EL DESPRECIO
1. El desprecio nace de la ofensa, cuando el mal es de tal índole que en realidad, no perjudica, pero se considera vil y abyecto, como sucede con los hombres viciosos y depravados. No deseamos favorecer a quien despreciamos, ni tampoco herirle, sino tan sólo burlarnos de él y mostrarle cuán digno sea de desprecio y de ser tenido en nada. A menudo el desprecio desvirtúa la aspereza del odio y de la envidia, de modo que ya no deseemos perjudicar tanto al ofensor, puesto que, al no tener éste fuerza alguna intenta dañar y es fogoso en su impotencia.
2. En algunos nace el odio, en otros no hay odio, sino que aumenta el desprecio y la irrisión, según la expresión del proverbio: «Mujer, espada». 302 Al desprecio le acompañan la irrisión, la burla, la gesticulación, la befa, el alejamiento de la vista y del oído de todo cuanto la persona despreciada dice o hace, como de algo indigno de ser visto o escuchado. Los pusilánimes son suspicaces y creen ser despreciados por todos: cuanto dicen o hacen los demás lo consideran como desprecio suyo, de donde provienen sus frecuentes quejas y su maledicencia. Fácilmente se desprecia a quien ha obtenido una mínima parte de los bienes a los que los humanos otorgamos un máximo precio, como algunos lo otorgan a la nobleza, otros a la [Pg. 316] facundia o a las riquezas, o al coraje, o a otros semejantes. En cambio, es apreciado quien ha conseguido otros bienes no menos dignos de estima como el poder, la dignidad, el favor, la cultura; o bien quien puede hacernos importantes daños; en realidad, no despreciamos a quien tememos. No debes esperar nada de él, afirma Cicerón, porque no querrá; nada temas de él, porque no podrá.
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