i prácticamente se examina. Pues mucho mayor cuidado se deve poner en el oficio más alto; porque [Pg. 55] qué mayor oficio o dignidad que levantar Dios al hombre a hacerle órgano de su divina voz i oráculo del Espíritu Santo; no reparando para cosa tan grande valerse de un instrumento tan vil como una lengua de carne, obrando por esse medio sus grandezas i consiguiendo sus glorias, como con gran juicio decía el apóstol andaluz. 96

51. Finalmente sería mui eficaz remedio para emendar los abusos de la predicación que las personas de ingenio, erudición i celo de la gloria de Dios, no sólo se contentassen de orar bien, sino que también diessen al público algunas ideas perfetas del modo de orar seguidamente, según aquel méthodo, valentía i eloquencia, con que predicó san Juan Chrisóstomo, cuyo admirable modo de decir vemos renovado en el siglo antecedente en los eloquentíssimos padres Señeri i Burdelú, queriendo Dios assí que los egemplos buenos animen en todas las edades. Si ai pues algunas en el día de hoi que se precien de imitarlos, expongan sus oraciones al juicio de todos, manifiesten deseo de ser corregidos. Aya críticos que sean verdaderos críticos, esto es, caritativamente juiciosos, para que no passe, como dicen, gato por liebre. Asseguro a u. m. que yo no sentiría que huviesse quien con juicio i modestia hiciesse crítica de la elección de los materiales, disposición i modo de hablar que procuré observar en mi oración de la Concepción Puríssima de la Madre de Dios: aunque mi fin no fue esse, sino otro más alto; porque siendo yo un lego, sería mucha vanidad el pensar aver logrado hacer una oración de misterio, según las rigurosas leyes del arte. Sólo digo pues (porque lo lleva la ocasión) que no sentiría ser censurado, o para enmienda de mis yerros o para percebir el gusto del acierto en el obsequio a tan soberana señora. Bolviendo a lo que decía, juzgo que mayor sacrificio harían a Dios los hombres sabios i eloquentes, ofreciendo a los predicadores algunas oraciones que mereciessen ser imitadas que ocultándolas con tan recatada modestia. Ya considero que dirán que una cosa es escrivir para decir, otra para imprimir. Es assí: pero si han de trabajar diez sermones, trabagen uno solo i publíquenlo para que sirva de modelo para otros muchos. No contribuye poco a autorizar los abusos de la predicación la cobardía de los hombres grandes. Dégeme u. m. abrir este libro i verá lo que ha escrito un amigo nuestro de maravilloso ingenio, erudición vastíssima i alentado espíritu el qual, aviéndose puesto de propósito a combatir los errores comunes, sin embargo quando llega a apuntar el assunto presente, dice assí: 97

"Hágome cargo de la dificultad que ai, respecto de qualquiera particular, en oponerse al estilo común: empressa tan ardua, que yo, con conocer su importancia, no me he atrevido con ella. I assí todo el tiempo que egercí el púlpito, me acomodé a la práctica corriente. Pero esto no quita que otros espíritus más generosos i más hábiles se apliquen [Pg. 56] a restituir en España la idea i el gusto de la verdadera eloquencia. En esto pueden entrar con menos miedo aquellos que ya tienen bien establecidos sus créditos en el modo de predicar ordinario. Ni deve detenerlos el estilo general de la nación, quando a favor suyo i contra él está la práctica, no sólo de los profanos oradores, mas también de los Santos Padres. Hágome también cargo de que orar según el estilo antiguo, de modo que la oración tenga todos los primores de eficaz, elegante, methódica, erudita, es para pocos, i que los más no podrán passar de un razonamiento insulso i desmayado: pero aquellos pocos harán un gran fruto, i a los demás, por mí, dégeseles libertad para seguir el ripio de sus puntos i contrapuntos, sus piques i repiques, sus preguntas i respuestas, sus reparos i soluciones, sus mases, sus porqués, sus bueltas i rebueltas sobre los textos, i lo que es más intolerable que todo lo demás, las alabanzas de sus propios discursos."

52. Esta ingenuidad de nuestro común amigo ciertamente es mui digna de alabanza. Pero quisiera que, assí como tiene generosidad para confessar su passada condecendencia en el estilo común, emprendiesse combatir en algún discurso particular tan pernicioso error. Hele manifestado ya este mi deseo. De su piedad espero que no dejará desierta la causa de Dios.

53. Esto dijo Fabio quando entró el criado en la pieza trayendo el refresco, i luego que Lucrecio le vio, dijo a Fabio su amigo. U. m. quiere no sólo regalar mi ánimo, sino también mi cuerpo. Respondió Fabio. El tiempo pide que también se cuide de éste, i esto del chocolate es una refección tan buena i agradable, que fácilmente deja satisfecho al estómago sin embarazarle ni obligarle a que humee, que es lo que agrava, ofusca i molesta la cabeza: i assí también es bueno para el predicador, como no predique por él.

Entre estas i otras razones passó el tiempo de bever i, recogiendo la atención, dijo assí.

54. Lucrecio. Por cierto, señor Fabio, me ha dado u. m. un grande gusto; i en su enseñanza he logrado mui apreciables instrucciones. Pero como la noticia de unas cosas incita la curiosidad de otras, yo quisiera que u. m. me instruyesse más por menor en el artificio que deve tener una oración perfeta, porque hasta ahora más me ha enseñado u. m. quál deve ser el orador i quál se deve elegir, que no el modo con que él deve trabajar. I si bien considero que luego me remitirá u. m. a la lección de Aristóteles i Hermógenes, que siempre serán los príncipes entre los rhetóricos griegos, o a la lección de Cicerón i Quintiliano, eminentíssimos maestros de la eloquencia latina, no ignora u. m. que en todos ellos ai mucho inútil, assí para nuestra lengua como para nuestras costumbres.

55. Fabio. Para que yo satisfaciesse al deseo de u. m. devería primero meditar algunas horas qué es lo que avía de decir, i aún después de mucha diligencia, quedaría corto i no diría la mitad.

56. Lucrecio. Si se escusa u. m. por no cansarse, revoco mi súplica. Pero si piensa u. m, que yo, creeré que, en qualquier ocasión, no está u. m. instruido para enseñarme muchíssimo, con su licencia diré que vive [Pg. 57] mui engañado. Cicerón navegando pudo componer los Tópicos, 98 i u. m. mui sossegado en su casa, ¿no podrá enseñarme el uso de ellos i algunos otros precetillos más?

57. Fabio. ¿Qué tiene que ver uno con otro? Fuera de que aquél avía empleado toda su vida en el conocimiento i uso del arte oratoria, i assí tenía tan prontos sus precetos como yo los dedos de mis manos. Mas mi professión no es éssa, i mis estudios se han dirigido a otro fin. ¿Quiere u. m. que le esplique algún texto de Papiniano?

58. Lucrecio. Por ahora no lo necessito. Ya sé que u. m. está acostumbrado a esplicar sin ver intérprete alguno en muchos meses i a dictar lecciones de puntos sin tener delante escrito alguno. Ahora sólo deseo, no que u. m. me diga lo que sabe, sino lo que yo puedo aprender.

59. Fabio. En fin, pues no me han de valer escusas, aunque tan legítimas, haré mérito de mi obediencia; bien que con esta condición: que lo dilatemos para mañana por la noche para que yo pueda ver algunas tablas oratorias, renueve la memoria de algunas especies i, finalmente, piense el méthodo con que las devo decir.

60. Lucrecio. La condición es mui justa. Vengo bien en ella. Assí quedamos pues. Ahora me iré con licencia de u. m. El tiempo es preciosíssimo, i estando u. m. solo, lo empleará mejor.

61. Fabio. Ya sabe u. m. que si fatigo de noche la cabeza me desvelo, i por esso suelo leer, i no meditar ni estudiar cosa que pida mucha atención. El assunto de mañana pide alguna. Degémoslo para quando amanezca, que entonces, con el descanso de la noche, tengo las potencias más claras.

62. Entre estas i otras razones dieron las diez de la noche. Le pareció a Lucrecio retirarse, i, despidiéndose de su amigo Fabio, se fue mui contento, quedando aplazado para las cinco de la tarde del día siguiente.

EL ORADOR CHRISTIANO

DIÁLOGO SEGUNDO

1. Lucrecio. Señor Fabio, la paz de Jesu Christo sea en u. m.

Fabio. Señor Lucrecio, Dios guarde a u. m.

Lucrecio. He oído las cinco i he venido casi corriendo.

2. Fabio. Ya se conoce algo en el resuello. U. m. descanse i, entre tanto, yo comenzaré a obedecerle esplicando el oficio del orador i singularmente del orador christiano, al qual se dirigirá todo mi discurso. Pero antes de empezar a decir algo sobre el dicho assunto, suplico a u. m. que no me culpe la brevedad, porque no se puede decir en pocas [Pg. 58] horas, ni aun en muchos días, lo que sabemos averse escrito tan copiosamente en tantos siglos. Es cosa digna de gran reparo que, aviéndose resfriado alternadamente el estudio de las ciencias, solamente de rhetórica se ha escrito muchíssimo en todas las edades. Gran indicio de lo que los hombres aprecian el bien hablar. I no es mucho; porque es lo que mejor manifiesta su razón que es la que los distingue de las bestias i hace distinguir tanto a unos hombres de otros, que unos parecen mudos en comparación de los otros.

3. Lucrecio. La petición de u. m. es contra mí. I assí no me atrevo a concederla absolutamente. Enséñeme u. m. mientras no se canse; i lo que no quisiere esplicar esta noche, lo dirá las siguientes, si no le fuere molesto.

4. Fabio. Vamos al intento: i no me empeñe u. m. más, que todavía no sé cómo saldré esta vez.

5. Anoche entre otras cosas hablamos del orador christiano, en quanto christiano; esta noche hablaremos del orador como tal. Pero primero sepamos qué devemos entender debajo de uno i otro nombre que, como le conozcamos bien, sabremos su oficio.

6. Es pues el orador christiano un embudo de Dios que nos viene a anunciar el Evangelio de Jesu Christo Señor nuestro.

7. El Evangelio, como todos saben, contiene verdades altíssimas que devemos creer; precetos morales que devemos practicar; i egemplos santíssimos que devemos imitar.

8. Para esplicar al pueblo christiano las verdades evangélicas, los dogmas digo de la fe, quáles son los artículos de nuestra sagrada religión, la institución, el uso i los efetos de los sacramentos i, por decirlo en una palabra, todos los misterios de nuestra fe, es mui a propósito el género de decir que llamamos instructivo; esto es, un modo de hablar mui proporcionado a la inteligencia común; que instruya con claridad i llaneza, i sin afectación de ingenio; pero con grande uso de él i mucho mayor del juicio. Porque ¿quién puede ignorar que se requiere una penetración altíssima i un profundíssimo juicio, i sobre uno i otro un pertinaz estudio, i más que todo esto una especial gracia de Dios para aver de esplicar a un pueblo rudísimo unos misterios tan arcanos que, aun los más elevados i más ilustrados espíritus no podrán comprehender eternamente cómo son en sí, por ser incomprehensibles?

9. Para persuadir al pueblo los precetos morales que devemos practicar, es muy a propósito el género de decir, que llamamos moral, i pudiéramos llamarle, con los antiguos maestros, deliberativo. Moral, porque trata de incitar a las buenas costumbres i de apartar de las malas. Deliberativo, porque trata de que deliberemos lo que devemos seguir i huir: esto es, porque persuade a seguir la virtud i huir el vicio.

10. Últimamente, para animarnos a los egemplos que devemos seguir, es mui a propósito el género de decir que llamamos demonstrativo, porque se emplea en demonstrar, o señalar, la bondad i mérito de aquello que devemos obrar, o de la persona a quien devemos imitar.

[Pg. 59]

11. Según esto, pues, ai tres géneros o modos de decir: instructivo, moral i demonstrativo, los quales nos proponen tres cosas que devemos hacer, esto es, creer, obrar i reverenciar: creer los dogmas de la fe; obrar las virtudes; reverenciar a Jesu Christo i a los que copiaron en sí sus diviníssimas acciones, los santos, haciéndose por medio de su divina gracia miembros suyos, i por esso dignos de nuestras alabanzas e imitación.

12. No ignoro que las más veces todos estos tres géneros hermosamente concurren en una sola oración. Pero yo hablaré de cada uno de ellos distintamente, para esplicar mejor i sin confusión alguna el uso de cada uno. Semejante méthodo han practicado los antiguos i modernos. Omitiré el género judicial, que es más propio de los abogados que de los predicadores, bien que éstos tal vez usan de él contra los hereges, cismáticos i judíos, i aun contra qualesquiera pecadores, dentro de los términos de la caridad christiana. Pero todo lo del género judicial que fuere conveniente para acusar la rebeldía i contumacia de éstos, procuraré decirlo al descuido con cuidado en varias ocasiones, según se fueren ofreciendo.

Lucrecio. Siga u. m. el méthodo que quiera, que yo ofrezco gustosíssimo toda la atención que devo.

13. Fabio. Ahora me viene a la memoria que, aviendo muchas cosas que son comunes a los tres géneros, conviene primero anticiparlas para no inculcarlas en cada género. I assí, antes de hablar distintamente de cada uno de ellos, diré en general lo que u. m. ya sabe, i el buen méthodo pide, que yo anticipe, esto es, quántas partes puede tener una perfeta oración, quáles son necessarias i quáles arbitrarias; i la diligencia i arte que deve poner el orador en el uso de ellas.

14. Empezando, pues, por las partes de la oración, Aristóteles dijo 99 que necessariamente deve tener dos: es a saber, proposición i confirmación; pero que la oración que tuviere todas las partes que puede tener, constará de quatro: es a saber, exordio, narración, confirmación i conclusión. Esta última división de las partes de la oración, como más cumplida i tan cabal que encierra toda la perfección del arte, es la que enseñaron los isocráticos i la que devemos seguir con la corriente de los rhetóricos. Las he llamado partes porque componen un todo, en el qual deven estar tan bien concertadas que de todas resulte una agradable consonancia, como de las cuerdas del harpa bien templadas. Por esso los tránsitos de unas a otras deven ser mui naturales, imitando a Ceusis en la pintura de los centauros, donde supo unir tan bien la naturaleza del hombre i de cavallo, que no se podía conocer unión alguna. Aquella mesa se alaba en que a primera vista no se ve la junta. No quiero decir que la transición de una parte a otra sea imperceptible, porque antes bien su percepción contribuye tal vez a la claridad, sino que deseo que no sea violenta i que una bien las partes. Empecemos por la primera.

[Pg. 60]

15. Exordio, a que los griegos llamaron prohemio, es el principio de la oración que prepara el ánimo del oyente para oír. Prepárase haciéndole benévolo, dócil i atento. Hácese benévolo, hablando de cosas que se vea que van dirigidas al bien de los oyentes. Dócil, hablando con claridad sobre el assunto de que se ha de tratar; en lo qual se ha de poner gran cuidado, porque el principal oficio del exordio es, según Aristóteles, 100 enseñar quál sea el designio de la oración. Se hace atento el oyente, ponderando la necessidad o importancia del asunto.

16. Lucrecio. Un egemplo de todo esto quisiera yo.

Fabio. No ai cosa más fácil que servir a u. m. Raríssima será la oración del ingeniosíssimo i eloquentíssimo padre Antonio de Vieira, en la qual no pueda u. m. verlo excelentemente practicado. Acudamos pues a la primera oración que nos venga delante. Aquí tenemos la de la tercera quarta feria de Quaresma, dicha en la capilla real de Lisboa, año 1669. Veamos cómo practica el arte de un exordio perfetíssimo. Pero antes de leer, advierto a u. m. que el orden de captar la benevolencia, docilidad   i atención, es el que parece más conveniente a la prudencia del orador, el qual se vale de essas diligencias, las ordena, alterna i repite según pide el assunto, las circunstancias de los oyentes, lugar i tiempo. Esto supuesto, el padre Vieira dice assí:

17. "Nescitis quid petatis. Matthaæi 20. Dos lugares i dos pretendientes; un memorial i una intercessora; un príncipe i un despacho, son la representación política i la historia christiana de este Evangelio. En los lugares tenemos las mercedes; en los pretendientes, las ambiciones; en la intercessora, los valimientos; en el memorial, las peticiones; en el príncipe, el poder i la justicia; en el despacho, el desengaño i el egemplo. Este último ha de ser la vena que hemos de sangrar hoi. Quiera Dios que acertemos, que es mui profunda. La enfermedad más general de que adolecen las cortes, i el dolor, o achaque, de que todos comúnmente se quejan, es de mal despachados. En algunos se queja el merecimiento; en otros la necessidad; en muchos la propia estimación; i en todos la costumbre. El benemérito llámale sinrazón; el necessitado dice que es crueldad; el presumido tómalo por agravio; i el más modesto dale nombre de desgracia o poca ventura. ¡I que no aya avido hasta ahora en el púlpito quien tomasse por assunto la consolación de esta queja, el alivio de esta melancolía, el antídoto de este veneno i la cura de esta enfermedad! Muchos de los enfermos bien avían menester un hospital; mas a la obligación de esta cáthedra (que es de medicina de las almas) sólo le toca disputar la dolencia i recetar el remedio; i si éste fuere probado i poco costoso, será fácil de aplicar. Yo pues, movido de la obligación i de la piedad, i pareciéndome esta materia una de las más importantes para todas las cortes del mundo i la más necessaria para la nuestra en el tiempo presente, determino predicar hoi la consolación de los mal despachados. Ni con la ambición de los [Pg. 61] Cebedeos he de condenar los pretendientes; ni con la negociación de la madre he de arguir los intercessores; ni con la resolución de Christo he de abonar los príncipes i los ministros. Sólo con el desengaño de la petición: Nescitis quid petatis, pretendo consolar eficazmente a todos los que se quejan de sus despachos, o se sienten de los agenos. Consolar un mal despachado es el assunto del sermón. Si con la gracia divina se consiguiere el intento, saldrán hoi de aquí los pretendientes comedidos; los ministros aliviados; los bien despachados, confusos; i los mal despachados, contentos. Ayude Dios el celo con que él sabe hice elección de este punto."

18. Lucrecio. ¡Discretíssimo egemplo i claríssimo! No pensava yo que las oraciones del padre Antonio de Vieira tenían tanto artificio.

Fabio. Su mayor artificio consiste en que no se ve el artificio, pero se siente. Si el padre Antonio de Vieira huviera predicado tanto a la voluntad como al entendimiento (bien que nunca le negaré que fue un varón apostólico), creo que, después de los apóstoles, no huviera avido orador como él en la Iglesia de Dios. La naturaleza le dio un ingenio tan estupendo, que quita la vanidad a los mayores; una facundia maravillosa, una aplicación infatigable, una facilidad en esplicarse incomparable, una gracia en el decir inimitable. La lástima es que los que no tienen ingenio i presumen tenerlo quieren seguir los inimitables buelos de aquel agudíssimo varón: i como se atreven a remontarse con alas de cera, caen, como Ícaro, en el mar del desprecio. En la dotrina provechosa al alma, en el arte de disponerla, en la propiedad i claridad del estilo, en la destreza de mover los corazones, es en lo que deve ser imitado el padre Vieira; no en aquella tal vez más deleitable que útil lozanía de ingenia que, según él mismo confessó, 101 tuvo sus verdores i sus flores, tuvo, digo, la superfluidad de un ingenio juvenilmente redundante i licencioso, como también la tuvo i confessó Marco Tulio. 102 Mucho menos deve ser imitado en el deseo de la novedad, ostentando ser inventor de ella; i muchíssimo menos en aplicar la Escritura a qualesquiera circunstancias que llevassen el lugar, tiempo i sucessos. Verdad es que éstos fueron vicios de la nación i del tiempo; pero fueron vicios que todavía duran en gravíssimo daño de la república christiana. ¡Mas a dónde voi!

19. Lucrecio. No ha sido fuera del caso la digressión.

Fabio. Ojalá que yo pudiera imprimirla en el ánimo de muchos. Ojalá que yo pudiera mostrarles que, quando piensan imitar al padre Vieira, le imitan assí como la tortuga al águila en la velocidad.

20. Pero bolviendo al exordio, dige que es propio de él captar la benevolencia, docilidad i atención, porque al principio conviene entrar [Pg. 62] ganando los ánimos. Pero en realidad la benevolencia que se concilia del oyente a1 principio de la oración se ha de procurar merecer i conservar en toda ella. La claridad continuada en todo el progresso de la oración mantendrá dócil al oyente, i la misma utilidad del asunto dignamente tratado sostendrá su atención.

21. De lo que he dicho puede colegir u. m. quánto yerran los que hacen tales exordios, que es menester adivinar de qué se predica. Tan agenos son del assunto. Si en algún tiempo importa no distraher ni fatigar la mente del que oye, principalmente en el principio de la oración. La fachada de un palacio real deve ser hermosa i grave. Assí el exordio deve ser agradable, sí, pero serio i cuerdo.

22. Puede tomarse el exordio, para que sea agradable, de alguna sentencia grave propia del assunto; de algún proverbio sagrado, o semejanza, que venga al caso; de alguna contraposición, o desemejanza, como aquella del sapientíssimo i eloquentísimo padre Pablo Señeri en el sermón de la Immaculada Concepción de María Virgen i Madre de Dios; o de alguna parábola del Evangelio, o de alguna breve historia que se diga con gracia i gravedad, i se escuche con gusto i utilidad. Bien que en este último caso no me gusta lo que algunos practican que, sin preparación alguna, empiezan secamente a referir la historia; cosa que deja como elados a los oyentes, i más de quatro veces me ha sucedido a mí.

23. Lucrecio. Pues ¿qué preparación es éssa?

Fabio. Elogiar al autor de la historia, como lo practicó el padre Señeri en la oración del protomártir san Estevan, o decir alguna sentencia en que se funde la historia, o otra cosa semejante.

Lucrecio. Me parece mui bien, porque todo lo que sea hacer que las cosas vengan al caso es mejor.

24. Fabio. Tal vez se propone una questión, o problema, i se van examinando algunos pareceres, i finalmente se da por respuesta la proposición que se toma por asunto. Puédese también formar el exordio proporcionando el assunto con los oyentes: lo qual practicó assombrosamente el padre Señeri en el día de Ceniza. Es aquél un proemio de gran artificio.

Lucrecio. Procuraré observarlo.

25. Fabio. En los ochavarios podrá uno compararse con los demás oradores, como Marco Tulio con Quinto Hortensio, famosíssimo orador, en su quinciana. Pero es menester sumo cuidado en no alabarse; ni tampoco es decente alabar a otros más de lo que su mérito pide, i mucho menos alabarlos irónicamente. Modestíssima fue, i mui digna de imitación, la comparación que hizo el padre Vieira de su persona con la del padre Gerónimo Cataneo en su Heráclito defendido: oración que manifiesta quán grande académico fue el padre Vieira, capaz de hacer verosímil el más estraño paradoja.

26. Qualquiera cosa de éstas que se practique se ha de egecutar con la mayor brevedad; porque si no el exordio dejará de ser principio í passará a ser oración; i se podrá decir al que lo hiciere mui prolijo, [Pg. 63] lo que graciosamente se dijo, a los que a una ciudad mui pequeña hicieron unas puertas grandísimas, que guardassen no se les saliesse por ellas toda la ciudad.

27. El mejor exordio es el que nace del assunto. Por esso Cicerón, gran maestro de la eloquencia, aconseja que no se piense en el exordio hasta que se aya puesto la diligencia en la invención de los materiales de la oración. 103 yo siempre lo he practicado assí.

28. Algunas veces parece mui bien un exordio que los rhetóricos llaman ex abrupto, de rompe i rasga, digámoslo assí; tal, que supone algún hecho antecedente i entra a tratar de él con un género de decir, al parecer interrumpido. Tal fue el modo de empezar Cicerón su primera oración contra Lucio Catilina. Imitóle, como suele, el padre Señeri, assí en la oración de la gloria de los santos, que empieza: Al Cielo, al Cielo; como en la que dijo miércoles después de la dominica in passione. Aviendo de predicar del terribilíssimo misterio de la predestinación, subió al púlpito i en mi juicio se puso en ademán de quien se hallava profundamente pensativo, melancólico i afligido. Suspenso el auditorio, esperaría que hablasse; i él entonces, con una voz lamentable, nacida de lo más profundo de su corazón, empezó diciendo: ¡I quándo me dejaréis de inquietar, o funestos pensamientos míos, con tantas angustias i con tantas dudas como levantáis en mi corazón en orden al sucesso de mi predestinación!

Lucrecio. Ciertamente devió ser un passo estupendíssimo.

29. Fabio. Estos raros enthusiasmos sólo son propios de grandes oradores, porque si su vida antecedente no comienza a predicar, si la opinión de su sabiduría no se anticipa a formar el exordio, mal le puede continuar con el espíritu la poca habilidad de un principiante; i más pueden parecer furias de un loco que útiles estratagemas de un prudente orador.

30. Hemos visto hasta aquí qué se puede hacer en un exordio; veamos ahora qué no se deva hacer, o quál no deva ser. Hase de evitar el exordio que dista de la materia de que se ha de discurrir, porque no viene al caso; el común a otros assuntos, porque se ve que no se hizo de propósito para aquella oración, como los que aplicó Salustio a sus historias de la conjuración de Catilina i guerra de Yugurta, aunque mirados en sí, son mui buenos. No son los exordios como las sillas de los cavallos que se acomodan a muchos. Son como las cabezas que, si se aplican a muchas estatuas, raras veces vienen bien.

31. Lucrecio. Un egemplo semejante pudiera yo alegar, si no temiera interrumpir a u. m.

Fabio. Refiéralo u. m. que me holgaré de saberla.

[Pg. 64]

Lucrecio. Pues vaya de historia, que no es cuento. En la librería de cierto convento de esta ciudad avía muchas pinturas de filósofos antiguos i modernos, los más ilustres. Pareció a cierto prelado cosa indigna que en una librería de religiosos huviesse efigies de gentiles, como Sócrates, Platón, Aristóteles; llamó a un pintor i, dejando a aquellos retratos los rostros antiguos, los hizo frailes. I assí dicen tanto aquellas pinturas con los que el prior quiso que representassen, que son menester los rótulos para que lo sepamos.

Fabio. Gracioso es el caso. Semejantes esplicaciones dice Eliano 104 que se ponían en las primeras pinturas. Pero vamos adelante.

32. También se deven evitar, como ya insinué antes, los proemios prolijos; porque el exordio no es parte sustancial de la oración. I assí, el detenerse mucho en él, es ignorar el arte i fin. En el Areópago, antiguamente, se mandavan omitir los exordios. Hoi lo practican algunos en los auditorios graves. La prudencia del orador eligirá lo que más conviniere, según lo que se le ofrezca decir. Si el exordio no ha de ser mui del caso, más vale omitirlo, principalmente en el género deliberativo, en el qual, o se sabe antecedentemente, o luego se ve en la propuesta de qué se trata. Pero, si ha de ser del caso, sirve de adorno i aprovecha mucho, particularmente quando se ha de tratar de reprehender algún vicio, cuya reprehensión se tema que no será admitida: en cuyo caso es necessario el exordio que los rhetóricos llaman insinuatorio; esto es, un exordio tal que insensiblemente vaya ganando las voluntades, rechazando con gran arte i prudencia las anticipadas opiniones de los oyentes i preparando sus ánimos al conocimiento de la verdad que se pretende persuadir. De esta suerte el padre Pablo Señeri, a quien alego con grande gusto porque ciertamente fue gran maestro de orar, aviendo de patrocinar la causa de los religiosos en el fuero de los legos, usó de una insinuación de sumo artificio.

33. Homero hizo que Ulises empezasse siempre a hablar con miedo. El mismo Cicerón confessó que le tenía en las causas más graves. 105 Este respeto es devido al auditorio. No quiero decir que se procure tener miedo; antes bien el que lo tenga, ha de procurar expelerlo; ni menos quiero decir que se afecte tener; que no es el púlpito, ni otro qualquier lugar, theatro de simulación; sino que quanto se diga manifieste una gran modestia; o a lo menos esté mui lejos de la arrogancia.

34. En quanto a la Narración... Lucrecio. Con licencia de u. m. señor Fabio, deseo saber una cosa. ¿Qué me dice u. m. de la Ave María?

Fabio. ¿Qué quiere u. m. que diga, sino que es una salutación angélica? Mas ya caigo en lo que u. m. me pregunta. No sólo los poetas gentiles invocaron a sus dioses al principio de sus poesías, sino también los oradores al principio de sus oraciones. 106 Es pues digníssima cosa [Pg. 65] de un christiano dar principio a todos los sermones, no solamente por la señal de la cruz, que nos trabe a la memoria que quanto esperamos de gracias i de auxilios se nos concede por los méritos de Christo (costumbre que doi por supuesta en los oradores christianos) sino también por una súplica a la Virgen poderosíssima a alcanzar el favor divino. Estilo que dicen introdujo san Vicente Ferrer, gloria immortal de esta felicíssima ciudad. Algunos dejan la Ave María para después del exordio. No me atrevo a reprehenderlo, pero dado que uno quiera decir la Ave María, siempre me parece mejor implorar el favor de la Virgen aun antes de empezar para que por su intercessión se preparen los ánimos i no se interrumpa el hilo de la oración ni se dissipe la atención de los oyentes. La fórmula de insinuar al auditorio que rece el Ave María, deve ser brevíssima o ninguna. Pues assí como persignándose el orador, todos los oyentes se persignarán; diciendo Ave María, todos la rezarán.

35. Lucrecio. Me parece mui bien el sentir de u. m. Pero deseo saber. ¿U. m. reprehendería al que omitiesse el Ave María en un sermón?

Fabio. Si la omitiesse por desprecio (que no es creíble en un christiano) devería reprehenderle; si porque no la considerava parte necessaria de la oración, no me atrevería a censurarle, con tal que en su casa huviesse antes implorada el favor de la Virgen i públicamente empezasse con la señal de la cruz. Fuera de que esta costumbre de rezar el Ave María antes del exordio, o después de él, no es universal en la christiandad, pues en Francia son diferentes las invocaciones, según los tiempos del año eclesiástico.

Lucrecio. Quedo mui enseñado. Perdone u. m. que le interrumpí.

36. Fabio. Mui del caso fue la pregunta. Ahora prosigo. En quanto a la narración, ésta es una exposición de lo que ha passado, útil para persuadir. Deve ser breve, clara i verosímil.

37. Aquella narración es breve que nada tiene superfluo, por larga i adornada que esté. Por esso, si se introduce alguna descripción, además de ser mui del caso, ha de ser brevíssima. La brevedad de la narración es menester que sea tal que no la haga obscura. Tal vez no será menester empezar desde el principio de lo que se ha de referir: bastará apuntar las cosas si el auditorio las sabe, convendrá omitir todo lo que no sea del intento o pueda desagradar. Se evitarán circunloquios o rodeos inútiles. Lo que una vez se dirá no se repetirá, si es que la narración es histórica i rigurosa, como la que se toma por assunto o la que incidentemente se refiere para apoyo i adorno de él. Pero si la narración fuesse amplificatoria, se podrán repetir las cosas importantes, representándolas siempre más vivamente con nuevo vigor, esplendori gracia. De lo qual trataremos más adelante.

38. Clara será la narración si se usa de palabras propias, o decentemente transferidas de espressiones comunes, de sentencias inteligibles; si los parénthesis son breves i sirven para esplicar lo mismo que se va diciendo; si la oración es distinta, de suerte que en ella se distinga el [Pg. 66] orden de los sucessos, tiempos, lugares i causas. Todo lo qual también contribuye para la mayor verosimilitud.

39. Verosímil i probable es la narración si se cuentan las cosas según pide su naturaleza, las costumbres de los hombres i opinión común i se manifiestan las causas de los consejos i razones de las cosas, de suerte que nada se diga, ni refiera hecho sin causa, sino es que sea tan evidente que no sea menester indicarla. Pero importa mucho advertir que las razones no se han de alegar como nacidas del discurso del orador, sino como propias de lo que se va diciendo; no como quien infiere, sino como quien sencillamente refiere lo que passó i es del caso. ¡Qué gusto no halla el oyente en lo que se dice, quando los pensamientos son tan naturales que entre sí los adelanta! ¿I qué assenso no da a lo que no tanto le dice el otro como él mismo? No ai quien no ceda a la razón natural. También contribuye a la verisimilitud poner la narración en boca de otro. Assí se autorizan las parábolas diciendo que son de Jesu Christo.

40. En el género deliberativo, o moral, las narraciones no tienen lugar o son brevísimas. Porque como la narración se inventó para enseñar, parece inútil quando los oyentes están instruidos. Pero si acaso se usa de narración, conviene que sea amplificatoria manifestando quánto domina algún vicio, quán entrañada está alguna virtud. Para lo qual, aunque pueden aprovechar muchíssimo los caracteres de Theofrasto, mucho más útiles son los libros de los profetas. Por ahora baste lo dicho en orden a la narración.

41. Toda la esperanza de vencer i razón de persuadir consiste en la confirmación, i por esso pide mucha mayor diligencia. Puede tener tres partes. Una en que se deve probar el thema o proposición que el orador toma por assunto. I esta parte, porque sirve para confirmar, se llama confirmación o prueva, i porque en ella se amplifica, amplificación.

42. La segunda parte sirve para destruir la opinión del contrario, esto es (contrayendo la dotrina a nuestro propósito) las erradas, aunque tan seguidas, opiniones del siglo; las sugestiones sutilíssimas del demonio; los engaños de amor propio, primera raíz de todo mal. Esta parte se llama refutación.

43. La última parte sirve para responder a los aparentes i sofísticos discursos que mantienen la malicia del pecado, i esta parte, como la antecedente, suele también llamarse refutación.

44. Según esto, el orador prudente deve meditar muchíssimo cómo ha de probar su thema, cómo ha de destruir las opiniones contrarias, cómo ha de satisfacer a lo que se le puede oponer. Para lograr todo esto ha de procurar que sea cierto e indubitable quanto diga. I en esto se distingue la oración sagrada de la profana; un sermón de un discurso académico. En éste basta que se diga con probable verisimilitud; en aquél se deve hablar con total certeza, porque se trata de persuadir unas verdades de cuya práctica depende el ser o no ser felices eternamente. Pues como todo lo dicho se dirija a esta persuasión, toca también a la prudencia del orador saber cómo ha de dilatar lo que ha pensado i cómo lo ha de disponer de suerte que persuada.

[Pg. 67]

45. La dilatación se consigue por medio de la amplificación. La amplificación de las cosas se toma de los tópicos o lugares comunes que son, según Cicerón, el todo, las partes, la etimología, los conjugados, el género, 1a forma, las semejanzas, desemejanzas, contrariedades, los adjuntos, antecedentes, consiguientes, repugnantes, causas, efetos, comparación de iguales, mayores, menores i testimonios. Quien no sepa tanta dialéctica, como u. m. juzgará que esto es hablar en algaravía.

46. Finalmente, quanto se tiene por grande i pueda venir al caso, deve tener lugar en la amplificación, i singularmente las descripciones.

47. Estas son unas pinturas de las cosas mui al vivo, tales, que más parezca que presentan las cosas a la vista que a la imaginación. Filostrato en sus Imágenes i Calistrato en sus Descripciones manifestaron en esto una gran habilidad, bien que su invención suele ser mui sofística. Valiéndonos de las Descripciones, representamos las personas, animales, plantas, lugares, tiempos i otras cosas.

48. Los poetas suelen describir las personas de cabeza a pies, o al contrario, atendiendo sólo a la disposición esterior. Particularmente en los entremeses, sátiras i vejámenes que se estilan en las academias, se ofrecen egemplos sin número. Si u. m. quiere ver la descripción que hizo de su persona esterior don Antonio de Solís, lea el romance que empieza,

Mi retrato me ha pedido

La Academia Mantuana.

Semejantes descripciones más convienen al theatro que al púlpito; son propias del corral, no de la Iglesia. Aquellas descripciones pues son propias de los oradores, en las quales sólo se describe la forma esterior en quanto conduce para describir mejor el hombre interior. Hermosas i vivas descripciones son las que hizo el padre Antonio de Vieira en el sermón de las sillas que pedía la madre de los Cebedeos, pintando a Sansón i al Hijo Pródigo. Si la memoria no me engaña, dijo assí: "¿Veis aquel hombre tan robusto i tan agigantado que con aspecto ferozmente triste, cortados los cabellos, sacados los ojos i corriendo sangre, atado a un cepo con dos fuertes cadenas, anda moliendo en una tahona? Pues aquél es Sansón. ¿Veis aquel mancebo macilento i pensativo que roto i casi desnudo, con una corneta pendiente del hombro, arrimado sobre un cayado, está guardando un rebaño vil del ganado más asqueroso? Pues aquél es el Pródigo. ¡Quién avrá que no se admire de una tal buelta de fortuna en dos sugetos tan notables, uno tan valiente, otro tan altivo! ¡Es posible que en esto pararon las hazañas i vitorias de Sansón! ¿Es posible que en esto pararon las riquezas i vizarrías del Pródigo?

Lucrecio. Parece que veo a uno i otro. Tan vivas son las pinturas.

49. Fabio. Esso pide la descripción: la qual es más sensible por vía de acciones que de sentimientos del corazón. Por esso las hizo tales Theofrasto en sus caracteres. Imitóle san Juan Chrisóstomo, o por mejor decir, imitó el santo a Jesu Christo que describió por las acciones al [Pg. 68] rico avariento, 107 a los hipócritas 108 i otros muchos. Para lograr que la descripción represente bien al vivo las personas, es menester que se espliquen bien las circunstancias que mejor se acomoden a la naturaleza de la idea que se quiere representar. Por esso son tan admirables las descripciones que hicieron del martirio de los Santos Inocentes los eloquentíssimos padres san Basilio 109 i san Gregorio Niceno. 110 San Juan Cassiano tuvo gran perspicacia i particular habilidad para hacer descripciones de personas viciosas en los libros que escrivió de los ocho remedios de los vicios principales. Aquella descripción de costumbres es más loable que representa más al vivo el feliz o infeliz estado de las conciencias. Ai quien hace retratos de vicios que casi enamoran porque sólo pintan lo que los hace aparentemente apetecibles. Otros los hacen ridículos a lo satírico. Aquello es pernicioso; esto no sirve. Siempre he leído con admiración las descripciones que hizo Salustio de Catilina, César i Catón. Pero aún más que éstas me han pasmado las de Veleyo Patérculo, por ser tantas, tan varias i tan admirables.

50. Quando se describe algún animal se ha de empezar de la cabeza a los pies o al revés. Los poetas nos dan egemplo a cada passo. Los oradores no deven imitar a los poetas en la escrupulosa enumeración de todos los miembros i partes de los animales, porque esso manifiesta deseo de hacer descripciones i arguye poca gravedad i vana pompa en el decir.

51. Quando se describe algún árbol por lo regular se empieza de lo ínfimo, para acabar mejor la pintura en lo más hermoso. Assí yo en mi oración de la Concepción puríssima de la Virgen María, contrapuse primero dos descripciones de dos árboles i cerré el discurso con otra que apliqué a la Virgen. I pues las hice para gloria de tan soberana señora, aunque u. m. las aya leído, las repetiré ahora i servirán de egemplos.

Lucrecio. Repítalas u. m. en hora buena; que sus cosas siempre me parecen nuevas.

Fabio. Esso nace de mirarlas con prisión. Dige assí.

52. "Considerad al hombre, a qualquiera, digo, de nosotros, semejante a un árbol. De aquel infausto pecado de nuestro padre Adán que por ser origen de todo nuestro mal llamamos original, de aquel pecado, digo, como de simiente infecta, procede la raíz viciosa de nuestro propio amor, el torcido tronco de la propensión al mal, las incorregibles ramas de las perturbaciones, las ligeras hojas de los viciosos hábitos, los depravados frutos de las malas obras, palabras i pensamientos. Ahora ¿quién no repara de dónde procede el daño de tan malos frutos? Claro está que de tan viciosa semilla, quiero decir, del pecado original. I si no huviera éste viciado la generación de los hombres, ¿quán al contrario [Pg. 69] sucediera? Abundaría el mundo de virtudes, como ahora de vicios; conservarían los más la justicia original; todo sería virtud, todo perfección. Assí sería sin duda, i assimismo passó en María Santíssima; i para que lo veáis también, atended.

53. Imaginad una simiente no viciada. Si por ventura se siembra en un campo fértil, mui presto nace i crece i se hace un árbol mui elevado i pomposo, lleno de sabrosos frutos. Echó el grano raízes, brotó, surtió de la tierra, se elevó, esparció vástagos, se cubrió de hojas, se llenó de flores i produjo frutos. Las raíces chupan el conveniente jugo, se esparce éste por el tronco i ramas, conserva la frescura de las hojas, mantiene la belleza de las flores, da a los frutos delicadíssimo gusto. ¡Ai tal maravilla! Sí, por cierto, i aún mayor. La divina gracia infundida en la bendita alma de María Santíssima fue simiente fecundíssima que prendió en su corazón en el mismo instante en que fue animado. De este principio de santificación procedió en ella la raíz del amor de Dios i vilipendio suyo, la propensión al bien infinito, al qual buscava con afecciones reguladas por una mente ilustrada de sabiduría inefable sin tropezar jamás en las apariencias engañosas de un bien feliz; procedieron también los virtuosos actos que por el continuado egercicio de una virtud heroica no interrumpida, ni aun en el sueño, crecieron tanto que pudo decir san Bernardino con mucha verdad 111 que su perfección era tanta que sólo Dios era capaz de conocerla. Pues ¿qué indica una perfección tan sin egemplo, sino un principio singular? Una concepción, digo, sin el pecado original. ¿Sería como qualquiera, la que fue mejor que todos? Ea, que no es creíble. Fue (es verdad) naturalmente engendrada como los hijos de Adán; mas su concepción privilegiada, como ninguno de ellos."

54. Vea u. m., señor Lucrecio, quánto dilatan i amplifican los assuntos las descripciones i a quán graves discursos pueden dar materia.

55. Lucrecio. Ya lo veo, i por esso mismo deseo que u. m. me acabe de esplicar cómo se hacen las descripciones de lugares, tiempos i otras cosas.

56. Fabio. Serviré a u. m. en quatro palabras. Quando se describen los lugares o tiempos, se han de esplicar aquellas cosas que se contienen o se hacen en ellos, como lo, vemos en la descripción que hizo Moisés del paraíso 112 i Ovidio de las quatro edades del mundo. 113

57. En las otras cosas que se ayan de describir se ha de hacer mención de las que preceden, las acompañan i siguen. Pongo por egemplo: a la guerra preceden las levas de gente i demás aparatos militares; la acompañan el temor, las peleas, muertes i vitorias; síguense las alabanzas [Pg. 70] i triunfos de los vencedores; las lágrimas cidos.

58. El estilo de las descripciones deve ser más ameno: pero tal, que mueva eficazmente al principal designio de la oración; porque la descripción es especie de amplificación, i el fin de ésta es engrandecer o apocar la idea de lo que se dice para que se haga mayor o más bajo concepto de lo que se aprueva o reprueva.

59. Este fin sólo puede lograrse moviendo los afectos: cosa que decía Sócrates 114 que no se puede enseñar por arte, sino que se logra por un divino furor. Sin embargo apuntaré algo de la dotrina de los afectos sólo para que conozca u. m. su importancia.

60. Los afectos se pueden reducir a quatro. Los hombres se comueven por la opinión del bien o del mal. Si se comueven por la opinión del bien presente se sigue deleite; si del mal, disgusto. Si por la opinión del bien venidero, deseo; si por la del mal, miedo. Fuera de esto todos los afectos o son leves o vehementes. Aquellos convienen a la naturaleza, a las costumbres i común modo de vivir. Estos perturban el ánimo. El conocimiento de cada uno de ellos pedía un diligentíssimo tratado filosófico, i el modo de moverlos toca saberlo al orador. Yo me contentaré ahora con decir que es convenientíssimo para excitar los afectos, observar qué tropos i figuras son más a propósito para este fin. Pongo por egemplo. La trasposición 115 sirve para espressar el verdadero carácter de una prisión violenta. Repare u. m. en los que están movidos de cólera, de terror, despecho, celos o de otra passión vehemente i verá u. m. cómo su espíritu parece que está en una continua agitación. Apenas empiezan a formar un designio, ya conciben otro; a la mitad de aquél proponen otro nuevo; luego buelven al primero. Estos movimientos pues representa el dicho modo de hablar que, si se hace al vivo (que es mui difícil, i por esso se ha de usar raríssimas veces) es la última perfección del arte; porque llega ésta a equivocarse con la naturaleza, la qual es la que en todo devemos imitar i seguir. Por esso encargo yo tanto la observación e imitación de los antiguos; porque ellos (más sabios en esto que los modernos) en todo procuraron atender i espressar la naturaleza i la verdad; o por medio de una sencilla narración de los sucessos, como los historiadores; o por medio de las causas, como los filósofos; o por medio de la imitación, como los poetas; o por medio de las contiendas i comociones de los ánimos, como los oradores. I assí los antiguos i primeros maestros de las ciencias (cada qual en su professión) se hicieron tanto más dignos de alabanza e imitación, quanto, por medio de ésta, más procuraron llegarse a la perfección de la naturaleza.

61. Lucrecio. Ahora he salido de un error. Yo juzgava que la trasposición era vicio de la oración i es adorno bellíssimo.

[Pg. 71]

Fabio. Lo mismo piensan muchos, i essa opinión nace de que los más no entienden su uso i por esto incurren en su abuso, trasponiendo para obscurecer la oración, que es un vicio opuesto a la naturaleza del lenguage. Lo mismo suele suceder en los demás tropos i figuras, cuyo uso indiscreto hace hoi tan ridículo el estilo de muchos españoles.

62. Bolviendo a los afectos, la mejor regla de moverlos es moverse. ¿Quiere uno que otro ame de veras a Dios? Ámele de veras él. ¿Quiere que aborrezca el pecado? Aborrézcale él. ¿Quiere que otro desee la gloria eterna? Deséela él. ¿Que otro tema el castigo eterno? Témalo él. 116 Tal vez está uno frío al tiempo de trabajar; entonces conviene acudir a algún lugar de la Sagrada Escritura donde se trate aquel punto i meditar la divina palabra con humildad hasta que se conciba en el ánimo algún calor. Si por este medio no se logra, se deve acudir a los pies de Jesu Christo suplicándole que se digne de comunicar para mayor gloria suya el celestial ardor de su Divino Espíritu. Es indubitable que tanto se llega uno al fuego que, últimamente, se quema. Quando uno siente ya movido su corazón, entonces es hora de trabajar i de pensar cómo se ha de comunicar aquel afecto. Dicen personas piadosíssimas i sapientíssimas, a quienes devemos creer, que ésta es la regla de las reglas de mover las prisiones christianamente. Lo dicho baste en orden a la confirmación i todas sus partes.

63. Últimamente, la conclusión, epílogo o peroración se divide en dos partes: enumeración i amplificación.

64. La enumeración o recapitulación es una breve suma de lo más fuerte i eficaz de la oración. En ella pues no se repite todo lo dicho i mucho menos las cosas menudas, lo qual pudiera parecer ostentación de memoria o nueva oración, sino únicamente lo que se conozca que aya convencido el entendimiento i movido la voluntad.

65. La amplificación es una afirmación más grave, la qual con el movimiento de los ánimos concilia el crédito a su oración. Esta se logra con la elección de cosas i palabras. La amplificación de las cosas pide que las razones sean las más eficaces i que se vibren con ímpetu de rayo, pero sin aturdir ni perturbar la atención con estruendo de palabras o gritos desentonados. Las palabras han de ser ilustres, pero no desusadas; palabras graves, llenas, sonoras. La pronunciación i gesto han de tener más viveza.

66. Esplicadas ya las partes de que puede constar 1a oración, queda por decir la diligencia i arte que deve aplicar el orador para el buen uso de ellas.

Toda la arte consiste en saber inventar, disponer i hablar, esto es, en la invención, disposición i elocución o modo de hablar.

67. Invención no es otra cosa sino una diligente investigación de aquellas pruevas que conducen más a la persuasión, la qual es el último [Pg. 72] fin del orador. O es el modo de buscar argumentos para persuadir. La invención, pues, pide diligencia en hablar i juicio en escoger. Se halla o inventa, meditando i leyendo. Escógese lo que se tiene delante, en la memoria digo, o en el papel, lo que se piensa o se lee. Lo que se elige para la persuasión deve ser evidente o, a lo menos, probable.

68. El modo más seguro de hallar las verdades es acudir a Dios que es la misma verdad. Ore pues el que quiere orar. Si uno ora con Dios perorará con los hombres. El que no se diere a la oración nada pensará con fervor, nada dirá con eficacia. Podrá la vanidad incitar a decir con aplauso, pero no con fruto. Admirará a los necios, le despreciarán los cuerdos, se indignarán los celosos, se reirán los demonios, se irritará el mismo Dios. Para que esto pues no suceda, conviene tener oración. Con ella se concibe un gran calor i espíritu, el qual después se comunica a los oyentes. Testigos son de esta importantíssima verdad los mayores oradores que ha tenido el christianismo, los quales todos dicen, a una voz, que vale más un rato de oración que muchas horas de estudio. Assí como las bombas disparadas a lo alto, quando bajan assuelan edificios con mayor estrago que si fuessen derechamente acia ellos, de la misma suerte aquellas razones, que se han alcanzado por 1a oración i como arrojadas de su Magestad decienden de lo alto, bajan después con más ímpetu sin que aya yelmos ni reparos de obstinación que puedan resistir. Fuera de todo esto, si al empezar el sermón, quando ya se supone trabajando, invocamos a Dios haciendo 1a señal de la cruz ¿quánto más devemos pedirle su ayuda al empezar a trabajarlo?, dependiendo de aquella elección el orar bien o mal.

69. Supónese que a la oración deve acompañar i preceder una vida buena i egemplar, porque no se pueden avenir ni componer una oración apostólica i una vida gentil.

70. El favor de Dios no excluye la acción de la criatura, i assí, el orador, no sólo deve implorar su ayuda, sino que de su parte ha de hacer todo lo que naturalmente pueda para promover la gloria de Dios. I este es el más seguro medio para lograr su assistencia.

71. Hecha pues esta tan precissa diligencia, hase de aplicar el orador a investigar el assunto sobre que ha de orar. Para esto es menester una gran penetración de ingenio, con que uno discurra lo más a propósito, o una memoria pronta con que uno tenga presente lo mejor que ha leído sobre aquel assunto, o una gran diligencia para buscar lo que no ha leído i, sobre todo, un exactíssimo juicio para elegir lo mejor. Discurramos por partes.

72. Un ingenio penetrante aprovecha mucho, pero raras veces aprovecha solo, i muchas veces no puede solo aprovechar. Aprovecha mucho porque los que están dotados de él, sin estudio saben lo que otros apenas con gran trabajo. Raras veces aprovecha solo, porque si no le acompaña el estudio, suele dar en caprichosos discursos i extravagancias. Muchas veces no aprovecha solo; porque no ai entendimiento, por elevado que sea, que por sí solo alcance los misterios de la fe. Agudíssimos [Pg. 73] fueron muchos antiguos filósofos, i en materia de fe todos fueron unos topos. Bendigamos a Dios los christianos que, apenas empezamos a articular las palabras i nos instruyen en la fe, ya sabemos más que todo el gentilismo, más que todos los Sócrates, Platones, Aristóteles, Varrones, Cicerones, Sénecas.

Lucrecio. Sí, por cierto, bendigámoslo; i sepamos apreciar el gran bien que tenemos.

73. Fabio. Según lo que antes decíamos, importa mucho que el ingenio del orador, como público dotor de la lei de Jesu Christo, esté altamente imbuido de los misterios de la fe. Añado que sea un varón consumado en letras, particularmente en las divinas, porque en ellas se halla todo lo bueno. Considere u. m. quán sabio deve ser el que ha de instruir en su dever, no sólo a los privados sino también a los magistrados i aun a los mismos príncipes. Él ha de ponderar la obligación de las padres, la obediencia de los hijos, 1a enseñanza de los maestros, 1a docilidad de los dicípulos, la obligación de los amigos; la santidad del matrimonio i lo que se deve a ella; la vanidad de los placeres, el amor a la virtud, la unión de las familias, la fidelidad de los súbditos, el respeto que se deve a los magistrados, la observancia de las leyes, el amor de la paz, la aversión a la guerra, el amor que los hombres se deven unos a otros; en una palabra, los oficios de 1a caridad christiana, no deviendo respirar sino la unión, la caridad, el bien de las almas, 1a gloria de Dios. No ha de instruir a uno, o a otro solamente, sino a quantos se le pongan delante, de todos sexos, de todas edades, de varios empleos, de varios genios, todos diferentes. A cada qual ha de hablar en su propia lengua: para lo qual deve tener mucha ciencia i prudencia, gran juicio, gran dicernimiento de espíritus, gran entereza, gran espíritu, gran celo, gran autoridad, gran modestia, mucho amor a su empleo i una total abstracción del mundo. ¿No le parece a u. m., señor Lucrecio, que el que ha de ser orador deve ser escogido entre diez mil?

74. Lucrecio. Assí lo he creído siempre; pero desde que he oído a u. m. me he confirmado más en mi antiguo sentir. Ahora deseo que u. m. me diga ¿cómo uno con buen juicio podrá vencer todas estas dificultades o parte de ellas? ¿De qué manera, digo, podrá uno buscar qué es lo que deve decir?

75. Fabio. A esso voi, i agradezco a u. m. que me haga memoria de lo que devo decir, porque ciertamente me iva ya olvidando de la invención, en la qual consiste uno de los mayores trabajos, particularmente de los principiantes.

76. Digo pues que a tres cosas deve uno atender para la buena invención: a las pruevas, a las passiones, a las costumbres. Las pruevas son necessarias para que los hombres se muevan por razón; las prisiones para el movimiento de los corazones; las costumbres, para que los oyentes hagan confianza del que habla.

77. El méthodo de hallar las pruevas es la consideración atenta del assunto, ayudado de la lección i uso, o egercicio.

[Pg. 74]

78. La consideración hace mucho, si uno tiene buen entendimiento, fecundo de pensamientos, imaginaciones, movimientos i genio reflexivo, prendas todas naturales que no se alcanzan con arte.

79. La larga lección facilita mucho en qualquier assunto, pues el que lee mucho, de mucho se acuerda; i si tiene la memoria algo infeliz (i aunque la tenga mui buena, pues con el tiempo se debilita i apoca), apuntando lo que lee, puede tenerlo a mano siempre que quiera, formando un libro para apuntar en cada artículo de fe todo lo mejor que sobre él aya leído; i otro en donde, en cada virtud i vicio, haga la misma diligencia; i otro también para las oraciones panegíricas. Mejor llamo a lo que más conduce para convertir las almas a Dios. Ninguna cosa, pues, se ha de desechar porque parezca común. Las yervas más comunes no las desdeña el médico, que sólo busca en ellas la virtud. Las mismas yervas que pisa el pastor, escoge para medicina el herbolario, sin que le haga fuerza el ser pisadas de aquél. Según esto, la invención no se ha de esperar a poner precissamente para quando aya uno de orar, sino que para que en su tiempo sea la que deve ser, añadiendo la devida elección i juicio, ha de preceder toda la vida un gran estudio. I assí el que pretenda ser orador ha de ir acaudalando un gran thesoro de todo género de dotrina; ha de ir reduciendo a ciertos lugares comunes lo mejor que vaya leyendo o oyendo; en una palabra, todo quanto considere que puede conducir al intento, como son sentencias, razones, comparaciones, imágenes, descripciones, semejanzas, egemplos i, si son éstos sagrados, son más eficaces por ser infalible su verdad. De este modo en poco tiempo se hallará mui rico de materiales, que es lo que da tanto que hacer a los principiantes, i tal vez a los mismos predicadores veteranos. Pero otra i mil veces más advertiré que los mejores materiales no son los que más admiran a los oyentes por la novedad inopinada, o demasiada delicadeza del discurso, sino los que son más a propósito para persuadir la virtud. En las ciencias, el que más se aparta de la opinión vulgar suele tal vez saber más; en la oratoria, menos.

80. Añadiéndose a todo esto el uso continuado de trabajar, se facilitará el trabajo maravillosamente, deviendo por éste, como por todos los demás beneficios, dar a Dios muchas gracias, pues, si bien aprendemos de los maestros el arte, cuyos precetos son tan fáciles de entender, la egecución de ellos i su egercicio, que es el que perficiona el arte, depende de nosotros mismos.

81. Paréceme, señor Lucrecio, que u. m. quiere decirme algo i va deteniéndose.

Lucrecio. Sí, por cierto. Temía no se me escapasse de la memoria una pregunta. Pero por otra parte no quería interrumpir a u. m. siendo tan útiles los puntos que va tratando.

Fabio. Pues diga u. m.

82. Lucrecio. ¿Qué siente u. m. del uso de los tópicos? Arte que inventó Aristóteles para fecundar los assuntos, tan celebrada de unos i tan despreciada de otros.

[Pg. 75]

83. Fabio. Yo quería hablar de ellos más adelante, pero pues quiere u. m. que sea ahora, brevemente diré lo que de essa arte dijo Cicerón, que no aprovecha sino a los que saben mucho. Ruego a u. m. que repare bien quiénes la celebran: Aristóteles, Cicerón, Quintiliano, los venerables padres frai Luis de Granada, Pablo Señeri i otros hombres sabios i eloquentíssimos, sin hacer mención de los meramente rhetóricos, de quienes se pudiera sospechar que, por encarecer su arte, celebrassen el uso de los tópicos. Aquellos grandes hombres no es mucho que los alabassen, porque como sus entendimientos eran perspicacíssimos i estavan llenos de dotrina, los tópicos les servían como de índices, que les ivan señalando i acordando lo que sobre el assunto supuesto avían leído, o devían leer, o discutir. Pero uno de mediano entendimiento i poca lección, poco hallará por ellos; porque, si quiere discurrir, dirá mil necedades; i si pretende que ellos le acuerden lo que ha leído, no le aprovechará su uso por aver leído tan poco. Lo que yo pues aconsejaría, es que cada uno procure primero valerse del fruto de la propia meditación, sin pensar en los tópicos. Esta meditación no ha de ser hilando los sesos a imitación de las arañas, para formar una sutilíssima tela de discurso de poca subsistencia, como si sólo se huviessen de cazar moscas; sino que sólo ha de tirar a hallar una idea acomodada al tiempo, lugar i necessidad de los oyentes, haciendo esa cuenta. ¿Qué diré yo que sea propio del día para conformarme con el espíritu de la Iglesia?, ¿propio del lugar donde he de predicar, para no burlar la expectación de los oyentes?; ¿propio del empleo, para remediar las necessidades del auditorio? Si el propio entendimiento te ofrece razones naturales para conducir al fin que pretende, aquéllas son las mejores. Ya se ve que hablo de los assuntos de misterios, o morales, en los quales supongo instruido al orador, aun antes de ponerse a trabajar; no en qualesquiera assuntos panegíricos, en los quales de ordinario deve preceder la lección de la vida del santo, a lo menos para renovar las especies, para elegir la idea más conveniente a su carácter i más provechosa a los oyentes, porque aunque deve aver leído las vidas de los santos de primera classe, no tiene obligación, ni es possible, aver leído las de todos los santos; pero sí de estar perfetamente instruido en la sagrada theología i filosofía moral.

84. Logrado el fruto de la propia meditación, puede uno ponerse a leer algo sobre aquel assunto en el que le parezca que lo tratará mejor; i hechas estas diligencias podrá recurrir a los tópicos que, por ventura, le acordarán algunas cosas fuera de las que meditó i leyó, o le obligarán a buscarlas. Para esto conduce tenerlos ordenados en una tabla, la qual puede componerse de más o menos lugares; i conviene que éstos sean pocos, para que el uso de ellos sea más espedito. I assí se puede seguir la división de Cicerón, o la de Francisco Sánchez de las Brozas. La de Cicerón, harto repetida, está en casi todas las rhetóricas i la apunté ya esta noche. La de Francisco Sánchez es más breve, i se reduce a lo siguiente: causas, efetos, sugetos, adjuntos, comparados, opuestos, divisiones, definiciones, testimonios.

[Pg. 76]

85. Un peligro tiene el valerse de los tópicos, i es que induce a tratar los assuntos escolásticamente i los hace pedantescos, si es lícito hablar assí: como si uno, queriendo tratar del santíssimo sacramento del altar, distribuyesse su discurso en quatro partes, es a saber: causa eficiente, material, forma i final del sacramento. Este lenguage, para el pueblo, sería mui obscurso i haría escolásticamente afectado el discurso del orador.

86. Otro peligro tiene también el uso de los tópicos, i es que assí como los campos mui fértiles no sólo producen frutos, que son utilíssimos, sino también yervas, que son mui enemigas a ellos; assí de los tópicos suele nacer una tal abundancia de cosas, que muchas veces es dañosa; porque tal vez hace los discursos redundantes, pueriles, poco juiciosos i molestos.

87. Buelvo al méthodo propuesto, según el qual devo tratar ahora de las passiones i del arte de excitarlas; arte, que bien practicada por el orador, hace su eloquencia admirable. Su conocimiento consiste en saber bien filosofía moral; i toca a la prudencia del orador, quándo i hasta qué término conviene excitar las prisiones.

88. Para comoverlas también conduce mucho el conocimiento de las figuras, haciendo servir cada una de ellas en su ocasión. Pongo por egemplo: la duda 117 manifiesta la fluctuación de las prisiones e irresolución de ánimo, i manifestando con viveza estos afectos propios, los excita en los oyentes; amplifica mucho el assunto i hace atento al oyente; conviene al que alaba, reprehende, se duele i teme; tiene mucho lugar en los exordios. 118 La esclamación, 119 que significa la grandeza de lo que se trata, i por esso se pronuncia con voz más alta, concilia misericordia; su principal assiento es en las conclusiones. La corrección 120 mejora los pensamientos avivándolos; aumenta mucho i disminuye las cosas i, por consiguiente, excita el amor o odio, el desdén o deseo. El rompimiento de la sentencia, 121 de tal suerte corta la oración, que apenas se conoce qué es lo que se quiere decir; conviene al indignado, al que amenaza, se duele, se avergüenza o teme algún mal; indica también la gravedad de lo que se dice i la solicitud que se tiene. La introducción de personas, 122 verdaderas o fingidas, o bien digan lo que passó o lo que con verosimilitud pudieran decir, representa las cosas mui al vivo i se concilia mucho crédito, si se hace con el devido decoro; tiene lugar en la amonestación, reprehensión, queja i compassión. La interrogación 123 sirve para asseverar más las cosas, para apretar al contrario i excitar la [Pg. 77] indignación, admiración i otros afectos; sólo deve practicarse quando lo que se supone es por sí manifiesto, o está bien probado; supone confianza en el orador, porque sería imprudencia hacer cargo a otro de cosa que tuviesse fácil satisfación; mantiene la atención i da a la oración una maravillosa variedad, refiriendo indirectamente lo que antes dijo directamente. Por medio de la aplicación de la oración a diferente persona, 124 sea verdadera o fingida, se busca socorro en todas partes; con ella apremiamos al contrario, i tal vez invocamos hasta las cosas inanimadas, pero con el devido decoro; esta figura conviene al que reprehende, rechaza o se duele. La burla 125 manifiesta el desprecio que hacemos de algo: la exclamación, 126 la admiración. La manifestación del deseo 127 declara el sentimiento del bien que nos falta i la importancia de nuestra esperanza. La excecración 128 denota quán abominable sea lo que detestamos, conviene al indignado; la súplica, 129 al humilde, como también la confessión. 130 La sentencia llena de reflexión, 131 aplicada a una descripción o período mui largo, por su inopinada novedad excita la admiración grandemente. Lo dicho baste para egemplo de la necessidad que ai de recurrir a las figuras, para mover las prisiones. El tratar de esto según la dignidad del assunto, i con la devida claridad, pedía mucha lección, gran meditación i singular destreza para saber esplicarlo i manifestarlo fácilmente practicable.

89. Lucrecio. Espero que u. m., que conoce la necessidad i la puede remediar, nos enseñará esta arte tan preciosa.

Fabio. ¿Para tanto me juzga u. m.? Persuádalo, si puede, a algunos de nuestros patricios i me harán más favor. Pero dejando lo que no es del caso, digamos algo de las costumbres.

90. Las costumbres deven estar en el orador i, para la perfección de la oración, deven reberberar en ésta como espejo de aquel sol. De las primeras, que son personales i concilian autoridad al orador, anoche hablé harto; de las otras, que podemos llamar oratorias porque se hallan en la oración, trataré ahora. Tal vez uno simula éstas en la oración sin tener aquéllas en sí, como se ve en Salustio que, quien le lee, creerá que fue un hombre boníssimo; i si leyere a Aulo Gelio 132 sabrá que fue hombre de una vida mui disoluta. Según eso, las primeras costumbres, siendo como son, personales, pertenecen a la filosofía moral; las segundas, como reales i propias de la oración, a la oratoria: a la qual toca dar el arte de manifestarlas, que esplicaré ahora brevemente.

[Pg. 78]

91. Para que la oración sea virtuosa, o bien acostumbrada (digámoslo assí), deve procurar el orador que su oración manifieste prudencia, bondad i benevolencia.

92. Ha de manifestar prudencia, porque fácilmente creemos a aquellos que juzgamos que alcanzan más que nosotros.

93. Ha de manifestar bondad i honradura, porque en faltando la opinión de la bondad i honradura, quanto más astuto i caviloso es uno, tanto más se aborrece i sospecha de él, como quien fácilmente puede i suele engañar.

94. Ha de manifestar benevolencia, porque por más que se piense de uno que es prudente i bueno, sin embargo, si se piensa que nos aborrece, o que no mira por nosotros, no se creerá que atiende a nuestro bien. Al contrario, si el orador se ama, tiene grande atractivo, con el qual sin violencia atrahe los ánimos; por lo qual decía uno: Ama i di lo que quisieres. Bien que este amor o caridad se deve suponer en qualquier orador christiano. Quede pues asentado que quanto ha de decir el orador ha de manifestar prudencia, bondad i benevolencia.

95. Nunca parece la oración tan prudente como quando en ella se varían las costumbres según la variedad de los genios con quienes se trata. Assí dice Justino 133 que el gran Alejandro, estando para dar una batalla, dio una vista a los suyos i habló a cada qual en su lengua. Animava (dice) a los griegos con la memoria de las antiguas batallas i del odio capital con los persas; amonestava a los de Macedonia, ya con la memoria de aver vencido a Europa, ya con aver apetecido la Assia i de que no avía encontrado hombres como ellos en todo el mundo, i que aquél avía de ser el fin de sus trabajos i el colmo de sus glorias.

96. Para variar bien las costumbres, deve considerar el orador delante de quiénes ha de hablar, o de un puebla ignorante o discreto; o delante del magistrado o del príncipe. Un discurso altamente discreto delante de un pueblo rudo es lo mismo que un instrumento mui harmonioso diestramente tocado delante de un sordo. A1 contrario, un discurso vulgar sin buen méthodo, i sin un estilo razonable, delante de un auditorio discreto, está tan lejos de aprovechar que antes causa molestia i enfado que gusto i utilidad. Cicerón confessó la grande diferencia que avía entre orar por el rei Deyotaro delante de sólo Julio César, que se decía ser el ofendido con crimen de lesa magestad, i avía de ser el juez, o delante de un pueblo, con quien podría mucho la inclinación i favor del mismo pueblo acia al rei i la habilidad del orador. El mismo Cicerón, siendo assí que en la tercera i quarta Filípica avía de persuadir una misma cosa, esto es, que se hiciesse guerra a Marco Antonio, invirtió el orden de los capítulos porque, en la tercera, propuso primero quán glorioso sería mover guerra a Marco Antonio; después, quán útil i, últimamente, quán fácil; pero en la quarta probó primero la utilidad, después la facilidad i, a lo último, la gloria que avía de seguirse. I no estrañe [Pg. 79] u. m. esta inversión del méthodo, porque fue ardid de su prudencia; pues el senado, con quien habló primero, más se movía por el pundonor i gloria; la plebe sólo dejava llevarse de su utilidad. Vemos que el venerable maestro Ávila predicava a los sacerdotes mui de otro modo que al pueblo. Las oraciones que dijo el padre Pablo Señeri delante de los pontífices i cardenales tienen una moción más artificiosa i suave que las otras: las unas mueven llevando de la mano; las otras, arrebatando.

97. Por lo regular, el auditorio se compone de docto e indoctos: entonces consiste la destreza del orador en esplicar las verdades con tal claridad i persuadirlas con tal arte, que las entiendan los más rudos, no las fastidien los discretos i aprovechen a todos; pues a unos i a otros decía san Pablo que somos deudores. 134

98. ¿Si no assiste el magistrado o príncipe, de qué sirve reprehender el mal govierno i dar precetos para governar bien? Esto entonces es hablar al aire; aquéllo satirizar. I aun quando assiste el magistrado, se ha de considerar mucho qué se ha de reprehender, i cómo. Censurar los vicios satíricamente es propio de genios populares i sediciosos; con caridad i esperanza de la enmienda, propio de espíritus celosos i apostólicos. La sátira hace ridículos los vicios; la caridad, aborrecibles. La sátira es insolente i provocadora; la caridad es paciente i benigna. 135 Por esso tal vez conviene, para evitar la nota de sobrada rigidez i acrimonia en reprehender los vicios, introducir hablando algún profeta, haciéndole reprehender severíssimamente, pero con el devido decoro, aquellos mismos vicios que leemos que reprehendió en sus tiempos, o que más bien abominó. Esto bien egecutado da mayor autoridad a la reprehensión i libra al orador de la sospecha de riguroso.

99. Ahora conocerá u. m. mejor quánto importa tener bien penetrado el carácter del estilo i genio de cada uno de los profetas; i quán difícil es acomodar la oración al natural i genio de los oyentes; porque para esso es menester tener mui observadas las diversas costumbres de ellos, las quales son diferentes por quatro causas. Primeramente, por razón de los afectos, porque una es la costumbre del airado, otra la del pacífico; una la del vergonzoso, otra la del desvergonzado; i assí de los demás. Segundariamente, por razón de los buenos o malos hábitos; porque es distinta la afección del justo de la del injusto. Una, la del templado i, mui contraria, la del destemplado. Terceramente, por razón de la edad, porque unas costumbres tiene el joven, otras el viejo. Últimamente, por razón de la dicha de este mundo que gentílicamente suelen muchos llamar fortuna; porque unas son las costumbres del noble, otras las del plebeyo; diferentes las del rico que las del pobre; las del poderoso, que las del desvalido; del dichoso, que las del desdichado. Todo lo qual pedía una mui atenta especulación i gran claridad de ingenio para explicarlo. Dejo uno i otro a los filósofos morales.

[Pg. 80]

Lucrecio. U. m. quisiera yo que lo emprendiesse.

100. Fabio. U. m. es grande enemigo de mi ocio; conténtese por ahora con una regla mui cierta para practicar todo esto. Para manifestar prudencia es menester tenerla.

Lucrecio. Ésta parece verdad de Pero Grullo.

Fabio. Parece, i es; i por esso no aya miedo que engañe.

101. Quiero decir ahora cómo manifestará la oración bondad i benevolencia. Uno i otro se consigue diciendo sólo cosas buenas i provechosas a los oyentes; lo qual depende de la elección del thema del sermón. Llamo thema a la proposición que sirve de idea a todo el assunto; la qual proposición ha de contener una verdad sencilla, determinada i dirigida al provecho de los oyentes.

102. Ha de ser sencilla la verdad, esto es, única, para que toda la oración sea uniforme, dirigiéndose a su prueva. El diestro tirador sólo pone la mira en el blanco i assí acierta el tiro. Esto no impide que la verdad se considere a diferentes visos, por medio de alguna división del thema, siendo cierto que los miembros dividentes son partes del todo dividido, el qual es único.

103. Ha de ser la verdad determinada, para que de essa suerte se escluyan los designios vagos, que sólo dejan una idea confusa de sí, i éssa nada fija porque la misma variedad e inconstancia impide su impressión. Por esso no apruevo yo el parecer de aquéllos (no permita Dios que yo condene su intención) los quales en un solo discurso quieren reprehender todos los vicios i alabar todas las virtudes, con lo que dan a entender que, trocando los términos, pueden servirse cien veces de aquel género de discurso, i lo que frequentemente vienen a conseguir es que, por persuadirlo todo, nada persuaden. I assí sus sermones me parecen semejantes a las crisis de Gracián que, aunque mui discretas, i casi siempre verdaderas, más deleitan que aprovechan, pues no se sabe que a nadie ayan hecho santo.

104. Para lograr este fin sólo conduce que la verdad que se ha de probar se dirija al provecho de los oyentes. Si la oración es moral, claramente se ve quán fácil es.

105. Si es instructiva, esto es, si trata de algún misterio, también conviene que la proposición contenga alguna verdad práctica, que sea como consequencia de la fe i veneración del misterio que se ha de esplicar; porque si no, faltaría la materia de la persuasión i, por consiguiente, no tanto se formaría una oración como un discurso meramente theológico. Después me esplicaré mejor; ahora sólo hablo en términos generales.

106. Si la oración es panegírica, conviene que se proponga como practicable la virtud del santo. Quiero decir, que más se ha de tirar a celebrar i hacer amables las virtudes más fáciles de imitar que las heroicas, i como milagrosas, que nacieron de particular inspiración; para que los oyentes no fíen ni esperen vanamente la reforma de sus costumbres de aquellos estraordinarios favores. No es mi ánimo decir que no se [Pg. 81] celebren todas las virtudes de los santos, sino que, si unas se proponen para excitar la devoción, se representen más al vivo las que más conducen a la imitación.

107. Propuesto el thema, o idea del assunto, unas veces se divide, otras no, según lo pida la materia. La división facilita el discurso, contribuye mucho a la claridad i tal vez es necessaria. Importa que sus partes no sean demasiadas. Dos serán las regulares; tres, algunas veces; quatro, raras. Hasta aquí tenemos egemplo en Cicerón en la oración Pro Lege Manilia. El padre Antonio de Vieira, orador eruditíssimo i de maravilloso ingenio, pudo por una vez tomarse la licencia de dividir su oración en siete puntos. 136 Pero lo egecutó una vez. A la verdad, la multitud de partes divididas hace que la oración sea todo huessos i nervios que se pueden contar, i da sospechas de que se eligió para suplir el defeto de la invención para variar de alguna manera la sequedad del assunto i para socorro de la memoria, pues, diciendo un poco de cada parte, se hace un sermón; i si uno ve la división en otro, variando sólo los términos, ya le tiene hecho.

108. Los miembros de la división deven tener correspondencia entre sí en orden a la verdad propuesta: como las partes de la penitencia en orden a ella; sus saludables efetos en orden a persuadir su necessidad. Puede también el sugeto, o materia de la oración, considerarse a dos visos, como la caridad en orden a Dios i al prógimo.

109. Qualquiera división que se elija ha de ser mui natural; i no imparta que otros se ayan valido de ella, porque esso mismo indica que la división no tanto es del orador como de la materia misma. El caminante no deja el camina porque le ve trillado; antes por esso mismo le sigue, sabiendo mui bien que lo demás es desvío. Lo que importa es que uno no quiera seguir las huellas agenas, sino su passo natural. Quiero decir, que el orador deve procurar que el artificio de su oración sea propio, aunque los materiales i división sean comunes.

110. Ahora se divida o no se divida la propuesta, en todo caso se ha de amplificar. Amplificación es estensión del thema. Ésta es semejante al fuego que, quanto más se estiende, más fuerza toma. Pero ha de estenderse con intensión, acumulando razones, las quales deven ser más naturales que ingeniosas: tales, que todos las entiendan i qualquiera las aprueve; de otra suerte no hacen impressión. Por esso no es bueno recurrir luego a la causa universal, como sería decir: que es bueno ayunar por la gloria de Dios. Esse motivo es general. El immediato es por sugetar mejor la rebeldía del cuerpo i governarle con mayor facilidad según las leyes del espíritu.

111. En nombre de razones entiendo qualesquiera pruevas eficaces para probar el assunto, como son las razones propiamente tales, la autoridad de la Escritura i de los Santos Padres, de la costumbre i de la tradición [Pg. 82] constante de la Iglesia cathólica, i a veces el egemplo de los varones santos, cuyas acciones propias de nuestro estado nos deven servir de modelo para regular las nuestras.

112. Toda esta abundancia de razones se consigue de varias maneras, viendo los mejores intérpretes en el texto que uno desea amplificar, acudiendo tal vez a las selvas de lugares comunes, pero examinando las citas, porque tal vez suelen ser falsas, o de obras apócrifas. Lo más seguro es recurrir a los propios apuntamientos que supongo recogidos por medio de la lección de muchos años; diligencia que al principio parece pesada, con la costumbre se hace ligera; i después aprovecha tanto, que hace ahorrar de casi infinito trabajo. Los perezosos que omiten esta diligencia, por no trabajar, trabajan después cien veces más con menos fruto.

113. Lucrecio. Supuesto que u. m. ha nombrado los testimonios, o citas, deseo que me diga algo de su uso.

Fabio. Esso quería apuntar. Yo soi de sentir que los testimonios sagrados i de los Santos Padres, que se quieran reflexionar para amplificar el assunto, deven ser mui pocos i escogidos. Pero esto no impide que de passo se digan muchos, entretegiendo con ellos la oración, de suerte que no parezcan aplicados con estudio, sino venidos al assunto naturalmente; lo qual conseguirá qualquiera que lea mucho a la Escritura i a los Santos Padres. Entonces no se necessita de ponderación particular para cada una de aquellas autoridades, sino de una paraespressión, o paráfrasis; i si aquello que se dice es cosa mui natural al discurso de qualquiera, o los testimonios son mui frequentes, tendría yo por mejor que se callassen los nombres de los que lo dicen, por no emplear su autoridad en cosas que qualquiera sabe decir, i por evitar la nota de solicitar la fama de aver leído mucho. Assí procuré yo huir de esta sospecha, concluyendo mi oración de la Puríssima Concepción de este modo:

114. "Entre tanto, lleno de júbilo i sumamente gozoso de uestra gran prerrogativa, como David ante el Arca, 137 salto de placer i me regocijo con vos. Con toda mi alma os confiesso, i en alta voz os aclamo i vitoreo, concebida sin pecado, i hermosamente ilustrada con los resplandores de la gracia en el oriente dichosíssimo de uestro lucidíssimo ser. Vos, señora, sois hermosíssima aurora del sol divino, 138 sin algún crepúsculo; 139 vos el throno de Dios más resplandeciente que el sol; 140 vos aquella luna bellíssima siempre llena de gracia sin menguante alguno; 141 vos el iris bellíssimo, en el primer instante hermoseada de millares de gracias; vos la puerta del Cielo jamás abierta [Pg. 83] al pecado; 142 vos el huerto cercado, donde no entró la infernal culebra; 143 vos la fuente sellada donde la antigua serpiente nunca pudo bever; 144 vos la arca que sólo dejó de naufragar en el diluvio del pecado original, porque avíais de llevar al justo de los justos; 145 vos el ramo de oliva, que se manifestó triunfante entre las aguas del diluvio de la culpa universal; 146 vos sois aquella tierra sacerdotal, que en tanta carestía de gracia, siendo toda Egipto tributaria, sola fuiste libre de pecho, 147 essenta digo del pecado, allí original corno actual; vos aquella zarza, cuya verdura las llamas nunca pudieron quemar; 148 vos la Arca santíssima, que sin levemente salpicarse passó el Jordán de la culpa; 149 vos aquella Judith, que segura penetraste el campo enemigo; 150 vos aquella Esther, que no fue comprehendida en el edicto general; 151; aquella mística Esther que fue eceptuada en el severíssimo decreto del divino Asuero. Vos sois la vara lisa i derecha de la raíz de Jessé, 152 que nunca tuvo ñudo, ni torcimiento alguno de pecado; i nos engendraste la flor suavíssima del mundo, nuestro redentor Jesús. Vos entre todas las mugeres la más hermosa, 153 la más bendita, 154 la concebida sin mancha, 155 la solamente perfeta, 156 la superior a todos, i sólo menor que Dios; 157 la que por ser Madre del Divino Verbo mereciste el privilegio mayor."

115. En orden a las citas de los autores profanos, si yo fuesse hombre de púlpito, procuraría desfrutar sus riquezas quanto pudiesse, sacándolas como de injustos posseedores de las manos de los egipcios, para que sólo sirviessen al adorno i hermosura del tabernáculo. Me haría la cuenta que la dotrina de los gentiles i toda la erudición secular en un orador christiano es la espada de Goliath, pero en manos de David, i que el puro uso de ella es verdaderamente hacer guerra a Amalech, con las armas i los despojos de los egipcios. Procuraría pues christianizar la dotrina de los Antoninos, Plutarcos, Epictetos, Sénecas i Cicerones.

[Pg. 84]

I si pudiesse lograr el mejorar sus pensamientos no necessitaría de alegar sus testimonios, sino en caso de pedirlo, o la gravedad de alguna sentencia, para hacer la reflexión que hasta un gentil la enseñava, o la fe de la historia. Sabemos de Moisés 158 i Daniel 159 que fueron eruditíssimos en todo género de ciencias que professavan los egipcios i caldeos, naciones que, en la gloria de la sabiduría humana, se aventajaron sin duda a todas las otras del mundo. Unos héroes tan grandes, cuya educación corrió por especial cuenta de Dios, es cierto que devieron servirse de aquellas ciencias i dejando a parte la inspiración del Espíritu Santo, claramente lo demuestran sus mismos escritos. Pero ¿dónde vemos que citen a los autores profanos, cuya dotrina consagraron? Ni aun sabemos los nombres de ellos. Donde quiera, pues, que se halle la verdad, entendamos que es del Señor, i si se halla en los gentiles vindiquémosla (como decía san Agustín) 160 de tan injustos posseedores para mejorar su uso.

116. Diciendo yo que haría esto desfrutando la dotrina de los mayores filósofos o historiadores; ya puede u. m. colegir quán detenido sería en citar poetas, aunque sabe u. m. la afición que les tengo i que siendo niño aprendí muchos de memoria, sin procurarlo de propósito. Tanto era el deleite con que yo los leía. Pero esta afición que todavía persevera en mí, aunque más regulada, no me ciega. I assí, ni me atreveré a censurar a los que con templanza citen algún poeta; ni mucho menos aconsejaré que los citen. No me atreveré a censurarlo, porque veo que grandes oradores los han citado. El padre Antonio de Vieira alegó algunos versos, unas veces callando a sus autores, otras alabándolos, i particularmente a Ovidio, de quien fue amantíssimo i gran imitador en la dulzura de los afectos i del estilo. El padre Pablo Señeri se fue más a la mano. Aviendo de citar una ingeniosíssima reflexión de Marcial, para aplicarla al gloriosíssimo protomártir san Estevan, se valió de esta preparación. Aquel agudo poeta, no si más magestuoso en las cosas serias o festivo en las jocosas, o en las satíricas amargo, quiero decir Marcial. Deste modo preocupó lo que le podían ogetar, que chava a un poeta de un genio tan satírico. Mi doctíssimo i dulcíssimo amigo (ya difunto, pero siempre vivo en mi memoria) el padre maestro frai Juan Interián de Ayala, no pudo encubrir la gran familiaridad que tuvo con las musas, i no solo citó con alguna frequencia versos latinos, sino también castellanos. ¿Qué mucho?, si hasta e1 mismo san Bernardo citó algunos versos: cosa que dio motivo al discretíssimo S. Francisco de Sales para que digesse 161 que no sabía dónde los aprendió. Buelvo pues [Pg. 85] a decir que no me atrevo a censurarlo, pero mucho menos a alabarlo; puesto que veo la gran moderación de san Agustín, el qual sin embargo que devemos suponer que tendría depositados en su memoria millares de versos, con todo esso vemos que aviendo de citar en el sermón de los Santos Inocentes aquel verso de Juvenal que anda en boca de todos:

Crescit amor nummi, quantum ipsa pecunia crescit,

calló el autor. Imitó en esto al glorioso apóstol de las gentes san Pablo; el qual leemos que en tres ocasiones citó tres diversas sentencias de tres poetas; las dos en sus epístolas i la otra en la oración que dijo en el Areópago, i nunca nombró a los autores de ellas. Escriviendo a los de Corintho 162 alegó un gravíssimo senario de Menandro, poeta cómico, dicípulo de Theofrasto que, con suma felicidad, trasladó de la escuela al theatro la filosofía característica censurando los vicios con la mayor viveza. La sentencia que citó san Pablo era tan grave como ésta, i mucho más elegante, por ser la lengua mejor. Las malas conversaciones echan a perder las costumbres. Después, instruyendo a san Tito, obispo de Creta, en el modo de portarse, i informándole del genio de los cretenses, le escrivió assí: Dijo uno de ellos, propio profeta suyo. Los cretenses no hablan que no mientan, son malas bestias i vientres perezosos. 163 Entendió el Apóstol a Epiménides natural de Creta. En los Hechos Apostólicos leemos 164 que, estando san Pablo en medio del Areópago, con ocasión de ayer visto una ara consagrada al Dios no conocido, se puso a predicar del verdadero Dios i, entre otras altíssimas cosas que dijo, les dio a entender que el Dios que predicava sólo era aquél en quien vivimos, por quien nos movemos i tenemos ser; como también (dice) lo afirmó uno de uestros poetas. Tal fue Arato, natural de Cilicia, que escrivió de astrología i mereció que Cicerón le tradugesse en latín. Parece pues que san Pablo nos enseñó claramente la templanza con que leve el orador alegar versos i lo que se ha de recatar de citar los mismos autores. Yo pues, hablando generalmente de los escritores profanos, sólo alegaría de ellos alguna sentencia sabia i alta, i no tendría reparo en citar el autor de ella, como fuesse grave i circunspecto i huviesse escrito en prosa; pero sí que repararía en repetir los nombres de algunos poetas, porque esso suele ofender a los varones piadosos; i en lo que toca a los testimonios de los Santos Padres, es cierto que una cita puesta en su lugar es nota i señal de la modestia del que se vale de ella, i es prueva mui eficaz por la autoridad de quien la dijo. Pero también es cierto que si las citas son mui frequentes pueden dar alguna sospecha de vanidad en solicitar la gloria de mui erudito.

[Pg. 86]

117. De passo advierto que si la proposición que se dice es de eterna verdad, de nada sirve la cita, como el autor de ella no sea el Espíritu Santo: porque ¿de qué aprovecha alegar a Euclides para decir que el todo es igual a sus partes?, ¿a Aristóteles para decir que cada cosa busca su centro? Estas son unas verdades que el dictamen de la razón las enseña a todos. I aun ojalá que siempre correspondiesse el autor a la cita. Oiga u. m. un chiste. Cierto legista, que u. m. conoce mui bien, empezó su lección de Código diciendo que todo edificio deve tener buen fundamento, según afirma el padre frai Anacleto Reiffenstuel en sus Comentarios al Derecho Canónico.

Lucrecio. ¡Buen Vitruvio chava! ¡Gran letrado sería!

118. Fabio. Passemos adelante. Una cosa es tratar de dotrina científicamente, otra con eloquencia. Aquello pide fidelidad en la traducción; esto energía, declarando las cosas quanto más se pueda. Por esso conviene no citar sino en lengua española. Tanta dissonancia causa al que no sabe latín una autoridad latina, como causaría al que no sabe griego, oír citar en griego los textos del Testamento Nuevo. Los romanos no entendían menos el griego que nosotros el latín, de suerte que no se tenía por hermosa aun la mugercilla más vil si no hablava en griego, según refiere Juvenal. 165 Sin embargo dice Cicerón, aquel Cicerón digo, que horrorizó a la Grecia quando delante de sus oradores declamó en griego. Ya sabes que no acostumbro más hablar griego en conversación latina que latín en la griega. 166 Dejo a parte las epístolas de Cicerón escritas a hombres regularmente eruditíssimos que sabían con excelencia la lengua griega i por esso en ellas suele usar de algunas voces o espresiones griegas de mayor energía; hablo sólo de sus oraciones. En todas éstas, siendo assí que nos quedan cincuenta i seis, solamente leemos una palabra griega en la oración que dijo contra Lucio Pisón, i esto porque citava un verso de Plauto que 1a contenía. Los Santos Padres, que escrivieron en latín, aun citando a los griegos, no copiavan en griego sus autoridades. Sean pues las citas, como dige antes, mui pocas i éstas útiles i breves, como dardos penetrantes i en todo caso vivamente traducidas para que todos las entiendan. Aquel redoblar una misma cita de quando en quando, aquel eco, digo, uniforme de unas mismas palabras, me parece juego de niños; i en mi opinión es una pueril, por no decir vana, ostentación de que se sabe ponderar un texto. No veo que fuesse essa la práctica de los Santos Padres.

119. Pues ¿qué diré de los que para apoyar el sentido literal de la Escritura citan algún intérprete particularmente moderno? Más me parece que defieren en él que en el Espíritu Santo. ¿Qué juzgaremos de los que para establecer algún sentido acomodaticio tuercen un texto? Si [Pg. 87] el sentido es moral i útil en vano se cansan, pudiendo valerse de textos terminantes. Si es absolutamente violento i nada práctico, padecen especie de delirio. Algunos de dos textos desunidos hacen una nueva sentencia para apoyar un conceto. ¡Qué desatino! Otros parece que quieren ostentar don de lenguas citando varias lecciones hebraicas, griegas, siríacas, caldaicas i semejantes. ¡O santo Dios! Degemos esto, que me voi inquietando. Yo quisiera que todos los oradores i particularmente estos de que hemos hablado, después de aver puesto toda su diligencia en la invención, bolviessen su atención a los materiales haciendo esta seria reflexión. ¿Qué juzgaría san Pablo de esto que yo intento decir? ¿Qué juzgaría Jesu Christo, severíssimo juez de vivos i muertos, de esta mi elección para tratar el negocio de mayor importancia, qual es la salud de las almas i gloria suya? Esto baste por ahora en orden a la invención, de la qual trataré después, contrayéndola más a cada género de orar.

120. Ahora digamos algo de la disposición, en cuya declaración seré más breve i por esso menos molesto.

Lucrecio. U. m. no diga esso, que yo le oigo con el mayor gusto de la vida.

121. Fabio. Tienen algunos un admirable ingenio para inventar, i poco juicio i arte para disponer, de suerte que sus entendimientos parecen unos cajones de sastre, llenos de retazos de telas de oro i de riquísimas ropas, pero sin labor ni coherencia. Otros ai que disponen admirablemente, pero destituidos de ingenio flaquean en la invención. El orador perfeto deve tener facilidad en uno i otro. El hombre criado para ser dichoso posseyendo a Dios, que es el mismo orden, quando ve algo bien ordenado, naturalmente se alegra i tanto mejor se le imprime quanto más le agrada. Por esso se ha de cuidar muchíssimo de la buena disposición. Si las facciones del rostro más hermoso se pintan sin la devida simetría, por más que el original sea bellíssimo, será la imagen diforme. Un egército puesto en forma de batalla, aun quando más espanta, es agradable. Tanto puede el buen orden.

122. Aquel dispondrá bien que se propusiere un solo thema, como queda supuesto, a cuya prueva dirija todas las razones, sin confundir unas con otras. O uno divide pues el thema, o no le divide. Si le divide en partes, ha de amplificarlas según el orden con que las propuso, i como de cada parte ha de dar una o más razones, conviene dar a cada una su devido lugar, procurando siempre que la primera convenza, la segunda confirme el vencimiento, i la que fuere última, triunfe.

123. Si uno no divide el thema, es cierto que lo ha de amplificar con razones; en éstas pues se ha de observar lo que acabo de decir.

124. Lo dicho pertenece a la disposición general de toda la oración. Ai otra más particular que es la que tira a ordenar cada una de las divisiones del thema, si las ai; o cada una de las razones que por fuerza ha de aver. En lo que toca a esta disposición, cada qual tiene su genio, cada qual su estilo. Yo soi de parecer que la regla en esto es no guardar regla fija, sino seguir el méthodo que la prudencia señala i pidan [Pg. 88] los mismos materiales. I assí unas veces se anticiparán las autoridades de la Sagrada Escritura a las razones, otras éstas a aquéllas; i frequentemente se alternarán, según lo pida el hilo del discurso. Lo que importa es que todo lo que se diga tenga coherencia i haga un cuerpo natural i nada monstruoso. Para cuyo fin conviene muchas veces usar de la enumeración; esto es, de una sencilla i brevíssima suma de lo que se ha dicho, para que se entienda qué falta por decir i se empieza a tratar. Como si uno digesse: Hemos visto el miserable estado de nuestras almas; veamos ahora el fácil i seguro remedio de tanto mal.

125. Mucha mayor dificultad tiene el modo de hablar o elocución. La elocución no es otra cosa que un perfeto adorna i pulimiento de la materia inventada i dispuesta. Assí como el estatuario primeramente elige la materia ruda, después destina una parte del mármol para la cabeza, otra para el cuerpo, las colaterales para los brazos i las demás inferiores para los muslos, piernas i pies; i hecha esta diligencia empieza a desbastar i perficionar: assí el buen orador, después que ha elegido i dispuesto la materia, empieza a pulirla con tropos i figuras. No quiero decir que aya de pensar en hacer determinadamente tal tropo i tal figura, porque esso sería enflaquecer la fuerza del discurso, sino que deve adornar aquella materia del modo más conveniente, procurando hablar lo mejor que pueda aquello que ha discurrido. Este cuidado de la elocución es tan digno de atenderse que le tuvieron los padres griegos san Basilio, san Gregorio Nacianceno i san Juan Chrisóstomo, i los padres latinos san Cipriano, san Gerónimo, san León i otros gravíssimos i sapientíssimos maestros del christianismo. De suerte que sin temeridad podemos decir que los que mejor hablaron supieron mejor, siendo la eloquencia una como consequencia de la sabiduría.

126. El orador pues que quiera imitarlos deve atender al modo de hablar, el qual, si se considera la dicción i lenguage, se llama elocución; i si el modo de manifestarle a los oyentes, pronunciación o acción, tomando estas palabras en sentido general, de suerte que cada una de ellas comprehenda a la pronunciación en particular i a la acción o gesto.

127. La elocución, o es filosófica, o oratoria, o poética. La poética se aparta mucho del común modo de hablar i en el púlpito no tiene lugar ni en lo que toca a las palabras poéticas, ni mucho menos en lo que toca a las frasis. Palabras poéticas son aquellas de que sólo usan los poetas, como Apolo por Sol, Diana por Luna. I assí nunca aprobaré lo que un grande orador, a quien dejaré de nombrar, por lo mucho que le venero, dijo, hablando de la primera embarcación que navegó por el mar: Aquel primer leño que navegó por Amfítrite, donde por Amfítrite, hija de Nereo i muger de Neptuno, entendió el mar: locución que el pueblo no es capaz de entender, i quando la entienda ha de hallar en ella mucha novedad. Frasis poéticas son aquellas que, o constan de palabras poéticas, o de palabras bien que comunes, con espressión no común, sino mui remota del regular modo de hablar. De palabras poéticas, como se ve en la siguiente quartilla, donde para espressar nuestro excelente [Pg. 89] poeta el capitán Christóval de Virués, que ¡va entrando la noche, dijo assí:

Ya mostrava la luz qualquiera estrella

que le reparte la febea mano,

ya la casta Lucina blanca i bella

hacía su curso tras su rubio hermano.

Donde por rubio hermano entiende a Apolo, esto es, al Sol. ¿Quién hablando con otro usaría de tales espressiones en las quales por decir Luna, digesse Lucina, i por decir Sol, Febo o Apolo, rubio hermana de la Luna? I por decir que entrava la noche, ¿quién usaría de todo aquel rodeo?

Egemplo de frasi poética compuesta de voces comunes, pero con espressión no común, propia sólo de poetas, le podrá u. m. observar en la primera quartilla de esta estancia del mismo Virués:

Ya el carro de la noche governado

por el silencio i por el sueño,

avía de su viage la mitad andado

por la estrellada relumbrante vía,

quando Garín en llamas abrasado

la luz pequeña que en la cueva ardía,


mató, porque sin duda al que rival hace,

la luz no le apetece, ni le aplace.

Advierta u. m. cómo las voces de toda la estancia son comunes a qualquiera; las espresiones de la primera quartilla remotas del común modo de hablar, i por esso poéticas; las de la segunda, tan naturales que, invertido el número, no hablaría uno de otra suerte en la prosa. Por esto de estas últimas espressiones puede valerse el orador, exceptuando la cadencia poética. Lo contrario sucede en esta otra estancia del mayor poeta portugués que, traducida en castellano, dice assí:

Cessen del sabio griego i del troyano

las prolijas derrotas que siguieron.

Cállese de Alejandro i de Trajano

la fama de vitorias que tuvieron;

pues canto el pecho ilustre lusitano

a quien Neptuno i Marte obedecieron.

Cesse lo que la musa antigua canta,

que otro valor más alto se levanta.

Quite u. m. la consonancia de la primera quartilla i verá cómo aquellas son las espressiones con que comúnmente hablamos; pero no las de la segunda. Ningún poeta ha tenido España tan apartado del común modo de hablar como D. Luis de Góngora; sin embargo vea u. m. qué locuciones [Pg. 90] éstas tan propias del lenguage de todos, aunque can una alteza de pensar propia suya. Dice a una rosa:

Ayer naciste i morirás mañana.

Para tan breve ser ¡quién te dio vida!

Para vivir tan poco, estás lucida;

i para no ser nada, estás lozana.

   Si te engañó tu hermosura vana

bien presto la verás desvanecida,

porque en tu hermosura está escondida

la ocasión de morir muerte temprana.

Quando te corte la robusta mano

(lei de la agricultura permitida)

grosero aliento acabará tu suerte.

   No salgas, que te aguarda algún tirano:

dilata tu nacer para tu vida;

que anticipas tu ser para tu muerte.

¡Valiente pensar! Con semejante estilo i aun mucho más natural, compuso don Luis sus romances i también sus letrillas, i se esplicó de manera que quando quiso hablar sin afectación, se hizo inimitable. Vea u. m. ¡qué espressiones éstas tan naturales i gallardas!

Todo se vende este día:

todo el dinero lo iguala.

La corte vende su gala;

la guerra su valentía;

hasta la sabiduría

vende la universidad.

Verdad.

En este mismo estilo están compuestas aquellas juiciosíssimas, i nunca bastantemente alabadas coplas de don Jorge Manrique, blasón perpetuo de la nobleza española:

Recuerde el alma dormida,

avive el seso i despierte,

contemplando,

cómo se passa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

quán presto se va el placer,

cómo después de acordado

da dolor; cómo a nuestro parecer

qualquier tiempo passado

fue mejor.

[Pg. 91]

Buelvo a decir a u. m., señor Lucrecio, que quite las consonancias i invierta las leyes del rithmo i verá que comúnmente no nos valemos de otras espressiones. Pues éstas son las que convienen al orador i las que puede sacar de los poetas para ennoblecer su dicción. Perdone u. m. que me aya dilatado tanto en la explicación de las palabras i frasis poéticas.

Lucrecio. La importancia de la dotrina lo pedía assí; i yo quisiera que todo lo ilustrasse u. m. con tantos egemplos.

128. Fabio. Esso no es fácil en una conversación. Otra cosa sería si escriviesse una oratoria o rhetórica, porque entonces la meditación i diligencia facilitarían los egemplos. Mas ahora, ni la memoria se halla tan puntualmente socorrida, ni todo lo que se ofrece a ella conviene decirse, i más hablando con u. m. Sin embargo sobre esto misma añadiré una cosa que años ha que observé, i es que casi todos los españoles que han escrito novelas han usado del estilo poético. I no lo extraño, porque para la invención de este género de escrivir se dieron mucho a leer nuestras comedias, cuyo estilo es poético, i por esso tan apartado del común modo de hablar i de la naturaleza de la comedia que deve ser una representación de la vida común.

129. La elocución filosófica es más propia de la cáthedra que de el púlpito. Usa de términos dialécticos i peculiares de las ciencias que no alcanza el pueblo: afecta una sutileza superior a las capacidades comunes i admira más que aprovecha.

130. Sólo pues conviene al orador la elocución común, porque el que ha de hablar con todos deve ser entendido de qualquiera. Tratemos pues de esta elocución común, a que por ser tan propia del orador, llamamos oratoria. I para poder explicarla con claridad dividámosla en elegancia, dignidad i composición.

131. La elegancia hace que cada cosa se diga con pureza de lenguage, de la qual resulta una maravillosa claridad, como la que vemos en el padre Vieira i todo el mundo admira en Julio César.

132. La pureza del lenguage es lo que solemos llamar buen romance, esto es, la habla castellana sin vicio alguno. Lo que se dice, pues, deve ser conforme no sólo a los precetos de gramática, contra la qual se peca mucho más de lo que se piensa, sino también al uso de los que hablan bien i de los mejores escritores.

133. Según esto, para. hablar bien contribuye mucho la buena educación de personas eloquentes de que cuidaron tanto los antiguos, 167 i también la costumbre del siglo. En el siglo de Augusto todos hablaron bien; en el immediato, menos bien; en los siguientes, afectadíssimamente. I assí, aunque es verdad que cada qual tiene su estilo, indicio i efeto de nuestra libertad, pues según la variedad i multitud de los pensamientos humanos, son los modos de exponerlos; ai sin embargo en cada nación un carácter de estilo común a los más de aquel mismo país, efeto de la comunicación de unos i de otros.

[Pg. 92]

134. Atendiendo los antiguos maestros de la oratoria a esta común uniformidad de pensar i decir, distinguieron los estilos, asiático, ático i rhodio. 168

135. El estilo asiático era mui pomposo i redundante. Los asiáticos, naturalmente ambiciosos i jactanciosos, exprimían su humor en su estilo. Eran inclinados al excessivo fausto i superfluidad, i por esso sus palabras ivan acompañadas de demasiado adorno, tanto que un humor severo no lo pudiera sufrir.

136. El estilo ático era más apretado i limado. Los athenienses, más regulados que los asiáticos en el modo de vivir, fueron más exactos en su estilo i, digámoslo assí, más modestos.

137. Los rhodios tenían el genio ambicioso, aprisionado también a la superfluidad asiática; pero se reprimían con un género de moderación, con la qual al mismo tiempo procuravan imitar a los athenienses. Su estilo manifestava su humor, guardando un medio entre la redundancia del estilo asiático i la apretura del estilo ático. Eran pues lentos i remisos, pero no sin algún peso de razón. No parecían semejantes a las fuentes puras, ni a los torrentes turbios, sino a los estanques mansos i sossegados.

138. Con las costumbres se mudan los estilos. El estilo siempre manifiesta las presentes. I assí los pueblos serios tienen el estilo seco, austero i sin adorno. Por esto los romanos en sus primeros principios sólo cuidavan de darse a entender, como lo manifiestan sus monumentos, aunque pocos. Eran groseros i rudos, apenas podían pronunciar, ni ser entendidos sin dificultad. Obravan más que decían. Su estilo más significava, que declarava las cosas. Eran enemigos de la dulzura i suavidad del trato; su estilo, áspero. Vivían en chozas, no conociendo la arquitectura; ignoravan también el artificio de una perfeta oración. Luego que empezaron a gustar las riquezas, i las comodidades que ellas traen, fueron endulzando el estilo, comenzando a mejorarlo en el siglo de los Cipiones i acabando de perficionarlo en el de Augusto; después de cuyo imperio empezó la disolución, de la que resultó la afectación, queriendo los hombres disolutos hablar tan bien como los estudiosos i prudentes. Añadióse a esto la mezcla de tantas naciones bárbaras, cuya multitud de lenguas corrompió la romana, introduciendo cada una algunas voces, de que vino a formarse una como algaravía; para que seamos cautos en admitir voces peregrinas que, por más que parezcan bien a los que las intentan introducir, siempre fueron i se tuvieron por bárbaras.

139. Pero sin salir de España, en tiempo del rei don Fernando el Cathólico, empezó la lengua castellana a perficionarse, como se ve en las obras de Fernando del Pulgar i de otros pocos; i en el de Felipe Segundo logró la mayor perfección que hasta ahora ha tenido, pues es cierto que no podemos oponer obras de igual perfección en el pensar i [Pg. 93] decir, a las que nos dejaron escritas los venerables i eloquentísimos padres i maestros, frai Luis de Granada, el P. Pedro de Ribadeneira i frai Luis de León. Después acá (hablo en general) ha ido la lengua castellana remitiendo su vigor; i de gravíssima, se ha hecho afectadíssima i ridícula. Tanto han querido engalanarla algunos ingenios destituidos de juicio i dotrina, que la han hecho fantástica. No nació este vicio de ayer acá, años ha que domina en la mayor parte de los que escriven o hablan de pensado. Por esso dijo un hombre juicioso estas palabras, 169 que deseo oiga u. m. ya que estamos solos. De todo punto se ignora por lo general en España la diferencia de los estilos. Los que mejor piensan que la saben, tienen la oración metafórica por la más alta i por humilde la que consta de voces propias; i ponen toda su diligencia en adornar de más colores rhetóricos lo que quieren decir gravemente; siendo, como sabéis, tan natural al estilo sumo el valerse más de la propiedad. Este conocimiento es conveniente para que cada qual procure emendar en sí este defeto general de la nación, el hablar, digo, demasiadamente metafórico, sin propiedad ni pureza; de cuyo vicio se abstienen hoi con acierto algunos hombres de juicio i erudición, que en ningún siglo faltan para egemplo de los demás.

140. Si importa, pues, conocer el genio universal de la nación, mucho más el particular de cada reino o provincia, notando el vicio que domina para huir de él; porque por último la costumbre del lenguage, que es la que devemos conservar, no es el consentimiento del vulgo, sino de los hombres eruditos; assí como la costumbre de vivir no es el consentimiento de los malos, sino de los buenos, según juiciosamente dijo nuestro grande español Fabio Quintiliano. 170

141. Lucrecio. Pues ya que estamos solos (como dice u. m.) deseo saber, ¿qué vicio general es el que más domina en este reino?

Fabio. La afectación de la agudeza, la qual hace pueriles a muchos de los nuestros. Los catalanes incurren en una sequedad desagradable; los aragoneses son duros i obscuros; i a este tenor, cada reino o provincia tiene un vicio general, que procuran evitar los genios advertidos i reflexivos.

142. Esto vaya dicho como de passo en quanto a los vicios particulares de cada país. En orden a la perfección del estilo, es certíssimo que en unos lugares es mayor que en otros. Entre los estilos vivos (llamémoslos assí) el cortesano tiene no sé qué propiedad i gracia, que no se halla en los provinciales. Por esso los toledanos fueron escogidos jueces para las dudas de la lengua. En las casas donde ai buena educación se beve con la leche la pureza i elegancia, acompañada de aquel aire de decir, que no pueden imitar los que no nacieron en la corte, por pegárseles [Pg. 94] tanto el decir municipal. I ésta es aquella patavinidad o afectado modo de hablar de los de Padua, que reprehendió en Tito Livio Assinio Polión 171 i en Theofrasto, orador discretíssimo, una vieja atheniense. 172

143. Veamos pues en qué consiste la verdadera habla española i cómo se logra. La verdadera habla española, o romance puro, consiste en las palabras i en el modo de pronunciarlas.

144. Las palabras necessitan de elección, la qual, según decía con muchíssima razón el padre de la elegancia latina Julio César, 173 es el origen de la eloquencia. Esta elección, no sólo se hace por razón de la dignidad del estilo, sino también por la composición. Pertenece a la dignidad en quanto los vocablos son propios, o modificados, i en quanto estos últimos se transfieren con suavidad o dureza. Pertenece a la composición, en quanto ai palabras más suaves i sonoras que otras. De la dignidad i composición trataré después; ahora, de la elección en quanto es causa de la elegancia.

145. En esta elección se distinguen los vocablos por razón de su origen, significación i uso.

146. Por razón de su origen, o son españoles o peregrinos. Por españoles, entiendo los que están recibidos en la lengua española, aunque su primera invención aya sido en otra. Los peregrinos, o estrangeros, deven escluirse de la oración; i si alguna cosa no pudiesse decirse en español, sino por rodeo, más vale valerse de él que no decir una palabra que no se entienda. Assí lo practicava Cicerón, como él mismo lo dice.174 Pues en verdad que sabía más griego que nosotros latín, o francés, o italiano.

147. Por razón de la significación se dividen los vocablos de dos maneras; porque o consideramos la aptitud de la significación, o la honestidad de la cosa significada. De la primera consideración resulta la distribución de vocablos, en más i menos significativos; de la segunda, la división en honestos i deshonestos, o indecentes, quales son los obscenos i sucios. Los obscenos son los que significan las cosas sensuales desnudamente. Verdad es que el que usa de tales palabras, no tanto habla contra el lenguaje español, como contra las buenas costumbres, manifestando más la impureza de su ánimo que la impericia de la lengua. Qualquiera pues que no sea enemigo de la naturaleza, o se abstendrá del todo de referir las cosas obscenas, o si ai necessidad de referirlas, las encubrirá con el velo de palabras decentes, imitando en esto el piadoso recato de Sem i Jafeth, 175 o a la naturaleza misma que apartó de los ojos aquellas partes que no se pueden nombrar sin rubor.

[Pg. 95]

148. También deve el orador procurar abstenerse de palabras sucias. Tales son las que significan las cosas immundas, las quales se han de dejar para los establos i mozos de mulas.

149. Finalmente, por razón del uso o costumbre, se distiguen los vocablos de dos maneras; porque, o esse uso se atiende en el pueblo, o en los escritores.

150. Por razón del uso o costumbre popular, se distribuyen los vocablos en antiguos i nuevos. De los antiguos ai unos que están en uso i otros no. Los que están en uso, o solamente los usa el vulgo, o también los doctos. Aquellos que únicamente usa el vulgo, aunque no signifiquen cosas viles, se tienen por viles; como son en gran parte las voces que recogió don Francisco de Quevedo Villegas en su Cuento de cuentos; de donde tomó algunas don Antonio de Solís, en el romance que empieza: Érame yo Inés antaño, i en el otro que empieza: Añasquillo el de Segovia. También se deven contar entre las voces viles las del idioma de los pícaros que llaman jacarando, jaque por valiente; tronga por ramera, coillon por pregonero, mosca por dinero, trena por cárcel, gurapas por galeras, finibus terra por horca, i otros muchíssimos que hizo estudio de entender i practicar, en boca de pícaros, el ingeniosíssimo Quevedo.

151. Los vocablos de que también usan los doctos, unos son frequentes, otros raros; los que dejaron de estar en uso, se llaman desusados i, en una palabra, antiquíssimos, como maguer, ca, semejable.

152. Esto supuesto, las voces de que usan los doctos i todos los del pueblo, son las que deven componer la oración. I assí se han de escusar las palabras de raro uso, porque es gran necedad persuadirse que nos es lícito lo que en uno u otro lugar juzgó que se le permitía algún grande escritor, o tal vez no reparó en decirlo, teniendo la mente distrahída. Por ello Séneca reprehendió a cierto Arruncio, escritor de la guerra púnica, porque le parecía que imitava a Salustio, historiador gravíssimo, usando con frequencia lo que aquél raras veces. 176 También se han de evitar las palabras desusadas, teniéndolas como escollos de la oración, según decía Julio César, gran maestro de hablar; 177 i mucho más las palabras nuevas, porque excitan la curiosidad de los oyentes, que no las entienden i distrahen su atención; i a los que posseen la lengua causan desprecio, porque saben que ai palabras nativas que con gran propiedad pudieran esplicar aquellas mismas cosas. Esto baste en orden al uso de las palabras en quanto consiste en el pueblo.

153. Además de lo dicho, también se atiende al uso de las palabras respeto de solos los escritores; i de aquí nació la división de vocablos en poéticos, históricos, oratorios i propios de los que tratan determinadas artes o ciencias.

[Pg. 96]

154. No todas las palabras de que usan los poetas son por excelencia poéticas, sino únicamente aquellas de que sólo usan los poetas; i por consiguiente sólo aquellas frases son poéticas, que sólo son familiares a los poetas, aunque se compongan de voces comunes. I esto lo repito porque ha llegado a tanto el atrevimiento de algunos, que convierten el púlpito en theatro. Pero no por esso se ha de abstener el orador prudente de leer algunos poetas los mejores; no tanto por el gusto de que se privaría como porque su lección fomenta mucho la eloquencia, según juzgó Theofrasto, escritor dulcíssimo, i Fabio Quintiliano, gravíssimo maestro del arte de decir. 178 No podemos negar que en las obras de los poetas se halla un admirable espíritu; en sus afectos, movimientos grandes; en las personas que introducen, el decoro o decencia correspondiente a cada una de ellas; en las palabras, nobleza; i en su estilo, magnificencia i sublimidad. Verdad es que los poetas que nosotros tenemos, en quien estas partes se hallen, son poquíssimos. Bastará leer a Garcilasso de la Vega, a Christóval Virués en su Monserrate, al padre maestro frai Luis de León, a los hermanos Leopardos, i a tal qual otro cuyas plumas no se ayan manchado en suciedades; i alabaría yo mucho al que entresacarse las mejores poesías de los más aventajados poetas españoles i nos diesse una media docena de libros en que no huviesse cosa que desechar.

155. Las frasis históricas casi siempre son propias del orador; aunque algunas leemos en don Antonio de Solís, de que no usaría el venerable padre frai Luis de Granada.

156. Los vocablos facultativos, propios de las artes i ciencias abstrahídas, no convienen a la oración, porque el orador deve hablar de manera que todos le entiendan; i para esto es necessario huir de formalidades, precissiones i otros nombres semejantes. En una palabra, el lenguaje del orador deve ser popular, aunque no vulgar.

157. La otra parte del romance consiste en el sonido de la pronunciación, porque no sólo se han de usar las voces que nadie puede reprehender, sino que se ha de governar también la lengua, el aliento i sonido de la voz.

158. Después de aver manifestado en qué consiste la perfección de la lengua española, es razón que veamos cómo se consigue. Lógrase oyendo, leyendo e imitando. Oyendo a los que hablan mejor; leyendo e imitando a los que han escrito más elegantemente. Con esto doi fin a la explicación de la perfección del romance.

159. Mucho más necessaria es en la habla la perspicuidad o evidencia, pues siendo el fin del orador el persuadir, mal podrá conseguirlo si no se deja entender. En todo deve lucir la claridad, pero mucho más en lo que por sí fuere más obscuro, como son los misterios de nuestra santa fe, en cuya explicación importa la evidencia de estilo o perspicuidad. Para lograr ésta, se requiere que los vocablos sean propios i usados, i [Pg. 97] que sólo signifiquen una cosa sin ambigüedad alguna. La demasiada brevedad o proligidad también suele obscurecer la oración; aquélla porque pide mucha atención, ésta porque la dissipa.

160. Últimamente, para que el discurso tenga perspicuidad no basta que sea claro en sí; también deve serlo en la composición i contextura de las palabras, a que solemos llamar colocación, porque cada una deve colocarse en su propio lugar. Esta colocación deve ser natural, porque, como diré después, nuestra lengua aborrece las trasposiciones. Tanto que, aun hablando de la poesía, que se usurpa tanta licencia en trasponer, dijo discretíssimamente un grande príncipe i famoso poeta lírico:

Confiesso que los latinos

usaron trasposiciones,

i partieron las dicciones

con trastornos peregrinos,

que son diversos caminos,

nacidos del propio idioma.

¿Mas ya quién licencia toma,

para vestir como el Cid,

o para usar en Madrid

el trage que usava en Roma?

161. También contribuye mucho a la perspiciudad no frequentar parénthesis o interposiciones largas, porque interrumpen el sentido; ni usar períodos prolijos, por más que en esto último se aya olvidado de su natural gravedad la lengua española. El lenguage de los niños es el más natural: ni abunda de parénthesis largos, ni de cláusulas prolijas; no tanto por falta de materia, pues vemos que de aquellas cosas que alcanzan hablan horas enteras; como porque usando de la brevedad, se esplican más fácilmente. No me gusta aquello que decía, no sé qué perversíssimo maestro, que obligava a los niños a que obscureciessen el lenguage i, practicándolo ellos, les solía decir: Mucho mejor: ni aun yo lo entendí. 179 ¡Quántos de éstos ai en el mundo! Sólo alaban lo que no entienden.

162. No basta que la dicción sea pura i perspicua, que es lo que causa la elegancia, sino que también son necessarias dos cosas: es a saber, cierta dignidad de las palabras i sentencias, i buena composición.

163. La dignidad de las palabras consiste en los tropos. La de las sentencias, en las figuras. Ya me parece que dige en otra ocasión que no deve pensar el orador en hacer determinadamente tal tropo, o tal figura, porque esso debilitaría la fuerza del discurso, sino que deve entender que quanto mejor usare de los tropos i figuras, tanto mayor dignidad tendrá su oración.

[Pg. 98]

164. La buena composición, esto es, la devida colocación de palabras i sentencias, requiere quatro cosas: ayuntamiento, orden, período i número.

165. El ayuntamiento, a que llamaron juntura los latinos, hace que la oración sea suave i blanda; o sonora i grande; o causa los contrarios efetos, si la materia de que se trata los pide. El ayuntamiento deve ser tal que agrade al oído. No deseo yo que el orador christiano se haca pueril. Sólo quisiera que evitasse la continuada multitud de vocablos de una sola sílaba que hace duríssima la contestura de la sentencia; i mucho más tales finales en vocablos que, juntas con las primeras de los immediatos, formen alguna palabra sucia o obscena. En lo demás bastará que el orador consulte su oído, que supongo bien templado con la lección de los libros más eloquentes, continuado egercicio i corrección desapassionada de algún amigo juicioso i libre en decir su sentir.

Lucrecio. Para esso no he visto yo hombre más ingenuo que u. m.

Fabio. Essa ingenuidad es la que me ha hecho mal, porque no se usa. Sin embargo, no permita Dios que yo profiera jamás otra cosa de lo que siento.

166. En el orden se ha de procurar que, quando se amplifique, vaya la oración de aumento i no en diminución, como sucedería si después de esta palabra sacrilegio se siguiesse esta otra latrocinio. Al contrario, si se apoca algo, deve seguir a lo más lo menos, como a juego juguete.

167. También se ha de procurar que preceda lo que por naturaleza o dignidad es primero, como nacimiento i muerte; día i noche; hombres i mugeres.

168. Dévense también colocar en primer lugar aquellos epíthetos o adgetivos que, si se pusiessen después, serían superfluos; i assí animoso deve preceder a magnánimo, i no al revés.

169. Imitar a los latinos en la colocación es cosa ridícula. Muchos han caído en este error. Miguel Cervantes en sus primeras obras fue uno de ellos. Su arrepentimiento i enmienda deviera hacer cautos a los demás. Pero no hallaron otro modo de conseguir el glorioso nombre de cultos, que por esse abuso passó a ser oprobio del estilo español. Por esso dijo bien el príncipe de Esquilache, don Francisco de Borja:

No es sentencia, si es oscura,

porque en darla lustre i ser,

colocar, no trasponer,

es verdadera cultura.

¿Quién puede igualarse con Virgilio? ¿Qué colocación más propia de la poesía latina, i más agradable, que aquélla en que dio principio a su Écloga primera?

Tytire tu patulre recubans sub tegmine fagi.

[Pg. 99]

Sin embargo, ¿no diríamos que sería un loco el que digesse en español aun en verso: O Títiro tú de la coposa recostado debajo del toldo haya? Si u. m. quiere reírse de semejante modo de composición, lea qualquier obra española de don Josef Antonio González de Salas, escritor harto erudito, pero en este particular afectadíssimo; i por esta causa, no sólo extravagante en el decir, sino también mui lóbrego. Sea pues regla certíssima que nuestra lengua no admite aquellas trasposiciones que la griega i latina. Por esso es tan propia por su claridad para tratar ciencias i cosas grandes. Assí como vamos hablando, nos van entendiendo; siendo assí que si se habla en griego, o en latín, está suspenso el ánimo del oyente hasta que la cláusula se acabe; i entonces, como de un golpe, se hace juicio sobre todo lo dicho. No assí en nuestra lengua, que sigue el orden natural, en el qual el sugeto o agente precede, síguese el verbo i después el atributo o término de la acción. Hablamos pues como pensamos.

170. En lo que toca a la dotrina del período seguiré un medio. Ni hablaré con la delicadeza que suelen los rhetóricos griegos i latinos; assí por ser muchos precetos suyos pueriles, como también impracticables en nuestra lengua, que es mucho más natural i por esto no sufre tan extremado artificio; ni tampoco me contentaré con decir lo que nuestros precetistas han escrito hasta el día de hoi. Entiendo aquí en nombre de período, no qualquier sentencia incluida desde su principio hasta que aya punto, sino (según Aristóteles) una oración que comprehende el principio i fin de alguna sentencia, redondeada de tal suerte, que de un golpe se pueda toda percibir, percibida mueva i deleite. Suele tener uno, dos, tres o quatro miembros. Si llega a cinco ya molesta, si no es que sean brevíssimos. El período perfeto consta de partes mayores i menores; aquéllas se llaman miembros, éstas incisos o artículos. Cada uno de los períodos siguientes consta de un miembro i dos incisos. No seremos christianos, si no imitamos a Christo. No seremos salvos, si no seguimos a Jesús. El siguiente consta de dos miembros i quatro incisos. Si he servido a la patria, que me ha sido ingrata; he hecho yo lo que devía, correspondiendo ella como suele. El mismo artificio pueden tener los dos primeros períodos, diciendo assí: Si no somos christianos, porque no imitamos a Christo; no seremos salvos, porque no seguimos a Jesús. Del mismo moda que formamos períodos de miembros, podemos formar incisos de períodos desta manera: No imitamos a Christo. No somos christianos. No seguimos a Jesús. No seremos salvos. Este modo de hablar se suele llamar cal sin arena, porque, aunque las sentencias entre sí sean consiguientes, no están unidas en la espressión, que es lo que da más golpe. De aquí nacieron los modos que llaman de decir, con incisos, o con miembros. En el uso de ellos quisiera un medio. Ni me gustan los períodos demasiado breves, porque quitan el aire a la oración, ni sobrado largos, porque fatigan la atención. A éstos llaman los griegos pneumata, i nosotros clausulones, nombre que indica el desprecio que se suele hacer de tan prolijos períodos. Aunque tal vez conviene la frequencia de éstos para la magnificencia del decir, de que dí muchos egemplos en mi oración [Pg. 100] de la puríssima Concepción. También son a propósito para enumerar egemplos, causas, efetos, definiciones descriptivas, en una palabra, para hacer inducciones. Assí yo, hablando de la Virgen, dige: "Porque Christo es hijo de Dios Padre (dejando aparte que es un mismo Dios) tuvo en el primer instante de su ser todas las perfeciones possibles; luego porque la Virgen Santíssima fue Madre de Dios, tuvo también toda prerogativa imaginable. Assí vemos que, porque esta Señora avía de ser Madre de Dios, fue su fe mayor que la de todos las patriarcas; su ilustración mayor que la de todos los profetas; su celo mayor que el de todos los apóstoles; su fortaleza mayor que la de todos los mártires; su dignidad mayor que la de todos los pontífices; su fidelidad mayor que la de todos los confessores; su retiro mayor que el de todos los monges; su pureza mayor que la de todas las vírgenes; su virtud mayor que la de todos los santos; su perfección mayor que la de todos los ángeles: luego su animación más perfeta que la de Adán i Eva, en que no huvo pecado; su concepción más dichosa que la creación de los ángeles.

"I verdaderamente, señores, assí lo manifiestan los efetos. Ninguna culpa huvo en María Santíssima, ninguna imperfección; una muchedumbre sí de privilegios. Concibió sin concupicencia; parió sin dolor; parió quedando tan limpia como antes; no se corrompió su cuerpo en su gloriosa assunción. En una palabra: se libró de las pensiones que son castigo del pecado original: luego ciertamente no incurrió en él."

171. Voi prosiguiendo a este tenor, pero no passo adelante por no detenerme mucho en citar propios egemplos. El hablar por incisos es mui a propósito para manifestar el desenfado: Si serví, si peleé, si trabagé, si vencí, hice lo que devía al rei; hice lo que devía a la patria, hice la que devía a mí mismo; i quien se desempeñó de tamañas deudas, no ha de esperar otra paga. 180 En este egemplo se ve que, quando se dice por incisos, no sólo se puede decir con cláusulas breves, vine, vi, vencí; sino también con largas; pero quando se use de éstas, es menester que sea natural la colocación para que vaya descansando el aliento, haciendo sus respiraciones, aunque leves, en los devidos intervalos, porque si no, se fatiga quien dice i quien oye. I esta es la causa por la qual los rhetóricos quisieron que el período se distinguiesse con miembros i artículos, i no se alargasse demasiado, porque teniendo sus respiraciones en los lugares convenientes, descansa con el orador la mente de los oyentes. Aunque aya pues uno u otro, el qual de un aliento pueda decir más que otros, no ha de hacer la cuenta de lo que él puede proferir sin respirar, sino de lo que los oyentes pueden oír sin fatigarse. Además de esto, los intervalos, o convenientes respiraciones, aunque sean leves, mantienen firme la voz, hacen las sentencias más agradables con la división i dan al oyente espacio para percibir bien las cosas i paladearlas. Últimamente, si se practica assí, es el período más claro, se imprime mejor i se conserva en la memoria con mayor tenacidad.

[Pg. 101]

172. La igualdad de los miembros suele hacer a la oración harmoniosa, pero si se practica en una o otra cláusula, no se ha de procurar en casi todas, porque sin la desigualdad i diferencia no puede aver arte. ¿Dónde avría arithmética, si iodos los números fuessen iguales? ¿Dónde geometría, si fuesse una misma la magnitud de todas las líneas i una misma la desigualdad de los ángulos? ¿Dónde avría estática, si no huviesse diferencia de peso? ¿Dónde música, si todas las voces fuessen unísonas? ¿Dónde poética, si todas las sílabas fuessen, o largas, o breves i entre sí consonantes? ¡Dónde pues hermosura de períodos, sin variedad de miembros! En el mundo ai montes, porque ai llanuras i valles. La variedad es la que hermosea a la naturaleza. La misma desigualdad de los períodos, comparados unos con otros, hace que unos resalten más que otros. Pues las cosas que se dicen son tan distintas, sean también distintos los modos de decir; proporcionados digo a lo que dice. El uso enseña toda esta dotrina i el oído la juzga.

173. También dejo al egercicio do componer i juicio de los oídos la suavidad del número, por el qual entiendo aquella consonancia harmoniosa que nace de la disposición i unión de las sílabas, palabras, incisos, miembros i períodos. El número, o es natural, o artificial. Este último, o es poético, o oratorio. Dejo el artificial poético para los poetas; i el artificial oratorio para los niños que estudian la rhetórica, o para los académicos que quieren imitar la escrupulosa diligencia de Isócrates, el qual, viendo que los oradores se oían con severidad i los poetas con deleite, fue el primero que hizo la prosa artificiosamente numerosa; 181 bien que en su vegez ya no fue en esso tan solícito. 182

174. En el orador christiano solamente deseo el número meramente natural; aquel número, digo, que no se solicita, sino que se viene a la oración del que está acostumbrado a leer lo mejor, haciéndola harmoniosa, de tal suerte, que los oídos que la apruevan no saben por qué. Verdad es que si bien se repara, esta harmonía nace de poner en práctica aquellas observaciones que casi todos saben; que se evite la aspereza de las letras, las palabras de gran boato, que se escojan según la sugeta materia, magníficas para las cosas magnificas, humildes para las humildes; que se huyan las cacofonías o malos sonidos. El lenguage español deve mucho a la naturaleza, poco al arte o industria; pero naturalmente los oídos apruevan las cláusulas llenas, echan algo menos en las vacías, se ofenden de las ásperas, se recrean con las suaves, se excitan con las vibradas como dardos, apruevan las firmes, advierten las cojas, desdeñan las redundantes. Con razón pues, dijo Cicerón, que el juicio de los oídos es mui sobervio. 183 I con razón devemos admirarnos de los que en vista [Pg. 102] de esto niegan el número en la oración española, no por otra causa, sino porque no saben en qué consiste. Pero devieran confessar una verdad expuesta a los sentidos. En todos ellos experimentamos que, mezclados los obgetos en cierto modo, son más agradables; lo mismo, pues, sucede en las palabras para que no faltasse al oído una tan grande perfección, que hasta los ignorantes alcanzan por estar expuesta al sentido.

175. Hasta ahora he propuesto los precetos generales de la elocución. Quedan por explicar los que enseñan el modo de variar el género de la elocución o carácter de decir, según la variedad de la materia i diversidad de movimientos del ánimo.

176. Este carácter es de tres maneras: magnífico o sublime; humilde o bajo; igual o mediano.

177. La magnificencia o sublimidad consiste en las sentencias, locución i composición. Las sentencias deven ser grandes, graves e ilustres; la locución, elegante i llena de dignidad; la composición, suave en el ayuntamiento o juntura, clara por el orden, sonora por el número.

178. A este carácter de decir se opone mucho otro carácter frío, que reina hoi en España. Su frialdad nace de las sentencias sobrado ponderativas; de la locución demasiado translaticia i figurada, llena de voces peregrinas i epíthetos impertinentes; i de la composición que, o totalmente carece de número, o le tiene tan afectado que parece poético i por esso pueril i ridículo. En nuestros días hemos vista que, aviendo hecho cierto predicador una descripción en octavas reales, el auditorio estuvo mui atento a la novedad i, acabada de referir, la celebró a carcajadas.

Lucrecio. Merecido vitor.

Fabio. Degemos esto, que es más digno de llorarse que de contarse.

179. Síguese el otro caracter de decir, esto es, el estilo tenue, cuyas sentencias son febles i delgadas; la locución pura, perspicua, probable i enemiga de palabras ambiguas, i la composición evita la longitud de los miembros.

180. A este modo de decir se opone el carácter árido, en las sentencias, palabras i composición.

181. Últimamente el carácter mediano o igual tiene una naturaleza media entre el humilde i magnífico. Sus sentencias ni son altas ni bajas; las palabras ni magníficas ni humildes; la composición agradable sin estudio.

182. El carácter opuesto al mediano es fluctuante; porque por huir del árido se levanta demasiado, i por evitar el inchado i entumecido se abate sobrado. San Agustín decía que aquel sería eloquente, que podría decir las cosas pequeñas con estilo sumiso, las medianas con templado, las mayores con grande. 184 [Pg. 103] 183. Lucrecio. Yo conozco que ai essa variedad de estilos, i si la veo la distingo; i assí reconozco que Virgilio nos dio el egemplo en los tres estilos. Refirió con estilo sencillo los razonamientos de los pastores; con el mediano las cosas de 1a naturaleza; con el sublime celebró a su héroe. Pero no sé cómo practicar essa diferencia, contentándome con el estilo que, naturalmente, se me ofrece sin saber variarlo.

184. Fabio. Me parece que u. m. quiere otra esplicación de la variedad de los estilos que la que han dado los rhetóricos. Veré pues si puedo declararme de otro modo. Puede uno hablar bien o mal. Supóngole enmendado con el conocimiento de los precetos del arte oratoria, con el egercicio i corrección de algún amigo inteligente. Este tal hablará bien en la conversación; algo mejor escriviendo de pensado; mucho mejor poniendo su mayor atención i diligencia. Vea pues u. m. en uno solo tres estilos, todos buenos, uno mejor que otro progresivamente. El egemplo le tenemos en Cicerón. En sus epístolas, principalmente en las que dirigió a sus domésticos en el libro diez i seis, usó del estilo verdaderamente familiar. No se entretenía en pensar; escrivía sin meditación, lo más aprisa que podía, i escrivía como hablava, pero bien, por la buena costumbre de hablar i de escrivir. En las otras cartas, o de mucha importancia o que se huviessen de manifestar a alguno, o en que él quisiesse ostentar su habilidad; en sus diálogos oratorios, en los libros de officiis i otros filosóficos, usa de un estilo mucho mejor; en fin, escrito con meditación i diligencia. En sus oraciones echa el resto de su eloquencia poniendo en ellas mucha mayor meditación, estudio, aplicación i conato. No quiero decir que todo el estilo de sus oraciones sea sublime, sino que el carácter de decir, hablando por lo general, es en ellas más sublime que en las otras obras. Nunca es tan humilde como el de las cartas familiares del libro diez i seis, pero no siempre elevado de una misma manera. La materia misma prescribe quál deve ser el estilo. El que trata magníficamente las cosas medianas i medianamente las magníficas manifiesta su poco juicio en el conocimiento de ellas. Vitruvio, arquitecto ilustre del emperador Augusto, advirtió 185 que en las fábricas de los templos se devía manifestar el carácter del dios a quien se avía de dedicar. Assí, decía que a Minerva, Marte i Hércules se avían de hacer templos dóricos, porque a dichos dioses por su valor se les avían de fundar edificios sin delicias; a Venus, Flora, Proserpina i a las ninfas de las fuentes, de orden corinthio, porque por su terneza pedían obra más florida i adornada; a Juno, Diana, Baco i otros dioses semejantes, de orden jónico, teniendo cuenta con la medianía entre la severa costumbre de los dóricos i la terneza de los corinthios. Pues si Vitruvio deseava esta proporción en los edificios, ¿quánto más se requiere en los estilos, según lo pida el argumento?

[Pg. 104]

185. Si mi vota se huviesse de seguir, yo escluiría de la oración el estilo ínfimo i demasiado familiar, digo el absolutamente bajo. Ordinariamente me valdría del mediano que es mui bueno para instruir. Como es sencillo, tiene claridad en el discurso, propiedad en los términos, exacción en la frasi, elegancia en la composición, un aire no afectado, sino natural, i gran dulzura. De el estilo sublime me valdría para celebrar a Dios i a sus santos, para engrandecer la virtud i hacerla amable, para envilecer el vicio i hacerle aborrecible. Este estilo grande i sublime pide gran conocimiento de los afectos i gran prudencia i habilidad para excitar los que convienen. Es más figurado que los otros i por esso pide mayor destreza; porque se deve entender que las figuras no son como el alimento ordinario, sino como la sazón de él. Han de ser como la luz, que alumbren i no ofusquen la oración: la multitud de ellas alucina, como el sobrado golpe de luz. Ai algunos que quieren que sus escritos sean como el Testamento Viejo: todo figuras. Es cierto que sin ellas no podemos hablar, pero no todas son del caso: las que más se deven frequentar son las de sentencia:

Que el jugar del vocablo es triste seta.

Como juiciosamente decía un gran poeta aragonés. 186

186. Lucrecio. Mucha luz me ha dado u. m. en esta su distribución de los estilos, i ya entiendo mejor el modo i ocasión de practicar el sublime.

187. Fabio. Acabaréme de esplicar resumiendo lo que escrivió Dionisio Longino, perspicacíssimo crítico, cuya principal dotrina se reduce a esto.

188. El discurso es grande o sublime por la elevación del entendimiento, por la pathétíca, por la configuración, por la expressión, por la composición de las palabras con toda su magnificencia i dignidad.

189. La elevación del entendimiento, si se considera naturalmente, es el fundamento de toda sublimidad, pero es más digna de desear que de conseguir; si artificialmente, se logra uniendo en un cuerpo muchas circunstancias, esto es, las personas, causas, lugar, tiempo i modo, las quales juntas contribuyen a la sublimidad.

190. La pathética es aquel enthusiasmo o vehemencia natural que anima a la oración i le da un vigor maravilloso. Esta vehemencia es estupendíssima en todos los profetas, singularmente en Isaías i Ecequiel. San Pablo también manifiesta en su decir una moción inimitable.

191. La configuración es la mezcla de varias figuras que mueve mucho, comunicándose las fuerzas unas a otras con cierta especie de confederación; aumenta la gracia i adorno de la oración i la hace admirable por una agradable variedad bien ordenada.

[Pg. 105]

192. La nobleza de la expressión consiste en que las palabras sean escogidas: comunes sí e inteligibles de todos, pero no vulgares, ni viles, i mucho menos obscenas. Deve pues el orador estar bien instruido en el común modo de hablar de los hombres de juicio i discreción para evitar de esta suerte el decir algunas palabras o locuciones que, aunque en sí sean honestas, las ha torcido la malicia de los profanos a significación indecente. Porque si a uno se le escapa algo de esto, el honesto se colorea, el desvergonzado se ríe i unos i otros pierden el fruto de lo que se dice, aunque sea bueno.

193. Si el estilo es sublime o no, se conoce por los efetos. Aquel estilo es sublime, que da gran golpe a todos los oyentes i por esso le oyen con un silencio animado, vivo i atento. Parece que el alma crece i que se levanta el pensamiento; el corazón se ensancha i llena de tal gozo como si dél saliesse aquello mismo que se dice: se admiran los oyentes, se sienten dulcemente arrebatados i se ven obligados a dar assenso a lo que se persuade, movidos de una fuerza al parecer invencible. Qualquiera que no logre estos efetos no se desvanezca en pensar que su estilo es sublime.

194. Añadir más, respecto de la elocución, me parece que sería abusar de la paciencia de u. m. Fuera de que ya hemos tratado sus tres partes, es a saber: elegancia, dignidad i composición. Cuya esplicación nos ha hecho ver que la elegancia hace que se hable con claridad i evidencia; la dignidad con palabras i sentencias bien adornadas; la composición con suavidad i dulzura.

195. No basta que ponga el orador todas estas diligencias; es menester también que cuide de la pronunciación o acción. Decía Demósthenes que la pronunciación hacía en el arte de decir el primero i segundo i tercer papel. 187 El fue tan diestro en ella que admirando los rhodios una oración suya les dijo Esquines, su gran competidor i enemigo: Pues ¿qué juzgaríais, si le huviesseis oído? 188 Cicerón también es de sentir que sin ella un orador consumado es lo mismo que nada, i instruido en ella, uno mediano puede aventajarse a los más consumados. 189 El padre Antonio de Vieira, cuyas oraciones, aún leídas, admiran a qualquiera, fiava tanto de su pronunciación que no dudó afirmar que sus borrones (assí llamava él a sus sermones) sin la voz que los animava, aun resucitados serían cadáveres. 190 Cada día leemos oraciones, verdaderamente frías que, pronunciadas por el que las dijo, inflamaron el ánimo de sus oyentes. ¿Pues qué no hará la pronunciación si la oración en sí es persuasiva i eficaz? Entiendo aquí por pronunciación una conveniente conformidad de la voz i gesto, según las cosas i palabras. Consiste mucho en la memoria, que es una firme comprehensión de cosas i palabras: [Pg. 106] porque si no se habla de memoria, no tendrá tanta fuerza i gracia la pronunciación, ni los oyentes admirarán tanto al orador. Considerando el venerable i eloquentíssimo padre Pablo Señeri la gran importancia de orar de memoria, ponía en esso gran cuidado i diligencia. Por esto juzgo yo que son tan pocas sus oraciones, aviéndose empleado en orar casi toda su vida. No tenía reparo de repetir en diferentes lugares una misma oración. Valíase de ellas como de armas experimentadas: assí como David de su honda.

196. El mayor socorro de la memoria es el buen orden de las cosas; el mejor modo de facilitarla es egercitarla.

197. Las partes de la pronunciación son dos. La una tira a formar la voz; la otra al movimiento del cuerpo. Aquélla halaga a los oídos, ésta a los ojos; aquélla le dio el nombre de pronunciación, ésta de acción.

197. Los precetos de estas partes, o son generales que atienden a ambas, o especiales que sólo miran a una de ellas. Del primer género es este preceto, que no se soliciten con sobrado ahinco las delicadezas de la pronunciación o acción. Por afectarlas tanto Filisco se hizo aborrecible al emperador Antonino que, porque en la voz i gesto era afeminado, no quiso concederle la immunidad de que gozavan otros rhetóricos. 191 Quinto Hortensio fue tan extremado en esto, que Isopo i Roscio, representantes mui célebres, el uno de tragedias i el otro de comedias, acudían a oírle para aprender el gesto. 192 Llamávanle por burla Dionisia, que era una gran danzadora de aquellos tiempos. 193 Quiera Dios que hoi no aya algunas Dionisias. Pero aunque las aya, el arte no deve despreciarse; sí solo desear en su uso la moderación devida; porque assí como la afectación del arte se opone a la gravedad, assí su negligencia hace a la oración austera i rústica. Si en el ánimo ai movimientos, como ciertamente los ai, ¿por qué no los ha de manifestar la diferencia de la voz i gesto?

198. Los precetos, que sólo pertenecen a la voz, o miran a toda la oración o a parte de ella. Los primeros son o a cerca de la calidad o cantidad de la voz. En quanto a la calidad de la voz se ha de cuidar que sea clara i varia. El padre maestro frai Luis de Granada comparava las oraciones de los que no varían la voz a las que dicen los ciegos mendicantes. 194 Cada género de afecto tiene su propio modo de espressión, aquella de que usan los hombres cuerdos en el trato común. También se ha de cuidar que la voz no sea demasiada precipitada, sino que se profiera con alguna pausa, no afectada; porque es gran vicio escucharse, como también enhuequecer la voz, indicio de sobervia o demasiado amor propio.

[Pg. 107]

199. En quanto a la cantidad de la voz se ha de procurar que se levante o bage, según la muchedumbre de los oyentes i capacidad del lugar. Pero ni ha de levantarse ni bajar a un total estremo, porque si se grita demasiado ai peligro de romperse, i si la voz es mui baja, no tiene vigor ni fuerza. Cicerón se quejava de que los oradores en su tiempo, no tanto hablavan como ladravan. 195 Si viviesse hoi, quizá diría lo mismo de muchos, i añadiría de algunos otros: que hablan en secreto.

200. Los precetos que sólo pertenecen a la parte de la oración o miran a la mayor parte de ella o a la menor. En lo que toca a las partes mayores, en el exordio se usa de la voz más sumisa, pero de manera que todos los oyentes la perciban bien: porque si no ¿de qué sirve para muchos lo que se dice? Después la voz se va levantando. En la narración ha de ser más llena i clara; en la prueva más acre; en la conclusión más comovida, porque entonces so pelea por la vitoria.

201. En lo que toca a las partes menores, todas las palabras se han de pronunciar articuladamente, i las enfáticas con énfasis; las cosas grandes con magestad, las atroces con voz comovida i alterada. Se persuade con voz grave; se alaba con magnífica. En la indignación se usa de voz apresurada i a veces interrumpida; en la compassión de flexible; en la sumissión de blanda. Por último, cada mutación de ánimo pide su voz particular, cuyas diferencias se estudian mejor que en los libros en el trato humano, siendo la naturaleza la mejor maestra; porque según observó el sapientíssimo padre maestro frai Luis de Granada, 196 todos los precetos de pronunciación que nos dieron los rhetóricos tiran a un solo fin, i es que hablemos como dicta que se hable la misma naturaleza i el común i natural modo de hablar, del qual el que se aparta, assí como va contra la naturaleza, va también contra el decoro. Porque toda la observación del arte no hace otra cosa que exprimir este natural modo de hablar, i en esto, dice el mismo padre maestro que yerran enormemente los que juzgan que la voz ha de ser de diferente calidad quando predican que quando hablan; siendo assí que la misma naturaleza pide en uno i otra caso el mismo modo de pronunciar, con sola esta diferencia: que quando hablamos es la voz más sumissa; mas quando predicamos por la amplitud del lugar i multitud de los oyentes, se ha de levantar más para que todos la oigan. I assí es mui digno de admiración que aya tan pocos predicadores que en este particular sigan a la naturaleza como guía, pareciendo a primer vista que no ai cosa más fácil que seguir la guía i movimiento de aquella que nos es natural. Todo esto que he dicho de que la voz del predicador ha de ser mui natural, es dotrina del sabio maestro el padre Granada, 197 el qual, deseando esplicarse más en este assunto, añadió un caso chistoso que le sucedió con un novicio. Éste le suplicó que le oyesse al tiempo de predicar para advertirle después lo [Pg. 108] que juzgare digno de enmienda. El novicio dijo su sermón (que avía estudiado al pie de la letra) sin variedad alguna de la voz, assí como si recitasse de memoria algún salmo de David. Acabado el sermón, al bolver a casa el maestro Granada, vio en el camino a dos mugercillas que porfiavan i se reñían agriamente, las quales, como hablavan movidas de varios afectos de ánimo, también mudavan con frequencia los tonos i retintines de la voz, según pedía la variedad de los mismos afetos. Entonces el padre Granada, con reflexión mui prudente, dijo a su compañero: si aquel predicador huviesse oído a estas mugercillas i huviesse imitado este modo de pronunciar, nada le faltaría para la perfeta acción, de que del todo está destituido. Assí pues como los pintores para pintar algún árbol, alguna avecilla o otra cosa semejante, consultan a la naturaleza, assí el orador, para pronunciar como deve, ha de observar el común modo de hablar de los hombres, i singularmente de aquellos que hablan mejor i con mayor dignidad, procurando imitarlos.

202. Deve acompañar a la voz el movimiento del cuerpo, acerca del qual ai dos maneras de precetos. Los unos son morales i pertenecen a la civilidad de las costumbres, como no imitar las orejas del asno, no hacer higas, ni semejantes acciones indecorosas i quizá torpíssimas, de las quales se hace tal vez un malíssimo hábito en el común trato de los hombres; i después se manifiesta en el púlpito con gran indecencia i escándalo.

203. Los otros precetos son rhetóricos que no miran a toda la vida, sí sólo a la oración que es a propósito para persuadir.

204. Los primeros se aprenden en la filosofía moral i los defetos contra ellos se abominan en la vida civil. Pues u. m. está tan bien instruido en ella, me contentaré con decir que quisiera que el vestido i porte esterior ni pareciesse propio de filósofo cínico por lo extravagante i ridículo, ni de filósofo platónico por la afectada pulidez. Viéneme a la memoria lo que pocos días ha leí en 1a vida que escrivió del venerable maestro Juan de Ávila el licenciado Luis Muñoz, a cuyos piadosos escritos soi aficionado. Dice 198 que el venerable dotor Diego Pérez Valdivia, siendo mozo i recién ordenado de evangelio, comenzó a predicar, i deseoso de oír algunos sermones (como lo hacen todos los principiantes que desean aprovecharse) fue a Sevilla para oír en aquella gran ciudad algunos predicadores. Entre otros oyó en la Iglesia Mayor al dotor Constantino, el qual no hizo sino predicar de la prisión de Christo con notables afectos, haciendo gran ponderación en cada punto, con gran moción de los oyentes. Vio que acabado el sermón le aguardava una mula mui adornada con pages i lacayos, i además de esto iva él crugiendo seda. Fue el dotor Diego Pérez a visitarle a la tarde, vio la casa adornada de ricas colgaduras, los muebles preciosos, los diurnos i breviarios hechos una asqua de oro sobre ricos bufetes, i como estava hecho [Pg. 109] a la pobreza de su maestro el venerable Ávila, i mui enseñado por él que avían de concertar las obras i palabras del predicador, reparó que sermón de tanta passión de Christo i tan poca mortificación en la persona i casa olía a herege luterano. Fue después a Montilla a ver a su maestro. Preguntóle éste qué predicador avía oído. Dijo que al canónigo Constantino. Mandóle que digesse lo que le avía parecido. Respondióle que mal, porque el sermón avía sido todo predicar de la passión de Jesu Christo, i la vida era relajada; i concluyó que le parecía dicípulo de Lucero. Añadió entonces el V. maestro como si fuesse oráculo: Hijo, en la vena del corazón le avéis dado. Pocos días después prendieron a Constantino por herege luterano i como tal le castigó la Inquisición. He referido esta por el porte esterior, que siempre es indicio de la interior disposición del corazón. Quisiera pues que fuesse el orador christiano como decía Plinio el menor que le parecía cierto filósofo llamada Eufrates, a quien él vio en la Siria. Refiere de él 199 que era mui amable porque se dejava tratar de todos professando aquella afabilidad que mandava que se practicasse. Hablava con gravedad i dulzura, era bien dispuesto, de buenas facciones i aspecto venerable. Su semblante ni era de horror ni de tristeza, pero estava lleno de severidad, de modo que qualquiera le tenía respeto, pero no miedo. La santidad de la vida (habla Plinio de un filósofo gentil) era suma, la cortesanía igual. Perseguía los vicios, no los hombres; i no tanto reprehendía a los que erravan como los mejorava. Para parecer tal como éste, es menester serlo, si no quiere ser uno vilíssimo hipócrita. Por esso Séneca aconsejava a Lucilio 200 que en el porte i género de vida no imitarse a aquellos que más desean ser vistos que aprovechar. Decíale que evitarse todo lo que hace estravagantes a los hombres en el porte i manera de vivir: que atendiesse que harto odioso era el nombre de filósofo, aunque se procurarse sostener con modestia. Deseava pues que, siendo en el ánimo mucho mejor que qualquiera del pueblo, pareciesse en el porte esterior como qualquiera del pueblo: porque de otra suerte se auyentan los que se desean emendar, i los que no se atreven a imitar tanta austeridad cobran horror a la virtud i quieren imitar mui poco. La filosofía moral (i mucho más la christiana) lo primero que promete es el sentido común, la afabilidad i comunicación, de cuya professión aparta la desemejanza de la vida. Ninguno más comunicable que Jesu Christo Señor nuestro: sus delicias eran tratar con los hombres para mejorarlos, tanto, que a muchos ciegos no parecía Dios, porque les parecía sobrado hombre. El orador christiano ha de ser tal que pueda decir con san Pablo: 201 Sed imitadores de mí como yo soy de Jesu Christo. Lo qual se deve entender, no sólo del porte interior, sino también del esterior.

[Pg. 110]

205. Los otros precetos rhetóricos, unos miran a todo el cuerpo, otros a cierta parte del cuerpo. A todo el cuerpo pertenece la postura que éste deve tener que, según se estila en España, deve ser en pie, sino es que se tenga alguna platiquilla que se acostumbre decir estando sentado. La postura deve ser derecha i levantada; pero no enhiesta i arrogante a lo jaque. Si los oyentes coronan al orador a manera de medio círculo, como de ordinario sucede, puede bolverse ya a un lado ya al otro con un movimiento varonil i no de saltimbanco, procurando no dar las espaldas al altar mayor ni a las personas públicas que assistan; ya se supone que si está patente nuestro Amo, deve estar desbonetado o sin la capilla puesta. El rostro, con el qual deven conformarse la frente i ojos, deve según lo que se trata, estar alegre, triste, apacible, amenazador, levantado, inclinada; levantado en ademán de quien espera; inclinado como quien se confunde. Yo he pensado varias veces que el venerable i eloquentíssimo padre Pablo Señeri, aviendo de predicar aquel excelente sermón de la predestinación, antes de decir palabra alguna, se puso en aquel género de postura que, según su prudencia, le pareció más natural para manifestar mejor las zozobras de su triste corazón i la atención de un ánimo sumergido en un pensamiento tristíssimo. I assí me persuado que, aun antes de hablar, ya movió el auditorio a una grande expectación. Estos lances son para pocos. Los hombros no se han de levantar; los brazos no se han de alargar sino en los afectos vehementes, i al contrario, se han de encoger en las remissiones del ánimo. Si se trata alguna cosa más especial, se esplaya el brazo derecho al lado derecho. Del brazo izquierdo se ha de usar raras veces i de ordinario, no de otra manera, sino como quien forma un ángulo a manera de regla. La mano empieza bien su movimiento del lado izquierdo i le para en el derecho. No se ha de levantar más arriba de los ojos, ni bajar más allá de la cintura. El gesto no ha de esprimir las palabras, que sería afectación, sino la sentencia. Los dedos no han de formar posturas indecentes. Herir los muslos es cosa de entremés. El golpe de pechos sólo parece bien quando le usó el publicano, 202 esto es, quando se pide a Dios misericordia. Dar patadas en el púlpito es contra la gravedad del orador. Las palmadas no sé que tengan fuerza para persuadir. En suma este cuidado de la acción se deve poner al principio, quando uno empieza a egercitarse, i entonces la regla del gesto deve ser un amigo fiel, inteligente i no afectado en la quironomía o lei del gesto, el qual note los vicios con libertad. Después en el púlpito no se ha de pensar en la acción, sino en persuadir lo que se dice.

206. Señor Lucrecio, si u. m. quiere que le diga la verdad, yo estoi ya cansado de referir tantos precetos; temo que u. m, lo estará mucho más de oírlos.

[Pg. 111]

Lucrecio. Yo sólo siento que u. m. se aya fatigado. Quiera Dios que retenga en mi memoria tan provechosa dotrina i que sepa valerme de ella.

207. Dicho esto se movieron varias especies sobre noticias literarias, i después de una agradable i honesta conversación, se despidió Lucrecio manifestando quánto deseava la sessión de la noche siguiente para oír el fácil modo de practicar tan provechosos precetos.

EL ORADOR CHRISTIANO

DIÁLOGO TERCERO

1. Lucrecio. Señor Fabio, tenga u. m. buenas noches.

Fabio. Assí las logre u. m., señor Lucrecio. ¿I pues? ¿Qué me dice u. m. de nuevo?

Lucrecio. No he cuidado de otra cosa, sino de ir rumiando la multitud de especies que he oído a u. m. estas noches, i no bien digeridas en mi mente, vengo a oír otras tantas.

2. Fabio. No, amigo. Menos son las que quedan por decir; porque no me falta otra diligencia sino contraher a la práctica de orar christianamente algunos precetos, los más difíciles de poner en egecución; porque ha de saber u. m. que ésta es una arte como todas las demás, en las quales más aprovechan pocas reglas fácilmente practicables que muchas difíciles de egecutar. Atendiendo a esto he procurado estas noches no entretenerme, ni hacer perder a u. m. el tiempo, en precetos pueriles cuya ignorancia tengo por más provechosa que su conocimiento. Quiera Dios que en lo que me queda por decir no imite yo a los malos poetas cómicos, cuya arte i diligencia suele flaquear en la última jornada. El assunto es importantíssimo. Espero que Dios me assistirá.

3. Siguiendo el orden de anoche, el género instructivo es el primero de que se nos ofrece hablar. A él pertenece la explicación de los misterios de nuestra santa fe, de los quales unos sólo miran a Dios, como el misterio de la Santíssima Trinidad, esto es, tres Personas divinas verdaderamente distintas, siendo las tres un solo Dios, infinitamente bueno, sabio i poderoso. La mayor parte de los otros mira a la Encarnación del Hijo de Dios i a las maravillas que se dignó obrar en la tierra para redimir de la esclavitud del demonio al género humano i hacer más gloriosa su redención. Los otros misterios miran a su benditíssima Madre i Señora nuestra, la Virgen María. Entendemos pues en nombre de misterios, no sólo aquellas verdades altíssimas que alcanzamos por la fe i son el fundamento de nuestra religión, como la Santíssima Trinidad, la Encarnación del Verbo, esto es, el Verbo Divino que es verdadero Dios hecho hombre verdadero, sino también los principales hechos i acciones divinas que se han obrado en la economía de nuestra redención, como el nacimiento de Jesu Christo, su circuncisión, transfiguración, passión [Pg. 112] i muerte, resurrección, ascensión i santíssimo sacramento, cuyo día se suele llamar Día del Señor i, comúnmente, la Fiesta de Corpus Christi; la qual fue instituida para regocijo de los fieles i desagravio de las injurias hechas por los hereges al augustíssimo sacramento, últimamente la venida del Espíritu Santo.

4. Entendemos también en nombre de misterios aquellas admirables acciones que Dios obró para exaltar sobre todas las puras criaturas a su santíssima Madre, como su concepción sin mancha de pecado original, su natividad, la anunciación de que avía de ser verdadera Madre de Dios, su assunción o celebración de su dichosíssima muerte i también las acciones que esta soberana Señora obró por inspiración divina i en orden a nuestra salud, como su visitación a su prima santa Isabel i su purificación a fin de obedecer la lei escrita 203 i manifestar aquel inefable i tan esperado consuelo de los justos.

5. Últimamente, también pertenecen a esta classe de misterios (puesto que la Iglesia assí los llama) aquellas partes o accessíones de los referidos misterios, a cada una de las quales nuestra Madre la Iglesia destinó su día, para excitar mejor con diferentes invocaciones la devoción de los fieles. Tales son la Adoración de los Magos, cuya fiesta comúnmente llamamos el día de los Santos Reyes, en el qual también se hace memoria del bautismo que Jesu Christo recibió de san Juan, i de su primer milagro. Tales son también el nombre de Jesús i sus grandezas. La sacratíssima sangre de Jesús, precio inestimable de nuestra redención; la exaltación de la cruz, instrumento de ella i memoria de su passión; el dulcíssimo nombre de María i sus maravillas. En una palabra: todas las verdades que se celebran en las fiestas consagradas a Dios o a María Santíssima. I si quiere u. m. incluya también debajo del nombre de misterios todos los artículos de nuestra santa fe, cuya verdad creemos, cautivando nuestro entendimiento en obsequio de ella, no por humana persuasión. I assí su esplicación i amplificación no pertenecen al género deliberativo en quanto son tales verdades, sino en quanto importa persuadir el fruto que se saca de ellas, meditándolas i conformando nuestras costumbres con la fe de ellas. Según esto, no me apartaré de sentir i decir que un mismo misterio, considerado a dos visos, puede pertenecer al género instructivo i deliberativo. Pero el buen méthodo pide que cada cosa se trate separadamente, i assí lo haré.

6. El predicar de misterios tiene gravíssima dificultad por la gran falta que ai en este género, assí de ideas como de precetos. Porque primeramente los oradores profanos, que fueron los que más perficionaron la eloquencía artificial, no nos dejaron egemplar alguno del modo de predicar los misterios, porque por su desgracia no los alcanzaron. Verdad es que la theología gentil tuvo también sus misterios, pero, o se reducían a unas verdades puramente naturales o morales, encubiertas por sus poetas con el velo de la ficción e infinidad de embustes; i para [Pg. 113] persuadir al vulgo aquellas supersticiones i idolatrías, no era menester más predicador que la interior sugestión del diablo i la suavidad i dulzura con que en vasos de oro davan a bever los poetas el más pestífero veneno. De los profanos pues ni tenemos oración alguna que nos pueda servir de modelo para predicar los misterios de nuestra sagrada religión, ni tampoco precetos de que valernos.

7. Los Santos Padres tiraron a esplicar los misterios familiarmente, como por modo de conversación, que esso quiere decir homilía en griego i sermo en latín. Cada uno habló según la abundancia de su corazón, según su genio i celo. Tal vez se ponían a probar los misterios para convencer a los hereges i afirmar a los fieles en la fe. Al día de hoi en un auditorio cathólico más se han de suponer que probar.

8. Lucrecio. Pues u. m., en su oración de la Puríssima Concepción, ¿por qué tiró a probar al misterio?

Fabio. Porque mi designio fue persuadir que, siendo la concepción de María sin pecado original, una verdad tan cierta, creída i venerada de todos los fieles, se instasse al Sumo Pontífice la definición ex cáthedra. I quatro días ha hemos visto que el rei nuestro señor, todos los obispos i arzobispos, cabildos, eclesiásticos i seculares, religiones i universidades de España han hecho a su Santidad la referida súplica, aviendo yo tenido la honra de aver escrito la carta que embió esta insigne i sabia Universidad, que en las glorias de María Santíssima siempre se ha manifestado mui interesada.

Lucrecio. Apruevo el hecho de u. m. aunque lo reprendieron algunos.

Fabio. Yo no hago caso de tales reprehensiones; antes me río de ellas i tal vez me compadezco de quien las hace. Bolvamos al intento.

9. Tampoco nos dejaron los Santos Padres bastante copia de precetos, para formar según ellos una oración perfeta de misterio. Devemos, pues, inquirir quál sea el modo más exacto. Pero como la naturaleza deve preceder al arte, no siendo ésta otra cosa sino una observación de las perfecciones de aquélla, reducida a méthodo, devemos atender primero qué oraciones son las más perfetas en este género, para sacar las reglas de la misma práctica, añadiendo otras de prudencia, deducidas de la naturaleza de las cosas.

10. No podemos negar que, en los dos siglos passados i principio de éste, ha avido i ai eloquentíssimos hombres. Los primeros oradores, pues, los más sabios, digo, i más celosos, aquellos que en el conocimiento de la oratoria gloriosamente compitieron con los oradores gentiles de primera classe i en la piedad imitaron a los Santos Padres, como un padre Luis Burdelú, un padre Pablo Señeri i otros semejantes, cada uno según su rumbo, se hizo cargo de que estableciéndose la fe a los principios con la predicación de los misterios, es necessario que se mantenga después, acordando su necessidad i grandeza, i el fruto de su meditación i veneración; pues no por otra causa la Iglesia consagra sus días a ciertos misterios, sino para que los celebremos i meditemos con gran provecho nuestro.

[Pg. 114]

11. Toda la dificultad, pues, de una oración de misterio consiste en persuadir que se conformen las costumbres con la fe; en explicar, digo, el misterio, de tal manera i excitar el ánimo de tal modo, que no sólo quede ilustrado el entendimiento con el conocimiento de tan divinas verdades i de los motivos que tuvo la Iglesia para instituir las solemnidades en que aquéllas se celebran, sino también mejorada la voluntad, con el deseo de obrar como quien las cree.

12. El conseguir este fin depende de la idea. Entiendo en nombre de idea, la proposición que rige todo el discurso i que es su planta i traza. Si dicha proposición sólo contiene una explicación theórica del misterio, será sólo discurso theológico i no oración, faltándole el fin que es la persuasión. Si sólo contiene alguna verdad práctica, será oración deliberativa, o moral, no de misterio; i se faltará a la obligación del día i expectación de los oyentes, que acuden a celebrar el misterio según el espíritu de la Iglesia.

13. La idea, pues, o proposición que se ha de amplificar, deve contener uno i otro; explicación de misterio, para que sea discurso de misterio; i alguna verdad práctica, para que, persuadiéndola, sea el discurso oración. De aquí nace la dificultad en conservar aquella unidad que requiere toda oración; pues es cosa mui ardua aver de explicar el misterio i la instrucción moral.

14. Esta dificultad se vence de dos maneras. Primeramente separando unos misterios de otros, como el nacimiento del Salvador, de su encarnación; la natividad de nuestra Señora, de su concepción; cuya semejanza suele engañar, haciendo multiplicar los themas i confundirlos, como si fuessen uno, siendo en la realidad diferentes.

15. Segundariamente se vence, procurando que la instrucción i persuasión moral no salgan de lo genérico de una virtud o vicio. I advierto mucho que esta instrucción ha de ser de grande importancia para que diga respeto decoroso a la grandeza del misterio. I por quanto el misterio i la instrucción han de formar un cuerpo, conviene que la instrucción moral que se introduce se acomode al misterio naturalmente. I assí en los misterios en que, el Hijo de Dios nos ha dado muestras más sensibles de su inmenso amor, más se deven excitar movimientos afectuosos que obliguen a amar su infinita bondad, que causar horrores con las terribles amenazas de la ira de Dios. Va el oyente a regocijarse con los pastores i ángeles del nacimiento del Señor, sepa el bien que le vino; sea toda ternura. Va con los príncipes magos a adorar a Dios; quépale parte de tanta dicha. Va la semana santa a oír la passión del Hijo de Dios; aflíjasse con Jesu Christo; el jueves quede informado i obligado de la institución del sacramento; el viernes, a vista de la muerte de Jesús, muera al pecado i viva a la gracia; el sábado, viendo enterrado a Jesu Christo, sepúltese con él en el propio conocimiento, para resucitar por su gracia a la vida del alma i celebrar su pasqua con el devido regocijo. El corazón del hombre muchas veces más se rinde obligado de la memoria de los beneficios i misericordias de Dios, que aterrado con los juicios i venganzas divinas.

[Pg. 115]

16. En los ochavarios conviene variar las instrucciones morales, para que reluzga mejor la grandeza del misterio considerado a diferentes luces; para que unos mismos oyentes no se enfaden de la uniformidad; i para que la misma variedad aproveche más a la diversidad de gentes que concurren. De esta suerte Cicerón (bien que en el género judicial, pero para el caso es lo mismo) procuró variar las acusaciones contra Cayo Verres; porque en la oración tercera trató de las maldades que Verres cometió en su questura i legacía i pretura urbana; en la quanta, de las que cometió en la jurisdicción de Sicilia; en la quinta, de los agavillamientos del trigo; en la sexta, de los hurtos de las estatuas; en la última, de la crueldad en los castigos.

17. Hecha la propuesta con la mayor claridad, se ha de amplificar, manejándola diestramente i llenándola con los materiales que supongo prevenidos por medio de las apuntaciones de muchos años; diligencia que, si precede, hace que para qualquier assunto esté prevenido el orador.

18. Supongo que el que ha de explicar los misterios de la fe, ha de estar bien instruido en ella. Deve ser buen escolástico i mejor dogmático. Pero es menester acordarse que la escolástica es mui seca i espinosa; i assí sólo ha de escoger lo más importante, sin omitir cosa alguna por sabida que sea, como se deva saber. Muchos, pródigos del tiempo, dejan de explicar lo que en toda la eternidad no se acabará de entender. Otros se entretienen en declarar palabras escolásticas, que pudieran excusar usando de otras más claras; porque decir que no las ai, es pobreza de ingenio i de lengua. Otros, acostumbrados a ellas, no las declaran, pareciéndoles que todo el auditorio las entiende. ¿Qué dejarán para las cáthedras? Lo que más extraño es, que estos hombres no advierten que en aquello mismo en que quieren ostentarse doctos se manifiestan infantes. A lo menos es cierto que usar los términos de facultades fuera de ellas es nota de pedantismo.

19. En la explicación del misterio ninguna cosa se ha de decir que no sea cierta i indubitable, porque dice mui mal lo dudoso con lo infalible. Tampoco se ha de gastar el tiempo en discursos curiosos. Habla uno de la venida del Espíritu Santo, llenando el discurso de ardores, llamas, lenguas de fuego, i se muestra un gran naturalista, sin pensar que en su auditorio quizá ai alguno, como en Efeso, que no sabe que ai Espíritu Santo. 204 El apóstol san Pablo se gloriava de que predicava a Jesu Christo i éste crucficado. 205 Su gran imitador, el apóstol andaluz, no se cansava de explicar el misterio de Christo. San Vicente Ferrer todo era predicar del juicio. Quiero decir, que estos grandes maestros de la oratoria christiana sólo se empleavan en decir lo que convenia para conducir al cielo.

[Pg. 116]

20. Lucrecio. ¿De qué libros juzga u. m. que puede uno valerse?

Fabio. El que empieza a trabajar, de pocos i buenos; el adelantado, de quantos quiera.

Lucrecio. ¿Quáles son essos pocos i buenos?

Fabio. Los unos sirven para hallar la idea; los otros, para amplificarla.

La idea se ha de hallar en la Sagrada Escritura. El modo de hallarla es informarse primero del misterio, leyendo el catecismo de san Pío Quinto, obra de suma solidez, erudición i elegancia; el Flos Sanctorum del padre Pedro de Ribadeneira; las obras del P. M. frai Luis de Granada; del P. Pablo Señeri; i el Catecismo Histórico del abad Claudio Fleuri. En estos pocos libros se encontrará dicho con solidez, claridad i eloquencia, lo que más importa saber en cada misterio i la instrucción moral que más se le apropia.

21. Elegido el assunto, aquella misma elección le ofrecerá el texto que sirva de idea, i si no le ocurriere fácilmente, puede acudir a la proposición 9 del sabio i eruditíssimo Pedro Daniel Huet; o a algún índice bíblico, i hallará luego apoyo, como la idea sea natural i no estravagante.

22. En lo que toca a la disposición i fábrica de la oración de misterio, es menester manejar de tal manera la partición i división del discurso que cada parte del misterio se encamine naturalmente a la conclusión en que se tiene puesta la mira. Llamo partes del misterio los hechos que él contiene, o los designios que tuvo Dios en egecutarle, o las razones que la Iglesia cathólica i los Santos Padres nos dan de la conduta de Dios acia los hombres. Después, importa dar una suficiente estensión a estos hechos i razones; porque sin ella las conclusiones morales que se sacarían, como de un principio que precedentemente no estuviesse establecido con solidez i casi ninguna consequencia; i por esso no harían grande impressión en los ánimos de los oyentes. Para evitar, pues, esto conviene que preceda una alta idea del misterio, de los motivos que tuvo Dios en obrarle i de las razones que ha tenido la Iglesia en proponerle; i viendo el oyente que el misterio se encamina a su mayor bien, insensiblemente se verá empeñado en la gratitud i confirmado en la fe.

23. Lucrecio. Una duda se me ofrece.

Fabio. Dígala u. m.

Lucrecio. ¿Qué será mejor?, ¿esplicar sin interrupción i como de un rasgo todo lo que se ha meditado i recogido sobre el misterio, i formar de aquellos materiales una o dos partes de la oración, reservando para la última la instrucción moral; o ir ingiriendo ésta en cada subdivisión, o después de la prueva de cada proposición?

24. Fabio. Lo primero me parece más dotrinal, tratándose cada cosa por sí, poniendo en ella toda la atención i eficacia. Lo segundo me parece más vario i de más oculto artificio. Uno i otro depende de la elección del thema o, por mejor decir, de la naturaleza del misterio; porque parece que si en él intervienen muchos hechos, como en el de la Purificación [Pg. 117] de la Virgen, Epifanía i Resurrección, en los quales ai muchas acciones diferentes, parece que todas se deven considerar; i en tal caso el mismo misterio obliga a dar algunas instrucciones al passo que se representan las acciones; porque de otra suerte sería cosa mui difícil que cada parte de que se compone el misterio pudiesse concurrir a la unidad de la instrucción i persuasión moral. Pero hechas las instrucciones en su lugar, aunque sean diferentes, basta que se conformen con la parte a que se aplican, pues en tal caso la unidad resulta de las partes del misterio. Por esso deven procurar los que siguen este méthodo no hacer largas digressiones en qualquier cabo que emprendan, cosa mui frequente en los genios ardientes i que arguye, o poca preparación, o mucho deseo de decir lo que se sabe i no lo que es más del caso.

25. Otras veces, el tratar la instrucción moral separada del misterio depende de la mera elección del orador; porque un mismo misterio se puede esplicar i amplificar de varias maneras. Nuestro valenciano, el eruditíssimo i eloquentíssimo padre Pedro Juan Perpiñán, en la oración que dijo de Dios Trino i Uno; delante de san Pío Quinto, empieza ponderando la dificultad del assunto, confiessa la cortedad de su ingenio, capta la benevolencia del pontífice, hace a Dios su invocación, apunta i rechaza de passo la perfidia de los judíos i gentiles; propone el sentir de la Iglesia Cathólica acerca de Dios; prueva la unidad de la naturaleza divina; buelve a invocar a Dios para esplicar el misterio de la Santíssima Trinidad; rebuelve sobre la unidad del ser, manifestando que ai una suma e infinita perfección en cada una de las Personas, i éssa una misma. Amplificada esta verdad con el mayor conato, dice que devemos imitar a la Trinidad de Personas en su Unidad, de suerte que, aunque seamos muchos, la caridad haga que nos tengamos por uno; manifiesta quánto se apartaron de esta unión i caridad los filósofos antiguos, con la variedad de tantas sectas; quán unidos están los que se aman en Dios; i se lamenta de la diversidad de heregías, nacidas de la falta de caridad i sobrado amor propio; anima a la paz i concordia, i más debajo de un pontífice tan amante i solícito de ella; enseña el modo de conservarla; amenaza con el egemplo de los hereges; buelve a celebrar la vigilancia del pontífice; exhórtale a la perseverancia en ella; i concluye haciendo una humilde deprecación, para que sea medio de que los christianos sean uno por la caridad, como miembros de Jesu Christo; assí como las Divinas Personas son uno en el ser.

Lucrecio. ¡Ai variedad más hermosa!

Fabio. ¡Pues qué copia de erudición!, ¡qué piedad!, ¡qué eloquencia!

26. Este mismo misterio pudiera tratarse con más sencillez, explicando en una parte la Trinidad de las Personas i unidad del ser, i en otra exhortando a que por la caridad seamos un cuerpo místico, tratando al prógimo como a nosotros mismos. I este modo de discurrir es el que hoi practican más los italianos. Marco Antonio Mureto, orador eloquentíssimo, de nación francés, pero naturalizado en Roma, en la oración del misterio de la Circuncisión, la qual dijo, el año 1584, delante de [Pg. 118] Gregorio XIII i del Colegio de Cardenales, empezó haciéndose cargo de la felicidad del día, día de parabienes por ser primero del año, día del Señor, por ser domingo, en el qual sucedieron tan inumerables maravillas. Suplica al Espíritu Santo que en tan grande día le assista; divide su oración en tres partes: en la primera trata de la institución de la circuncisión; en la segunda del motivo que tuvo Jesu Christo para aver querido ser circuncidado; en la tercera de los beneficios que nos ha causado su circuncisión i del fruto que de ella devemos sacar. Exhorta a sacarlo; concluye reduciendo a la práctica el parabién de que habló al principio, dándolo al Sumo Pontífice, por el buen principio de año, anunciándole felicidad en él i en otros muchos. Es admirable oración, como todas las suyas, i tanto mejor para la imitación quanta es más breve, como suelen ser las que se dicen en la capilla pontificia. Pero para orar bien de misterio, no ai cosa mejor que imitar al padre Luis Burdelú, que ciertamente es el orador principal en este género.

27. Lucrecio. Ahora entiendo yo el edicto del SS. P. Benedicto Décimo tercio. 206 Dijo u. m. poco antes que los italianos suelen predicar [Pg. 119] dividiendo su oración en dos partes; que en la primera proponen el misterio i en la segunda le aplican. Con que parece que el Santo Pontífice encarga a los arzobispos, obispos i ordinarios suyos, 207 que cuiden de que los que emprendieron el ministerio de la predicación, en todos sus sermones propongan i expliquen, con estilo sencillo, llano i claro, algún artículo de la dotrina christiana, o preceto de la Lei Divina, según juzgaren que es más oportuno i útil para las necessidades de las almas; parece, digo, que quando el Santíssimo Padre mandó esto, no entendía en nombre de salutación lo que los rhetóricos llaman exordio, o proemio, sino aquella primera parte de la oración, que en Italia forma el primer i mayor cuerpo de la oración, i en España, según el estilo de los más, gran parte de ella.

Fabio. Assí me parece.

28. Lucrecio. Pues de aquí me nace una duda, i es: si uno quisiesse, según el arte de orar o hacer un exordio que sólo captasse la benevolencia, atención i docilidad del oyente, o enteramente omitirlo, porque lo permite el arte; ¿este tal obraría contra el edicto benedictino?

29. Fabio. Según fuesse la oración; porque si el orador no procurasse en ella predicar a Jesu Christo, 208 sino a sí mismo, i toda su aplicación fuesse no manifestar el espíritu i virtud, sino captar el aura popular con un género de decir afeitado, evacuando la virtud de la cruz de Christo i dejando burlados a los parvulillos que piden el pan de la dotrina, i por esso acuden a oír la palabra de Dios; si el predicador, deteniéndose en assuntos levíssimos, mui agenos de la salvación de las almas, en sentencias concisas, agudillas, i nada a propósito para el fin que se pretende, sí sólo para ostentación del ingenio, aviéndolos detenido inútilmente, los despacharse en ayunas; es cierto, que el tal predicador (si merece este nombre) obraría contra el edicto pontificio: porque essa es la corruptela que el Santíssimo Padre desea apartar i abolir, como perniciosa al pueblo christiano i indecorosa a tan sagrado ministerio. 209 Pero si el orador hiciesse un exordio brevecillo, o no lo hiciesse (pues la oratoria no lo pide de necessidad ) i en todo caso propusiesse el misterio, o artículo de fe, o preceto de dotrina christiana, i después amplificasse aquella misma verdad i la persuadiesse eficazmente, sin nunca salir del assunto, estaría éste tan lejos de incurrir en el edicto que sólo él sería el que exactíssimamente le cumpliría; porque no sólo propondría el artículo de fe, o preceto de dotrina christiana, contentándose con [Pg. 120] decir algo o del artículo o del preceto moral (como hacen muchos), sino que emplearía en su explicación, i convenientes movimientos, toda su oración. I si quiere u. m. que le diga lo que siento, no me parece bien lo que muchos practican, que primero catequizan un poquito i después se ponen a predicar a su modo, esto es, cerro no quiere el pontífice, ni Jesu Christo, juntando de aquella suerte al ídolo de Dagón con el Arca del Testamento. Ni tampoco me parece bien lo que hacen otros, los quales, para dar a entender al pueblo que cumplen con el decreto, además de hacer mención espressa de esso, que es cosa ociosa, pues también ai decreto antiguo mandando que se diga el acto de contrición i nadie advierte para hacerlo que se dice por cumplir el decreto; además, digo, de hacer aquella salva, buscan un punto inconexo con el assunto principal, aquél que les parece de theología más recóndita, i le exponen escolásticamente como si estuviessen en una academia moral. Pero, aun dado que lo digessen más naturalmente, yo quisiera saber qué se puede decir en un discurso separado de la oración, que no se diga en ésta con mayor vehemencia. ¿Acaso es ageno de la oración el instruir? Es tan propio de ella, que sólo sabe orar el que instruye moviendo. En suma, predíquese como predicava san Juan Chrisóstomo, como en estos últimos siglos han predicado los padres Señeri i Burdelú, i como hoi predican los varones sabios i celosos, i quedará obedecido el decreto pontificio, sin ser necessario tomar el trabajo de hacer dos discursos, sí sólo uno, pero ésse catequístico i oratorio; esto es, tal, que todo él instruya en la lei de Dios i mueva a practicarla.

30. Lucrecio. ¿I si la oración huviesse de ser panegírica?

Fabio. Celebrando las virtudes del santo, de tal manera, que no se cuide de otra cosa sino de hacerlas amables e imitables, se cumplirá la mente i palabras del edicto al pie de la letra; porque, dígame u. m., ¿qué otra cosa quiso significar el pontífice quandc dijo 210 que los predicadores deven introducir en los ánimos el desprecio del mundo i amor de los bienes celestiales, con la palabra í egemplo de otros? ¿Quién son estos otros sino los santos?; ¿qué palabra aquélla sino su dotrina? En fin, el Santo Pontífice sólo quiere 211 que se anuncie a Jesu Christo con dotrina saludable i sencilla, esto es, inteligible de todos, que se incite el pueblo a la penitencia, al desprecio del mundo i amor de los bienes celestiales; lo qual se consigue predicando la palabra de Dios i proponiendo el egemplo de los santos, animando i moviendo a su imitación. I esto no pide mucha dialéctica para entenderse, i mucho menos para practicarse, sino caridad, celo i discreción.

Lucrecio. Perdone u. m. que le he obligado a divertir la plática

31. Fabío. Mui del caso ha sido la pregunta de u. m. Yo he comunicado mi sentir con muchas personas entendidas i todos le han aprobado; i me han dicho que yo aún deseo más que lo que el pontífice mandó; [Pg. 121] porque viendo el Santo Padre que tantos edictos pontificios no han bastado para que se predique la palabra de Dios, se contentó con mandar que a lo menos en la salutación se esplicasse algún artículo de fe, o preceto de dotrina christiana. Pero la obligación del orador christiano a más que esso se estiende. Toda la oración deve ser christiana, para que con justa razón se llame tal el orador. Vamos a delante.

32. Sólo me queda que tratar de la elocución propia de los misterios, cuya explicación pide una grande habilidad, porque es mui difícil hacer ameno lo seco, decir eloquentemente lo meramente theológico. Verdad es que yo considero que esta dificultad en gran parte nace de la preocupación del juicio; porque los misterios primero se aprenden en la theología escolástica que, según el méthodo con que se trata, es mui árida, sin alguna amenidad, ni hermosura. Pero si después de esta lee uno los misterios en los hombres eloquentes, como en los padres Granada, Ribadeneira i Señeri, i otros semejantes, cuyos nombres repito con grande gusto por lo mucho que venero su memoria, reconocerá qualquiera que ningunas cosas pueden decirse con tanta magnificencia, i esplendor, como las divinas. I quando no tuviéramos otros libros que los sagrados, sería esta verdad demonstrable: porque ¿qué poeta lírico levantó tanto el espíritu como David? ¿Qué orador habló con tanta fuerza i eficacia como san Pablo? Hasta los gentiles mismos conocieron i confessaron la sublimidad del estilo en los libros sagrados, pues Dionisio Longino, insigníssimo crítico, en el excelente libro que escrivió de la sublimidad del estilo, dio un grande elogio a Moisés, 212 por aver espressado el poder de Dios con tanta dignidad, quando cscrivió: Hágase la luz, i fue hecha la luz. Bien que advierto de passo, que lo más que ai que alabar en este decir es la sublimidad de la cosa significada, porque la espressión no puede ser más llana i popular; para que entendamos que las cosas grandes, quales son los misterios de la fe, deven explicarse con gran llaneza i claridad; de suerte, que las sumas verdades se acomoden quanto sea possible a la capacidad de qualquiera i al común modo de hablar. I sin duda esto último fue lo que alabó Longino en Moisés, porque en la referida espressión se halla un modo de decir mui usado de todos, i por esso mui popular, acomodado a la naturaleza de lo que se trata. Para significar la pronta obediencia solemos decir: Dicho, í hecho. Assí, pues, Moisés, queriendo espressar que al imperio de Dios hasta la misma nada obedece con imponderable prontitud, dijo en nombre de Dios: Hágase la luz, i fue hecha la luz. Sean pues enhorabuena elevados los misterios, como imponderablemente superiores a nuestro bajo conocimiento, pero su explicación inteligible i popular, pues se habla con el pueblo; i aunque sea de misterio, nada misteriosa, porque el hacerla tal sería incurrir en aquella sublimidad que san Pablo desterró del púlpito,213 por la qual entendía aquel género de decir tan sutil que se remonta [Pg. 122] sobre la inteligencia común. Por esso, declarándose más, dice el Apóstol en otra parte: 214 Mi predicación no consiste en las palabras persuasivas de la sabiduría humana, sino en la manifestación del espíritu i de la virtud. Este espíritu i virtud se muestran en la elección de las verdades importantes para avivar la fe i esperanza, i en la persuasión de las prácticas para aumentar la caridad i mejorar las costumbres. La habilidad, pues, del orador consiste en que quando esplique el misterio, use de palabras i espressiones sencillas, pero nobles, que no desdigan de la grandeza del misterio; quando se aya de engrandecer de pensamientos sublimes, pero inteligibles, siendo la dicción figurada sin afectación. Las figuras que más convienen a la amplificación de los misterios son las apóstrofes i exclamaciones, pero no han de ser tan repetidas que se manifieste el estudio de ellas. I assí conviene variarlas con otras que igualmente exciten. Quando se persuada alguna verdad práctica contrahída a la proposición del misterio, al tiempo de instruir en ella, ha de ser el estilo más sencillo; al tiempo de persuadirla, más vivo i eficaz. En una palabra: cada cosa se ha de tratar con el estilo que pide su naturaleza. Me parece que basta lo dicho en orden al género instructivo, o de tratar los misterios.

33. El género deliberativo pide también gran cuidado en la invención. Primeramente el orador ha de tener gran dicernimiento de espíritus para conocerlos i moverlos; assí como hace el médico, que procura conocer la complexión i el mal del paciente para aplicarle el remedio. Importa pues que el orador sea un varón de gran prudencia i ciencia.

34. Para persuadir las virtudes i hacer aborrecer los vicios, deve estar mui instruido en la filosofía moral. Conviene que aya leído mucho a Séneca, algo más a Plutarco, mucho más que a éstos las oraciones que introducen en sus historias Cornelio Tácito, Tito Livio i Crispo Salustio; porque son las piezas de mayor nervio i artificio que ai en la lengua latina; todas las obras de Cicerón, último esfuerzo de la eloquencia humana; i singularmente los libros De Officis; i sobre todo las epístolas de san Gerónimo, llenas de celestial sabiduría i de un espíritu maravlloso mui propio del púlpito. De los modernos, conviene aver estudiado la filosofía moral de Pedro Gasendo, perspicacíssimo i eruditíssimo filósofo que, con suma diligencia, recogió i, con excelente méthodo, ordenó toda la filosofía de Epicuro, hombre impío (en fin gentil), pero profundíssimo filósofo. La parte de la filosofía que toca a la política, cuyo conocimiento es necessario al predicador, en ninguno se aprenderá mejor que en el sabio Jacobo Benigno Bossuet, el qual fundó toda su política en la razón natural, derivada de las Divinas Escrituras, que son el principal fundamento de todos los estudios, i singularmente de la filosofía moral; la qual, si uno no la quiere ya ordenada i aplicada a las necessidades comunes, la puede buscar en los padres Granada, Señeri i Nepú. Aunque el estilo de este último es mejor para ser leído que oído. La [Pg. 123] oratoria necessita de mayor corriente i fluidez. El catecismo, que por decreto del Concilio de Trento hicieron para dirección de los párrocos tres doctíssimos padres dominicanos, frai Leandro Marini, frai Gil Fosquerano i frai Francisco Forerio, perficionó con su estilo Pablo Manucio i mandó publicar san Pío Quinto, deve ser el manual del orador christiano. En él, o se halla la dotrina explicada con gran peso i tapia de razones, o apuntadas las fuentes de donde se puede sacar; esto es, los más propios lugares de los Santos Padres i de la Sagrada Escritura.

35. Cítanse allí los Santos Padres, porque son los que mejor entendieron las Escrituras Divinas. I entre ellas deve el orador preferir para el fin de su ministerio, que es persuadir la reforma i perfección de las costumbres, los que mejor las supieron persuadir. Tales son, entre los padres griegos, san Basilio, san Gregorio Nacianceno, san Juan Chrisóstomo; i entre los latinos, san Cipriano, san Gerónimo, san Agustín, san Bernardo.

36. Aléganse también las Sagradas Escrituras, porque son la fuente de toda verdad. Por esso decía san Pablo a san Timotheo 215 que la Sagrada Escritura tiene tales propiedades, que es útil para enseñar, para arguir, para reprehender, para informar en la justicia, para que el hombre de Dios sea perfeto i esté instruido para egecutar toda obra buena. Pero como el Espíritu Santo es el repartidor de las gracias i las comunica a quien quiere i según quiere, aun en los mismos profetas i evangelistas, hallaremos una maravillosa variedad de perfecciones que nos deve obligar a observar en todos aquellas divinas gracias, para celebrar en ellas al Señor i suplicarle que nos conceda las que más lejos estén de engreírnos, i más conduzgan a fomentar en nuestros ánimos el divino amor que nos inspira. Los salmos de David son excelentes para excitar los más piadosos i justos sentimientos de la bondad, sabiduría i poder de Dios. Los libros de Salomón, para instruir en un moral el más sólido, importante i bien explicado que se puede pensar, i tal que envilezca toda la dotrina de los Epictetos, Sénecas i Plutarcos. Isaías es propio para elevar el espíritu, Geremías para mover el corazón, Ecequiel para excitar el temor, Daniel para inspirar ternura i devoción, i generalmente todos los profetas tienen una secreta i maravillosa fuerza de incitar a la práctica de las virtudes con humildad christiana, la qual no se halla en los filósofos gentiles.

37. La idea, pues, de predicar i persuadir las verdades evangélicas deve ser la que practicaron los profetas i apóstoles, singularmente san Pablo, dotor de las gentes, i sobre todo Jesu Christo, Señor nuestro, cuyos sermones que refieren los sagrados evangelistas deven ser mui estudiadas i meditados, i, si puede ser, aprendidos a la letra: principalmente el que predicó en el monte a sus apóstoles i a una gran muchedumbre de todo género de gentes; 216 el qual contiene la suma de la [Pg. 124] lei evangélica; i el sermón después de la Cena, 217 lleno de tan admirable sabiduría que sólo aquel Divino Maestro podía enseñarla.

38. En estos, i todos los demás sermones de Jesu Christo, deve observar el orador christiano suma facilidad en esplicar las cosas más difíciles, aquellas parábolas i semejanzas tan del caso para declararlas; aquellas imágenes para manifestar las cosas tan vivamente, como si estuvieran delante; aquellas reprehensiones llenas de suavidad i eficacia; aquella dulzura en el decir; en una palabra, aquel cúmulo de todo género de perfecciones, quantas nunca llegaron a desear, ni aun imaginar, los mayores oradores de todo el mundo i de todos los siglos.

39. Solamente una cosa juzgo digna de advertencia, i es que san Matheo nos dice que Jesu Christo no hablava a los apóstoles, sino por parábolas, 218 i el orador christiano deve distinguir la persona de Jesu Christo de la suya. El Salvador del mundo usava frequentemente de parábolas según la costumbre de hablar de los orientales. Si tal qual parábola parece enigmática, i por esso difícil de entender, hemos de juzgar que la misma dificultad excitava la atención de los oyentes dóciles, i al mismo tiempo dejava en su ceguedad a los obstinados, en castigo de su error i de querer cegar los ojos a tan divina i benigna luz. Mas el orador christiano no tiene facultad para castigar la obstinación de los pecadores, sino obligación de procurar su conversión por quantos medios pueda, i singularmente por el de la claridad, exponiendo con ella las divinas verdades. No ha de fingir, pues, nuevas parábolas, ni dejarse llevar en este particular del deseo de imitar a algunos santos padres que, con piadosa intención, inventaron algunas; sino que se ha de contentar en proponer i esplicar las sagradas, no con el fin de hacer una hermosa alegoría que participe algo de lo enigmático i con su novedad divierta la atención, sino con la mira de esplicar las verdades altíssimas que incluyen, siendo certíssimo que las parábolas se inventaron por el sentido, i assí en éste se deve insistir.

40. Supuesta esta advertencia, buelvo a decir que la principal fuente de la invención moral se ha de hallar en la Sagrada Escritura, cuyos libros fueron el manual de los Santos Padres. Por esso dice san Gerónimo, en la vida de san Hilarión, que este santo sabía de memoria toda la Sagrada Escritura i que tenía costumbre de recitarla, como delante de Dios después de la oración i salmodia. San Basilio, en la epístola a Quilón, prefiere con razón los libros del Nuevo Testamento a los del Viejo; no porque todos los libros sagrados no inspiren santidad, sino porque la Escritura es como el pan que, aunque bueno en sí, ai un pan que pide más robustos estómagos que otro. Atendiendo a esto, san Juan Chrisóstomo, según refiere Paladio, autor de su vida, aprendió de memoria el Testamento Nuevo.

[Pg. 125]

41. En la lección i meditación de la Sagrada Escritura se ha de aprender la elevación de pensamientos, la energía del decir, las hermosas pinturas de la virtud, la vehemencia de las reprehensiones i amenazas, la libertad apostólica, el celo de la honra de Dios i la constancia en él; i como estos son graciosos dones de Dios, al mismo tiempo que se desean, se ha de acudir a su Divina Magestad, para que por su propia gloria los conceda i no permita su abuso. Los paganos, aunque son mui amenos, son infructíferos porque enseñaron con fausto la arte que no sabían por uso (hablo de la filosofía moral), sino por mera especulación, en cuya ostentación manifestavan su arrogancia. I por esso llamó san Gerónimo a los filósofos animales de gloria. 219 Pero el orador christiano deve confundirse, si no confunde al auditorio. Por esso decía el mismo gloriosíssimo dotor, escriviendo i instruyendo a Nepociano: 220 Quando tú enseñes en la iglesia (el verdadero predicar es enseñar) no solicites aplausos populares, sino gemidos i arrepentimientos de aver ofendido a Dios. Sean tus alabanzas las lágrimas de tus oyentes.

42. Para que se logre este fruto, conviene que el assunto sea práctico; tal, que el oyente le aplique a su propia necessidad i la eloquencia del orador lo manifieste fácilmente practicable. No deve, pues, elegirse una idea cuya ingeniosa invención más admire que mueva. Tal fue la de aquél que en la misteriosa ceremonia de la ceniza ponderó el entierro del hombre con todas sus circunstancias, la cruz delante, lutos de la Iglesia, capuces de los eclesiásticos, llantos de los profetas, poca tierra que basta para cubrir al mayor monarca, i ésta polvo significativo del olvido, la uniformidad de palabras i de acción, que en la sepultura no ai desigualdades; i a este tenor fue discurriendo por las circunstancias funerales, las quales juntas forman una buena alegoría para añadir a los razonamientos de Trajano Bocalini; pero no nos acuerdan la terrible sentencia de nuestra muerte, la incertidumbre del quándo, lugar i modo, i el peligro de que suceda en desgracia de Dios, que es la mayor desdicha.

43. Supuesto que el Evangelio enseña con sencillez qué es lo que se deve tratar, conviene preferir aquel assunto a otros, procurando adaptarlo a las necessidades presentes. Nuestra Madre la Iglesia, governada por el Espíritu Santo, tiene repartidos los assuntos según los tiempos del año. Al orador toca aplicarlos a la necessidad presente. Esta aplicación ha de ser natural; esto es, no se ha de buscar en ella la novedad, como parece que la solicitó un predicador mui aplaudido de discreto, el qual, en el sermón de la Viña, fundó su discurso, más ingenioso que útil, en la viña i sus partes, proponiendo assí: [Pg. 126]

Hoi en la viña tenemos

Sacra Real Magestad,

Hoi tenemos en la viña,

Uvas, pámpanos i agraz.

¡Pensamiento digno de un Hortensio! Digo de uno que fuesse hortelano i que quisiesse lisongear a un monarca apreciador de poetas.

44. El thema elegido no se ha de confundir. Una cosa es decir, es menester hacer penitencia; otra, es menester salir presto de la culpa. Es certíssimo que ésta es una verdad que deve preceder a la otra, pero por esso mismo no es la misma i se ha de tratar como diversa. No quiero decir que no se diga lo que tiene conexión con el assunto, sino que no se confundan los themas; que lo principal se trate como tal, lo accessorio de passo, diciendo sólo lo que hace al caso, i esto dirigido a la unidad del assunto, que siempre supongo.

45. Lucrecio. Pues ¿cómo vemos que Jesu Christo, Señor nuestro, sabiduría infinita, en sus divinas oraciones trata tantos themas, i lo mismo hicieron los santos padres?

Fabio. El thema de Jesu Christo sólo era uno, la publicación del Evangelio, el Reino de Dios, su manifestación, digo; esto es, el que todos le reconociessen corno a Hijo de su Eterno Padre, i como a tal le amassen, abrazando i practicando su celestial dotrina. Mas pues u. m. ha tocado este importante punto, hablaré por partes.

46. Aviendo Jesu Christo, Señor nuestro, de publicar su Evangelio, devía proponer una idea general de toda su dotrina. Assí lo practicó en el sermón del monte. 221 Después, aviendo de partir de la presencia de sus dicípulos, les avía de acordar la suma de su dotrina, para que procurassen conservarla i estenderla. Assí lo practicó en el sermón de la Cena. 222 La unidad, pues, de la primera oración consistió en manifestar la grandeza, excelencia i suma importancia de su dotrina; i la unidad de la otra en acordar esso mismo. Fuera de estos casos, quando importava persuadir alguna verdad particular, únicamente insistía en ella. I assí, en el primer sermón que predicó, su thema fue, que era menester hacer penitencia, porque avía llegado el Reino de Dios. 223 Assí solía llamar Jesu Christo la redención del género humano. Lo mismo vemos que practicó en la sinagoga quando se puso a esplicar aquel lugar de Isaías: El Espíritu del Señor ha descansado en mí; i lo demás que se sigue; 224 después de cuya lección cerró el libro i se puso a decir i enseñar, a los que se hallavan presentes, que aquella profecía se avía cumplido en su Persona, a la qual estavan oyendo; i dirigiendo su discurso a este fin, habló con tanta gracia que, como dice san Lucas, 225 todos [Pg. 127] los que se hallavan presentes se vieron obligados a confessar la verdad. Dejo de alegar en mi favor los demás sermones de Jesu Christo, Señor nuestro; sólo digo que, bien considerados, todos tiran a la unidad del assunto, i a dejar bien probada qualquiera verdad. Bien que es menester advertir que la embidia de los escribas i fariseos, viendo que en una plática no les iva bien, procuravan mover otra, para ver si nuestro Salvador diría algo, o contra la Lei, o contra el César. I en tales casos a cada propuesta le corresponde su oración, i ésta tal vez suele tener dos partes: la una contiene la satisfacción de la propuesta; la otra la reprehensión correspondiente a la malicia de aquélla.

47. En orden a los Santos Padres, cuyo egemplo me alegó u. m. también, devo decir que vivían en unos tiempos felicíssimos, en que el christianismo estava mui regulado. Bastava acordar la propia obligación para su práctica. Ahora vivimos en un siglo depravadíssímo. Son menester medios i remedios mucho más eficaces. La esperiencia, gran maestra de los aciertos, ha manifestado que una verdad bien probada hace más efeto que muchas apuntadas. No niego yo a las homilías su utilidad. Sólo digo que más parecen comentarios seguidos que oraciones; i que la gracia del Espíritu Santo no se ata a este, ni al otro género de decir. Qualquiera es bueno, como aya celo de la honra de Dios. Pero al mismo tiempo, es certíssimo que ai un modo de orar más perfeto que otro; i que el orador christiano deve, elegir el que reconozca que hace más provecho. No porque David derribó al gigante con una piedra arrojada de su honda, se pelea hoi con hondas. Porque hace la artillería mayores estragos, se usa de ella. Conviene, pues, imitar la piedad i celo de los Santos Padres, desfrutar su celestial dotrina i imitar, quanto se pueda, lo mejor de cada uno de ellos, para formar una oración según toda la perfección del arte; pero poniendo siempre la confianza de la vitoria, no en el propio trabajo, ni en la observación del arte, sino en la misericordia de Dios, el qual quiere que fiemos el buen éxito de su bondad; pero de manera que no le tentemos, antes bien procuremos solicitar su gloria con todas nuestras fuerzas, i del mejor modo que podamos.

48. Si todo lo dicho no basta, señor Lucrecio, para que u. m. sienta conmigo lo mucho que importa, para persuadir las verdades, guardar en las oraciones la unidad del assunto, oiga u. m. lo que dice en abono de esto el eloquentíssimo padre Antonio de Vieira en el sermón de la Dominica Sexagéssima, donde él mismo confiessa que habla como predicador desengañado; i por esso quiso que aquel sermón se imprimiesse en primer lugar, para que fuesse como prólogo de los otros, i supiesse, desde luego, el letor las causas porqué se apartó del más seguido i ordinario modo de predicar.

Lucrecio. Yo estoi ya desengañado del error en que estava, por la preocupación del juicio nacida de ayer oído muchas veces postillar los Evangelios. Pero sin embargo, si u. m. quiere respirar i tomar aliento, venga el libro, señáleme u. m. el lugar i yo leeré.

Fabio. Mui bien. Éste es. Aquí empieza.

[Pg. 128]

Lucrecio. Veamos qué dice.

49. "Úsase hoi el modo que llaman de postillar el Evangelio, en que toman muchas materias, levantan muchos assuntos; i quien levanta mucha caza, i no sigue ninguna, no es mucho que se buelva con las manos vacías. El sermón ha de tener un solo asunto i una sola materia. Por esso Christo dice que el labrador del Evangelio no sembrava muchos géneros de semilla, sino una sola: Exiit qui seminat seminare semen. Sembró una semilla sola i no muchas; porque el sermón ha de tener una sola materia i no muchas materias. Si el labrador sembrara primero trigo, i sobre el trigo sembrara centeno, i sobre el centeno sembrara mijo gruesso, i menudo, i sobre el mijo sembrara cevada, ¿qué avía de nacer? Una mata brava, una confusión verde. He aquí lo que acontece a los sermones de este género: como siembran tanta variedad, no pueden coger cosa cierta; quien siembra misturas, mal puede coger trigo. Si una nave tomasse un rumbo para el Norte, otro para el Sur, otro para Levante, otro para Poniente, ¿cómo podría hacer viage? Por esso en los púlpitos se trabaja tanto i se navega tan poco. Un assunto va por un viento, otro assunto va por otro viento; ¿qué se ha de coger sino viento? El Bautista convertía muchos en Judea; ¿pero quántas materias tomava?, una sola materia: Parate viam Domini. 226 La preparación para el Reino de Christo. Jonás convirtió a los ninivitas. Pero ¿quántos assuntos tomó? Un solo assunto: Adhuc quadraginta dies, & Ninive subvertetur. 227 La assolación de una ciudad. De manera que Jonás, en quarenta días, predicó un solo assunto, ¿i nosotros queremos predicar quarenta assuntos en una hora? Por esso no predicamos ninguno. El sermón ha de ser de un solo color, ha de tener un solo obgeto, un solo assunto, una sola materia."

50. "Ha de tomar el predicador una sola materia, ha de difinirla, para que se entienda; ha de dividirla para que se distinga; ha de probarla con la Escritura; ha de declararla con la razón; ha de confirmarla con el egemplo; ha de amplificarla con las causas, con los efetos, con las conveniencias que se han de seguir, con los inconvenientes que se deven evitar; ha de responder a las dudas; ha de satisfacer a las dificultades; ha de impugnar i refutar con toda fuerza de eloquencia los argumentos contrarios; i después de esto ha de recopilar, ha de apretar, ha de concluir, ha de persuadir, ha de acabar. Esto es sermón, esto es predicar; i lo que no es esto, es hablar de más alto. No niego, ni quiero decir que el sermón no aya de tener variedad de discursos, pero éstos han de nacer todos de la misma materia, i continuar i acabar en ella. ¿Queréis ver todo esto con los ojos? Ahora vedla. Un árbol tiene raíces, tiene tronco, tiene ramos, tiene hojas, tiene varas, tiene flores, tiene frutos. Assí ha de ser el sermón. Ha de tener raíces fuertes i sólidas, porque ha de estar fundado en el Evangelio; ha de tener un [Pg. 129] tronco, porque ha de tener un solo assunto i tratar una sola materia; de este tronco han de nacer diversos ramos, que son diversos discursos, pero nacidos de la misma materia i continuados en ella. Estos ramos no han de ser secos, sino cubiertos de hojas, porque los discursos han de estar vestidos i adornados de palabras. Ha de tener este árbol varas, que son la reprehensión de los vicios; ha de tener flores, que son las sentencias; i por remate ha de tener frutos, que es el fruto í el fin a que se ha de ordenar el sermón. De manera, que ha de tener frutos, ha de tener flores, ha de tener varas, ha de tener hojas, ha de tener ramas; pero todo nacido i fundado en un solo tronco, que es una sola materia. Si todo son troncos, no es sermón, es madera. Si todo son ramos, no es sermón, sino fagina. Si todo son hojas, no es sermón, sino verzas. Si todo son varas, no es sermón, sino manojo. Si todo son flores, no es sermón, es ramillete. Ser todo frutos, no puede ser, porque no ai frutos sin árbol. Assí que, en este árbol, a quien podemos llamar árbol de la vida, ha de aver lo provechoso del fruto, lo hermoso de las flores, lo riguroso de las varas, lo vestido de las hojas, lo estendido de las ramas; pero todo esto nacido i formado de un solo tronco, i ésse no levantado en el aire, sino fundado en las raíces del Evangelio: Seminare semen. Veis aquí cómo han de ser los sermones. Veis aquí cómo no son. I assí, no es mucho que no se haga fruto con ellos."

51. "Todo lo que tengo dicho, pudiera demostrar largamente, no sólo con los precetos de los Aristóteles, de los Tulios, de los Quintilianos, pero con la práctica observada del príncipe de los oradores evangélicos, san Juan Chrisóstomo, de san Basilio Magno, san Bernardo, san Cipriano, i con las famosíssimas oraciones de san Gregorio Nacianceno, maestro de ambas iglesias. I puesto que en estos mismos padres, como en san Agustín, san Gregorio, i muchos otros, se hallan los Evangelios postillados, con nombres de sermones i homilías; una cosa es esponer, i otra predicar; una enseñar, i otra persuadir; i de esta última es de la que yo hablo, con la qual tanto fruto hicieron en el mundo san Antonio de Padua i san Vicente Ferrer."

52. Fabio. Basta, basta. Vea u. m. ahora lo que dice en su Prefación al letor: Si gustas de afectación i pompa de palabras i de estilo, que llaman culto, no me leas. Quando este estilo más florecía, nacieron las primeras verduras del mío (que perdonarás quando las encontrares), pero estimé tanto siempre la claridad, que sólo porque me entendían, empecé a ser oído, i lo comenzaron también a ser los que reconocieron su engaño i mal se entendían a sí mismos. ¿Qué le parece a u. m.?

53. Lucrecio. Mui del caso han sido estos testimonios; aunque ya dige a u. m., autos de leerlos, que las razones de u. m. me avían sacado del error en que yo estava.

54. Fabio. Quede pues por assentado que el thema deve ser uno i determinado. Añado ahora, i bien probado; lo qual se consigue, enseñando, moviendo i deleitando. Se deve enseñar una dotrina que verdaderamente sea evangélica, procurando distinguir lo que es de preceto i de mayor perfección; lo que obliga, digo, i lo que es de consejo. I assí no se ha [Pg. 130] de poner toda la eficacia en incitar a que todo el mundo sea tan heroico en lo más estrenado de la humildad, como san Francisco de Assís, aunque todos deviéramos ser como él. Ni tampoco se ha de proponer aquella humildad como inimitable, porque de ninguna manera se ha de suponer abreviada la mano de Dios. Celébrese una virtud heroica, quanto su mérito pida, pero de manera que se aliente a la imitación, sin ponerle términos, ni breves, ni al parecer insuperables, de suerte que cada qual siga la medida de su espíritu.

55. Las materias resvaladizas se han de tocar con gran tiento i recato, por no enseñar quizá lo que útilmente ignoran muchos de los oyentes.

56. Los superiores, assí eclesiásticos como seculares, no deven reprehenderse en público, sino es en caso que violen la religión, o que directamente corrompan las buenas costumbres; porque si sus delitos son ocultos, tienen derecho a conservar su fama, como qualquier particular; i si públicos, pero únicamente personales, i tales, que ni por ellos peligre la pureza de la fe, ni el bien común, merece más atención el respeto público que se deve a los superiores, que el escándalo que ellos causan, del qual pueden ser amonestados privadamente. Pero esto es ya tratar de theología moral.

57. Poco importará instruir a los oyentes, si éstos no se sienten movidos a mejorar su vida. Ya he dicho varias veces, i como cosa tan importante la repito, que el mejor medio para mover es moverse. Es tan lícito aquello al orador christiano, que esse es su oficio; i la razón es clara, porque sólo trata de mover las passiones lícitas i loables, el amor a Dios i al prógimo, el aborrecimiento del pecado, la esperanza en Dios, el temor de su indignación, i assí de las demás.

58. Últimamente será la oración deleitable o agradable si la disposición de los materiales es methódica, de suerte que unas cosas se vayan infiriendo de otras; i si la oración tiene variedad, de tal manera que se enseñe con claridad, se prueve con vigor, se mueva con eficacia, se diga con dulzura. El concurso de estas perfecciones hacen al orador consumado i admirable. Por esso dijo no sé quién que en Roma a un mismo tiempo avía tres predicadores que juntos harían un orador perfeto, es a saber: Toledo, Lobo i Panigarola. Toledo enseñava, Lobo movía, Panigarola deleitava. Por mucho enseñar i mucho mover, nadie se pierde; por querer deleitar, muchíssimos. I assí de tal suerte se ha de procurar agradar a los oyentes que el oír ellos con gusto las verdades sea medio para instruirse en ellas sin fastidio i practicarlas con amor; pero no fin del orador, porque esso sería predicar por sí, no por Dios.

59. Si es delito, como ciertamente lo es, torcer la Divina Escritura a un sentido violento, es mucho mayor quando se trata de costumbres, porque para todo lo bueno se halla texto literal. Conviene, pues, decir lo que dice el Espíritu Santo, no intentar que parezca que diga la que nosotros queremos. Dios dice por Geremías: El que predica mi palabra, [Pg. 131] predíquela como mía, no como suya. 228 Esplique las Escrituras en el verdadero sentido i no violentándolas con interpretaciones impropias: de lo qual se quejava gravíssimamente el máximo dotor de la Iglesia san Gerónimo en una eruditíssima i sapientíssima carta que escrivió instruyendo al gloriosíssimo padre san Paulino. 229 Hace uno humana, i aun profana, la palabra divina, i se admira después que no haga aquellos maravillosos efetos que obrava en boca de los apóstoles i de sus imitadores. Assí como la agua mineral, aunque por sí mui saludable, si se mezcla en su corriente con alguna agua corruta deja de ser saludable, assí la palabra de Dios mezclada, o por mejor decir profanada con un lenguage todo de tierra, no es maravilla que no haga aquellas curas que suele hacer en quien la beve pura como en su fuente. La hormiga que despunta el trigo hace que no brote, i el que quita a la palabra divina su principio de virtud hace que no persuada. Trató este punto grandemente el padre Vieira, i le trató como decía antes sobre otro assunto, no sólo como desengañado, sino como arrepentido. Pues tenemos a vista i, como solemos decir, a la mano, el mismo libro i oración, leámosle. El discurso es largo, según pedía la gravedad del assunto; pero la suavidad i dulzura con que lo trata hará que parezca breve. Es un passo que merece estar escrito con letras de oro. Dice assí en la última parte de la oración:

60. "¿Sabéis, christianos, la causa porqué se hace hoi tan poco fruto con tantos sermones? Es porque las palabras de los predicadores son palabras, pero no son palabras de Dios: hablo de lo que ordinariamente se oye. La palabra de Dios, como decía, es tan poderosa i tan eficaz que no sólo en la buena tierra hace fruto, sino hasta en las piedras i en las espinas nace. Pero si las palabras de los predicadores no son palabras de Dios, ¿qué mucho que no tengan la eficacia i los efetos de la palabra de Dios? Ventum seminabunt, & turbinem colligent, dice el Espíritu Santo. 230 Quien siembra viento coge tempestades. Si los predicadores siembran viento, si lo que se predica es vanidad, si no se predica la palabra de Dios, ¿cómo la Iglesia de Dios no ha de correr tormenta en vez de coger fruto?"

61. "Pero direisme: Padre, ¿,los predicadores de hoi no predican del Evangelio? ¿No predican de las Sagradas Escrituras? ¿Pues cómo no predican la palabra de Dios? Esse es el mal. Predican palabras de Dios, pero no predican la palabra de Dios: qui habet sermonem meum, loquatur sermonen meum vere, dice Dios por Geremías. 231 Las palabras de Dios predicadas en el sentido que Dios las dice son palabras de Dios; pero predicadas en el sentido que nosotros queremos, no son palabras de Dios, antes pueden ser palabras del demonio. Tentó el demonio [Pg. 132] a Christo a que hiciesse de las piedras pan. Respondióle el Señor: Non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo, quod procedit de ore Dei. 232 Esta sentencia era sacada del capítulo octavo del Deuteronomio. Viendo el demonio que el Señor se defendía de la tentación con la Escritura, le lleva al templo i alegando un lugar del salmo noventa, le dice de esta manera: Mitte te deorsum, scriptum est enim, quia Angelis suis Deus mandavit de te, ut custodiant te in omnibus viis tuis. 233 Échate de ahí a bajo, porque prometido está en las Sagradas Escrituras que los ángeles te tomarán en sus brazos para que no te hagas mal. De suerte que Christo se defendió del diablo con la Escritura i el diablo tentó a Christo con la Escritura. Todas las Escrituras son palabras de Dios; pues si Christo toma la Escritura para defenderse del diablo, ¿cómo toma el diablo la Escritura para tentar a Christo? La razón es porque Christo tomava las palabras de la Escritura en su verdadero sentido, i el diablo tomava las palabras de la Escritura en sentido ageno i torcido. I las mismas palabras que tomadas en verdadero sentido son palabras de Dios, tomadas en sentido   ageno, son armas del diablo. Las mismas palabras que tomadas en sentido en que Dios las dice, son defensa; tomadas en el sentido en que  no las dice Dios, son tentación. He aquí la tentación con que entonces quiso el diablo derribar a Christo, i con que hoi le hace la misma guerra desde el pináculo del templo. El pináculo del templo es el púlpito, porque es el lugar más alto de él. El diablo tentó a Christo en   el desierto, tentóle en el monte, tentóle en el templo: en el desierto le tentó con la gula, en el monte tentóle con la ambición, en el templo le tentó con las Escrituras mal interpretadas. I essa es la tentación de que más padece hoi la Iglesia i que en muchas partes ha derribado delta, sino a Christo, a su fe."

62. "Decidme, predicadores (aquellos con quien yo hablo) indignos verdaderamente de tan sagrado nombre. Decidme. Essos assuntos inútiles que tantas veces levantais, essas empressas a uestro parecer agudas que proseguís, ¿hallásteislas alguna vea en los profetas del Testamento Viejo, o en los apóstoles i evangelistas del Testamento Nuevo, o en el autor de ambos Testamentos, Cristo? Es cierto que no. 234 Porque desde la primera palabra del Génesis hasta la última del Apocalipsis, no ai tal cosa en todas las Escrituras. Pues si en las Escrituras no ai lo que decís i lo que predicáis ¿cómo pensáis que predicáis la palabra [Pg. 133] de Dios? Más: en essos lugares, en essos textos que alegáis para prueva de lo que decís, ¿es esse el sentido en que Dios lo dice? ¿Es esse el sentido en que lo entienden los padres de la Iglesia? ¿Es esse el sentido de la misma gramática de las palabras? No, por cierto. Porque muchas veces las tomáis por lo que suenan i no por lo que significan, i tal vez ni aun por lo que suenan. Pues si no es esse el sentido de las palabras de Dios, síguese, que no son palabras de Dios; i si no son palabras de Dios, ¿qué nos quejamos de que no hagan fruto los sermones? Basta que hemos de traer las palabras de Dios a que digan lo que nosotros queremos, ¡i no hemos de querer decir lo que ellas dicen! I entre tanto, qué es ver cabecear al auditorio con estas cosas, quando deviéramos dar con la cabeza por las paredes al oírlas. Verdaderamente no sé yo de qué más me espante, si de nuestros concetos o de nuestros aplausos. ¡Oh qué bien levantó el discurso el predicador! Assí es. ¿Mas qué levantó? Un falso testimonio al texto, otro falso testimonio al santo, otro al entendimiento o al sentido de entrambos. Entre tanto que se convierta el mundo con falsos testimonios de la palabra de Dios si a alguno le pareciere demasiada esta censura, oigame. Estava Christo acusado delante de Pilatos, i dice el evangelista san Matheo que últimamamente vinieron dos testigos falsos: Novissime venerunt duo falsi testes. 235 Estos testigos deponían que oyeron decir a Christo que si los judíos destruyessen el templo, él lo bolvería a reedificar en tres días. Si leemos al evangelista san Juan hallaremos que Christo verdaderamente avía dicho estas palabras referidas. Pues si Christo dijo que avía de reedificar el templo dentro de tres días, i esto mismo es lo que depusieron los testigos, ¿cómo los llama el evangelista testigos falsos?   Duo falsi testes. El mismo san Juan dio la razón: Loquebatur de templo corporis sui. 236 Quando Christo dijo que en tres días reedificaría el templo, hablava el Señor del templo místico de su cuerpo que avían de destruir los judíos con la muerte, i el Señor reedificó con la resurrección; i como Christo hablava del templo místico i los testigos lo deponían del templo material de Jerusalén, aunque las palabras eran verdaderas, los testigos eran falsos. Eran falsos porque Christo dijo las palabras en un sentido i ellos las refirieron en otro. I referir las palabras de Dios en diferente sentido del que fueron dichas es levantar falso testimonio a Dios, es levantar falso testimonio a las Escrituras. ¡Ah, Señor, quántos falsos testimonios os levantan! ¡Quántas veces oigo decir que decís lo que nunca digistes! ¡Quántas veces oigo decir que son palabras uestras las que son imaginaciones mías, que no me quiero excluir de este número! ¿Qué mucho, pues, que nuestras imaginaciones i ¡nuestras vanidades i nuestras fábulas, no tengan eficacia de palabra de Dios?" [Pg. 134] 63. "Miserables de nosotros i miserables de nuestros tiempos, pues en ellos se vino a cumplir la profecía de san Pablo: Erit tempus, cum sanam doctrinam non sustinebunt! 237 Vendrá tiempo, dice san Pablo, en que los hombres no sufrirán la sana dotrina: Sed ad sua desideria coacervabunt sibi magistros prurientes auribus. Mas para su apetito tendrán gran número de predicadores hechos a montón i sin elección, los quales no hacen otra cosa que adular las orejas. A veritate quidem auditum avertent, ad fabulas autem convertentur. Cerrarán los oídos a la verdad i los abrirán a las fábulas. La fábula tiene dos significaciones: quiere decir ficción i quiere decir comedia, i todo esto son muchos sermones de este tiempo. Son ficción porque son sutilezas i pensamientos aéreos sin fundamento de verdad. Son comedia porque los oyentes vienen al sermón, como a la comedia. I ai predicadores que vienen al púlpito como comediantes. Una de las felicidades que se contava entre las del tiempo presente, era el averse acabado las comedias en Portugal. Mas no fue assí. No se acabaron, mudáronse; passáronse del theatro al púlpito. No penséis que es encarecimiento el llamar comedias a muchos sermones de los que hoi se usan. Quisiera tener aquí las comedias de Plauto, de Terencio, de Séneca, i veríais cómo hallavais en ellas muchos desengaños de la vida i vanidad del mundo, muchos puntos de dotrina moral mucho más verdaderos i mucho más sólidos de lo que hoi se oye en los púlpitos. Grande miseria por cierto que se hallen mayores documentos para la vida en los versos de un poeta profano i gentil que en los sermones de un orador christiano i, muchas veces, sobre christiano religioso!

Poco dice san Pablo en llamarlos comedia, porque ai muchos sermones que no son comedia, sino farsa. Sube tal vez al púlpito un predicador de los que professan vivir muertos al mundo, vestido o amotajado en un hábito de penitencia (que todos, más o menos ásperos, son de penitencia, i todos desde el día que professamos son mortajas) la vista es de horror, el nombre de reverencia, la materia de compunción, la dignidad de oráculo, el lugar i la expectación de silencio; i quando éste rompe la voz ¿qué es lo que se oye? Si en este auditorio estuviesse un estrangero que no nos conociesse i viesse entrar a este hombre para hablar en público, con aquel trage i en tal puesto, pensaría que avía de oír un clarín del cielo, que cada palabra suya avía de ser un rayo para los corazones; que avía de predicar con el celo i con el fervor de un Elías; que con la voz, con el semblante i con las acciones avía de convertir en polvo i ceniza los vicios. Esto avía de pensar el estrangero. ¿I nosotros, qué es lo que vemos? Vemos salir de la boca de aquel hombre, assí en aquel trage, una voz mui afectada i mui pulida i luego empezar con mucho desgarro. ¿A qué? A motivar desvelos, a lisongear precipicios, a brillar auroras, a derretir cristales, a desmayar [Pg. 135] jazmines, a bostezar primaveras i otras mil indignidades destas. ¿No es esto farsa más digna de risa, si no fuera tan digna de llanto? En la comedia el rei se viste de rei i habla como rei; el lacayo se viste de lacayo i habla como lacayo; el rústico se viste de rústico i habla como rústico; pero un predicador vestir como religioso i hablar como: no lo quiero decir por la reverencia del lugar. Ya que el púlpito es theatro i el sermón es comedia, ¿no haremos siquiera la representación con propiedad? ¿No se ajustarán las palabras con el trage i con el oficio? ¿Assí predicava san Pablo, assí predicavan aquellos patriarcas que se vistieron i nos vistieron de estos hábitos? ¿No alabamos i no admiramos su predicar? ¿No nos preciamos de ser sus hijos? ¿Pues por qué no los imitamos? ¿Por qué no predicamos como ellos predicavan? En este mismo púlpito predicó san Francisco Javier. En este mismo púlpito predicó san Francisco de Borja. I yo que tengo el mismo hábito, ¿por qué no predicaré su dotrina, ya que me falta su espíritu?"

64. "Diréisme lo que a mí me dicen i lo que ya tengo esperimentado, que si predicamos assí, hacen burla de nosotros los oyentes i no gustan de oírnos. ¡Oh, qué buena razón para un ministro de Jesu Christo! Hagan burla i no gusten, en buen hora ellos, i hagamos nosotros nuestro oficio. La dotrina de que ellos hacen burla, la dotrina que ellos desestiman, essa es la que les devemos predicar i por esso mismo, porque es la más provechosa i la que más han menester. El trigo que cayó en el camino comiéronsele las aves. Estas aves, como esplicó el mismo Christo, son los demonios que apartan la palabra de Dios de los corazones de los hombres: Venit Diubolus, & tollit verbum de corde ipsorum. ¿Pues por qué no se comió el diablo el trigo que cayó en las piedras, sino el trigo que cayó en el camino? Porque el trigo que cayó en el camino conculcatum est ab hominibus. Pisáronlo los hombres, i la dotrina que los hombres pisan, la dotrina que los hombres desprecian, ésta es aquella de que el demonio teme. De essotros concetos, de essotros pensamientos, de essotras sutilezas que los hombres estiman i precina, de essas no se teme ni se recela el demonio, porque sabe que no son essos los sermones que le han de quitar las almas de sus uñas. Pero de aquella dotrina que cayó, secus viam, de aquella dotrina que parece común, secus viam; de aquella dotrina que parece trivial, secus viam; de aquella dotrina que parece trillada, secus viam; de aquella dotrina que nos pone en camino i en vía de nuestra salvación (que es la que los hombres pisan i la que los hombres desprecian) esta es aquella de quien el demonio se recela i se cautela; ésta es la que procura comer i apartar del mundo. I por esso mismo, essa es la misma que devíamos predicar los predicadores i la que devían buscar los oyentes; pero si ellos no lo hicieren assí i se burlaren de nosotros, hagamos nosotras tanta burla i desprecio de sus burlas, como de sus aplausos: Per infamiam & bonam famam, dice san Pablo. 238 El predicador ha de saber [Pg. 136] predicar con fama i sin fama. Más dice el apóstol. Ha de predicar con fama i con infamia. Predicar el predicador para ser afamado, esso es del mundo. Pero infamado i predicar lo que conviene, aunque sea con descrédito de su fama, esso es ser predicador de Jesu Christo. "

65. "Pensar en que gusten o no gusten los oyentes: ¡o qué advertencia tan digna! ¿Qué médico ai que repare en el gusto del enfermo quando trata de darle salud? Sanen i no gusten; sálvense aunque les amargue, que para esso somos médicos de las almas. ¿Quáles os parece que son las piedras sobre que cayó parte del trigo del Evangelio? Esplicando Chrísto la parábola, dice que las piedras son aquellos que oyen su palabra con gusto: Hi sunt qui cum gaudio suscipiunt verbum. Pues ¿será bien que los oyentes gusten i que después queden piedras? No gusten i ablándense; no gusten i quiébrense; no gusten i fructifiquen. Este es el modo con que fructificó el trigo que cayó en la buena tierra: Et fructum afferunt in patientia, concluye Christo. De manera que el fructificar no se junta con el gustar, sino con el padecer. Fructifiquemos nosotros i tengan ellos paciencia. El sermón que fructifica, el sermón que aprovecha, no es aquel que deleita al oyente, es aquel que le da pena. Quando el oyente a qualquiera palabra del predicador tiembla, quando cada palabra del predicador es un torcedor para el corazón del oyente, quando el oyente va del sermón para su casa confuso i atónito sin saber parte de sí, entonces es el sermón qual conviene, entonces se puede esperar que haga fruto: Et fructum afferunt in patientia."

66. "En fin, para que los predicadores sepan cómo han de predicar i los oyentes a quién han de oír, acabo con un egempla de nuestro reino i casi de nuestros tiempos. Predicavan en Coimbra dos famosos predicadores, entrambos bien conocidos por sus escritos (no los nombro porque no los he de igualar). Altercóse entre algunos dotores de la Universidad quál de los dos fuesse mayor predicador, i como no ai juicio sin inclinación, unos decían éste, otros aquél; mas un cathedrático que entre los demás tenía mayor autoridad, concluyó de esta suerte. Entre dos sugetos tan grandes no me atrevo a interponer juicio, sólo diré una diferencia que siempre esperimento: quando oigo al uno salgo del sermón mui contento del predicador; quando oigo al otro, salgo mui descontento de mí. Algún día os engañasteis tanto conmigo que salisteis del sermón mui contentos del predicador; ahora quisiera desengañaros tanto que saliesseis mui descontentos de vosotros. Sembradores del Evangelio, veis aquí lo que devemos pretender en nuestros sermones, no que los hombres salgan contentos de nosotros, sino que salgan mui descontentos de sí; no que les parezcan bien nuestros consejos, mas que les parezcan mal sus costumbres, sus vidas, sus passatiempos, sus ambiciones, en fin, todos sus pecados, con tanto que descontenten de sí, desconténtense en hora buena de nosotros. Si hominibus placerem, Christi servus non essem, decía el mayor de los predicadores san Pablo. 239 Si yo contentara a los hombres no sería siervo de Dios. ¡Oh!

[Pg. 137]

Contentemos a Dios i acabemos de no hacer caso de los hombres. Advirtamos que en esta misma Iglesia ai tribunas más altas que las que vemos: Spectaculum facti sumus Deo, Angelis, & hominibus. 240 Encima de las tribunas de los reyes están las tribunas de los ángeles, está la tribuna del tribunal de Dios que nos oye i nos ha de juzgar. ¿Qué cuenta ha de dar a Dios un predicador en el día del juicio? El oyente dirá: no me lo digeron; mas el predicador: mihi, quia tacui! 241 ¡Ai de mí que no dige lo que convenía! No sea más assí por amor de Dios i de nosotros. Estamos a las puertas de la Quaresma, que es el tiempo en que principalmente se siembra la palabra de Dios en la Iglesia i en que ella se arma contra los vicios; prediquemos i armémonos todos contra los pecados, contra las sobervias, contra los odios, contra las ambiciones, contra las embidias, contra las codicias, contra las sensualidades. Vea el cielo que aun tiene en la tierra quien se pone de su "parte; sepa el infierno que aun ai en la tierra quien le haga guerra con la palabra de Dios, i sepa la misma tierra que aun está en estado de reverdecer i dar mucho fruto: Et fecit fructum centuplum."

67. I pues, amigo i señor, ¿qué juzga u. m.?

Lucrecio. ¿Qué he de juzgar? Lo mismo que u. m. que merece este discurso estar escrito con letras de oro.

68. Fabio. ¡Pues qué cosas no dice igualmente admirables en orden al estilo! Abomina el estilo nuevo, dificultoso i afectado que en aquellos tiempos se introdujo i hoi es mucho peor: un estilo opuesto a toda arte i naturaleza. Dice que el estilo ha de ser mui fácil i mui natural i que por esso Christo Señor nuestro comparó el predicar al sembrar 242 porque el sembrar es un arte que tiene más de naturaleza que de arte. "En las otras artes (dice), todo es arte. En la música, todo se hace por compás. En la arquitectura, todo se hace por regla. En la arithmética, todo se hace por cuenta. En la geometría, todo se hace por medida. El sembrar no es assí, es un arte sin arte, caiga donde cayere." No quiere decir que no se use del arte, sino que no se afecte. Por esso se esplica más adelante diciendo assí.

69. Lucrecio. Esta noche parece que esplica u. m. como en la cáthedra, leyendo primero el texto i declarándolo después.

70. Fabio. No es ardid para descansar, sino arbitrio para autorizar lo que digo.

Lucrecio. U. m. no necessita para conmigo de más autoridad que la suya. Pero lea u. m. lo que gustare.

Fabio. No se puede perder lo que se sigue sin quedar defraudada la enseñanza i gusto. Oiga u. m.

71. "El predicar ha de ser como quien siembra i no como quien enladrilla o pone azulejos; ordenado, pero como las estrellas: Stellæ [Pg. 138] manentes in ordine suo. 243 Todas las estrellas están por su orden, pero es orden que hace influencia, no es orden que hace labor. No hizo Dios al cielo agedrez de estrellas, como los predicadores hacen al sermón agedrez de palabras. Si de una parte está blanco, de otra ha de estar negro. Si de una parte es de día, de otra ha de ser de noche. Si de una parte dicen luz, de otra han de decir sombra. Si de una parte dicen decendió, de otra han de decir subió. ¡Es posible que no hemos de ver en un sermón dos palabras en paz! ¿Todas han de estar siempre en frontera con su contrario? Aprendamos del cielo el estilo de la disposición i también el de las palabras. ¿Cómo han de ser las palabras? Como las estrellas. Las estrellas son mui distintas i mui claras. Assí ha de ser el estilo del sermón, mui distinto i mui claro; i no por esso temáis que parezca el estilo bajo. Las estrellas son mui distintas i mui claras i altíssimas. El estilo puede ser mui claro i mui alto. Tan claro que lo entiendan los que no saben, i tan alto que tengan mucho que entender en él los que saben. El rústico halla documentos en las estrellas para su labranza, i el marinero para su navegación, i el mathemático para sus observaciones i para sus juicios. De manera que el rústico i el marinero, que no saben leer ni escrivir, entienden las estrellas; i el mathemático, que tiene leído quantos escrivieron, no alcanza a entender quanto en ellas ai. Tal puede ser el sermón: estrellas que todos las ven i mui pocos las miden. Sí padre. Pero esse estilo de predicar no es predicar culto. Mas demos que no lo fuesse. Este desventurado estilo que hoi se usa, los que le quieren honrar le llaman culto; los que le condenan le llaman obscuro i aun le hacen mucha honra, porque el estilo culto no es obscuro, es negro, i negro bozal i mui cerrado. Es possible que somos portugueses i avemos de oír un predicador en portugués, i no avemos de entender lo que dice! Assí como ai Lexicón para el griego i Calepino para el latín, assí es necesario que aya vocabulario de púlpito. Yo a lo menos lo tomara por los nombres propios, porque los cultos tienen desbautizados a los santos i cada autor que alegan es un enigma. Assí lo dice el cetro penitente, assí lo dice el evangelista Apeles, assí lo dice el águila de África, el panal de Claraval, la púrpura de Belén, la boca de oro. ¡Ai tal modo de alegar! El cetro penitente dicen que es David, como si los cetros no fueran penitencia; el evangelista Apeles, que es san Lucas; el panal de Claraval, san Bernardo; la águila de África, san Agustín; la púrpura de Belén, san Gerónimo; la boca de oro, san Chrisóstomo. ¿I quién le quitará al otro el pensar que la púrpura de Belén es Herodes, que el águila de África es Cipión, i que la boca de oro es Midas? Si hubiesse un abogado que alegasse assí a Bartulo i Baldo, ¿fiaríais de él uestro pleito? Si huviesse un hombre que assí hablasse en la conversación, ¿no le tendríais por necio? Pues lo que en la conversación sería necedad, ¿cómo ha de ser discreción en el púlpito?

[Pg. 139]

72. Lucrecio. Ciertamente dice el padre Antonio de Vieira lo mismo que prisa. Yo me acuerdo que un predicador mui autorizado i tan decantado de muchos, como las coplas de Don Gaiferos, en una función de grandísimo dolor i delante de un auditoria sapientíssimo, entre otras cien cosas semejantes, dijo assí: Vengan sabios lamentantes, vengan preficas lamentatrices con sus migdonios, epicedios, corodidascalas i nenias i vayan enseñando a todos el saber llorar. No me atreviera a referirlo si no estuviera escrito con letras de molde.

Fabio. Dígamelo u. m. a mí, que por no reírme en función tan seria i lastimosa de essas i semejantes culturas, huve de morderme los labios.

73. Pero boleamos al intento. El estilo, si es difuso, es flojo i no persuade, porque el vigor se debilita con la dilatación, como le sucede al oro batido i cada día lo vemos en el oropel. Si es cortado i contiene tantos pensamientos como cláusulas, fatiga al que dice i al que oye, i, aunque sus sentencias sean mui sólidas, no es el que mejor persuade. Es mejor para leído que para escuchado. El que ni es difuso ni demasiado breve, es más propio del orador, i más si va acompañado de la claridad, virtud necessaria a la oración. El orador christiano ha de hablar de manera que ninguna cosa dege a la interpretación de los oyentes; todas las verdades las ha de dar ya mascadas; i aun a los pequeñitos en Jesu Christo, esto es, a los rudos en sus divinos misterios, conviene darles la buena dotrina, no como comida que no puedan digerir, sino como leche, según lo practicava el apóstol san Pablo. 244 La suma de los precetos es que predicar es convertir almas a Dios.

74. Lucrecio. No puede aver regla que se iguale con ésta. Pero para consuelo mío i cumplimiento de la dotrina de u. m. en el género moral, suplico a u. m. que me haga el gusto de cotejar aquella idea más alta que concibe el vulgo de los predicadores (escluyo siempre a los sabios i celosos), con la que u. m. entiende que se deve guardar.

75. Fabio. Serviré a u. m. Pero primeramente supongo dos cosas; la una es que yo juzga que el vulgo de los predicadores, que dice u. m., i según lo entiende, sólo tiene concebido que predicar no es otra cosa que hablar en público callando los oyentes, puesto que muchos, que sabemos que en las ciencias no hicieron progresso alguno, i en la oratoria menos, porque no empezaron a estudiarla, ni saben qué cosa es, sin embargo de repente se ponen a predicar i a tratar sin meditación el mayor negocio del mundo, qual es la salvación de las almas; quando leemos que Cicerón, hombre doctísimo en todas las ciencias, i eloquente sobre toda ponderación, aviéndole dado un esclavo suyo la noticia de que se le dilatava un día el aver de orar, por la buena noticia le dio la libertad. 245

76. La otra cosa que supongo es que la idea de orar, que yo concibo, es mucho más alta que la que u. m. ha oído; i assí el paralelo sólo [Pg. 140] será entre la idea que tienen los que llamamos conceptistas i la hasta aquí explicada. Por conceptistas entiendo un género de hombres que en el púlpito tienen mucha fama de ingeniosos, en las conversaciones son decidores, entre el vulgo sabios, entre los sabios sofistas, entre los prudentes pueriles.

77. La idea, pues, que tienen éstos de predicar consiste en elegir un thema extraño, tanto mejor para ellos quanto menos imaginado, lo avivan con reparos nunca oídos, lo realzan con nuevas dificultades, lo empeñan de manera que apenas parece pueda ayer salida; procuran dar una mui ingeniosa solución, engrandécenla con ponderaciones, pruévanla con la lección de los setenta, con la hebraica, griega, caldaica i siriaca, reálzanla con paridades, fecúndanla con semejanzas, llénanla de alusiones misteriosas, dame agudeza con las sofisterías, donaire con las paronomasias, sainete con las sales, satirizan algo contra los vicios. Todo lo visten de un estilo metafórico, brillante, afectadíssimo. I en fin, para conseguir algo de esto, que juzgan ser grande perfección, rebuelven las poliantheas, pervierten el uso de las concordancias bíblicas, libro importantíssimo para otros fines; se cansan, se fatigan i, después de averse hilado los sesos, vienen a formar una delicadíssima tela, que ni aun puede servir para cazar una mosca. I assí el fruto que se saca de tanto trabajo es que la mitad de la tal oración no llega a hacer assiento en la memoria de los oyentes, porque por su debilidad no tiene consistencia, i la otra mitad ni aun pudo entrar en el entendimiento por la violencia del discurso, i mucho menos en el corazón por la ligereza i ninguna eficacia de las razones. Con que pueden decir: en vano hemos trabajado.

78. A1 contrario, el orador christiano i verdaderamente apostólico, implora el favor de Dios con gran humildad de corazón; i haciéndose cargo de que su Divina Magestad ha de hablar por su boca, propone una verdad indubitable i de suma importancia; consulta al Espíritu Santo en sus Divinas Escrituras, halla pruevas certíssimas, egemplos eficaces, semejanzas ilustres; consulta a los Santos Padres i escritores sabios i piadosos, halla sobre el mismo assunto oraciones ya hechas, que le facilitan el trabajo grandemente. Escoge lo que más conviene al tiempo, lugar i necessidad presente. Da una i otra vista a los materiales recogidos; considera la disposición que les puede dar; los dirige a la prueva de la verdad, que pretende persuadir, la qual siempre es práctica; procura moverse para mover; si en su pecho siente tibieza, acude a Dios; no se mueve de sus pies hasta que siente movido su propio corazón; forma una oración, que todos entiendan; en la propuesta, claríssima; en la instrucción, sencilla; en las pruevas, más viva; en la conclusión, eficaz. Dios le facilita su trabajo i celo, i le premia con el fruto. Dígame u. m., señor Lucrecio, ¿qué es más fácil, egecutar lo primero o lo segundo?

79. Lucrecio. Estoi admirado de ver lo que passa. Sólo el diablo pudiera inventar tales cosas. Sólo e1 amor propio, que es peor que Satanás, pudiera hacer plausible lo irrisible, i negocio de poca importancia la salvación de las almas.

[Pg. 141]

80. Fabio. Es tanto el daño que ha causado i causa el modo de predicar de conceto, i según la idea que poco antes propuse que, en los principios de dicha invención, llegó a decir un gravíssimo i piadosíssimo escritor, que ha hecho más mal a la Iglesia de Dios que Calvino i Lutero. Yo me persuada que es assí. Nadie ai que ignore que el ingenio de san Agustín ha sido uno de los mayores que ha tenido el mundo. Con todo esso aquel sapientíssimo dotor, que como tan juicioso sabía el verdadero uso del ingenio, después de aver alegado una autoridad de san Cipriano algo más aguda i florida que las demás de dicho padre, hizo un reparo digno de grandíssima atención i consideración, diciendo assí: Este santo varón manifestó que podía hablar assí, porque en algún lugar habla assí, i que no quería, por quanta después nunca habló assí. 246 Vea u. m. quán bajo juicio hacía san Agustín de concetillos i dichos brillantes.

81. Ya es hora que digamos algo del género demonstrativo, el qual, aunque ahora es el mismo que siempre ha sido, es cosa digna de admirar que aya tan pocos hábiles en él. En este género se celebran las acciones ilustres de los santos; cosa tan devida a su mérito, que el Espíritu Santo no se desdeña de ser panegirista suyo. I habrá quien diga que, en aquellos días que la Iglesia dedica a su memoria, ¿no deverá el orador consagrar su ingenio con tan devidos elogios? ¿Qué es celebrar un santo, sino celebrar la virtud; o por mejor decir, la gracia de Dios en él? ¿Qué es celebrar un santo, sino proponer el egemplo i animar a seguirlo? Quien hiciera esto ¿en qué podrá culparse? ¿Qué otra cosa hicieron un san Basilio, un san Gregorio Nacianceno, un san Juan Chrisóstomo? ¿No son los modelos de la eloquencía sagrada? Pues ciertamente no errará quien los imite.

82. Lucrecio. ¿I quién puede dudar esso?

Fabio. Muchos modernos que, no siendo capaces de hacer un panegírico, de quien menos hablan es del santo. No tienen razón, pues devían seguir el espíritu de la Iglesia que, governada por el Espíritu Santo, consagra el día a la memoria de él; la qual, sino se procura celebrar, queda burlado el deseo i expectación de los oyentes, los quales van a oír las alabanzas del santo propias del día i de nuestra gratitud.

83. Supuesto pues que los santos se deven celebrar, antes de manifestar el modo, diré en general que en el género demonstrativo, o exornativo, que es lo mismo, al qual pertenece la oración panegírica, o laudatoria, son mui libres los proemios, o principios, porque puede uno empezar por una historia, o sentencia, o semejanza, o por la obligación del lugar i tiempo, i persona, o por el mismo assunto, como Cicerón, en la oración Pro Marco Marcello.

84. La narración en este género es toda la oración. Pero no es menester observar en ella el orden de los tiempos, porque no se escrive [Pg. 142] historia que pide una exacta chronología o distinción de tiempos; la qual en la oración sólo deve observarse quando se aya de referir algún sucesso particular que sirva de fundamento para la amplificación, o de digressión para mayor adorno de la oración.

85. La alabanza de ordinario no necessita de confirmación o prueva, por causa de celebrarse en ella cosas ciertas i que ninguno de los oyentes duda.

86. En el género demonstrativo suele el orador hacer algún epílogo o conclusión que resuma i acabe de amplificar lo más memorable que se ha dicho, a fin de que se imprima mejor en la memoria de los oyentes; i si se hace con arte, quedan éstos con una idea nobilíssima del santo i con una devoción entrañable.

87. Dejando esto supuesto en orden a las partes del panegírico, descendiendo ahora a su particular artificio, deseo que u. m. renueve la memoria de las tres cosas que hacen perfeta a la oración, es a saber, invención, disposición i modo de hablar.

88. En lo que toca a la invención es cierto que las alabanzas de los santos se han de hallar en su vida, i no en la propia fantasía. Quando se aya pues de elogiar un santo, hase de leer su vida, teniendo puesta la mira en observar las acciones que hizo el santo dignas de alabanza i de la imitación de los oyentes. Váyase apuntando lo más ilustre, suponiendo que el autor de la vida ha de ser verídico, i por esso todo lo que pueda sacarse de sus lecciones es mucho mejor, por el acuerdo con que se hicieron i la crítica con que se examinaron.

89. Pero en la elección de los materiales se ha de advertir que el panegírico christiano pide que se toquen de passo, i mui ligeramente, aquellas cosas de que los panegiristas profanos hacían gran caso i principal assunto. Tales son las calidades naturales, entendimiento i memoria; los bienes del cuerpo, la disposición, salud, fuerzas, hermosura; los bienes externos, riquezas, hijos, parientes, amigos i otros atributos de la persona, como la nación, la patria, el linage, sexo, nombre, edad, empleos, educación, egercicios indiferentes, aficiones i otras cosas semejantes. Verdad es que los Santos Padres no callaron estas cosas, como se ve en los elogios que nos dejaron san Gregorio Nacianceno, san Ambrosio i otros pero vivían en un tiempo en que aún reinava la eloquencia profana. Fuera de que únicamente tocavan esso de passo para dar a entender que los que, por essas partes podían ser atendidos i respetados en el mundo, hicieron incomparablemente mayor estimación de las virtudes christianas, siendo gran parte de su gloria aver despreciado i pisado toda la que les ofrecía el mundo. Este modo de alabar es mui digno de alabanza, i de él nos ha dado un ilustríssimo egemplo el venerable padre Pablo Señeri, celebrando eloquentíssimamente en santo Tomás de Aquino, El ingenio dado a Dios. Sólo pues deste modo es conveniente apuntar las calidades del espíritu, como ciencia, valor, prudencia i otras tales, que aunque essas prendas por sí no hacen a uno amable en los ojos de Dios, pero sí el buen uso de ellas.

[Pg. 143]

90. Dicen algunos que no deven tener lugar en el panegírico los milagros, porque son efetos de una causa superior, i no arguyen santidad, i tal vez son fingidos por algunos ociosos escritores. No ignoro que ai mucho de esso. Pero también sé que ai autores mui juiciosos i dignos de todo crédito, i que ai milagros que son patentes a todo el mundo. Siendo esto assí, no se deve usurpar a los santos aquella gloria que les cabe, por aver sido instrumentos de la divina omnipotencia. I no se puede negar que los milagros concilian a los santos una grande opinión de santidad, siendo éstos una de las pruevas auténticas a que la Iglesia atiende para declararlos por santos jurídicamente; i con razón, pues con ellos manifestaron el valimiento que ellos tenían con Dios; i finalmente son los que por el interés de los hombres les atrahen más respeto i veneración. Assí solemos ver que los santos taumaturgos, o milagreros, tienen más devotos. No quiero decir con esto que se llene de milagros un discurso, que sin discreción se escojan, que no se distinga i averigue si sólo tienen origen de la piadosa imaginación de alguno i credulidad del vulgo. Lo que digo es que también tienen su lugar los milagros en los panegíricos; i añado que aquéllos principalmente deven referirse que justifiquen más la inocencia de los santos, que facilitaron sus prudentes i heroicas empresas, que manifestaron su confianza en Dios, i la maravillosa assistencia de su Divina Magestad a los que esperan en él. En suma, lo que uno deve apuntar para alabar a los santos es todo lo bueno que hicieron o digeron, el provecho que causaron o el que sino por ellos no se huviera logrado. Estas cosas son las que son dignas de referirse i celebrarse, porque son mui dignas de nuestra imitación.

91. Passemos a la disposición o méthodo; el qual deve ser según la prudencia pida; esto es, según requieran las personas, cosas, tiempo i lugar. Esta disposición es la madre de la hermosura. Yo me governaría assí. Amontonados ya los materiales, sin orden ni disposición alguna, entonces sería quando formaría la idea i serie de lo que devía decir.

92. Juzgo que la idea en ningún modo deve preceder como precede quando se hace un edificio. La razón es clara; porque del santo sólo he decir lo que fue, no lo que yo quiero que sea. Mas la casa será como yo la quiero i antecedentemente tengo ideada; porque para que sea tal, me haré traher los materiales de qualquiera parte del mundo; el jaspe de Tortosa, el mármol de Génova, el hierro de Viscaya, la madera, si es menester, del mismo Líbano.

93. La idea pues del panegírico se ha de fundar en las acciones que se supieren del santo; i si puede ser, ha de ser tal, que abrace i contenga casi toda la vida, no históricamente referida, sino reducida a uno o más capítulos según convenga. A un capítulo, como si queriendo alabar a san Pablo, eligiesse yo el proponer una idea del varón apostó lico; queriendo alabar a san Francisco de Assís, eligiesse la idea del varón humilde; a dos capítulos, como si deseando elogiar a san Gerónimo, escogiesse la idea de un máximo dotor, proponiendo en un capítulo lo que hizo i en otro lo que enseñó, tomando por tema el texto del [Pg. 144] Evangelio: Qui autem fecerit & docuerit, hic magnus vocabitur in Regno Cælorum. 247 De esta suerte, el padre Pablo Señeri, varón apostólico de admirable eloquencia, en el día de su patriarca san Ignacio de Loyola, tomó por thema de su oración aquellas palabras del capítulo segundo del primero de los Reyes: Quicumque glorificaverit me, glorificabo eum; i dio una altíssima idea del Glorificador Divino glorificado, probando en la primer parte de su oración quánto glorificó a Dios san Ignacio, i en la segunda quánto le remuneró Dios glorificándole.

94. También se puede tomar por assunto una sola acción, quando a sola ella se puede reducir lo demás, como el amor que tuvo san Andrés de morir en cruz; o un don celestial, como el que tuvo san Francisco de Sales de convertir las almas con espíritu de suavidad. Assí el padre Antonio de Vieira, orador ingeniosíssimo i maravillosamente facundo, en el día de su gran patriarca eligió por thema aquellas palabras del capítulo doce de san Lucas: Et vos símiles hominibus expectantibus Dominum suum, i tomando por fundamento de su discurso la lección de un libro de vidas de santos, que es un hecho con relación a muchíssimos santos, pintó en san Ignacio de Loyola el semejante sin semejante; esto es, un santo semejante a cada uno de los mayores santos en alguna prerogativa singular, i por esso mismo semejante sin semejante. ¡Valiente pensar! Pero más admirable que imitable.

95. La elección de la idea deve ser tanto más premeditada quanto suelen ser más frequentes los errores que se cometen en ellas. Por esso quiero advertir algunos errores comunes.

96. Tal es, tomar muchas ideas por una, como lo serían las tentaciones de san Antonio, su soledad i ayunos.

97. También es vicio común elegir una idea general, como la vigilancia en salvarse. Ésse no es elogio singular, sino común i supuesto.

98. Los paralelos de los santos tuvieron sus veces. Ya se hicieron vulgares, i aun odiosos. Para persuadir que fue altíssimo el Coloso de Rhodas, basta decir que los navíos passavan entre sus piernas; no es menester compararlo con un hombre de regular estatura. De la misma suerte, a un santo sus virtudes son las que le hacen grande, no la comparación con otros, que siempre fue odiosa.

99. Los que se precian de ingeniosos suelen elegir unas ideas mui brillantes, de cuyo resplandor se dejan cegar, i con el mismo deslumbran la flaca vista de la mayor parte de los oyentes. Tal fue la idea de no sé quién, el qual comparó al gran patriarca san Ignacio de Loyola, con aquella primera luz que crió Dios en el principio del mundo, de la qual después en el día quarto formó el sol, la luna, los planetas i demás astros. Dijo pues que de san Ignacio (cuyo nombre está publicando su mucho fuego i lucimiento) como de primera luz formó el Divino Hacedor, en el cielo religioso de la Compañía de Jesús, las demás lumbreras de [Pg. 145] santidad, letras i prudencia. Ponderó que Dios repartió gran parte de aquella luz en el Sol del Oriente, san Francisco Javier, otra gran porción en el Júpiter de un san Francisco de Borja; i en los demás santos príncipes; otra, en el Mercurio de tantos doctos padres i escritores. Dijo que el Marte eran tantos mártires; san Luis Gonzaga, san Estanislao i otros, una como Anti-Venus; el venerable hermano Alonso Rodríguez, la Luna, i los de su grado el Saturno superior. A esta brillante idea llamó plausible acomodación un grande ingenio. 248 Mas yo siento, i digo, que de ella i otras tales se deve entender a la letra el apóstol san Pablo quando dijo: Ad fabulas autem convertentur. Condenar los oyentes a la cárcel de una prolija semejanza, o de una alegoría que dure una hora, por artificiosa que sea, es abusar del tiempo i de la paciencia de los que oyen.

100. Últimamente ai peligro en querer elegir una idea sobrado alta; porque, si bien la idea elevada es mejor, pues excita la expectación de los oyentes i empeña al orador a elevar sus pensamientos, suele suceder el peligro de hacer el discurso sobrado brillante i pomposo; vicio de jóvenes que no tienen todavía el juicio maduro. No se ha de afanar uno, pues, en especiosas ideas; cosa sólo concedida a los excelentes ingenios, i aun de éstos entre mil uno apenas es capaz de llenar una idea estraña. Sea pues ésta natural, i en ella muestre cada qual la valentía de su ingenioi copia de su dotrina, llenándola bien. I como ai santos mui celebrados de la mayor parte de los oradores, no ha de reparar uno en elegir el mismo assunto i tai vez la misma división, refiriendo unas mismas cosas, porque los modos de disponerlas i amplificarlas pueden ser infinitos, i el artificio de toda la oración mui otro. Fuera de que si uno quisiere no tomar cierta idea, ni atarse a ella, podría en esto imitar a Plinio el menor en aquel admirable panegírico que hizo del emperador Trajano. Verdad es que aquella oración es más admirable, que imitable; i hasta hoi en su género no ha tenido segunda.

101. Elegida la idea, será mui fácil hallar un texto que la apoye, por poco leído que uno sea. Los estrangeros suelen escoger un texto, el que mejor se acomoda a su idea, valiéndose de qualquiera libro de la Sagrada Escritura. No se deve esto reprehender. Los españoles, a fuer de ingeniosos, hacen gala de ceñirse al Evangelio del día. Alabaré al que, siguiendo qualquiera rumbo de éstos, se desempeñe mejor. Sobre lo qual es mui digno de leerse la que dijo el excelentíssimo i santíssimo prelado, el señor don Juan de Ribera, arzobispo de Valencia i patriarca de Antioquía, en el exordio del sermón que predicó después de publicada i pregonada la expulsión de los moriscos. 249

102. Hallado el texto que apoye la idea concebida, ha de hacer cuenta el orador que todo el discurso se ha de dirigir a ella, teniendo grande coherencia entre sí quanto huviere de decir.

[Pg. 146]

103. Dévese fundar la narración, o en una sola acción mui ilustre, o en muchas. Si en una, aquélla es la que principalmente se ha de amplificar en toda la oración; i para hacer más visible el mérito del santo, se pueden referir a ella todas las demás. Si la narración se funda en muchas acciones, cada una de por sí se ha de ir amplificando sucessivamente, dirigiéndose todas a un mismo thema.

104. Lucrecio. Confiesso mi rudeza. No lo comprehendo. Quisiera egemplos de uno i otro.

105. Fabio. No es fácil hacerlos de repente; pero sí valernos de los que ya están hechos. A mano tenemos al padre Vieira, que nos desempeñará en quanto u. m. desee saber en orden al arte de bien decir. Primeramente dige que la narración del panegírico puede fundarse en una sola acción, qual fue en san Ignacio de Loyola la lección de las vidas de los santos, en cuya acción se puede considerar el motivo de ella i el fruto que san Ignacio sacó. El motivo fue entretener el pensamiento, i no es del casa fundar en esso el discurso; el fruto fue mejorar su vida i salir un santo semejante a aquellos cuyas vidas leyó, semejante, digo, a cada uno en las mayores perfecciones; de donde quiso inferir el padre Vieira que fue semejante sin semejante. A este fin, pues, que eligió por thema de su oración, dirigió la narración de las perfecciones del santo; la qual es como se sigue:

106. "Et vos símiles hominibus expectantibus Dominum suum. Lucæ 12. Admirable es Dios en sus santos, pero en el santo que hoi celebra la Iglesia, singularmente admirable. A todos los santos manda Christo, en este Evangelio, que sean semejantes a hombres: Et vos símiles hominibus. 250 Pero assí como ai grande diferencia de hombres a hombres, la ai también de semejanzas a semejanzas. A los otros santos manda Christo que sean semejantes a hombres que sirven a señores de la tierra: Hominibus expectantibus Dominum suum. A san Ignacio le manda Christo que sea semejante a hombres que sirvieron al Señor del Cielo. Quanta es la diferencia del cielo a la tierra, tanta es la que ai de una semejanza a otra semejanza. A los otros santos les entrega Christo en sus manos este Evangelio, i díceles: Servidme assí como los hombres sirven a hombres. A san Ignacio pónele Dios en la mano un libro de las vidas de los santos, i le dice: Sírveme assí como estos hombres me sirvieron. Fue el caso: Yacía san Ignacio (no digo bien) yacía don Ignacio de Loyola mal herido de una bala francesa en el sitio de Pamplona, i picado como valiente de aver perdido un castillo, fabricava en su corazón otros mayores, según la medida de sus alientos. Ya le parecía poca defensa Navarra, poca muralla los Pirineos, i poca conquista la Francia. Considerávase capitán i español, i rendido, i el dolor le trahía a la memoria cómo Roma con Cipión, i Cartago con Aníbal, fueron despojos de España. Los Cides, los Pelayos, los Viriatos, los lusos, los Geriones, los Hércules, eran los hombres con [Pg. 147] cuyas semejanzas heroicas le animava e inquietava la fama; i más herido de la reputación de la patria que de sus propias heridas, cansado de luchar con tan dilatados pensamientos, pidió un libro de cavallerías para passar el tiempo. Pero ¡o Providencia Divina! Un libro que se halló era de vidas de santos. Bien pagó después san Ignacio en libros lo que devió a éste. Mas ved quánto importa la lección de buenos libros. Si el libro fuera de cavallería, saliera Ignacio un gran cavallero; fue un libro de vidas de santos, salió un gran santo. Si leyera cavallerías, saliera Ignacio un cavallero de la ardiente espada; leyó vidas de santos, salió un santo de la ardiente antorcha: Et lucernæ ardentes in manibus vestris. Toma Ignacio el libro en las manos, lee al principio con desabrimiento, poco después sin fastidio; i últimamente con gusto; i de allí adelante con hambre, con ansia, con cuidado, con desengaño, con devoción, con lágrimas. "

107. "Estava atónito Ignacio de lo que leía i de ver que avía en el mundo otra milicia para él tan nueva, i tan ignorada, porque los que siguen las leyes del apetito, como se rinden sin batalla, no tienen conocimiento de su guerra. Ya le parecían mayores aquellas combates, más fuertes aquellas resistencias, más ilustres aquellas hazañas, más gloriosas aquellas vitorias, i más para apetecer aquellos triunfos. Resuélvese mudar de armas i alistarse debajo de las vanderas de Christo; i la espada de que tanto se preciava fue el primer despojo que ofreció a Dios i a su Madre, en los altares de Monserrate. Aceptad, Señora, essa espada, que pues se han de revelar contra vos tantos enemigos, tiempo vendrá en que será bien necessaria para defensa de uestros atributos. Leía Ignacio las vidas de los confessores, i empezando como ellos por el desprecio de la vanidad, echa el coleto a un lado, desprecia las galas, i assí como desnudava el cuerpo, se iva armando el espíritu. Leía las vidas de los anacoretas, ya suspirava por los desiertos i por verse metido en una cueva de Manresa, donde sepultado acabarse de morir al mundo i comenzarse a vivir, o a resucitar a sí mismo. Leía las vidas de los dotores i pontífices, i (aunque no le atrahían las mitras, ni las tiaras) resuélvese a aprender para enseñar i comenzar los rudimentos de la gramática entre los niños, conociendo que en treinta i tres años de Corte i guerra, aún no avía empezado a ser hombre. Leía las vidas o las valerosas muertes de los mártires, i con sed de derramar la sangre propia, quien avía derramado tanta agena, resuelve ir a buscar el martirio en Gerusalén, ofreciendo sus desarmadas manos a las esposas, los pies a los grillos, el cuerpo a las mazmorras i el cuello a los alfanges turquescos. Leía finalmente las vidas i peregrinaciones de los apóstoles, i sonándole mejor que todo a sus oídos las trompetas del Evangelio, tomó por empressa la conquista de todo el mundo para dilatar la fe, para sugetarle a la Iglesia, i para levantar nuevo edificio sobre los fundamentos que ellos avían zanjado. Esto era lo que Ignacio iva leyendo, i esto lo que al mismo tiempo iva trasladando en sí i imprimiendo dentro de su alma. Pero quién le digera entonces al nuevo [Pg. 148] soldado de Christo que notasse en aquel libro el día treinta i uno de julio, i advirtiesse bien que aquel lugar estava vaco, i supiesse que la vida de el santo que allí faltava avía de ser la suya, i que este día feriadoi sin nombre avía de ser el día de San Ignacio de Loyola, fundador i patriarca de la Compañía de Jesús. Tales son los secretos de la Divina Providencia; tan grandes los poderes de la gracia, i tanta la capacidad de nuestra naturaleza. "

108. "Para satisfacer las obligaciones de tan gran día, no quiero más materia que el sucesso que propuse, ni más libros que el mismo libro, ni más texto que las mismas palabras: Et vos símiles hominibus. Veremos, en dos discursos, Ignacio semejante a hombres, i Ignacio hombre sin semejante. Más breve lo diré: el semejante sin semejante. Este será el assunto. Pidamos la gracia. Ave María."

109. Señor Lucrecio, ya ve u. m. el thema, ya ve 1a narración de un solo hecho, qual es la lección de las vidas de los santos; ve u. m. cómo, aunque la narración principal es de un solo hecho, esse hecho está hermosamente adornado de otros muchos que después no se podrían introducir fácilmente en la amplificación del thema. I essos varios hechos, o movimientos del espíritu del santo, todos aluden a sus heroicas empressas, i se encaminan a un mismo fin, esto es, a proponer un santo tan semejante a cada uno de los mayores santos en las mayores prerogativas de ellos, que por esso mismo es semejante sin semejante. La habilidad, pues, del orador consiste en probar esto i, coma las mismas perfecciones son las pruevas i elogios, de su misma vida se saca la amplificación del assunto. Assí dice que san Ignacio fue semejante a san Pedro en llorar su vida passada; a san Pablo, en sus arrobos; a san Estevan, en rogar a Dios por sus enemigos; a san Basilio, en el magisterio del espíritu; a san Antonio, el Grande, en lanzar demonios; a san Agustín, en las confessiones de sus culpas; a san Francisco de Paula, en la fundación de una compañía, a quien el santo, por ser suya, dava el nombre de mínima; i Jesús quiso que fuesse i se llamasse suya. Dice que fue semejante a san Benito en el conocimiento de la essencia, atributos i Trinidad de Dios; a san Bernardo, en la comprehensión de las Escrituras; a san Gregorio Thaumaturgo, en el imperio sobre los incendios i tempestades; a san Antonio de Padua, en multiplicarse a un mismo tiempo en varios lugares por el amor a sus hijos; a san Patricio, en resucitar muertos; a san Athanasio, en combatir heregías; a san Juan Chrisóstomo, en resistir a los poderosos; a san Silvestre, en la reformación del culto divino i introducción de la frequencia de sacramentos; a san Gregorio, el Magno, en instituir seminarios de fe; a san Clemente, en las persecuciones; a san Gerónimo, en las penitencias; al santo Simeón, en ver a Jesu Christo como niño en el santíssimo sacramento; i a otros muchos santos, en otras muchas i singulares prerogativas, a cada uno en la suya; i de tantas semejanzas resulta en sentir del padre Vieira, una semejanza sin semejanza, la qual procura amplificar ingeniosíssima i eloquentíssimamente.

[Pg. 149]

110. Ya ha visto u. m., pues, cómo todas las prerogativas del santo se han ido dirigiendo a un mismo fin; i cómo el mismo referir con elogio ha sido amplificar. Añada u. m. los ingeniosos reparos i mucho más ingeniosas satisfaciones: "Quando Dios (dice) quiere convertir hombres i hacerlos santos, labra un diamante con otro diamante i hace un santo con otro. Santo fue David, convirtióle Dios con otro santo, el profeta Nathan; santo fue Cornelio, centurión, convirtióle Dios con otro santo, san Pedro; santo fue Dionisio Areopagita, convirtióle con otro santo, san Pablo; santo fue san Agustín, convirtióle después con otro santo, san Ambrosio; santo fue san Francisco Javier, convirtióle Dios con otro santo, el mismo san Ignacio. Pues si para hacer un santo, basta otro santo; ¿por qué junta Dios los santos de todas edades del mundo, por qué junta los santos de todos los estados de la Iglesia, por qué junta las vidas, las acciones, las virtudes i los egemplos de todos los santos para hacer un san Ignacio? Ya ve u. m. el reparo; vea ahora la solución, i cómo la ilustra con varias comparaciones. Porque tanto (dice) era necessario para hacer un tan gran santo. Para hacer otros santos basta sólo un santo; para hacer un san Ignacio son necessarios todos. Para ser santo Enós, basta que sea semejante a Seth; para ser santo Josef, basta que sea semejante a Jacob; para ser santo Josué, basta que sea semejante a Moisés; para ser santo Tobías, basta que sea semejante a Job; para ser santo Elíseo, basta que sea semejante a Elías; para ser santo Timotheo, basta que sea semejante a Pablo; pero para que Ignacio sea tan gran santo, i tan singular, como Dios le quena hacer, no basta ser semejante a un santo; no basta ser semejante a muchos santos, es necessario ser semejante a todos. Por esso le entrega Christo en sus manos en un libro las vidas i acciones heroicas de todos los santos, para que los imite i se forme a semejanza de todos: Et vos símiles hominibus."

111. No contento con esto, passa adelante el padre Antonio de Vieira i dice cómo quiso Dios formar en san Ignacio un compuesto tan excelente i admirable de virtudes i gracias. Válese de la semejanza de lo que Ceusis practicó en la pintura de Helena, a quien llama Juno, por no aver entendido bien la mente de Plinio. 251 Estas equivocaciones son mui fáciles. Ilustra lo mismo con otra mucho más artificiosa semejanza que no se puede omitir sin perder un ratico de mucho gusto.

112. "Preguntó (dice) Christo a sus discípulos: Quem dicunt homines esse filium hominis? 252 ¿Quién dicen los hombres que soi yo? I respondieron los discípulos: Alii Joanem Baptistam: alii vera Eliam: :alii vera Jeremiam, aut unum ex Prophetis. Señor, unos dicen que sois el Bautista; otros que sois Elías; otros que sois Geremías o alguno de los otros profetas i santos antiguos. ¡Notables pareceres de los hombres, i más notable el parecer de Christo! Si Christo se parecía al Bautista, ¿cómo se parecía a Elías? Si se parecía a Elías, ¿cómo se parecía [Pg. 150] a Geremías? Si se parecía a Geremías, ¿cómo se parecía al Bautista? En los otros santos i profetas antiguos, aut unum ex Prophetis, aun ai mayor admiración, porque era mayor el número i la diferencia. Pues si Christo era un solo hombre, ¿cómo se parecía a tantos hombres? Porque no sólo en lo natural, sino también en lo moral (como luego veremos) era hecho a semejanza de muchos. In similitudinem hominum factus, & habitu inventus ut homo. 253 Donde nota san Bernardo que dice el Apóstol: Hominum non hominis. I si era hecho a semejanza de muchos, ¿qué mucho se pareciesse a muchos? Quien vio a Christo instituir el bautismo, decía: Éste es el Bautista: Alii Joannem Baptistam. Quien le veía ayunar en un desierto, decía: Éste es Elías: Alii vero Eliam. Quien le veía llorar sobre Gerusalén, decía: Éste es Geremías: Alii vero Jeremiam. Del mismo modo filosofavan los que decían que era alguno de los otros santos o profetas antiguos: Aut unum ex Prophetis. Quien veía la sabiduría admirable de Christo, no estudiada, sino infusa, decía: Éste es Salomón. Quien le veía publicar leí nueva en un monte, decía: Éste es Moisés. Quien le veía convertir hombres con parábolas, decía: Éste es Nathán. Quien le veía admitir los obsequios de una muger pecadora, decía: Éste es Osseas. Quien le veía passar las noches en oración, decía: Éste es David. Quien le veía aplaudido del pueblo i perseguido de los grandes, decía: Éste es Daniel. Quien le veía sufrir las afrentas con tanta humildad, decía: Éste es Miqueas. Quien le veía sanar los enfermos i resucitar los muertos, decía: Éste es Elíseo. De manera que la multitud i maravilla de las obras causava la diversidad de las opiniones. I siendo Christo en la realidad un solo hombre, en la opinión era muchos hombres. Mas era muchos hombres en la opinión, siendo uno solo en la realidad porque, verdaderamente, aunque era uno, era hecho a semejanza de muchos. In similitudinem hominum factus."

113. "¡O glorioso patriarca! Si 1a vida de san Ignacio se escriviera sin nombre i se moviera esta questión: Quem dicunt homines?, no ai duda sino que el mundo se huviera de dividir en opiniones i que ninguno avía de acertar fácilmente qué santo era aquél, &c."

114. ¿Ha observado u. m: señor Lucrecio, qué cosa es fundar la narración, en un solo hecho i dirigir a él todo el discurso?

Lucrecio. Sí señor, i al mismo tiempo quedo admirado de ver una idea tan ingeniosa i tan eruditamente amplificada.

115. Fabio. Pues sepa u. m. que san Juan Chrisóstomo hizo un elogio semejante del apóstol san Pablo, para que conozca u. m. quánto conviene leer a los Santos Padres i quánto importa leer apuntando, porque oraciones tan eruditas no se hacen de repente. Verdad es que yo deseo que u. m. entienda que el padre Vieira en esta oración, como en algunas otras, fue más admirable que imitable, porque a fuerza de ingenio hizo verosímil una paradoja.

[Pg. 151]

116. Lucrecio. ¡Cómo paradoja!

Fabio. Sí señor. Yo me explicaré. El thema del padre Vieira parte es positivo i parte exclusivo. Es positivo en aquello que dice: El semejante; es exclusivo en lo que añade: Sin semejante. Lo primero es certíssimo, pues el gloriosíssimo padre san Ignacio en muchíssimas perfecciones heroicas fue semejante a los mayores santos. Lo segundo es falso si se toma en todo rigor, porque (en mi juicio) supone inferior a la santidad de san Ignacio, la de san Josef, san Juan Bautista, san Pedro, san Pablo i de otros santos de primera classe. I si la comparación en las santidades es tan odiosa, mucho más lo es una prelación tan general. Me explicaré de otro modo. De la igualdad de muchas perfecciones, todas las quales concurren en uno solo, cotejadas éstas con otras, las quales sean las mayores en otros santos, se infiere bien la superioridad en la perfección; pero de sola la semejanza no, porque en ésta puede ayer mucha más i menos. I assí, la segunda parte del thema fue más sofística que dialéctica, i por esso las pruevas fueron ingeniosas, pero no probables: motivo porque yo las he omitido.

117. Lucrecio. ¿Pues por qué se ha valido u. m. de esse egemplo?

Fabio. Me he valido de él en lo que me pareció bien: i aun, si u. m. ha reparado, he invertido el méthodo del discurso; porque el padre Antonio de Vieira ilustró primeramente su propuesta con la semejanza de Jesu Christo i después la probó con las acciones del santo; i el buen méthodo pide que primeramente se prueve el assunto i después se ilustre con semejanzas.

Lucrecio. ¡Fuerte censor es u. m.!

118. Fabio. Asseguro a u. m. que huyo las ocasiones de parecerlo; porque muchos que no han llegado a saludar la crítica, entienden que porque uno censura algo en algún grande escritor le tiene menos devoción. Engaño propiamente de necios. Yo estimo tanto al padre Antonio de Vieira (i lo mismo pudiera decir de otros muchos) como el que más. Diez o doce años ha que leí todos sus sermones: i quando 1e leía, conocía en mi estilo una notable mejoría; porque, como el suyo es tan claro i dulce por su gran propiedad, i suave contextura, se pega muchíssimo. Con todo esto, yo no permitiría la lección del padre Vieira a todo género de letores; porque muchos que no tienen el juicio que se requiere para dicernir lo ingeniosa de lo sólido, se dejan encantar de algunos discursos que tal vez en algo son, como dige, más admirables que imitables; i no piensan en seguir lo buena i mejorar lo no tan bueno.

119. Lucrecio. ¿Pues cómo haría uno para formar un panegírico semejante al referido de san Ignacio de Loyola, en lo que dicho panegírico tiene de loable?

Fabio. Yo lo diré. Supongamos que se huviesse de predicar de san Pablo. Podría uno tomar por thema aquellas palabras que el gloriosíssimo apóstol, inspirado del Espíritu Santo, dijo a los de Corintho: Sed imitadores de mí, como yo lo soi de Christo. 254 Sería una idea altíssima [Pg. 152] ir manifestando quán gran santo fue san Pablo, pues, inspirado de Dios, mandava a los Corinthios que le tuviessen por norma de sus acciones, assí como él tenía a las de Jesu Christo señor nuestro por regla de las suyas. Para llenar esta capacíssima idea se avían de leer todas sus epístolas del santo i los Hechos de los Apóstoles, donde hablan de san Pablo, entresacando lo más heroico para ir assemejándolo con las acciones de Jesu Christo, guardando siempre la proporción i distancia de discípulo a maestro, de siervo a señor, de puro hombrea Hombre i Dios; procurando a menudo dar algunos golpes a los oyentes, amonestándoles quáles deven ser i quáles no son. Juzgo que éste sería un discurso, no solamente solidíssimo, pues quanto se digesse se podría fundar en Escrituras Divinas, sino también eruditíssimo i por la disposición admirable. Supónese que una tal oración no se podía hacer de la noche a la mañana i que avía de ser mui hambre el que huviesse de llenar una tan grande idea.

Lucrecio. Aun antes de verla egecutada ya no cabe en mi mente. Prosiga u. m.

120. Fabio. Con esto que he dicho, me parece que ya no necessito de añadir palabra alguna sobre el modo de hacer la narración de varias acciones dirigidas a un thema.

121. Lucrecio. No se canse u. m. en decirlo, pues ya me parece que lo entiendo: porque aviendo visto cómo muchas acciones ilustres de la vida de un santo pueden referirse a una sola acción que se tome por thema, más fácil es de practicar el dirigir muchas acciones a un thema que por su generalidad o conexión las abrace todas, como el que u. m. ha propuesto que se podía hacer del apóstol san Pablo. I también el egemplo, que u. m. alegó del Glorificador Divino Glorificado del padre Señeri, no necessita de explicación, pues se viene a los ojos, que todas las acciones de san Ignacio (después de su conversión) se encaminaron a la mayor gloria de Dios, cuya divina misericordia no podía dejar de premiarle con aquellos liberalíssimos i gloriosíssimos premios que tiene prometidos a los que le sirven de veras, i más a quien se interesó tanta en su gloria que la tomó por su divisa, no diciendo ni haciendo sino lo que conducía a su mayor ensalzamiento.

122. Fabio. Esso es puntualmente lo que yo quería decir. Pero tengo que añadir una advertencia, i es que, quando la oración se funda en la narración de una acción, se refiere al principio i después se amplifica. Pero si la oración se funda en la narración de muchas acciones, se van refiriendo i amplificando sucessivamente en la serie de toda la oración: la qual (por decirlo más claro) no es otra cosa sino muchas narraciones amplificadas dirigidas a un thema; o una narración compuesta de varias narraciones. Tenemos de esto un egemplo admirable en la última parte de la Filípica segunda, siendo sola la diferencia de que allí se trata de vituperar i nosotros ahora de alabar. Pero el mismo artificio tiene una narración que otra. Ésta, pues, se deve hacer en diferentes veces i parte por parte, porque si fuesse seguida, sería histórica: quiero decir [Pg. 153] que se ha de referir amplificando, i se ha de amplificar de modo que no se hagan digressiones de las alabanzas del santo a moralizar mui de propósito i hacer invectivas que, aunque en sí sean buenas, tratadas como principal assunto, no son del intento. Si esso es panegírico, qualquiera de repente puede ser panegirista, como tenga sabidos de memoria algunos lugares comunes. Esso buenamente es huir de la dificultad de hacer un panegírico perfeto, como suelen huir los franceses mui de ordinario recurriendo luego al moral, afectando que nos dan a entender que el santo prefiere nuestra bien a sus elogios estériles. Mas esso, a mi juicio, es hacer gala de la necessidad. Un discurso moral no leve enteramente llenar un panegírico, sino quando el assunto sea tan estéril que no se pueda hacer otro: i aun entonces, de quando en quando se ha de aludir al santo haciendo algunas reflexiones sobre sus virtudes; o a lo menos se ha de usar de alguna apóstrofe, o comunicación, en que se hable del santo, porque sino la oración será moral, pero no panegírica. Fuera de este caso, en que la falta de noticias obliga a hablar menos del santo de lo que uno quisiera, es cosa impertinente hacer digressiones i ostentar recóndita dotrina, predicándose de esta suerte más a sí propio que al santo. Si se mezcla alguna reflexión para enseñanza o reprehensión de el auditorio, cuya utilidad siempre deve tenerse presente, sea breve i de manera que no parezca socorro de lugar común. Hágase pausa en lo más resplandeciente: dígase de passo lo de menos importancia, i aunque es verdad que el mismo egemplo por sí es eficacíssimo para excitar la imitación, sin embargo, siempre que lo pida el caso exhórtese a ella. Para que imitemos a los santos se nos representan sus vidas, i para que nos animemos a imitarlas se refieren prácticamente.

123. Huya el orador de afectar hallar la prueva de todo en la Sagrada Escritura: vicio que hoi reina mucho en España, o por el vano deseo de afectar ingenio i erudición o por no tener paciencia para leer las vidas de los santos; o, como es más creíble, por falta de materiales ya recogidos, pues para hacer lo que digo no aprovechan sermonarios i es menester trabajar. Pero aquello de valerse de la Escritura para probarlo todo nunca podrá ser loable por más que hombres de grandíssimo ingenio ayan procurado autorizarlo con perniciosíssimo egemplo. Yo suelo decir de los tales que todo lo que les sobra de ingenio les falta de juicio. Por esso el padre Vieira, quejándose de esto, contrapone tales predicadores al sembrador del Evangelio que sembrava el trigo de manera que naturalmente naciesse. ¡Qué diferente (dice) es el estilo violento i tiránico que hoi se usa! Ver venir los tristes passos de la Escritura como que vienen al martirio. Unos vienen acarreados, otros vienen arrastrados, otros vienen estirados, sólo atados no vienen. ¡Ai tal tiranía! ¡I en medio de esto qué bien levantado está aquello! No está el caso en el levantar; está en el caer: cecidit.

Lucrecio. ¡Qué bien dicho!

124. Fabio. De esto quisiera yo que se acordassen los que intentan imitar a tan gran varón. También deve huir el orador de assegurar [Pg. 154] cosas puramente opinables. El púlpito es cáthedra de verdades porque lo es del Espíritu Santo. I esta consideración deve también obligar al orador a no decir cosa alguna que dé que reír: en lo qual he visto pecar enormíssimamente a muchos que predican de san Vicente Ferrer, no sólo haciéndose ridículos, diciendo bufonadas, sino dando una idea de un santo de burlas. Luego que veo predicar assí, me voi. No tengo paciencia para tanto, ni sé cómo la tienen otros.

125. Si se toca algo de la historia profana, que deve ser mui poco, se ha de dar la ventaja a la acción del santo. A fábulas quisiera que ni aun se aludiesse. Es cosa lamentable ver que el theatro de los dioses es la Biblia de muchos; i los fastos gentilicios sus concordancias.

126. Tal vez conviene, para elogiar mejor a los santos, referir sus defetos con el mayor decoro. Como si se huviesse de elogiar a la penitentíssima santa María Madalena, al apóstol san Pablo, o al gran padre de la Iglesia san Agustín, se podría decir algo de su primera vida (con gran moderación i respeto) para que mejor resplandeciesse la misericordia divina i la correspondencia fiel de los santos a su divina gracia. Esto, en el auditorio, induce confianza en la misericordia de Dios. Pero no se ha de referir de modo que pueda inducir a relajación i a una vana esperanza de la divina clemencia.

127. Introducir coloquios entre muchas personas es invención más propia del theatro que del púlpito. Sin embargo, tal qual vez, se puede introducir al santo diciendo algo: i aquello ha de ser cosa de gran momento i de mucha prudencia; i se ha de decir con el mayor decoro; i assí tendrá la oración un ilustre esplendor sobre una gran autoridad.

128. Pienso aver dicho harto de la invención i disposición del panegírico. Sólo me queda que decir del modo de hablar. Juiciosamente deseava Quintiliano 255 que en las palabras se pusiesse cuidado, en los pensamientos solicitud; porque ciertamente la eloquencia no tanto consiste en las palabras como en las cosas que se piensan. Las palabras deven acomodarse a las cosas, no éstas a aquéllas. Fuera de que casi siempre el que piensa bien habla bien; porque la abundancia de cosas produce copia de palabras, siguiendo éstas a los pensamientos sin estudio ni diligencia alguna. Cosa en que se leve observar i alabar la maravillosa providencia de Dios; pues aviéndonos dado entendimiento capaz de pensar quanto es imaginable, nos dio también lengua con que poder pronunciar quanto queramos, i porque para toda cosa imaginable no es possible que de hecho aya palabras instituidas por el beneplácito común; nos dio arte i manera de explicarnos en semejantes casos, valiéndonos de voces transferidas de una significación a otra que por alguna semejanza también le quadre. De suerte que podemos decir que quanto más sabemos, más sabemos hablar. Assí vemos que el ignorante llama [Pg. 155] a una yerva particular con el nombre general de yerva; el herbolario con el particular, notando sus diferencias. El ignorante se contenta con la idea del hombre; el filósofo atiende a que puede ser grande i pequeño, i le llama ya hombre, ya hombrecillo; i si es mucha 1a diferencia, gigante o enano. La atención pues forma las ideas abstrahídas i es madre de la fecundidad de las lenguas, en que reina la española entre las europeas.

129. Los términos propios son los más propios porque son los que mejor declaran las cosas. Pero no se ha de buscar tanto la propiedad que por afectarla se haga el estilo flojo. Una traslación a su tiempo anima el discursa. Pero no todo deve decirse con traslaciones. No ha de campear en todo la contraposición ingeniosa: mucho menos la ironía o irrisión, que es más a propósito para una sátira o discurso académico en que se solicita más el gusto que el provecho. Pide el púlpito mucha gravedad: i cada género de decir tiene su propio estilo. El instructivo pide propiedad i claridad; el deliberativo mayor vehemencia, i como ésta se logra usando decorosamente de traslaciones i figuras, admite mayor cultura; bien que no parezca artificiosa, sino natural: el panegírico requiere mayor estudio i lima. Su estilo es más elevado i más ilustre: nunca bajo, aunque siempre magnífico. Una inchazón en el cuerpo es falta de salud, en el estilo de seso. No han de ser las palabras mayores que las cosas. Sea todo el panegírico semejante a un lienzo donde ai sombras para realzar lo que ha de dar golpe a los ojos. Pero no se imite a los frutales pintados. Puede ser el estilo algo florido, pero sea siempre fructuoso: sea ameno, pero siempre útil. No se emplee en todo el esfuerzo del arte; pero esté todo según arte. Si todo fuesse luz, cegaríamos. No todo brilla igualmente en Cicerón, i escrivió como egemplar. Querer hablar de todas las cosas igualmente es ignorar la desigualdad de las cosas. Finalmente en los modos de hablar se deve seguir a la costumbre, que es la maestra del lenguage. Úsese de las palabras como del dinero: si son corrientes i del uso común. I en lo que toca a la colocación de ellas, procúrense evitar los odiosos concursos de la final de alguna palabra i inicial de otra que juntas puedan formar algún vocablo obsceno, sucio o poco decoroso. Mas si fuesse de otra especie de significación, no obligaría yo al orador christiano a tanta solicitud. Pero sí entiendo que deve evitar palabras ásperas i composición dura; porque el más noble pensamiento desagrada si no le apruevan los oídos. Estos no pueden ser buenos jueces si no están acostumbrados a oír lo mejor.

130. También se deve atender qué pide cada cosa de que se trata, porque cada passión tiene su lenguage. El amor pide locución blanda, la indignación más fuerte, las amenazas áspera. Pero, regularmente, el contexto de la oración deve ser suave i dulce: i esta es una propiedad maravillosa que arrebata los oídos. Por ella son tan agradables los escritos de los padres Granada, i Ribadeneira, i de santa Theresa de Jesús, de cuyos estilos el que no es aficionado entienda que en mi juicio todavía no ha llegado a tener gusto ni voto. En suma. Es tan agradable la dulzura [Pg. 156] de la oración, que del amor de ella nació la irregularidad de las lenguas para que la misma variedad suavizasse la locución. Por esso tienen los latinos tantos casos en los nombres, i nosotros tantas i tan irregulares variaciones en los verbos pues, aunque nuestras conjugaciones son menos, los modos i tiempos de variarlas son muchos más.

131. Ya ve pues u. m. quánta dificultad tiene hacer un panegírico perfeto. I no es de estrañar que aya avido tan pocos que lo ayan logrado. No es empeño para un ingenio mediano manifestar las acciones que tanto procuró recatar la humildad de los santos; hacer admirable e imitable al que ocultó tanto sus méritos que sólo Dios los conoció; hacer apreciables aquellas desconocidas verdades que desestimaron los hombres del siglo i se suelen despreciar, i, en fin, hallar un especial carácter del santo por el qual parezca singular i mui diverso de todos los demás; siendo assí que ai tantos tan semejantes en el modo de vivir, puesto que parece uno mismo el celo de las personas apostólicas; uno mismo el esfuerzo i valentía de los mártires; unas mismas austeridades las de los penitentes; una misma pureza la de las vírgines. Pero si bien se repara (como agudamente lo reparó santo Thomás) nuestra madre la Iglesia, guiada del Espíritu Santo, suele aplicar a muchos santos aquellas palabras que el Eclesiástico dice de Abrahán: Non est inventus similis illi in gloria, qui conservavit legem Excelsi; 256 no por otra causa, sino porque en cada santo resplandece cierta gracia o prerogativa particular, en que Dios le quiso singularizar i manifestarse admirable. Distinguir bien estas cosas pide un gran ingenio, un gran juicio, una grande aplicación i, sobre todo esto, una singular gracia de Dios, particularmente para darlo a conocer i manifestarlo practicable en el estado de qualquiera.

132. Las oraciones fúnebres, a que llamamos de honras porque honran la memoria de los que dejaron de vivir, son hijas adoptivas de la predicación evangélica. La devoción a las personas de excelente virtud empezó a introducirlas en el pueblo christiano; la passión las estendió a otras personas de mediana virtud; la adulación o complacencia a los grandes del mundo, prorogó su uso hasta celebrar a los hombres meramente políticos; la costumbre ha autorizado todas estas oraciones; la piedad las aprueva; la religión las consagra. Estas oraciones suelen ser el tropiezo de los oradores porque, o se sostiene mal el carácter propio de orador evangélico, o se contribuye poco a la gloria del héroe. Si se hace lo primero, se peca contra el oficio; si lo segundo, quedan mal satisfechos los interesados i frustrada la expectación de los oyentes. Por otra parte e1 assunto de estas oraciones es una mezcla de lo profano i sagrado, i es menester tener una gran habilidad para unir lo uno con lo otro, de suerte que lo sagrado no haga perder de vista al héroe que se celebra, ni las alabanzas de éste hagan olvidar al panegirista de la obligación que tiene de ser i parecer orador christiano.

[Pg. 157]

133. La prudencia es la que govierna todo esto; procurando el orador hacerse cargo de los méritos del héroe, cuya memoria celebra, para proporcionar con ellos sus alabanzas, sacando siempre documentos útiles a los oyentes, ya exhortándolos a la imitación para resarcir un mérito tan grande, ya desengañando con el egemplo presente, ya consolando con la esperanza de la vida eterna, procurando que el consuelo siga siempre a la ternura del corazón. Bien que si la oración fuesse aniversaria, i el dolor de la pérdida ya passó, sería cosa fría querer renovar el dolor i después consolar.

134. Si el héroe fue persona de virtudes christianas, éstas deven ser la principal materia del discurso i las que se han de amplificar: quiero decir que éstas son las que se han de dar a conocer quáles fueron, descubriendo todos sus fondos i estimación, para lo qual aprovecha mucho el excelente tratado de santo Thomás de las virtudes i vicios. Pero no ha de añadir el orador nueva estimación a las virtudes del difunto con encarecimientos impropios; porque dejando a parte que le tendrían por un vil adulador, las alabanzas son una justíssima paga de la virtud i por esso deven proporcionarse a ella. No quiero decir que se regateen, sino que no sean tales que parezcan fingidas; porque el orador es inventor i adornador de la materia, no criador de ella. Finalmente, los héroes de virtudes verdaderamente christianas, se han de alabar como los santos, pero no como a santos; esto es, los unos como aquéllos a quienes nuestra piedad, apoyada en la misericordia de Dios, tiene por santos; los otros, como a quienes nuestra religión, afirmada en la declaración de la Iglesia, governada por el Espíritu Santo, venera como tales.

135. Si la persona que se ha de celebrar huviesse sido de virtudes políticas, entonces conviene distinguir en qué grado las tuvo i si fue en ellas universal. Si fueron heroicas i universales, se ha de pintar un héroe a lo moral, quiero decir, separando con agudeza la virtud de sus estremos más parecidos a ella i que suelen engañar confundiéndose con ella: i assí deve distinguir la fortaleza de la temeridad, la liberalidad de la prodigalidad, la magnificencia del sobrado esplendor, 1a grandeza de ánimo del engreimiento, la justicia del rigor, i assí otras virtudes de otros vicios; i penetrando en el fondo de aquéllas se representará un héroe admirable, como le representaron en Luis de Borbón, príncipe de Condé, primer príncipe de la sangre, dos eminentes oradores, los mayores que la Francia tuvo en el siglo passado, el padre Luis Burdelú i Jacobo Benigno Bosuet, obispo de Mos.

136. Si la persona que se huviesse de alabar huviesse tenido virtudes i vicios, importaría distinguir si fueron éstos ocultos o manifiestos a todos. Si fueron ocultos, el derecho de la fama los deve mantener en el silencio. Si manifiestos, o causaron a la república grave escándalo, o no. Si no causaron escándalo, convendría imitar a Apeles en la pintura [Pg. 158] de Antígono. 257 Era éste tuerto: ya se ve quánta deformidad es ésta en un rostro, i se sabe que consiste en éste la mayor hermosura. Pintóle Apeles de medio perfil; pareció mui bien, porque sin faltar a la verdad encubrió el defeto. Mas si los vicios fueron escandalosos, si directamente tiraron a violar la religión, no deve llegar a tanto la disimulación: más sincero ha de ser un corazón evangélico. Pero si sólo perjudicaron al común egemplo, el referirlos de propósito nunca es conveniente, porque esso desautoriza la misma oración haciendo que sea sermón de deshonras, no de honras. Será permitida una oculta alusión; no como quien intenta referir los vicios, sino como quien pretende alabar el arrepentimiento de ellos. Como si uno digesse: Si alguna vez cayó en algún precipicio, con el favor i gracia de Dios supo levantarse. Pero siempre es menester gran atención a los oyentes, porque si bien nunca se han de lisongear, tampoco se han de ofender, i más si son poderosos i por esso más delicados en el propio honor. Con más libertad puede uno hacer alguna alusión en ausencia del hijo del difunto que en presencia suya, particularmente si fuesse persona real. En suma, en este particular, que es el más delicado, se ha de premeditar muchíssimo si hará más provecho decir una verdad amarga o será mayor prudencia no decirla, a que me inclino más.

137. Los que hacen estas oraciones, de ordinario suelen quejarse de la esterilidad del assunto; i esto nace de que no consideran los atributos que tiene la persona, los quales sirven mucho para amplificar: tales son, la patria fecunda madre de varones grandes, el linage seminario de héroes; el sexo, que tal vez sirve mucho para realzar lo que se dice, siendo más notoria i loable la aspereza de la penitencia en una virgen delicada que en un hombre robusto; el nombre, que tal vez fue presagio de los sucessos venideros; la edad mui digna de consideración según lo que se trata; la dignidad, pues por ella es uno conocido en el mundo o desconocido, es magistrado o particular, superior o súbdito; la educación, quál fue, dónde i de quién se recibió, i en compañía de quién; las costumbres; las inclinaciones; el porte; los bienes del ánimo; las virtudes; los del cuerpo, como la disposición, salud, fuerzas, hermosura; los bienes externos, como las riquezas, muger, hijos, parientes, amigos; los hechos, esto es, lo que hizo i dijo; la muerte, que si fue buena, corona todas las alabanzas.

138. Vea u. m. quánto ai que considerar en cada persona. Verdad es que, aunque de cada atributo de la persona se puedan sacar materiales, no todos deven entrar a formar el panegírico de un hombre grande, sino los que sean del caso para manifestarlo grande. Grande, digo, no a la luz del mundo, sino del christianismo; i assí todos los atributos indiferentes, en tanto se han de celebrar, en quanto el héroe se valió de [Pg. 159] ellos para ser mejor, porque lo demás sería fomentar la ambición. Todo el discurso pues, aunque no sea moral, sino panegírico, deve estar animado de la filosofía moral, uniendo siempre la gloria del difunto con la utilidad de los oyentes.

139. Para saber pues qué es lo que se ha de callar i decir, i cómo, es menester gran prudencia: para amplificar las cosas sin exagerarlas, dándoles aquella justa extensión que en sí tuvieron, es menester mucha ciencia i habilidad. I por último, para alabar un héroe es menester otro héroe que, concibiendo unos pensamientos proporcionados a la grandeza del mérito del otro, represente sus acciones con tanta viveza que su falta nos enternezca, su memoria se conserve i perpetúe en nosotros por medio de la imitación. I como este género de oraciones no sólo tira a conservar la memoria de los difuntos, sino también a consolar a los vivos i alentar la expectación de los oyentes con una idea verdaderamente heroica, no se permiten al orador medianías en este género, como ni a los poetas, porque professan manifestar con deleite la perfección de la naturaleza. No quiero decir que el orador christiano haga lo que deseava Quintiliano: 258 esto es, que componga una oración ostentosa que sólo tire a la complacencia de los oyentes, i que tenga por último fin las alabanzas de los difuntos i la gloria que de ellas les resulta. Esso sería orar a lo gentil. Pero sí quisiera lo que deseava el mismo Quintiliano, que el panegirista christiano, como quien abre tienda de eloquencia, dege ver, i digámoslo assí, casi tocar la popularidad en las sentencias, el esplendor en las palabras, el agrado en las figuras, la magnificencia en las translaciones i una acabada perfección en la composición: de suerte que sea la oración grande por las cosas, sublime por los pensamientos, afectuosa por los movimientos, dulcíssima por la dicción i por todo esto admirable; porque como decía Cicerón, no es eloquencia la que no admira. Verdad es que el cuidado de decir no ha de llegar a tal estremo que del orador christiano se pueda decir aquello que decía Plinio el menor: En nada peca, sino en que nada peca. 259 No quiero decir que aya de afectar descuidos, aunque leves, sino que no deve ser supersticioso en no querer tener, ni aun el más leve. Esto sería ya mucho amor propio.

Lo demás que pudiera yo añadir en orden a la oración fúnebre, no es de gran importancia.

140. Lucrecio. Sin embargo deseo que me instruya u. m. sobre una cosa, i es, ¿qué se ha de decir de los que murieron en las batallas?

[Pg. 160]

Fabio. Lo que dijo Cicerón en la Filípica trece de los que murieron junto a Módena, i en la Filípica catorce, hablando de los soldados de la Legión Marcia. Podrá, digo, el orador referir sus hazañas, alabando el valor con que dieron sus vidas por la patria, el rei i la causa de Dios; a que podrá añadir la piadosa esperanza de triunfar en el cielo, siendo justa la pelea i la obligación de ayudar con sus oraciones i sufragios a tan magnánimos varones.

141. De lo que acabo de decir puede u. m. colegir que, aunque un assunto principalmente pertenezca a uno de los tres géneros de decir, puede también en gran parte pertenecer a otra. Assí juzgo yo que las oraciones nupciales, o de celebración de bodas, las quales se dicen, quando se casan los príncipes, principalmente pertenecen al género deliberativo; porque el oficio del orador es obligar en ellas a dar gracias a Dios por tan feliz unión, i avivar la esperanza de la esperada sucessión, deseando que sea tal que honre la memoria de los padres, engrandezca los estados, estienda la religión i exalte en todo la gloria de Dios. Pero estas mismas oraciones también pertenecen al género demonstrativo, en quanto el orador celebra las alabanzas del esposo i esposa, entre las quales tienen algún lugar la igualdad del linage, de la edad i bienes; pero el mayor i más digno, las virtudes christianas.

142. También pertenece al género deliberativo la acción de gracias por el feliz nacimiento de algún príncipe o princesa; pues se reduce a dar gracias a Dios por tan grande beneficio, i a pedirle prósperos sucessos, esperándolos en fe de su misericordia i buena educación de sus padres, cuyas virtudes, si se alaban, atribuyendo la sucessión a premio de ellas, participará la oración del género demonstrativo.

143. Al contrario, una oración de capítulo provincial, principalmente pertenece al género demonstrativo, en quanto se alaba la concordia de los votos, la prudencia i benignidad del prelado, su moderación de ánimo i su autoridad nacida de la fuerza del egemplo, suponiendo que ha de tener todas estas virtudes, porque sino la adulación se convertiría en sátira. No ai hombre que no tenga algunas virtudes; aquellas que tuviere se han de alabar. Al mismo tiempo la oración de capítulo provincial pertenece al género deliberativo, en quanto se exhortan los inferiores a una ciega obediencia, i los superiores a un govierno de padres. Para lo qual conviene tener una buena idea del superior i del súbdito. Aquél se instruye con reverencia; éste con autoridad; i a unos i otros se promete la verdadera tranquilidad de esta vida, hija de la buena harmonía entre las acciones interiores i exteriores.

144. La prudencia del orador deve governar todo esto. Querer que las reglas generales se adapten en todo a las circunstancias particulares, i nunca imaginadas, es ignorar la naturaleza de las cosas. Esso sería también excluir del mundo la prudencia. Teniendo pues ésta tanta parte en el acierto, que hace el primero, segunda i último papel, es menester aplicarse a conseguirla quanto sea possible.

[Pg. 161]

145. De dos maneras se adquiere, con la experiencia i estudio. La experiencia, aunque es maestra mui cierta, es mui prolija, i tal vez se explica a costa de los propios daños. El estudio hace que los acasos nunca cojan desprevenido al hombre sabio, porque si bien no sabe lo que ha de suceder, no ignora lo que puede suceder, i lo que deve hacer, sucediendo; porque nada passa que no aya passado; quedándonos la instrucción, o del acierto en el egemplo, o del escarmiento en el error.

146. Ningún día, pues, ha de passar sin que el orador christiano lea i trabage. Deve leer para enriquecer su memoria i mejorar su juicio; deve trabajar para egercitar el ingenio i facilitarse en decir. De otra suerte no merecerá el nombre de orador christiano; gloriosissimo nombre que no se puede conseguir sin gran trabajo. I para que más claramente lo vea u. m., le suplico que se acuerde quán amante de gloria era Cicerón; el qual, si pudiera gloriarse de ser orador sin estudio, no dejaría de hacerlo, como se jactava Antonio Goveano por la grandeza de su ingenio, de que casi sin estudio sabía el Derecho Civil. Cicerón, pues, reconociendo seriamente que no se puede llegar a ser grande orador sin un trabajo continuo, assegura él mismo que en sus primeros años no dejava passar día alguno sin egercitarse para lograr la facilidad de hablar con perfección. Leía mucho, meditava sobre aquello mismo, i escrivía lo mejor que podía. Lo que le parecía bien, procurava decirla mejor; lo que en griego estava dicho con excelencia, lo vertía en latín con igual gallardía i admiración. Ya traducía con rigor, contando las palabras i ajustándose a ellas; ya con mayor ensanche, pesando sólo las sentencias, solicitando siempre espressarlas con la mayor perfección. Componía en prosa i en verso, en cuyo género de composición hizo tal progresso, que sin duda se aventajó a todos los de su edad. Aprendió el Derecho Civil de los mayores letrados que tenía Roma, de Quinto Mucio Cévola, el Agorero i, muerto él, de Quinto Mucio Cévola, pontífice máximo. En la filosofía fue dicípulo de Fedro, i veneró mucha su dotrina. Pero singularmente la aprendió i se aplicó a ella con admirable ardor debajo la dirección i enseñanza de Filón Académico, que era mui admirado en Roma por su gran dotrina i suavidad de costumbres. Molón de Rhodas, gran rethórico i orador consumado, le enseñó el conocimiento i uso del arte oratoria. Passava los días i las noches empleado en la meditación de varias dotrinas en compañía de su maestro doméstico Diodoro, estoico, a quien Cicerón admirava i amava mucho por su gran erudición. Éste le instruyó en muchas cosas, especialmente en el estudio de la dialéctica i de la geometría, en la qual era Diodoro tan gran maestro, que aun estando ciego (¡cosa maravillosa!) la enseñava. Pero de tal suerte se aplicava Cicerón a aquellos estudios, que ningún día se passava sin egercitarse en la oratoria, escriviendo en latín, i mucho más en griego; a porque la lengua griega, suministrándole más adornos, le facilitava la costumbre de orar en latín; o porque teniendo por sus primeros maestros a hombres griegos, si no hablava en su lengua, no le podían corregir ni enseñar. Por esso, pues, declamó en griego hasta que [Pg. 162] fue pretor. Se egercitava a un mismo tiempo (como ya dige antes) en prosa i en verso. Tradujo muchos libros, escrivió muchos más. Trasladó al Lacio lo mejor de Grecia. Consultó a Roscio Amerino, gran representante, para el govierno de la acción. Bien instruido en todo género de ciencias, i singularmente en el arte de orar, empezó a defender grandes causas contra poderosos contrarios i los más famosos oradores. Después de averse empleado por espacio de dos años en varias causas, partió a Grecia. Aviendo llegado a Athenas, estuvo seis meses con Antíoco, celebradíssimo i prudentíssimo filósofo de la antigua Academia, bien que mui inclinado a la filosofía estoica. Con la instrucción de aquel agudíssimo autor i maestro, renovó el estudio de la filosofía, hasta entonces nunca interrumpido, cultivado siempre i aumentado desde su primera adolecencia. Al mismo tiempo oía Cicerón con gran frequencia a los filósofos epicúreos Fedro i Cenón, en compañía de su íntimo amigo Pomponio Ático. Todos estos estudios nada le distrahían de su principal intento, porque al mismo tiempo se egercitava debajo la instrucción de Demetrio Siro, antiguo i bien conocido maestro de decir. Después corrió toda la Asia, logrando la compañía i enseñanza de Menipo Estratonicense, el más discreto de los asianos, de Genocles Adramiteno, de Esquilo Gnidio, de Dionisio Magnes, i de otros muchos i famosos varones, delante de quienes declamava, sugeto a su censura. No satisfecho de todas estas diligencias, se fue a Rhodas, donde se aplicó a oír a Molón, su antiguo maestro, por aver experimentado en Roma quán prudente era en notar i advertir vicios, en instruir i enseñar. I en efeto, Molón reprimió cierta redundancia en el decir, que Marco Tulio tenía como lozanía propia de un ingenio juvenil i fecundíssimo. Logró la ocasión de oír en Rhodas a Posidonio, filósofo estoico, dicípulo i sucessor de Panecio, gravíssimo maestro de aquella secta. Después de tan provechosa peregrinación se restituyó a Roma, donde bolvió a defender las primeras causas que en su tiempo se ofrecieron. No por esso interrumpió jamás el estudio. Leyó a todos los oradores griegos i latinos, como se ve en la crítica exactíssima que de ellos hizo en su Bruto, para que viéssemos que ninguno hasta su tiempo fue orador perfeto. Todo esto, i muchíssimo más que dejo de referir, hizo Cicerón para merecer el nombre de orador gentil. Pues ¿qué no deverá hacer el que aspire a ser orador christiano?

146. Lucrecio. Ahora digo que el oficio del orador es el más difícil del mundo.

Fabio. Tiene u. m. razón, i lo mismo han dicho los primeros hombres. Por esso los oradores necessitan de tener un gran entendimiento, gran estudio, gran memoria, grandes prendas naturales, i deven saber i egercitarse en una arte que los dirija. Yo no niego que ai hombres tan favorecidos de la naturaleza, i costumbre de hablar bien, que casi no necessitan de precetos. I en efeto, antes huvo un Demósthenes, príncipe de los oradores que huviesse un Aristóteles que redugesse a arte la oratoria; porque ésta no es otra cosa sino una colección de los mejores modos de persuadir que los más eloquentes practicaron. Pero Demósthenes es [Pg. 163] uno; i vemos que grandes hombres, aun ayudados del arte, no pudieron igualarle. Fuera de que una cosa es que, antes de Demósthenes, no huviesse escrita alguna arte perfeta de la oratoria; otra cosa es, que él no se valiesse de ella. Tenía bien observadas las naturalezas de las cosas, los genios de los hombres, sabía bien su lengua, era hombre de gran talento, le egercitó en el estudio, le perficionó con la práctica, leyó muchos libros, i mui buenos, templó bien sus oídos, procuró consultarlos. ¿Qué más arte quiere u. m.? Hacer uno por sí solo todas estas diligencias es cosa tan ardua, que en un siglo apenas avrá uno capaz de imitarlo. Por esso, pues, se requiere una arte, donde recogidas las observaciones de tantos siglos, dispuestas en buen orden, explicadas con claridad, ilustradas con escogidíssimos egemplos, se logre una perfetíssima idea de orar, como la tuvieron los latinos i griegos, cada nación en su lengua.

147. Lucrecio. ¿I quién mejor que u. m. puede hoi en España dar una idea semejante?

Fabio. Bien pudiera dar alguna que pareciesse algo a la que dio Cicerón, si mi lección antecedente se huviesse dirigido a esse fin; mas hoi por hoi, confiesso que no me atrevo, porque no puedo. Si Dios me da vida i salud, puede ser que assí como tuve la animosa ossadía de ser el primero que abrió en España escuela de crítica (no sin fruto, pues vemos que después acá se va introduciendo i tomando cuerpo) me anime también a publicar alguna oratoria que pueda aprovechar a todo género de gentes. Verdad es que ai impressas muchas, pero tan imperfetas, que de todas ellas juntas no se puede hacer una bien cumplida, porque ni los precetos son los mejores, ni los egemplos por lo regular dignos de imitación, ni el méthodo conveniente.

148. Lucrecio. Pues dé Dios a u. m. mucha vida, mente sana, en sano cuerpo, como decía Juvenal, 260 i resolución i firmeza en su propósito.

149. Fabio. Dios disponga lo que más convenga a su mayor gloria. Ahora, dando fin a todo lo dicho, concluyo con advertir que la suma de todos los precetos es que la eloquencia se consigue con dos cosas: naturaleza i cuidado. Éste se ocupa en dos cosas: en los precetos del arte i en el uso o egercicio. La naturaleza empieza, el arte dirige, el uso, o egercicio, perficiona. I éste, dijo Cicerón, que es el mejor maestro. 261

150. El arte ha de tener por compañera una gran noticia de cosas, la qual se adquiere con el estudio de las ciencias. Sin una noticia universal de las cosas, i mui particular del assunto que se trata, no tanto se adquiere la eloquencia, como una loquacidad inútil; i con el exacto conocimiento de las cosas persuade uno lo que quiere. Por esto Sócrates solía decir que todos son bastantemente eloquentes en aquello que [Pg. 164] saben. 262 I en efeto, el deseo de manifestar la sabiduría, es el que más hizo en todas las edades cultivar la eloquencia.

151. Qualquiera pues que desee ser eloquente deve aprender mui bien no sólo los precetos de la rhetórica, cuyo fin es el adorno de lo que se dice que contribuye mucho para decir deleitando, esto es, con agrado, sino también las reglas de la oratoria, cuyo fin es persuadir, lo qual, como se logre, enseñando i moviendo, para enseñar, según san Gerónimo, es menester aprender, i para mover moverse, lo qual se consigue, no simulando sino practicando la virtud i conociendo las passiones de los hombres i los medios de excitarlas. Si el egercicio une todas estas partes, i la intención las dirige a buen fin, Dios assiste. Por su cuenta corre el buen éxito.

152. Por ahora, señor Lucrecio, baste lo dicho; i si parece u. m. passemos a tratar de otras cosas, que ya dige anoche que yo no podía decir de una vez la mitad de lo que sobre este assunto se ha escrito, quando en todos los siglos se ha escrito tanta.

153. Lucrecio. Harto ha dicho u. m. como yo sepa retenerlo i practicarlo. U. m. viva muchos años por el trabajo que ha tomado estas noches, sólo por enseñarme i favorecerme.

154. Fabio. Sólo me deve u. m. un buen deseo de servirle, el qual le suplico me gratifique, juntando sus oraciones con mi deseo de que Dios ilustre con su divina sabiduría a los que tienen el altíssimo empleo de predicar su Evangelio, infundiéndoles el devido amor a tan sagrado ministerio.

155. Lucrecio. Su Divina Magestad lo quiera assí; i levantándose al mismo tiempo dijo: Con licencia de u. m., amigo, señor i maestro mío.

156. Fabio. A Dios, amigo i señor estimadíssimo. Hasta que u. m. me favorezca, ofreciéndome mayores ocasiones de servirle; i estrechándose las manos i encaminándose acia la escalera, con mucho afecto, repitieron ambos: A Dios, a Dios.

IN GLORIAM & LAUDEM DEI

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1 Ad Hebræos 4, 12.

2 El padre Antonio de Vieira, en el sermón de la Sexagéssima.

3 Actor. 17, 21.

4 Prov. 8, 11.

4 bis Jerem. Lam. 4, 4.

5 Lucæe 11, 12.

6 Petron. in Satyric, vitrea fracta.

7 Aratus, homo ignarus Astrologiæ, optime de Cælo stellisque scripsit. Cic. 1 de orat.

8 Apud Petrum Joannem Nunnesium, in Præfatione ad Epitheta M. Tullii Ciceronis.

9 Actor. 18, 24.

10 Epist., lib. 5, ex 6.

11 Marci 6, 20.

12 Oportet eloquentem Ecclesiasticum, non solum docere ut instruat, & detectare ut teneat, verum etiam flectere ut vincat. Lib. 4 de Doctr. Christ.

13 1 Ad Cor, 1.

14 Cujus rei causam difficile est dicere, sed tomen ita se habet. S. August. Epist. 119 ad Januar.

15 Placuitque, sic eam tabulam posteris tradi, omnium quidem, sed Artificum praecipuo miraculo. C. Plinius Nat. Hist., lib. 35, cap. 10.

16 Qui erunt homines, per quos a vobis error auferatur, cum vos elegerit Deus, per quos errorem auferat cæterorum? S. Aug., lib. 1 de Serm. Dom. in Monte, c. 6.

17 An forte loquendi tantum libertas isto in tempore tribuenda est; non autem scribendi, quæ; loqui bona quisque potest? At contra Spiritus Sanctus per Salomonem admonet dicens; quodcumque potest manus tua facere, instanter operare: ecce enim potest manus stylo proferre, quod potest lingua verbo formare. Et quis erit a culpa innocens, nisi fecerit hoc, quod ut facere possit, desuper accepit? Damnandus itaque censetur quisquis hanc libertatem spiritus abolere conatur. Ambros. Ansbert. Epist. ad Steph. Pap.

18 En el sermón que predicó luego después de publicada i pregonada la expulsión de los moriscos. Véase al P. Francisco Escrivá en su Vida, pág. 408.

19 Cap. inter cætera de offic, jud. ordin. Concil. Trid., sess. 24, cap. 4.

20 Possidius in vita D. Augustini, cap. 5.

21 2 ad Timoth., c. 4, v. 2 & seqq.

22 Orat. 27.

23 2 Cor. 11, 7.

24 Lib. 9, Reg. epist. 48.

25 1 Reg. 3, 1.

26 Ezequiel 3, 3.

27 Apocalyp, 10, 9.

28 Ibídem.

29 Lucæe 12, 11.

30 Ezequiel 3, 1.

31 Apocalyp. 10, 9.

32 Discat quidem omnia quæ docenda sunt, facultatemque dicendi, ut decet virum Ecclesiasticum, paret. D. Aug., lib. 4 de Doctrin. Christ.

33 Res Dei ratio. Tertullian. de Pænit., cap. 1.

34 D. Aug. in Psalm 117. Fides debet præcedere intellectum, ut sit intellectus Fidei præmium.

35 1 ad Corinth. 3, 6.

36 D. Aug. de Opere Monach., c. 29 & Epist. ad Diosc. Synes. Ep. 55.

37 En las Costumbres de los Christianos, cap. 5.

38 Greg. Naz. orat. 32, p. 528 A.

39 Malo sine illa quæ inftat, quam absque illa, quæ ædificat, inveniri. Prolog. in lib. de præc. & disp.

40 Sicut Apostolum præcepta eloquentiæ secutum fuisse non dicimus; ita quod ejus sapientiam secuta sit eloquentia, non negamus... sed comes sapientiæ, dux eloquentiae, illam sequens, istam præcedens, & sequentem non respuens. De Doctr. Christ., lib. 4.

41 Habet unumquodque propositum principes suos. Romani duces imitentur Carrillos, Fabricios, Regulos, Scipiones: Philosophi proponant sibi Pythagoram, Socratem, Platonem, Aristotelem: Poetæ, æmulentur Homerum, Virgilium, Menandrum, Terentium: Historici Thucydidem, Salustium, Herodotum, Livium: Oratores Lyciam, Gracchos, Demosthenem, Tullium; & ut ad nostra veniamus, episcopi & presbyteri habeant in exemplum Apostolos & Apostolicos Viros: quorum honorem possidentes, habere nitantur & meritum: nos autem habeamus propositi nostri principes, Paulos, Antonios, Julianos, Hilariones, Macharios. D. Hieronym., lib. 2, Epist. 14 ad Paulin.

42 Tropus, sive Translatio.

43 Metonymia i sus especies.

44 Metaphora, sive Translatio.

45 Catachresis, sive Abusio.

46 Alegoría, sive Inversio, in Sacris Literis Parabola.

47 Ironia, sive Illusio, sive Simulatio.

48 Synecdoche.

49 Schemata, id est, Habitus, & quasi gestus oradonis.

50 Optatio.

51 Deprecatio.

52 Addubitatio.

53 Communicatio.

54 Permissio.

55 Concessio.

56 Prolepsis: Anteoccupatio: Procatalepsis: Procatasceve.

57 Prosapodosis, Subjectio.

58 Prosopopoeia, Sermocinatio.

59 Paralepsis, vel Apophasis: Præteritio, seu Praetermissio.

60 Digressio.

61 Parechasis.

62 Parenthesis.

63 Apostrophe: Aversio.

64 Aposiopesis: Reticentia.

65 Metanoea: Prodiorthosis: Correctio.

66 Exclamatio.

67 Paradoxon: Sustentatio.

68 Parrhesia: Licentia.

69 Hyperbole: Superlatio.

70 Repetitio & ejus species.

71 Epanaphora, Epibole, Anaphora: Relatio.

72 Antistrophe, Epiphora, Epistrophe: Conversio.

73 Epanastrophe, Coenotes, Symploce: Complexio.

74 Periodus, Circulus, Orbis.

75 Epizeuxis.

76 Anadiplosis.

77 Epanalepsis: Resumtio.

78 Epanodos: Regressio.

79 Ploce: Traductio.

80 Polysyndeton, Conjunctionum Repetitio.

81 Climax: Gradatio.

82 Antimetabole, Metathesis: Commutatio, sive inversio sententiæ.

83 Polyptoton, Paregmenon.

84 Homoeoptoton: Similiter cadens.

85 Homoeoteleuton: Similiter desinens.

86 Paranomasia, Antanadasis: Nominatio.

87 Correctio.

88 Prodiorthosis.

89 Epanorthosis.

90 In Organo Dialectico & Rhetorico, ubi videre poteris exempla.

91 Capitolinus in Maximino juniore.

92 Cap. 89.

93 Cap. 29.

94 Actuum Apost., c. 15, v. 2.

95 Hoc enim flagrantissimum desiderium, quod a charitatis radice proficiscitur, aleo Evangelici concionatoris proprium, adeoque illi ad munus suum utiliter obeundem necessarium est, ut qui hoc ardore ac desiderio destitutus sit, officium hoc attingere minime debeat. Ludovic. Granatensis Eccles. Rhet., lib. 1, cap. 7.

96 El V Maestro Ávila en la carta que escrivió instruyendo a un predicador.

97 El P. M. Fr. Benito Feijoo en su Theatro Crítico Universal, Tom. 4, Disc. 14, n. 35 & 36.

98 Cic. in Topicis, cap. 4.

99 Lib. 3, Rhet.

100 Lib. 3, Rhetor.

101 En la Prefación al tomo 1 de sus sermones i en el sermón de la Sexagésima.

102 Is (Molo Rhodius) dedit operam, si modo id consequi potuit, ut nimis redundantes nos, & superfluentes juvenili quadam dicendi impunitate & licentia reprimeret, & quasi extra ripas diffluentes coerceret. In Bruto, cap. 175.

103 Hisce omnibus rebus consideratis, tum denique id quod primum est dicendum, postremo soleo cogitare, quo utar exordio. Nam si quando id primum invenire volui, nullum mihi occurrit, nisi aut exile, aut nugatorium, aut vulgare, atque commune. Lib. 2 de Orat., cap. 172.

104 Var. Histor., lib. 10, cap. 10.

105 Orat. pro Dejotaro in princ.

106 Val. Max. in Prologo.

107 Lucæ 16, 19.

108 Matth. 23, 13.

109 Serm. de Ss. Innocent.

110 Homil. de Nativ. Dom.

111 Tanta est perfectio Virginis, ut soli Deo cognoscenda reservetur. D. Bernardinus Senil. 51 de Concept.

112 Gen. 2, 8.

113 1 Metamorph.

114 Apud Plutonem in Jone.

115 Hiperbathon.

116 Territus terreo. S. August. serm. de temp.

117 Addubitatio. Aporia.

118 Cic. Pro Rosc. Amer. & Philipp. 2.

119 Exclamatio. Ekphonesis.

120 Correctio. Metanoea, Prodiorthosis. Epanorthosis.

121 Reticentia, Aposiopesis.

122 Sermocinatio. Prosopopoeia.

123 Interrogatio.

124 Aversio. Apostrophe.

125 Illusio, sive Simulado. Ironia.

126 Exclamatio. Ekphonesis.

127 Optatio, sive vetum. Euche.

128 Excecratio. Ara.

129 Obsecratio. Deesis.

130 Confessio. Paromologia.

131 Epiphonema.

132 Noct. Attic., lib. 17, cap. 18.

133 Lib. 11, cap. 9.

134 Ad Rom. 1, 14.

135 Ad Cor. 13, 4.

136 En el sermón del santísimo sacramento que predicó año 1645.

137   2 Reg. 6, 16.

138 Cantic. 6, 9.

139 Psalm. 95, 6.

140 Psalm. 88, v. 38.

141 Cant. 6, 9.

142 Math. 25, 10.

143 Cant. 4, 12.

144 Cant. ibídem.

145 Genes. 6 & 7.

146 Genes. 8, 11.

147 Genes. 47, 22.

148 Exodi 3, 2.

149 Josue 3, 10.

150 Judith.

151 Esther 15, 13.

152 Isaiæ 11, 1.

153 Cant. 5, 9 & 17.

154 Lucæ 1, 28 & 42.

155 Cant. 5, 2 & Cant. 4, 7.

156 Cant. 6, 8.

157 Supergressa est in natura, in gratia, in gloria, universas animas & intelligentias Angelicas. D. Bonaventura in spec. lect. 13.

158 Actor. 7, 22.

159 Daniel 1, 4 & 6.

160 Veritas autem ubicumque est, Domini nostri est; & proinde a Gentibus, tanquam ab injustis possessoribus, in usum nostrum vindicanda est. D. Aug. de Doctr. Christ., lib. 2, cap. 14.

161 En su Predicador.

162 1 Cor. 15, 33.

163 Ad Titum 1, 12.

164 Actor. 17, 28.

165 Sat. 6, v. 184 & seq.

166 Scis enim me Græce loqui in Latino sermone non plus solere, quam in Græco Latine. Tusc. quæst., lib. 1, n. 14.

167 Dialogus de Oratoribus, cap. 28.

168 Quint. Inst. Orat., lib. 12, cap. 10.

169 Ant. López de Vega Diálogo 2, pág. 190.

170 Consuetudinem sermonis, vocabo consensum eruditorum; sicut vivendi, consensum bonorum. Inst. Orat., lib. 1, cap. 6 in fine.

171 Quintil. de Inst. Orat., lib. 1, cap. 5.

172 Ídem, lib. 8, cap. 1.

173 Lib. 1 de Analog. apud Cicer. in Bruto.

174 Equidem soleo etiam, quod uno Græci, si aliter non possum, idem pluribus verbis exponere. Lib. 3 de finib., cap. 12.

175 Gen. 9, 23.

176 Epist. 114.

177 In lib. 1 de Analog. apud Gellium, lib. 1, cap. 10.

178 Quint. de Inst. Orat., lib. 10, cap. 1.

179 Tanto melior. Ne ego quid intellexi. Apud Quintil., lib. 8, cap. 2.

180 Vieira en el sermón de la tercera quarta feria.

181 Cum enim videret Oratores cum severitate audiri, Poetas autem cum voluptate: tum dicitur numeros secutus, quibus etiam in Oratione uteretur, cum jucunditatis causa, tum ut varietas occurreret satietati. Cic. in Orat., n. 100.

182 Cic. in Orat., n. 102 & 193.

183 Aurium judicium superbissimum. In Orat., cap. 84.

184 Ille erit eloquens qui poterit parva submisse, modica temperate, magna granditer picere. D. Aug. de Doctr. Christ.

185 De Architect., lib. 1, cap. 2.

186 El dotor Bartholomé Leonardo en sus Rimas, pág. 314.

187 Apud Ciceronem 3 de Oratore, cap. 117.

188 Cic. de Orat., lib. 3, cap. 117. Quint., lib. 11, cap. 3.

189 Cic., lib. 3 de Orat., cap. 117.

190 En la Prefación de el primer tomo de sus sermones.

191 Philostratus de vitis sophist., lib. 2.

192 Val. Max., lib, 8, cap. 10.

193 Gellius Noct. Attic., lib. 1, cap. 5.

194 Rhetor. Ecclesiast., lib. 6, cap. 2.

195 Latrant enim jam quidam Oratores, non loquuntur. Cic. in Bruto, cap. 29.

196 Thesor. Ecclesiast., lib. 6, cap. 2.

197 Ibídem.

198 Lib. 3, cap. 12.

199 Epist., lib. 1, epist. 10.

200 Epist. 5.

201 1 ad Cor. 11, 1.

202 Lucæ 18, 13.

203 Matth. 17, 24. Levít. 12, 8.

204 Actor. 19, 2.

205 Ad Cor. 1, 23 & 2, 1.

206 Síguese el referido edicto de Benedicto XIII para que se vea que, según esta idea de predicar i lo que se dirá en adelante, se observa al pie de la letra. Venerabiles Fratres, ac dilecti filii, salutem, & Apostolicam benedictionem. Gravissimum prædicandi verbi Dei ministerium, quo Chrístíana doctrina, simul, & disciplina propagatur, & communitur, tam præpostere istic, a nonnullis exerceri dolentes audivimus, ut quod in substantiam spiritualis alimoniæ, & cibum Christi familiæ; salubriter est instihitum, in sum ipsorum ambitionis alimentum, & inanis gloriæ aucupium vertisse videantur. Non enim Christum Crucifixum prædicare, sed seipsos commendare contendunt; neque in ostensione spiritus, & virtutis, sed fucato dicendi genere ad captandam vulgi auram incumbentes, evacuant virtutem Crucis Christi; & parvulis panem petentibus, atque ad audiendum verbum convenientibus illudunt. Siquidem levissimis passim argumentis, a quærenda salute prorsus alienis, & concisis, aculeatis, ineptisque sententiis ad ingenii ostentationem compositis, frustra detentas jejunos dimittunt in domos suas. Hanc nos corruptelam fidelibus populis perniciosam, & sacro muneri indecoram avertere &, abolere cupíentes, zelum vestrum advocamus, hortantes & obsecrantes in Domino Jesu, ut qui Christum annunciare doctrina salutis simplicis imbuere, populos ad poenitentiara provocare, mundi contemptum amoremque coelestium bonorum, verbo & exemplo aliorum animis ínserere debent; Vobis districte præcipientibus & sedulo advigilantibus, officio suo respondeant; nec in tremendo Christi judicio de animarum ruina rationem reddituri sint, quarum vulneribus salutarem verbi medicinara adhibere neglexerint, eorumque accusationibus obnoxii sint, quorura se vanis laudibus plausibusque oblectaverunt. Satagite præterea, ut qui sacrum hoc ministerium succeperunt, ad singulas canciones in consueta salutatione aliquem Christianæe doctrinæ articulum, aut divinae legis præceptum, prout animarum necessitatibus opportunius, atque utilius esse censuerint, simplici, plano, apertoque stylo tradant & expIicent. Inobedientes vero & mandata vestra detrectantes, canonicis remediis & poenis coerceri volumus, non solum sublata ipsis ministrandi verbi, & prædicandi facultate, sed ecclesiasticis etiam censuris ubi opus fuerit pro modo culpaæ, intentatis & inflictis. Vestraæ igitur pastorali vigílantiaæ confisi, insignium Antecessorum quorum sedem & locura laudabiliter obtinetis, sollicitudinem ardoremque requirimus; dignosque religionis, & charitatis vestræ fructus expectantes, vobi Venerabiles Fratres & dilecti filii, Apostolicam benedictionem peramanter impertimur. Dat. Romæ apud Sanctum Petrum sub annulo Piscatoris die xxiv, Augusti MDCCXXVIII, Pontificatus nostri annoo quinto. Carolus Archiepiscopus Emissenus.

207 Satagite præterea, &c. Vide Edictum superius.

208 Non enim Christum Crucifixum prædicare, &c. Vide Edictum superius allegatum.

209 Hanc nos corruptelam, &c. in eodem Edicto.

210 Mundi contemtum, &c. Consule memoratum Edictum.

211 Hortamus & obsecramus, &c. Ibidem.

212 Longinus de sublimi genere dicendi, cap. 7.

213 1 ad Cor. 2, 1.

214 1 ad Cor. 2, 4 & seqq.

215 Ad Tim. III, 16, 17.

216 Matth., cap. 5, 6 & 7.

217 Joann. XIII & seqq.

218 Matth. 13, 34. Lucæ 13, 34.

219 Ad Pamachium, ep. 26.

220 Docente te in Ecclesia, non clamor populi, sed gemitus suscitetur: lacrymæ auditorum tuæ laudes sint. Lib. 2, Epist. 12.

221 Matth., cap. 5 & seqq.

222 Joan. 14.

223 Marci 1, 15.

224 Isaiæ; 61, 1.

225 Lucæ; 4, 14.

226 Matth. 3, 3.

227 Jonæ 3, 4.

228 Jerem. 23, 28.

229 Epist., lib. 2, ep. 2.

230 Oseæ. 8, 7.

231 Jerem. 23, 28.

232 Matth. 4, 4.

233 Psal. 90, 11.

234 D. Hieronymus in Prologo Galeato. Sola Scripturarum ars est quam sibi passim omnes vendicant & cum aures populi sermone composito mulserint, hoc legem Dei putant: nec scire dignantur, quid Prophetæ, quid Apostoli senserint; sed ad sensum suum incongrua aptant testimonia: quasi grande sit, & non vitiosissimum dicendi genus, depravare sententias, & ad voluntatem suam Scripturam trahere repugnantem.

235 Matth. 26, 61.

236 Joan. 2, 21.

237 A Tim. 4, 3.

238 2 ad Cor. 14, 27.

239 Ad Galat. 1, 10.

240 Ad. Corinth. 4, 9.

241 Isai. 6, 5.

242 Matth. 13, 3.

243 Judic. 5, 20.

244 1 ad Cor. 3, 1.

245 Plutarch. in Apophtegm.

246 Iste Vir Sanctus & posse se ostendit sic dicere, quia dixit alicubi; & nolle, quoniam postmodum nusquam. D. August. de Doctrin. Christ., lib. 4.

247 Matth. 5, 19.

248 Gracián en su Agudeza i Arte de Ingenio, discurso 9.

249 Véase su Vida, autor el padre Francisco Escrivá, pág. 407.

250 Lucæ 12, 36.

251 Natur. Histor., lib. 35, cap. 9.

252 Matth. 16, 13.

253 Ad Philip. 2, 7.

254 1 ad Cor. 11, 1.

255 Curam ego verborum, rerum volo esse sollicitudinem. De inst. Orat., lib. 8 in princ.

256 Cap. 44, 20.

257 Habet in pictura speciem tota facies: Apelles tamen imaginem Antigoni latere tantum altero ostendit, ut amissi oculi deformitas lateret. Quint, de inst. orat., lib. 2, cap. 13. 

258 Illud genus (demonstrativum) ostentationi compositum, solam petit audientium voluptatem: ideoque omnes dicendi artes aperit, ornatumque orationis exponit: ut qui non insidietur, nec ad victoriam, sed solum ad finem laudis & gloriæ tendat. Quare quidquid erit sententiis populare, verbis nitidum, figuris jucundum, translationibus magnificum, compositione elaboratum, velut institor quidam eloquentiæ, intuendum & pene pertractandum dabit. Lib. 8, cap. 3.

259 Nihil peccat, nisi quod nihil peccat. Epist., lib. 9, epist. 26.

260 Orandum est, ut sit mens sana in corpore sano. Sat. 10, v. 356.

261 Adjungatur usus frequens qui omnium magistrorum præcepta superat. In Orat., cap. 8.

262 Apud Cicer. in Orat., cap. 90.

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