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Juan Luís Vives - Índice... > El Alma y la vida > Libro II > Libro II. Capítulo XI: La voluntad / Cap. XI. Voluntas

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[Texto latino en imágenes]

[Pg. 171] CAPÍTULO XI

LA VOLUNTAD

1. Todo conocimiento nos ha sido otorgado para que deseemos el bien: el conocimiento sensible para el bien sensible, el intelectual para el inteligible, a fin de que el hombre desee el bien conocido y, al desearlo, lo secunde hasta adherirse a él, en cuanto le sea posible, y concordar con él; así conseguirá el bien y no de otra suerte; en cambio, el mal, por ser contrario al bien, lo debe rechazar y rehuir, y no tender hacia él para no recibir un daño. La facultad que realiza este cometido en los animales es el apetito sensitivo, como en el hombre la voluntad. 137 Por lo tanto, la voluntad es la facultad o potencia del espíritu por la que deseamos el bien y rechazamos el mal bajo la guía de la razón, a su vez los animales obran bajo la guía de la naturaleza que estimula sus sentidos.

2. Así, pues, hay en la voluntad dos actividades: la propensión o adopción del bien y el rechazo del mal; y hay privación de ambas actividades cuando la voluntad indiferente no se inclina ni a una ni a otra parte. En efecto, la misma voluntad es la señora y reina de todos los actos, mas por sí misma no posee luz alguna; es iluminada por la inteligencia, o sea, por la razón y el juicio, que se ha puesto a su lado como consejera y guía no para dominarla y someterla, sino [Pg. 172] para dirigirla y aconsejarle lo mejor. Por lo mismo, la voluntad no apetece, ni evita nada que no le haya sido demostrado por la razón.

3. En consecuencia, el acto voluntario lo produce, es cierto, la voluntad, pero antes lo juzga y persuade la razón; y, por así decirlo, la razón lo concibe y la voluntad lo pare. 138 De ahí que la razón sea maestra y preceptora de la voluntad, no señora. En verdad, ha querido el Autor de la voluntad humana que ésta fuera libre, de pleno derecho y dueña de sí; ella, ciertamente, secunda siempre a la razón, pero no está vinculada a ninguna cosa concreta, sino que entre los objetos propuestos va en pos de aquel que le gusta. Libre de espíritu lo es, ciertamente, entre actividad y privación, entre querer y no querer, entre no querer y dejar de no querer, pero no entre dos actos contrarios, toda vez que esta potencia no puede querer nada si no es bajo alguna apariencia de bien, ni rechazar nada sino bajo la apariencia de mal. Si se muestra un aspecto del bien, no del mal, ella puede, sin duda, no querer, pero no puede no querer, es decir, rechazar y odiar; a la inversa también si se le muestra una apariencia del mal, no del bien, ella puede no rechazarlo, pero no puede quererlo, es decir, acogerlo y amarlo.

4. De muchas maneras se manifiesta el derecho de esta libertad y este dominio del querer. En primer lugar, la voluntad es libre antes de consultar con la razón: pues le está permitido someter o no a la mente el objeto sobre el cual deliberar. Luego en la misma deliberación puede ordenar que el asunto se aplace o imponer el silencio total y dirigir la atención de la mente hacia otro objetivo, del mismo modo que un príncipe, el cual ordena respecto de un asunto que se delibere sobre él o bien que se prescinda del mismo o que se le rechace. Es más, después que algo se ha decidido, puede también la voluntad inhibirse y no ir en busca de aquello que el consejero ha juzgado que es bueno. La misma consulta se realiza con libertad, ya que no somos arrastrados, como los animales, por un impulso fijo e inmutable de la naturaleza, sino que la razón averigua dónde debemos dirigirnos y de dónde debemos apartarnos, sopesando qué hay [Pg. 173] de bueno y de malo en cada cosa. Asimismo la voluntad puede imponer una ulterior deliberación y casi sentenciar con mayor amplitud para no detenerse en un punto, sino investigar si se puede hallar algo mejor o más adecuado.

5. Al ser también muchos los objetos propuestos y presentados, aun cuando la razón con eficacia probada muestre a uno en concreto y aconseje aceptarlo, si algún otro presenta alguna apariencia de bondad, aunque muy, tenue, la voluntad puede inclinarse a él y asumirlo con esta pequeña sospecha, tras haber rechazado el otro objeto en el que se encuentra una muy considerable apariencia y substancia de bien. Para tal decisión le brinda una gran ocasión el hecho de que todas nuestras cosas son una mescolanza de bien y de mal, y también (la decisión) proviene de nosotros mismos que estamos formados de elementos muy diversos, y son muchas las cosas que debemos considerar atentamente y volver a examinar en el espíritu, en el cuerpo y en el exterior. En tan gran variedad de cosas ninguna puede ser objeto de deliberación en la cual la fuerza de la razón no descubra bienes y males que aconsejar y disuadir en relación con el lugar, el tiempo, las personas, las cualidades y demás circunstancias. A menudo incluso la voluntad para demostrar que es señora rechaza y desdeña todas las cosas a semejanza del príncipe, el cual para que no parezca que otro le ordena excluye y rechaza todas las saludables advertencias de sus consejeros, cumpliéndose el dicho del célebre personaje de la sátira: «Así quiero, así ordeno, que el albedrío ocupe el puesto de la razón». 139

6. Aunque tampoco esto se produce sin la apariencia del bien, ya que la voluntad no puede desear o realizar algo si no se le propone aquel aspecto que alguna razón haya considerado que es bueno. Luego determina que existe para sí, en tal propósito, aquel bien que le impulsa, a fin de que todos conozcan su potencia y libertad, decisión que el príncipe a veces estima más valiosa que todos los consejos útiles para el estado actual de los asuntos. También algunos jóvenes [Pg. 174] para manifestar que son libres y que no obedecen a las órdenes de cualquiera desdeñan, con hastío y obstinación, las advertencias que sus padres o sus maestros les dictan con acierto.

7. Esta doctrina se refiere ciertamente a la libertad de acción interna; pero también en las acciones externas se manifiesta la libertad. Porque, aun cuando la voluntad haya tomado una decisión, puede no ejecutarla o después de haberla emprendido puede desistir, y no aplicarse tanto, ni tan rápidamente como podría. Los animales no disponen de ninguna de estas posibilidades, dado que su facultad natural opera siempre en la medida y celeridad que se lo permiten sus fuerzas. En verdad, el hecho de que los animales actúen con más vigor y rapidez en un tiempo que en otro, no se debe a que aflojen sus fuerzas o las aumenten mediante un acto voluntario, sino a que, estimulados en parte desde el exterior por la cualidad del lugar y del tiempo, en parte desde el interior por la disposición del cuerpo o por el estado del ánimo, excitan y aguzan las fuerzas y las hacen mayores y más vigorosas, como el fuego se hace más ardiente cuando se le alimenta con aceite, o se le agita con el aire, o se le arroja una materia seca, o cuando ha vencido la resistencia del frío o de la humedad. De hecho siempre, como el fuego arde por las fuerzas del momento, así también el animal actúa y sufre, ya que es empujado por una especie de impulso o de transporte ciego y latente. Es más, también entre los hombres cuanto uno degenera hacia la índole natural de los animales, tanto se ve arrastrado precipitadamente a realizar sus acciones sin deliberación.

8. Existen ciertos animales que la naturaleza ha aprestado para fingir y disimular, como la zorra o como el gato cuando intenta cazar al ratón. Esta cautela surge del temor de sufrir o de perder alguna cosa; en efecto, en el animal cuando se le presenta un peligro al lanzarse sobre su presa, el primer impulso es reprimido por otro contrario: no es ésta la deliberación, sino un impedimento del movimiento primero, como sucede cuando una pelota lanzada es rechazada o retenida por el competidor; al fin, el impulso más fuerte arrastra consigo al que oponía resistencia.

9. Por el contrario, entre los hombres cuando pugnan entre sí dos pasiones contrarias, excitadas con violencia, aunque la mente se vea oprimida por aquella agitación del ánimo, con todo no está anulada la deliberación puesto que la pasión que vence de las dos, no [Pg. 175] vence sin tener alguna razón, aunque sea muy exigua; pero es aquella que al juicio, engañado por la pasión, le parece la más convincente por el momento y la más digna de ser acatada. Y es tal la ignorancia del pecador que juzga bueno en el presente aquello que desea, sin considerar que existe algo mejor incluso en ese momento, cuando es incierto el bien futuro con el que espera poder compensar el mal presente. La libertad de albedrío es un gran don de Dios por la que Él nos ha hecho hijos suyos, no esclavos, y ha puesto en nuestras manos el poder de modelarnos como quisiéramos ser con el auxilio de su favor y de su gracia; de otra suerte no existiría, en lo que atañe a la excelencia de la virtud, distancia alguna entre nosotros y los animales, si tanto en nosotros como en ellos lo realizase todo una cierta potencia natural, necesaria e inevitable.

10. Mueven nuestra voluntad aquellas mismas cosas que mueven nuestro juicio por un cierto contacto, como el que arranca el primer anillo de un collar se lleva también el segundo y el tercero por la conexión que hay entre ellos. La estimulan también las mentes superiores, como los ángeles y los demonios, mas de modo especial Dios, el único que la puede obligar, evidentemente porque de Él sólo ha recibido no ya la libertad, sino el ser. Ahora bien, cuando es excitada por una fuerza y poder mayor, la voluntad se eleva por encima del orden de la naturaleza y de su propia facultad, en tanto mayor grado y con mayor evidencia por cuanto es Dios mismo quien le impulsa; y realiza tales obras de las que ella misma se maravilla cuando han sido ejecutadas; y, si quiere observarlo, comprende fácilmente que ha sido impulsada por una fuerza superior.

11. Hay algunos que someten enteramente la voluntad humana al cielo y a los astros; afirman que nosotros somos empujados y constreñidos del todo por ellos, y, más aún, advertidos y estimulados. A esta clase pertenecen los astrólogos; por supuesto éstos se comportan como es la costumbre, en general, de aquellos que se han consagrado enteramente a un solo arte o de quienes intentan obtener de él un gran prestigio o provecho; éstos querrían que todo cuanto existe en el mundo entero correspondiera a la materia y al ámbito de su ciencia. Mas esto no tanto por un amor desmesurado del arte, cuanto de sí mismos: a fin de dar la impresión de que saben y poseen aquello que en el mundo constituye no sólo el bien principal, sino también casi el único.

[Pg. 176] 12. En verdad el cielo por ser inanimado no puede movernos e impulsarnos, si no es mediante aquello que le es semejante, a saber, mediante la constitución del cuerpo. Pues si las fuerzas del cielo operan naturalmente, no podrán producirse efectos contrarios por una sola facultad y causa. Ahora bien, bajo cualquier estrella observamos que la voluntad humana por más que sea solicitada para esta o para aquella cosa, no obstante se dirige a una cualquiera de las dos que más le guste, lo cual contrasta en gran manera con la acción natural que produce por necesidad un solo efecto determinado; y no existe cosa alguna más ajena y distante de la necesidad que la libertad. Por lo tanto, si en los cielos y en las estrellas hay necesidad, y en la voluntad, como hemos demostrado, hay libertad, se evidencia con claridad que los cielos y la voluntad humana son cosas totalmente diversas e incompatibles entre sí.

13. Otros, en cambio, ante la previsión y providencia de Dios se preguntan cómo la libertad de nuestro albedrío pueda subsistir con la verdad de tales atributos divinos, de forma que la voluntad humana pueda con su libertad cambiar lo que Dios ha previsto que debe suceder, e inducir a Dios al error o a la mentira. 140 Sin embargo, la previsión de Dios no me quita la libertad más que tu propia mirada cuando me ves que estoy haciendo alguna cosa; pero tampoco la providencia me la quita. En efecto, la previsión es la mente divina que conoce de antemano todas las cosas o, para decirlo con más precisión, que conoce las cosas como presentes, ya que para ella no existe nada pasado o futuro. La providencia es la voluntad que, con un consejo infinito, gobierna todas las cosas; ahora, bien, dicha voluntad divina ha dispuesto que las voluntades angélicas y las nuestras sean libres. Por lo mismo, lo que hacemos libremente lo hacemos por ella, es decir, por disposición y beneficio de la voluntad de Dios. Él podría engañarse o mentir si para Él, como para nosotros hubiera un pasado o un futuro; en cambio ahora, puesto que la eternidad le es toda presente, nadie debe estar preocupado por su sabiduría y veracidad.

[Pg. 177] 14. En la voluntad hay dos actos: la aprobación y la reprobación, de los cuales proceden los actos externos. La aprobación que se refiere al bien, genera la ejecución para conseguirlo; la reprobación, a su vez, la reacción para superarlo o la retirada o fuga para evitarlo. Muchos aprueban con el juicio y la voluntad, pero ésta lánguida e inerte, que no trasciende fuera; a éstos se aplica la máxima de Salomón: «El perezoso quiere y no quiere»; 141 pues aquí se produce otro acto de la voluntad que obstaculiza el primero, a saber, la dificultad en la ejecución, que la voluntad considera un mal y la opone al bien que antes había complacido a ella misma.

15. Para muchos es motivo de admiración saber por qué razón nuestra voluntad se enardece y estimula más por las cosas prohibidas que por las de libre elección, que son permitidas y lícitas. 142 Quizá porque las cosas vulgares y comunes no se prohiben, sino las raras y preciosas, es por ello .que ante la prohibición de alguna cosa surja de repente en muchos la sospecha de que se trata de algo apetecible; de ahí que se excite y provoque la codicia. Otros se dejan llevar de la curiosidad de conocer, pues no dudan que es digno de conocerse aquello cuyo conocimiento se impide. Mas ¿ acaso en aquellos que no ignoran qué es y cómo es la cosa prohibida el deseo suelto y libre se hace más débil como un viento que se dispersa por la llanura? Pero si el viento se encierra en un espacio angosto al punto se robustece y toma fuerzas e ímpetu; así también la voluntad suelta es lenta, pero constreñida se torna más fuerte y violenta. En nosotros las condiciones naturales, como tener buena salud o no, no obedecen a la voluntad; y si en nuestro cuerpo existen no pocas cosas cuyas funciones las recibimos ciertamente de la naturaleza, con todo sus actos proceden de la voluntad; así la posibilidad de oír, de hablar, de comer son dones de la naturaleza; pero el oír o no, el hablar o no, el comer o no, son actos que se refieren a la libertad. Porque si la voluntad es la que impera sobre los actos humanos, en su poder está el obrar bien o mal, la virtud y el vicio, la alabanza y el vituperio, el premio y el castigo.

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137 . El inciso in homine=«en el hombre» no se encuentra en la editio princeps, sí en Mayans, Opera omnia, 3, 282. Justamente M. Sancipriano destaca la intuición de Mayans (cf. Op. cit., p. 340) y lo introduce en su texto. Sobre la importancia este capítulo sobre la voluntad véase C. Noreña, J L. Vives y las emociones, p. 113.

138 . El acto de la voluntad o volición tiene su naturaleza propia que se distingue del acto del entendimiento, pero precisa una motivación consistente en todo aquello que se le presenta como un bien a alcanzar.

139 . Juvenal Satyrae, 6, 223. La cita de vives presenta dos modificaciones en el verso, la más importante consiste en haber substituido voluntas por libido, término éste que parece menos apropiado teniendo en cuenta el contexto.

140 . Aquí Vives plantea y resuelve con brillantez la objeción de quienes no aciertan a conciliar la libertad humana con la previsión y providencia divinas: Dios contempla en el eterno presente lo que la libre voluntad decide realizar en el tiempo.

141 . Prov. 13, 4. El texto de la Escritura presenta los deseos ineficaces del perezoso ante la dificultad de la acción y la necesidad del esfuerzo por superarla.

142 . Existe el deseo de lo prohibido que subraya Ovidio, Amores, 3, 4, 17: nitimur in vetitum semper cupimusque nagata=«nos empeñamos siempre en lo prohibido y codiciamos lo no permitido».

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