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Juan Luís Vives - Índice... > El Alma y la vida > Libro I > Libro I. Capítulo IX: Los sentidos en general / Cap. IX. De sensibus in genere

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Texto

[Texto latino en imágenes]

[Pg. 75] CAPÍTULO IX

LOS SENTIDOS EN GENERAL

1. Así, pues, cinco son los sentidos propios de los seres animados adultos: la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato, que Dios les ha concedido para su salud. En efecto, puesto que todo ser animado es corpóreo y debe desarrollar su vida en medio de seres materiales, Dios ha querido infundirle un cierto conocimiento de los cuerpos para que apeteciera las cosas saludables y evitara las nocivas. Lo que está escondido en cada uno de los seres se descubre por sus manifestaciones externas; por ello se nos han otorgado los sentidos en los cuales radica el conocimiento de todos los accidentes externos, pues no parece que exista ningún determinante externo que no sea percibido por el conocimiento de los sentidos; así se evidencia que al viviente adulto no se le debieron conceder menos sentidos, ni le fueron necesarios más; aunque esta aseveración es, en verdad, conjetura nuestra, hecha con veneración a la sabiduría y al poder de Dios, el único que sabe lo que conviene y en qué medida.

2. Mas prosigamos utilizando nuestros débiles y oscuros razonamientos. Por la fuerza y las cualidades de los cuatro elementos hemos recibido las facultades de los cinco sentidos, a fin de que podamos percibir cada objeto por una cierta proporción y semejanza. El vigor del tacto es terreno, a saber, espeso, tenaz y que se adhiere con mucha fuerza; el gusto es acuoso; el olfato hecho de aire grueso como el humo y, como quiera que despide humedad por la fuerza del calor, los maestros de la escuela peripatética, Aristóteles y Teofrasto lo adscribieron al elemento ígneo; 32 [Pg. 76] ciertamente ígneo es su fundamento y, por así decirlo, su origen, mas el olor depende propiamente de la evaporación siendo una especie de aire más denso. El oído es aéreo, la vista ígnea; la composición del ojo es acuosa, pero su fuerza y actividad es ígnea; así los sentidos perciben mejor los objetos conformes a estas características suyas.

3. El primero de los sentidos es el tacto, el último la vista; la combinación de ambos es la primera, semejante a aquélla del mundo material en la que el fuego y la tierra se unieron los primeros; 33 los otros elementos fueron interpuestos más tarde. Parece que la distinción y separación de los sentidos debe partir de los objetos sensibles; de hecho cada facultad se relaciona con el objeto en el que se ejercita; aunque existen algunos objetos sensibles comunes a varios sentidos, como el movimiento, la magnitud, el número, la figura o forma, el sitio o posición en el espacio y cuantas cosas se encierran en ellos: objetos, casi siempre, comunes a la vista y al tacto y, a veces, también al oído. Mas las cosas que la facultad interior obtiene del conocimiento de estos sentidos, no se refieren para nada a los sentidos, como la hermosura en la forma, o la fealdad, la semejanza y la desemejanza; del mismo modo que el ojo parece juzgar del sabor en la manzana que antes ha sido degustada y el calor en el fuego. Pero no es el ojo que juzga de esto, sino el espíritu mediante la memoria; de hecho si ésta falta se deberá volver a la experiencia de cada uno de los sentidos: tanto en los niños como en determinados seres animados. Sin duda, éstos son genuinos y verdaderos objetos sensibles que se denominan ka'qaÛt§, a saber, «por sí mismos», pues la substancia se percibe a través de su determinante; por lo tanto, mediante una percepción ajena que corresponde más a la mente que al sentido. Por este motivo, los que tienen menor capacidad intelectual se adentran más penosamente, a través de los accidentes, hasta la contemplación de la esencia, como son las bestias, y los hombres rudos y tardos.

[Pg. 77] 4. En verdad, las conclusiones que se pueden sacar mediante las conjeturas y la argumentación se van hasta el infinito: creo ver a un músico y también a un rey, mas el conocimiento del músico y del rey no es propio del ojo más de cuanto lo es la armonía, aunque vea los libros con las notas musicales. En cambio, la costumbre del lenguaje ha conseguido que, como no observarla a ella en la conversación sería absurdo, así no es necesario tenerla como ley y norma en el juicio. No se acabaría nunca si a esta costumbre tan defectuosa quisiéramos defenderla y apoyarla en todas partes con ingeniosas distinciones y nuevos vocablos.

5. Pasemos ya a otras cuestiones sobre este tema. Se ha puesto en duda si algunas imágenes sensibles pasan de los objetos a los órganos de los sentidos, cuestión ésta no tan importante cuanto polémica, y, por lo mismo, en gran manera recomendable para los círculos escolásticos y la garrulería de las disputas. Todos nuestros sentidos han sido de tal modo ordenados y dispuestos por Dios que fueran una especie de receptáculos de los objetos que les estimulan desde fuera: de hecho ellos, ciertamente, reciben elementos del exterior, pero no los emiten. Esto lo demuestra la propia forma cóncava de todos los órganos, adaptada para recibir lo que llega del exterior; y no acontece de modo diverso en los sentidos que en el espíritu, pues éste tampoco emite nada al exterior, sino que desde fuera atrae hacia sí los objetos que debe conocer y elaborar en sí mismo. Lo cual es fácil de constatar en los mismos órganos que, si casualmente se hallan ocupados en expeler algo fuera, no ejercitan su función sensorial: así el gusto al escupir, el olfato al espirar, el ojo al llorar. Sin duda, si las sensaciones se realizasen emitiendo algo al exterior, el ser animado se fatigaría en exceso con una acción tan continuada; por el contrario, en la actividad receptiva el cansancio es mucho menor y la recuperación supone un esfuerzo más liviano.

6. Porque si, como se cree, en todo conocimiento, el que conoce se convierte con razón, de alguna manera, en la cosa conocida, como el espejo en la imagen del objeto reflejado y la cera en el sello estampado, esto no lo produce la proyección hacia fuera, sino la recepción en el interior. Y considero que esto es bastante adecuado como, más o menos, lo muestra la propia naturaleza, tanto por la configuración del órgano sensorial como por la acción de sentir. Mas queda por dilucidar si los objetos sensibles emiten, fuera de sí mismos, al sentido [Pg. 78] alguna cosa que se llama «especie». Que algo llega desde los objetos sensibles a los órganos de los sentidos es harto manifiesto y ciertamente se realiza en cuatro modos de sensación referidas a los mismos cuerpos: a la nariz llega un soplo, al paladar un sabor, al tacto las cualidades primarias mencionadas, al oído el aire en movimiento y a los ojos la luz o el resplandor, del modo como hemos indicado más arriba; y no cabe dudar que estas luces alcancen la pupila del ojo, como un espejo; en ambos casos apreciamos un efecto similar. Éstas son «especies» y no creo que sean necesarias otras. Ciertamente es maravilloso que un simulacro venga del objeto material a nuestro ojo con tanta celeridad que en un instante parece recorrer larguísimos espacios, consideración que a muchos ha dejado confusos; pero es necesario valorar estos movimientos en consonancia con las cualidades naturales de cada elemento. La rapidez es mayor en la visión que en la audición, porque aquélla es un fenómeno de carácter ígneo, y éste de carácter aéreo; ahora bien, el impulso del fuego es, muy veloz; y del mismo modo que llamamos a los colores «luces tenues», así la naturaleza de la luz explicará la naturaleza del color. De hecho la luz tan pronto aparece, recorre en un instante y llena espacios inmensos; de igual condición son los colores que la luz, su fuente y origen.

7. Los seres animados que necesitan muchos medios para protegerse y que están expuestos a recibir muchos daños, están dotados de más sentidos, como medios de obtener la salud y de evitar su destrucción. El tacto se ha otorgado a todos, también el gusto, ya que son necesarios para propagar la vida y, por ello, el medio que se les ha dispensado es interno: pues con el gusto se distingue el alimento provechoso del perjudicial, y con el tacto el mortífero y el inofensivo; por este motivo el tacto no ha sido colocado por la naturaleza en un lugar determinado, como los demás sentidos, sino distribuido por todo el cuerpo a fin de que cada una de las partes estuviera alerta, como en un puesto de guardia, para la propia conservación.

8. El olfato es útil al gusto y, por ello, le precede también para advertirle acerca del objeto percibido, impulsándole hacia el mismo o apartándole de él. Este sentido no era muy necesario para el conocimiento de la realidad y, por lo mismo, al hombre se le ha concedido muy limitado, tan sólo en relación con el conocimiento de [Pg. 79] los manjares. Es más, este sentido fácilmente se embota en nosotros por la pérdida del humor craso, o incluso se corrompe totalmente. Así, pues, muchos carecen de él, liberados, sin duda, de una molestia no pequeña, sobre todo teniendo en cuenta las costumbres actuales, privadas y públicas.

9. Los seres animados que han de buscar lejos su nutrición, han sido dotados de oído y vista, sentidos que brindan además otras muchas ventajas. La vista nos muestra la propia faz del universo y de la naturaleza, como guía y maestra familiar para cada uno; por ello se la considera el más excelente de los sentidos, lo que pone de relieve su posición muy destacada en la cabeza, como en una atalaya, y es el más querido por todos, ya que por su medio se consiguen grandes ventajas para la vida entera. Este sentido fue el inventor y promotor de casi todas las ciencias y las artes, por cuyo favor conocemos la luz, el calor, la magnitud, la figura, el número, la posición y el movimiento de los cuerpos situados en la proximidad y en la lejanía. El oído es un sentido muy adecuado para transmitir las enseñanzas de unos a otros; por lo cual es designado como el sentido de la disciplina. Los animales que carecen de él no son aptos para recibir adiestramiento alguno, como es el caso de los gusanos.

10. A aquéllos a los que la naturaleza privó de algún sentido es increíble decir cuán solícita ha sido ella en darles una compensación en parte con el vigor de los restantes sentidos, en parte con el conocimiento interno; así a los ciegos y a los sordos les otorgó especial sensibilidad de tacto, una memoria rápida y firme y una inteligencia sutil; se añade también la necesidad por cuyo estímulo se despierta el ingenio. Y puesto que la vista y el oído sirven para el conocimiento interior, no es posible hallarlos en todo ser animado, como los otros que sirven al cuerpo.

11. La vista y el tacto mantienen una gran comunión y casi amistad entre sí, de modo que uno corrige los errores del otro, por supuesto en el objeto sensible común a ambos. Por ejemplo, en una pintura al ojo le parece apreciar cierto relieve; mas el tacto, que en el hombre es el sentido más seguro, interviene y corrige este error a condición de que se trate de un engaño de los ojos y no de la mente. En efecto, los filósofos han discutido también la cuestión de si los sentidos pueden engañarse; viejo problema ya debatido por [Pg. 80] los estoicos, los epicúreos y los académicos. 34 Pero a mí no me parece que los sentidos puedan engañarse; sí pueden inducir a error. En verdad, se engaña el que toma lo falso por verdadero o al revés; pero la verdad y la falsedad consisten en la composición y la separación, que no alcanzan los sentidos. Éstos conocen sus propios objetos sensibles simplemente, sin añadir para nada que esto o aquello sea de tal cualidad o no, ya que tal precisión corresponde al pensamiento. Considero que por esta razón se formuló en tiempo pasado aquel dicho: el que abstrae no se equivoca. 35 Mas el conocimiento de los sentidos es sólo una especie de recepción o impresión de una imagen, como la del anillo en la cera o la de la figura en el espejo.

12. Con todo subsiste todavía la duda de si por la impresión de los sentidos puede el espíritu engañarse. En la percepción sensible distinguimos el órgano del sentido, el objeto sensible y el medio. El órgano puede inducir a engaño si está enfermo, como el ojo legañoso o miope; el objeto si está alejado o agitado, o se ha presentado de golpe; el medio, si no es bastante adecuado como la niebla, el humo, el agua, el aire agitado, el vidrio impregnado de color. Pero si todos los componentes se hallan en perfectas condiciones naturales: un órgano bien dispuesto, el objeto ofrecido adecuadamente y el medio apropiado en tiempo y lugar, el sentido no inducirá a error a la mente que esté atenta, lo cual acontece en todas las demás cosas: aquellas que secundan la recta naturaleza, se extravían lo menos posible.

13. He añadido que el espíritu debe aplicar su atención en lo que hace, porque si atiende a otra cosa, el sentido cumplirá debidamente [Pg. 81] su función, mas el espíritu tomará una decisión equivocada, como cuando el mensajero dice la verdad a quien no le escucha. Así creernos no haber visto lo que habíamos visto o haberlo visto de otro modo. Fácilmente se comprende que esto puede sucederle al espíritu; en verdad, algunos habiendo oído ciertas frases a las que no han prestado atención, callan sin haber entendido lo que se ha dicho y, poco después, como despertándose de un sueño, repiten de memoria aquello mismo y aseguran que lo han oído y lo entienden.

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32 . Así el olfato aparece como una exhalación humosa, proveniente del fuego, en Aristóteles, De sensu: Parva naturalia 5, 443 a, 21.

33 . Platón en Timeo, 31 b, dice que «Dios cuando se puso a componer el cuerpo del universo, lo hizo de fuego y de tierra».

34 . Los estoicos afirmaban que el conocimiento proviene primeramente de los objetos externos que impresionan los sentidos, los cuales transmiten al alma sus impresiones; de ahí que el alma conozca a través de ellos y que toda sensación sea ya asentimiento y comprensión (ef. Stoic. Vet. Frag. 2, 721). Según Epicuro, los sentidos no pueden engañarse; el error está en lo que nosotros añadimos a la experiencia sensible: cf. Epist. Herod. 50-52. En cambio los académicos aseguran que no podemos fiarnos de las representaciones de los sentidos, porque no perciben los objetos como son en sí, sino tan sólo las apariencias mudables: cf. S. Empírico, Adv. math. 7, 411-412.

35 . El dicho según la lógica medieval significaría que quien considera en abstracto las puras esencias y no se pronuncia sobre su realización en los individuos no se engaña; aunque Sancipriano (Op. cit. p. 165, n.3) considera que Vives probablemente interpreta el dicho «como pura y simple "enucleación" de aspectos e impresiones sensibles que, en sí considerados, sin nexos lógicos, no implican ni funciones de verdad, ni enunciados erróneos».

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