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Juan Luís Vives - Índice... > Ejercicios de lengua latina > Diálogo XI : El vestido y el paseo matutino

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[Pg. 50] DIÁLOGO XI

El vestido y el paseo matutino

Maluenda 142, Belio, Gomecillo, Juan.

1. Maluenda.—¿Evidentemente continúa esto? Ya la clara mañana entra por las ventanas...; nosotros roncamos, suficientemente para aquietar el indómito Falerno 143.

2. Belio.—Sin duda se ve claramente que estás loco, pues de lo contrario no te hubieses despertado tan tempranísimo ni te desahogarías con versos, y, por cierto, satíricos, para poner más de manifiesto tu cólera.

3. Maluenda.—Entonces escucha éstos de un epigrama 144, sin garra pero con ingenio:

Levantaos, el panadero vende ya a los niños los panecillos, y las aves empenachadas cantan por cualquier parte.

4. Belio.—Eso del panecillo me despertaría con más rapidez que tus gritos.

5. Maluenda.—Divertidísimo bromista, te deseo un feliz día.

6. Belio.—Y yo a ti una feliz noche y un buen cerebro para que al mismo tiempo puedas dormir y hablar sin trabarte.

7. Maluenda.—Contesta en serio, por favor, si es que puedes hablar en serio alguna vez: ¿qué hora piensas que es en este momento?

8. Belio.—Media noche o poco más.

9. Maluenda.—¿En qué reloj?

10. Belio.—En el mío particular.

11. Maluenda.—Di de una vez dónde está tu reloj particular. ¿Cómo vas a haber tenido tú nunca reloj o haberlo mirado, si para ti cualquier hora es siempre la de dormir, comer o jugar y nunca la de estudiar?

12. Belio.—Pero yo tengo aquí mi reloj.

13. Maluenda.—¿Dónde? Muéstralo.

14. Belio.—En mis ojos: mira cómo ninguna fuerza puede abrirlos. Duérmete de nuevo, por favor, o cállate, por lo menos.

15. Maluenda.—¿Qué desgracia es este sopor o más bien letargo y de alguna manera muerte? ¿Cuánto piensas que hemos dormido ya?

[Pg. 51] 16. Belio.—Dos horas o a lo sumo tres.

17. Maluenda.—Nueve.

18. Belio.—Cómo puede ser eso?

19. Maluenda.—Gomecillo, ve, corre al reloj de sol de los franciscanos 145 y mira qué hora es.

20. Belio.—Deja lo de ese reloj, ya que todavía no ha salido el sol.

21. Maluenda.—¿Que no ha salido? ¡Eh!, tú, criado, abre esa ventana de vidrio para que el sol hiera los ojos de éste con sus rayos: todo está ya lleno de sol y las sombras son más pequeñas.

22. Belio.—¿Qué te importa a ti la salida y la puesta de sol? Deja que él salga antes que tú, pues tiene que hacer un camino más largo durante el día. Gomecillo, ve corriendo a la iglesia de San Pedro 146, y mira allí qué hora es, tanto en el reloj mecánico como en el de sol.

23. Gomecillo.—He mirado ambos. En el sol la sombra dista poco de la segunda línea; en el mecánico la saeta señala un poco más de las cinco.

24. Belio.—¿Qué dices? Entonces te queda otra cosa que hacer, que me traigas aquí un herrero de la calle Empedrada 146bis para que separe con unas tenazas estos párpados tan pegados. Dile que tiene que arrancar de la puerta una cerraja cuya llave se ha perdido.

25. Gomecillo.—¿Dónde vive?

26. Maluenda.—Ése le llamaría de verdad. Deja ya de jugar y levántate.

27. Belio.—Levantémonos de una vez puesto que tanto te has obstinado. ¡Vah, qué compañero tan fastidioso eres! Despiértame, Cristo, del sueño del pecado al día de la justicia; pásame de la noche de la muerte a la luz de la vida. Amén.

28. Maluenda.—Que te vaya bien este día.

29. Belio.—Y que a ti este mismo día y muchísimos otros te resulten alegres y prósperos, esto es, que lo pases sin ofender la virtud de nadie y sin que otro ofenda la tuya. Criado, trae una camisa limpia, pues ésta ya la he llevado seis días completos; ¡eh!, coge aquella pulga que va saltando.

30. Gomecillo.—Deja ahora la caza de pulgas: ¿qué respresentaría matar una sola pulga en esta habitación?

31. Maluenda.—Lo que quitar una sola gota de agua a nuestro Dyle 147.

[Pg. 52] 32. Belio.—Más bien al propio Océano. No quiero esta camisa de cuello con pliegues, sino aquella otra de cuello plano, pues esas arrugas qué otra cosa son en este tiempo que nidos o escondrijos de piojos o pulgas?

33. Maluenda.—Necio, de pronto serías rico: tendrías ganado blanco y ganado negro.

34. Belio.—Un patrimonio más numeroso que productivo, y compañeros que preferiría verlos siempre en casa del vecino que en la mía. Manda a la criada coser los costados de esta camisa y, por cierto, con hilo de seda.

35. Gomecillo.—No tiene.

36. Belio.—Entonces, con hilo de lino o de lana o incluso, si le gusta, de esparto. Esta criada nunca tiene lo que es necesario, pero lo que no es necesario lo tiene en abundancia. En cuanto a ti, Gomecillo, no quiero que seas adivino. Ejecuta mis órdenes y dame cuenta de ello: no adivines qué ha de ocurrir. Quita el polvo de las calzas sacudiéndolas; después límpialas cuidadosamente con aquella escobilla de cerdas. Dame unos escarpines, también limpios, pues éstos están ya sudados y huelen por la suciedad. ¡Uf!, quítalos de ahí al instante: su hedor me molesta horriblemente.

37. Gomecillo.—¿Quieres una camiseta?

38. Belio.—No, pues por la luz del sol deduzco que será un día caluroso; pero dame aquel jubón de lana y seda de media manga, y la túnica sencilla de paño con ajustadores alargados.

39. Maluenda.—Mejor, de algodón. ¿Qué es esto? ¿A dónde piensas ir para arreglarte tanto contra tu costumbre? Sobre todo, siendo día laborable, ¿pides el cinto de lujo?

40. Belio.—Y tú, ¿por qué te has puesto esa prenda ligera de seda, recién traída de la fábrica, teniendo una de cabra y otra de Damasco deteriorada?

41. Maluenda.—Las di a remendar.

42. Belio.—Yo, por mi parte, en estas prendas que me pongo atiendo más a la comodidad que a la elegancia. Estos corchetes y las corchetas están flojos: tú, malvado, siempre las sueltas de forma atolondrada.

43. Maluenda.—Yo uso con preferencia botones y ojales, lo que resulta más elegante y menos incómodo al vestirse y desvertirse.

[Pg. 53] 44. Belio.—No es el mismo el juicio de todos sobre esto, como sobre todo lo demás. Este pectoral de la túnica guárdalo en el arca y no lo saques en todo el verano. Estos ajustadores están sacados con violencia de sus hierros. Este cinturón está descosido y desgarrado: encárgate de que lo remienden, pero ten cuidado de que las junturas no queden mal.

45. Gomecillo.—Esto no podrá estar terminado antes de hora y media.

46. Belio.—Entonces, sujétalo con un alfiler para que no cuelgue; dame las ligas.

47. Gomecillo.—Aquí están; te he preparado los escarpines y las sandalias de correas largas con el polvo bien quitado.

48. Belio.—Es preferible que quites el moho a los zapatos y que les saques brillo.

49. Maluenda.—¿Qué es la lengüeta en los zapatos? Acerca de ella hubo entre los gramáticos una discusión muy enconada, como suele acontecer en todas, sobre si había que decir ligula o lingula. 148

50. Belio.—En los zapatos españoles se cose en el empeine; aquí no la tienen.

51. Maluenda.—Incluso en España ya no suelen ponerla en el calzado francés 149.

52. Belio.—Dame tu peine de marfil.

53. Maluenda.—¿Dónde está el tuyo de madera y, por cierto, de París?

54. Belio.—¿No me oíste ayer reprender a Gomecillo?

55. Maluenda.—¿Llamas tú reprender a los golpes?

56. Belio.—Golpes eran; había roto cinco o seis púas pequeñas y casi todas las grandes.

57. Maluenda.—He leído hace poco que un autor prescribe peinarse la cabeza con peine de marfil cuarenta veces, desde la coronilla hasta la frente, y desde ahí hasta el cogote. ¿Qué haces? Eso no es peinar sino acariciar. Dame el peine.

58. Belio.—Tampoco eso es peinar, sino raspar o barrer: creo que tienes la cabeza de ladrillo.

59—Maluenda.—Y yo creo que tú la tienes de mantequilla; ni con mucho te atreves a tocarla.

60. Belio.—¿Quieres tú, entonces, que nos golpeemos mutuamente la cabeza como los carneros?

[Pg. 54] 61. Maluenda.—No quiero competir contigo en insensatez ni confrontaré mi mente sana con tu locura. Lávate ya de una vez las manos y la cara y, sobre todo, la boca, a fin de que hables con más elegancia.

62. Belio.—¡Ojalá pudiera limpiar el espíritu con tanta rapidez como las manos!; dame la palangana.

63. Maluenda.—Frota con un poco más de cuidado las articulaciones de la mano, en las que se pegan suciedades muy compactas.

64. Belio.—Te engañas, pues pienso que más bien es la piel descolorida y arrugada. Gomecillo, tira el agua de la palangana a aquella cloaca, y dame la mochila y el gorro con franja púrpura; trae ya las polainas.

65. Gomecillo.—¿Las de viaje?

66. Belio.—No, las de ciudad.

67. Gomecillo.—¿Quieres la capucha o la capa?

68. Belio.—¿Vamos a salir fuera?

69. Maluenda.—¿Por qué no?

70. Belio.—Entonces tráeme la capa de viaje.

71. Maluenda.—Salgamos ya de una vez, para no dejar escapar la oportunidad de pasear.

72. Belio.—Guíanos, Cristo, por los caminos que son de tu agrado, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén. ¡Qué aurora tan hermosa! ¡Verdaderamente rosácea y (como dicen los poetas) de oro! ¡Cuánto me alegro de haberme levantado! Salgamos de la ciudad.

73. Maluenda.—Salgamos, pues en toda la semana no he sacado el pie de la puerta. Pero, en primer lugar, ¿a dónde vamos a ir?, y luego, ¿por dónde iremos?

74. Belio.—¿A la ciudadela 150 o a las murallas de los cartujos?

75. Maluenda.—¿No es mejor al prado de Saint Jacques?

76. Belio.—Allí de mañana de ninguna manera; mejor por la tarde.

77. Maluenda.—Entonces, hacia los cartujos por los franciscanos, el Bistho y luego por la puerta de Bruselas; después volveremos por los cartujos a oír misa. Te presento a Juanito. Buenos días, Juanito.

78. Juanito.—Muy buenos días a vosotros. ¿Qué es esto tan insólito? ¿Os habéis levantado tan de mañana?

79. Belio.—Yo, en verdad, estaba dormido con un sueño profundísimo, pero este Maluenda con gritos y golpes me arrancó de la cama.

[Pg. 55] 80. Juanito.—Hizo bien, pues este paseo te repondrá y te dará fuerzas. Vamos fuera de las murallas. ¡Digno de admiración y de adoración al artífice de tanta belleza! Con razón esta obra se llama "mundo" y kósmos 151 por los griegos, como algo adornado y bello.

81. Maluenda.—No andemos apresuradamente, sino despacio y con calma. Demos, por favor, dos o tres vueltas en este paseo por la muralla, a fin de contemplar con mayor tranquilidad y despreocupación una vista tan hermosa.

82. Juanito.—Fíjate: no hay ningún sentido que no se llene de algún noble placer: los ojos en primer lugar. ¡Qué variedad de colores! ¡Qué adorno en la tierra y en los árboles! ¿Qué tapices o pinturas pueden compararse a éstas? Éstas son naturales y verdaderas, aquéllas fingidas y falsas. Con toda razón el famoso poeta 152 español llamó a Mayo pintor del mundo. Ahora los oídos: ¡qué concierto de pájaros y, sobre todo, del ruiseñor! Escúchalo en el sauce, desde donde (como dice Plinio 153) se produce el sonido modulado de la música perfecta. Fíjate con atención y percibirás las variedades de todos sus sonidos: ahora canta de forma continua, manteniendo el aire sin interrupción y sin cambio durante mucho tiempo, ahora modula; ya canta con menos fuerza y de forma espaciada; ahora retuerce la voz y es como si vibrara; ahora la prolonga; ya vuelve a su normalidad; unas veces canta versos largos, como los heroicos 154, otras breves, como los sáficos, y de vez en cuando brevísimos, como los adónicos. Es más, tienen como escuelas y lecciones de música. Otros más jóvenes ensayan y oyen versos para imitar. El discípulo escucha con gran atención (¡ojalá que escuchemos a nuestros maestros con la misma!) y repite, alternando en el canto. Se percibe una corrección en el alumno y en el maestro cierta reprensión. Pero a ellos les guía una naturaleza buena y a nosotros un placer degenerado. Añade a esto: ¡qué olor exhala por doquier, ya sea de los prados, ya sea de las mieses, ya de los árboles e incluso de los mismos campos abandonados y áridos. El sabor, sea lo que sea lo que acerques a la boca e incluso del propio aire 155, es como el de la primera y recién obtenida miel.

83. Maluenda.—Creo que esto es lo que he oído a algunos, que las abejas suelen extraer su miel en el mes de Mayo del rocío celestial.

84. Juanito.—Esa fue la opinión de muchos. Si quieres ofrecer algo al tacto, ¿qué puede ser más suave y saludable que esta brisa [Pg. 56] que sopla por doquier, y se introduce con su soplo vivificador por las venas y todo el cuerpo? Me vienen ahora a la mente algunos versos de Virgilio sobre la primavera, que tararearé completos, si me podéis aguantar, con mi voz, no de cisne sino de ganso; a decir verdad prefiero la de éste, si es que el cisne no canta con dulzura excepto cuando está próximo a la muerte 156.

85. Belio.—Yo ciertamente, para hablar por mí, deseo fuertemente escuchar los versos de cualquier voz, con tal de que nos los expliques también.

86. Maluenda.—Y yo no disiento de él.

87. Juanito.—Yo creería que en el origen primero del mundo en formación brillaron los días así y de una forma ininterrumpida; era la primavera, una gran primavera vivía en el universo mientras los euros alejaban sus soplos invernales; entonces los primeros animales se llenaron de luz, los hombres, nacidos de la tierra, levantaron su cabeza de los duros terrones, las fieras entraron en los bosques y las constelaciones en el cielo.

Los seres delicados no podrían soportar tales pruebas, si una pausa tan larga no se intercalase entre el frío y el calor y si la clemencia del tiempo no acogiese la tierra 157.

88. Belio.—No los he entendido bien.

89. Maluenda.—Yo creo que mucho menos.

90. Juanito.—Ahora aprendedlos, luego los entenderéis, pues están inspirados por una filosofía 158 profunda, como muchísimos otros del gran poeta.

91. Maluenda.—Preguntemos al maestro Orbilio, a quien tenemos enfrente.

92. Juanito.—Pero no es un hombre muy afable. Saludémosle solamente y dejemos marchar a este hombre colérico y brutal 159, de enorme arrogancia, de sabiduría más superficial que profunda, aunque él se ha convencido seriamente de que es el primero de los sabios. Sin embargo, hemos hablado hasta ahora del cuerpo: ¿seguimos con el espíritu y la mente? ¡Cuánto regocija y estimula una aurora así! No hay ningún otro momento tan propicio para aprender, entender y retener lo que se oye y lo que se lee, ni tampoco para meditar y reflexionar sobre lo que se quiera dirigir la atención. Con razón alguien dijo: la aurora queridísima de las musas 160.

[Pg. 57] 93. Belio.—Pero a mí va me aguijonea el hambre. Volvamos a casa para almorzar.

94. Maluenda.—Di de una vez el qué.

95. Belio.—Pan, mantequilla, cerezas, ciruelas amarillas que tanto parecen agradar a nuestros compatriotas españoles, hasta el punto de que con ese nombre designan todas las ciruelas; o, si no las hay en casa, cortaremos algunas hojas de borraja y de salvia para juntar a la mantequilla.

96. Maluenda.—¿Beberemos vino?

97. Belio.—De ninguna forma, sino cerveza y, por cierto, muy floja como esa amarilla de Lovaina, o agua pura y cristalina sacada de la fuente latina o de la griega.

98. Maluenda.—¿A cuál llamas tú latina y a cuál griega?

99. Belio.—A la que está junto a la puerta Vives suele llamarla griega, y a la que está más lejos latina. Los motivos te los dará él en persona, cuando lo veas.

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142 . El apellido Maluenda es el de Pedro Maluenda, amigo y discípulo de Vives en Lovaina, que destacó después como teólogo en el concilio de Trento; se conserva una carta de Vives a Maluenda posterior a 1531. Belio es apellido de origen aragonés. Gomecillo es un diminutivo propio de criado.

143 . Vives pone de manifiesto el amplio conocimiento que tenía de la poesía latina con esta cita de Persio, Sátiras, III, 1-3, en la que unos personajes duermen la borrachera provocada por el famoso vino Falerno.

144 . Es un epigrama de Marcial, XIV, 223.

145 . Este diálogo se desarrolla en Lovaina, y, por tanto, los franciscanos son los de esta ciudad.

146 . Esta misma iglesia es nombrada en el Diálogo VII, 38; cfr. nota 51.

146bis . Sería la primera en ser empedrada en Lovaina, y de ahí su nombre.

147 . El Dyle es el río que pasa por la ciudad de Lovaina.

148 . Ligula deriva del verbo lingo y no de lingua; a Vives le extraña que los romanos escribiesen la palabra de las dos formas, esto es, lingula y ligula, pero lo mismo le ocurría ya a Marcial, Epigramas, XIV, 120, para quien ligula era la forma de los cultos y lingula la de los ignorantes.

149 . A propósito de la moda en el calzado la gran especialista en estos temas, C. Bernis, p. 41, afirma: "El calzado no sufrió tantas y tan continuas mudanza como los trajes y los tocados. Sí es de notar la preferencia en el primer cuarto de siglo por los zapatos escotados y muy chatos que se estilaban desde los años últimos del siglo XV... y la boga a partir de la cuarta década de los zapatos picados cerrados, estrechos, que había aparecido hacia 1530."

150 . Como ya hemos dicho este Diálogo tiene lugar en Lovaina y , por tanto, todos los edificios aludidos se encuentran en dicha ciudad.

151 . KÕsmo

152 . Sin duda se refiere a Juan de Mena, quien en La coronación del marqués de Santillana, I, 1, dice:

Después qu'el pintor del mundo

paró nuestra vida ufana.

Y en el comentario: E asimesmo dize Aristótiles que el verano es pintor del punto, ca la guarnesçe e pinta de yervas e flores.

153 . En la descripción del canto del ruiseñor Vives sigue muy de cerca un encantador pasaje de Plinio, Historia natural, X, 81-84, en el que demuestra una gran capacidad de observación de los animales y de descripción de lo percibido.

154 . El verso heroico es el hexámetro; el sáfico y el adónico son versos líricos, el primero de once sílabas y el segundo de cinco.

155 . En todo este pasaje Vives pone de manifiesto su vena poética con metáforas de tipo cinestésico, en las que las sensaciones de algún sentido se asignan a otro.

156 . Existía en la antigüedad la creencia de que el cisne cantaba con dulzura sólo en el momento de morir; sin embargo, en algunos textos se le atribuye esta cualidad en general, como en Horacio, Carmina, IV, 20.

157 . Los preciosos versos de Virgilio se encuentran en Geórgicas, II, 336-345.

158 . Filosofía tiene aquí el sentido de sabiduría.

159 . Lucio Orbilio Pupillo (114-14 a. C.) fue un gramático, que enseñó primero en Benevento y luego en Roma, donde fue maestro de Horacio; a él se refiere el poeta en Epístolas, II, 1, 70-71 dándole el calificativo de plagosus, que es recogido aquí por Vives, por su costumbre de golpear.

160 . Para la relación de la aurora con las musas, cfr. nota 40.

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