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Juan Luís Vives - Índice... > Ejercicios de lengua latina > Diálogo XIV : El cuarto y el trabajo nocturno

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Texto

[Texto latino en imágenes]

[Pg. 68] DIÁLOGO XIV

El cuarto y el trabajo nocturno

Plinio 214, Epicteto, Celso, Dídimo.

1. Plinio.—Son las cinco de la tarde; ¡eh! Epicteto, ciérrame esas ventanas y trae aquí luces para trabajar de noche.

2. Epicteto.—¿Qué luces?

3. Plinio.—Mientras están éstos, candelas de sebo o de cera; cuando se hayan retirado las quitaréis y me pondréis aquí el candil.

4. Celso.—¿Para qué?

5. Plinio.—Para trabajar de noche.

6. Celso.—¿Por qué no estudias mejor por la mañana? Entonces, en efecto, parece que invitan las características del momento y el estado del cuerpo, cuando en el cerebro existe la cantidad más pequeña de vapores, una vez terminada la digestión de los mismos.

7. Plinio.—También esta hora es muy tranquila, cuando todo está en reposo y en silencio, y no es inconveniente ni para los que hacen comida ni para los que hacen cena. Los hay, en efecto, que hacen sólo la cena 215, según la costumbre de los antiguos; otros hacen sólo la comida de acuerdo con los preceptos de los médicos modernos; otros comen y cenan, según la costumbre de los godos.

8. Celso.—¿Acaso no se comía al mediodía antes de los godos?

9. Plinio.—Se comía, pero ligeramente. Los godos trajeron la costumbre de hartarse dos veces al día.

10. Celso.—¿Por qué razón condena Platón 216 las mesas de Siracusa, en las que todos los días se hartan dos veces? 216bis

11. Plinio.—De ahí puedes deducir que era una costumbre rarísima.

12. Celso.—Pero dejemos eso. ¿Por qué trabajas mejor con el candil que con la vela?

13. Plinio.—Por la estabilidad de la llama, que perjudica menos a los ojos, pues el movimiento de la mecha daña la vista y el olor del sebo es desagradable.

14. Celso.—Usa velas de cera, cuyo olor no es desagradable.

15. Plinio.—La mecha en éstas se mueve más y los gases son perjudiciales, y en las de sebo la mecha las más de las veces es de lino [Pg. 69] en vez de algodón, en la medida en que esos tenderos en todo buscan la ganancia con fraude. Echa aceite a este candil; saca la torcida 217 con una aguja y quítale el pabilo.

16. Epicteto.—¡Cómo se agarra el pabilo a la aguja! Se dice que es señal de lluvia, según aparece en Virgilio 218. [al ver] que el aceite chisporrotea y que se forma pabilo maloliente.

17. Plinio.—Trae también una horquilla, y limpia esta candela; no eches el pabilo al suelo para que no salga humo; antes bien aplástalo dentro de la horquilla, ya que está cubierta. Acércame el manto de trabajo, aquél largo de pieles.

18. Celso.—Te entregaré a tus libros. Deseo que Minerva 219 te sea propicia.

19. Plinio.—Preferiría que lo fuera San Pablo o más bien debí decir Jesucristo, la sabiduría de Dios.

20. Celso.—Tal vez Cristo está atisbado 220 en el mito de Minerva, que nació de la cabeza de Júpiter.

21. Plinio.—Coloca la mesa sobre sus pies en el cuarto.

22. Epicteto.—¿Prefieres la mesa al pupitre?

23. Plinio.—Sí, en este preciso momento; pero pon sobre la mesa un atril.

24. Epicteto.—¿El fijo o el móvil?

25. Plinio.—El que prefieras. ¿Dónde está Dídimo, mi ayudante en los estudios?

26. Epicteto.—Voy a llamarlo.

27. Plinio.—Y tráeme aquí al sirviente amanuense 221, pues quiero dictarle algo. Dame aquellos cálamos 222 y dos plumas o tres de caña ancha, y la salvadera 223. Sácame del armario a Cicerón y a Demóstenes; ahora del pupitre el cuaderno de escribir y los registros grandes. ¿Has oído? Y mis borradores, en los que quiero corregir algunas cosas.

28. Dídimo.—Creo que tus borradores no están en el pupitre, sino en el cajón de la habitación.

29. Plinio.—Pero eso averígualo tú mismo. Tráeme el Nacianceno 224.

30. Dídimo.—No lo conozco.

31. Plinio.—Es un libro ligero, cosido y encuadernado toscamente en pergamino. Tráeme también el manuscrito número cinco.

32. Dídimo.—¿Cuál es su titulo?

[Pg. 70] 33. Plinio.—Comentarios de Jenofonte 225: es un tomo elegante, encuadernado en piel con cierres y varillas de cobre.

34. Dídimo.—No lo encuentro.

35. Plinio.—Ahora me acuerdo; lo puse en el cuarto cajón; sácalo de ahí; en ese cajón no hay más que libros sin encuadernar y sin forma, tal como se acaban de traer de la imprenta

36. Dídimo.—¿Qué tomo de Cicerón pides? Pues son cuatro.

37. Plinio.—El segundo.

38. Epicteto. —Todavía no ha sido traído por el encuadernador, a quien se lo entregamos hace cinco días, según creo.

39. Dídimo.—¿Te gusta mucho esta pluma?

40. Plinio.—No me preocupo mucho de eso; cualquiera que me llega a las manos la utilizo como buena 226.

41. Dídimo.—En esto te pareces a Cicerón.

42. Plinio.—Tranquilo; sácame a Cicerón; abre, pasa todavía tres o cuatro hojas hasta el libro cuarto de las Cuestiones Tusculanas: busca ahí sobre la mansedumbre y la alegría.

43. Epicteto.—¿De quién son estos versos?

44. Dídimo.—Son de él mismo, traducidos de Sófocles 227, lo que, por cierto, hace con placer y por tanto con frecuencia.

45. Epicteto.—Era, según creo, bastante hábil para componer versos.

46. Dídimo.—Tenía mucha habilidad y mucha facilidad, y para aquella época no era infecundo, contra lo que piensan muchos 228.

47. Epicteto.—Pero tú, ¿cómo has interrumpido tus afanes poéticos?

48. Plinio.—Alguna vez los reanudaremos más adelante, según espero, pues producen mucho alivio después de estudios más serios. Estoy agotado ya de estudiar, pensar y escribir; tiéndeme el lecho.

49. Epicteto.—¿En qué aposento?

50. Plinio.—En aquel ancho y cuadrado; y quita del rincón la butaca, pásala al comedor; pon sobre el colchón de plumas otro con relleno de lana. Procura que los pies de la cama estén bien firmes.

51. Epicteto,—¿Qué te importa a tí, que no duermes en ninguno de los dos, sino en el centro? Pero sería más sano, si el lecho fuese más duro y ofreciese resistencia al cuerpo.

[Pg. 71] 52. Plinio.—Llévate la almohada y pon en su lugar dos cojines; y con este calor prefiero aquella cubrecama a estos lienzos ajustados.

53. Epicteto.—¿Sin manta?

54. Plinio.—Sí.

55. Epicteto.—Tendrás frío, pues te levantas del estudio con el cuerpo extenuado.

56. Plinio.—Entonces, pon alguna colcha ligera.

57. Epicteto.—¿Esa? ¿Ningún otro cobertor?

58. Plinio.—Ninguno; si tuviera frío en la cama, pediría más ropa; quita aquellas cortinas, pues para apartar los mosquitos prefiero el pabellón.

59. Epicteto.—Pocos mosquitos he notado aquí; pulgas y piojos, muchos.

60. Plinio.—Me extraña que adviertas algo con tu dormir y tu roncar.

61. Epicteto—Nadie duerme mejor que quien no se da cuenta de cuán mal duerme.

62. Plinio.—Ninguno de esos animalejos que nos atormentan en los aposentos durante el verano me provoca tantas náuseas como las chinches, con aquel desagradabilísimo olor.

63. Epicteto.—De ellas hay bastante buena cosecha en París y en Lovaina.

64. Plinio.—Es la clase de madera la que las cría en París, y en Lovaina el barro. Ponme aquí el despertador, y fija la manecilla a las cuatro de la mañana, pues no quiero dormir más tiempo. Descálzame; pon aquí la silla plegable para sentarme; prepárame el orinal en la banqueta junto al lecho; no sé a qué huele mal aquí; quema un poco de incienso o de enebro. Cántame ahora al entrar en el lecho algo con la lira según la costumbre pitagórica 229, para que me duerma más rápidamente y los sueños sea más apacibles.

65. Epicteto.—Sueño, descanso de las cosas, el más plácido de los dioses, paz del espíritu, evitado por la preocupación, que reconfortas los pechos agotados por largos trabajos y los repones para el esfuerzo 230.

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214 . Los nombres de los personajes que intervienen en este Diálogo recuerdan a escritores latinos y griegos. Plinio el Viejo (23-70 p. C.) es el autor de una enciclopedia titulada Naturalis historia, que fue muy estudiada durante el renacimiento. Epicteto (50-135 p. c.), de origen esclavo y luego liberto, fue profesor de filosofía en Roma: es el autor del famoso >Egceiridion. Celso escribió en tiempo del emperador Tiberio una enciclopedia, de la que sólo se ha conservado la parte referente a la medicina. Dídimo (2.ª mitad del S. I. a. C.) fue un filólogo alejandrino que escribió comentarios a poetas y prosistas griegos.

215 . Para los romanos la cena era la comida más importante del día, cfr. nota 50.

216 . En Roma la cena se hacía a media tarde, cfr. notas 50 y 215; en los tiempos de Vives, sin embargo, la comida más importante era la del mediodía, y así se mantiene todavía en nuestras costumbres.

216bis . Esta referencia se encuentra en Platón, Epistolae, 326 b.; pero seguramente Vives la conoció por la traducción de dicho pasaje en Cicerón, Tusculanae disputationes, V, XXXV, 100: "Quo cum venissem, vita illa beata quae ferebatur, Italicarum Syracusiarumque mensarum, nullo modo mihi placuit, bis in die saturum fieri."

[N. del Ed.]: En el original  impreso utilizado para esta edición no aparece la llamada a la nota n.º 216 bis, con el fin de no perder su contenido en el pie de página, hemos creído conveniente introducir en el texto la llamada a dicha nota.

217 . Así se llama la mecha del candil "porque la torcemos para que tenga más fuerza y arda mejor" dice Cobarruvias. El pabilo es la parte quemada y carbonizada de la torcida.

218 . Este verso de Virgilio se encuentra en Geórgicas, I, 1392.

219 . Minerva es la diosa romana identificada con la Atenea griega; es la diosa de la razón, de las artes y de la literatura, y por eso la invoca Celso para que ayude a Plinio en su trabajo intelectual.

220 . Resulta curioso que Vives encontrara un cierto parecido entre el nacimiento de Cristo y el de Minerva, que nació de la cabeza de Zeus al propinarle un hachazo Hefesto. Sin embargo, la analogía no es del todo exacta, y a que Minerva fue concebida por Zeus y Metis; cuando ésta iba a dar a luz, Urano y Gea revelaron a Zeus que si Metis tenía una hija después tendría un hijo que arrebataría a Zeus el poder supremo; entonces Zeus se la tragó y después ordenó a Hefesto que le partiese la cabeza de un hachazo.

221 . Los estudiantes con recursos solían tener un criado o ayudante, pero Plinio tenía tres: uno para los estudios, otro que le servía de amanuense y un tercero para las faenas de la casa.

222 . Plumas de caña, cfr. nota 126.

223 . Recipiente con arenilla para secar la escritura.

224 . San Gregorio Nacianceno (329-h. 390 p. C.), uno de los padres de la Iglesia, fue autor de 45 Discursos, 245 Cartas y Poesías, entre las que destaca la autobiografía De vita sua en 1949 trímetros yámbicos.

225 . Bajo este título entiende Vives las obras de Jenofonte de carácter histórico, esto es, Anábasis y Helénicas.

226 . La segunda parte de esta frase está tomada con ligeras variantes de Cicerón, Epistolae ad Quintum fratrem, II, XV, 1: "Esto es lo que hago siempre, que utilizo como buena cualquier pluma que llega a mis manos."

227 . En el libro cuarto de las Tusculanae disputationes no hay ninguna traducción de versos de Sófocles; esta cita la debió hacer Vives de memoria. Donde se encuentran traducciones de Sófocles es en el libro II, VIII, 20 y en el III, XXIX, 71.

228 . Por estas palabras se descubre que Vives tenía una muy buena opinión sobre Cicerón en cuanto poeta, y eso a pesar de que las otras facetas de su rica personalidad han eclipsado la poética, y de que además sus poemas han llegado a nosotros en estado fragmentario. Cicerón sintió gran admiración por la poesía y los poetas, y él mismo compuso poemas desde su juventud hasta la vejez. Una de sus principales aficiones en este campo fue la de traducir versos de poetas griegos, desde Homero y los trágicos hasta Arato; precisamente de este poeta del siglo III a. C. tradujo sus Fenómenos, una obra de divulgación astronómica, de la que se han conservado 553 versos, por lo que resulta la más amplia muestra de su labor poética; de esta traducción se sentía Cicerón muy orgulloso. A parte de los Fenómenos, compuso los siguientes poemas: Pontius Glaucus, Nilus, Uxorius, Alcyones, Thalia maesta, Limon, De consulatu suo, De temporiubus suis, Marius, `Epo

229 . La lira y la cítara eran, en efecto, los instrumentos preferidos por los pitagóricos, para quienes la música tenía una función catártica para dominar las pasiones y elevar el espíritu a la percepción de la armonía en todas las cosas.

230 . Los versos son de Ovidio, Metamorfosis, XI, 623-625.

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