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Juan Luís Vives - Índice... > El Alma y la vida > Libro II > Libro II. Capítulo IV: La razón / Cap. IV. Ratio

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 129] CAPÍTULO IV

LA RAZÓN 90

1. Todos los objetos que hemos entendido, considerado y comparado están dispuestos para la actividad de la razón. Éste es, en efecto, el desarrollo comparativo de una cosa a otra, o de unas a otra u otras. Por ello se llama también discurso y «reputación» 91 («reconsideración»): en verdad, como en la vida se podan los sarmientos inútiles, así también en la razón, de modo que se mantenga sólo lo útil, como suele decirse, puro y limpio al menos en la medida de lo posible. Y no debe sorprender que hayamos dicho «discurso», puesto que a veces la razón no avanza sólo a la carrera sino dando pequeños saltos, tomando de aquí y de allá elementos diversos. Porque unas veces la razón procede paso a paso en sucesión continua y otras salta por encima, dejando algún paso intermedio: o por ignorancia del procedimiento justo y adecuado o porque no estima en modo alguno necesario recorrer todos los pasos.

[Pg. 130] 2. La fantasía no puede formar una imagen si no es de aquellos elementos que antes tomó de los sentidos bien porque la imagen sea tal en la naturaleza bien porque la fantasía la forme de sí misma modelándola de un solo objeto o de diversos. Mas la razón vuela con tanta rapidez por esas imágenes que o no concibe en sí ninguna en absoluto, o la concibe tan levemente que casi parece no existir; en verdad, no toma nada de los accidentes singulares. Por ello mira, sin duda, en lontananza y, no obstante, se mantiene separada, cuanto le es posible, de los objetos visibles; en efecto, si se mezclara y enredara con ellos, se vería arrastrada como por un torrente, cual sucede en la embriaguez y la locura, y los vería del mismo modo que a través de anteojos pintados con diversos colores: Por lo tanto, se necesita gran salud mental para discurrir debidamente sobre aquello que conviene; de hecho la mente que, agitada por lo que ha visto, no es capaz de detenerse, se asemeja al hombre que desciende por un terreno resbaladizo. Con todo es necesario para un discurso expedito el auxilio de una fantasía, si no desenfrenada, al menos suelta y libre, ya que la razón se sirve de los fantasmas, pero sin mezclarse con ellos. Así, pues, el sentido sirve a la imaginación, ésta a la fantasía, la cual a su vez sirve al entendimiento y a la consideración; la consideración al recuerdo, éste a la comparación, y la comparación a la razón. El sentido es como la visión de la sombra, la fantasía o imaginación es como la visión de una imagen; la inteligencia como la del cuerpo y la razón como la de la forma y de las fuerzas.

3. Existe un cierto discurso de la razón ordenado por la voluntad, a fin de que busque algo verdadero para la mente o bueno para la propia voluntad. Existe otro espontáneo que procede naturalmente por el libre y expedito impulso de la mente que no sabe estar ociosa. Tal razón espontánea no emprende tanto su obra guiada por principios ciertos y conocidos, cuanto a impulsos de un mandato, toda vez que examina con bastante negligencia lo que hay en cada cosa de verdadero y falso, de bueno y de malo. El conocimiento humano procede de lo conocido por los sentidos a lo conocido por el espíritu y la mente, a saber, de lo singular a lo universal, de lo material a lo espiritual, de los efectos a las causas de lo accesible y patente a lo desconocido. En cambio, para Dios, artífice y autor de todo lo existente, las causas son anteriores y más conocidas que los efectos, y los entes universales más que los particulares. Asimismo, entre nosotros, [Pg. 131] según que cada uno sobresale especialmente por el ingenio, o por la experiencia, o por el saber, también secunda mejor, en sus conocimientos y deducciones, el camino de la naturaleza, es decir, de Dios, mientras que los más torpes mantienen el camino de los sentidos.

4. Ahora bien, el discurso de la razón se aplica a toda clase de argumentos. Así procede de una negación a una afirmación, por ejemplo: no es esto, ni aquello, luego es lo otro; lo que constituye un discurso oblicuo; o de una negación a otra negación: no es esto, ni aquello, ni lo otro, luego es incierto qué cosa sea; lo que constituye el discurso espurio o nÕqo$ («adulterado»); otro es recto y legítimo, va de objeto a objeto; asimismo de la afirmación a la negación: es esto, luego no es aquello. La razón se ha otorgado al hombre para la búsqueda del bien, a fin de que la voluntad lo abrace. El bien del animal es evidente, a saber, se funda en la vida del cuerpo; el nuestro está oculto en la mente; de ahí que a nosotros nos ha sido necesaria la investigación de la verdad en medio de tinieblas; en cambio, los animales no tienen tinieblas y su facultad estimativa tiende sólo al bien y al mal; la nuestra además hacia lo verdadero y falso. Por donde se da un doble proceso: la «razón especulativa» cuyo objetivo es la verdad, y la «razón práctica» cuyo fin es la bondad; la primera se detiene aquí, la segunda trasciende a la voluntad. 92 La razón especulativa no es simple, ya que o bien se ocupa de las verdades asequibles mediante los sentidos o la fantasía, o de la actividad conjunta de ambos y se llama «inferior»; o bien se aplica a las verdades más elevadas y recónditas y se llama «superior».

5. En estas dos formas no todos los hombres tienen la misma capacidad y experiencia, pues como los hay que ven mejor por la tarde que al mediodía, así también unos razonan con acierto acerca de la verdad, mas no igualmente acerca de la actividad a realizar; otros a la inversa, dado que la forma de actuar se desarrolla con la experiencia y la del saber con la agudeza de la mente. Otros además sobresalen en los trabajos manuales, según que la fuerza del ingenio, por impulso natural, les ha orientado en uno u otro sentido.

[Pg. 132] 6. La norma de las cosas que se orientan al bien es la «prudencia»; la de aquellas que se practican para la utilidad de esta vida exterior, según piensa Aristóteles, 93 es el «arte». Mas, puesto que el hombre experimentado obra con más seguridad que el instruido, de ahí que para la prudencia o el arte no basta sólo con la ciencia, sino que se precisa de la experiencia, incluidas la memoria y el recuerdo. Por esta causa los hombres inexpertos no son buenos artífices, ni bastante prudentes, como no lo son los jóvenes y los que no pusieron en práctica las enseñanzas recibidas. Ciertamente la agudeza mental se estimula y perfecciona con la doctrina, y el poder de actuar y obrar con el ejercicio. La meta de la razón en su contemplación es la verdad y en la acción el bien; esta segunda (forma operativa) produce el juicio mediante la comparación de lo verdadero y de lo bueno. De esta capacidad de comparar lo verdadero y lo bueno carecen los animales 94 ya que se ven atraídos hacia el primer bien que se les ofrece; en cambio, nuestro juicio vacila, discute, se detiene y vuelve atrás. Y no cabe dudar que del mismo modo que los irracionales han recibido de Dios ciertas inclinaciones y, por decirlo así, normas para su propio bien; así también el hombre para el suyo, y a causa del bien para la verdad; porque no cabe pensar que tan gran Artífice haya creado en mejor situación al ser inferior que a aquél al que nada supera en excelencia bajo el cielo.

7. Pero el pecado ha ofuscado nuestra mente con grandes y densísimas tinieblas, por lo cual se han corrompido aquellas rectas normas. De la ignorancia surgen muchos errores cuando deducimos un juicio a partir de aquellas normas universales hasta llegar a las especies y los seres individuales. Sin embargo, quedan en nosotros restos de aquel bien tan grande que atestiguan suficientemente cuán valioso era lo que hemos perdido. Esto para la mayoría de los teólogos se llama «sindéresis», por así decirlo, «conservación». Para San Jerónimo es la conciencia; para San Basilio la facultad natural de juzgar; San Juan Damasceno lo llama luz de nuestra mente. 94bis Tal concepto lo [Pg. 133] han intuido confusamente algunos filósofos cuando hablan de anticipaciones y de informaciones naturales, que no hemos aprendido de los maestros, ni de la experiencia, sino tomado o recibido de la naturaleza; aunque algunos, por la excelencia de su ingenio, hayan obtenido estas normas con mayor amplitud y seguridad que otros, las que luego cultivan y perfeccionan con la práctica, con la experiencia, con la instrucción y la meditación. 95 Esta luz o discernimiento de nuestra mente de forma ora directa ora indirecta, pero siempre, tiende hacia el bien y la verdad, y a éstos se dirige resuelta. De ahí la aprobación de las virtudes y la reprobación de los vicios, de ahí las leyes y los preceptos morales y en el interior de cada uno la conciencia que censura los propios delitos, los reprende y condena, a no ser que uno carezca enteramente de sensibilidad humana y se envilezca hasta la condición del animal.

8. Por cuanto hemos dicho se resuelve la dificultad que Platón aborda en el Menón; 96 pues allí para demostrar que las mentes humanas no han sido creadas en la ignorancia, sino dotadas y adornadas con gran sabiduría y arte, aduce el siguiente argumento: «De no ser así», dice él, «no asentiríamos a los axiomas primeros y certísimos más que a sus contrarios, ni los reconoceríamos en seguida cuando se nos propusieran por primera vez: no más, ciertamente, que si uno, buscando a un esclavo fugitivo al que nunca antes ha visto, cuando lo encuentra pueda reconocerlo y apresarlo». En efecto, nuestra mente no posee ningún conocimiento antes de su existencia corporal, mas, en el momento de ser creada ha recibido una propensión a lo verdadero más que a lo falso y, a resultas de esta inclinación y adecuación, también unos cánones o fórmulas que yo no me opondría a que alguien quisiera llamarlas «semillas» de todas las ciencias.

9. En verdad, como Dios ha depositado en la tierra las semillas de todas las plantas que luego la misma tierra desarrolla todavía más, aunque sean cultivadas y resulten más idóneas para el uso gracias al [Pg. 134] cuidado diligente de los hombres; así en la mente de cada uno las semillas son el inicio, el origen de las artes, de la prudencia y de todas las ciencias; de ahí resulta que nacemos idóneos para todo; y no existe arte o doctrina alguna de la cual no pueda la mente mostrar algún indicio, tosco e insuficiente sin duda, pero, con todo, válido. Ahora bien, éste se perfecciona cuando se le han aplicado la ciencia y el ejercicio, como entre las plantas se desarrollan mejor que otras aquéllas a las que el agricultor ha aplicado un cultivo esmerado. Y me refiero al conocimiento de las cosas inmutables por naturaleza, pues las que han sido concebidas por el ingenio del hombre no pueden aprenderse sin el maestro y la enseñanza, como una lengua: por ejemplo, el latín, el griego o el español. De ahí se deduce que los animales al secundar su primitiva naturaleza, todavía íntegra e incorrupta, no se equivocan al satisfacer sus necesidades, más el hombre que sigue sus propias interpretaciones, se extravía por aquellos senderos que él mismo se ha abierto, tras haber abandonado el camino real. Además, los animales de la misma especie obran del mismo modo: es decir, la misma enseñanza y los mismos preceptos de la naturaleza; el hombre, en cambio, ya que juzga de forma diferente, obra de modo muy diverso y hasta contrario.

10. En este momento se formula justamente la cuestión de si los animales disponen de la razón o se mueven de un lado a otro deduciendo lo desconocido de lo conocido; cuestión que atormentó a muchos de los autores antiguos no tanto por la conclusión obtenida, cuanto por el procedimiento empleado; porque casi todos adoptan la opinión de que los animales carecen del bien de la razón. Plutarco escribió un opúsculo al que tituló: «En los animales existe la razón» 97 con un estilo e índole más declamatorios que filosóficos, puesto que no se apoya en ningún argumento sólido y digno de una escuela filosófica, sino sólo en una ilusión popular; y discurre con sofismas más sobre la bondad y los vicios de las costumbres que sobre la razón. Lorenzo Valla en la Dialéctica parlotea de que los animales están dotados de razón, mas en este opúsculo, obcecado por su empeño de contradecir y garlar, incurre sin darse cuenta en muchas [Pg. 135] necedades y absurdos. Otros, por ignorar en qué consistía la razón y qué cualidades la adornaban, afirmaron que los animales eran racionales: cuestión ésta que ya debemos dilucidar.

11. Si discurrir consiste en pasar de una cosa a otra, no cabe duda de que los animales discurren; pero si se trata de avanzar por comparación de lo menos conocido a lo más conocido, o de una cosa a otra que depende o se sigue de aquélla, es evidente que los animales no discurren. En efecto, no pueden avanzar de lo conocido a lo desconocido aquellos cuyos juicios son todos acerca de lo particular: no de suerte que de lo general desciendan a lo especial y de aquí a lo particular o, a la inversa, suban de lo particular hacia lo general para obtener la verdad. Pero los animales tampoco conocen las cosas ausentes para pasar de ellas a otras ausentes o presentes, o al contrario; ni en su paso unas dependen o nacen de otras; de hecho se detienen de inmediato en los objetos que conocen, presentes y singulares, aprobándolos o rechazándolos. Ahora bien, el discurso no es un estado, sino una progresión. Por lo cual, nuestro juicio en tanto se verifican las comparaciones en el proceso discursivo, no halla reposo, sino que está vacilante, sin decidirse.

12. Pero tampoco los animales, para expresarme con un ejemplo, parten de A para pasar luego a B, a fin de conocer C; ni de A pasan a B como algo vinculado y dependiente de A; más bien, porque no les agrada A buscan otra cosa y vienen a parar en B. Tal sucede cuando un perro sigue las huellas de su amo o de la caza; olfatea, y mira a este hombre; si le recuerda el olor o el rostro del amo, en él halla el reposo, aunque no sea su amo; pero si no es así, dejando a éste se dirige a otro y luego a otro que no guarda ninguna relación con el anterior, hasta que llega a encontrar al que busca. Se añade a esto que el animal sigue lo que le es conocido simplemente por el sentido, o lo enlazado y combinado por la fantasía, o lo que ha sido estimulado por la facultad estimativa, como por un incentivo tácito de la naturaleza; el hombre, en cambio, compone y divide, pasa de unas cosas a otras comparándolas entre sí, para generar y producir de ellas algo nuevo.

13. También podemos fácilmente deducir que las almas de los animales están desprovistas de razón a través de su misma configuración externa y de todo su cuerpo. En el hombre, la mirada vuelta y atenta hacia cualquier parte nos enseña muchas cosas; en cambio, los [Pg. 136] animales proyectan siempre la mirada hacia la tierra; añádese que han recibido hasta unos miembros que son ineptos para practicar las artes. Dios, a su vez, a quienes otorga la facultad de realizar alguna cosa, les ha adaptado los órganos idóneos para tal acción; éste es, en verdad, el cometido del sapientísimo artífice. Ahora bien, los animales no necesitan la razón que en ellos sería superflua, ya que tienden a su propio bien por impulso natural: en lugar de la inteligencia racional se les ha infundido, en especial, una cierta habilidad natural para su defensa y conservación que les basta sobradamente, y que algunos, llenos de asombro, llamaron razón; como en las abejas la fabricación de los panales y de la miel, en la hormiga la previsión de los alimentos, en la araña la textura, en el perro la caza, en el caballo, en el mono y en el elefante muchas operaciones semejantes a las propias de la inteligencia humana; mas si alguien a todo esto lo llama razón porque realmente es grande y maravilloso ¿qué dificultad hay para afirmar que proceden de la razón cuantas obras maravillosas realiza la naturaleza? Provienen sin duda todas ellas no de la razón del ser natural, sino de la propia de la naturaleza, es decir, de Dios, su autor. En efecto, nada grandioso puede realizarse sin la razón, si es que el nombre de razón puede aplicarse a la sabiduría divina. Así, pues, las hierbas, todas las plantas, numerosas piedras, muchas aguas y otras cosas cuyos admirables efectos observamos, se considerarán seres dotados de razón.

14. Además, el hecho de que los animales carecen de cualquier forma de religión constituye ciertamente una gran prueba de que son irracionales y dotados de almas mortales; en verdad, el fruto y la fuente de la piedad no se hallan en esta vida perecedera, luego se hallan en la otra que sigue a ésta. Más aún, nuestra razón, un don tan grande y eminente, no se nos ha concedido para cosas tan viles y efímeras como son aquellas en las que se desarrolla y ocupa la vida humana - ¡cuánto más viles todavía son aquéllas en las que discurre la vida de los animales!-; sino para que conozcamos, adoremos y amemos a Dios, pues no existe realidad mayor que Él, ni más eminente, ni más digna de la razón, a su vez la cosa más excelente de todas. Ésta es, en verdad, la religión de la que están enteramente privados los animales; por el contrario, no existe hombre alguno al que no afecte alguna forma de religión. Y como la vida del árbol no se ha otorgado a la piedra, por cuanto a ésta le basta su naturaleza [Pg. 137] inerte y siempre inmóvil en su sitio; ni el sentido y la fantasía al árbol, porque a éste ninguna falta le hacen para su vida; así tampoco la razón se le ha otorgado al animal, falto de habla, ya que para defender su vida y su ser le sirven de protección, sobradamente eficaz, la facultad estimativa unida a la imaginación. Por otra parte la carencia de razón se demuestra también en los animales por el hecho de que no hablan; porque si interiormente les guiase la razón, ¿qué les faltaría para hablar? Y no ciertamente porque el lenguaje constituya la diferencia esencial entre el hombre y la bestia, opinión que algunos compartieron sin considerar suficientemente en qué consiste la esencia; mas se origina de aquella diferencia, es decir, de la razón, como el arroyo de la fuente.

15. «Pero entre los animales», dirá alguno, «unos sobrepujan a otros en ingenio, agudeza y prudencia». En verdad, estas cualidades no son genuinas, sino análogas, ya que sólo en nosotros se da el ingenio y la prudencia. Igualmente se ha observado que algunas plantas y hasta algunas piedras realizan ciertos actos por los cuales podría creerse que están provistas de sentido; presentan sólo una cierta apariencia de vida, puesto que sabemos que ni en las plantas existe sentido alguno, ni en las piedras vida, sobre todo en las cortadas; éstas son sombras, no cuerpos verdaderos. Y como todos los hombres hemos recibido la facultad de la razón, si bien existen entre nosotros grandes diferencias en dicha facultad, aunque todos seamos racionales; así también los animales han recibido todos la enseñanza de la naturaleza, sin el uso de la razón; pero algunos obtuvieron esta enseñanza con más pureza y amplitud que otros, aun cuando sean todos irracionales. Así lo ha determinado el omnipotente Autor de todos los seres para encadenar en una sucesión los grados de las cosas, a través de los cuales se ascendiera de las ínfimas a las supremas, como lo hemos expuesto en la «Filosofía primera».

16. Mas podemos entender también que aquéllas no son obras de la razón, por lo que ha observado Gregorio Niseno: a saber, que los animales realizan las mismas cosas conforme a cada especie, y sus operaciones no varían en una diversa multitud, sino tan sólo en más o en menos, hasta el punto de que si un animal obra un poco diversamente de los demás de semejante estructura, al instante se le asigna a otra especie. A esto se añade que el hombre, mediante el discurso de la razón, se eleva por encima de los sentidos y de la fantasía y [Pg. 138] acierta a comprender que se encuentra encerrado en el espacio de aquéllos, como quien se encuentra encerrado en una habitación; y aunque no pueda percibir con los sentidos sino lo que en ella se encierra, comprende, no obstante, que existen muchas cosas fuera de aquel lugar; en cambio, el animal se comporta lo mismo que un niño que mirando a través de un vidrio azul o rojo, cree que todas las cosas son de ese color por ignorar la causa que produce dicho fenómeno. Mas pasemos ya a otras cuestiones, pues juzgo que esta objeción ha sido aclarada con suficiencia.

17. Existe una gran variedad de formas discursivas como es muy diverso el carácter de los hombres, en parte por la misma constitución natural, en parte por la instrucción, los hábitos y causas similares, de las que hablaremos luego. Para decirlo en pocas palabras, existe un modo de discurso «agudo» sobre un objeto determinado que penetra hasta lo profundo de éste; existe otro «sagaz» que, partiendo de conjeturas leves o diseminadas lejos, llega al objetivo propuesto; otro es «amplio» que abarca muchas cosas. En efecto, existe en algunos tal amplitud mental que, por así decirlo, con una sola mirada captan cuanto afecta a la cuestión. Éstos gozan de una fantasía muy expedita, del tesoro abierto de la memoria, de una fácil consideración y de un recuerdo íntegro y vigoroso; porque una fantasía lenta o una memoria cerrada, o una consideración deficiente, o un recuerdo débil hacen el discurso tardo e infeliz, como sucede en los niños, en los enfermos, en los emotivos y en los muy decrépitos.

18. Existe en la inteligencia una especie de mirada dirigida a las cosas que vemos y oímos que es muy simple; existe otra cuando a lo lejos observamos a qué se refiere cada cosa; esta segunda se dirige, por el discurso de la razón, a las cosas desconocidas, o por la costumbre a las conocidas, como sucede en los perros, en los caballos, en los elefantes que algo han aprendido con el ejercicio o con el adiestramiento al que les sometemos. El fin de este proceso es el hallazgo, es decir, la conclusión del argumento o la recapitulación. Ahora bien, cuando no conseguimos lo que buscamos se debe a las mismas causas por las que el perro pierde la caza que persigue: o porque el proceso discursivo es tardo por naturaleza y el objeto está alejado, de suerte que aquél no tiene suficiente vigor para llegar hasta él; o porque es débil en la volición, tal sucede cuando no quiere aplicarse; o porque se encamina hacia donde no conviene, como es el caso de [Pg. 139] quienes no mantienen la ruta por la que deben continuar bien por la incapacidad o la ofuscación de la mente, bien por una cierta turbación momentánea como en una emoción vehemente y a causa de los pensamientos varios que se obstaculizan unos a otros; o porque pasa veloz sobre las ideas cual acontece en los demasiado perspicaces y que tienen una fantasía muy vivaz: de hecho éstos van más allá del punto en el que está centrada la cuestión; así dejando a su espalda lo pertinente, se fijan en detalles del todo innecesarios, como en bagatelas, en absurdos, en demencias, cosas en suma, muy ajenas al objetivo idóneo. En verdad, es necesario que, después del discurso, la fantasía y la consideración se fundamenten en la memoria, a fin de que la mente asegure convenientemente lo que ha buscado y que aquel velocísimo impulso no la arrastre a otro lado.

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90 . Aunque Vives considera la actividad de la razón en conformidad con la propia de los sentidos, no obstante afirma que la razón es distinta de los sentidos y que, si utiliza las impresiones sensibles, no se confunde con ellas; se divide en especulativa y práctica: la primera tiene como fin la verdad y en ella se detiene; la segunda promueve el acto voluntario y secunda el bien: cf. M. Sancipriano, Op. cit., p. 40-41.

91 . El término latino reputatio empleado por Vives es un substantivo abstracto derivado de reputare a su vez compuesto de putare. Éste presenta el significado de «podar, limpiar, purificar» referido a la lengua rústica, y el que cabe considerar derivado de «apurar, depurar, llevar hasta el extremo en cualquier asunto»: de ahí el significado que aquí interesa válido también para reputare, de «valorar,examinar, pensar»- Así reputatio indica «examen, consideración, reflexión»: cf Ernout Meillet, Dict. Etym. lang. lat, s. v. puto.

92 . Así Aristóteles en Metaphisica, 2, 993 b, 4, afirma que «el fin de la filosofía teórica es la verdad; el de la práctica el obrar.

93 . El arte (t¿cnh), como norma de cosas útiles para la vida, «nace cuando de un conjunto de reflexiones sobre la experiencia se obtiene un conocimiento general aplicable a todos los casos semejantes»: Aristóteles, Metaphisica, 1, 981 a, 5.

94 . Cf. la nota 40. También aquí, según parece, tiene en cuenta Vives el mismo lugar ciceroniano.

94bis . En realidad para San Jerónimo la «sindéresis» no es la conciencia, sino «una chispa o destello» (scintilla) de la conciencia: Migne, Patr. Lat., 25, 22, in Ezechielem, lib. 1 cap. 1.

95 . Aunque aluda aquí a las anticipaciones de los epicúreos, las anticipaciones de que habla no son ideas innatas, sino que derivan de la experiencia y sirven para preparar otras experiencias: cf. M. Sancipriano, Op. cit. p. 263. Quizá, por ello, diga Vives que tal concepto de «sindéresis» lo han intuido vagamente algunos filósofos.

96 . Allí en 15, 80 d, se llega a decir que «indagar y aprender son en su conjunto reminiscencia».

97 . La versión latina del título es: Bruta animalia ratione uti.

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